miércoles, octubre 13, 2010

Misión de Ayuntamientos, Diputaciones Provinciales, Regionales y Estado (Elías Romera, Administración Local, Almazán 1896)

XV

Misión de los Ayuntamientos, de las Diputaciones Provinciales, de las Regionales y del Estado.


El mejor modo de gobernar, es dar el poder soberano a la mayor parte de aquellos cuya felicidad es el fin del Gobierno, por fácil que de ningún otro modo, ver logrado el objeto apetecido.

Bentham.

En una Nación donde el pueblo gobierna, el poder es solo su administrador y este carece de toda autoridad propia, habiendo tiene de los que le nombran, que pueden limitarla como crean conveniente.

Spencer

Las corporaciones locales son el baluarte de la verdadera libertad y de la descentralización
administrativa.


El Autor


Una administración paternal y, fomentadora es de una influeencia exclusiva e inmensa en el bienestar de los pueblos, en su prosperidad interna y en su poderío exterior, pero para ello es preciso que el indivíduo, las familias y las colectividades todas, concurran y coadyuven, cada uno dentro de su órbita, al bien común, inspirándose en él gobernantes y gobernados. «Que la autoridad, dice Timón, se valga más de la vigilancia que de la coacción, que contenga pero que no ordene: que enfrene y no empuje; que antes impida el mal que obligar á los demás á hacer el bien, que gobierne á los pueblos, pero que no se ingiera en su administración: que centralice los grandes negocios, pero que descentralice los de corto y limitado interés: que inspeccione, que guíe e impela: que persuada con preferencia á mandar.»


El ayuntamiento como verdadero gerente del vecindario tiene el alto deber, dice un autorizado y, práctico escritor de administración, el Sr.Abella, tiene el alto deber de observar, estudiar y conocer las necesidades de sus administrados, para satisfacerlas, procurando prevenirlas y "atenderlas con prudencia y discreción, con orden, justicia y apropiada economía, huyendo de toda prodi­galidad y fausto que pueda comprometer los recursos del municipio que son el porvenir de las generaciones futuras. así como también debe de huir y apartarse de mezquindad codiciosa que deje desatendidos los servicios: sostener el orden y la tranquili­dad públicas, pero sin que sea enojosa su vigilancia, ni odiosa su severidad, ni su autoridad pesada, aunque firme, entera, e inquebran­table; procurar la mejora progresiva de todos los servicios; aten­der con diestro cuidado á difundir y popularizar la enseñan­za y a prodigar y extender la beneficencia, con toda clase de so­corros al necesitado, al enfermo y al desvalido; proporcionar las mayores comodidades posibles á los vecinos, protegiendo con justicia sus derechos, exigiendo con imparcialidad á todos sus de­beres, no convirtiendo la Ley en instrumento de venganza más que de justicia, garantizando á todos la seguridad personal; pro­curando, con su prudente equidad, inspirar confianza á todo el mun­do, teniendo por norte y guía constante la Ley y el bien público; sos­tener con virilidad y, energía la moralidad en las costumbres públi­cas. y, conservar las tradiciones populares, legado de cien generaciones: difundir la cultura y mejorar constantemente las condiciones higiénicas y de ornato de la población, en una palabra mirar al mu­nicipio con el mismo anhelo y con el propio interés que un padre de familia aspira siempre á labrar la felicidad de sus hijos. Misión es verdad muy vasta, muy difícil, pero tan importante como hon­rosa, que es la base del bienestar, del orden, de la prosperidad y del progreso general de la Nación.

Las Diputaciones provinciales como superiores jerárquicos de los ayuntamientos, con análogos fines, pero en más vasto hori­zonte, con más elevado propósito y con más sereno juicio, para no descender á los flacos rozamientos de los pueblos, deben de ser la égida de los municipios, á la vez que los inspectores de sus servicios, sin extralimitaciones ni arbitrariedades parciales que no llevan tras de sí más que el enojo á la ley, la irritación del ofendido, no compensada nunca con el gozo del favor y lo que es mil veces peor, el menoscabo, el desprestigio y la prostitución del principio de autoridad en el concepto público, verdadero secreto de la pu­blica tranquilidad y de la prosperidad de los pueblos.

A llenar necesidades más extensas aunque idénticas, en esfera más amplia que las Diputaciones provinciales, para ser su Consejo de inspección y de gobierno, vendrán las Diputaciones regionales a cumplir su misión intermedia entre aquellas y el Estado, para atender á servicios comunes á provincias limítrofes, unidas por los vínculos del agua, de la tierra, del clima, de la topografía y etno­grafía, estrechadas por los íntimos vínculos históricos que tanta huella dejan en las evoluciones de los pueblos.

Sobre estas tres graníticas gradas, con su base tan sólida y tam­bién cimentada, habremos de colocar al Estado hecho un Hércules, para por medio de una inspección y vigilancia permanentes, propias de un Patrono y de un Protector celoso, no por la ingerencia funes­ta y depresiva de autor permanente, imprimir enérgico, uniforme y constante movimiento a las Regiones, para que estas del mismo modo lo comuniquen a las Provincias y de estas llegue en la mis­ma forma trasmitido á los Municipios, pero con un engranaje de tal precisión matemática en todas estas ruedas, con unos ejes tan sólidos y bien lubrificados que no resulte jamás ninguna fuerza concurrente que había de producir fatalmente choques, estacionamientos y por resultado la inercia, cuando no la desviación y, el desquicia­miento que es la muerte de la anarquía de este organismo, alma para la vida normal de las naciones. No basta, no, que el Estado sea el generador gigante de la fuerza propulsara que impela y en­gendre el movimiento nacional tan ingente como uniforme preciso para engranaje tan vasto, es necesario también que sea simultánea­mente la resultante de las fuerzas locales y que á la par de Hér­cules, sea un Argos, todo ojos, que vigile é inspeccione el cumpli­miento de la misión de su inmediata esfera, la Región, como esta ha­brá de hacerlo a la Provincia, para que está lo ejecute con los Ayun­tamientos, todas en plena subordinación armónica y cada uno en su propia órbita, el centinela en descubierta para que en su elevado puesto sea el vigía permanente, en quien no solo descanse la paz pública interior que tanto ansía el alma. sito el equilibrio físico, la salud que tanto precisa el cuerpo, siendo el depositario del fuego sagrado de la justicia, al propio tiempo que el clavero dé nuestras tradiciones, el fiel guardador, el heraldo de nuestra honra, pruden­te y previsoramente discreto, para conservarla, sin arrogancia, como resuelto y valeroso; cuando acometido para defenderla con bizarría y con heroísmo dignos de que se conseren imperecederos en las indelebles páginas de la Historia.

Aunque las reformas y medidas que en este libro proponemos no estén exentas de defectos y de errores, vitia eruntia erunt donec homines, es grande nuestra convicción en las doctrinas expuestas y no es menor nuestra fe y nuestra confianza de que en su total realización radica la regeneración y prosperidad de España, porque en el vigor y en la fuerza de la vida local se fundamenta el poder de las Naciones, como lo mostró la nuestra en los ocho siglos de la re­conquista, finada en el glorioso reinado de nuestros preclaros Reyes Católicos, cúspide de nuestra pasada grandeza, coincidiendo pre­cisamente desde entonces nuestra decadencia nacional con el decaimiento de nuestras venerandas municipalidades, como de una ma­nera inconcusa é irrefragable tienen probado el severo escritor, Ferrer del Rio, el insigne Marqués de Valdegamas, y el reputado Prescott, y hoy deponen como testigos presentes, Inglaterra, Ale­mania y Rusia, á pesar de sus muy distintas formas de gobierno; pero si nuestra convicción y nuestra fe son grandes, tenemos la esperanza casi perdida de ver regenerada nuestra España, por iniciativa oficial de los gobiernos de partido, por ese camino que siembra el bienes­tar por doquier, como una experiencia secular nos lo tiene demos­trado en la historia de nuestras instituciones municipales; pero en cambio así no harían ni podían hacer el juego al parlamentarismo que nos rige y que ha hecho presa en los ayuntamientos. especial­mente en los rurales, para salir adelante con su empeño de gober­narnos, pues esos esclavizados ayuntamientos rurales son los que fa­brican nuestras mayorías parlamentarias sin cuya trama, ya legal, en e! sistema al uso, resultaría imposible de manejar el gobernalle para nuestros entecos partidos políticos, faltos de base, sin ideales que los animen y los disciplinen, sin savia social y sin ninguna in­fluencia en la opinión publica, solo apoyados en el presupuesto de la Nación, que es el cebo y el botín que los alienta en la oposición, los sostiene y alimenta en el poder, y con esa política de comensa­les, con esa política, de fantoches intemperantes, tan menguada; con resortes tan mezquinos, no hay que esperar venga la salud de ese meéico que se sostiene de la estudiada prolongación de la enfermedad, y persuadidos de ello y reconociéndolo así, como lo reconocen todos nuestros hombres de gobierno, hay que hacerles esa justicia; no tratan de curar el mal, sino que lo palian porque en proseguir
el lento, pausado, como ineficaz tratamiento, falto de todo vigor, estriba precisamente la existencia de nuestros partidos políticos por los memos hoy sobre esa clave tan convencional subsisten y mientras que esta no varíe, que no se vislumbra en España cambio de sustentación más cómoda que la presente, pues no queda espe­ranza de remedio, cuando los vicios se mudan en costumbres, se­gún afirmó Séneca: Dessinit esse remedio locus, ubi quae vitia fuerunt mores sunt, la regeneración de la vida local es casi una quimera y a nuestros agobiados municipios hay, que consolarlos, conque su curatela, mejor dicho, su esclavitud, será muy, larga, es ya crónica tienen que resignarse, como los condenados del Infierno de Dan­te, oyendo las fatídicas palabras, Lasciate ogni speranza, y no es porque nuestros gobernantes no conozcan el mal, ni sepan el remedio, no, es que no quieren aplicarlo por sórdido y grosero egoísmo, ­imitando lo que dijo Ovidio en su Mletamórfosís:

Aliud cupido, mens aliud suadet,
Video meliora, proboque, deteriora sequor.


conozco lo mejor, lo apruebo, pero ejecuto lo peor.

Nuestro cariño por las instituciones populares, nuestra afición a administración local, han puesto la pluma en nuestras manos para escribir este libro, lleno de verdades, acaso inútiles, hijas de_ nuestro estudio y de nuestra observación en el ardiente campo de la política de partido, y al apartarnos, dándole un Aeternum vale, pasmados de los de arriba, estupefactos de los costados, asombrados de los de abajo, abatidos de tantas desdichas y miserias tantas y persuadidos también de cuan estéril es el buen deseo y la es­tudiada iniciativa, guiados por el desinterés en favor del procomún, mientras este sea prisionero del egoísmo mezquino de nuestra usual política, queremos dejar en este libro la huella de nuestro paso por la administración provincial, para que al ser nuestro tes­tamento político, sea al propio tiempo para nosotros un recuerdo, en nuestro voluntario retiro, ya que para nadie pueda ser una esperanza y para algunos quizás sea una utopía, aunque no toda su semilla habrá de caer sobre piedras y abrojales, sino que algo habrá de fructificar como en la parábola evangélica, habién­donos servido de norte, en nuestro largo y pesado camino, este profundo pensamiento de Cicerón: «Nada hay tan grato á los ojos de Dios, como el que los hombres procuren el bien de sus semejantes. Homines ad Deos nulla re`propius accedunt, quo salutes hominibus dando (Cic Pro Q, Ligario)

Elías Romea
ADMINISTRACIÓN LOCAL, Almazán 1986, pp. 313-317

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