Las dos Castillas y León. Teoría de una nación.
Antonio Hernández Pérez.
Editorial Riodelaire . Guadalajara 1982.
En el último número de la revista Pueblo y Tierra ha aparecido una apartado publicitario de este libro, cuyos últimos ejemplares facilita la agrupación nacionalsocialista probablemente conocida por sus tendencias de aquellos que en algún momento se hayan interesados por temas castellanos. Digamos que se trata de una pequeña publicación que contiene una serie de opiniones, elucubraciones y suposiciones difícilmente conciliables con la información histórica disponible sobre el pasado de Castilla, a menos que se hagan verdaderas contorsiones mentales, que es justamente lo que hace el autor desde la primera a la última página.
Intenta el autor fundamentar la tesis pancastellanista - expuesta pero pésimamente argumentada- hoy extendida en pequeños grupúsculos de que Castilla es una nación formada por Castilla la Vieja, Castilla la Nueva y León, curiosa nación donde el todo coincide con una de las partes. Como es habitual en los partidarios de esta tesis León su cultura, su lengua histórica y otras muchas cosas son negadas y reducidas a un mero apéndice de Castilla. En lo referente al Reino de Toledo, jamás mencionado con ese nombre, sino con la denominación geográfica de La Mancha o de manera más extensa como Castilla la Nueva, sus argumentes y la exposición de motivos es aún mucho más menesterosa y carente de convicción, sin duda el autor, zamorano de nacimiento aunque autoproclamándose castellano, vive muy lejos de allí.
El autor del panfleto pretende argumentar en la línea de una comunidad culturalmente homogénea y etnológicamente idéntica, con explicaciones más bien contradictorias acerca de lo que entiende por homogeneidad e identidad, términos por otra parte bastante difíciles de definir. No escasean las apelaciones de tipo cuartelario al deber de marchar unificados, algo así como los exabruptos de un sargento a los reclutas para que marchen a su voz.
Maneja el autor un concepto de nación basado en principio biológico y racial, que a poco de profundizar quizá se hubiera retrotraído al estilo darwinista, a las hordas de simios; Castilla resultado de la evolución chimpancé. Como gran cosa avanza unas extrañas logomaquias acerca de una contextura temporal y psicológica que no explicita en absoluto. Intenta eso si hacer una clasificación jerárquica de un totum revolutum de genotipo, fenotipo, raza, lengua, tradiciones, religión, instituciones, temperamento, territorio, voluntad y conciencia de singularidad y otra serie expresiones, donde hace primar la raza – a veces púdicamente llamada origen-, y la lengua y según él las tradiciones históricas; en segundo lugar pone instituciones , religión , territorio y un misterioso etc.; clasificación jerárquica tanto más chocante cuanto que lo que considera secundario puede en principio encajar en lo que denomina tradiciones históricas que considera dentro de las características primarias o esenciales; o sea un discurso de titiritero circense.
No obstante lo insólito del librejo es la predominancia de los argumentos racistas; también en Castilla hay racistas, de todo hay en la viña del Señor. En breves palabras desbarra el autor en el sentido de afirmar que la componente humana básica de lo que el dice ser Castilla –que desborda ampliamente lo que con mínimos conocimientos históricos fue Castilla en sentido estricto- es la componente germánica visigoda. Y digo que desbarra porque semejante ocurrencia no merece siquiera el nombre de tesis. Los datos que se poseen sobre los invasores godos son escasísimos y bordean más bien la conjetura que la documentación histórica. El número de invasores visigodos probablemente no llegó al cinco por ciento de la población hispanorromana, se carece de cualquier documento escrito en lengua gótica, ni siquiera se sabe la medida efectiva en que usaban esa lengua después de su secular periplo por Ecandinavia, Báltico, estepas ruso-asiáticas, Imperio Romano, la Galia e Hispania, eso no obsta para que el autor elucubre acerca de las diferencias lingüísticas entre los visigodos de Tierra de Campos y los de Toledo; poco le falta para asegurar que el castellano es básicamente una lengua de origen gótico.
Otrosí aplica la moderna noción de clase social a los visigodos, sociedad trifuncional - como el resto de las sociedades indoeuropeas- a la que conviene más el nombre de estamento o de casta que no la de clase; sociedades por otra parte jerárquicas en donde no es posible considerar la separación estamental sin que desaparezca la organización social. Eso no obsta para que confunda la monarquía neogótica leonesa con el condado y luego reino de Castilla; según el autor la clase alta visigoda fue a León y la clase baja a Castilla, así se despacha tan ricamente y todos visigodos, arios y rubios, vamos que ni Hitler soñó tal paraíso ario.
Entre los recuentos de investigación racista no falta la investigación de nombres de origen gótico, lo que le lleva a conclusiones gozosas de arianidad. Algo así como si hoy día se hiciera una investigación de nombre de origen anglosajón en iberoamérica; en base a tales resultados se concluiría la enorme proporción de población blanca, sajona y protestante, donde efectivamente no hay sino, cholos, mestizos,mulatos, cuarterones, indios y negros.
Como buen racista no deja de abordar el tema de la complexión corporal visigótica, que supone, como no, blanca, grande, rubia de ojos azules y otros tópicos bien conocidos. El problema surge cuando se compara con los tamaños efectivos comprobados en las necrópolis y sepulturas visigodas o supuestas tales, que no responde al tipo previsto; pero todo admite una explicación; nuestro autor afirma que los visigodos perdieron estatura debido al duro clima de la meseta. Según ese razonamiento a su paso por las estepas ruso-asiáticas, de clima mucho más duro y extremado que la meseta ibérica les debió de haber encogido hasta el extremo de acabar siendo liliputienses a pesar de su origen germánico.
Luego se toca el tema de las costumbres de carácter penal como la venganza, la satisfacción del honor mancillado y otras, que supone rápidamente de origen visigodo, pero que los tratadistas de primera línea de derecho medieval, como Galo Sánchez, pone en tela de juicio, en el sentido de que tales prácticas son verosímilmente muy anteriores a la llegada de los godos y tienen un origen no tanto ario como reciamente indígena. Claro que incluso esto no sería totalmente desfavorables a las fantasías del autor, cuando afirma explícitamente que los iberos son de origen nórdico.
Como el panfleto toca todo, no falta una alusión al folklore, concretamente a las danzas guerreras, ampliamente extendidas por toda la península, que, como no, solo pueden tener su origen en el pueblo ario y guerrero visigodo, los demás pueblos de la vieja piel de toro eran pueblos pacifistas e indolentes a los que se las daba un ardite inflarse a bofetadas; aunque sabemos que había hispanos en las legiones imperiales romanas. Muy al revés de lo que supone el autor, de todas las tribus bárbaras de la época de las grandes invasiones la más romanizada de todas eran precisamente la de los visigodos; habían pasado por el Imperio de Oriente, por Italia, por la Galia, y luego por Hispania, durante tres siglos apenas combatieron, eso si los cascaron a base de bien los francos, y luego los sarracenos, y en vista de eso nos cuenta el autor salmodias acerca de su ardor guerrero vibra en nuestras almas. La explicación es clara como el agua, los genes visigodos portaban en si una virtualidad guerrera que los hizo protagonistas de la reconquista, a pesar de su temporal sopor de tres siglos de romanización, epicureísmo hispanorromano, cierto mariconismo soterrado y calma relativa.
De acuerdo a esta explicación genética y racial fueron los visigodos y sus descendientes los héroes de la lucha contra la morisma, los repobladores de las tierras reconquistadas y misioneros de la arianidad. Como la ignorancia es muy atrevida no duda en afirmar que en pleno siglo VIII, época bien conocida por sus estadísticas demográficas, la población cristiana de Cantabria era en un 75% de visigodos, pero no unos visigodos cualesquiera, sino visigodos “puros”, y en Asturias rebaja la cifra al 30 %, al fin y al cabo como dice el autor la raza es una realidad insoslayable; probablemente se refiere a la raza visigoda. Posteriormente nos cuenta el autor que solamente los visigodos tenían empuje para ser repobladores, independientemente de las presuras, las cartas pueblas, las exenciones jurisdiccionales o el botín puro y duro. Lo que no deja de sorprender como un escaso cinco por ciento de la población visigoda que llegó a la península dio para tanto – al menos en la fantasía del autor- guerreros numerosos , repobladores sin límites, que misterios encierran los genes arios.
Si acaso conviene notar que el autor propugna para España un pacto federal, es curioso notar como la ideología liberal del pacto de Rousseau, se da la mano con la ideología racista. Ambas, aunque parezca sorprendente a primera vista, son consecuencias de la Ilustración descreída y racional.
Las restantes suposiciones y cábalas son del mismo o parecido tenor aunque estas son ya confusiones compartidas por otros no necesariamente raceros, así:
* La institución castellana por excelencia: la comunidad de villa y tierra, no coincide con el municipio leonés.
* El Fuero Juzgo visigótico aplicado en el reino de León no era la ley consuetudinaria de Castilla
* Aunque la ignorancia o la indocumentación del autor lo desconozcan, existe una lengua leonesa, minoritariamente hablada hoy día.
* Lo que denomínale autor reino de Castilla y León, es en realidad un conjunto de reinos los que ostentaba su corona un solo monarca : Rey de Castilla, de León, de Granada, de Toledo, de Galicia, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, de las Islas Canarias, Señor de Vizcaya.., de una manera genérica y abreviada conocido como corona de Castilla, a no confundir con el reino de Castilla.
* Fernando III el Santo llega a ser rey de Castilla y de León, lo que no supuso que hubiera ninguna fusión de pueblos, León siguió durante siglos con sus cortes propias, sus leyes, su moneda, su lengua etc.
* El reino de Toledo lo conquista y forma parte de él en sus comienzos el reino de León. El reino de Toledo tenía como legua propia el mozárabe, que como nos recuerda Manuel Criado del Val, influyó decisivamente en la factura del castellano moderno, que tiene enormes diferencias con el castellano original del norte.
* El reino de Toledo, Andalucía y Murcia fueron reconquistados al estilo leonés. Incluso las iniciales y poco duraderas comunidades toledanas eran distintas en aspectos esenciales de las comunidades de villa y tierra castellanas.
* Una lengua castellana cada vez más modernizada –que algunos denominan español- desplazó al leonés en León y al genuino castellano de los orígenes en Castilla.
* Zamora jamás perteneció al reino de Castilla, otra cosa es que perteneciera a la corona de Castilla. Si de una manera muy genérica, lata y desvaída se denomina castellano a lo perteneciente a la corona de Castilla , se podría decir que un zamorano es tan castellano, como un almeriense o un pontevedrés.
* La Castilla total, unificada, racialmente homogénea de 19 o 38 provincias –según los gustos- tiene un sabor de imposición ordenancista y prusiano muy poco simpático..
Solo queda decir que el libro aquí comentado es –no por casualidad- uno de los libros de cabecera de una organización de ideología nazi
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