Arahuetes valoró la alta participación de los segovianos en todas las actividades y destacó la ausencia de incidentes durante las fiestas
María Coco - Segovia
A las diez de la mañana la música de la Escuela de Dulzaina de Segovia, con sus dianas, advertían de que ayer, con motivo de la festividad de San Pedro, el centro de la ciudad se iba a convertir en un ir y venir de gente, en el escenario de decenas de actividades y en el alma de unas fiestas que, poco a poco, llegan a su fin. Así fue, aunque con excepciones. Algunos de los barrios también contaron con actividades festivas.
Mientras los vecinos de Revenga se despertaban con la música del ‘Autobús de la feria’, los pequeños del Palo-Mirasierra disfrutaron de las actividades infantiles. Al mismo tiempo, la comparsa de los Gigantes y Cabezudos volvía a sorprender a segovianos y turistas, niños y mayores. Acompañados por el sonido de las dulzainas y tamboriles de 'Los Silverios' recorrieron algunos de las calles de la ciudad. Los pequeños no pudieron ocultar su sorpresa. En sus atónitos ojos una mezcla de asombro y respeto reflejaba una estampa que se produce desde hace 117 años, cuando salieron por primera vez a la calle esos insignes segovianos. Desde entonces han sido embajadores de las fiestas e incluso de la capital en certámenes como el Festival Mundial de Títeres de Charleville.
En la plaza, la Banda de la Unión Musical de Segovia ofreció un concierto cuya última pieza, el Himno a Segovia, fue entonado por el alcalde, Pedro Arahuetes, y varios de sus concejales. “No recuerdo unas fiestas con tanta afluencia de público a todos los espectáculos (...) me conformaría con que todas las fiestas se celebraran así, sin incidentes, sin ningún problema, con normalidad y con mucha gente”, destacó el regidor. El día concluyó con el tradicional Castillo de Fuegos Artificiales, desde los Altos de la Piedad, una cita que volvió a congregar a miles de personas.
martes, agosto 28, 2007
jueves, agosto 23, 2007
Las lenguas profanas como fundamento nacional
por RES
Es una costumbre ampliamente admitida en las naciones modernas tomar una de las lenguas de la nación, habitualmente la más extendida como lengua nacional. En cualquier caso siempre se podría argumentar que se está acudiendo a un sofisma bien conocido, que consiste en tomar la parte por el todo; “ pars pro toto” como decían los escolásticos.
Es curioso que entre muchos ejemplos nacionales , se ha elude cuidadosamente el caso suizo o por otro nombre la Confederación Helvética – mi organización predilecta en algunos aspectos- , que curiosamente tiene varias lenguas nacionales reconocidas. No pretendo comparar ese caso con el caso español, puesto que aquí no se trata de federar o confederar nada, sino sencillamente disgregar. No es la primera vez en la historia peninsular que suceden fenómenos políticos y sociales, como los que están ocurriendo ante nuestros ojos (movimiento cantonal de la 1ª república, reinos de taifas en la España musulmana)
Deliberadamente evité entrar en la cuestión de los idiomas oficiales nacionales de las naciones modernas, porque al no ser nacionalista, veo ante todo un mecanismo perverso de exclusión y división en la base de la nación moderna. Cualquiera que viva en estos momentos en la península ibérica tiene ocasión de comprobar cada día esos extremos de manera fehaciente; cosa distinta es que entienda las razones de fondo subyacientes en esta nueva ventolera de taifismo íbero-balcánico-tribal. Desde luego todo este cacao no se va a arreglar en absoluto apostando por una nación más grande, en este caso la moderna nación española surgida en de la constitución doceañista del siglo XIX. Lo más que se podría conseguir es un aplazamiento de la cuestión, que resurgiría fatalmente dentro de no demasiado tiempo.
La nación moderna carece de un principio de integración profundo, noético (derivado de nous, espíritu en griego), en contraposición a las sociedades tradicionales. En la civilización hindú, el pueblo Baratta, no necesitaba una organización política unitaria, para constituir una unidad espiritual. Algo similar se podía decir de la Hélade, aunque en está la degeneración era ya muy patente.
Solo un lenguaje espiritual crea una unidad profunda, que no precisa necesariamente de una contraparte externa. En la edad media occidental ese lenguaje se llamaba cristianismo, y el espacio político y social al que dio lugar se denominaba cristiandad. Hoy día ese lenguaje ha perdido en occidente casi totalmente –por razones complejas- la capacidad de unión noética.
Un lenguaje profano externo –inevitablemente situado en el plano de la diversidad- no puede nunca crear una verdadera integración humana, aunque se intente apuntalar con recuentos de opiniones mayoritarios intituladas con el honorificiente apelativo de democráticas, con operaciones terroristas o con promesas de bienestar material.
Es una costumbre ampliamente admitida en las naciones modernas tomar una de las lenguas de la nación, habitualmente la más extendida como lengua nacional. En cualquier caso siempre se podría argumentar que se está acudiendo a un sofisma bien conocido, que consiste en tomar la parte por el todo; “ pars pro toto” como decían los escolásticos.
Es curioso que entre muchos ejemplos nacionales , se ha elude cuidadosamente el caso suizo o por otro nombre la Confederación Helvética – mi organización predilecta en algunos aspectos- , que curiosamente tiene varias lenguas nacionales reconocidas. No pretendo comparar ese caso con el caso español, puesto que aquí no se trata de federar o confederar nada, sino sencillamente disgregar. No es la primera vez en la historia peninsular que suceden fenómenos políticos y sociales, como los que están ocurriendo ante nuestros ojos (movimiento cantonal de la 1ª república, reinos de taifas en la España musulmana)
Deliberadamente evité entrar en la cuestión de los idiomas oficiales nacionales de las naciones modernas, porque al no ser nacionalista, veo ante todo un mecanismo perverso de exclusión y división en la base de la nación moderna. Cualquiera que viva en estos momentos en la península ibérica tiene ocasión de comprobar cada día esos extremos de manera fehaciente; cosa distinta es que entienda las razones de fondo subyacientes en esta nueva ventolera de taifismo íbero-balcánico-tribal. Desde luego todo este cacao no se va a arreglar en absoluto apostando por una nación más grande, en este caso la moderna nación española surgida en de la constitución doceañista del siglo XIX. Lo más que se podría conseguir es un aplazamiento de la cuestión, que resurgiría fatalmente dentro de no demasiado tiempo.
La nación moderna carece de un principio de integración profundo, noético (derivado de nous, espíritu en griego), en contraposición a las sociedades tradicionales. En la civilización hindú, el pueblo Baratta, no necesitaba una organización política unitaria, para constituir una unidad espiritual. Algo similar se podía decir de la Hélade, aunque en está la degeneración era ya muy patente.
Solo un lenguaje espiritual crea una unidad profunda, que no precisa necesariamente de una contraparte externa. En la edad media occidental ese lenguaje se llamaba cristianismo, y el espacio político y social al que dio lugar se denominaba cristiandad. Hoy día ese lenguaje ha perdido en occidente casi totalmente –por razones complejas- la capacidad de unión noética.
Un lenguaje profano externo –inevitablemente situado en el plano de la diversidad- no puede nunca crear una verdadera integración humana, aunque se intente apuntalar con recuentos de opiniones mayoritarios intituladas con el honorificiente apelativo de democráticas, con operaciones terroristas o con promesas de bienestar material.
Denominaciones linguísticas...¿y si hablamos en cristiano?
por RES
El interminable tema de las denominaciones lingüísticas no parece tener fin, salvo para las posturas nacionalistas escuetas y elementales; así el español que afirma: la lengua de España es el español y basta; o el pretendido castellanista -que en la mayoría de los casos adoran una Pseudocastilla idealizada e ilusoria- que afirma: la razón de ser del nacionalismo castellano es la lengua castellana (supongo que también podría decir lo mismo un argentino).
Algunas observaciones al respecto.
a) No necesariamente todas las naciones modernas deben ser homologables en lo que se refiere a su lenguaje nacional. Aunque ciertamente eso es lo que se pretende desde la Revolución Francesa, no ya solo en Europa sino en todo el universo; hasta en Vietnam. Curiosamente el caso suizo no encaja en los moldes típicos de la denominación de la lengua oficial nacional, no hay un lenguaje nacional suizo, hay varios.
La formación de España como nación fue un proceso federativo de reinos, donde no se planteó en absoluto la idea de una lengua única oficial. Esto solo se planteó cuando llegó la modernidad, es decir la uniformidad y el absolutismo, al estilo franchute.
La verdadera Castilla - antaño una pequeña Suiza a no confundir con León- fue igualmente una federación de pequeñas repúblicas (tales como las comunidades de villa y tierra, behetrías y otras), donde no había una por así decir lengua oficial castellana; el lenguaje culto era el latín, en los territorios forales vascongados se hablaba una interminable serie de lenguajes vascuences distintos entre si. Y no vale ahora aplicar un criterio nacionalista lingüístico moderno y aplicarlo al pasado; antaño guste o no un oñacino (de Oñate) se sabía tan castellano como un abulense.
b) España como país periférico de Europa – atinadamente observado por Octavio Paz - no casó bien la modernidad con el centralismo, el uniformismo y el absolutismo; no experimentó las enormidades que exacerbaron el nacionalismo en diferentes naciones europeas. En Francia antes de 1914, el sentimiento nacionalista era bastante tenue, una normando se sentía normando antes que francés, lo mismo se podía decir de un auvernés, un provenzal, un borgoñón o un bretón. La primera guerra mundial exacerbó el sentido nacionalista francés frente al boche. La Alemania Guillermina, conjunto interminable de coronas, reinos, ducados, ciudades libres y otros interminables restos de organizaciones medievales, radicalizó su nacionalismo germánico frente a lo eslavo, lo latino o lo balcánico a partir de la primera guerra mundial. España estuvo fuera de aquellos fregados, nada extraño pues que el nacionalismo español sea pálido y desvaído, hasta el punto de considerar con indiferencia la propia desaparición de España.
c) La raíz última de un orden comunitario es un lenguaje del espíritu que el lenguaje escolástico denominaba “autoritas”. Esa última raíz la ha pretendido sustituir el estado moderno con más o menos fortuna por un pacto social, que entra dentro del ámbito de las opiniones subjetivas y de las emociones. Hoy día el sentimiento es la base de todos los nacionalismos, a veces justificados con apelaciones a mayorías más o menos constatables. Es curioso comprobar como en este momento de fragmentación de España, el único argumento que aportan unos y otros son de tipo emocional –derechos históricos, interminables absolutismos del pasado, aspiraciones a mejoras y comodidades materiales propias obstaculizadas por una pertenencia común forzosa, y otros etcéteras- .
d) Ese lenguaje del espíritu mencionado se ha reflejado en ocasiones en lenguajes sagrados como el sánscrito, el árabe, el avéstico, el hebreo y otros; en occidente no existen lenguas sagradas, todas las lenguas objeto de reivindicación y lucha por parte de los modernos nacionalismos son lenguas profanas. Existió antaño una lengua común –no sagrada- de cultura en el ámbito europeo que fue el latín, lengua que ni siquiera fue la primigenia lengua tradicional del cristianismo que fue la lengua griega, origen por cierto de muchas incomprensiones y desviaciones del cristianismo occidental. Ese moderno latín que es el inglés, más que lengua de cultura es lengua de comercio, de turismo o de ligues playeros.
e) Lenguas tribales muchas o lengua única universal, sin verdadera “autoritas” no hay comunidad humana con sentido. La balcanización ibérica responde a objetivos de confrontación mundial, muy por encima de las pretensiones de los pequeños partidos nacionalistas
El interminable tema de las denominaciones lingüísticas no parece tener fin, salvo para las posturas nacionalistas escuetas y elementales; así el español que afirma: la lengua de España es el español y basta; o el pretendido castellanista -que en la mayoría de los casos adoran una Pseudocastilla idealizada e ilusoria- que afirma: la razón de ser del nacionalismo castellano es la lengua castellana (supongo que también podría decir lo mismo un argentino).
Algunas observaciones al respecto.
a) No necesariamente todas las naciones modernas deben ser homologables en lo que se refiere a su lenguaje nacional. Aunque ciertamente eso es lo que se pretende desde la Revolución Francesa, no ya solo en Europa sino en todo el universo; hasta en Vietnam. Curiosamente el caso suizo no encaja en los moldes típicos de la denominación de la lengua oficial nacional, no hay un lenguaje nacional suizo, hay varios.
La formación de España como nación fue un proceso federativo de reinos, donde no se planteó en absoluto la idea de una lengua única oficial. Esto solo se planteó cuando llegó la modernidad, es decir la uniformidad y el absolutismo, al estilo franchute.
La verdadera Castilla - antaño una pequeña Suiza a no confundir con León- fue igualmente una federación de pequeñas repúblicas (tales como las comunidades de villa y tierra, behetrías y otras), donde no había una por así decir lengua oficial castellana; el lenguaje culto era el latín, en los territorios forales vascongados se hablaba una interminable serie de lenguajes vascuences distintos entre si. Y no vale ahora aplicar un criterio nacionalista lingüístico moderno y aplicarlo al pasado; antaño guste o no un oñacino (de Oñate) se sabía tan castellano como un abulense.
b) España como país periférico de Europa – atinadamente observado por Octavio Paz - no casó bien la modernidad con el centralismo, el uniformismo y el absolutismo; no experimentó las enormidades que exacerbaron el nacionalismo en diferentes naciones europeas. En Francia antes de 1914, el sentimiento nacionalista era bastante tenue, una normando se sentía normando antes que francés, lo mismo se podía decir de un auvernés, un provenzal, un borgoñón o un bretón. La primera guerra mundial exacerbó el sentido nacionalista francés frente al boche. La Alemania Guillermina, conjunto interminable de coronas, reinos, ducados, ciudades libres y otros interminables restos de organizaciones medievales, radicalizó su nacionalismo germánico frente a lo eslavo, lo latino o lo balcánico a partir de la primera guerra mundial. España estuvo fuera de aquellos fregados, nada extraño pues que el nacionalismo español sea pálido y desvaído, hasta el punto de considerar con indiferencia la propia desaparición de España.
c) La raíz última de un orden comunitario es un lenguaje del espíritu que el lenguaje escolástico denominaba “autoritas”. Esa última raíz la ha pretendido sustituir el estado moderno con más o menos fortuna por un pacto social, que entra dentro del ámbito de las opiniones subjetivas y de las emociones. Hoy día el sentimiento es la base de todos los nacionalismos, a veces justificados con apelaciones a mayorías más o menos constatables. Es curioso comprobar como en este momento de fragmentación de España, el único argumento que aportan unos y otros son de tipo emocional –derechos históricos, interminables absolutismos del pasado, aspiraciones a mejoras y comodidades materiales propias obstaculizadas por una pertenencia común forzosa, y otros etcéteras- .
d) Ese lenguaje del espíritu mencionado se ha reflejado en ocasiones en lenguajes sagrados como el sánscrito, el árabe, el avéstico, el hebreo y otros; en occidente no existen lenguas sagradas, todas las lenguas objeto de reivindicación y lucha por parte de los modernos nacionalismos son lenguas profanas. Existió antaño una lengua común –no sagrada- de cultura en el ámbito europeo que fue el latín, lengua que ni siquiera fue la primigenia lengua tradicional del cristianismo que fue la lengua griega, origen por cierto de muchas incomprensiones y desviaciones del cristianismo occidental. Ese moderno latín que es el inglés, más que lengua de cultura es lengua de comercio, de turismo o de ligues playeros.
e) Lenguas tribales muchas o lengua única universal, sin verdadera “autoritas” no hay comunidad humana con sentido. La balcanización ibérica responde a objetivos de confrontación mundial, muy por encima de las pretensiones de los pequeños partidos nacionalistas
martes, agosto 21, 2007
¿Por qué los castellanos no queremos hacernos nacionalista? Una respuesta.
Por Res
Una respuesta.... a tu angustia existencial-nacionalista o nacional-existencialista (naxi)
Me parece que formulas mal la pregunta. Si eres honesto contigo mismo lo que quieres decir en el fondo es ¿ Porqué los castellanos no nos hacemos como los catalanes, los vascos, o los gallegos, y así contar en la rebatiña de la liquidación por saldo de Ex-paña?. ¿Por qué?, ¿ Por qué?.
Para intentar entrar someramente en el asunto hay que suponer que se tiene una ligera idea de lo que es una nación constituida en sentido moderno - cuestión menos conocida de lo que a primera vista parece-. Para tocar solo un aspecto digamos que la nación moderna europea hija de la revolución francesa adoptó rápidamente el pensamiento romántico alemán expresado por Fichte: la lengua hace la nación. A partir de ahí la lengua nacional es uno de los caballos de batalla de todo nacionalismo moderno que se precie.
Da la casualidad que la constitución de España como nación moderna en 1812 moderna, estableció el castellano como lengua nacional. Por tanto en un sentido moderno el castellano ha realizado una de las aspiraciones principales del nacionalismo moderno con la creación de la España moderna.
Ya de entrada la denominación de la lengua como castellano es ambigua y bastante equívoca, al mismo tiempo que en Castilla, sin préstamos, traslados ni imposiciones, el castellano se hablaba como lengua propia - entre otras- en el Reino de Navarra, el Reino de Aragón, el señorío de Molina . Por tanto no está del todo justificado que se llame lengua castellana, se podría denominar con igual razón lengua navarro-aragonesa-castellana, lengua de los valles del Ebro tirando para arriba, ebrés, ibérico-romance u otras muchas que al parecer no han prosperado. La razón fundamental de la actual denominación sería pues debida al número y al poder político dominante según los tiempos. Es decir la fuerza coactiva, como siempre.
Por tanto hacer del castellano una especie de nacionalista al estilo catalán, vasco , gallego u otro exotismo periférico está condenado al fracaso de antemano. En realidad como fauna exótica si existen algunos elementos autodenominados nacionalistas castellanos, del éxito de su implantación da buena cuenta su implantación numérica ( examinen resultados electorales de izca, cagaleros y demás ralea). Estos últimos cometen la enorme majadería de intentar apuntalar un nacionalismo castellano en base de lengua y otras estruendosas imbecilidades, muy en la línea del nacionalismo catalán o vasco; evidentemente van de cráneo.
Todo nacionalismo moderno pretende una serie de uniformismos igualitarios, en la lengua, la ley, las tendencias políticas partidarias, los enemigos a los que hacer frente, las lealtades que mantener, los ídolos que adorar y las obediencias a seguir, que son lo más opuesto a lo que históricamente fue Castilla.
Estoy de acuerdo en que mayoritariamente el castellano ligó su suerte política a la apuesta nacional de España moderna, y esta última está en fase de liquidación como saldo de ocasión. La frase evangélica : "el cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán” (San Mateo 24;35) parece hay más cierta que nunca. Intentar ahora reanudar un nuevo nacionalismo castellano con una especie de España en pequeñito con su misma lengua oficial y todos esos elementos que perfilan una nación moderna, me parece que está condenado al fracaso; nunca segundas partes fueron buenas.
En cualquier caso la nueva constitución de nuevas micronaciones empobrecidas, sin peso decisorio alguno y a la greña entre ellas sobre el cadáver de Ex – paña me parece que es una de las metas del mundialismo, que pretende arrasar las últimas defensas gubernamentales con posibles frente al nuevo capitalismo ubicuo. En el caso de una supuesta micronación castellana, esta tendría que cumplir el papel de malvado enemigo – heredera de la España inquisitorial, tirana y retrógrado - que seria fundamento del fervor nacionalista de las muchas micronaciones por las que estaría rodeada.
Todo eso aparte de que composición étnica de la población europea no permitirá en un futuro más próximo de lo que parece el funcionamiento de los estados modernos, más que como meros fantasmas supervivientes de unos tiempos que ya no van a volver. No se que engendro sería una micronación castellana con un 80% de población procedente del altiplano andino, del Magreb, de Senegal, Mauritania, Malí, Burkina Fasso y otros países subsaharianos, más pakistaníes, chinos, hindúes, kurdos, malayos y otras etnias de imposible enumeración, en ponderación global de religión islámica mayoritaria –pacífica y tolerante donde las haya-, acaso hablando inglés como lengua de comunicación común, campos desérticos, megápolis abarrotadas, guetos culturales de precaria comunicación, paro colosal y delincuencia galopante. Ese es el posible futuro castellano por la senda micronacional. Todo lo que no sea buscar alternativas a ese engendro que se avecina es ser cómplice de ese caos, empezando por los nacionalistas o nacionaleros y sus milongas de felicidad doméstica nacional-castellana.
No me fascina el nacionalismo catalán, ni el vasco, ni el gallego ni ningún otro. Ante la desaparición de la moderna nación española aparto de mí la idea perversa de micronaciones sucesoras. Más bien se me ocurre pensar si la desaparición de España, no marca el comienzo de otras tareas nuevas: el principio del fin del estado moderno; la vuelta al origen, a lo esencial, al pacto sagrado –siempre anterior y superior a la ley-, es decir de la federación auténtica de hombres y pueblos no de estados nacionales; retornar al sentido último de la vida y a la comunidad humana que surge de ella, no a incrementar el consumo de artefactos y aumentar la renta per cápita con su lógica conclusión de reventar con presteza el globo terráqueo.
Te sugiero una solución: hazte catalán, o vasco o alguna cosa por el estilo (si te dejan), de esta forma se colmarían tus ansias nacionalistas tremendas.
Una respuesta.... a tu angustia existencial-nacionalista o nacional-existencialista (naxi)
Me parece que formulas mal la pregunta. Si eres honesto contigo mismo lo que quieres decir en el fondo es ¿ Porqué los castellanos no nos hacemos como los catalanes, los vascos, o los gallegos, y así contar en la rebatiña de la liquidación por saldo de Ex-paña?. ¿Por qué?, ¿ Por qué?.
Para intentar entrar someramente en el asunto hay que suponer que se tiene una ligera idea de lo que es una nación constituida en sentido moderno - cuestión menos conocida de lo que a primera vista parece-. Para tocar solo un aspecto digamos que la nación moderna europea hija de la revolución francesa adoptó rápidamente el pensamiento romántico alemán expresado por Fichte: la lengua hace la nación. A partir de ahí la lengua nacional es uno de los caballos de batalla de todo nacionalismo moderno que se precie.
Da la casualidad que la constitución de España como nación moderna en 1812 moderna, estableció el castellano como lengua nacional. Por tanto en un sentido moderno el castellano ha realizado una de las aspiraciones principales del nacionalismo moderno con la creación de la España moderna.
Ya de entrada la denominación de la lengua como castellano es ambigua y bastante equívoca, al mismo tiempo que en Castilla, sin préstamos, traslados ni imposiciones, el castellano se hablaba como lengua propia - entre otras- en el Reino de Navarra, el Reino de Aragón, el señorío de Molina . Por tanto no está del todo justificado que se llame lengua castellana, se podría denominar con igual razón lengua navarro-aragonesa-castellana, lengua de los valles del Ebro tirando para arriba, ebrés, ibérico-romance u otras muchas que al parecer no han prosperado. La razón fundamental de la actual denominación sería pues debida al número y al poder político dominante según los tiempos. Es decir la fuerza coactiva, como siempre.
Por tanto hacer del castellano una especie de nacionalista al estilo catalán, vasco , gallego u otro exotismo periférico está condenado al fracaso de antemano. En realidad como fauna exótica si existen algunos elementos autodenominados nacionalistas castellanos, del éxito de su implantación da buena cuenta su implantación numérica ( examinen resultados electorales de izca, cagaleros y demás ralea). Estos últimos cometen la enorme majadería de intentar apuntalar un nacionalismo castellano en base de lengua y otras estruendosas imbecilidades, muy en la línea del nacionalismo catalán o vasco; evidentemente van de cráneo.
Todo nacionalismo moderno pretende una serie de uniformismos igualitarios, en la lengua, la ley, las tendencias políticas partidarias, los enemigos a los que hacer frente, las lealtades que mantener, los ídolos que adorar y las obediencias a seguir, que son lo más opuesto a lo que históricamente fue Castilla.
Estoy de acuerdo en que mayoritariamente el castellano ligó su suerte política a la apuesta nacional de España moderna, y esta última está en fase de liquidación como saldo de ocasión. La frase evangélica : "el cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán” (San Mateo 24;35) parece hay más cierta que nunca. Intentar ahora reanudar un nuevo nacionalismo castellano con una especie de España en pequeñito con su misma lengua oficial y todos esos elementos que perfilan una nación moderna, me parece que está condenado al fracaso; nunca segundas partes fueron buenas.
En cualquier caso la nueva constitución de nuevas micronaciones empobrecidas, sin peso decisorio alguno y a la greña entre ellas sobre el cadáver de Ex – paña me parece que es una de las metas del mundialismo, que pretende arrasar las últimas defensas gubernamentales con posibles frente al nuevo capitalismo ubicuo. En el caso de una supuesta micronación castellana, esta tendría que cumplir el papel de malvado enemigo – heredera de la España inquisitorial, tirana y retrógrado - que seria fundamento del fervor nacionalista de las muchas micronaciones por las que estaría rodeada.
Todo eso aparte de que composición étnica de la población europea no permitirá en un futuro más próximo de lo que parece el funcionamiento de los estados modernos, más que como meros fantasmas supervivientes de unos tiempos que ya no van a volver. No se que engendro sería una micronación castellana con un 80% de población procedente del altiplano andino, del Magreb, de Senegal, Mauritania, Malí, Burkina Fasso y otros países subsaharianos, más pakistaníes, chinos, hindúes, kurdos, malayos y otras etnias de imposible enumeración, en ponderación global de religión islámica mayoritaria –pacífica y tolerante donde las haya-, acaso hablando inglés como lengua de comunicación común, campos desérticos, megápolis abarrotadas, guetos culturales de precaria comunicación, paro colosal y delincuencia galopante. Ese es el posible futuro castellano por la senda micronacional. Todo lo que no sea buscar alternativas a ese engendro que se avecina es ser cómplice de ese caos, empezando por los nacionalistas o nacionaleros y sus milongas de felicidad doméstica nacional-castellana.
No me fascina el nacionalismo catalán, ni el vasco, ni el gallego ni ningún otro. Ante la desaparición de la moderna nación española aparto de mí la idea perversa de micronaciones sucesoras. Más bien se me ocurre pensar si la desaparición de España, no marca el comienzo de otras tareas nuevas: el principio del fin del estado moderno; la vuelta al origen, a lo esencial, al pacto sagrado –siempre anterior y superior a la ley-, es decir de la federación auténtica de hombres y pueblos no de estados nacionales; retornar al sentido último de la vida y a la comunidad humana que surge de ella, no a incrementar el consumo de artefactos y aumentar la renta per cápita con su lógica conclusión de reventar con presteza el globo terráqueo.
Te sugiero una solución: hazte catalán, o vasco o alguna cosa por el estilo (si te dejan), de esta forma se colmarían tus ansias nacionalistas tremendas.
sábado, agosto 18, 2007
Himno de Segovia
Voces de Gesta, la historia canta,
también un himno bello y cordial,
por la Segovia, guerrera y Santa,
que dio las rosas, que dio las rosas de su rosal.(BIS)
Guardo el Alcázar como un joyel,
y a la princesa, dulce y sencilla
y fue una tarde cuando Segovia gritó: ¡Castilla!
por la princesa, por la princesa Doña Isabel.(BIS)
Los Comuneros, cuando abatido fue su pendón,
supieron darle al pueblo su corazón,
y ante el cadalso, a flor de labios una oración
y así murieron, dando sus cuellos a la traición.(BIS)
Porque Segovia, como es Castilla,
hizo a sus hombres y los gastó.
también un himno bello y cordial,
por la Segovia, guerrera y Santa,
que dio las rosas, que dio las rosas de su rosal.(BIS)
Guardo el Alcázar como un joyel,
y a la princesa, dulce y sencilla
y fue una tarde cuando Segovia gritó: ¡Castilla!
por la princesa, por la princesa Doña Isabel.(BIS)
Los Comuneros, cuando abatido fue su pendón,
supieron darle al pueblo su corazón,
y ante el cadalso, a flor de labios una oración
y así murieron, dando sus cuellos a la traición.(BIS)
Porque Segovia, como es Castilla,
hizo a sus hombres y los gastó.
lunes, agosto 13, 2007
In memoriam . Gaudencio Hernández (Diario de Ávila domingo 12 de agosto 2007)
Falleció en Ginebra el miércoles 8 de agosto de 2007 Gaudencio Hernández, colaborador habitual en el espacio Tribuna Libre del Diario de Ávila - algunos de los cuales se han reproducido en este blog - abrió una ventana a los abulenses para dar a conocer las singularidades de la política suiza, esa gran desconocida en el ámbito mundial.
Gaudencio Hernández fue licenciado en Letras, residió en Ginebra, Suiza, donde ejerció como Asistente Social y Profesor de Español. Prolífero escritor que en todos sus libros nos deja la huella de algunos retazos de su vida, deleitándonos con su lectura y reflexionando sobre los problemas acuciantes de nuestro tiempo. Entre sus libros están: Tormenta en Gredos -Premio Platero del Club del libro español de las Naciones Unidad de Ginebra-: Ávila, pícaros y santos y Mis cuatro gracias.
Otros títulos publicados:
El otro.
Silvia. Una española en Ginebra.
Diálogos con el Sr. Ibarretxe.
Los judíos y nosotros.
El otro. El reverso del ser. Una nueva filosofía.
Historias de amor
"La Revista, para leer en verano" ofrece, a modo de homenaje, un relato inédito del escritor abulense Gaudencio Hernández –San Juan del Olmo-, fallecido el pasado miércoles en Ginebra, y colaborador habitual de Diario de Ávila'. En la foto, con unas flores en la mano, acompañado de un amigo en visita reciente ala Sierra de Ávila, su paisaje natal.
Cecilia , melodía callada
por Gaudencio.Hemández
Diario de Ávila domingo 12 de agosto de 2007
Cecilia pasó ligera por mi vida como una sonata de Mozart. Todo en ella es musica, melodía, viento que silba en la tarde. La ópera La Flauta Mágica, también de Mozart, se encarna en ella y entonces- corre, vuela, se me escapa de las manos. Es melodía inmaterial, celeste; a veces quiero cogerla en mis brazos y se va, se va por los aires tocando su flauta. ¡Qué poder el de su músícá! No sólo la que sale de su piano, sino la que vibra en el fondo de su alma. Cecilia, cuando toca, cuando cuando oye, cuando siente Mozart en el fondo de su alma, es tal la transformación que se opera en ella que uno no sabe si es real, de carne y hueso, si es música sonora, sueño, encantado o espíritu celeste. Pero, eso sí, entonces es deseo; el más puro deseo que sale de su corazón, que sale del mío.
Otras veces tocando, escuchando los Dichterliebe (Amores del Poeta) de Schumann, la veo venir hacia mí, tomarme de la mano, llevarme al campo y perdernos entre flores y árboles, entre s torrentes y rocas de granito. El amor sube, sube ama encendida, nos envuelve a los dos , nos quema, nos abrasa. Todo en ella se hace fuego, deseo, pasión. La tarde, el crepúsculo nos
cubre con su manto rojo y el viento, la brisa nos lleva abrazados, fundidos en uno, por caminos de ensueño. Volvemos a desandar el camino. Las estrellas de la noche cantan a coro un Dichterliebe. Nosotros las escuchamos embelesados.
A veces, Cecilia se pone a tocar al piano los 24 Preludios de Chopin. Son veinticuatro ninfas, beldades que pasan en procesión ante mis ojos, Vive, se encarna en cada uno de ellos y como en
En un caleidoscopio voy viendo pasar ante mí a Cecilia transformada en veinticuatro beldades diferentes: alegre, graciosa, sonriente, rubia, morena, pálida, rosa temprana, manzana reineta, tizón encendido, nieve pálida, agua que sacia mí sed.,. ¡Qué misterio! ¡Qué placer poder gustar, experimentar, amar y desear 24 mujeres en una sola!
Pero Cecilia ama, adora a Beethoven. Su música levanta torbellinos, torrentes dé lava, dulzura infinita de mar en calma, gritos de rebelión salvaje, temblores y angustias de muerte, ansias de eternidad, de vivir y pervivir, El Quatuor op. 131, me dice, «es música más sublime.', más profunda, más filosófica que jamás se ha escrito; es una de las últimas obras que escribió , su testamento. Para mí es una pieza dura, apenas penetro en ella». Al escucharla, yo la veo entrar en su interior, temblar con espasmos de muerte, explotar en encanto de vida y esperanza. Cuando escucha a Beethoven, Cecilia deja este mundo, se adentra en ella misma, y como sí entrara en tránsito, en un sueño, se va transformando en poesía, en drama, en coro de ángeles, en grito de revolucionarios, en vida y muerte, en fuego, sobre todo en fuego. Jamás con música alguna la siento tan radicalmente transformada: la música la llega, le arrebata las entrañas.
Ella es entonces para mí deseo absoluto.. fuego qué me devora vendaval que me, lleva, al horizonte de la vida y la muerte, instante sublime, música callada del amor, del orgasmo que funde dos almas en una.
«Ven», me dice en la noche callada, con el cielo cargado de estrellas, «ven que escuchemos a Falla. La magia del amor sólo se siente en la noche escuchando, bailando, la Canción del fuego fatuo de El amor brujo. Siento sus ojos brillar corno centellas; se clavan en mí, me llegan al alma. Sus brazos dan vueltas como. palomas en la Plaza de San Marcos. Sus piernas saltan en torno al fuego, como sátiros en noche de San Juan. Todo en ella tiembla, arde, corre y gira . En la noche estrellada se duerme en mis brazos, escuchando el último acordé, del último zapateado de la "Danza del Fuego».
Cecilia es, como dice Juan de Yepes, « música callada, soledad sonora»..
Gaudencio Hernández fue licenciado en Letras, residió en Ginebra, Suiza, donde ejerció como Asistente Social y Profesor de Español. Prolífero escritor que en todos sus libros nos deja la huella de algunos retazos de su vida, deleitándonos con su lectura y reflexionando sobre los problemas acuciantes de nuestro tiempo. Entre sus libros están: Tormenta en Gredos -Premio Platero del Club del libro español de las Naciones Unidad de Ginebra-: Ávila, pícaros y santos y Mis cuatro gracias.
Otros títulos publicados:
El otro.
Silvia. Una española en Ginebra.
Diálogos con el Sr. Ibarretxe.
Los judíos y nosotros.
El otro. El reverso del ser. Una nueva filosofía.
Historias de amor
"La Revista, para leer en verano" ofrece, a modo de homenaje, un relato inédito del escritor abulense Gaudencio Hernández –San Juan del Olmo-, fallecido el pasado miércoles en Ginebra, y colaborador habitual de Diario de Ávila'. En la foto, con unas flores en la mano, acompañado de un amigo en visita reciente ala Sierra de Ávila, su paisaje natal.
Cecilia , melodía callada
por Gaudencio.Hemández
Diario de Ávila domingo 12 de agosto de 2007
Cecilia pasó ligera por mi vida como una sonata de Mozart. Todo en ella es musica, melodía, viento que silba en la tarde. La ópera La Flauta Mágica, también de Mozart, se encarna en ella y entonces- corre, vuela, se me escapa de las manos. Es melodía inmaterial, celeste; a veces quiero cogerla en mis brazos y se va, se va por los aires tocando su flauta. ¡Qué poder el de su músícá! No sólo la que sale de su piano, sino la que vibra en el fondo de su alma. Cecilia, cuando toca, cuando cuando oye, cuando siente Mozart en el fondo de su alma, es tal la transformación que se opera en ella que uno no sabe si es real, de carne y hueso, si es música sonora, sueño, encantado o espíritu celeste. Pero, eso sí, entonces es deseo; el más puro deseo que sale de su corazón, que sale del mío.
Otras veces tocando, escuchando los Dichterliebe (Amores del Poeta) de Schumann, la veo venir hacia mí, tomarme de la mano, llevarme al campo y perdernos entre flores y árboles, entre s torrentes y rocas de granito. El amor sube, sube ama encendida, nos envuelve a los dos , nos quema, nos abrasa. Todo en ella se hace fuego, deseo, pasión. La tarde, el crepúsculo nos
cubre con su manto rojo y el viento, la brisa nos lleva abrazados, fundidos en uno, por caminos de ensueño. Volvemos a desandar el camino. Las estrellas de la noche cantan a coro un Dichterliebe. Nosotros las escuchamos embelesados.
A veces, Cecilia se pone a tocar al piano los 24 Preludios de Chopin. Son veinticuatro ninfas, beldades que pasan en procesión ante mis ojos, Vive, se encarna en cada uno de ellos y como en
En un caleidoscopio voy viendo pasar ante mí a Cecilia transformada en veinticuatro beldades diferentes: alegre, graciosa, sonriente, rubia, morena, pálida, rosa temprana, manzana reineta, tizón encendido, nieve pálida, agua que sacia mí sed.,. ¡Qué misterio! ¡Qué placer poder gustar, experimentar, amar y desear 24 mujeres en una sola!
Pero Cecilia ama, adora a Beethoven. Su música levanta torbellinos, torrentes dé lava, dulzura infinita de mar en calma, gritos de rebelión salvaje, temblores y angustias de muerte, ansias de eternidad, de vivir y pervivir, El Quatuor op. 131, me dice, «es música más sublime.', más profunda, más filosófica que jamás se ha escrito; es una de las últimas obras que escribió , su testamento. Para mí es una pieza dura, apenas penetro en ella». Al escucharla, yo la veo entrar en su interior, temblar con espasmos de muerte, explotar en encanto de vida y esperanza. Cuando escucha a Beethoven, Cecilia deja este mundo, se adentra en ella misma, y como sí entrara en tránsito, en un sueño, se va transformando en poesía, en drama, en coro de ángeles, en grito de revolucionarios, en vida y muerte, en fuego, sobre todo en fuego. Jamás con música alguna la siento tan radicalmente transformada: la música la llega, le arrebata las entrañas.
Ella es entonces para mí deseo absoluto.. fuego qué me devora vendaval que me, lleva, al horizonte de la vida y la muerte, instante sublime, música callada del amor, del orgasmo que funde dos almas en una.
«Ven», me dice en la noche callada, con el cielo cargado de estrellas, «ven que escuchemos a Falla. La magia del amor sólo se siente en la noche escuchando, bailando, la Canción del fuego fatuo de El amor brujo. Siento sus ojos brillar corno centellas; se clavan en mí, me llegan al alma. Sus brazos dan vueltas como. palomas en la Plaza de San Marcos. Sus piernas saltan en torno al fuego, como sátiros en noche de San Juan. Todo en ella tiembla, arde, corre y gira . En la noche estrellada se duerme en mis brazos, escuchando el último acordé, del último zapateado de la "Danza del Fuego».
Cecilia es, como dice Juan de Yepes, « música callada, soledad sonora»..
jueves, agosto 09, 2007
VIVIIR EN SEGOVIA. Carlos Arnanz Ruiz
VIVIR EN SEGOVIA
El anónimo autor del POEMA DE FERNÁN GONZÁLEZ
no repara en proclamar que “de toda Spanna Castyella es mejor”
y dentro de Castyella “la Montanna” (de Burgos), es decir:
Santander.
Habitante de la Aldea Global pero avecindado en Segovia y a
diferencia del autor citado, afirmo que “de toda Castilla,
Segovia es mejor”; preferencia debida más a razones subjetivas
que a la querencia de cuna en que presumiblemente coincidimos
ambos.
Vivir en Segovia ha sido para mí y lo sigue siendo, un suceso
trascendente. Segovia es mejor porque así lo he decidido en un
deliberado ejercicio de libertad coherente con el significado de
mi propio nombre Carlos, del germánico Karl, hombre libre.
Debo subrayar, sin embargo, que mi nacimiento en Segovia
fue fortuito (pudo ser en Madrid donde vivía mi abuela
materna), aunque en esta ciudad y en otros lugares de su
provincia vieran la luz antes que yo mis padres, mis abuelos y
un largo etcétera que se retrotrae a varios siglos.
Vivir en Segovia me ha deparado alegrías y penas. La mayor
de las alegrías, pertenecer a una colectividad de muy honda
raigambre histórica como es Castilla y de la que Segovia forma
parte. Precisamente en la mayor creación que llevó a cabo esta
comunidad y cual es su propia lengua, escribo estas líneas que
brotan sentidas, sinceras y un tanto apasionadas.
La mayor de las tristezas, ver a Castilla ay con ella a Segovia,
sumidas en una formidable ceremonia de la confusión en la que
interesados oficiantes reiteran disparatados señuelos que se
disuelven en su propia falsedad.
La entronización del esperpento podría ser hasta divertida de
no estar en peligro la desaparición de uno de los pueblos, el
castellano, mas significativos de España y aun de Europa. Y
mientras que con mejor o peor acierto caminan hacia el futuro
los demás pueblos de España, Castilla y con ella Segovia, se
aprecian trastabilladas y lo que es peor, fragmentadas y mudas,
víctimas de su propia amnesia.
Sobre las cabezas de los castellanos planean flagrantes
condenas que hipotecan no ya su presente, sino también su
futuro. La cultura castellana sumida en amalgamas bien
dispares, propende a disiparse hasta el punto de que ya no se
dice castellano a nuestra lengua, sino español.
Vivir en Segovia me permite asistir atónito a la dócil
sumisión de los castellanos en numerosos aspectos que
dependen de unas estructuras oligárquicas que han
desnaturalizado el sentido de sus tradicionales libertades que
tanto tuvieron que ver con la lucha contra la injusticia, el
desafuero o la iniquidad.
El panorama no puede ser más desolador. Vivir en Segovia
lleva implícito morir en Segovia. Cualquier segoviano
consciente detecta al instante la desorientación de esta provincia
en una región inventada que ni es León ni es Castilla y en la que
fue metida, no se olvide, a la fuerza.
El pesimismo y la ignorancia hacen que del árbol caído otros
hagan leña. Y devaluada la verdadera personalidad del pueblo
castellano en general y del segoviano en particular, permítaseme
pensar a gritos en la creencia de que estos difícilmente van a ser
escuchados.
C.A.R.
El anónimo autor del POEMA DE FERNÁN GONZÁLEZ
no repara en proclamar que “de toda Spanna Castyella es mejor”
y dentro de Castyella “la Montanna” (de Burgos), es decir:
Santander.
Habitante de la Aldea Global pero avecindado en Segovia y a
diferencia del autor citado, afirmo que “de toda Castilla,
Segovia es mejor”; preferencia debida más a razones subjetivas
que a la querencia de cuna en que presumiblemente coincidimos
ambos.
Vivir en Segovia ha sido para mí y lo sigue siendo, un suceso
trascendente. Segovia es mejor porque así lo he decidido en un
deliberado ejercicio de libertad coherente con el significado de
mi propio nombre Carlos, del germánico Karl, hombre libre.
Debo subrayar, sin embargo, que mi nacimiento en Segovia
fue fortuito (pudo ser en Madrid donde vivía mi abuela
materna), aunque en esta ciudad y en otros lugares de su
provincia vieran la luz antes que yo mis padres, mis abuelos y
un largo etcétera que se retrotrae a varios siglos.
Vivir en Segovia me ha deparado alegrías y penas. La mayor
de las alegrías, pertenecer a una colectividad de muy honda
raigambre histórica como es Castilla y de la que Segovia forma
parte. Precisamente en la mayor creación que llevó a cabo esta
comunidad y cual es su propia lengua, escribo estas líneas que
brotan sentidas, sinceras y un tanto apasionadas.
La mayor de las tristezas, ver a Castilla ay con ella a Segovia,
sumidas en una formidable ceremonia de la confusión en la que
interesados oficiantes reiteran disparatados señuelos que se
disuelven en su propia falsedad.
La entronización del esperpento podría ser hasta divertida de
no estar en peligro la desaparición de uno de los pueblos, el
castellano, mas significativos de España y aun de Europa. Y
mientras que con mejor o peor acierto caminan hacia el futuro
los demás pueblos de España, Castilla y con ella Segovia, se
aprecian trastabilladas y lo que es peor, fragmentadas y mudas,
víctimas de su propia amnesia.
Sobre las cabezas de los castellanos planean flagrantes
condenas que hipotecan no ya su presente, sino también su
futuro. La cultura castellana sumida en amalgamas bien
dispares, propende a disiparse hasta el punto de que ya no se
dice castellano a nuestra lengua, sino español.
Vivir en Segovia me permite asistir atónito a la dócil
sumisión de los castellanos en numerosos aspectos que
dependen de unas estructuras oligárquicas que han
desnaturalizado el sentido de sus tradicionales libertades que
tanto tuvieron que ver con la lucha contra la injusticia, el
desafuero o la iniquidad.
El panorama no puede ser más desolador. Vivir en Segovia
lleva implícito morir en Segovia. Cualquier segoviano
consciente detecta al instante la desorientación de esta provincia
en una región inventada que ni es León ni es Castilla y en la que
fue metida, no se olvide, a la fuerza.
El pesimismo y la ignorancia hacen que del árbol caído otros
hagan leña. Y devaluada la verdadera personalidad del pueblo
castellano en general y del segoviano en particular, permítaseme
pensar a gritos en la creencia de que estos difícilmente van a ser
escuchados.
C.A.R.
sábado, agosto 04, 2007
Pertenencias múltiples, diversas e irreductibles ,no pertenencias nacionales
por RES
Conviene aclara algunos extremos.
1ª De una manera rigurosa – que no tengo la menor intención de pormenorizar aquí- tradición no significa pasado, ni siquiera origen sino más bien intemporal y eterno; soy consciente de que esto no es un lenguaje fácilmente accesible en la actualidad. Es decir el que verdaderamente se adhiere a la tradición no sigue a los antiguos sino que busca lo que los antiguos buscaban. Una cosa es aprender del medievo y otra cosa es su imposible resurrección.
2º La moderna uniformización del estado moderno ha sido la antesala de la uniformización robótica mundialista, con toda la enorme pérdida de diversidades de todo tipo, difícilmente recuperables. La gestación de la nación moderna y el correspondiente nacionalismo moderno ha producido y sigue produciendo una cantidad tal, de sangre, atropellos, muertes y crímenes millonarios, violencias inauditas y guerras feroces como ninguno de los episodios que se recuerdan desde la aparición del ser un humano sobre el globo terrestre; por lo tanto no veo con alborozo la perpetuación de semejante orden político bajo el adjetivo vagamente honorificiente de que se trata nada menos que de la modernidad, y que por tanto ser nacionalista es algo así como un título de orgullo. Nación y confrontación, nación y guerra, nación y empobrecimiento vital de todo tipo son términos inseparables. Parece que la consigna es: desaparezcamos en nuestras irrepetibles singularidades para sobrevivir (obviamente no como posibles castellanos de ahora sino como vagabundos de un chato mundialismo).
3ª La igualdad formal externa que propugnaba el viejo lema de la revolución francesa, carece del menor sentido sino es precisamente para estimular al máximo la inimitable singularidad interna. Otra cosa es que se pretenda una sociedad cuartelaria (presente en nuestra memoria el comunismo soviético), o el corral de borregos.
4º El nacionalismo moderno constriñe y condiciona las pertenencias múltiples, diversas e irreductibles del ciudadano. Los zarpullidos agudos de nacionalismo periférico en la península ibérica son muy instructivos en ese sentido. El hombre tiene pertenencias múltiples que no es lícito castrar con nacionalismos de vario pelaje. Un hombre es parte de una familia, miembro de concejos varios: locales, vecinales, municipales, ragionales, nacionales, continentales; partícipe de asociaciones profesionales, culturales, miembro de de una organización de dimensión espiritual (cada vez menos), perteneciente a una región (Castilla), luego a un reino (en otras épocas eso era España) o nación, a una organización continental que es el origen del despliegue de una civilización (eso fue antaño Europa, pero mientras no se bombee y achique el nacionalismo es difícil que se recupere esa función). Todo eso por no hablar de la patria que supone un amor, una obra maestra , o un momente de rapto nouménico.
La base del error político moderno es intentar castrar las posibilidades humanas con el nacionalismo.
Conviene aclara algunos extremos.
1ª De una manera rigurosa – que no tengo la menor intención de pormenorizar aquí- tradición no significa pasado, ni siquiera origen sino más bien intemporal y eterno; soy consciente de que esto no es un lenguaje fácilmente accesible en la actualidad. Es decir el que verdaderamente se adhiere a la tradición no sigue a los antiguos sino que busca lo que los antiguos buscaban. Una cosa es aprender del medievo y otra cosa es su imposible resurrección.
2º La moderna uniformización del estado moderno ha sido la antesala de la uniformización robótica mundialista, con toda la enorme pérdida de diversidades de todo tipo, difícilmente recuperables. La gestación de la nación moderna y el correspondiente nacionalismo moderno ha producido y sigue produciendo una cantidad tal, de sangre, atropellos, muertes y crímenes millonarios, violencias inauditas y guerras feroces como ninguno de los episodios que se recuerdan desde la aparición del ser un humano sobre el globo terrestre; por lo tanto no veo con alborozo la perpetuación de semejante orden político bajo el adjetivo vagamente honorificiente de que se trata nada menos que de la modernidad, y que por tanto ser nacionalista es algo así como un título de orgullo. Nación y confrontación, nación y guerra, nación y empobrecimiento vital de todo tipo son términos inseparables. Parece que la consigna es: desaparezcamos en nuestras irrepetibles singularidades para sobrevivir (obviamente no como posibles castellanos de ahora sino como vagabundos de un chato mundialismo).
3ª La igualdad formal externa que propugnaba el viejo lema de la revolución francesa, carece del menor sentido sino es precisamente para estimular al máximo la inimitable singularidad interna. Otra cosa es que se pretenda una sociedad cuartelaria (presente en nuestra memoria el comunismo soviético), o el corral de borregos.
4º El nacionalismo moderno constriñe y condiciona las pertenencias múltiples, diversas e irreductibles del ciudadano. Los zarpullidos agudos de nacionalismo periférico en la península ibérica son muy instructivos en ese sentido. El hombre tiene pertenencias múltiples que no es lícito castrar con nacionalismos de vario pelaje. Un hombre es parte de una familia, miembro de concejos varios: locales, vecinales, municipales, ragionales, nacionales, continentales; partícipe de asociaciones profesionales, culturales, miembro de de una organización de dimensión espiritual (cada vez menos), perteneciente a una región (Castilla), luego a un reino (en otras épocas eso era España) o nación, a una organización continental que es el origen del despliegue de una civilización (eso fue antaño Europa, pero mientras no se bombee y achique el nacionalismo es difícil que se recupere esa función). Todo eso por no hablar de la patria que supone un amor, una obra maestra , o un momente de rapto nouménico.
La base del error político moderno es intentar castrar las posibilidades humanas con el nacionalismo.