viernes, abril 12, 2013

Castilla, El País Vascongado, Navarra y Aragón 2ª Parte (Luis Carretero Nieva)


Antes de avanzar más en la exposición de las vici-

situdes por que ha atravesado la nacionalidad caste-

llana, observemos algunas dificultades que nos pue-

den estorbar en nuestra marcha. Las más importantes

las vamos a encontrar en la historia clásica, y más

concretamente en los historiadores. Son las mismas

que indica el eminente historiador francés Seignobos

en la introducción de una de sus obras más divulga-

das (61). La estimación del lugar social que ocupan,

convida a los cronistas de siglos pasados a considerar-

se ligados a las clases dominantes, creencia que les

hace pensar, como obligación patriótica, en la nece-

sidad de mantener la dirección del país en manos de

las aristocracias tradicionales, lo que exige que tales

aristocracias parezcan como connaturales con la na-

ción, y por tanto que la monarquía renacida en Co-

vadonga sea aceptada como directora indiscutible de

una empresa del pueblo español en consecución de su

independencia. Presentan así al estado creado por los

godos como nutrido de sustancia española y atento

al servicio del pueblo y de las aspiraciones naciona-

 

LUIS CARRETERO Y NIEVA 112

 

les. Para defender la supuesta condición hispana de

la dinastía neogótica, señalan a veces, en contraste,

como extranjera a la casa de Austria, creadora del

absolutismo y de la intransigencia religiosa. Pero el

extranjerismo de la casa de Austria no quita el ca-

rácter extranjero a las dinastías antecesoras. Ni la

casa de Austria había ideado la monarquía absoluta,

que ya estaba concebida en las Partidas, y habían tra-

tado de establecer los reyes desde Alfonso XI hasta

Isabel 1; ni entabló por primera vez la lucha contra

las instituciones forales de carácter popular, ya ataca-

das de antiguo; ni introdujo la Inquisición, que ya

había establecido Isabel la Católica; ni entremetió

al clero en la gobernación del país, que siempre estu-

vo dentro en el reino de León, e inició su intromisión

en Castilla desde la venida de los clunicenses. Lo que

sí es cierto es que nuestra democracia tradicional es

española y que las fuerzas que realizaron su destruc-

ción nos han llegado de Europa.

Claro es que, para hacer ver este acomodo de la

monarquía al país, estorba el recuerdo de la demo-

cracia castellana; y para borrar este recuerdo es muy

útil contar una tradición falsa; así, unos por errores

que les han sido imbuidos y otros porque la mentira

se acomoda a sus conveniencias han metido en la con-

ciencia nacional dos falsedades históricas: la de que

al quedar en una sola cabeza las coronas de León y

Castilla se habían fundido los dos estados y los dos

pueblos; y la de que Castilla había tomado sobre sí

la tarea de crear el Estado español y la nación unita-

ria española; lo que quiere decir, ya que la corona es

común a los estados de León y Castilla, que los re-

yes habían abandonado la tradición y los criterios po-

líticos extranjeros de la monarquía neogótica –sal-

vadora de España- para adoptar la tradición políti-

ca, la constitución interna, la estructura económica y

los criterios sociales del pueblo castellano.          

La falsificación ha llegado al extremo de colocar

el centro nervioso del pensamiento y la voluntad cas-

tellanos en la Tierra de Campos, los antiguos Campos

Góticos; país de origen no castellano y de tradición

leonesa que no ha tomado de Castilla más que la

lengua y el nombre, impropia y generalmente apli-

cado; cuna de unos grupos caciquiles que sustentan

el ideal del unitarismo centralista, mismo que Castilla

repudió al proclamar su independencia, que se consi-

deran los definidores de España y creen que sus cri-

terios deben ser aceptados y obedecidos por todos los

españoles. Estos grupos han estado dirigidos por unos

hombres que, si bien han sido motejados de torpes

y burdos, han demostrado, por el contrario, tal des-

treza política que, unas veces con el pretexto de las

autonomías regionales y otras con el de la reforma

agraria, pusieron a la II República española en más

de un aprieto, e indujeron a un eminente republicano

a componer un discurso tan nutrido y adornado de 

 

LUIS CARRETERO Y NIEVA 114

 

bellezas literarias como desacertado en materia polí-

tica e incongruente con la historia de Castilla.

A todo esto la confusión anda a la orden del día

en los libros de divulgación histórica. No distinguen

una comunidad de un municipio; confunden. el con-

cejo, órgano rector, con el municipio y la comuni-

dad, cosas regidas; una institución que es de León o

de Castilla la hacen común a. ambos países; mientras

que caracteres e instituciones que son comunes a Cas-

tilla y al País vascongado los presentan como exclu-

sivos de éste, con lo cual el régimen democrático de

los vascos aparece como simple reliquia de una orga-

nización primitiva, olvidada en un pequeño rincón

geográfico, sin trascendencia histórica, completamen-

te inadecuada para la vida de pueblos más avanza ..

dos y sin interés alguno para la organización de los

modernos estados. Así las cosas, la historia de Cas-

tilla se encuentra en gran parte por escribir, pero

puede hacerse, porque en los últimos años se han

publicado importantes trabajos de investigadores se-

rios (63) Y todavía queda en los archivos documen-

tación muy interesante y enseñadora para el mejor

conocimiento de sucesos e instituciones. El estudio

somero de la antigua Comunidad de Segovia, y el

examen de unos cuantos documentos, segovianos en

su mayoría, y su cotejo con hechos conocidos, nos

han llevado a una visión de Castilla y de su histo-

ria muy en desacuerdo con la que generalmente se

tiene de ellas.

Veamos cómo Castilla sigue apegada a sus tradi-

ciones democráticas y autonómicas y cómo mantiene

este espíritu a través de los tiempos. En el alzamien-

to que general e impropiamente se llama de Ios "co-

muneros de Castilla" y que algunos autores llaman

de los "populares" tenemos buenas pruebas. Para

unos, este alzamiento es una aspiración nacionalista;

para otros, es un movimiento social; para el de más

allá un estallido de contiendas entre nobles. Todo

este enredo es, en parte, el resultado de confundir

países, pueblos e instituciones.

Ferrer del Río tiene escrito un párrafo que co-

piamos porque nos ayuda a comprender este confuso

acontecimiento: "Sin que redundara en provecho de

ellas (dice, refiriéndose a las comunidades castella-

nas) hubo además trastornos en Galicia. Badajoz y

Cáceres se agitaron también por aquel tiempo; mas

como el elemento popular estaba poco desarrollado en

Extremadura, su levantamiento vino a ser una lucha

entre nobles; 10 mismo que en Andalucía, donde

Úbeda, Jaén, Baeza y Sevilla fueron teatro de san-

grientas escenas promovidas por los bandos de Car-

vajales y Benavides, de Ponces de León y Guzmanes.

Ningún apoyo directo sacaron las ciudades castella-

nas de la convulsión de las poblaciones extremeñas

y andaluzas, tampoco salió de ella robustecido el

 

LUIS CARRETERO Y NIEVA  116

 

poder del trono, porque en los disturbios de los mag-

nates no se trataba de obedecer, sino de quién ha-

bía de mandar, y así la autoridad real perdía y el

pueblo no ganaba. Y es cierto que, predominando

la independencia feudal entre los andaluces y extre-

meños, alzados los castellanos en defensa de sus

fueros municipales, pudo decir exactamente un con-

temporáneo de aquellas turbaciones que desde Gui-

puzcoa hasta Sevilla no se encontraba población don-

de fuera acatada la voz de Carlos V" (64).

Después de advertir que Ferrer del Río, como

muchos historiadores y tratadistas políticos, toma por

municipales todos los fueros castellanos, hay que ex-

tender a todo el reino leonés su observación sobre

Extremadura y Andalucía, que no son otra cosa que

la prolongación por el sur de España de este reino

leonés, en su constitución social y política. Por eso,

y porque en el viejo reino leonés, naturalmente que

con Asturias, Galicia y las tierras de entre Pisuerga

y Cea, el elemento popular tenia también poca fuer-

za, aunque más que en Andalucía, las cosas, con muy

poca diferencia, se desarrollan en estos países como

en el Sur. En León es una contienda entre Guzmanes

y Lunas; en Zamora, salvo que el obispo siente la

causa con ardor, es también una rencilla del obispo

con la casa de : Iba de Aliste; en Valladolid, lo es

entre el conde de Benavente, Girón y el Almirante;

Palencia, incluso los vecinos de la ciudad, lucha con

los imperiales y contra los populares porque su se-

ñor, el obispo, es partidario del emperador; y con

el emperador van los vasallos del de Benavente, del

de Alba de Aliste, etc., de tal modo que el ejército

vencedor en Villalar estaba compuesto en su parte

más importante por vasallos de los señoríos leone-

ses, sin la costumbre ni el gusto consiguiente por el

ejercicio de las libertades de las constituciones caste-

llanas y vascongadas. Únicamente en Salamanca y en

Medina del Campo el movimiento presenta carácter

democrático en el reino leonés, en aquélla, acaso por

influjo de la Universidad; por su condición mercan-

til en Medina, municipio ésta sin comunidad de te-

rritorio, pero que tiene trato y mucho de común con

las repúblicas hanseáticas y un prurito de indepen-

dencia que se expresa en el lema de su escudo: "Ni

el rey oficio, ni el papa beneficio."

Pero en Castilla y el País vascongado la rebelión

es claramente contra el imperio, francamente por la

democracia y la autonomía. Las diferencias dentro

de Castilla y el País vascongado son solamente de;

táctica y la única disidencia importante es la de Bur-

gas. Pero Burgos quiere la autoridad para sí, recha-

zando los poderes extranjeros, y es autonomista., ya

que pretende la restauración del gobierno de su tie-

rra, por ella misma, repudiando los poderes centra-

les y de señores. Las peticiones de Burgos son que se

devuelvan a su concejo los castillos dados a señores 

 

LUIS CARRETERO NIEVA 118

 

y que se le restituyan los territorios de la jurisdicción

de Lara que se le habían arrebatado. En suma, quie-

re reconstruir su comunidad, pero su táctica es la de

pactar con el emperador, que accede; por lo que Bur-

gos, falta de amplias miras, decide retirarse del al-

zamiento.

Donde el movimiento alcanza una madurez polí-

tica definida es en Toledo, Madrid y Segovia; en es-

tas dos últimas, verdaderas comunidades, ofrece ade-

más, el mayor contenido social y el principio de soli-

daridad encuentra en ellas todo el valor que en a,que-

110s momentos precisa, imponiéndose incluso a cier-

tas ambiciones particulares, pues una y otra presen-

tan peticiones incompatibles, porque ambas exigen

para sí el disputado sexmo de Manzanares, que con-

servaba en su poder el marqués de Santillana; pero

esta petición no es obstáculo para una colaboración

muy estrecha en cuanto a la gran aspiración nacio-

nal. El carácter político del alzamiento de los popu-

lares de Toledo lo señala muy claramente el car-

denal Adriano de Utrecht en una carta a Carlos V

en la que le informa que los de Toledo cada día se

afirman más en su pertinacia de no obedecer a las

autoridades reales y que quieren gobernarse a la

manera de Génova y otras repúblicas italianas; que

tratan de inducir a lo mismo a otras comunidades

con las cuales están confederados y han ofrecido

socorro a los de Segovia, como también lo ha hecho

Madrid (65).

Muy fuerte es el movimiento en Alava y Guipuz-

coa. Las tropas alavesas del conde de Salvatierra son

las más disciplinadas de los ejércitos levantados con-

tra el emperador; pero el movimiento es más defi-

nido en sus fines políticos en Guipúzcoa, dirigido

por los gamboinos y determinado en los acuerdos

de los "comuneros" guipuzcoanos. También secun-

dan el movimiento las Merindades de Castilla la Vie-

ja en la Montaña de Burgos.

En resumen: el movimiento revolucionario llama-

do de las Comunidades de Castilla, que no se limitó

a ésta ni fué exclusivo de las comunidades, tuvo ca-

rácter nacional y democrático en Castilla y en el

País vascongado; fué un intento de abrirse paso el

incipiente capitalismo mercantil en Medina del Cam-

po; y un estallido de contradicciones entre las clases

privilegiadas en el resto del país alzado.

En relación con esto podemos hacer dos obser-

vaciones referentes al País vascongado. Una, que el

primer movimiento nacionalista -de defensa de la

nacionalidad- en esas tierras es el de los "comune-

ros" alaveses y guipuzcoanos. Otra, que las discor-

dias entre oñacinos y gamboinos no parecen ser,

como ligeramente dicen algunos, contiendas bande-

rizas por causas baladíes, sino episodios de la gran

lucha universal y eterna entre la dominación y la


LUIS CARRETERO Y NIEVA  120
 
libertad de los pueblos. Vayan algun.os indicios de
pruebas, pues no hacemos más que apuntar esta opi-
nión sobre un tema interesante que merece estudio
serio. En la guerra de las "Comunidades", los gam-
boinas son los "comuneros", los defensores de la
idea de libertad, del derecho popular y de la auto-
nomía para realizados. Los oñainos están con los
poderes aristocráticos y con el emperador. Iñigo Ló-
pez de Recalde, que es oñaino, se educa en Aréva-
lo, en. la corte austera, más bien pobre, pero ampu-
losa de pretensión de grandeza y ambiciones. Y Ló-
pez de Recalde afirma su apego a la majestad real
cayendo herido en el sitio de Pamplona al servir vo-
luntariamente al rey regente de Castilla, Fernando
de Aragón. Hay datos de que en tiCl11JJOS anteriores
a éstos los gamboinos ya se habían manifestado corno
populares.
La rota de Villalar no arrasó completamente las
comunidades castellanas, pues, por triste paradoja,
esta labor estaba reservada a los liberales del siglo
XIX, alucinados con la idea de que la libertad tenía
que establecerse en España arrancando sus raíces
históricas para acogerse a las normas de la Revo-
lución francesa y a sus principios, muchos de los
cuales no eran nuevos en nuestra patria, como pro-
clamaba, al tiempo que los defendía con vigor, el
agudo clérigo asturiano Martínez Marina, para quien
las ideas entonces revolucionarias en Europa, que se
presentaban como un ejemplo digno de imitar, eran
en buena parte ejercicio tradicional hispánico (66).
Últimamente comienzan los extranjeros a hacernos
justicia en este aspecto, y así destacados autores in-
gleses señalan la contribución de España al desarro-
llo de la idea y el gobierno democráticos (67), (126).
 
La Revolución francesa está considerada por mu-
chos como el huracán que derriba un viejo edificio
y deja el solar para una nueva construcción, lo que
puede ser cierto para Francia, pero no forzosamente
para todo el resto del mundo; porque la esencia de
lo que instaura la Revolución francesa se había es-
tablecido en otros lugares antes de la caída de la
Bastilla y era un realidad al tiempo de la declara-
ción de independencia en las colonias inglesas de
Norteamérica; así como la destrucción de la aristo-
cracia holandesa había dejado el paso a una burgue-
sía mercantil mucho antes; ni es nueva la repulsa a
los privilegios, ni la libertad religiosa, que están en
el contenido de antiguos fueros españoles, aun con
las alteraciones debidas a la monarquía neo gótica, y
tan claramente en alguna de sus leyes como aquella
--citamos de memoria, sin recordar qué fuero, pero
desde luego uno del tipo sepulvedano- tan amplia
que no permite ningún privilegio "ni por pobreza,
ni por riqueza, ni por linaje ni por creencia", y como
otras que ya hemos citado. Lo que realmente se hace
en Francia, que tiene grandísimo valor y es conve-
niente estudiar para comprender su repercusión en
España, no es precisamente traer cosas enteramente
nuevas, sino enardecer en el mundo el afán de liber-
tad con el ejemplo de la revolución triunfante, y po-
ner al servicio de la humanidad dos grandes virtudes
de la cultura y de la civilización francesas, a saber:
su destreza para organizar el instrumento administra-
tivo del Estado, independientemente de la forma del
régimen, y su capacidad para formular una teoría
que explique unos hechos o para ordenar una dis-
ciplina científica. Y esto es lo que Francia hizo:
formular la teoría de la república democrática y or-
ganizar un Estado republicano adecuado al momento
y a las circunstancias nacionales,
Durante el siglo pasado nutrieron los partidos
liberales de España unos hombres generosos, con
gran afán de progreso, muy amantes de la libertad 
y de la democracia y, por añadidura, muy cultos en
términos generales. Pero el espectáculo de la Revo-
lución francesa, la propia grandiosidad de este acon-
tecimiento que deslumbró al mundo, los deslumbró
también a ellos, no dejándoles ver que la libertad
y la justicia son viejísimas aspiraciones y que antes
de la República francesa ha habido también liber-
tades y poderes populares y democracia. Para estos
hombres el árbol de Guernica y el Fuero de Sepúl-
veda no son más que recuerdos históricos de aspi-
raciones populares sin satisfacer; olvidando que la
lucha de los oprimidos contra los opresores, de la
libertad contra la tiranía, ha sido permanente en
la historia y que, si bien los poderosos han llevado
generalmente la victoria, ha habido también épocas
y lugares en que, dentro de las circunstancias, eco-
nómicas y culturales, la libertad se ha establecido y
afirmado por tiempo.
Su admiración por la Revolución francesa les cegó
hasta el punto de llegar a creer que todo aquello
que no había nacido en Francia y durante su revo-
lución era contrario o ajeno a los principios revolu-
cionarios. Convencidos de que la revoluciones y cam-
bios sociales podían hacerse en todas partes copian-
do el patrón francés, sin tener en cuenta las condi-
ciones y los caracteres peculiares de cada pueblo,
aquellos progresistas fueron causa de un retroceso
económico, político y social en muchos aspectos de
la vida del país comunero. Al sacar a venta los lla-
mados bienes de manos muertas, buscando lo que
en Francia había sido un progreso que acabó con
la propiedad feudal de los nobles y de la' Iglesia
para crear una clase de burgueses labradores impul-
sora de la agricultura, nuestros liberales vendieron
los bienes comunales, creando una clase de terrate-
nientes reaccionarios, antes inexistente en Castilla,
que todavía es una rémora para la implantación de
 
LUIS CARRETERO Y NIEVA 125
 
un régimen de justicia y progreso social y económi-
co en el campo español. Gran parte de los actuales
caciques de estas tierras son herederos de los terra-
tenientes creados entonces. Por añadidura, aquellos
nuevos propietarios y caciques se limitaron por lo
general a cobrar a los auténticos labradores una renta
mayor que la que antes percibía la Iglesia y a talar
el monte que había sido del común, sin contribuir
para nada al fomento de la producción agrícola y
esquilmando la riqueza forestal. De nada sirvieron
ante el dogmatismo liberal de la época las adverten-
cias de quienes con objetividad y agudeza estudiaron
la situación, como aquel clarividente diputado anda-
luz que en las Cortes de Cádiz dice: "Con el reparti-
miento de tales tierras y montes -las comuneras-,
el hombre del pueblo venderá su suerte aun antes
de que le haya sido adjudicada, como ha sucedido
ya en algunos lugares ante el solo anuncio del pro-
yecto, y vendrán a ser los únicos los poderosos, que-
dándose los infelices sin tierra donde criar animal
alguno, donde sembrar y donde proveerse de leña,
según he visto por experiencia en pueblos de la
provincia de Segovia, en los cuales, con pretexto de
socorrer a los pobres, lograron el repartimiento los
poderosos, para venir en breve a hacerse dueños de
todo ... " (33). Con una gran percepción del futuro
se opone a la venta de los bienes comunales un
hombre que ve en España mucho más adelante de
su tiempo: el gran economista asturiano Álvaro Fló-
tez Estrada, que no se dejó seducir por las teorías
individualistas dueñas de las mentes progresistas de
aquella época, ni se limitó a teorizar, pues desarrolló
un plan para realizar la desamortización en beneficio
de las clases labradoras que se convertirían en con-
dueños del Estado en la posesión de las tierras, pero
su inteligente proyecto no pudo reunir en las Cortes
de 1836 una quincena de votos (33).
La aguda visión de Flórez Estrada de aprovechar
las circunstancias y utilizar un elemento tradicional
en beneficio de las teorías modernas a fin de im-
plantar prontas y eficaces reformas, contrasta con la
ciega opinión de los seguidores españoles de las
modernas doctrinas socialistas que, por 10 general,
tan dogmáticos y desconocedores de las circunstan-
cias particulares de la realidad nacional como los
liberales del siglo pasado, no conciben más camino
para el socialismo en España que el andado por los
revolucionarios extranjeros.
La desamortización, verdadero despojo al campe-
sino comunero, regalo al rico de unas tierras tan mal
vendidas que se entregan por la presentación de un
dinero recobrado a los pocos meses, extiende la mi.
seria en Castilla a la vez que unas instituciones co-
piadas del extranjero, más aparente y alabadamente
progresistas, pero no pocas veces menos democráti-
cas en la realidad que las tradicionales arrinconadas.
 
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Las comunidades no se disuelven hasta después de
las Cortes de Cádiz, en el año 1837, con la protesta
del pueblo rural comunero, y en esta protesta tres la-
bradores segovianos, a quienes podemos llamar los
últimos comuneros, convocan en 1852 la junta de
Valseca de Bohones para pedir al Gobierno español
el restablecimiento de su vieja comunidad (36).
Lo ocurrido en lo económico con la desamortiza-
ción, se repite en lo político al copiar nuestros libe-
rales el sistema centralista napoleónico, estableciendo
la división de España en las actuales provincias, que
tan útil ha sido a la monarquía y a las clases pri-
vilegiadas, en lugar de una organización del Estado
que diera nueva vida democrática a las tradicionales
regiones. Lo que en Francia pudo ser un progreso
porque acabar allí con las viejas administraciones
locales era eliminar los gobiernos feudales de los
nobles y la Iglesia, ocasionó en España un retroceso
en la estructura nacional del Estado que más de un
siglo después no se llegó a vencer completamente
con la concesión de algunos estatutos autonómicos
que intentaban resolver de manera parcial el pro-
blema de las nacionalidades. Retroceso no sólo por-
(lue la eliminación de las administraciones regiona-
les reduce la participación del pueblo en la gober-
nación del país, sino porque al intentar ahogar las
personalidades particulares de los distintos pueblos
hispánicos se deforma violentamente el carácter na-
cional y se dificulta el cordial entendimiento entre
todos ellos.
¡Ojalá algún día gobernantes progresistas aprove-
chen estas lecciones de la historia! La tradición de-
mocrática, comunera y federal de nuestro pueblo, in-
teligentemente utilizada, debe servir de apoyo para
la honda transformación nacional y social que Es-
paña necesita de acuerdo con el progreso mundial
-económico y político- de nuestra época. Por des-
gracia, la tradición, despreciada por los políticos de
izquierda, ha servido en España a las clases privile-
giadas -que la han tergiversado a su favor- para
defender sus intereses por encima de los generales
de la nación (129).
En los países de este grupo se conserva durante
siglos una condición primitiva muy importante: la
tierra es, en general, de las comunidades populares
y en ciertos casos del municipio, casi siempre por
cesión que la comunidad ha hecho a éste para sus-
tentación de la vida económica municipal. El rey no
puede, pues, crear legalmente feudos ni en el País
vascongado, ni en Castilla ni en el Aragón comu-
nero, y esto hace que la institución feudal, a pesar
del abuso de la corona de irse arrogando atribucio-
nes que no tiene, apenas se extienda por estos paí ..
ses y, como consecuencia, que la organización social
de sentido colectivista venga acompañada de una
democracia práctica en el orden político. Esta de-
mocracia, incompatible con el unitarismo imperial,
organiza el país en forma de una serie de autono-
mías escalonadas, y no es el municipio la entidad
fundamental ni la depositaria de la mayor libertad
autonómica, sino que ésta reside principalmente en
el/,organismo comarcal o regional, que constituye
una república semejante en algunos aspectos a las
que, regidas desde una ciudad con carácter marcada-
mente civil, se crearon en Italia y en el Hansa teutó-
nica, pero con mayor territorio en algunos casos y
siempre con una mayor democracia en el País vas-
congado y en Castilla que en Italia y en Alemania.
Estas instituciones muestran un sentido colectivista
para los medios naturales de producción asegurado
por una organización democrática y republicana; y
la virtud de esta democracia puede sostenerse a su
vez por el modo colectivo de poseer los pastos para
los ganados y otros medios de producción; así es
que una consistencia popular contra la condición bur-
guesa y un sentido social colectivista señalan las di-
ferencias entre las comunidades de Castilla, Aragón
y el País vascongado y las repúblicas alemanas e
italianas.
Por el mismo modo de poseer los elementos na-
turales de producción en un país donde, por razo-
nes de geografía económica, estos elementos requie-
ren cierta amplitud de terreno para su función (68),
se producen instituciones de gobierno que no pueden
desarrollarse dentro de los límites en que se desen-
vuelve la vida del municipio; de aquí el nacimiento
de estos pequeños estados o repúblicas con funcio-
nes y facultades políticas y económicas muy superio-
res a las municipales. Por la misma razón geográfica
que hace que la ganadería se mueva en el País vas.
congado dentro de una amplitud territorial más pe.
queña, las repúblicas vascongadas pueden tener una
extensión menor que las más importantes de Castilla
y Aragón; tanto que la que se reunía en Guernica
no comprendía siquiera la totalidad del señorío de
Vizcaya, donde había pueblos que no formaban par-
te de las Juntas de Guernica y pertenecían a otras
Juntas.
No ha existido, pues, en estos pueblos vasconga-
dos, castellanos y aragoneses comuneros una clase
fuerte de poseedores de la tierra, que es de donde han
salido los poderosos en siglos pasados, y, por haber
mayor igualdad económica, ha existido un sentido
patriótico más desarrollado, pero sin aspiraciones de
dominación sobre lo ajeno, sin pasión de conquista
guerrera ni espíritu de supremacía o hegemonía.
Pero pongamos la verdad en su punto. Ni Castilla
ni el País vascongado se han visto libres de los ata-
ques del feudalismo, ni han podido eludir su influjo
histórico; 10 interesante está en que, rodeados de un
LUIS CARRETERO Y NIEVA  130
 
mundo feudal, contrario a su democracia y a su au-
tonomía tradicionales, han podido y sabido conser-
var sus viejas instituciones hasta tiempos relativa-
mente recientes. El ejemplo de Ávila que, conser-
vando la forma exterior de su institución republica-
na, permitió que se apoderara de ella la casta de los
caballeros que la llevan a la ruina abona la conducta
de las que mantuvieron el gobierno popular; pues
no basta establecer la democracia: hay que defender-
la enérgicamente, sin concesiones ni debilidades hacia
el ansioso de poder, como nos enseña repetidamente
la historia y nos lo han demostrado acontecimientos
que hemos presenciado y padecido, y que gentes sen-
cillas y poco ilustradas veían llegar y no percibieron
otros más encumbrados y colocados en mejores ata-
layas.
Dentro del territorio de este grupo los idiomas
primitivos ofrecen una muestra en el que se con-
serva en parte en su suelo: el vascuence, que recién-
temente ha sido cuidado y enriquecido en su léxico,
pues era una lengua primitiva que sólo satisfacía a
las necesidades de la vida rural; pero tanto en Caso,
tilla, como en Aragón y en la mayor parte de Nava-
rra y del País vascongado, y desde luego en todos
los núcleos urbanos, el idioma general es el caste-
llano, tan propio y natural de Castilla como de Ara-
gón, Navarra y Alava; que dentro del territorio del
grupo es uno, pues apenas pueden considerarse como
formas dialectales algunas particularidades de Nava-
rra y de las montañas del Alto Aragón.
El vascuence es un idioma venerable que debiera
merecer más atención por parte de los estudiosos es-
pañoles y especialmente de los castellanos. Tiene en
la formación del castellano, aun cuando no en la del
gallego, los bables leoneses ni el catalán, un influjo
probablemente mayor del que se le suele conceder.
Encierra un gran interés para los investigadores y
es un verdadero tormento para los filólogos, pero
para ser el idioma nacional del actual pueblo vasco
le falta la condición esencial más importante: la de
ser el lenguaje familiar de la mayoría; no obstante
ser lengua privativa de los vascos y haber sido la
lengua nacional de su pueblo en siglos remotos. Por-
que si un idioma para ser nacional no necesita ha-
ber nacido precisamente en el seno de la nación que
10 habla, no requiere ser producto de su pueblo, ni
usado exclusivamente por él; en cambio es inexcu-
sable que sea hablado habitualmente por la mayoría,
lo mismo si es autóctono, como el castellano en Cas-
tilla, como si es importado, cual en Andalucía o
en Méjico. Pero ya hace muchos años, mejor po-
demos decir siglos, que el vascuence es desconocido
por una grandísimo parte de los vascos. En otro as-
pecto, el castellano es tan propio y creación de los
 
LUIS CARRETERO Y NIEVA 132
 
vascos como de los castellanos, aunque aquéllos lo
hayan creado en colaboración con éstos, los navarros
y los aragoneses. En Álava el romance castellano se
ha hablado antes de que llegara a la Rioja, y en
esta tierra castellana, con tantas raíces vascongadas,
antes que en el sur de Burgos, Soria y toda la Cas-
tilla del Duero y del Tajo. Nuestro gran Gonzalo
de Berceo, el primer poeta que se conoce de la len-
gua castellana, era riojano, de una comarca en la
que se habló vascuence y en donde abundan los nom-
bres geográficos vascongados (69). Es significativo
el hecho de que los lectores y copistas de los códices
antiguos de Castilla intercalaran a veces glosas en
vascuence, según observa don Ramón Menéndez Pi-
dal (71). "Hemos visto que Castilla -dice el sabio
gallego a quien tanto deben los estudios Iingüísticos
e históricos de nuestra patria- aparece en la Histo-
ria rechazando el código visigótico vigente en toda
la Península y desarrollando una legislación consue-
tudinaria local. Pues lo mismo sucede con el lengua-
je. El dialecto castellano representa una nota diferen-
cial frente a los demás dialectos de España, corno
una fuerza rebelde y discordante que surge en la
Cantabria y regiones circunvecinas". Y en otro párra-
fo de la misma obra señala "el carácter especial del
castellano como lengua que difiere más que el cata-
lán de las restantes de la Península". "El catalán
y el gallego hubieron de formar parte primitivamente
de un área continua, estando unidos por el Sur me-
diante los dialectos mozárabes" (71). La participa-
ción de los vascos en la formación del castellano,
concretamente en la fonética, ha sido señalada por
distinguidos filólogos.
El castellano, el más moderno de los romances
españoles, empieza a conocerse en León en el siglo x
por las visitas de los condes castellanos y sus acom-
pañantes. Esos hombres rudos sorprenden a los cor-
tesanos leoneses con las tosquedad de su lenguaje
en formación, en contraste con el leonés, de más
galanuras latinas y más parecido al gallego que al
castellano. En el prólogo de Menéndez Pida! a un
interesante trabajo de Sánchez Albornoz se imagina
una conversación entre leoneses de la corte a pro-
pósito del porte popular y duro lenguaje de los fo-
rasteros castellanos:
"Estos castellanotes -decían los fieles al rey-
hasta en el hablar son rebeldes y apartadizos; hablan
como nadie habla". "Sí -les replica el abad-; el
conde, en cuanto se deja llevar un poco de la fami-
liaridad, deja escapar las palabras más desapuestas
y raeces. .. iY qué mal suena eso de Cestilla, silla,
portillo, que se escapa tantas veces de la boca del
conde! El se corrige y dice otras veces Castiella y
portiello; pero buen trabajo le cuesta. Pues aun
parece peor aquel pronunciar mujer y fijo, como dice
el conde, en vez de muller y fillo, que no parece
 
LUIS CARRETERO y  NlEVA  134
 
sino  que silba al decido". "Y si el conde habla así
-añadía uno de los fieles al rey- ¡ no digamos nada
de los criados . Uno llamaba a su señor duen H er-
nand o, y decía bazer por facere; se comen la f que
parecen vascos, y se comen otras letras muchas: pues
j no llaman a la reina dueña Elvira!; se les atraviesa
el decir domna Gelvira" (72),
¡ Parecen vascos!; hacen exclamar aquellos rústicos
a damas, abades y cortesanos. Lo parecen todos, y
muchos de ellos lo son.
En el País vascongado los documentos oficiales
y literarios se han escrito en castellano desde tiempo
inmemorial; incluso en los momentos de mayor li-
bertad e independencia política. Los nacionalistas vas-
cos que, por tradicionalismo, pretenden establecer el
vascuence como única lengua escrita en los documen-
tos oficiales, rompen en esto -como en otras cosas-
la verdadera tradición de su pueblo.
Al barruntar los castellanos, con los vascos, que su
vida nacional era incompatible con la monarquía
astur-leonesa y al persuadirse más tarde de la eviden-
cia de esa realidad, el reino astur-leonés seguía en su
designio de restaurar para las oligarquías godas el
imperio de Toledo. "No fué, pues, Castilla, sino
León el primer foco de la idea unitaria después
de la caída de la España goda", dice Menéndez
Pidal (24); a lo que agregamos nosotros que, contra
todo lo que se dice, Castilla no fué esto ni antes ni
después, aun cuando en Castilla, como en otras par-
tes de España, hay muchos partidarios de un unita-
risrno cerrado. Este unitarismo es particularmente
manifiesto en algunas ciudades que, como Burgos
-la vieja cabeza de Castilla-, han perdido en gran
parte su tradicional carácter castellano por la influen-
cia de la gran cantidad de elementos del gobierno
central en ellas concentrados.
El proceso de la independencia de Castilla es muy
significativo y, tal vez por ello, hay gentes que rehu-
yen ahondar en él. En la España medieval, como en
toda. Europa, son frecuentes las secesiones de reinos
y condados, pero por discordias hereditarias, por im-
paciencias de sucesores, por feudatario s deseosos de
sacudir el yugo feudal y convertirse en soberanos o
por otras causas de ambición o interés personal. Pero
el caso de Castilla queda fuera de lo corriente, por-
que obedece a sentimientos de nacionalidad que en
la Europa feudal carecían de bases, pues, pese a la
disgregación en feudos, la cultura y los sistemas eco-
nómicos, políticos y sociales eran tan semejantes que
a los vasallos les daba lo mismo depender de un
señor que de otro. Para el castellano la independen-
da era cosa mucho más importante. La historia de la
independencia de Castilla y la del condado indepen-
diente, la de Castilla en aquella época y no sólo la
 
LUIS CARRETERO Y NIEVA  136
 
de sus minorías dirigentes, no se puede compren-
der sin ahondar en la historia social del pueblo cas-
tellano. Así lo dice, en trabajo reciente, don Claudio
Sánchez-Albornoz, quien señala como factor decisivo
de la independencia de Castilla el de la libertad eco-
nómica y política de los castellanos de hace un mi-
Ienio (73).
El proceso de la independencia de Castilla es, en
líneas generales, el de todas las emancipaciones na-
cionales: primero, una observación de sí mismo que
pone de manifiesto la discordancia del pueblo domi-
nado con la metrópoli; después se quieren organis-
mos que satisfagan al país disidente; finalmente, se
rompe con el dominador y se instaura la indepen-
dencia. A veces la segunda fase no tiene lugar.
Así se desarrolla la independencia de Castilla: Pri-
meramente, los castellanos rechazan la legislación ro-
rnano-visigótica del Fuero Juzgo, el fuero de los
jueces de León, 10 que es repudiar la cultura neo-
gótica, es decir, sentirse nacionalidad aparte. (Cuenta
la tradición que los castellanos, al afirmar su inde-
pendencia respecto de León, juntaron cuantas copias
del Fuero Juzgo hallaron por Castilla y las quemaron
públicamente en hoguera simbólica, sobre lo cual
dice un texto antiguo: "E enviaron por todos los
libros de este fuero que había en todo el condado e
quemáronlos en la iglesia de Burgos et ordenaron
que los alcaldes en las comarcas librasen por fuero
de albedrío" -es decir, según parecer y según las cos-
tumbres- (74) (25) (71) (24). En segundo lu-
gar, instauran sus propias instituciones: los jueces,
por ellos elegidos, que juzgan según las leyes y cos-
tumbres del país (75). Y, por último, rompen defi-
nitivamente con el rey de León.
Pero, ¿cuál es el escenario y quiénes son los hom-
bres de estos acontecimientos? El escenario lo forman
los valles del Alto Ebro, al norte de Miranda y de
los páramos de la Lora, pues Burgos todavía no fi-
gura y la capital es Amaya. En estos fríos valles, la-
bradores que son también guerreros y ciudadanos
comienzan a pronunciar el nombre de Castilla, nacido
en sus labios. Es un país en que los cántabros se to-
can con los vascos y los celtíberos, según límites con-
fusos, y los hombres que allí se relacionan están li-
gados por contactos muy antiguos y por una común
aversión al reino neo gótico que ya había sido recha-
zado en Arrigorriaga. Aparecen varios actores, sin
que se vea al principio la actuación de una persona-
lidad central: unos son jueces, o alcaldes, otros se
llaman condes, y son hombres de prestigio entre
aquellas gentes, caudillos que lo mismo podían ser
cántabros, que vascos, que celtíberos, o que serían
unos y otros mezclados (77). Castilla nace fundiendo
en sus entrañas las viejas estirpes españolas de Can-
tabria -llamaremos cántabros al complejo étnico de
cántabros en sentido restricto, autrigones y várdu-
 
 LUIS CARRETERO Y NIEVA  138
 
 
los-, a ellas se unieron después, al extenderse por
el sur, las de los celtíberos de las sierras del Alto
Duero y las de los vascos repobladores.
Según Menéndez Pidal, la aparición del condado
independiente de Castilla es una protesta vascongada
contra el reino neogótico leonés; y en una de sus
obras más conocidas dice: "Frente a León, impug-
nando la integridad de su realeza, se colocan los dos
pueblos de Navarra y de Castilla, es decir, la Vas-
cenia y la Cantabria, que tanto combatieron contra
la Toledo visigoda" (24). Y al decir Navarra se
refiere a los vascones en sentido restricto, pues los
alaveses y vizcaínos estaban unidos al condado de
Castilla.
Vemos, pues, que Castilla se forma por los pro-
pios castellanos, pero con una asistencia íntima de los
vascos; y se desarrolla después por los castellanos
-que ya no son sólo cántabros- también con una
asistencia persistente de los vascos.
Las semejanzas entre las nacionalidades de este
grupo y las similitudes de sus desarrollos históricos
han sido señaladas por algunos investigadores, el pri-
mero y más destacado de ellos don Ramón Menén-
dez Pidal; pero el ilustre sabio, probablemente por
su formación académica y por su gran respeto a las
glorias tradicionales consagradas, no llega a sacar
de sus interesantísimas investigaciones las consecuen-
 
 
cias -revolucionarias si se comparan con la Historia
oficial- que de ellas se pueden deducir.
Fray Justo Pérez de Urbel, el laborioso investiga-
dor de la Castilla condal, ha publicado importantes
trabajos que refuerzan nuestra visión histórica de la
nacionalidad castellana, aunque su vinculación a la
Iglesia y el ambiente político que le ha rodeado le
han impedido profundizar en el fondo social de la
vieja Castilla y en las causas políticas y económicas
de su independencia. "Odiaban (los castellanos)
-dice en uno de sus libros- la ley de los godos,
contra la cual habían luchado antiguamente sus pa-
dres, los cántabros, cuando se la imponían los reyes
de Toledo. La odiaban como un símbolo de servi-
dumbre, como un yugo que estaban dispuestos a sa-
cudir" (74) (27). Y en otro párrafo de la misma
obra explica la admiración de los castellanos por el
conde Fernán González, su caudillo, primero, el hé-
roe popular de su epopeya, después: "Más que al
guerrero, más que al vencedor de Abderramán y sus
generales, amaban y admiraban en él al mantenedor
de las viejas costumbres, al hombre que se sentaba
en las juntas populares para dictaminar y sentenciar,
al bienhechor generoso que casaba las hijas de los
hidalgos y las enriquecía, que confirmaba los fueros
de las villas y los ampliaba ... " (78), (27).
La oposición de cántabros y vascos a los visigo-
dos de Toledo, que luego reaparece durante la re-
LUIS CARRETERO y NIEVA  140
 
conquista en la enemistad de los castellanos hacia el
reino neogótico astur-leonés, y que explica en gran
parte el carácter especial de Castilla entre todos los
estados cristianos de la España medieval, es bien co-
nocida en nuestra historia. Mientras en el resto de la
Península los godos afirman su poder, se asimilan
la cultura hispano-romana, y sobresalen entre todas
las de los godos, con sus brillantes centros de Se-
villa y Toledo, en Vasconia y Cantabria los habitan-
tes se oponen al dominio visigodo como antes se ha-
bía opuesto al romano. Rebeldes siempre a toda do-
minación extranjera, estos pueblos fueron perpetua
pesadilla para los reyes godos (11). Leovigíldo, Re-
caredo, Gundemaro, Sisebuto, Suínti1a, Recesvinto y
Varnba tuvieron que luchar contra ellos. Y aquí es
muy oportuno recordar que cuando Táric inicia la
conquista musulmana de España, pasando el estrecho
y fortificándose en el monte que desde entonces lle-
va su nombre (Yebel-Táric, Jibraltar), el rey Rodri-
go se hallaba en el norte de la Península combatiendo
una rebelión más de los vascones (11).
El catalán Jaime Brossa decía que < 'el vasco es el
alcaloide del castellano", frase que gustaba repetir
Unamuno, el gran vasco Ieonesizado y descastellani-
zado en Salamanca. En este criterio de que el vasco
es la quintaesencia del castellano, es decir, el caste-
llano en su más pura condición, y en las semejan-
zas, más tenues, del aragonés con el vasco, sacamos
el nombre para este grupo vasco-castellano de pue-
blos.
A algunos les sorprenderá el hecho de que Gui-
puzcoa, por un acto libérrimo de los guipuzcoanos,
se apartase de Navarra para agregarse a Castilla; pero
si examinamos el lugar y el tiempo del hecho y pen-
samos un poco en cuáles podían ser las ideas de las
gentes que lo decidieron y sus voluntades colectivas,
sin dejamos confundir por las de los actuales hom-
bres del país, acaso nos lo expliquemos totalmente.
Todos los primitivos pueblos de España tenían un
sentimiento muy arraigado de su libertad, y no ha-
bían pensado en la conveniencia de su agregación con
otros hasta que vino la necesidad; así eran todos,
acaso con la excepción de las cinco tribus o naciones
de la Celtiberia que, según parece, vivían en confe-
deración permanente. A aquellas alturas de la his-
toria, el pueblo guipuzcoano, que tenía ciertamente
muy buena organización y muy desarrolladas sus ins-
tituciones, conservaba, sin embargo, los rasgos tí picos
de su carácter díscolo a toda agregación. Castilla,
libre entonces de su sujeción; a León, ajena. a todo
apetito de unificación, opuesta al imperio, más de-
mocrática que Navarra, regida por un monarca que
sabía que el fundamento de su subsistencia era el
respeto a las autonomías forales de los pueblos de su
reino, ofrecía a los guipuzcoanos más seguridades
para la satisfacción de su voluntad colectiva (79).
 
 LUIS CARRETERO Y NIEVA 142
 
Las semejanzas del País vascongado con Castilla
y Aragón son más abundantes en las tierras comu-
neras castellanas y aragonesas que en los territorios
vecinos del País vascongado (80). El parecido entre
las tierras comuneras de Castilla y Aragón es tan
grande que en realidad constituyen un solo país. So-
bre este tema tuvimos la suerte de cambiar, hace mu-
chos años, unas cartas con el historiador aragonés
Giménez Soler, quien en una de ellas nos decía apro-
ximadamente (citamos de memoria, pues estos pape-
les, como tantos otros, se perdieron en la guerra, pero
respondemos de la exactitud del concepto): "Desde
Burgos y Segovia hasta Morella, y desde Logroño
hasta Cuenca, corren las tierras altas del interior, bor-
des de las mesetas, constituyendo un sólo país, las
mismas costumbres, el mismo lenguaje, una sola can-
ción, la jota, el mismo traje, un solo fuero, como
general el de Sepúlveda. " estorban aquí los nom-
bres geográfico-históricos de Aragón y Castilla ... "
(81). Este país, la región serrana central, que no
pasa al poniente de Ávila, es el territorio donde na-
cen y se desarrollan las comunidades de ciudad y tie-
rra, llamadas también universidades.
En las luchas entre la leonesa doña Urraca, reina
de León y Castilla, y su marido, el aragonés don
Alfonso I el Batallador, que se presentan como un
enredo de intereses familiares y dinásticos -período
de "una enmarañada anarquía, sin par acaso en nues-
tra historia", lo llama un distinguido historiador--
puede encontrarse un fondo mucho más importante
que les da un profundo carácter de guerra civil, con
los antagonismos políticos, sociales y económicos que
suelen encontrarse en estas guerras. Son, en líneas
generales, luchas del pueblo castellano y sus repú-
blicas comuneras contra las clases aristocráticas de la
monarquía, contienda que no pierde en Castilla su
carácter nacional porque en alguna parte del reino
leonés, como Salamanca, el pueblo estuviese con
Alfonso, ni porque poderosos de Castilla, como los
caballeros de Ávila, de origen leonés, ayudasen a
Urraca. Esta es, por derecho hereditario, reina legí-
timo de León y Castilla, pero el rey popular en Cas-
tilla es su marido, Alfonso el Batallador, un arago-
nés que comprende al pueblo castellano como no
puede comprenderlo la reina leonesa, hija de Alfonso
VI de León, viuda del caballero francés Ramón de
Borgoña -conde de Galicia y Portugal- y madre
del niño Alfonso Raimundez -criado en Galicia
por el conde de Traba- que reinará después en
León y Castilla con el nombre de Alfonso VII, em-
perador de España, coronado como tal en León. Así,
mientras Urraca rodeada de nobles gallegos, desde
tierras leonesas, da decretos contrarios a las comuni-
dades castellanas, su marido atiende tanto a las ins-
tituciones comuneras que de la Fuente dice que a él
debieron su origen (32). Admitamos que fué crea- 
 
LUIS CARRETERO Y NIEVA 144
 
dor de alguna de ellas, como la de Salamanca, única
leonesa, que no llegó a cuajar como verdadera comu-
nidad, y acaso la de Toledo, de vida corta, pero las
comunidades castellanas son, a nuestro juicio, ante-
riores al mismo condado de Castilla.
No es, pues, una casualidad que este aragonés
-auxiliar y discípulo del Cid en su mocedad (94)-
que apoya su política en las instituciones forales, que
quiere hacer de Soria -reconquistada y repoblada
por él- el centro de los reinos unidos de Castilla
y Aragón (32), y que es entre todos los reyes que
han gobernado Castilla el que mejor ha compren-
dido su sentido político popular, tuviera muchos
partidarios entre el pueblo castellano; como no lo
es tampoco el que la reina leonesa contara., en gene-
ral, con el apoyo de las aristocracias de sus reinos.
Creemos que la figura de este rey aragonés como
gobernante de Castilla no ha sido estudiada con todo
el interés que encierra y nos parece muy atinada la
observación de Vicente de la Fuente sobre el empeño
que las clases privilegiadas pusieron en borrar la me-
moria de la política popular del Batallador en Casti-
Ha, llegando incluso a la destrucción de los fueros
que llevaban su firma (32).
En Aragón, por influjo europeo, en parte a tra-
vés de Cataluña, penetra el feudalismo, pero no tie-
ne fuerza para ganar todo el país. En Navarra, aun
cuando muy atenuado con relación al europeo -como
en toda la España cristiana-, arraiga el sistema feu-
dal, tanto que su fuero general contiene una ley ci-
tada por Costa que manda que los collazos vayan
al trabajo acompañados por el sayón. Esto es por in-
flujo francés a través de la casa real. Pero aunque
el feudalismo tenga en Navarra muchas más raíces
que en el País vascongado y en Castilla, no se esta-
blece de una manera general y completa y coexisten
con él repúblicas comuneras como la Universidad
del Valle del Baztán.
Menéndez Pidal resume así el panorama social de
los estados cristianos de la España medieval: "En
Galicia las heredades fueron absorbidas en gran es-
cala por los obispos, los monasterios y los magna-
tes, quedando en ellas los campesinos con un mínimo
de libertad. León ocupa un lugar intermedio. Así,
viniendo de Oeste a Este, Castilla nos ofrece el má-
ximo de hombres libres... Hacia la otra mitad de
España vuelve a disminuir la cantidad de hombres
libres. En Navarra, en Aragón y en Cataluña reapa-
rece con más vigor la servidumbre adscripticia al te-
rreno: mezquinos, villanos de parada, Payeses de remensa
subsisten hasta el siglo XVI, lo cual nos indica
que la nobleza era aquí más poderosa y abusiva"
(24). Sobre este enjundioso párrafo queremos hacer
una pequeña aclaración, y es que en él se omite al
País vascongado, probablemente porque el autor, de
manera implícita y con acierto, lo incluye en Castilla
 
LUIS CARRETERO Y NIEVA 146
 
 
por considerado semejante a ésta en su estructura
económica y política; en cuanto al mayor poder de
la nobleza en Aragón, es cierto, teniendo siempre
en cuenta que lo dicho para Castilla es válido, en
general, para el Aragón comunero.
y Sánchez-Albornoz en uno de sus eruditos tra-
bajos, remontándose a los orígenes de Castilla, nos
describe como sigue la condición económica y  social
de los hombres del viejo estado vasco-castellano, com-
parándola con la dominante entonces en otros paises.
"La necesidad de atar a las peñas de la nueva
Castilla -para nosotros la Castilla más vieja- ma-
sas de hombres capaces de defenderse de las feroces
embestidas enemigas, y la milenaria tradición de li-
bertad de los pueblos que en Castilla se habían con-
gregado, determinaron, probablemente, el reconoci-
miento de la plena propiedad de las tierras de que
los labriegos, aislados o agrupados en concejos inci-
pientes, tomaban posesión en los valles que se iban
colonizando rumbo al sur. " los condados castella-
nos, fueron el único rincón de Europa donde la casi
totalidad de la población fué libre y propietaria. Los
diplomas del siglo x nos demuestran en efecto la
existencia de una considerable cantidad de pequeñas
aldeas que poseían sus términos en plena propiedad
y que, incluso, los labraban en régimen semicolectivo
de trabajo. Y tal: numerosa debió de ser aquella
masa de aldeanos libres, que en el siglo XIV, quinien-
 
 
 
 
tos, años después del nacimiento de Castilla, en el
a modo de censo que mandó hacer Pedro 1 y que
conocemos con el nombre inexacto de Becerro de las
Bebetrias, aun había en las merindades castellanas,
sin contar Rioja ni Bureba, de 1359 aldeas, 659
.Iugares de behetría, es decir: 659 pueblos libres,
con el raro derecho en la Europa de entonces, de
elegir y de cambiar de señor. Cuando tras cinco si-
glos de acción continua de la ventosa señorial, toda-
vía quedaban ese número de aldeas salvadas del nau-
fragio de las libertades campesinas, podemos afirmar
sin temor a equivocarnos, que los castellanos del
siglo IX eran libres en su inmensa mayoría. Y como
eco de la libertad originaria de todos los habitantes
de aquella zona montañosa y norteña, todavía se
tenían. por orgullosos hidalgos los habitantes todos
de Vizcaya, cuando Cervantes puso estas palabras en
boca del vizcaíno con quien luchó don Quijote en
el puerto de Lápice: "¿Yo no caballero? Juro a
Dios tan mientes como cristiano... Vizcaíno por
tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo y mien-
tes que mira si otra dices cosa."
"Ni nobles de alta jerarquía, ni grandes monas-
terios, ni iglesias catedrales... (Ni las iglesias ni
los monasterios de la Castilla condal) pesaron poco
ni mucho en la vida castellana, a diferencia de los
grandes claustros y de las grandes iglesias que ac-
tuaron como ventosas formidables de la riqueza rús-
 
LUIS CARRETERO Y NIEVA 148
 
tica, en Galicia, en Asturias, y en León" (30). Pá•
rrafo éste que creemos conveniente destacar.
Los influjos ejercidos por Cataluña y León sobre
los pueblos del grupo vasco-castellano son de mucho
interés. Ambos existen y alteran el desarrollo polí-
tico y social de estas nacionalidades, aunque en dis-
tinto grado. El de Cataluña llega, si bien tenuarnente,
hasta Navarra. Cataluña, mejor dicho, el Estado ca-
talán, que en el desarrollo histórico de la monarquía
catalana-aragonesa imprime una supremacía política
catalana, aunque lanzando a los cuatro vientos el
nombre de Aragón (por la superioridad jerárquica
nominal del reino sobre el condado), no siente pru-
rito de unificación. Sin embargo, el influjo catalán,
con caracteres feudales de origen franco, contribuye
a mantener al pueblo plebeyo aragonés en la servi-
dumbre, apuntalada también por tendencias residen-
tes en el Alto Aragón, y todo ello determina adul-
teraciones en el contenido de los fueros, principal-
mente en cuanto a procedimientos judiciales y nor-
mas penales, pero con tendencia sobre usos y cos-
tumbres, que llegan hasta el suelo sepulvedano. A
pesar de todo, la monarquía catalana con respecto a
Aragón no se aparta de las normas de lo que hoy
podríamos llamar un pacto federal.
Unas palabras para poner de manifiesto la supre-
macía de la política catalana en el Estado catalano-
aragonés, o como suele decirse en el día --con ex-
presión moderna-, la Confederación catalana-ara-
gonesa. La confederación extiende su territorio por
las tierras, hoy francesas, de habla catalana allende
Pirineos; la confederación conquista las Islas Balea-
res y allí lleva la lengua y la cultura catalanas; la
confederación se lanza a empresas marítimas en el
Mediterráneo, que no interesan al pueblo aragonés
de tierra adentro, por añadidura sin un comercio ni
una producción importantes. Pero el caso de mayor
enseñanza es el de Valencia. El país valenciano es
conquistado por la confederación y se organiza al
modo feudal por nobles aragoneses, como los de la
casa de Borja, tan conocida por el papa Alejandro
VI y por el santo Francisco; pero estos nobles ara-
goneses desarrollan en Valencia, en beneficio pro-
pio, una labor catalana al implantar en el territorio
el idioma catalán, la cultura y las instituciones ca-
talanas.
De un modo o de otro, Cataluña no intenta anu-
lar los sistemas políticos de Aragón para imponer
los suyos. No es preciso hablar más aquí de la ac-
ción de la nacionalidad catalana sobre las del grupo
vasco-castellano. Esto es menos necesario todavía si
tenemos en cuenta que al avanzar la conquista ara-
gonesa por el sur, y organizar el territorio conquis-
tado, los reyes aragoneses se apoyan en la tradición
del país recientemente adquirido y la restauran. Así
 
LUIS CARRETERO y NIEVA  150
 
Alfonso Ir da a Teruel el fuero de Sepúlveda, como
Alfonso 1 había aceptado de los de Calatayud el fue-
ro que éstos le habían presentado en romance cas-
tellano y que confirma traducido al latín de la época
(32), fuero que, como el de Daroca, no es sino el de
Sepúlveda.
 
NOTAS
1.           Palabras pronunciadas por don Pedro Bosch-Gimpera
en el homenaje que le tributaron los republicanos
españoles refugiados en Méjico con motivo de su
designación como director de la Sección de Humani-
dades y Filosofía de la UNESCO ("Las Españas".
Méjico, abril de 1948).
2.           Ramón Menéndez Pidal: "Historia de España" por él
dirigida. Introducción al Tomo 1.
3.           Ramón Menéndez Pidal: "El Imperio hispánico y los
cinco reinos".
4.           L. C. Dunn y Th. Dobzhansky: "Herencia, raza Y
sociedad".
5.           Francisco Pi Y Margall: "Las nacionalidades".
6.           Otto Bauer: "La cuestión de las nacionalidades Y la
socialdemocracía" .
7.           José Stalin: "El marxismo y el problema nacional".
8.           No sabemos a quién se refiere este pasaje de la pri-
mera edición. En 1913, Lenin escribía que "en cada
nación contemporánea hay dos naciones ... ".
9.           Pedro Bosch-Gimpera: "El poblamiento antiguo y la
formación de los pueblos de España".
 
10.   Andrés Gómez de Somorrostro: "El Acueducto y
otra antigüedades de Segovia".
11.    Ramón Menéndez Pidal: "Historia de España". In-
troducción al Tomo lB.
12.         Leonardo Martín Echeverría: "España. El país y los
habitantes" .
13.         Adolfo Schulten: "Historia de Numancia",
14.         ]. P. Olíveira Martins: "La civilización ibérica".
15.         Pedro Aguado Bleye: "Historia de España".
16.         Ramón Menéndez Pidal: "El rey Rodrigo en la lite-
ratura". (Boletín de la Academia Española. Tomo
XI. 1924),
17.         El señor Sánchez-Albornoz, al contrario que otros
historiadores, opina que la emigración de los godos
de la llanura a las montañas de Cantabria fué muy
importante a raíz de la invasión sarracena (18).
18.         Claudio Sánchez-Albornoz: "Alfonso III y el parti-
cularismo castellano" ("Cuademos de Historia de
España. Tomo XIII. Buenos Aires, 1950).
19.         Américo Castro: "El enfoque histórico y la no his-
panidad de los visigodos" ("Nueva Revista de Filo-
logía hispánica". Vol. VIII. 1949).
20.         En desacuerdo con la opinión de Oliveira Martins,
Menéndez Pidal, Aguado Bleye, Américo Castro y
otros historiadores, Sánchez-Albomoz dice que fueron
los astures y no los aristócratas godos quienes inicia-
ron la restauración cristiana en Covadonga; si bien en
torno a la nueva realeza establecida en las montañas
asturianas se agruparon y triunfaron muchos nobles
de estirpe gótica y la alta clerecía y así el reino de
Oviedo vió medrar en su seno un n~oticismo político
y una aristocracia neogótica (18). 'Pero fuera la ac-
ción de Covadonga obra de los godos o de los as-
tures, o de ambos aliados -pues es muy posible que
los magnates godos buscaran el apoyo de los natu-
rales del país=-, el parecer del señor Sánchez-Albor-
noz no desvirtúa, sino que confirma, el carácter neo-
gótico de la monarquía astur-leonesa, por 10 demás
bien conocido.
21.         Sánchez-Albornoz, apoyándose en los estudios de Ló-
pez Santos sobre la toponimia de la diócesis de León,
ha señalado de nuevo la importancia de la corriente
inmigratoria de mozárabes en la repoblación del
reino leonés, especialmente en la llanura (18).
22.         Recordemos, por ejemplo y con la reserva de tratarse
de un hecho no muy bien conocido, que navarros Y
musulmanes españoles lucharon contra los francos de
Carlomagno.
23.         Ramón Menéndez Pidal: "Carácter originario de Cas-
tilla" (Conferencia dada en Burgos con motivo del
Milenario de Castilla, en 1943).
24.         Ramón Menéndez Pidal: "La España del Cid".
25.         Fray Justo Pérez de Urbel: "Historia del condado de
Castilla' .
26.         Fray Justo Pérez de Urbel: "Los vascos en el naci-
miento de Castilla".
27.         Fray Justo Pérez de Urbel: "Cómo nace Castilla"
("Mundo Hispánico", octubre de 1948).
; 28. El llamado Fuero Viejo de Castilla, contra 10 que su
nombre parece indicar, no es ninguno de los primi-
tivos fueros del país, sino una colección de antiguas
leyes castellanas, bastante reformadas, hecha por Pe-
dro 1 en 1356.
29.         El Fuero Juzgo, tan odiado en la tradición castellana,
señala Sánchez-Albornos que también fué invocado
en Castilla; en todo caso raramente, no como legis-
lación fundamental, y después de los fueros y las cos-
tumbres del país (30) .
. 30. Claudio Sánchez-Albomoz: "Orígenes de Castilla.
Cómo nace un pueblo". (Revista de la Universidad
de Buenos Aires, 1943).
31.         Pedro J. Pidal: "Adiciones al Fuero Viejo de Cas-
til1a" (Edición de "La Publicidad". Madrid, 1847).
32.         Vicente de la Fuente: "Estudios críticos sobre la His-
toria y el Derecho de Aragón".
33.         Joaquín Costa: "Colectivismo agrario en España".
34.         Luis Carretero y Nieva: "Las comunidades castellanas.
Su historia y estado actual" (Segovía, 1921).
35.         Refiere Vicente de la Fuente que en su discurso de
recepción en la Real Academia de la Historia tomó
por asunto las Comunidades de Aragón, con harta ex-
trañeza de la generalidad de los eruditos, la mayoría
de los cuales no sabían que hubieran existido "co-
munidades" sino en tiempo de Carlos V y en Cas-
tilla.
Por nuestra parte diremos de un culto abogado
castellano, especializado en estudios de "ciencia po-
lítica", que amplió en varias universidades de Europa:
buen conocedor de la historia de la democracia ingle-
sa, apenas tenía idea de lo que fué la importante
Comunidad de su patria chica.
36.         Carlos de Lécea y García: "La Comunidad y Tierra
de Segovia",
37.         Paulino Alvarez-Laviada: "Chinchón histórico y di-
plomático hasta finalizar el siglo xv. Estudio crío
tico y documentado del municipio castellano medie-
val".
38.         El archivero asturiano Paulino Alvarez-Laviada publi-
có la historia arriba anotada del municipio de Chino
chón, del que fué muchos años funcionario. Este
municipio, como los de Ciempozuelos, Seseña, San
Martín de la Vega, Bayona de Tajuña, Villaconejos y
Valdelaguna -integrantes cid sexmo de Valdemo-
ro- perteneció a la extensa Tierra de la Comunidad
de Segovia, que abarcaba gran parte de la actual pro-
vincia de Madrid. Tan fuerte era la organización co-
munera 'Y tan activa su vida, que la mayoría de los
documentos estudiados y publicados por Alvarcz-La-
viada se relacionan con ella, por lo que este trabajo,
mucho más interesante de lo que su título a. primera
vista indica, es en gran parte una historia de la Co-
munidad de la Ciudad y Tierra de Segovia en el
siglo xv, época en que la vieja instituci6n ya estaba
muy adulterada por la intervención del poder real.
El autor, acostumbrado sin duda a la idea del mu-
nicipio general en España, no señala a la Comuni-
dad como tal, aunque, puntual en su examen histó-
rico, distingue perfectamente lo que él llama muni-
cipio en primer grado -es decir, el municipio de
Chinchón- del municipio en segundo grado o mu-
nicipalidad superior segoviana -es decir, la Cornu-
nidad de la Ciudad y Tierra de Segovia a la que
Chinchón pertenecía-o Aunque no emplea el nom-
bre clásico entre los escritores aragoneses y castella-
nos (de la Fuente, Lécea ... ), Alvarez-Laviada de-
fine así la comunidad: "Por encima del Ayuntamiento
de cada Concejo, existía el Ayuntamiento a pueblo
general de los pueblos de la Muy Noble y Leal Ciu-
dad de Segovia y de su Tierra. Ayuntamiento que,
por su función permanente, puesto que. era de l1S0
y costumbre,' revela una vida municipal de segundo
grado. Vida de un Ayuntamiento de Ayuntamientos,
de un Concejo de Concejos, para la mutua defensa
y fomento de los intereses locales de los municipios
de primer grado; para la armónica convivencia de
los concejos de un territorio, al desenvolverse cada
uno de ellos dentro de su esfera jurisdiccional, y para
el propio robustecimiento y fortaleza de los pueblos
ay untados, mediante la práctica de una estrecha soli-
daridad intermunicipal".
y añade 10 siguiente, que demuestra su compren-
sión de 10 que era una comunidad castellana y revela
el carácter autóctono y remoto origen de la institu-
ción comunera: "Esta vida municipal superior no
debe confundirse con lo que en aquellos tiempos se
llamaba hermandad, ni con lo que en los nuestros se
designa con el nombre de mancomunidad; puesto que
la hermandad era la confederación más o menos ex-
tensa de concejos iguales, hecha circunstancialmente
por lo general y hasta sin contar con el rey en la ge-
neralidad de los casos, con el único propósito de
constituir una fuerte defensa colectiva contra extra-
ños enemigos de sus libertades, de la tranquilidad
y orden interiores, o de la propiedad y seguridad
personal; y la mancomunidad persigue la unión pac-
cionada en el terreno económico para el más fácil
cumplimiento de algunos servicios públicos comu-
nes de carácter municipal, superiores a las posíbili-
des financieras de cada entidad mancomunada, siendo
generalmente de carácter voluntario. El Ayuntamien-
to general de pueblos a que nos referimos, era en
cambio una institución permanente formada a través
de los siglos por la evolución y el natural desenvol-
vimiento de la vida local, con órganos y funciones
adecuadas al cumplimiento de los fines determinan-
tes de su existencia, nacida en la tierra jurisdiccional
de Segovia de modo natural y espontáneo, superior
a todo pacto y a la voluntad de los pueblos ayunta-
dos y que, con la costumbre secular por norma, te-
nían por cabeza al rey representado (unas veces por
el "señor" o "gobernador", después) por el corre-
gidor".
"La constitución y funcionamiento de la institu-
ción que estamos estudiando, eran esencialmente de- 
mocráticos por los elementos del estado llano que ex-
clusivamente la constituían".
Concejo de Concejos llama Alvarez-Laviada a las
comunidades de la Castilla celtibérica; análogas en su
esencia democrática eran las de la Castilla cantábrica
y las del País vascongado; y una unión de estas en-
tidades autónomas, con el rey a la cabeza como poder
federal, era a grandes rasgos Castilla, o la confede-
ración vasco-castellana, como podríamos llamar en el
lenguaje político de hayal viejo reino castellano, si
tenemos en cuenta que a él se habían unido, volun-
tariamente Y con sus fueros por delante, las repúbli-
cas vascongadas.
39.         Cuando en crónicas o documentos antiguos se lea el
Concejo de Segovia o el Concejo de la Ciudad de Se-
govia debe entenderse que, en general, se trata del
gobierno de la Ciudad y Tierra de Segovia, es decir,
del Concejo de la Comunidad. Esto mismo debe te-
nerse presente en el caso de cualquier otra ciudad o
villa cabeza de comunidad.
40.         Julio Puyol y Alonso: "Una puebla en el siglo XIII
(Cartas de población de El Espinar)". ("Revue His-
panique". Tomo XI, 1904).
41.         Julio Puyol y Alonso: "Las Hermandades de Casti-
lla y León". En este interesante estudio se publica,
entre otras cosas, una carta de ma11damiento del Con-
cejo de Segovia al Concejo del Espinar en la que se
dice que el Rey manda formar hermandad y viendo
el Concejo de Segovia que "su pedimento era justo
e complidero de se faser ansi" manda dar sus cartas
y mandamientos en tal sentido a los concejos de la
Tierra.
42.         Real Decreto-Ley de 25 de junio de 1926, y Regla-
mento de 23 de agosto del mismo año.
43.         La existencia de estas "naciones" de los "rnontañe-
ses" y de los "vizcaínos" en la comunidad de Sego-
vi a, es una prueba más de la preponderancia que cán-
tabros y vascos tuvieron en la repoblación del país
comunero, no sólo durante la Reconquista, sino aún
tiempo después. A juzgar por las viejas crónicas, la
"nación' de los vizcaínos" era en Segovia más im-
portante que la de los "montañeses".
 
44.         Son típicos de las costumbres comuneras los atrios
exteriores de las iglesias del país, que servían para
las reuniones públicas y tenían así una función civil.
Cada gremio, "linaje" "nación"o sexmo celebraba sus
asambleas en uno de estos atrios.
 
45.         Diego de Colmenares: "Historia de la insigne ciudad
de Segovia y compendio de las historias de Castilla"
(Edición de Gabrie1 María Vergara. Segovia 1921).
 
46.         Don Pío Baroja, por ejemplo, nos cuenta cómo su
verdadero apellido, Martínez de Baroja, se acortó
a Baroja en el siglo XVIII ("Juventud y Egolatría").
 
47.         Fuero de Sepúlveda. Edición del licenciado Juan de
las Regueras Valdelomar. Barcelona, 1846. Aunque
en la portada de esta edición se dice el antiguo fuero
de Sepúlveda, no se trata del primitivo fuero de
esta villa, sino de una ampliación de la época de
Fernando IV.      .
 
El fuero de Sepúlveda más viejo que se conoce es
del tiempo de Alfonso VI (1076), Y confirma los
primitivos fueros de la época condal.
 
48.         Andrés Giménez Soler: "La Edad media en la co-
rona de Aragón".
49.         "Memorial histórico espafio]" (Tomo I (XXXIII).
Madrid, 18S 1). Publica un privilegio de Alfonso X
a la ciudad ue Burgos, mandando "que ningún hom-
bre que sea familiar o aportillado de Orden que no
aia portillo ninguno en la ciudad de Burgos, ni sea
en sus consejos ni en sus feches".


50.         Recordamos, por ejemplo, un documento de la Co-

munidad de Segovia que prohíbe a los pueblos tras-

pasar tierras de los "quiñones" a "persona poderosa

eclesiástica ni seglar".

 

51.         Largas y enconadas fueron las disputas por cuestio-

nes de límites que la Comunidad de Segovia sostuvo

con Toledo, con la Comunidad de Ávila y principal-

mente con la de Madrid. Con esta última puede de-

cirse que estuvo en pleito permanente sobre la pro-

piedad del sexmo de Manzanares, de parte del cual

(el Real de Manzanares) fué finalmente despojada

Segovia, no en beneficio de Madrid, sino del famoso

marqués de Santillana, cuyo genio poético no le im-

pidió ser también notable político y hábil cortesano.

 

52.         Claudio Sánchez-Albornoz: "Las Behetrías. La En-

comendación en Asturias, León y Castilla" (Anuario

de Historia del Derecho español. Tomo 1, 1924).

 

53.         Claudio Sánchez-Albornoz: "Muchas páginas más so-

bre behetrías" (Anuario de Historia del Derecho es-

pañol. Tomo IV, 1927).

54.         Tal es el caso de las comunidades de Avila y Soria.

Aquélla se repobló con muchos nobles leoneses, crea-

dores de unas poderosas oligarquías familiares aris-

tocráticas que terminaron por ahogar la democracia

concejil y adueñarse de buena parte de su patrimo-

nio, convirtiendo a la vieja ciudad comunera en

Avila de los Caballeros, La de Soria se hizo aristo-

crática y linajuda y el concejo y el pueblo quedaron

eclipsados, y la democracia muy adulterada.

Segovia, aunque en ella había nobles, logró en

parte salvar las libertades y la autoridad de sus con-

cejos hasta tiempos muy recientes ..

 

55.         Las reyertas entre las villas cabeza de comunidad y

las aldeas, aprovechadas por señores y funcionarios en

beneficio propio, tuvieron parte importante en la

ruina de las comunidades de Aragón (32).

56.         Este documento, que se conserva en los archivos de

Segovia, lo reproduce Colmenares en su famosa his-

toria. Vicente de la Fuente cita otro análogo que se

conserva en Cuenca.

57.         Vicente de la Fuente se percató muy bien de su pro-

funda significación (32).

58.         Pedro Bosch-Gimpera: "La democracia española his-

tórica" ("España Nueva". Méjico, enero de 1947).

59.         Anselmo Carretero y Jiménez: "El espíritu civil en

la historia y en la epopeya españolas" ("Las Espa-

ñas". Méjico, agosto de 1950).


60.         Anselmo Carretero y Jiménez: "Felipe II y el alcalde

de Galapagar" ("Las Españas". Méjico, abril de

1948).

61.         Charles Seignobos: "Hístoíre sincere de la nation fran-

caise" .

62.         "Observemos -dicen Soldevila y Bosch-Gimpera-

como un hecho muy interesante, que se repetirá a

10 largo de nuestra Historia, el intento, fracasado, de

formar un reino que comprendiese las tierras de lado

y lado del Pirineo. En este intento, como fracasan

los visigodos, fracasan los sarracenos, los francos y

los catalanes" (98).

63.         Indicaremos los de don Ramón Menéndez Pidal, fray

Luciano Serrano, fray Justo Pérez de Urbel, don

Claudio Sánchez-Albornoz y los colaboradores y dis-

cípulos de estos historiadores.

64.         Antonio Ferrer del Río: "Historia del levantamiento

de las Comunidades de Castilla",

 

65.   Carta original del cardenal Adriano de Utrecht al em-

perador Carlos V, fecha en Valladolid a último de

junio de 1520 (Se guarda en el archivo de Siman-

cas y la publicó Manuel Danvila en su "Historia crí-

tica y documentada de las Comunidades de Castilla").

66. Francisco Martínez Marina: "Teoría de las Cortes o

grandes juntas nacionales de los reinos de León y

Castilla."

67.         A. J Carlyle: "Polítical liberty".

68.  La ganadería, como actividad económica, debió de des-

empeñar un papel muy importante en la vida de las

viejas comunidades. Es muy posible que éstas fueran

fundamentalmente en su origen repúblicas de pasto-

res, aun cuando con el correr de los siglos algunas

de sus capitales se convirtieran en ciudades tan im-

portantes como Segovia, famosa en el siglo XVI por

la amplitud y calidad de su industria textil -hoy

extinguida- que, basada en la producción lanar de

los rebaños de su tierra, sustentaba a miles de opera-

rios; entonces "los paños de Segovia eran tenidos por

los mejores de Europa".

69.  Los restos toponímicos vascongados son muy abun-

dantes en los valles castellanos (burgaleses y rioja-

nos) de los ríos Oja, Tirón, Oca y Arlanzón (Ezca-

ray, Zaldierna, Urdanta, Galarde, Urquiza, Ezque-

rra ... ). Un documento de la época de Fernando III

concede a los habitantes del valle de Ojacastro fuero

que les permitía deponer en vascuence en las pesqui-

sas que hicieran sus merinos. "Esto nos hace com-

prender -dice Caro Baroja- por qué en el siglo

XIII Gonzalo de Berceo, que escribía en la Rioja en

castellano, considerándolo como lengua vulgar, "ro-

mán paladino", deslizara en sus obras alguna pala-

bra vasca típica. A muy poca distancia de donde es-

cribía el maestro, casi en su vecindad, se hablaba

vascuence" (70).

 
70.         Julio Caro Baroja: "Materiales para una historia de

la lengua vasca en su relación con la latina."

71.         Ramón Menéndez Pidal: "El idioma español en sus

primeros tiempos."

72.         Claudio Sánchez-Albornoz: "Estampas de la vida en

León en e! siglo X."

El prólogo de este libro ("El habla del reino de

León en el siglo x") es de don Ramón Menéndez

Pida!.

73.         Claudio Sánchez-Albornoz: "Observaciones a la His-

toria de Castilla de Pérez de Urbel" ("Cuadernos de

Historia de España". Tomo XI. Buenos Aires, 1949).

74.         Fray Justo Pérez de Urbel: "Fernán González".

7 5. Algunos investigadores (Sánchez-Albornoz y Ramos

Loscertales entre ellos) niegan autenticidad histórica

a la elección de los jueces. Pero aunque fuera pura

leyenda, su profundo arraigo en la tradición nacional

de Castilla siempre sería una indicación valiosísima

sobre el carácter originario de ésta. Así lo considera

el señor Ramos y Loscertales para quien "no siendo

ciertos históricamente los hechos", lo es "en cam-

bio lo que resiste a todo análisis: el vivo sentido

castellanísimo del que está penetrado el mito y que

es una realidad histórica" (76).

76.         José María Ramos y Loscertales: "Los jueces de Cas-

tilla" ("Cuadernos de Historia de España". Tomo

X. Buenos Aires, 1948).

77.         A la conjunción de cántabros, vascones y godos en

una época el duro batallar contra los islamitas atri-

buye Sánchez-Albomoz el particularismo castellano.

A diferencia de otros historiadores, el señor Sánchez-

Albornoz concede gran importancia al Factor étnico

germánico en los orígenes de Castilla (18) (30).

 

78.  Otros historiadores de prestigio (73) se han forma-

do de Fernán González una imagen muy distinta de

la que traza el erudito benedictino. Pero, bien se

trate del héroe de la leyenda que nos describe la lite-

ratura épica, bien de un hombre astuto, ambicioso y

audaz, con sangre goda, magnificado por los poetas,

e! hecho es que la tradición castellana nos lo en al-

tece con unos caracteres que, más que su personali-

dad, ponen de manifiesto el espíritu de la primitiva

CastilIa.

79.  En 1200 Guipúzcoa reconoce como soberano suyo a

Alfonso VIII de Castilla; que no solamente no era

rey de León, sino que estaba considerado por éste

como crudelísimo enemigo. Alfonso VIII es muy co-

nocido en la historia por la batalla de la Navas de

Tolosa, cuya campaña él dirigió y a la que concu-

rieron también los reyes de Navarra y Aragón, pero

no el leonés -Alfonso IX, e! fundador de la Uni-

versidad de Salamanca- por la gran enemistad que

acabamos de señalar.

80.  Ya Vicente de la Fuente percibió con claridad las

semejanzas entre el Aragón comunero y el País vas-

congado: "Las comunidades de Calatayud, Daroca,

Teruel y Albarradn -escribe-, con sus fueros de

frontera y organización foral especial y privilegiada,

y su terreno montuoso, remedaban en Aragón a las

Provincias vascongadas". Y añade esta otra analogía

interesante: "La Tierra Baja, donde las Ordenes mi-

litares tenían, la de Calatrava la villa de Alcañiz, la

de San Juan a Caspe, la de San Jorge de Alfambra

no pocos territorios cercanos a Teruel, y los Tem-

plarios a Cantavieja, Tronchón, Fortanete y otros

varios pueblos de la serranía próxima a Morella, re-

medaba a los territorios de la Mancha y Extrema-

dura ... " (32).

 

81.         La canción por excelencia de la Castilla celtibérica

es la jota -en su modalidad "castellana", de la cual

es ejemplo muy conocido la "jota del Guadarrama"-,

hasta el punto de que en tierras de Medinaceli he-

mos oído llamar jota -por antonomasia- a toda

canción popular. El pañuelo en la cabeza al modo

"baturro" ha sido también tocado popular en estas

tierra. Estos rasgos folklórÍcos casi han desaparecido

totalmente en los últimos años, en el proceso unífor-

rnador de costumbres que el rápido progreso de la

civilización moderna lleva consigo.

 

82.         Vicente de la Fuente: "Las Comunidades de Castilla

y Aragón bajo el punto de vista geográfico" (Bole-

tín de la Sociedad Geográfica de Madrid. Tomo VIII.

1880) .

 

83.         Ramón Menéndez Pidal: "La epopeya castellana a

través de la literatura española".

 

84.         En los documentos que se conocen, el nombre de

Castilla se encuentra por primera vez en el año 852,

en el acta de fundación del monasterio de San Mar-

tín de Ferrán. En la literatura histórica aparece en

el año 881 en una crónica escrita probablemente en

la Rioja, en el valle del Iregua (30).

 

85.         Véase el mapa de los pueblos de la España primitiva

de Bosch-Gimpera (9.).

 

86.         Citaremos como más notables: la preciosa de San

Miguel de Escalada (León) y las de San Cebrián de

Mazote (Valladolid), San Miguel de Celanova (Oren-

se) y Santa María de Lebeña (La Líébana, Santan-

der ) .

 

Górnez Moreno considera esta arquitectura mozára-

be como propia del reino de León (87). En Castilla 

no encontramos más iglesias mozárabes que San Bau-

dilio de Berlanga (Soria ) y San Millán de Suso (la

Rioja).

87. Manuel Gómez Moreno: "Iglesias mozárabes".

 

88. "La Liébana, que una importante cadena montañosa

aísla del resto de la tierra (la Montaña de Santan-

der ), encuentra su salida natural hacia los altos va-

lles del Pisuerga, Carrión y Esla, hacia León, por

tanto; la salida del resto de la región es hacia donde

fué su expansión territorial, hacia Burgos. Así, en el

momento de la independencia de Castilla, la Liéba-

na seguirá fiel al reino leonés. Al pensar en las cau-

sas de este hecho, con ser poderosa la natural apun-

tada, surge el recuerdo de aquel foco de cultura le-

baniego, personificado en el Beato y Eterio, que for-

zosamente alimentaría estrechas relaciones cortesanas.

La Liébana formará parte de la diócesis eclesiástica

de .León; en los documentos lebaniegos se invocará

la Lex Gótica, mientras en el resto de la Montaña

el castellanismo ius y el forum terrae, y aun hoy

dialectalmente la Liébana forma parte de aquel reino.

Este divorcio de ambas partes de la Montaña quedó

consagrado en el reparto del reino que hizo Fer-

nando 1 entre sus hijos: la Liébana obedecerá a Al-

fonso VI (de León), el resto de la Montaña a

Sancho II (de Castilla)".

 

(Fernando G. Camino y Aguirre: "Quince siglos

de historia montañesa").

89. Son castellanos algunos pueblos del noreste de la

provincia de Palencia, como Aguilar de Campóo y

Brañosera (la patria de Nuño Rasura), que pertene-

cen a la diócesis de Burgos,

Una parte del oriente de la provincia de Valla-

dolid, en los partidos judiciales de Peñafiel y Olme-

do, fué castellana. Hay en ella pueblos que pertene-

cieron a la Comunidad de Roa o a la de Cuéllar o

que tuvieron concejo independiente y que todavía

pertenecen a las diócesis de Segovia o Avila.

90.         En el tomo "España" de la Enciclopedia Espasa viene

un estudio resumido de! idioma leonés; probablemen-

te hecho -o por lo menos revisado- por don Ra-

món Menéndez Pidal, colaborador en la obra.

91.         El primer canto conocido referente al Cid, el Carmen

Campidoctoris, no es de origen castellano, sino ca-

talán; y el primer texto histórico cidiano, la Historia

Roderici, tampoco proviene de la antigua Castilla,

sino de las fronteras de Zaragoza y Lérida (24).

En el lenguaje de Segovia del siglo XIII encontra-

mos palabras y formas lingüísticas catalanas, como

pelaire, el Alpedret, Ambit y e! uso de la partícula

locativa hi o y.

Antes de que en Cataluña se escribiera en caste-

llano cabe registrar las aportaciones de escritores de

habla castellana a la literatura catalana (98). El gran

juglar burgalés del siglo XIV Alfonso Alvarez de

Villasandino escribió a veces en catalán; y en cata-

lán -110 recordamos donde hemos leído esto- se di.

rigía afectuosamente a sus guerrilleros catalanes Juan

Martín Díaz, el Empecinado, el patriota liberal de

Castrillo de Duero, pueblo de la Comunidad de la

Villa y Tierra de Roa, provincia entonces de Bur-

gos y diócesis de Segovia.

92.         Julio Cejador: "Estudios dialectales" (La Lectura".

Año 10. Tomo III).

93.         En la Historia de los reyes de Castilla y de León

de fray Prudencio de Sandoval, al reseñar la muerte

del infante don Sancho, hijo de Alfonso VI, se repro-

ducen las palabras de dolor que, "en la lengua que

se usaba", decía el rey llorando la muerte de su

único hijo: "Ay meu HIlo (repitiéndolo muchas ve-

 ces ), ay meu Iillo, alegría de mi corazón, l ume dos

meus ollos, solaz de miña vellez; ay meu espello, en

que yo me soya ver, con que tomaba moy gran pra-

cero Ay meu heredero mayor. Caballeros hu me lo

lexastes; dadme meu fillo condes". Y repetía: "Dad-

me meu fillo condes".

94. Ramón Menéndez Pidal: "Cuestiones de método his-

tórico (La crítica cidiana y la. historia medieval)".

95. Julio Puyol y Alonso: "El abadengo de Sahagún".

96. En la versión leonesa de la batalla entre castellanos

y leoneses dada en Golpejera -en tierras de! con-

dado leonés de Carrión, regido por los famosos Beni-

Gómez-, Lucas de Tuy atribuye al Cid las siguien-

tes palabras dirigidas a Sancho II, el rey de Casti-

lla: "He aquí los gallegos con tu hermano el rey

Alfonso, que después de la victoria duermen tranqui-

los en nuestras mismas tiendas; caigamos sobre ellos

al amanecer, Y los venceremos" (24) (97).

97. Ramón Menéndez Pidal: "El Cid Campeador".

98. F. Soldevilla y P. Bosch-Girnpera: "Hish'>ria de Ca-

talunya" .

99. "Memorial histórico español". Tomo 1 (XX). Ma-

drid, 1851.

100. "Memorial histórico español". Tomo II (CCIV). Ma-

drid.

101. Ramón Menéndez Pidal: "El lenguaje del siglo XVI".

102. Miguel de Unamuno: "Por tierras de España y Por-

tugal" .

103. Julio Caro Baroja: "Los pueblos de España".

104. En el examen panorámico que acabamos de hacer de

las distintas nacionalidades españolas hemos dedi-

cado mayor espacio a las de León y Castilla que a

otras de señalada personalidad ampliamente conocida.

Nos han movido a ello varias razones de las que ya

se habrá percatado el lector: León y Castilla desem-

peñan, con signo diverso, papeles relevantes en la

historia de España; ambas pueden tomarse como ex-

presión de procesos nacionales característicos, distin-

tos y en muchos aspectos antagónicos; a pesar de

lo cual son ignorados por el común de los españo-

les; hasta el punto de que para la inmensa mayoría

de éstos ambos pueblos son y han sido, en esencia,

uno solo. Confusionismo éste fomentado intencional-

mente en muchos casos y que, por considerarlo fun-

damental para la comprensión del problema nacional

de España, nos hemos esforzado en desvanecer.

105. Hans Heinrich Schaeder: "La expansión y los esta-

dos del Islam desde el siglo VII hasta el siglo XV"

(Tomo III de la "Historia Universal" dirigida por

W al ter Goetz).                .

106. Rafael Altamira: "Los elementos del carácter y de

la civilización españoles".

107. "Nuestra patria" llaman los antiguos escritores sego-

vianos a su Ciudad y Tierra; y "extranjeros" son

llamados en viejos documentos de la Comunidad los

no ciudadanos de ella.

108. Pedro Bosch-Gimpera: "España, un mundo en forma-

ción ("Mundo Libre". Números 19-21. Méjico,

1943) .

109. "Oliveira Martins no me parece, como a Menéndez

y Pelayo, el historiador más artístico que dió en el

pasado siglo la Península Ibérica, sino el único his-

riador de ella que merece tal nombre... Este hom-

bre es una de mis debilidades" (Miguel de Una-

rnuno: "Por .ierras de España y Portugal").

110. Se alude aquí a unas reuniones de estudio que en    

1945 organizó la Agrupación de Universitarios Espa-

ñoles en Méjico, en las cuales tomamos parte. Se

llegó, después de discusiones, a una definición de

España que no recordamos completa pero que comen-

zaba así: "España es una comunidad de pueblos ... ".

Intervinieron en ellas, entre otros compatriotas, nues-

tro viejo amigo y compañero Antonio María Sbert

y don Mariano Granados.

111. De un discurso de don Luis Nicolau D'Olwer pro-

nunciado en Barcelona en noviembre de 1938. Copia-

mos el párrafo del ensayo del señor Bosch-Gimpera

antes citado (108).

112. Miguel de Unamuno: "Recuerdos de niñez y mo-

cedad" .

113. Nuevo Reino de León llamaron los españoles al ac-

tual Estado de Nuevo León de la República federal

mejicana. Fueron sus primeros exploradores fray Die-

go de León y el capitán Diego de Montemayor, quie-

nes fundaron una misión donde habría de levantarse

después la ciudad de Monterrey. Montemayor dió a

la misión el nombre de Nueva Extramadura, que se

cambió por el de Monterrey en honor del conde de

este título, virrey a la sazón de la Nueva España,

quien ordenó que aquellas tierras se llamaran Nuevo

Reino de León, ya en memoria del citado fray Diego,

ya en honor de la región española de este nombre.

Nueva Galicia fué el nombre de una de las pro-

vincias de la Nueva España que comprendía los ac-

tuales Estados mejicanos de Jalisco y Aguas Calien-

tes y partes de los de Zacatecas, Durango y San Luis

Potosí.

Nueva Vizcaya fué el nombre que los españoles

dieron a la parte de Méjico que en la actualidad ocu-

pan los Estados de Chihuahua y Durango y parte

del de Coahuila.

Nueva Extrernadura llamó a Chile el conquistador

Pedro de Valdivia, en recuerdo de su patria. For-

maba parte del Gobierno de Nueva Toledo, al sur

del Perú.

Nueva Andalucía fué el nombre que llevó al co-

mienzo de la colonización española una parte de Ve-

nezuela. También se llamó Nueva Andalucía a una

parte de Centroamérica.

Nueva Castilla fué el nombre con que se confió

a Pizarro el Gobierno del Perú. Nueva Castilla lla-

mó también Miguel López de Legazpi a la Isla de

Luzón.

El mapa de Iberoamérica está sembrado de nom-

bres de ciudades y comarcas españolas dados por los

exploradores, conquistadores y colonizadores en ho-

nor de sus tierras natales.

 

114.       Como ejemplo, copiamos a continuación algunas fra-

ses, sacadas de entre otras muchas análogas, de la

"Historia verdadera de la conquista de la Nueva Es-

paña", de Bernal Díaz del Castillo:

"dijeron que ocho jornadas de alli había muchos

hombres con barbas y mujeres de Castilla";

"y eran hasta cuarenta hombres, cuatro mujeres de

Castilla y dos mulatas";

"el factor procuró por todas vías enviar oro a Cas-

tilla a su Majestad";

"y llevó otros cien soldados de los nuevamente ve-

nidos de Castilla";

"Cómo entre tanto que Cortés estaba en Castilla

vino la Real Audiencia a México";

"y mandó dar pregones que cualesquier personas que

quisieran ir a CastilJa les dará pasaje y comida de

balde";

"otro capitán que fué por la parte de Oaxaca, que

se decía Figueroa, natural de Cáceres, que también

dijeron que había sido muy esforzado capitán en

Castilla' ;

"y de aquel viaje que volvió, entre Castilla y las

islas de Canaria dió con tres o cuatro navíos";

"y quiso Nuestro Señor Dios darle tal viaje, que en

cuarenta y dos días llegó a Castilla, sin parar en la

Habana ni en isla ninguna, y fué a desembarcar cerca

de la villa de Palos".

115.       La leonesización de Fernando 1 ha sido estudiada

por don Ramón Menéndez Pidal. A tal grado in-

fluye sobre este rey de Castilla -hijo de navarro y

castellana- el prestigio imperial de León que dis-

pone su enterramiento en el panteón de los reyes

leoneses y hace trasladar allí los restos de su padre,

Sancho el Mayor, desde el monasterio de Oña, se-

pultura de los condes castellanos.

En esta époea traspasa la frontera leonesa del Pi-

suerga el patrocinio militar de Santiago, y comienza

a extenderse a Castilla, para abarcar más tarde a

toda España. Con anterioridad los castellanos habían

tenido como patrono únicamente al riojano San Mi-

Ilán de la Cogolla.

116.       Recordemos, entre los más conocidos, que: Cortés,

los Pizarro, Pedro de Valdivia, Vasco Núñez de Bal-

boa, Hernando de Soto, Francisco de Orellana, eran

extremeños; el Gran Capitán por antonomasia, los

hermanos Pinzón, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Pe-

dro de Alvarado, Antón de Alaminos, Gonzalo Ji-

ménez de Quesada, Pedro de Mendoza, andaluces;

Juan Ponce de León, Diego de Ordás, Francisco Váz-

quez de Coronado, leoneses; Almagre, manchego ...

117.       En las historias de Cataluña, por ejemplo, se suele

hablar de las tropas, las instituciones y los funcio-

narios "castellanos", refiriéndose a todos los espa-

ñoles no catalanes,

 

118.       Los estudios de Menéndez Pidal, fray Luciano Serrano,

fray Justo Pérez de Urbel, Sánchez-Albornoz y otros

investigadores contemporáneos han de contribuir, en

cambio, al conocimiento de su verdadera personali-

dad.

119.       Leonesa es la "Castilla" de Gabriel y Galán, y leo-

nesa y manchega la de Azorín. A este último no se

le escapa el contraste entre las "pardas llanuras" de

su Castilla literaria y la realidad del paisaje castella-

no, cuando dice: "A Castilla, nuestra Castilla, la ha

hecho la literatura. La Castilla literaria es distinta

-acaso mucho más lata- que la expresión geográ-

fica de Castilla". y en efecto" estas llanuras

-"pardillas" y manchegas- las ha hecho castella-

nas la literatura; la literatura moderna, que la de la

vieja Castilla -la de Berceo, el Arcipreste y el mar-

qués de Santillana- nos habla de prados y arroyos,

de montes y sierras. Esta primitiva literatura, ver-

daderamente castellana y no sólo por la lengua en

que está escrita, no canta nunca la "inmensa llanura";

cultiva, en cambio, un género muy acorde con el pai-

saje de la Castilla celtibérica: las serranillas o cántí-

cas de serranas. Celtibérico es también el paisaje de

la Castilla de Antonio Machado, la de las sierras azu-

les y los pinares.

La visión leonesa de Castilla es muy corriente en-

tre los asturianos y gallegos, que cuando viajan de

sus regiones a Madrid, al atravesar las provincias de

León, Palencía y Valladolid por la llanura de Carn-

pos, creen pasar por "Castilla la Vieja", cuando en

puridad lo hacen después, precisamente al salir de

esa llanura y entrar en la provincia de Segovia por

los pinares de Coca para cruzar en seguida el ma-

cizo montañoso de Guadarrama.

• Azorín: "El paisaje de España visto por los españoles".

 

 

120.  Quienes así hablan olvidan no sólo esto, sino tamo

bién la espléndida tradición de la marina castellana

y de las "Cuatro Villas de la Mar" (Santander, Cas-

tro Urdiales, Laredo y San Vicente de la Barquera} ;

y la famosa "Hermandat de las Villas de la Marina

de Castilla con Vitoria", formada en el siglo XIII

por Santander, Laredo, Castro, Vitoria, Bermeo, Gue-

taria, San Sebastián y Fuenterrabia, cuyas armas eran

un castillo sobre ondas. Verdadera "hansa" vasco-

castellana, que legislaba para sí, establecía tribunales

de justicia, negociaba con las potencias extranjeras e

incluso hacía la guerra y concertaba la paz, En la

toma de Sevilla se consagró definitivamente la mari-

na castellana o burgalesa -no olvidemos que la ac-

tual provincia de Santander, antigua Montaña de

Burgos o Montañas de Castilla, ha sido burgalesa

hasta el siglo pasado-o al crear los Reyes Católicos

el Consulado de Burgos quedaron dentro de su juris-

dicción los puertos del litoral vasco-castellano, hasta

que posteriormente se estableció el Consulado de Bil-

bao. En la ciudad de Burgos se conserva, con el an-

cla simbólica en la fachada, el edificio de su antiguo

Consulado del Mar.

Otras son, en realidad, las regiones de España que

no ven el mar: León, Extremadura, La Mancha, Na-

varra y Aragón.
121. El color morado parece que se lo dió Felipe IV a una
guardia real que se creó en su reinado (Tercio de
los morados) lo adoptó, pues, pasados siglos de que
Castilla dejara de existir como Estado independiente,
la casa real española, que lo ha usado hasta su de-
rrocamiento, y tiene de castellano tanto como de ca-
talán o andaluz.
Ya entrado el siglo XIX se divulgó bastante la
creencia en la tradición del "pendón morado de Cas-
tilla", y como tal y por considerado históricamente
ligado a la democracia castellana fué adoptado este
color por la Milicia Nacional y por la sociedad se-
creta de "Los Comuneros" -no poco grotesca y muy
ignorante de lo que fueron las comunidades castella-
nas-. A pesar de que serios trabajos de eruditos de-
mostraron lo infundado de tal tradición, es un hecho
que se ha extendido ampliamente, siendo hoy para
muchos firme creencia.
 
Así como el color de la ciudad de Burgos ha sido
siempre el rojo de Castilla y rojas son -o por lo
menos lo eran hasta 1936- las cintas con que los
dulzaineros y tamborileros del ayuntamiento adornan
sus negros sombreros en las ceremonias y fiestas lo-
cales; el color tradicional de la Ciudad y Tierra de
Segovia es el azul celeste, del fondo de su escudo,
que junto con los colores reales (rojo de CastilIa y
blanco de León) se encuentra ya en los hilos de seda
de que cuelga el sello de su concejo en documentos
del siglo XIV. Azul celeste es la bandera segoviana,
azules eran los tambores de la Ciudad y azules las
medias del traje típico de los segovianos. A fines del
siglo pasado o principios del que corre, un alcalde,
con dos títulos universitarios y más autosuficiencia
que saber, decidió, por las buenas, que los vivos azu-
les tradicionales de la gente uniformada del ayunta-
miento de Segovia "estaban mal" y ordenó que se
cambiaran por otros morados, "por ser éste el color
de Castilla"; y así quedaron desde entonces. Es una
anécdota trivial, oída a un viejo segoviano, pero que
nos parece oportuno anotar en este punto.
 
El escudo de Castilla es un castilIo de oro sobre
gules. Por un capricho de la historia el color de Cas-
tilla -como el de Navarra -es el rojo; y por tan
poderosa razón el morado, que distingue la bandera
republicana de la monárquica, tiene un origen real.
Si queremos Jar una significación -cosa por lo de-
más innecesaria- a ese color de nuestra bandera,
puede bien representar la unión de los pueblos his- 
pánicos; centralista y tiránico hoy, respetuosa de la
personalidad de todos ellos y democrática en el ma-
ñana que fervorosamente soñamos. La bandera tri-
color de España tiene, al parecer, su origen en el
propósito de los republicanos federales de reunir en
la enseña nacional todos los colores de los antiguos
Estados peninsulares. En tal caso debió haber sido
blanca, roja y amarilla (blanco era el color de León,
rojo el de Castilla y el de Navarra, rojo y oro los
de Aragón). Afortunadamente para la vistosidad de
nuestra enseña, los autores de la idea siguieron una
falsa tradición.
 
122. Miguel de Unamuno: "En torno al casticismo (La
casta histórica de Castilla)".
 
123. No debemos olvidar que Unamuno forma su entra-
ñable visión de "Castilla" en la tierra leonesa de
Salamanca.
 
124. José Ortega y Gasset: "España invertebrada".
125. Véanse los trabajos de nuestros amigos y compañe-
ros de exilio Mariano Granados, soriano, y Jesús
Ruiz del Río, riojano, titulados respectivamente: "Es-
paña y las Españas" (Méjico, 1950) Y "La Rioja
en el reinado de Alfonso VI" (Méjico, 1950).
126. J. B. Trend: "The civilization of Spain".
 
127. El Fuero de Daroca manda que si el señor hace daño
a cualquier vecino de la villa, el concejo ayude a
éste contra el señor. ¡Véase por este rasgo -excla-
ma de la Fuente (32)- cuán. lejos estaban las seño-
rías de honor de ser ni parecer feudos ni sombra de
éstos!
 
128. Pedro Bosch-Gimpera: "La lección del pasado" ("Las
Españas". Méjico, abril de 1948).
129.  La enorme influencia espiritual de la tradición en el
desarrollo de las sociedades humanas fué ya señala-
do por el propio fundador de la doctrina materia-
lista de la historia -que sostiene la preponderancia
decisiva de los factores económicos-, de quien es
el siguiente párrafo: "Los hombres hacen su propia
historia; pero no según su propio acuerdo y bajo las
condiciones por ellos mismos elegidas, sino según
aquéllas que les han sido dadas y transmitidas. La
tradición de las generaciones muertas pesa como una
montaña sobre el cerebro de los vivos" (130).
Toca al político, y más si es revolucionario y crea-
dor, reconocer la fuerza de la tradición, combatirla
en cuanto resulte nociva, orientada y utilizarla en
lo posible como factor de progreso cuando sea apro-
vechable como tal.
La ceguera o torpeza de nuestros políticos de iz-
quierda al no ver o despreciar las posibilidades de
nuestra tradición como fuerza de progreso, la apunta
ya acertadamente un hombre de temperamento tan
conservador como don Ramón Menéndez Pídal cuan-
do, bajo el epígrafe de "Las dos Españas" -"As
duas Espanhas" del portugués Fidelino de Figueire-
do-, dice: "A pesar de Costa, Ganivet o Unamuno,
las izquierdas siempre se mostraron muy poco incli-
nadas a estudiar y afirmar en las tradiciones histó-
ricas aspectos coincidentes con la propia ideología ...
Tal pesimismo histórico constituía una manifiesta in-
ferioridad de las izquierdas en el antagonismo de las
dos Españas. Con extremismo partidista abandonan
íntegra. a los contrarios la fuerza de! la tradición ... "
(2) .
130.       Carlos Marx: "El Dieciocho de Brurnario",
131.       Ramón Menéndez Pidal: "Historia de España". In-
troducción al Tomo Il.
132.       Algunos de los ciudadanos de la Comunidad de Se-
govia que Isabel la Católica había declarado vas a-
llos de los marqueses de Moya, queriendo  volver a
a la jurisdicción concecjil, se agruparon años después
y pidieron licencia al Concejo de Segovia para hacer
una nueva población. Concedióla el concejo, que
nombró como primer alcalde a un Juan el Sevilla-
no -natural de Sevilla- por quien el nuevo pue-
blo -hoy de la provincia de Madrid- se llamó
Sevilla la Nueva (45).
 
 


 
 





 

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