lunes, febrero 05, 2007

El Exiliado (Carlos Arnanz Ruiz. Relatos de la desesperanza. Madrid 1989)

El Exiliado

No obstante mi gran amor por Castilla, por Segovia, ten­go decidido instalarme lejos; no sé si cuanto más mejor o simplemente a una distancia prudencial que me permita, en caso de desearlo, venir alguna vez que otra. Por otro lado pienso si no sería mejor no volver jamás. Quizás sea mejor no hacer planes y obrar en consecuencia con lo que el discurrir de las horas vaya determinando. Sí, esto será lo mejor. De momento irme. Luego... ya se verá. Lo de ya se verá es un decir pues la verdad es que hace ya tiem­po que entré en la edad senil y aunque, por ahora, gozo de buena salud, muchos años pesan ya sobre mis hombros y soy consciente de mis flaquezas. Sé que mi vida no va a durar mucho en el mejor de los casos. Digo que mi salud es de momento buena. Pero también debo añadir que últimamente me embarga, a ratos, una abulia progresiva; una abulia que comenzó de a poco y que cada vez me afecta con mayor frecuencia y más intensamente. En tales momen­tos me siento caer en un completo desinterés por las cosas, las personas, por sí mismo. Y dejo transcurrir el tiempo tum­bado en la cama, con la mirada fija en el techo, sumido en una extraña situación de inquietud, impotencia y laxitud. ¡Qué lejos. entonces, mis habituales aficiones por la lectu­ra, la música, los largos paseos por cualquier parte o las con­versaciones con todo el mundo! En los momentos de luci­dez me defino como un viejo cansado. abúlico pero sobre todo decepcionado. ¡Con lo que yo he deseado volver a mi Segovia! ¡Y ahora que estoy en ella, pase lo de cansado por mi edad, pero abúlico y decepcionado! Parecía increíble, como tantas otras cosas de mi vida, como la misma sa­lida de Segovia hacia el exilio iba ya para casi medio siglo. Mi familia, al revés que en otros muchos casos, no salió al exilio por temor a las represalias; Ni tirios ni troyanos; ni güelfos ni gibelinos, estuvimos primero en Cavite, luego en Manila, más tarde en Guatemala y por último en Costa Rica. En Segovia siempre quedaron familiares; parientes cu­yos apellidos aparecen tanto en la capital como en diversos lugares de la provincia sin solución de continuidad por lo menos durante los últimos trescientos años. ¡Cuanto no ha­bré pensado yo en mi Segovia! La verdad es que cuando salimos de ella mis conocimientos sobre la misma eran es­casos. Solo a partir de mis contactos con la obra de Salva­dor Spríu, primero y de los Carretero (padre e hijo), des­pués, pude entender con conocimiento la verdadera significación de Castilla en general y de Segovia en particu­lar. Pero esto sería ya durante mi estancia americana. En libros adquiridos en mis viajes a México. En no pocas oca­siones he estado a punto quebrantar mi exilio, tal era el «ti­rón» de mi tierra. Ya he dicho que mi familia no salió per­seguida. Se marchó, incluso, unos años antes que los demás. En el año 35. Cuando ya parecía inevitable el de­sastre. Interviniendo factores muy diversos de difícil expli­cación. Pudimos volver hacia los años cuarenta, pero mi padre se negó. Y también en los cincuenta; y en los sesen­ta. Pero no sería hasta después de la muerte de Franco, de­saparecidos ya de este mundo mis padres y mis hermanos. Recuerdo de manera muy especial el momento, inolvida­ble momento, del encuentro, después de tantos años, con mi patria. Quise hacer y lo hice, un itinerario sentimental parecido al de Julián María Otero, pues, como los amigos de éste, yo también vine por ferrocarril. Quedé sorprendi­do al comprobar cómo encontré muy cambiada la ciudad pero solamente en determinados aspectos. La esencia per­manecía, intacta. Dice Julián María Otero «Segovia: árbo­les, torres, hombres. Las raíces en una alcantarilla y la últi­ma rama en las nubes: un chopo de Sacti Spiritus o de la Ronda o de Santa Lucía. Los cimientos entre callejas sinies­tras y en la linterna una estrella: la Catedral. ¡Oh! si los hom­bres aquí encerrados, ya que la vulgaridad traba nuestros pasos, alzásemos más altos los pensamientos... » (MCMXV). La Catedral. Desafío al poder del césar. Una de las obras colectivas más notables de mis paisanos. Se quedaron solo>s haciendo torre. ¿Por soberbia? Ahí está la impronta de la ciudad que no en el acueducto. No, no es por soberbia sino como escape de la progenie repobladora, foral, comunera y libertaria que hiciera de la entidad histórica de Sego­via (Comunidad de Ciudad y Tierra) un organismo político casi perfecto (lo llegó a subrayar Madariaga). ¿Caben más altos pensamientos? Pero también representa y aun fue esta torre veintidós pies más alta, la revancha de los segovianos humillados en Villalar y otras partes, incluida la misma ciu­dad de Segovia. Cuando llegué a la calle del Sol mis fami­liares no me esperaban. ¡Cómo se alegraron al verme! Mis tíos hacía tiempo que ya no vivían pero sí mis primos. La casa la habían conservado prácticamente como cuando yo la conocí, salvo pequeños detalles. Reconocí de inmediato los cuadros de mi tío Gregorio y también sus cerámicas atri­buidas a Zuloaga pero debidas a su mano y salidas del ta­ller de doña Obdulia (de la Fabrica de Loza). No quise cau­sar molestias y me instalé (aun a pesar de una gran insistencia) en casa de unos vecinos, en la misma calle, casi en la misma esquina de San Frutos; muy cerca de la cate­dral. Alquilé, pues, una habitación espaciosa y limpia, muy soleada. Su único balcón da a la calle del Sol. Enfrente tengo la fachada no menos antigua de otra casa. El mobiliario: una mesa, una silla, una cama, un cristo en la pared, un arma­rito y poco más. En el escaso tiempo que llevo en Segovia he tenido ocasión de enterarme, principalmente por mis pri­mos, la historia última de Segovia (la anterior ya me la sa­bía) ; los acontecimientos más relevantes de los diez o doce últimos años en los que una minoría lúcida había querido recuperar la Castilla auténtica del maremagnun en que es­taba sumida. Y me hablaron de las tesis de Carretero (de los Carreteros padre e hijo) que yo tan bien conocía, e igual­mente del grupo que con tanto tesón las venía defendien­do en noble lid y a cuyo frente figuraba un segoviano ejem­plar, escritor, abodago en ejercicio, llamado Manuel González Herrero. Este hombre bueno y honrado había lo­grado reunir en torno suyo a numerosas personas de bue­na voluntad bajo el denominador común de una asociación ciudadana denominada Comunidad Castellana; con afiliados principalmente en Castilla pero también en otros pun­tos de España. Esta comunidad había librado importantes batallas contra la incomprensión, intereses de los más diver­sos pero sobre todo contra el montaje socio-político de la recientemente inventada comunidad autónoma de Castilla y ­León. Me quedé apabullado cuando supe que el adveni­miento de la libertad y la democracia a España había servi­do para que unas Cortes Españolas consumaran con argu­mentos insostenibles y contra la voluntad de los castellanos, la fragmentación de su país (Castilla-León, Castilla-La Man­cha, Madrid, Cantabria y La Rioja). Un genocidio sin pre­cedentes. La lucha en Segovia se había desarrollado con singular virulencia (virulencia pacífica y no violenta) y los segovianos, una vez más habían sido aplastados con la com­plicidad de quienes segovianos o no, se mueven por otros intereses. Cuando supe todo esto me sentí presa de un pro­fundo malestar. Yo que había deseado durante tantos años regresar a Segovia para volver a encontrarme con mis raí­ces y degustar el arte, la cultura y sobre todo el pulso laten­te y con largas perspectivas de vida de esta ciudad milena­ria, la sentía, la siento verdaderamente sometida a poderes ajenos a los segovianos, maniatada y como conducida del ramal, por aquí o por allá, según conveniencias ajenas. Y lo que es peor, sin que los segovianos se den cuenta o cuan­do menos ante su total indiferencia. La abulia y el desaso­siego de que antes hablaba tenían, tienen en esto su funda­mento. ¡Cómo me hubiera gustado en estos instantes haber sido poeta para poder cantar a Castilla como Salvador Spríu cantara a Cataluña. Pero yo no soy poeta. Solo soy un po­bre corazón cansado de vivir y que siente como el holocausto de Castilla en general y de Segovia en particular, acele­ra su ruina. Mis pensamientos de un principio se sobreponen a mi abulia. Sí, me iré de nuevo lejos de mi tierra, aunque esta vez por causas diferentes. No soporto la indiferencia de los segovianos y en general de todo el país castellano ante el tremendo problema que les afecta.

Carlos Arnanz Ruiz .Relatos de la desesperanza. Madrid. Tierra de Fuego .1983. pags 39-43

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