Hecho penoso, y preocupante, es el que se ha producido en la Universidad Autónoma de Barcelona, en la que parece se pretende la supresión del departamento de castellano y se ha dado lugar a que un grupo de estudiantes de periodismo hayan tenido que formular recurso legal para que se les reconozca el derecho a recibir la enseñanza en lengua castellana.
Lamentable seria que, ahora que nos movemos en una atmósfera de libertad y tanto se habla de solidaridad entre los pueblos de España, nos dedicáramos a ponernos dificultades los unos a los otros.
El catalán es una lengua que merece todo nuestro aprecio y afecto, una riqueza cultural de las Españas; y es justo naturalmente que, superadas las viejas incomprensiones, se impartan enseñanzas en catalán, a los catalanes y a cuantos lo deseen en Cataluña, conforme a los derechos instituidos en la Constitución y en el Estatuto de autonomía.
Pero no por eso hemos de negar ese mismo derecho a los demás: concretamente, el derecho de los castellanoparlantes a estudiar y aprender en su propia lengua. No salgamos de una discriminación para caer en la contraria.
Si nos quejamos, con razón, de antiguas arbitrariedades y abusos contra la utilización del idioma catalán, no vayamos a someter ahora a análogas opresiones o restricciones a los que hablan en castellano.
De los agravios sufridos en el pasado por Cataluña no es responsable Castilla ni los castellanos ni la lengua de los castellanos. Totalmente falsa, no nos cansaremos de repetirlo, es esa imagen y ese prejuicio, tan extendidos, que nos presentan a Castilla como pueblo dominante e imperialista que ha sojuzgado a los demás de España, imponiéndoles por la fuerza su idioma, su ley y su cultura.
La realidad es bien distinta. No ha habido una hegemonía castellana ni un absolutismo o centralismo de Castilla. El centralismo de las superestructuras del Estado español ha oprimido a todos los pueblos de España; y Castilla no ha sido culpable sino víctima: La primera y más perjudicada víctima del centralismo español.
Ya lo reconoció Rovira y Virgili, ese gran catalán: «No fue Castilla la que oprimió a Cataluña, sino la Casa de Austria».
De la marginación sufrida por Castilla dan testimonio, vivo y más bien dramático, los miles y miles de castellanos que se han visto forzados a emigrar a Cataluña, desterrándose, para encontrar el trabajo y los medios de vida que no había en su tierra; y no los había porque los que tenían el poder decidieron que, en lugar de procurar el desarrollo de los pueblos castellanos, era preferible expoliarlos.
Esos castellanos en Cataluña merecen el mínimo respeto de que no se les arrebate su lengua y su cultura. De que, en un marco de verdadera solidaridad española, puedan seguir hablando, pensando y recibiendo la enseñanza en la lengua de sus padres, en el idioma del pueblo a que pertenecen.
Informativo Castilla nº 9. Julio 1980
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