por RES
Es una costumbre ampliamente admitida en las naciones modernas tomar una de las lenguas de la nación, habitualmente la más extendida como lengua nacional. En cualquier caso siempre se podría argumentar que se está acudiendo a un sofisma bien conocido, que consiste en tomar la parte por el todo; “ pars pro toto” como decían los escolásticos.
Es curioso que entre muchos ejemplos nacionales , se ha elude cuidadosamente el caso suizo o por otro nombre la Confederación Helvética – mi organización predilecta en algunos aspectos- , que curiosamente tiene varias lenguas nacionales reconocidas. No pretendo comparar ese caso con el caso español, puesto que aquí no se trata de federar o confederar nada, sino sencillamente disgregar. No es la primera vez en la historia peninsular que suceden fenómenos políticos y sociales, como los que están ocurriendo ante nuestros ojos (movimiento cantonal de la 1ª república, reinos de taifas en la España musulmana)
Deliberadamente evité entrar en la cuestión de los idiomas oficiales nacionales de las naciones modernas, porque al no ser nacionalista, veo ante todo un mecanismo perverso de exclusión y división en la base de la nación moderna. Cualquiera que viva en estos momentos en la península ibérica tiene ocasión de comprobar cada día esos extremos de manera fehaciente; cosa distinta es que entienda las razones de fondo subyacientes en esta nueva ventolera de taifismo íbero-balcánico-tribal. Desde luego todo este cacao no se va a arreglar en absoluto apostando por una nación más grande, en este caso la moderna nación española surgida en de la constitución doceañista del siglo XIX. Lo más que se podría conseguir es un aplazamiento de la cuestión, que resurgiría fatalmente dentro de no demasiado tiempo.
La nación moderna carece de un principio de integración profundo, noético (derivado de nous, espíritu en griego), en contraposición a las sociedades tradicionales. En la civilización hindú, el pueblo Baratta, no necesitaba una organización política unitaria, para constituir una unidad espiritual. Algo similar se podía decir de la Hélade, aunque en está la degeneración era ya muy patente.
Solo un lenguaje espiritual crea una unidad profunda, que no precisa necesariamente de una contraparte externa. En la edad media occidental ese lenguaje se llamaba cristianismo, y el espacio político y social al que dio lugar se denominaba cristiandad. Hoy día ese lenguaje ha perdido en occidente casi totalmente –por razones complejas- la capacidad de unión noética.
Un lenguaje profano externo –inevitablemente situado en el plano de la diversidad- no puede nunca crear una verdadera integración humana, aunque se intente apuntalar con recuentos de opiniones mayoritarios intituladas con el honorificiente apelativo de democráticas, con operaciones terroristas o con promesas de bienestar material.
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