A la búsqueda de la identidad castellana
«Perpetua pesadilla de los gobernantes visigodos fueron siempre los pueblos de las montañas cántabro-pirenáicas>, escribe Menéndez Pidal. Y uno de los más autorizados historiadores de la primitiva Castilla, Fray Justo Pérez de Urbel, escribe sobre el carácter originario del pueblo castellano: «Aquellos hombres son los descendientes de los cántabros rebeldes y los vascones, siempre indóciles a todo yugo. Por eso odiaban la ley de los godos contra la cual habían luchado sus padres cuando se las imponían los reyes de Toledo. La odiaban como un símbolo de servidumbre, como un yugo que estaban dispuestos a sacudir. El carácter apartadizo de aquellos foramontanos era un motivo de alarma en los centros de la corte. Ya en tiempos del Rey Ramiro I habían tenido la audacia de nombrarse a sí mismos sus jueces cuando estaba bien claro en la ley de los Godos que nadie podía establecer un juez, sino el rey o su representante».
Efectivamente, cántabros, vascones y refugiados de la vieja Celtiberia, que comparten con ellos, desde antiguo, un mismo espíritu de libertad, rechazan ahora a los musulmanes, como habían hecho anteriormente con los visigodos de Toledo; y se oponen, igualmente, a las pretensiones imperiales del reino neogótico astur-leonés, dando origen al pueblo castellano. Cántabros, vascones y godos populares hombres de la vieja celtiberia - se funden en «una gran simbiosis convivencial que habría de dar al mundo un nuevo y glorioso ente histórico que se llamaría Castilla».
Nace Castilla, pues, por el pulso de unas gentes que ven en la estrechez de las montañas del norte y se abren amino a la meseta y sierras el interior, por los valles de a cabecera del río Ebro: son los FORAMONTANOS.
El Foramontano pertenece a esa categoría de hombres que se enfrentan a lo desconocido y que se sabe arriesgado: la conquista de la meseta, tierra periódicamente hollada por la caballería mora en sus terribles «aceifas». Es hombre que lucha con una mano, mientras con la otra cultiva la tierra y levanta humilde casa. Cada primavera ocupa un alcor que inmediatamente se fortifica. La «presura» se convierte, así, en título de propiedad sobre los bienes abandonados por el enemigo y que se reparten entre todos por igual.
Estos hombres se movían impulsados por un instinto de libertad que se expresa en dos palabras: Reconquista y Fuero. El Foramontano se convierte tras abandonar la estrechez de intramontes, en un ciudadano libre a la vez que se va construyendo una patria libre.
Desde los valles de intramontes, Valles de Cabuémiga y Valderredible y por los puertos de Palombrera y el Escudo; desde el país de los vascones y por la Sierra Salvada y Puerto de Orduña, emerge el pueblo Castellano.
LOS VASCOS Y LOS CASTELLANOS
De tal magnitud fue la aportación de los vascones, que aquel puñado de valles y montañas de entre el mar y el Ebro que gobernaban Laín Calvo y Nuflo Rasura en un principio, y que después fueron Condado de Lara, estuvieron a punto de llamarse Bardulia o Las Bardulias y no Castilla. (El nombre de Bardulia procede de los Bárdulos, tribu primitiva de la que proceden -absorvidos ya por ellos los Caristios y los Autrigones-, los actuales vascos de las tres provincias).
La presencia vasca en el nacimiento y desarrollo de Castilla se hace presente y patente en multitud de topónimos y en otros tiempos onomástica de clara raíz euskérica, hasta las riberas del Duero y las estribaciones de la Demanda: Bascones, Vasconcillos, Villaváscones, Bascuñana, Zayas de Váscones etc., por tierras de la Rioja, Burgos, Palencia o Soria que denotan la presencia y acción repobladora de grupos humanos procedentes de aquellas montañas.
De la fraternidad entre la más auténtica Castilla y el Pueblo Vasco hemos de destacar una fecha esencial. Se trata del año 1200 en que los guipuzcoanos, disgustados con los reyes Navarros, ofrecieron a Alfonso VIII el Señorío de su Estado, que el rey castellano aceptó, quedando así unidos a la Corona de Castilla. Y hemos de destacar que esta unión, no sólo fue pacífica y libremente aceptada por los guipuzcoanos sino propuesta por ellos. Es una fecha y un hecho importante de resaltar, para el mutuo conocimiento de ambos pueblos y su más auténtica tradición que se niega a reconocer los que tachan a los castellanos de imperialistas y quieren provocar, a un mismo tiempo, y mediante el falseamiento de la verdadera historia, el separatismo vasco y su enfrentamiento a Castilla. Se trata, en esta fecha, sólo de Guipúzcoa -debemos subrayar- pues Álava estuvo unida a Castilla ya desde el nacimiento de ésta, en el que tuvo parte importante, siendo Fernán González Conde de Castilla a la vez que Señor de Álava.
Los Fueros e Instituciones Castellanas, Merindades y Comunidades de Villa y Tierra son clara expresión de este parentesco de los pueblos castellanos y vascos.
En el momento en que escribo estas líneas, veo y oigo en el programa «raíces» de TV española, tocar unidos Chistu vasco y Dulzaina castellana en una fiesta del País Vasco. En ella participa el maestro Marazuela que insiste en este parentesco de los pueblos vasco y castellano y sus más simbólicos instrumentos musicales.
Continuará
García de Andrés
Castilla nº 4 julio 1979
CANTABRIA CUNA DE CASTILLA
La Cantabria de intramontes y costera que en los S. VIII y IX había acogido a los otros cántabros foramontanos y con ellos igualmente a los pueblos de la vieja Celtibéria ante la dominación árabe, sale finalmente de los angostos valles.
Las viejas crónicas rezan así: «En 814, salieron los foramontanos de Malacoria y vinieron a Castilla».
Es a principios del S. IX, pues, cuando se da una partida general de gentes. Malacoria, probablemente, haya que identificarla con Mastuerras, lugar próximo a Cabezón de la Sal y Cabuérniga.
Desde los Valles a las Merindades
Los cántabros que habían mantenido durante un siglo su Independencia al otro lado de los montes, preceptores de aquellos otros grupos de godos populares pobladores de la vieja Celtiberia tan unida en espíritu a vascones y cántabros, salen con ellos de las montañas. En las Merindades se funden cántabros, vascones y godos populares. Allí se hace la primera Castilla. Luego, Cantabria cederá su papel primordial en la formación de la Castilla que se va extendiendo hacia el sur, saliendo de los Valles de las Merindades hacia la Bureba. Castilla que afirma definitivamente su personalidad con la fundación de Burgos cabeza y posterior llegada hasta las márgenes del Duero.
La vieja Cantabria nutricia pasará a segundo término, siguiendo en todo, sin embargo, unida a los ideales y al ser de Castilla. Debe existir una razón que explique porque el ámbito de Castilla se extiende en seguida a todas las comarcas montañesas Y ella ha de ser la de que siempre los condes castellanos sentían como solar de sus antepasados -como era en realidad- los valles y las montañas de Santander. No se puede soslayar el hecho de que el Conde Fernán González de Castilla llamase antepasado suyo a Nuño Nuñez, el de los Fueros de Brañosera. Ni pensar que no tenga fundamento alguno la vieja tradición que hace transcurrir la infancia del Conde muy cerca del Mar Cantábrico, tampoco podemos olvidar que los condes castellanos tienen propiedades en los valles de intramontes, indicio de un arraigo secular en el viejo solar de Cantábria, cuna, sin duda alguna, de la esencia de Castilla.
Castilla marinera
Castilla creó enseguida su marina. Antes que la flota comercial nació en Cantabria, la pesquera. En, documentos del S. XII consta ya la pesca de la ballena, desembarcada en Santoña. A finales del mismo siglo Santander Y Castro Urdiales eran puerto donde transitaban paños, cueros, armas y otras mercancías. Roy García de Santander, «el primer marino castellano que navega en mares del sur», participa con sus naves en la toma de Cartagena. La Marina de Castilla se consagra definitiva en 1248, con la toma villa por la flota cantábrica (de naves castellanas, vizcaínas y guipuzcoanas) al mando del Almirante Ramón Bonifaz, ciudadano burgalés Este triunfo determinó creación del Almirantazgo de Castilla, instalado en Burgos con jurisdicción sobre los puertos de la costa castellana: San Vicente de la Barquera, Santander, Laredo y Castro Urdiales. Estas cuatro villas de la costa de la Mar de Castilla, mantuvieron intenso comercio europeo.
La solidaridad de castellanos y vascos en las empresas marítimas se manifiesta solemnemente en la Carta de Hermandad concertada en Castro Urdiales en 1296. Los marinos castellanos y vascos estaban entonces tan unidos, que los franceses llamaban «basques», a todos los navíos del litoral vasco-castellano.
El desarrollo del comercio lanero de Burgos motivó la creación de la «Universidad de Mercaderes», que tenía cónsules en las plazas flamencas. Así nació el Consulado de Burgos, creado como centro del comercio marítimo de Castilla y Vizcaya. El hecho de que el Consulado del Mar se estableciera en Burgos se debió a que, entonces, Santander no tenía importancia administrativa. La provincia de Santander es de moderna creación y Montaña de Burgos. se llamó durante siglos a la después Montaña santanderina o Cantabria.
El nombre castellano todavía no se había desnaturalizado, y en aquellos tiempos a nadie se le hubiera ocurrido decir que Castilla no se asomaba al mar.
El montañés Juan de la Cosa y el guipuzcoano Juan Sebastián Elcano fueron no solamente figuras destacadas de la época de las grandes navegaciones hispánicas, sino también continuadores de una tradición marinera vasco-castellana que ya contó notables hazañas en los siglos medievales. Tradición hoy casi olvidada de la Castilla cantábrica, montañesa y marinera, de la del escudo de Santander con su barco y su castillo. Tradición marinera de Castilla que conserva en un edificio burgalés del Consulado del Mar, un ancla esculpida en piedra, símbolo venerable de la Castilla cantábrica y marinera.
Inocente García de Andrés
Castilla nº 5 septiembre-octubre 1979
No hay comentarios:
Publicar un comentario