LA DISOLUCION DE DOS INSIGNES REGIONES
Se dice tópicamente que en Castilla surgió Ia rebelión de las comunidades y, a la vez, que de todos los reinos de España, Castilla era la más susceptible de adaptación a las concepciones de la monarquía absoluta e imperial que Carlos V importaba de Alemania. También es lugar común la afirmación de que a partir de Villalar la defensa del Imperialismo español y las luchas contra la Reforma impusieron a España y "especialmente a Castilla", una sucesión de guerras agotadoras y que "la mentalidad imperial de los castellanos" sería muy útil a Carlos y a su hijo Felipe en estas luchas.
De nuevo el error y la mistificación envuelven el conocimiento y el análisis de los hechos históricos; porque todos los países de los reinos de León y de Castilla, ésta y el País Vasco fueron siempre, por origen y desarrollo, los más reacios a la idea del absolutismo imperial, con la que también eran incompatibles, por su régimen constitucional y su historia, los pueblos de la corona catalano-aragonesa..
Contra la opinión interesada en presentar aquella vasta rebelión como una lucha por mantener la tradición medieval a favor de los privilegios feudales y opuesta a la idea del Estado moderno propugnada por Carlos V - opinión ampliamente divulgada durante la larga etapa dictatorial recién clausurado -, los modernos investigadores han puesto de manifiesto las tendencias progresistas de los comuneros, contrarias al poder absoluto del emperador, La mayoría de los alzados no trataba de regresar al medievo, sino de establecer un Gobierno constitucional. Eran pues, los "populares” o "comuneros" quienes aspiraban a un Estado moderno, adelantándose a los ingleses en el camino hacia un régimen de gobierno por el pueblo..
Por un Estado Moderno
En aquella revolución se pone ya claramente de manifiesto por parte de los "comuneros" más consecuentes un sentimiento nacional español, que lejos de caracterizarlos de "retrógrados", como han tratado de hacerlo la historiografía franco-falangista, era un paso precursor hacia el moderno Estado nacional.
En cuanto a la sucesión de guerras agotadoras que la defensa del Imperio español y las luchas contra la Reforma impusieron a España, no recayeron más sobre las espaldas, la sangre y las haciendas de los castellanos que sobre los restantes pueblos de las coronas unidas de León y de Castilla (gallegos, andaluces, leoneses, murcianos... ).
Es, pues, causa de graves errores atribuir confusamente a las "comunidades de Castilla" acontecimientos históricos que se desarrollaron en todo el ámbito geográfico de los países de los reinos de León y de Castilla. El toledano Juan de Padilla, el segoviano Juan bravo y el salmantino Francisco Maldonado, ejecutados en Villalar, figuran justamente en los anales de nuestra historia como mártires de una causa que los pueblos todos de España siempre recordarán; pero no es justo olvidar aquellos otros comuneros que, en diversos lugares de la Península, dieron también sus vidas en la misma lucha, ni los muchos que, excluídos rencorosamente del "perdón del emperador", sufrieron cruel prisión, salieron al destierro o quedaron en la miseria por haberse incautado de todos sus bienes el fisco real. Recordemos, por ejemplo, que poco antes de Villalar cayó en Vitoria la cabeza de Gonzalo de Barahona, y que en 1524 murió en la prisión de Burgos y fue enterrado con los grilletes que llevaba en los pies, Pedro López de Ayala, capitanes ambos de los "comuneros" alaveses.
Solidaridad
El recuerdo de la revolución de las "comunidades de Castilla" ha servido de pretexto para torpes comentarios, que nada favorecen la solidaridad nacional entre los pueblos de España. Así se habla del "egoísmo" de Navarra y de los países de la corona catalano-aragonesa al dejar solos a los "castellanos" en su lucha contra el emperador; olvidando que la conciencia de una gran Nación española estaba aún lejos de ser general (13). Navarra y los países de la corona de Aragón no consideraban como asuntos propios los pleitos que los otros reinos de España tuvieran con el monarca; como estos reinos tampoco se solidarizaron con los aragoneses, catalanes, valencianos y mallorquines cuando en los dos siglos siguientes lucharon en defensa de sus libertades. Los autores de tales comentarios pasan además por alto que los súbditos de las coronas de Navarra y Aragón mal podían sentirse obligados a solidaridad con los alzados de los reinos de León y de Castilla cuando muchas partes de estos se mantenían en el campo del emperador. Olvidan a la vez acontecimientos como las "germanías" de Valencia y Mallorca, contemporáneas de las "comunidades" y no menos dignas de recordación que éstas; e ignoran tal vez los alborotos que se produjeron en Zaragoza cuando el pueblo impidió que los nobles aragoneses enviaran tropas en ayuda de los imperiales, proclamando que Aragón no debía ayudar a quienes querían quitar sus libertades a Castilla.
La genérica atribución del nombre castellano a la "guerra de las comunidades" y el hecho de que muchos de sus episodios ocurrieran en tierras leonesas; León, Zamora, Toro, Salamanca y especialmente la actual provincia de Valladolid (la misma ciudad, Medina, Tordesillas, Torrelobatón y Villalar) (14) Son dos de los apoyos histórico-geográficos de esa visión de Castilla, centrada en la Tierra de Campos, donde la "generación del 98" creyó encontrar las esencias de lo español.
Aceptada por la burguesía agraria de la cuenca media del Duero, potenciada políticamente por el falangismo y divulgada desde 1939 por la enseñanza y la propaganda oficial, esta distorsionada visión amenaza disolver en un híbrido conglomerado castellano-leonés dos de las más antiguas e insignes regiones históricas o nacionalidades de España en el Momento en que las restantes hermanas (15) inician un prometedor renacimiento de la propia personalidad,
(15) Hay también en proyecto otra híbrida región castellauano-manchega, que aglomerar la la región de Toledo y La Mancha (antiguo reino de Toledo o Castilla, la Nueva) con tierras vecinas de Castilla y de Murcia.
(13) En realidad se manifiesta por primera vez con todo vigor cuando la invasión napoleónica, en 1808.
(14) No porque fueran más "comuneras" que el resto de las comarcas alzadas, sino porque precisamente allí estaban los poderes de la corona y los personajes que la representaban; la reina Juana, en Tordesillas, y los delegados del emperador en Valladolid.
Algunos comentaristas consideran grave error de los comuneros el haber llevado la lucha al campo enemigo, en lugar de haberse hecho fuertes en sus baluartes de Toledo. Segovia y Madrid, política y militarmente más sólidos que la llanura de Campos.,
Ciudad de México 1979
Anselmo Carretero Jimenez
Diario16 abril 1979
jueves, marzo 30, 2006
martes, marzo 28, 2006
REVOLUCION ANTISEÑORIAL (Ansemo Carretero Diario16 abril 1979)
REVOLUCION ANTISEÑORIAL
El gran poder señorial era la característica socioeconómica predominante en la mayoría de los países de la corona castellano-leonesa, tanto en los del viejo tronco de León (Galicia, Asturias, León y Extremadura) como en los de La Mancha, Andalucía y Murcia; pero no en Castilla propiamente dicha, donde las viejas instituciones democráticas y comuneras luchaban a la defensiva contra los continuos ataques del poder real y de las grandes jerarquías de la Iglesia y las oligarquías cortesanas aliadas al trono; ataques que se habían intensificado durante el reinado de Isabel I. Los vascos defendían también celosamente sus instituciones forales. En algunos lugares, como Burgos y Medina del Campo, trataba de afianzarse una incipiente burguesía mercantil.
Contra lo que suele afirmar la historiografía cortesana, los Reyes Católicos no "combatieron a la nobleza para proteger al pueblo". Su propósito era, sobre toda otra cosa, afirmar y extender el poder de la Corona; ayudando a los nobles que a él se plegaban y combatiendo a los que se le oponían. En Castilla, donde no había existido una poderosa aristocracia, los Reyes Católicos la fomentaron para contrarrestar el poder de las instituciones populares y medrar a costa del patrimonio comunero. La secesión de los pueblos del sexmo de Valdemoro y parte del de Casarubios (Chinchón, Villaconejos, Valdelaguna, Seseña, Ciempozuelos, San Martín de la Vega, Brunete, Quijorna... entre otros, todos ellos de la Comunidad de la Ciudad y Tierra de Segovia, hoy de las provincias de Madrid y Toledo), con brutal ofensa de la justicia y quebrantamiento de lo jurado, para entregarlos en vasallaje a los marqueses de Moya, por ella ennoblecidos en pago de su decisiva participación en el golpe de Estado que la elevó al trono (7), puede señalar, como hito memorable, el comienzo del absolutismo real en Castilla (8).
Como remate de las Cortes de Santiago y antes de salir para el extranjero, el rey nombró regente durante el tiempo de su ausencia a Adriano de Utrecht, designación que colmó el disgusto popular., En muchos lugares estallaron motines contra los procuradores que, cediendo a la coacción o al soborno y contrariando el mandato recibido, habían aprobado el subsidio real. En Segovia, el pueblo castigó con la muerte la traición del procurador Rodrigo de Tordesilla y linchó a dos recaudadores de impuestos.. Se produjeron levantamientos en otras ciudades. A finales de julio quedó constituida en Avila la Junta General o Junta Santa (porque su causa era la del pueblo y la justicia y, por tanto, de Dios), que sería la máxima autoridad común de lo que ya se había convertido en un amplio alzamiento contra la autoridad real.
El movimiento de las comunidades comenzó a transformarse en una revolución antiseñorial cuando los representantes del pueblo llano impusieron su hegemonía en la Junta de Avila (9). En agosto, Antonio de Fonseca, capitán general de los Ejércitos imperiales, ordena arrasar con fuego Medina del Campo, uno de los centros mercantiles más importantes de los reinos de León y de Castilla, cuyos habitantes se habían negado a entregarle la artillería allí guardada y que él requería para aplastar la sublevación de Segovia. La noticia de este incendió provocó la solidaridad y la cólera de otras ciudades y villas, que acataron la autoridad de la Junta. Sin embargo, muchas otras partes de estos reinos permanecieron leales al emperador. la mayoría de los nobles y los vasallos de los grandes señoríos se incorporaron a los Ejércitos imperiales.
Las discusiones y los choques de intereses encontrados que se produjeron en la Junta de Avila ponen de manifiesto la heterogeneidad política y social del movimiento comunero.
La lucha por la dirección de la Junta entre los moderados que representaban los intereses de la nobleza y de las oligarquías urbanas del país, que hasta entonces se habían opuesto al emperador y sus protegidos extranjeros, y los radicales procedentes de las bases populares provocaron vacilaciones, abandonos de bando que a la larga determinaron la derrota final de la revolución comunera en el campo de Villalar el 23 de abril de 1521 (10).
La revolución, generalmente llamada de "las Comunidades de Castilla", ha sido y sigue siendo causa de muchas confusiones en la historia castellana. Según unos autores aquello fue una explosión nacionalista; según otros, un movimiento social; muchos la presentan como un estallido de contiendas entre señores feudales y de éstos con la corona.. Y de todo hubo realmente en aquellas hondas alteraciones. El embrollo proviene en gran parte de confundir países, pueblos, instituciones y antecedentes históricos, como si Galicia, Asturias, León, Extremadura, Castilla, el País Vasco, Toledo, Andalucía y Murcia fueran un todo homogéneo.
Ferrer del Río ya percibió la complejidad de aquel levantamiento: "Sin que redundara en provecho de ellas -dice refiriéndose a las comunidades alzadas-, hubo además trastornos en Galicia. Badajoz y Cádiz se agitaron también en aquel tiempo; más como el elemento popular estaba poco desarrollado en Extremadura, su levantamiento vino a ser una lucha entre nobles; lo mismo que en Andalucía, donde Ubeda, Jaén, Baeza y Sevilla fueron teatro de sangrientas escenas promovidas por los bandos de Carvajales y de Benavides, de Ponce de León y de Guzmanes (11l). Ningún apoyo directo sacaron las ciudades castellanas de la convulsión de las poblaciones extremeñas y andaluzas; tampoco salió de ellas robustecido el poder del trono, porque en los disturbios de los magnates no se trataba de obedecer, sino de quien había de mandar. Y es cierto que, predominando la independencia feudal entre los andaluces y extremeños, alzados los castellanos en defensa de sus fueros municipales, pudo decir exactamente un contemporáneo de aquellas turbaciones "que desde Guipúzcoa hasta Sevilla no se encontraba población donde fuese acatada la voz de Carlos V."
Párrafo escrito en 1850 que aún tiene gran interés y sobre el cual conviene hacer algunas precisiones. Ferrer del Río -como en general todos los historiadores, con la excepción de algunos hijos de tierra comunera- confunde las comunidades de ciudad o villa y tierra con los municipios, instituciones que el preciso distinguir en la historia castellana. Sus agudas observaciones sobre Andalucía y Extremadura son extensibles a todos los países de la corona de León, pues las estructuras sociopolíticas andaluzas y extremeñas son prolongación por el sur de la Península de las genéricamente leonesas; y lo mismo se puede decir de las toledanomanchegas y las murcianas. Por ello, porque el elemento popular tenía poca fuerza en León, aunque más que en Andalucía, Extremadura, La Mancha y Murcia -y más también que en Asturias y Galicia-, los grandes señores fueron principales protagonistas en las tierras leonesas. En León, la lucha fue en gran parte una contienda entre Guzmanes y Lunas; en Zamora, donde el obispo, por móviles personales tomó bando con ardor, se manifestaron las rencillas entre éste y la casa de Alba de Liste; en Valladolid, ciudad con abundante clase media funcionarios, comerciantes, renteros y artesanos- que participó muy activamente en la lucha, brotaron también rivalidades entre el conde de Benavente, Girón y el Almirante; en Palencia terminó imponiéndose el poder señorial del obispo (12). . . En Salamanca y Medina del Campo es donde, dentro del reino de León, el movimiento presentó carácter ampliamente democrático: En aquella probablemente por herencia de la vieja comunidad y por influjo intelectual de la Universidad; por su condición de importante centro mercantil en Medina, municipio sin comunidad con otros, que tuvo trato comercial con el extranjero y algunas semejanzas con las ciudades hanseáticas, lo que le dio un espíritu de independencia burguesa que se refleja en el lema de su escudo: "Ni el rey oficio, ni el Papa beneficio".
En Toledo el alzamiento tuvo el carácter de una frontal rebelión contra el absolutismo imperial, que se manifiesta en una carta del cardenal Adriano de Utrecht a Carlos V en la que le informa que los de Toledo se afirman pertinazmente por gobernarse en libertad. En Segovia, donde aún quedaban vivas muchas raíces democráticas auténticamente comuneras, la rebelión fue amplísimamente popular y la solidaridad alcanzó niveles no igualados en ningún otro lugar; en ella participaron tanto la Ciudad como los pueblos de la Tierra. Otro tanto ocurrió en la Comunidad de la Villa de Madrid y su Tierra. También secundaron el movimiento las merindades de Castilla Vieja, en las montañas de Burgos (hoy provincia de Santander). Hubo luchas en Guipúzcoa, donde la mayor parte de las ciudades se enfrentaron al corregidor nombrado por el Consejo Real. En Alava el conde de Salvatierra, jefe de los comuneros alaveses, fue nombrado por la Junta capitán general del Norte de España.
(7) A los "condes de Chinchón" pasó después la herencia de este presatorio atropello, famoso en la historia segoviana.
(8) Manuel González Herrero: "Segovia: Pueblo, Ciudad y Tierra" (Segovia, 1971). Esta interesante monografía es la mejor historia hasta la fecha publicada sobre una auténtica comunidad castellana.
(9) Aunque fueron elegidos presidentes el caballero toledano Pedro de la Vega y el deán de Avila, existía en medio de la reunión un pequeño banco donde se sentaba un tal Peñuelas, pelaire de la ciudad, que con una vara en la mano indicaba al orador que podía usar la palabra, lo que muy a mal tomaron los señores principales allí presentes
(10) Año de la conquista de México-Tenochtitlán por las tropas de Cortés y sus aliados tlaxceltecas.
(11) Es de notar la estirpe leonesa de todos estos apellidos
(1 2) El obispado de Palencia, como el abadengo de Sahagún de Campos, fue uno de los poderosos señoríos eclesiásticos de la región leonesa. El obispo palentino ganó a la ciudad el pleito sobre la prerrogativa del voto en Cortes.
Anselmo Carretero Jimenez
Diario16 abril 1979
El gran poder señorial era la característica socioeconómica predominante en la mayoría de los países de la corona castellano-leonesa, tanto en los del viejo tronco de León (Galicia, Asturias, León y Extremadura) como en los de La Mancha, Andalucía y Murcia; pero no en Castilla propiamente dicha, donde las viejas instituciones democráticas y comuneras luchaban a la defensiva contra los continuos ataques del poder real y de las grandes jerarquías de la Iglesia y las oligarquías cortesanas aliadas al trono; ataques que se habían intensificado durante el reinado de Isabel I. Los vascos defendían también celosamente sus instituciones forales. En algunos lugares, como Burgos y Medina del Campo, trataba de afianzarse una incipiente burguesía mercantil.
Contra lo que suele afirmar la historiografía cortesana, los Reyes Católicos no "combatieron a la nobleza para proteger al pueblo". Su propósito era, sobre toda otra cosa, afirmar y extender el poder de la Corona; ayudando a los nobles que a él se plegaban y combatiendo a los que se le oponían. En Castilla, donde no había existido una poderosa aristocracia, los Reyes Católicos la fomentaron para contrarrestar el poder de las instituciones populares y medrar a costa del patrimonio comunero. La secesión de los pueblos del sexmo de Valdemoro y parte del de Casarubios (Chinchón, Villaconejos, Valdelaguna, Seseña, Ciempozuelos, San Martín de la Vega, Brunete, Quijorna... entre otros, todos ellos de la Comunidad de la Ciudad y Tierra de Segovia, hoy de las provincias de Madrid y Toledo), con brutal ofensa de la justicia y quebrantamiento de lo jurado, para entregarlos en vasallaje a los marqueses de Moya, por ella ennoblecidos en pago de su decisiva participación en el golpe de Estado que la elevó al trono (7), puede señalar, como hito memorable, el comienzo del absolutismo real en Castilla (8).
Como remate de las Cortes de Santiago y antes de salir para el extranjero, el rey nombró regente durante el tiempo de su ausencia a Adriano de Utrecht, designación que colmó el disgusto popular., En muchos lugares estallaron motines contra los procuradores que, cediendo a la coacción o al soborno y contrariando el mandato recibido, habían aprobado el subsidio real. En Segovia, el pueblo castigó con la muerte la traición del procurador Rodrigo de Tordesilla y linchó a dos recaudadores de impuestos.. Se produjeron levantamientos en otras ciudades. A finales de julio quedó constituida en Avila la Junta General o Junta Santa (porque su causa era la del pueblo y la justicia y, por tanto, de Dios), que sería la máxima autoridad común de lo que ya se había convertido en un amplio alzamiento contra la autoridad real.
El movimiento de las comunidades comenzó a transformarse en una revolución antiseñorial cuando los representantes del pueblo llano impusieron su hegemonía en la Junta de Avila (9). En agosto, Antonio de Fonseca, capitán general de los Ejércitos imperiales, ordena arrasar con fuego Medina del Campo, uno de los centros mercantiles más importantes de los reinos de León y de Castilla, cuyos habitantes se habían negado a entregarle la artillería allí guardada y que él requería para aplastar la sublevación de Segovia. La noticia de este incendió provocó la solidaridad y la cólera de otras ciudades y villas, que acataron la autoridad de la Junta. Sin embargo, muchas otras partes de estos reinos permanecieron leales al emperador. la mayoría de los nobles y los vasallos de los grandes señoríos se incorporaron a los Ejércitos imperiales.
Las discusiones y los choques de intereses encontrados que se produjeron en la Junta de Avila ponen de manifiesto la heterogeneidad política y social del movimiento comunero.
La lucha por la dirección de la Junta entre los moderados que representaban los intereses de la nobleza y de las oligarquías urbanas del país, que hasta entonces se habían opuesto al emperador y sus protegidos extranjeros, y los radicales procedentes de las bases populares provocaron vacilaciones, abandonos de bando que a la larga determinaron la derrota final de la revolución comunera en el campo de Villalar el 23 de abril de 1521 (10).
La revolución, generalmente llamada de "las Comunidades de Castilla", ha sido y sigue siendo causa de muchas confusiones en la historia castellana. Según unos autores aquello fue una explosión nacionalista; según otros, un movimiento social; muchos la presentan como un estallido de contiendas entre señores feudales y de éstos con la corona.. Y de todo hubo realmente en aquellas hondas alteraciones. El embrollo proviene en gran parte de confundir países, pueblos, instituciones y antecedentes históricos, como si Galicia, Asturias, León, Extremadura, Castilla, el País Vasco, Toledo, Andalucía y Murcia fueran un todo homogéneo.
Ferrer del Río ya percibió la complejidad de aquel levantamiento: "Sin que redundara en provecho de ellas -dice refiriéndose a las comunidades alzadas-, hubo además trastornos en Galicia. Badajoz y Cádiz se agitaron también en aquel tiempo; más como el elemento popular estaba poco desarrollado en Extremadura, su levantamiento vino a ser una lucha entre nobles; lo mismo que en Andalucía, donde Ubeda, Jaén, Baeza y Sevilla fueron teatro de sangrientas escenas promovidas por los bandos de Carvajales y de Benavides, de Ponce de León y de Guzmanes (11l). Ningún apoyo directo sacaron las ciudades castellanas de la convulsión de las poblaciones extremeñas y andaluzas; tampoco salió de ellas robustecido el poder del trono, porque en los disturbios de los magnates no se trataba de obedecer, sino de quien había de mandar. Y es cierto que, predominando la independencia feudal entre los andaluces y extremeños, alzados los castellanos en defensa de sus fueros municipales, pudo decir exactamente un contemporáneo de aquellas turbaciones "que desde Guipúzcoa hasta Sevilla no se encontraba población donde fuese acatada la voz de Carlos V."
Párrafo escrito en 1850 que aún tiene gran interés y sobre el cual conviene hacer algunas precisiones. Ferrer del Río -como en general todos los historiadores, con la excepción de algunos hijos de tierra comunera- confunde las comunidades de ciudad o villa y tierra con los municipios, instituciones que el preciso distinguir en la historia castellana. Sus agudas observaciones sobre Andalucía y Extremadura son extensibles a todos los países de la corona de León, pues las estructuras sociopolíticas andaluzas y extremeñas son prolongación por el sur de la Península de las genéricamente leonesas; y lo mismo se puede decir de las toledanomanchegas y las murcianas. Por ello, porque el elemento popular tenía poca fuerza en León, aunque más que en Andalucía, Extremadura, La Mancha y Murcia -y más también que en Asturias y Galicia-, los grandes señores fueron principales protagonistas en las tierras leonesas. En León, la lucha fue en gran parte una contienda entre Guzmanes y Lunas; en Zamora, donde el obispo, por móviles personales tomó bando con ardor, se manifestaron las rencillas entre éste y la casa de Alba de Liste; en Valladolid, ciudad con abundante clase media funcionarios, comerciantes, renteros y artesanos- que participó muy activamente en la lucha, brotaron también rivalidades entre el conde de Benavente, Girón y el Almirante; en Palencia terminó imponiéndose el poder señorial del obispo (12). . . En Salamanca y Medina del Campo es donde, dentro del reino de León, el movimiento presentó carácter ampliamente democrático: En aquella probablemente por herencia de la vieja comunidad y por influjo intelectual de la Universidad; por su condición de importante centro mercantil en Medina, municipio sin comunidad con otros, que tuvo trato comercial con el extranjero y algunas semejanzas con las ciudades hanseáticas, lo que le dio un espíritu de independencia burguesa que se refleja en el lema de su escudo: "Ni el rey oficio, ni el Papa beneficio".
En Toledo el alzamiento tuvo el carácter de una frontal rebelión contra el absolutismo imperial, que se manifiesta en una carta del cardenal Adriano de Utrecht a Carlos V en la que le informa que los de Toledo se afirman pertinazmente por gobernarse en libertad. En Segovia, donde aún quedaban vivas muchas raíces democráticas auténticamente comuneras, la rebelión fue amplísimamente popular y la solidaridad alcanzó niveles no igualados en ningún otro lugar; en ella participaron tanto la Ciudad como los pueblos de la Tierra. Otro tanto ocurrió en la Comunidad de la Villa de Madrid y su Tierra. También secundaron el movimiento las merindades de Castilla Vieja, en las montañas de Burgos (hoy provincia de Santander). Hubo luchas en Guipúzcoa, donde la mayor parte de las ciudades se enfrentaron al corregidor nombrado por el Consejo Real. En Alava el conde de Salvatierra, jefe de los comuneros alaveses, fue nombrado por la Junta capitán general del Norte de España.
(7) A los "condes de Chinchón" pasó después la herencia de este presatorio atropello, famoso en la historia segoviana.
(8) Manuel González Herrero: "Segovia: Pueblo, Ciudad y Tierra" (Segovia, 1971). Esta interesante monografía es la mejor historia hasta la fecha publicada sobre una auténtica comunidad castellana.
(9) Aunque fueron elegidos presidentes el caballero toledano Pedro de la Vega y el deán de Avila, existía en medio de la reunión un pequeño banco donde se sentaba un tal Peñuelas, pelaire de la ciudad, que con una vara en la mano indicaba al orador que podía usar la palabra, lo que muy a mal tomaron los señores principales allí presentes
(10) Año de la conquista de México-Tenochtitlán por las tropas de Cortés y sus aliados tlaxceltecas.
(11) Es de notar la estirpe leonesa de todos estos apellidos
(1 2) El obispado de Palencia, como el abadengo de Sahagún de Campos, fue uno de los poderosos señoríos eclesiásticos de la región leonesa. El obispo palentino ganó a la ciudad el pleito sobre la prerrogativa del voto en Cortes.
Anselmo Carretero Jimenez
Diario16 abril 1979
viernes, marzo 24, 2006
El Ayuntamiento estudiará una distinción para honrar a González Herrero
S.A. - Segovia
El pleno municipal aprobó anoche una moción, presentada de forma conjunta por todos los grupos, para que la Comisión de Gobierno Interior estudie aquellas distinciones para honrar la memoria del abogado y escritor recientemente fallecido, Manuel González Herrero.
El alcalde, Pedro Arahuetes, intervino para recordar que han sido numerosas las voces que se han alzado para pedir un acto de reconocimiento de la ciudad en favor de Manuel González Herrero; subrayando que todos los grupos se han unido para estudiar la mejor distinción.
En el preámbulo de la moción, firmada por los tres portavoces de los grupos, se afirma que Manuel González Herrero “representa el alma de la esencia segoviana. A través de la palabra y de la historia, junto a sus fieles amigos, hizo resurgir una cultura castellana, durante siglos adormecida y silenciada”.
Asimismo, los grupos municipales subrayan en la moción que González Herrero durante toda su vida supo penetrar en todos los rincones de la tierra y de los sentimiento segovianos” y “durante decenios sirvió a miles de segovianos a resolver sus entuertos, buscando siempre el entendimiento”.
“La ciudad de Segovia y su tierra —reza el texto de la moción— desean que la memoria de Manuel González Herrero perdure en el tiempo, para que sirva de testigo en el encuentro de Segovia con la que él nos hizo soñar”.
El abogado e historiador Manuel González Herrero, antiguo decano del Colegio de Abogados de Segovia y ex director de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, institución de la que era académico de número, falleció en la madrugada del 14 de febrero en el Hospital General de Segovia, cuando contaba 82 años de edad.Nacido el 12 de noviembre de 1923, González Herrero fue nombrado Hijo Predilecto de la provincia de Segovia por la Diputación Provincial en mayo de 2004.
El pleno municipal aprobó anoche una moción, presentada de forma conjunta por todos los grupos, para que la Comisión de Gobierno Interior estudie aquellas distinciones para honrar la memoria del abogado y escritor recientemente fallecido, Manuel González Herrero.
El alcalde, Pedro Arahuetes, intervino para recordar que han sido numerosas las voces que se han alzado para pedir un acto de reconocimiento de la ciudad en favor de Manuel González Herrero; subrayando que todos los grupos se han unido para estudiar la mejor distinción.
En el preámbulo de la moción, firmada por los tres portavoces de los grupos, se afirma que Manuel González Herrero “representa el alma de la esencia segoviana. A través de la palabra y de la historia, junto a sus fieles amigos, hizo resurgir una cultura castellana, durante siglos adormecida y silenciada”.
Asimismo, los grupos municipales subrayan en la moción que González Herrero durante toda su vida supo penetrar en todos los rincones de la tierra y de los sentimiento segovianos” y “durante decenios sirvió a miles de segovianos a resolver sus entuertos, buscando siempre el entendimiento”.
“La ciudad de Segovia y su tierra —reza el texto de la moción— desean que la memoria de Manuel González Herrero perdure en el tiempo, para que sirva de testigo en el encuentro de Segovia con la que él nos hizo soñar”.
El abogado e historiador Manuel González Herrero, antiguo decano del Colegio de Abogados de Segovia y ex director de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, institución de la que era académico de número, falleció en la madrugada del 14 de febrero en el Hospital General de Segovia, cuando contaba 82 años de edad.Nacido el 12 de noviembre de 1923, González Herrero fue nombrado Hijo Predilecto de la provincia de Segovia por la Diputación Provincial en mayo de 2004.
A la muerte de don Manuel González Herrero
TRIBUNA
Moisés Olmos
Ha muerto don Manuel (González Herrero) ¡qué pena!. Me viene a la boca el verso de un poema que, ya enfermo le dediqué: …/Hombres hay que no debieran morir y les hay que no debieran haber nacido/. (Expresión literaria).
Don Manuel ha honrado a Segovia, como a pocos les ha sido dado hacer siempre que me fue dado oírle lo celebre. ¡Qué elocuencia!, ¡qué elegancia!, ¡cuánta emoción en su verbo…!
Estuvo en la presentación de “Canto al abuelo”, al final me abrazó y me dijo: “Jodío, casi me hacer llorar en la vivencia de tu abuela”.
A su gran capacidad intelectual debe el no haber sido víctima de los rencores de la fuerza con menos motivos las han alimentado muchos.
Lo último que le oí decir un día que uno de mis artículo en El Adelantado, le llevó a llamarme por teléfono, me dijo: “Yo no sé qué piensan estas izquierdas que nos gobiernan. Nunca hemos vivido mejor y nunca hasta ahora los gobiernos democráticos españoles han durado tanto”.
¡Adiós! amigo Manolo. He enterrado a dos hermanos y siempre he dicho que con ellos algo mío enterraba. Contigo, no siéndolo, igualmente, algo mío entierro. Ya no podrás leerme. Siempre me dijiste que “leías todo lo mío”.
Descansa en la gran paz que mereces.
Moisés Olmos
Ha muerto don Manuel (González Herrero) ¡qué pena!. Me viene a la boca el verso de un poema que, ya enfermo le dediqué: …/Hombres hay que no debieran morir y les hay que no debieran haber nacido/. (Expresión literaria).
Don Manuel ha honrado a Segovia, como a pocos les ha sido dado hacer siempre que me fue dado oírle lo celebre. ¡Qué elocuencia!, ¡qué elegancia!, ¡cuánta emoción en su verbo…!
Estuvo en la presentación de “Canto al abuelo”, al final me abrazó y me dijo: “Jodío, casi me hacer llorar en la vivencia de tu abuela”.
A su gran capacidad intelectual debe el no haber sido víctima de los rencores de la fuerza con menos motivos las han alimentado muchos.
Lo último que le oí decir un día que uno de mis artículo en El Adelantado, le llevó a llamarme por teléfono, me dijo: “Yo no sé qué piensan estas izquierdas que nos gobiernan. Nunca hemos vivido mejor y nunca hasta ahora los gobiernos democráticos españoles han durado tanto”.
¡Adiós! amigo Manolo. He enterrado a dos hermanos y siempre he dicho que con ellos algo mío enterraba. Contigo, no siéndolo, igualmente, algo mío entierro. Ya no podrás leerme. Siempre me dijiste que “leías todo lo mío”.
Descansa en la gran paz que mereces.
Hasta luego, tocayo... (Con mi agradecido recuerdo y mi admiración por Manuel González Herrero, un “grande” de Segovia)
TRIBUNA
MANUEL FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ
Aunque notaba cómo la pérdida de tu querida esposa minaba tu ánimo y tu físico, que no tu vitalidad intelectual tan bien entrenada de libros, conferencias, colaboraciones en diversos medios, presentaciones de libros y otros eventos culturales, nunca supe que marcharías tan pronto a ese “atardecer de la vida en que nos examinarán del amor”, tribunal de la auténtica Justicia, en la que creías, y de la que aquí fuiste tan destacado administrador. Pues ya lo ves, Manolo, cómo el Cielo hace justicia, que aquí han comprobado tus hijos el cariño, aprecio y admiración que toda Segovia, esta tierra y estas gentes, paisaje y paisanaje por los que tanto trabajaste, te tienen, y sobre todo, ahora junto a Julia, disfrutas el premio de tu paso por este valle ejerciendo tu hombría de bien y tu papel de cristiano creyente y consecuente.
Manolo, tocayo, como gustabas saludarme, agradezco muchas cosas, la primera el obsequio de tu amistad, después, y todo por esta amigable relación, haber confiado los primeros años de educación de tus hijos, en el que yo siempre llamo “mi” Colegio “Villalpando”, haberme asesorado muy eficazmente en consultas de juzgados, favor que te intenté reconocer ayudándote en peritajes de firmas, como “experto en caligrafía”, que tantas he visto; y quedan otras dos facetas en las que una yo no he cumplido “todavía”, y la otra que tú no llegaste a poder cumplir.
Te tomaste la molestia, con tu tiempo de veinticuatro horas diarias ocupadas, de leer mi libro “Segovia desde mi ventana”, en línea de salida para su publicación, particular paseo por esta Segovia que tú tan bien conocías y tanto amabas y defendías, y me dedicaste párrafos tan bonitos como:” ...la de escritor sensible, en definitiva un poeta, que siente y transmite el pálpito, la emoción, la vibración profunda de los seres y de las cosas del ayer, del hoy y -se presiente- del mañana. Son la sensibilidad, la emoción y el entusiasmo los hilos impalpables, pero sólidos y efectivos que forman la urdimbre, el tejido, el hilo conductor de este libro”. Me queda el pesar de que tal vez por algo de indolencia no se haya publicado ya, siendo como era mi deseo, y pienso que hasta te habría agradado, tú quien me lo hubieses presentado, y eso que pierdo, pues en tus numerosas presentaciones se agolpaba un público más ávido de tu entusiasmo y apacible verbo que por el nuevo libro. Tu prólogo junto al informe de D. Luis Felipe de Peñalosa y Contreras, que avaló así, entre otros favorables consejos: “El volumen, que deberá ir encuadernado con el decoro conveniente, que resultaría muy adecuado para obsequiar a personalidades que visiten nuestra ciudad e igualmente como propaganda de las bellezas de las mismas”, serán mi mejor aval.
El regalo que no pudiste cumplir fue el panegírico a Aniceto Marinas, otro singular artista y prohombre segoviano, al que cada Domingo de Pascua la Cofradía de “Ntrª. Srª. de La Soledad al Pie de la Cruz y el Stº. Cristo en su Última palabra”, recuerda en su rincón de los Jardinillos de San Roque, pues nos diste palabra de que este año serías tú quien recordase las virtudes del insigne escultor y sensible imaginero y sobre todo hombre honesto y cristiano cabal, que nos dejó las dos singulares imágenes de nuestra devoción en San Millán, parroquia que también elegiste para darnos el último adiós en este valle.
Hasta luego, tocayo.
Descansa en la luz eterna.
MANUEL FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ
Aunque notaba cómo la pérdida de tu querida esposa minaba tu ánimo y tu físico, que no tu vitalidad intelectual tan bien entrenada de libros, conferencias, colaboraciones en diversos medios, presentaciones de libros y otros eventos culturales, nunca supe que marcharías tan pronto a ese “atardecer de la vida en que nos examinarán del amor”, tribunal de la auténtica Justicia, en la que creías, y de la que aquí fuiste tan destacado administrador. Pues ya lo ves, Manolo, cómo el Cielo hace justicia, que aquí han comprobado tus hijos el cariño, aprecio y admiración que toda Segovia, esta tierra y estas gentes, paisaje y paisanaje por los que tanto trabajaste, te tienen, y sobre todo, ahora junto a Julia, disfrutas el premio de tu paso por este valle ejerciendo tu hombría de bien y tu papel de cristiano creyente y consecuente.
Manolo, tocayo, como gustabas saludarme, agradezco muchas cosas, la primera el obsequio de tu amistad, después, y todo por esta amigable relación, haber confiado los primeros años de educación de tus hijos, en el que yo siempre llamo “mi” Colegio “Villalpando”, haberme asesorado muy eficazmente en consultas de juzgados, favor que te intenté reconocer ayudándote en peritajes de firmas, como “experto en caligrafía”, que tantas he visto; y quedan otras dos facetas en las que una yo no he cumplido “todavía”, y la otra que tú no llegaste a poder cumplir.
Te tomaste la molestia, con tu tiempo de veinticuatro horas diarias ocupadas, de leer mi libro “Segovia desde mi ventana”, en línea de salida para su publicación, particular paseo por esta Segovia que tú tan bien conocías y tanto amabas y defendías, y me dedicaste párrafos tan bonitos como:” ...la de escritor sensible, en definitiva un poeta, que siente y transmite el pálpito, la emoción, la vibración profunda de los seres y de las cosas del ayer, del hoy y -se presiente- del mañana. Son la sensibilidad, la emoción y el entusiasmo los hilos impalpables, pero sólidos y efectivos que forman la urdimbre, el tejido, el hilo conductor de este libro”. Me queda el pesar de que tal vez por algo de indolencia no se haya publicado ya, siendo como era mi deseo, y pienso que hasta te habría agradado, tú quien me lo hubieses presentado, y eso que pierdo, pues en tus numerosas presentaciones se agolpaba un público más ávido de tu entusiasmo y apacible verbo que por el nuevo libro. Tu prólogo junto al informe de D. Luis Felipe de Peñalosa y Contreras, que avaló así, entre otros favorables consejos: “El volumen, que deberá ir encuadernado con el decoro conveniente, que resultaría muy adecuado para obsequiar a personalidades que visiten nuestra ciudad e igualmente como propaganda de las bellezas de las mismas”, serán mi mejor aval.
El regalo que no pudiste cumplir fue el panegírico a Aniceto Marinas, otro singular artista y prohombre segoviano, al que cada Domingo de Pascua la Cofradía de “Ntrª. Srª. de La Soledad al Pie de la Cruz y el Stº. Cristo en su Última palabra”, recuerda en su rincón de los Jardinillos de San Roque, pues nos diste palabra de que este año serías tú quien recordase las virtudes del insigne escultor y sensible imaginero y sobre todo hombre honesto y cristiano cabal, que nos dejó las dos singulares imágenes de nuestra devoción en San Millán, parroquia que también elegiste para darnos el último adiós en este valle.
Hasta luego, tocayo.
Descansa en la luz eterna.
jueves, marzo 23, 2006
El alcalde de Segovia afirma que se siente segoviano pero no castellanoleonés
Arahuetes cree que la falta de inversiones por parte de la Junta en Segovia no contribuye a generar un sentimiento en la ciudadanía de identificación con la Comunidad Autónoma
El Adelantado - Segovia
El alcalde, Pedro Arahuetes, ha vuelto a sorprender con sus declaraciones. Si hace unos días descalificó duramente al PP, por lo que tuvo que pedir disculpas, ayer tuvo un nuevo arranque de sinceridad y aseguró, en sintonía con lo manifestado en un programa de una televisión local, que “personalmente, yo no me siento castellanoleonés”.
Arahuetes aclaró a esta Redacción que se trata de una opinión personal, ajena al cargo que ocupa, como el ser o no simpatizante de un equipo de fútbol. “Al igual que puedo ser del Real Madrid o del Barcelona y eso no tiene nada que ver con el cargo que desempeño (..) yo no me siento castellanoleonés, porque es un sentimiento que no lo he vivido, ni en mi familia, ni en el colegio, la universidad o el ambiente social de esta ciudad”, dijo Arahuetes, para señalar que “me siento segoviano y español, pero no castellanoleonés, porque no lo siento”.
El alcalde, el principal artífice de la recuperación para los actos oficiales del “Himno a Segovia”, de Carlos Martín y Luis Martín García Marcos, manifestó que, a su juicio, un porcentaje elevado de segovianos tampoco se siente castellanoleonés, aunque “es una creencia, no tengo datos estadísticos”.
Arahuetes apuntó que la actitud de la Junta de Castilla y León hacia Segovia no contribuye a generar un sentimiento de identificación por parte de los segovianos. “Valladolid nos quita más que nos da, lo estamos viendo, todos los proyectos, todas las inversiones van a Valladolid, a Segovia no llega absolutamente nada”, subrayó Arahuetes quien indicó, dejando entrever un trato desigual o discriminación hacia Segovia, el hecho de que ningún organismo público de la Junta tenga su sede en la capital segoviana o que la administración regional haya propiciado la construcción de palacios de exposiciones y congresos en todas las capitales de la región menos en Segovia.
“Nos han circunscrito a una Comunidad Autónoma, territorialmente estamos aquí y desde el punto de vista administrativo tenemos que convivir con la Junta, Valladolid y el resto de ciudades que componen la Comunidad Autónoma (...) personalmente no me siento castellanoleonés y como alcalde de Segovia intentaré que las relaciones con la Junta sean las mejores posibles para conseguir el mayor número de inversiones”.
Tras reconocer como un “hecho indiscutible” que Segovia ha vivido de cara a Madrid, el alcalde señaló que “me gustaría sentirme castellanoleonés y que Castilla y León hiciera más inversiones, el sentimiento en esta ciudad está fracasando porque no vemos que la Junta tenga un protagonismo importante a nivel económico o social, no vemos que haya actitudes”.
El Adelantado - Segovia
El alcalde, Pedro Arahuetes, ha vuelto a sorprender con sus declaraciones. Si hace unos días descalificó duramente al PP, por lo que tuvo que pedir disculpas, ayer tuvo un nuevo arranque de sinceridad y aseguró, en sintonía con lo manifestado en un programa de una televisión local, que “personalmente, yo no me siento castellanoleonés”.
Arahuetes aclaró a esta Redacción que se trata de una opinión personal, ajena al cargo que ocupa, como el ser o no simpatizante de un equipo de fútbol. “Al igual que puedo ser del Real Madrid o del Barcelona y eso no tiene nada que ver con el cargo que desempeño (..) yo no me siento castellanoleonés, porque es un sentimiento que no lo he vivido, ni en mi familia, ni en el colegio, la universidad o el ambiente social de esta ciudad”, dijo Arahuetes, para señalar que “me siento segoviano y español, pero no castellanoleonés, porque no lo siento”.
El alcalde, el principal artífice de la recuperación para los actos oficiales del “Himno a Segovia”, de Carlos Martín y Luis Martín García Marcos, manifestó que, a su juicio, un porcentaje elevado de segovianos tampoco se siente castellanoleonés, aunque “es una creencia, no tengo datos estadísticos”.
Arahuetes apuntó que la actitud de la Junta de Castilla y León hacia Segovia no contribuye a generar un sentimiento de identificación por parte de los segovianos. “Valladolid nos quita más que nos da, lo estamos viendo, todos los proyectos, todas las inversiones van a Valladolid, a Segovia no llega absolutamente nada”, subrayó Arahuetes quien indicó, dejando entrever un trato desigual o discriminación hacia Segovia, el hecho de que ningún organismo público de la Junta tenga su sede en la capital segoviana o que la administración regional haya propiciado la construcción de palacios de exposiciones y congresos en todas las capitales de la región menos en Segovia.
“Nos han circunscrito a una Comunidad Autónoma, territorialmente estamos aquí y desde el punto de vista administrativo tenemos que convivir con la Junta, Valladolid y el resto de ciudades que componen la Comunidad Autónoma (...) personalmente no me siento castellanoleonés y como alcalde de Segovia intentaré que las relaciones con la Junta sean las mejores posibles para conseguir el mayor número de inversiones”.
Tras reconocer como un “hecho indiscutible” que Segovia ha vivido de cara a Madrid, el alcalde señaló que “me gustaría sentirme castellanoleonés y que Castilla y León hiciera más inversiones, el sentimiento en esta ciudad está fracasando porque no vemos que la Junta tenga un protagonismo importante a nivel económico o social, no vemos que haya actitudes”.
martes, marzo 21, 2006
IN MEMORIAM
TRIBUNA
Manuel Pajón de la Cruz
En la noche triste y sombría de la madrugada del martes 14 de febrero de 2006, nacía una nueva estrella. Al mismo tiempo expiraba en el Hospital General de Segovia don Manuel González Herrero.
Cumplida ya su andadura terrenal, renacía a un nuevo plano de conciencia. Despojado de sus ropajes de barro y agua, ya ligero de equipaje ocupaba el lugar que le corresponde en nuestro firmamento segoviano.
Su vida, a fuer de ser sencilla, es irrepetible, casi imposible de imitar. Como todos los grandes hombres, durante su existencia, se dedicó a cultivar apenas tres o cuatro principios: amor a la justicia, defensa del más débil, pasión por la verdad. Pero lo ha hecho con tanta constancia, con tanto tesón y ahínco, que poco a poco, amén de brillar por ellos, su personalidad se ha visto nimbada de un gran ramillete de cualidades: coherencia, serenidad, valentía, honestidad, compasión, alegría, cordialidad de la cuerda del corazón.
Sus acciones, sin que él lo pretendiera, se convertían en sillares que indefectiblemente aumentaban el tamaño del pedestal de su leyenda.
Siempre hay, en cada generación, algunos hombres, muy pocos, que por su grandeza y generosidad justifican la existencia de los demás. Don Manuel es uno de ellos.
Su legado es tan enorme que es patrimonio no solo de quienes le conocimos, ni de quienes le conocerán a través de sus escritos, sino de toda la Humanidad.
Hay hombres como él, que tienen tanta fuerza y brillan con tanta intensidad, que si estás en su sintonía, aunque no estés en su presencia, te traspasan y te conmueven.
Andando los años, manteniéndose firme en sus convicciones, poco a poco, apenas sin darnos cuenta, este hombre inteligente se ha convertido en un hombre sabio. Si al principio sus acciones eran regidas por su finísima inteligencia, más tarde eran dictadas por su enorme corazón.
Era tanta su entrega y tan grande su capacidad, que todo lo que emprendía lo hacía de manera superlativa. Y no es extraño que su amor, y no olvidemos que amor es respeto, abarcaba, no solo la devoción que sentía por su esposa doña Julia, o el cariño por sus hijos: Manuel, Joaquín, Julia, Juan Pablo. Y por su fiel escudero Feliciano, sino que además lo extendía a su profesión, a sus compañeros de Leyes, y de la Academia de Historia y Arte de San Quince, y sobre todo a los pueblos y villas de su amadísima Comunidad.
Uno se intimida y piensa que un hombre de letras, versado en leyes, y de estudios profundos, tiene que ser necesariamente grave y solemne.
En nuestro caso nada más lejos de la realidad. El contacto con don Manuel, tan cercano y de tan fina ironía, resultaba estimulante y divertido. Para mí esos instantes eran mágicos e irrepetibles.
Este hombre universal aprendió muy bien lo que decían las primeras páginas del libro de su vida: saber vivir.
Por eso ahora, al morir casi sin hacer ruido. Como dice su hijo Joaquín, casi pidiendo perdón por las molestias. Nos ha dicho mucho. Sin decir nada.
Manuel Pajón de la Cruz
En la noche triste y sombría de la madrugada del martes 14 de febrero de 2006, nacía una nueva estrella. Al mismo tiempo expiraba en el Hospital General de Segovia don Manuel González Herrero.
Cumplida ya su andadura terrenal, renacía a un nuevo plano de conciencia. Despojado de sus ropajes de barro y agua, ya ligero de equipaje ocupaba el lugar que le corresponde en nuestro firmamento segoviano.
Su vida, a fuer de ser sencilla, es irrepetible, casi imposible de imitar. Como todos los grandes hombres, durante su existencia, se dedicó a cultivar apenas tres o cuatro principios: amor a la justicia, defensa del más débil, pasión por la verdad. Pero lo ha hecho con tanta constancia, con tanto tesón y ahínco, que poco a poco, amén de brillar por ellos, su personalidad se ha visto nimbada de un gran ramillete de cualidades: coherencia, serenidad, valentía, honestidad, compasión, alegría, cordialidad de la cuerda del corazón.
Sus acciones, sin que él lo pretendiera, se convertían en sillares que indefectiblemente aumentaban el tamaño del pedestal de su leyenda.
Siempre hay, en cada generación, algunos hombres, muy pocos, que por su grandeza y generosidad justifican la existencia de los demás. Don Manuel es uno de ellos.
Su legado es tan enorme que es patrimonio no solo de quienes le conocimos, ni de quienes le conocerán a través de sus escritos, sino de toda la Humanidad.
Hay hombres como él, que tienen tanta fuerza y brillan con tanta intensidad, que si estás en su sintonía, aunque no estés en su presencia, te traspasan y te conmueven.
Andando los años, manteniéndose firme en sus convicciones, poco a poco, apenas sin darnos cuenta, este hombre inteligente se ha convertido en un hombre sabio. Si al principio sus acciones eran regidas por su finísima inteligencia, más tarde eran dictadas por su enorme corazón.
Era tanta su entrega y tan grande su capacidad, que todo lo que emprendía lo hacía de manera superlativa. Y no es extraño que su amor, y no olvidemos que amor es respeto, abarcaba, no solo la devoción que sentía por su esposa doña Julia, o el cariño por sus hijos: Manuel, Joaquín, Julia, Juan Pablo. Y por su fiel escudero Feliciano, sino que además lo extendía a su profesión, a sus compañeros de Leyes, y de la Academia de Historia y Arte de San Quince, y sobre todo a los pueblos y villas de su amadísima Comunidad.
Uno se intimida y piensa que un hombre de letras, versado en leyes, y de estudios profundos, tiene que ser necesariamente grave y solemne.
En nuestro caso nada más lejos de la realidad. El contacto con don Manuel, tan cercano y de tan fina ironía, resultaba estimulante y divertido. Para mí esos instantes eran mágicos e irrepetibles.
Este hombre universal aprendió muy bien lo que decían las primeras páginas del libro de su vida: saber vivir.
Por eso ahora, al morir casi sin hacer ruido. Como dice su hijo Joaquín, casi pidiendo perdón por las molestias. Nos ha dicho mucho. Sin decir nada.
El PP pide que una calle reciba el nombre de Manuel González Herrero
Juan Manuel Martínez propone realizar un homenaje póstumo al historiador y abogado
María Coco - Segovia
“Es un homenaje más que merecido para una persona que ha hecho mucho por Segovia”. Con estas palabras el concejal del Partido Popular en el Ayuntamiento, Juan Manuel Martínez, indicó ayer que el grupo popular propone que una calle de la capital reciba el nombre de Manuel González Herrero.
A través de la página web www.segovia.ciudadanos.net, el edil popular lanzó la propuesta el pasado miércoles, solo un día después de la muerte del que durante 25 años fuera decano del Colegio de Abogados de Segovia y del también ex director de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce. “Me alegra ver que otros segovianos también se han sumado a la iniciativa”, explicó ayer el popular que indicó que confía en que se produzca el consenso necesario entre todos los grupos políticos para rendir un homenaje al Manuel González Herrero. “El Ayuntamiento está en deuda con su figura”, consideró tras recordar el homenaje que recibió hace unos meses en la Diputación Provincial.
A su juicio, la calle podría situarse en las nuevas zonas de expansión de Segovia: “Es un homenaje póstumo, igual que la propuesta en internet cuyo objetivo —reconoció— es que la gente muestre y exteriorice sus sensaciones tras la pérdida de esta personalidad”.
El abogado e historiador falleció en la madrugada del pasado martes, 14 de febrero.
LA PRIMERA REVOLUCION MODERNA EN ESPAÑA. (Ansemo Carretero, Diario 16 abril 1979)
LA PRIMERA REVOLUCION MODERNA EN ESPAÑA
Formar comunidad es, en lenguaje llano, agruparse para una acción en común, y alzarse en comunidad, levantarse colectivamente, como lo hicieron las comunidades que se formaron en los comienzos del reinado de Carlos I en muchos lugares de los reinos de León y de Castilla para oponerse a los propósitos y modos de gobierno del nuevo rey y sus cortesanos extranjeros.
Fue aquella revolución un fenómeno sumamente complejo en el que concurrieron muy diversos y aún contradictorios factores., En él se produjeron a la vez generosos actos patrióticos y revolucionarios y acciones guiadas por móviles egoístas o impulsos reaccionarios; de tal manera que no sólo hubo oposición entre "comuneros" o "populares" y "realistas" o "imperiales", sino también antagonismos y contradicciones de intereses e ideales dentro de un mismo campo. De todos modos, este movimiento puede interpretarse en conjunto -de acuerdo con J.A ' Maravall J.I. Gutiérrez Nieto y Joseph Pérez, sus más recientes investigadores- como la primera revolución moderna de España, y aún de Europa, y constituye uno de los capítulos más nobles y hermosos de nuestra historia nacional.
La "revolución de las comunidades" afectó en general, aunque de muy diversa manera, al conjunto de los países de los reinos de León y de Castilla, en todos ellos hubo realistas y partidarios de la insurrección; aquéllos predominaron en las zonas de mayor arraigo feudal, éstos en las de mayor tradición democrática y comunera. No fue, pues, un alzamiento propiamente comunero ni exclusivamente castellano.
Veamos algunos de sus aspectos: Las Cortes de los reinos de León y de Castilla se reunieron en Valladolid en febrero de 1518 para el juramento de don Carlos, lo que ya suscitó acaloradas discusiones, pues los procuradores de muchas ciudades exigieron que el rey jurase antes de ser jurado.
Los votos de las ciudades
En 1520 el rey convoca a Cortes en Santiago de Compostela. Surgen protestas en Valladolid, Salamanca y Toledo. Reunidas las Cortes en la ciudad del Apóstol se les niega la entrada a los procuradores de Salamanca y se abstienen de presentarse los de Toledo. Siete ciudades se niegan rotundamente a otorgar el servicio solicitado por el rey si antes no son escuchadas sus peticiones; en vista de lo cual el monarca suspende las reuniones en Santiago y las reanuda en La Coruña, donde por fin consigue el servicio pedido con el voto contrario hasta el final de los procuradores de Córdoba, Madrid, Murcia y Toro, el dividido de Jaén (uno de cuyos procuradores se adhirió al criterio real y el otro al de la oposición) y las ausencias de los de Toledo y Salamanca.
Es de recordar que las ciudades con voto en las Cortes de los reinos de León y de Castilla eran entonces: León, Burgos, Toledo, Sevilla, Córdoba, Jaén, Granada (todas ellas cabeza de reino), Zamora, Toro, Salamanca, Soria, Segovia, Avila y Cuenca; y las villas: Valladolid, Madrid y Guadalajara. Dieciocho en total. Siete de ellas castellanas (5), cinco leonesas, cuatro andaluzas, una toledana y una murciana.
Los antiguos reinos de Asturias y Galicia - dice Colmeiro - llegaron a formar un solo cuerpo con el de León. Por esta perfecta asimilación de los tres reinos unidos, las ciudades y villas de Asturias y Galicia estaban representadas en las Cortes por los procuradores de la ciudad de León. Después, de manera inexplicable, la ciudad de Zamora se alzó con el privilegio de hablar por el reino de Galicia, y así lo hizo en las Cortes de Santiago y La Coruña de 1520 (6).
Origen leonés de las Cortes
Bueno también es recordar (o bueno sería aprender, puesto que la mayoría de los españoles lo ignoran) que las tan mentadas "Cortes de Castilla" no fueron por su origen castellanas, sino leonesas; razón por la cual la Real Academia de la Historia, en los grandes volúmenes que ha publicado sobre ellas, las llama “Cortes de los antiguos Reinos de León y de Castilla" (en plural, con doble preposición y conjunción copulativa, y el nombre de León por delante).
Si en León hubo verdaderas Cortes (con asistencia del estado llano) desde 1188, las primeras de que se tiene noticia cierta en Castilla son las reunidas por Fernando III en Sevilla en 1250. Las Cortes de León se reunían separadamente de las de Castilla; después se hicieron comunes, aunque algunas veces se reunían Cortes particulares y con frecuencia legislaban aparte para cada reino.
La vieja Castilla, la anterior a la unión de las coronas, no tuvo, pues, Cortes; ni sintió la necesidad de ellas. Esto, que puede sorprender a muchos, es una realidad histórica. Los pueblos castellanos - como los vascos -, organizados en comunidades autónomas unidas por el vínculo de una corona común con facultades limitadas, no tuvieron interés alguno en crear nuevos órganos de gobierno con intervención del poder real; pusieron, al contrario, gran empeño en mantener sus viejas instituciones comuneras. De nuevo nos encontramos con la necesidad de no confundir el desarrollo histórico de los pueblos del tronco astur-leonés con los del vasco-castellano.
La insurrección "comunera" comienza como una protesta contra el rey y sus cortesanos extranjeros, pero a medida que se extiende, se radicaliza y transforma en un alzamiento nacional y una revolución antiseñorial que divide al país en dos grandes campos: el realista, formado por los magnates y las oligarquías privilegiadas aliadas al trono; y el popular, compuesto por burgueses, artesanos, nobleza empobrecida, bajo clero, jornaleros y labradores; en este campo militan los municipios y las comunidades de ciudad o villa y tierra sublevadas.
(5) Los procuradores de las "ciudades" o "villas" castellanas lo eran en realidad de los concejos de las respectivas comunidades de ciudad o villa y tierra.
(6) La costumbre de achacar a Castilla todos los entuertos del pasado español y de confundir a ésta con la corona de León ha hecho que los escritores galleguistas presenten con frecuencia como ejemplo de sojuzgamiento de su pueblo por "Castilla" esta usurpación del voto gallego por los procuradores zamoranos; pero el error y el abuso quien una vez lo padece es Castilla. Al contrario del moderno embrollo "castellano-leonés" -que hoy amenaza liquidar la personalidad de Castilla-, la historia nos enseña la antigua identidad sociopolítica galaico-lenones. Gallegos son llamados todos los leoneses -incluidos los de Campos- en la literatura épica y en la historiografía castellana, mientras los geógrafos e historiadores árabes describen a León y a Zamora como las ciudades más importantes de la Galicia medíoeval, y presentan a Castilla y Alava corno un conjunto aparte.
Anselmo Carretero y Jimenez
Diario16 Abril 1979
Formar comunidad es, en lenguaje llano, agruparse para una acción en común, y alzarse en comunidad, levantarse colectivamente, como lo hicieron las comunidades que se formaron en los comienzos del reinado de Carlos I en muchos lugares de los reinos de León y de Castilla para oponerse a los propósitos y modos de gobierno del nuevo rey y sus cortesanos extranjeros.
Fue aquella revolución un fenómeno sumamente complejo en el que concurrieron muy diversos y aún contradictorios factores., En él se produjeron a la vez generosos actos patrióticos y revolucionarios y acciones guiadas por móviles egoístas o impulsos reaccionarios; de tal manera que no sólo hubo oposición entre "comuneros" o "populares" y "realistas" o "imperiales", sino también antagonismos y contradicciones de intereses e ideales dentro de un mismo campo. De todos modos, este movimiento puede interpretarse en conjunto -de acuerdo con J.A ' Maravall J.I. Gutiérrez Nieto y Joseph Pérez, sus más recientes investigadores- como la primera revolución moderna de España, y aún de Europa, y constituye uno de los capítulos más nobles y hermosos de nuestra historia nacional.
La "revolución de las comunidades" afectó en general, aunque de muy diversa manera, al conjunto de los países de los reinos de León y de Castilla, en todos ellos hubo realistas y partidarios de la insurrección; aquéllos predominaron en las zonas de mayor arraigo feudal, éstos en las de mayor tradición democrática y comunera. No fue, pues, un alzamiento propiamente comunero ni exclusivamente castellano.
Veamos algunos de sus aspectos: Las Cortes de los reinos de León y de Castilla se reunieron en Valladolid en febrero de 1518 para el juramento de don Carlos, lo que ya suscitó acaloradas discusiones, pues los procuradores de muchas ciudades exigieron que el rey jurase antes de ser jurado.
Los votos de las ciudades
En 1520 el rey convoca a Cortes en Santiago de Compostela. Surgen protestas en Valladolid, Salamanca y Toledo. Reunidas las Cortes en la ciudad del Apóstol se les niega la entrada a los procuradores de Salamanca y se abstienen de presentarse los de Toledo. Siete ciudades se niegan rotundamente a otorgar el servicio solicitado por el rey si antes no son escuchadas sus peticiones; en vista de lo cual el monarca suspende las reuniones en Santiago y las reanuda en La Coruña, donde por fin consigue el servicio pedido con el voto contrario hasta el final de los procuradores de Córdoba, Madrid, Murcia y Toro, el dividido de Jaén (uno de cuyos procuradores se adhirió al criterio real y el otro al de la oposición) y las ausencias de los de Toledo y Salamanca.
Es de recordar que las ciudades con voto en las Cortes de los reinos de León y de Castilla eran entonces: León, Burgos, Toledo, Sevilla, Córdoba, Jaén, Granada (todas ellas cabeza de reino), Zamora, Toro, Salamanca, Soria, Segovia, Avila y Cuenca; y las villas: Valladolid, Madrid y Guadalajara. Dieciocho en total. Siete de ellas castellanas (5), cinco leonesas, cuatro andaluzas, una toledana y una murciana.
Los antiguos reinos de Asturias y Galicia - dice Colmeiro - llegaron a formar un solo cuerpo con el de León. Por esta perfecta asimilación de los tres reinos unidos, las ciudades y villas de Asturias y Galicia estaban representadas en las Cortes por los procuradores de la ciudad de León. Después, de manera inexplicable, la ciudad de Zamora se alzó con el privilegio de hablar por el reino de Galicia, y así lo hizo en las Cortes de Santiago y La Coruña de 1520 (6).
Origen leonés de las Cortes
Bueno también es recordar (o bueno sería aprender, puesto que la mayoría de los españoles lo ignoran) que las tan mentadas "Cortes de Castilla" no fueron por su origen castellanas, sino leonesas; razón por la cual la Real Academia de la Historia, en los grandes volúmenes que ha publicado sobre ellas, las llama “Cortes de los antiguos Reinos de León y de Castilla" (en plural, con doble preposición y conjunción copulativa, y el nombre de León por delante).
Si en León hubo verdaderas Cortes (con asistencia del estado llano) desde 1188, las primeras de que se tiene noticia cierta en Castilla son las reunidas por Fernando III en Sevilla en 1250. Las Cortes de León se reunían separadamente de las de Castilla; después se hicieron comunes, aunque algunas veces se reunían Cortes particulares y con frecuencia legislaban aparte para cada reino.
La vieja Castilla, la anterior a la unión de las coronas, no tuvo, pues, Cortes; ni sintió la necesidad de ellas. Esto, que puede sorprender a muchos, es una realidad histórica. Los pueblos castellanos - como los vascos -, organizados en comunidades autónomas unidas por el vínculo de una corona común con facultades limitadas, no tuvieron interés alguno en crear nuevos órganos de gobierno con intervención del poder real; pusieron, al contrario, gran empeño en mantener sus viejas instituciones comuneras. De nuevo nos encontramos con la necesidad de no confundir el desarrollo histórico de los pueblos del tronco astur-leonés con los del vasco-castellano.
La insurrección "comunera" comienza como una protesta contra el rey y sus cortesanos extranjeros, pero a medida que se extiende, se radicaliza y transforma en un alzamiento nacional y una revolución antiseñorial que divide al país en dos grandes campos: el realista, formado por los magnates y las oligarquías privilegiadas aliadas al trono; y el popular, compuesto por burgueses, artesanos, nobleza empobrecida, bajo clero, jornaleros y labradores; en este campo militan los municipios y las comunidades de ciudad o villa y tierra sublevadas.
(5) Los procuradores de las "ciudades" o "villas" castellanas lo eran en realidad de los concejos de las respectivas comunidades de ciudad o villa y tierra.
(6) La costumbre de achacar a Castilla todos los entuertos del pasado español y de confundir a ésta con la corona de León ha hecho que los escritores galleguistas presenten con frecuencia como ejemplo de sojuzgamiento de su pueblo por "Castilla" esta usurpación del voto gallego por los procuradores zamoranos; pero el error y el abuso quien una vez lo padece es Castilla. Al contrario del moderno embrollo "castellano-leonés" -que hoy amenaza liquidar la personalidad de Castilla-, la historia nos enseña la antigua identidad sociopolítica galaico-lenones. Gallegos son llamados todos los leoneses -incluidos los de Campos- en la literatura épica y en la historiografía castellana, mientras los geógrafos e historiadores árabes describen a León y a Zamora como las ciudades más importantes de la Galicia medíoeval, y presentan a Castilla y Alava corno un conjunto aparte.
Anselmo Carretero y Jimenez
Diario16 Abril 1979
viernes, marzo 17, 2006
La semilla de dos figuras irrepetibles
NUESTRA OPINIÓN
En sus “Diálogos”, Platón aseguraba que “cuando la muerte se precipita sobre el hombre, la parte mortal se extingue; pero el principio inmortal se retira y se aleja sano y salvo”. Esta frase del filósofo griego bien puede servir de consuelo a una provincia que esta semana ha perdido a dos de sus más ilustres convecinos como fueron el abogado y escritor Manuel González Herrero y el empresario Tomás Pascual.
En los últimos días, políticos, literatos, intelectuales, empresarios y personalidades de todos los estamentos sociales han prodigado elogios emocionados hacia ambos, significando con ello su arraigo en la sociedad que un día les vio nacer y de la que en ningún momento de su dilatada y exitosa trayectoria renegaron ni abjuraron.
Don Manuel hacía gala de su segovianismo y quiso elevar a la categoría de región a una provincia que consideraba que por historia y tradición debía ocupar lugar de privilegio en el mapa autonómico nacional. No dejó de escribir sobre su amada Segovia y en las estanterías quedan un buen número de ejemplos de su erudición sobre la provincia que ahora se convierten en legado impagable para las futuras generaciones.
En el ámbito profesional, en cualquier rincón de esta provincia, el nombre de este abogado amigo del diálogo, dominador de la oratoria y la retórica era sinónimo de garantía de éxito en cualquier proceso judicial, e incluso en las causas difícilmente menos defendibles, González Herrero ponía toda su sabiduría de experto penalista para bucear en los vericuetos legales que consiguieran reducir o acortar el perjuicio para su defendido.
Pero si González Herrero defendió e hizo valer el nombre de Segovia desde su despacho, Tomás Pascual lo hizo a través de la creación de un imperio empresarial que hoy emplea a más de 5.000 personas en toda España, surgido desde el trabajo, el esfuerzo y el tesón de un hombre que siempre mostró su agradecimiento a una provincia en la que mantiene una importante presencia. Su espíritu emprendedor, combinado con la campechanía de los castellanos viejos, hicieron que el apellido Pascual se asocie con la calidad en la industria alimentaria, por la que siempre veló y que le llevó a introducir en España técnicas revolucionarias de conservación de los productos lácteos que situaron a su empresa en la vanguardia mundial.
El Premio Nobel francés François Mauriac afirma en una de sus obras que la muerte “no nos roba a los seres queridos, al contrario, nos los guarda y los inmortaliza en el recuerdo”. Quizá para que la memoria fuera del todo indeleble, sería bueno que Segovia tuviera un testimonio perpetuo de la memoria de González Herrero en alguno de los lugares que él recorría y que él amaba. De esta forma, quizá su semilla pueda dar frutos de amor a esta tierra como los que él ofreció a su venerada Virgen de la Fuencisla en su último novenario. Los convecinos de Tomás Pascual ya han tomado la delantera en este sentido y comienzan a preparar algunas actividades paa recordar al empresario que con su esfuerzo, contribuyó a engrandecer el nombre de esta provincia.
miércoles, marzo 15, 2006
UNA CONFEDERACION DE REPUBLICAS POPULARES (A. Carretero Diario16, 16 abril 1979)
UNA CONFEDERACION DE REPUBLICAS POPULARES
Estas Comunidades son las que Costa ya consideró "materia digna de estudio que aún está por estudiar" y que ha sido generalmente ignorada por los historiadores españoles: hasta el punto de que cuando el bilbilitano don Vicente de la Fuente tomó por tema de su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia (1 86 1 ) las tres grandes de Aragón (Calatayud, Daroca y Teruel), causó "harta extrañeza -dice él mismo textualmente- entre la generalidad de los eruditos", pues la mayor parte de ellos no sabían que hubieran existido comunidades sino en Castilla y en tiempo de Carlos V, lo que era ignorar por completo las auténticas instituciones comuneras y confundirlas con entes o hechos totalmente diferentes o ajenos a ellas. También es preciso no confundir las comunidades castellanas y aragonesas con las juntas, ligas o confederaciones que los pueblos formaban con propósitos de interés común, como combatir a los malhechores o contrarrestar el creciente poder de los magnates, por lo que fueron combatidas por Fernando III y Alfonso X: ni con las hermandades que después se crearon en los reinos de León y de Castilla de acuerdo con la corona.
¿Qué eran estas instituciones que en el avance de la reconquista castellana durante la Edad Media se extienden hacia el sur, desde Nájera y Burgos, por las tierras castellanas y aragonesas de la antigua Celtiberia?
Estados autónomos
Tales comunidades -llamadas también universidades- de ciudad o villa y tierra eran verdaderas repúblicas populares que en el reino de Castilla y en el Bajo Aragón poseían los atributos de los Estados autónomos dentro de una federación, por lo que un historiador gallego ha podido escribir que en aquellos tiempos "Castilla parecía una confederación de repúblicas trabadas por un superior común, pero recogidas con suma libertad, donde el señorío feudal no mantenía a los pueblos en penosa servidumbre".
El régimen democrático de la vieja Castilla tenía por base estas comunidades o universidades, por encima de las cuales estaba el rey -como superior poder común, con atribuciones bien definidas- y por debajo el municipio, autónomo en su esfera municipal.
Las comunidades castellanas y aragonesas eran en su esencia democrática análogas a las primitivas repúblicas vascongadas, a las instituciones populares de la Castilla cantábrica -cuna de Castilla y del Estado castellano- y a las de algunas comarcas de Navarra (como la Universidad del Valle del Baztán y la Comunidad del Valle del Roncal). En Castilla las encontramos en la Rioja y Cameros y en las tierras del Alto Duero, el Alto Tajo y el Alto Júcar: Nájera, Ocón, Burgos, Roa, Pedraza, Sepúlveda, Cuéllar, Coca, Arévalo, Piedrahita, la grande de Avila -con más de doscientos pueblos-, Madrid, Ayllón, la grande de Soria -con más de ciento cincuenta pueblos-, Almazán, Agreda, Atienza, Jadraque, la grande de Segovia -más de ciento cincuenta pueblos-, Guadalajara, la grande Cuenca ... donde se desarrollan vigorosamente hasta la unión de las coronas de León y de Castilla.
Las comunidades castellanas más importantes eran las de Soria, Segovia -la más fuerte, rica y mejor administrada de Castilla, dice de ella el aragonés De la Fuente-, que se extendía por ambas vertientes de la sierra de Guadarrama, Avila y Cuenca. La de Sepúlveda es muy famosa por su fuero, que se menciona como ya vigente en la época condal y cuyo espíritu se extiende no sólo por la Extremadura castellana, sino por el Arag6n comunero: el de las comunidades de Calatayud, Daroca, Teruel y Albarracín., La villa de Madrid fue cabeza de una pequeña -pero muy activa- comunidad, creada por los conquistadores y repobladores segovianos que en ella se establecieron.
Las repúblicas comuneras eran instituciones con funciones políticas, económicas y militares mucho más amplias que las correspondientes a la vida estrictamente municipal: por ello y porque los concejos comuneros tenían jurisdicción sobre los de las aldeas o pueblos de su territorio, es preciso no confundirlas con los simples municipios o concejos municipales -más o menos democráticos- que existían en gran parte de España, incluida la propia Castilla (2).
Características de las repúblicas comuneras
A continuación exponemos brevemente sus principales características:
· Ocupaban un territorio, de extensión muy variable, sobre el que tenían soberanía libre de todo poder señorial.
· El poder de la comunidad emanaba del pueblo. Los órganos de gobierno, municipales y comuneros, eran en Castilla los concejos elegidos por todos los vecinos con casa puesta, lo que los vascos llaman por voto fogueral o por hogares, y los catalanes per focs.
· El territorio de la Comunidad -excluido el de la Ciudad o Villa cabecera- solía llamarse la Tierra. Cuando ésta era muy grande se dividía en distritos que abarcaban varios pueblos, a los efectos de nombrar representantes en el Concejo de la Comunidad (en la de Segovia, estos distritos recibían el nombre de sexmos y sus representantes o procuradores el de sexmeros).
· Las comunidades tenían leyes y jurisdicción única para todo su territorio.
· Los municipios de la tierra disfrutaban de autonomía local.
El concejo de la comunidad ejercía la función de medianero o derecho de dirimir contiendas entre ellos o entre vecinos de diferentes municipios,
· Los ciudadanos de las comunidades castellanas y aragonesas eran todos iguales ante la ley, sin distinciones por causa de linaje o riqueza ("el rico, como el alto, como el pobre, como el bajo, todos hayan un fuero e un coto", dice el Fuero de Sepúlveda). Restricción frecuente era que para ocupar algunos cargos del concejo -como el de capitán de milicias- había que ser caballero; pero en las viejas comunidades castellanas se entendía sencillamente por tal al que mantenía caballo con armas para la guerra.
· En los fueros de algunas comunidades aparece un señor -"Señor de la Villa"- funcionario que representaba al monarca en ejercicio de las facultades reales, en su origen muy limitadas, pues se reducían a estas cuatro: justicia (en grado supremo y con arreglo al fuero y las costumbres del lugar); moneda (común para todo el reino); fonsadera (o dirección de la guerra, a la que todas la comunidades contribuían economicamente y acudían con sus milicias, capitanes y pendones); y suos yantares (es decir, el mantenimiento por toda la federación de oficio y casa del rey).
· Los bosques, las aguas y los pastos -principales fuentes de producción en la economía del país- eran patrimonio de la comunidad. Con esta propiedad comunera coexistía la privada de las casas y tierras de labor. También era propiedad de la comunidad el subsuelo ("salinas, venas de plata e de fierro e de cualquiera metallo", dice el Fuero de Sepúlveda). Ciertas industrias de interés local (caleras, tejares, molinos, etcétera) eran con frecuencia propiedad de los municipios.
· Las comunidades poseían ejércitos con capitanes designados por el concejo, que seguían el pendón concejil y en caso de guerra se ponían a las órdenes del rey o persona que lo representara. Muy importante fue el papel de estas milicias en las luchas de la Reconquista; y destacado el que desempeñaron las castellanas y vascongadas en la famosa batalla de las Navas de Tolosa. También tiene brillante historia guerrera las comunidades del Bajo Aragón, donde el espíritu democrático y la oposición al aristocratismo señorial estaban tan arraigados que cuando Jaime el Conquistador pidió a los de Teruel auxilio para una incursión en tierras musulmanas de Valencia, le respondieron que si algún señor había de apoderarse de Morella, más valía que la retuvieran los moros.
· Aspecto muy interesante de las comunidades castellanas era su laicismo, en el sentido de instituciones que apartan a la Iglesia de las actividades políticas, a la vez que la respetan en la esfera religiosa. A semejanza también del País Vasco, los clérigos -por fuero o por costumbre- no podían ocupar cargos en los concejos castellanos, ni comprar ni recibir tierras de los vecinos, lo que contrasta con el enorme político, económico y militar que los obispos y abades tenían en otros países de España y en toda la Europa feudal.
Las comunidades de ciudad y tierra son instituciones castellanas y aragonesas que no se extienden al occidente del río Pisuerga, por la llanura leonesa de Tierra de Campos, ni al sur de Toledo, por la Mancha.. Sólo se encuentra una comunidad en el antiguo reino de León: la de Salamanca, muy extensa y rica en su patrimonio, pero sin las atribuciones políticas de las castellanas y las aragonesas. Algunos autores atribuyen su creación al aragonés Alfonso el Batallador, que tuvo muchos partidarios entre el pueblo de Salamanca (3).
Las comunidades castellanas de ciudad o Villa y tierra se desarrollan vigorosamente de los siglos X al XIII. Atacadas con toda clase de coacciones y artimañas por el trono y los magnates -eclesiásticos y laicos- a él aliados, que recelan de su poder político y codician el patrimonio comunero (4), entran en continua decadencia después de la unión de las coronas de León y de Castilla en el reinado de Fernando III hasta su disolución en el siglo pasado por el Estado centralista, que malbarató gran parte de los todavía cuantiosos bienes comuneros del pueblo castellano; no obstante lo cual, aún pueden verse en algunas comarcas pinariegas de las serranías centrales (provincias de Burgos, Soria, Segovia, partes históricamente segovianas de Madrid, Avila y Cuenca) hermosas reliquias vivas del otrora riquísimo patrimonio forestal de la Castilla comunera.
Notas
(2) El fuero de Logroño, por ejemplo, es un ordenamiento institucional propio de una entidad municipal sin comunidad con otros municipios. Se extendió por muchos lugares de la Castilla norteña y por el País Vasco.
(3) Huellas del influjo aragonés en Salamanca son las barras catalanas que todavía lleva el escudo salmantino
(4) Muchas de las posesiones territoriales de la nobleza castellana -nobleza relativamente tardía e inexistente en la vieja Castilla- proceden del despojo de aquel patrimonio.
Anselmo Carretero y Jimenez
Diario 16 Abril 1979
Estas Comunidades son las que Costa ya consideró "materia digna de estudio que aún está por estudiar" y que ha sido generalmente ignorada por los historiadores españoles: hasta el punto de que cuando el bilbilitano don Vicente de la Fuente tomó por tema de su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia (1 86 1 ) las tres grandes de Aragón (Calatayud, Daroca y Teruel), causó "harta extrañeza -dice él mismo textualmente- entre la generalidad de los eruditos", pues la mayor parte de ellos no sabían que hubieran existido comunidades sino en Castilla y en tiempo de Carlos V, lo que era ignorar por completo las auténticas instituciones comuneras y confundirlas con entes o hechos totalmente diferentes o ajenos a ellas. También es preciso no confundir las comunidades castellanas y aragonesas con las juntas, ligas o confederaciones que los pueblos formaban con propósitos de interés común, como combatir a los malhechores o contrarrestar el creciente poder de los magnates, por lo que fueron combatidas por Fernando III y Alfonso X: ni con las hermandades que después se crearon en los reinos de León y de Castilla de acuerdo con la corona.
¿Qué eran estas instituciones que en el avance de la reconquista castellana durante la Edad Media se extienden hacia el sur, desde Nájera y Burgos, por las tierras castellanas y aragonesas de la antigua Celtiberia?
Estados autónomos
Tales comunidades -llamadas también universidades- de ciudad o villa y tierra eran verdaderas repúblicas populares que en el reino de Castilla y en el Bajo Aragón poseían los atributos de los Estados autónomos dentro de una federación, por lo que un historiador gallego ha podido escribir que en aquellos tiempos "Castilla parecía una confederación de repúblicas trabadas por un superior común, pero recogidas con suma libertad, donde el señorío feudal no mantenía a los pueblos en penosa servidumbre".
El régimen democrático de la vieja Castilla tenía por base estas comunidades o universidades, por encima de las cuales estaba el rey -como superior poder común, con atribuciones bien definidas- y por debajo el municipio, autónomo en su esfera municipal.
Las comunidades castellanas y aragonesas eran en su esencia democrática análogas a las primitivas repúblicas vascongadas, a las instituciones populares de la Castilla cantábrica -cuna de Castilla y del Estado castellano- y a las de algunas comarcas de Navarra (como la Universidad del Valle del Baztán y la Comunidad del Valle del Roncal). En Castilla las encontramos en la Rioja y Cameros y en las tierras del Alto Duero, el Alto Tajo y el Alto Júcar: Nájera, Ocón, Burgos, Roa, Pedraza, Sepúlveda, Cuéllar, Coca, Arévalo, Piedrahita, la grande de Avila -con más de doscientos pueblos-, Madrid, Ayllón, la grande de Soria -con más de ciento cincuenta pueblos-, Almazán, Agreda, Atienza, Jadraque, la grande de Segovia -más de ciento cincuenta pueblos-, Guadalajara, la grande Cuenca ... donde se desarrollan vigorosamente hasta la unión de las coronas de León y de Castilla.
Las comunidades castellanas más importantes eran las de Soria, Segovia -la más fuerte, rica y mejor administrada de Castilla, dice de ella el aragonés De la Fuente-, que se extendía por ambas vertientes de la sierra de Guadarrama, Avila y Cuenca. La de Sepúlveda es muy famosa por su fuero, que se menciona como ya vigente en la época condal y cuyo espíritu se extiende no sólo por la Extremadura castellana, sino por el Arag6n comunero: el de las comunidades de Calatayud, Daroca, Teruel y Albarracín., La villa de Madrid fue cabeza de una pequeña -pero muy activa- comunidad, creada por los conquistadores y repobladores segovianos que en ella se establecieron.
Las repúblicas comuneras eran instituciones con funciones políticas, económicas y militares mucho más amplias que las correspondientes a la vida estrictamente municipal: por ello y porque los concejos comuneros tenían jurisdicción sobre los de las aldeas o pueblos de su territorio, es preciso no confundirlas con los simples municipios o concejos municipales -más o menos democráticos- que existían en gran parte de España, incluida la propia Castilla (2).
Características de las repúblicas comuneras
A continuación exponemos brevemente sus principales características:
· Ocupaban un territorio, de extensión muy variable, sobre el que tenían soberanía libre de todo poder señorial.
· El poder de la comunidad emanaba del pueblo. Los órganos de gobierno, municipales y comuneros, eran en Castilla los concejos elegidos por todos los vecinos con casa puesta, lo que los vascos llaman por voto fogueral o por hogares, y los catalanes per focs.
· El territorio de la Comunidad -excluido el de la Ciudad o Villa cabecera- solía llamarse la Tierra. Cuando ésta era muy grande se dividía en distritos que abarcaban varios pueblos, a los efectos de nombrar representantes en el Concejo de la Comunidad (en la de Segovia, estos distritos recibían el nombre de sexmos y sus representantes o procuradores el de sexmeros).
· Las comunidades tenían leyes y jurisdicción única para todo su territorio.
· Los municipios de la tierra disfrutaban de autonomía local.
El concejo de la comunidad ejercía la función de medianero o derecho de dirimir contiendas entre ellos o entre vecinos de diferentes municipios,
· Los ciudadanos de las comunidades castellanas y aragonesas eran todos iguales ante la ley, sin distinciones por causa de linaje o riqueza ("el rico, como el alto, como el pobre, como el bajo, todos hayan un fuero e un coto", dice el Fuero de Sepúlveda). Restricción frecuente era que para ocupar algunos cargos del concejo -como el de capitán de milicias- había que ser caballero; pero en las viejas comunidades castellanas se entendía sencillamente por tal al que mantenía caballo con armas para la guerra.
· En los fueros de algunas comunidades aparece un señor -"Señor de la Villa"- funcionario que representaba al monarca en ejercicio de las facultades reales, en su origen muy limitadas, pues se reducían a estas cuatro: justicia (en grado supremo y con arreglo al fuero y las costumbres del lugar); moneda (común para todo el reino); fonsadera (o dirección de la guerra, a la que todas la comunidades contribuían economicamente y acudían con sus milicias, capitanes y pendones); y suos yantares (es decir, el mantenimiento por toda la federación de oficio y casa del rey).
· Los bosques, las aguas y los pastos -principales fuentes de producción en la economía del país- eran patrimonio de la comunidad. Con esta propiedad comunera coexistía la privada de las casas y tierras de labor. También era propiedad de la comunidad el subsuelo ("salinas, venas de plata e de fierro e de cualquiera metallo", dice el Fuero de Sepúlveda). Ciertas industrias de interés local (caleras, tejares, molinos, etcétera) eran con frecuencia propiedad de los municipios.
· Las comunidades poseían ejércitos con capitanes designados por el concejo, que seguían el pendón concejil y en caso de guerra se ponían a las órdenes del rey o persona que lo representara. Muy importante fue el papel de estas milicias en las luchas de la Reconquista; y destacado el que desempeñaron las castellanas y vascongadas en la famosa batalla de las Navas de Tolosa. También tiene brillante historia guerrera las comunidades del Bajo Aragón, donde el espíritu democrático y la oposición al aristocratismo señorial estaban tan arraigados que cuando Jaime el Conquistador pidió a los de Teruel auxilio para una incursión en tierras musulmanas de Valencia, le respondieron que si algún señor había de apoderarse de Morella, más valía que la retuvieran los moros.
· Aspecto muy interesante de las comunidades castellanas era su laicismo, en el sentido de instituciones que apartan a la Iglesia de las actividades políticas, a la vez que la respetan en la esfera religiosa. A semejanza también del País Vasco, los clérigos -por fuero o por costumbre- no podían ocupar cargos en los concejos castellanos, ni comprar ni recibir tierras de los vecinos, lo que contrasta con el enorme político, económico y militar que los obispos y abades tenían en otros países de España y en toda la Europa feudal.
Las comunidades de ciudad y tierra son instituciones castellanas y aragonesas que no se extienden al occidente del río Pisuerga, por la llanura leonesa de Tierra de Campos, ni al sur de Toledo, por la Mancha.. Sólo se encuentra una comunidad en el antiguo reino de León: la de Salamanca, muy extensa y rica en su patrimonio, pero sin las atribuciones políticas de las castellanas y las aragonesas. Algunos autores atribuyen su creación al aragonés Alfonso el Batallador, que tuvo muchos partidarios entre el pueblo de Salamanca (3).
Las comunidades castellanas de ciudad o Villa y tierra se desarrollan vigorosamente de los siglos X al XIII. Atacadas con toda clase de coacciones y artimañas por el trono y los magnates -eclesiásticos y laicos- a él aliados, que recelan de su poder político y codician el patrimonio comunero (4), entran en continua decadencia después de la unión de las coronas de León y de Castilla en el reinado de Fernando III hasta su disolución en el siglo pasado por el Estado centralista, que malbarató gran parte de los todavía cuantiosos bienes comuneros del pueblo castellano; no obstante lo cual, aún pueden verse en algunas comarcas pinariegas de las serranías centrales (provincias de Burgos, Soria, Segovia, partes históricamente segovianas de Madrid, Avila y Cuenca) hermosas reliquias vivas del otrora riquísimo patrimonio forestal de la Castilla comunera.
Notas
(2) El fuero de Logroño, por ejemplo, es un ordenamiento institucional propio de una entidad municipal sin comunidad con otros municipios. Se extendió por muchos lugares de la Castilla norteña y por el País Vasco.
(3) Huellas del influjo aragonés en Salamanca son las barras catalanas que todavía lleva el escudo salmantino
(4) Muchas de las posesiones territoriales de la nobleza castellana -nobleza relativamente tardía e inexistente en la vieja Castilla- proceden del despojo de aquel patrimonio.
Anselmo Carretero y Jimenez
Diario 16 Abril 1979
martes, marzo 14, 2006
Memorial de Castilla (En memoria de don Manuel González Herrero)
Este es el título de uno de los libros más importantes que a lo largo de su vida escribió don Manuel González Herrero, abogado e historiador segoviano que fue durante 25 años decano del Colegio de Abogados de Segovia, y que falleció el pasado 15 de Febrero de 2006.
En la nota preliminar del mencionado libro incluyó tres versos del Poema de Fernán González: "Esforzad, castellanos, no hayades pavor, sacaremos Castilla de premia e de error. Cuando oían Castilla todos se esforzaban". Y a continuación él mismo, de su puño y letra, dice: "Este libro es una contribución a la causa castellana, al esfuerzo colectivo para rescatar a Castilla de su secuestro secular".
Y es que don Manuel G. Herrero fue uno de los pocos intelectuales castellanos que dio la cara por Castilla, y cuando la gran mayoría de la clase letrada aceptaba el troceamiento de Castilla y su desaparición como región histórica, él, con valentía, denunció esa situación, siendo por ese motivo faro y guía para todos los castellanos que no tragamos por las componendas políticas que han llevado a Castilla a la situación más humillante de su fecunda Historia.
La siembra de don Manuel G. Herrero dará sus frutos, y la defensa que en su libro hace de Castilla y del pueblo castellano es una semilla que con el tiempo devolverá a Castilla y a su pueblo la dignidad que los políticos sin escrúpulos le han usurpado.
Ahora que tanto hablan los nacionalistas catalanes del idioma catalán como elemento esencial de su identidad, nadie pondrá en duda que proviene de Cataluña, siendo oportuno preguntar: ¿En qué lugar nació el idioma castellano? En Castilla ¿verdad? ¿Pero existe Castilla como comunidad autónoma?: ¡No! ¿Y eso? Hay que leer a don Manuel González Herrero para entenderlo.
José Mª Rupérez Cibrián (Burgos)
Miembro de IDENTIDAD DE CASTILLA
Ha fallecido un caballero
Sr. Director:
Mi costumbre, desde mi jubilación de leer cada mañana, aquí en Madrid, “El Adelantado”, en Internet, hace que me llegue hoy la triste noticia del fallecimiento de D. Manuel González Herrero, Manolo González Herrero, para mí.
Quiero, en esta triste circunstancia, hacer públicos mi afecto y mi admiración hacia este caballero segoviano, culto, inteligente, respetuoso y afable. Al poco tiempo de llegar a poner en marcha el que hoy conocemos como “Hospital General”, un colega, al parecer no contento con que un grupo de entonces jóvenes médicos forasteros pretendiésemos, llenos de entusiasmo y de ilusión, poner en marcha una institución sanitaria pública y moderna, al servicio de todo los ciudadanos de la provincia, presentó o amenazó con presentar una denuncia contra nosotros por “Competencia desleal”. Nuestra ignorancia en materia de leyes y en semejantes trances, nos llevó a preocuparnos seriamente.
Alguien nos habló de D. Manuel como un abogado muy experto que podía asesorarnos. Sin demora, nos recibió en un acogedor cuarto de su domicilio y, con cordialidad extrema y absoluto desinterés, nos convenció de lo absurdo de la denuncia y nos deleitó con su charla amable. Poco después, un amigo común, el llorado cirujano Antonio Marazuela, me informó de la calidad humana de Manolo y de su filial devoción por el gran folklorista Agapito Marazuela. Como quiera que Agapito arrastraba ya bastantes achaques propios de su edad, me pidió Antonio que velase por su salud. Ello me proporcionó dos privilegios: conocer y tratar a ese irrepetible ser humano que era Agapito y disfrutar de una cordial relación con Manolo, su difunta esposa y su hijo Joaquín quien, como buen discípulo, acompañaba a su maestro con frecuencia a mi consulta del hospital.
Quiero señalar un hecho que siempre me llenó de orgullo, como médico del Hospital General. Desde que se abrió nuestra institución, el matrimonio González Herrero nunca dejó de confiar en la misma y nos honraron siendo nuestros pacientes. Tiene esto especial mérito por tratarse de una familia, sin duda ilustre y conocida en la ciudad, que podía haber buscado más afamadas cabezas para cuidar de sus males. Allí acudieron siempre como cualquier otro ciudadano normal y allí procuramos aliviar sus males con nuestra poca ciencia y nuestro gran afecto hacia ellos.
Creo sinceramente que Segovia pierde una de sus más cultos, caballerosos y honrados hijos. Quienes le queríamos, sin estridencias ni exageradas demostraciones, no encontraremos a nadie que le substituya. Por fortuna permanecerá en nuestro recuerdo y nos queda su palabra escrita. Tengo en mi mente, por ejemplo, su biografía de ese otro gran segoviano desaparecido, Agapito Marazuela.
Diego Reverte Cejudo
Médico
Mi costumbre, desde mi jubilación de leer cada mañana, aquí en Madrid, “El Adelantado”, en Internet, hace que me llegue hoy la triste noticia del fallecimiento de D. Manuel González Herrero, Manolo González Herrero, para mí.
Quiero, en esta triste circunstancia, hacer públicos mi afecto y mi admiración hacia este caballero segoviano, culto, inteligente, respetuoso y afable. Al poco tiempo de llegar a poner en marcha el que hoy conocemos como “Hospital General”, un colega, al parecer no contento con que un grupo de entonces jóvenes médicos forasteros pretendiésemos, llenos de entusiasmo y de ilusión, poner en marcha una institución sanitaria pública y moderna, al servicio de todo los ciudadanos de la provincia, presentó o amenazó con presentar una denuncia contra nosotros por “Competencia desleal”. Nuestra ignorancia en materia de leyes y en semejantes trances, nos llevó a preocuparnos seriamente.
Alguien nos habló de D. Manuel como un abogado muy experto que podía asesorarnos. Sin demora, nos recibió en un acogedor cuarto de su domicilio y, con cordialidad extrema y absoluto desinterés, nos convenció de lo absurdo de la denuncia y nos deleitó con su charla amable. Poco después, un amigo común, el llorado cirujano Antonio Marazuela, me informó de la calidad humana de Manolo y de su filial devoción por el gran folklorista Agapito Marazuela. Como quiera que Agapito arrastraba ya bastantes achaques propios de su edad, me pidió Antonio que velase por su salud. Ello me proporcionó dos privilegios: conocer y tratar a ese irrepetible ser humano que era Agapito y disfrutar de una cordial relación con Manolo, su difunta esposa y su hijo Joaquín quien, como buen discípulo, acompañaba a su maestro con frecuencia a mi consulta del hospital.
Quiero señalar un hecho que siempre me llenó de orgullo, como médico del Hospital General. Desde que se abrió nuestra institución, el matrimonio González Herrero nunca dejó de confiar en la misma y nos honraron siendo nuestros pacientes. Tiene esto especial mérito por tratarse de una familia, sin duda ilustre y conocida en la ciudad, que podía haber buscado más afamadas cabezas para cuidar de sus males. Allí acudieron siempre como cualquier otro ciudadano normal y allí procuramos aliviar sus males con nuestra poca ciencia y nuestro gran afecto hacia ellos.
Creo sinceramente que Segovia pierde una de sus más cultos, caballerosos y honrados hijos. Quienes le queríamos, sin estridencias ni exageradas demostraciones, no encontraremos a nadie que le substituya. Por fortuna permanecerá en nuestro recuerdo y nos queda su palabra escrita. Tengo en mi mente, por ejemplo, su biografía de ese otro gran segoviano desaparecido, Agapito Marazuela.
Diego Reverte Cejudo
Médico
sábado, marzo 11, 2006
In memoriam: Don Manuel González Herrero
TRIBUNA
Juan Antonio Folgado Pascual
Tenía que ser un 14 de febrero, día de San Valentín, patrón de los enamorados. Desde que falleció su amada Julia, don Manuel ya no era el mismo, parecía que los años le pesaban más… Tal vez fue la flecha de Cupido la que le ha traspasado para volverse a reencontrar con su anhelada esposa, allá en el Cielo.
Tristes nos deja su ausencia a los segovianos, de pila y adoptivos, pues acabamos de quedar huérfanos de una de las figuras más señeras de la intelectualidad patria. Probablemente, uno de los nacidos en Segovia de mayor talento a lo largo de la historia, comparable a los Juan Arias Dávila, Domingo de Soto, Andrés Fernández de Laguna, Diego de Colmenares o Juan de Contreras.
Probablemente, se le conozca más como el “abogado de todos los segovianos”, pues, aparte de haber defendido numerosísimas causas privadas, entre otras las de mi familia desde hace muchísimos años, ha amparado bastantes otras relacionadas con el acervo colectivo, como la devolución de los montes de Balsaín (su última conferencia en la Academia de San Quirce), oposición al pantano de Bernardos, defensa de la Noble Junta del Cambrones, etcétera. También será recordado por los muchos años que ejerció dignamente, con equilibrio y sabiduría, como Decano del Colegio de Abogados de Segovia. Pero en su faceta de humanista destaca su gusto por el folklore segoviano, personalizado en su amigo Agapito Marazuela, y por las poesías de San Juan de la Cruz y Antonio Machado, seguramente los mejores poetas que han vivido en nuestra ciudad.
No obstante, sin duda, su faceta fundamental ha sido la de intelectual preclaro, al servicio de Segovia y de Castilla, sin perder la cercanía con ese pueblo del que siempre gustaba decir: “En Castilla nadie es más que nadie”. Precisamente, destaca por sus obras dedicadas a dicha misión, como “Segovia, pueblo, ciudad y tierra” (1970), “Historia jurídica y social de Segovia” (1974) y “La entidad histórica de Segovia” (1981). En ellas don Manuel se descubre como enamorado y defensor de Segovia y de Castilla, rememorando la tradición histórica en sus inicios, donde reinaba una democracia casi perfecta, que él traducía en ideal.
Discípulo de don Anselmo Carretero, pero bebiendo en las fuentes de Unamuno, Ortega, Machado y otos, don Manuel encarnaba la defensa de los valores e intereses del territorio de la “Extremadura de Castilla”; incluso llegó casi al activismo a través de la asociación por él creada, “Comunidad Castellana”, para defender la autonomía uniprovincial de Segovia en los años de la transición democrática. Pero su obra literaria no se limita a esta temática, sino que penetra en terrenos mucho más próximos a sus conciudadanos. “Vida y muerte del río Clamor”, “Biografía del río Marijabe”, “Segovia y la reina Isabel I” o “Segovia en la vida y la obra de Miguel de Cervantes” son otros títulos de don Manuel, sin ánimo de agotar un inventario bibliográfico bastante más amplio, que muestran su perfil polifacético.
Cabe añadir las numerosas aportaciones como publicista y certero creador de opinión en la prensa local o regional, cuya mejor síntesis se condensa en una de sus últimas publicaciones: “Breviario segoviano” (2002). El reconocimiento de su obra jurídica, histórica y humanística se resume en el excelente nivel de aceptación de sus publicaciones y el éxito de público en sus conferencias, así como por su condición de académico de la Real Academia de Historia y Arte de San Quince, de la que fue director en un dilatado período de tiempo.
Otra faceta, poco conocida, fue la de militante comprometido en pro de la democracia. Don Manuel, hijo de padres humildes y brillante abogado por su inteligencia y esfuerzo, apostó siempre por una España democrática y constitucional. Esta idea, que se ha mantenido incólume por amplios años en su ideario, le costó la cárcel en el penal del Dueso, en Santoña (Cantabria), por su “execrable” -en aquella época de posguerra- delito de opinión adverso al régimen del general Franco. Tuvieron la culpa unos folletos por él ideados e impresos en una imprenta bastante conocida en la ciudad, en defensa de la libertad y de la democracia. Me consta, por testimonios que fueron para mí muy cercanos, que don Manuel ejerció en la mencionada prisión una labor cultural y educativa con sus compañeros de fatigas, entre los que se encontraba mi padre, hasta el punto de que consiguió que muchos salieran de semejante “hotel” bastante más ilustrados de lo que entraron o, al menos, habiendo leído “El Quijote”.
A mí, particularmente, me emocionó, en una de las últimas conversaciones que tuve con don Manuel, aparte de sus consejos de humanista y sus consideraciones sobre mis libros y algunos de mis artículos recientemente aparecidos en la prensa local, su actitud de apertura y de perdón hacia sus adversarios políticos, su afán de superación de los odios de la guerra civil y su clarividencia en querer evitar que renazcan las “dos Españas”…
Sin embargo, no deseo finalizar esta breve nota sobre don Manuel sin mencionar su profundo sentido religioso, su adhesión a Cristo y a sus Evangelios. Aparte de su pertenencia perenne a la Cofradía de la Esclavitud del Santo Entierro -que procesiona en Viernes Santo al Cristo de los Gascones-, don Manuel mantenía unas sólidas y bien fundadas creencias religiosas, de las que derivaba una ética incólume, conocida y admirada por todos en nuestro ámbito.
Considero que Segovia no puede permanecer impasible ante la pérdida de uno de sus hijos más preclaros de todos los tiempos. Algo tendrá que hacer la ciudad para honrar a un hijo que tanto ha dado por ella, por su provincia, por Castilla y por España, como don Manuel González Herrero.
Como citó don Manuel del conocido poema de Jorge Manrique, cuando dedicó una de sus últimas obras a su esposa, “aunque la vida perdió, nos dejó harto consuelo su memoria”.
Juan Antonio Folgado Pascual
Tenía que ser un 14 de febrero, día de San Valentín, patrón de los enamorados. Desde que falleció su amada Julia, don Manuel ya no era el mismo, parecía que los años le pesaban más… Tal vez fue la flecha de Cupido la que le ha traspasado para volverse a reencontrar con su anhelada esposa, allá en el Cielo.
Tristes nos deja su ausencia a los segovianos, de pila y adoptivos, pues acabamos de quedar huérfanos de una de las figuras más señeras de la intelectualidad patria. Probablemente, uno de los nacidos en Segovia de mayor talento a lo largo de la historia, comparable a los Juan Arias Dávila, Domingo de Soto, Andrés Fernández de Laguna, Diego de Colmenares o Juan de Contreras.
Probablemente, se le conozca más como el “abogado de todos los segovianos”, pues, aparte de haber defendido numerosísimas causas privadas, entre otras las de mi familia desde hace muchísimos años, ha amparado bastantes otras relacionadas con el acervo colectivo, como la devolución de los montes de Balsaín (su última conferencia en la Academia de San Quirce), oposición al pantano de Bernardos, defensa de la Noble Junta del Cambrones, etcétera. También será recordado por los muchos años que ejerció dignamente, con equilibrio y sabiduría, como Decano del Colegio de Abogados de Segovia. Pero en su faceta de humanista destaca su gusto por el folklore segoviano, personalizado en su amigo Agapito Marazuela, y por las poesías de San Juan de la Cruz y Antonio Machado, seguramente los mejores poetas que han vivido en nuestra ciudad.
No obstante, sin duda, su faceta fundamental ha sido la de intelectual preclaro, al servicio de Segovia y de Castilla, sin perder la cercanía con ese pueblo del que siempre gustaba decir: “En Castilla nadie es más que nadie”. Precisamente, destaca por sus obras dedicadas a dicha misión, como “Segovia, pueblo, ciudad y tierra” (1970), “Historia jurídica y social de Segovia” (1974) y “La entidad histórica de Segovia” (1981). En ellas don Manuel se descubre como enamorado y defensor de Segovia y de Castilla, rememorando la tradición histórica en sus inicios, donde reinaba una democracia casi perfecta, que él traducía en ideal.
Discípulo de don Anselmo Carretero, pero bebiendo en las fuentes de Unamuno, Ortega, Machado y otos, don Manuel encarnaba la defensa de los valores e intereses del territorio de la “Extremadura de Castilla”; incluso llegó casi al activismo a través de la asociación por él creada, “Comunidad Castellana”, para defender la autonomía uniprovincial de Segovia en los años de la transición democrática. Pero su obra literaria no se limita a esta temática, sino que penetra en terrenos mucho más próximos a sus conciudadanos. “Vida y muerte del río Clamor”, “Biografía del río Marijabe”, “Segovia y la reina Isabel I” o “Segovia en la vida y la obra de Miguel de Cervantes” son otros títulos de don Manuel, sin ánimo de agotar un inventario bibliográfico bastante más amplio, que muestran su perfil polifacético.
Cabe añadir las numerosas aportaciones como publicista y certero creador de opinión en la prensa local o regional, cuya mejor síntesis se condensa en una de sus últimas publicaciones: “Breviario segoviano” (2002). El reconocimiento de su obra jurídica, histórica y humanística se resume en el excelente nivel de aceptación de sus publicaciones y el éxito de público en sus conferencias, así como por su condición de académico de la Real Academia de Historia y Arte de San Quince, de la que fue director en un dilatado período de tiempo.
Otra faceta, poco conocida, fue la de militante comprometido en pro de la democracia. Don Manuel, hijo de padres humildes y brillante abogado por su inteligencia y esfuerzo, apostó siempre por una España democrática y constitucional. Esta idea, que se ha mantenido incólume por amplios años en su ideario, le costó la cárcel en el penal del Dueso, en Santoña (Cantabria), por su “execrable” -en aquella época de posguerra- delito de opinión adverso al régimen del general Franco. Tuvieron la culpa unos folletos por él ideados e impresos en una imprenta bastante conocida en la ciudad, en defensa de la libertad y de la democracia. Me consta, por testimonios que fueron para mí muy cercanos, que don Manuel ejerció en la mencionada prisión una labor cultural y educativa con sus compañeros de fatigas, entre los que se encontraba mi padre, hasta el punto de que consiguió que muchos salieran de semejante “hotel” bastante más ilustrados de lo que entraron o, al menos, habiendo leído “El Quijote”.
A mí, particularmente, me emocionó, en una de las últimas conversaciones que tuve con don Manuel, aparte de sus consejos de humanista y sus consideraciones sobre mis libros y algunos de mis artículos recientemente aparecidos en la prensa local, su actitud de apertura y de perdón hacia sus adversarios políticos, su afán de superación de los odios de la guerra civil y su clarividencia en querer evitar que renazcan las “dos Españas”…
Sin embargo, no deseo finalizar esta breve nota sobre don Manuel sin mencionar su profundo sentido religioso, su adhesión a Cristo y a sus Evangelios. Aparte de su pertenencia perenne a la Cofradía de la Esclavitud del Santo Entierro -que procesiona en Viernes Santo al Cristo de los Gascones-, don Manuel mantenía unas sólidas y bien fundadas creencias religiosas, de las que derivaba una ética incólume, conocida y admirada por todos en nuestro ámbito.
Considero que Segovia no puede permanecer impasible ante la pérdida de uno de sus hijos más preclaros de todos los tiempos. Algo tendrá que hacer la ciudad para honrar a un hijo que tanto ha dado por ella, por su provincia, por Castilla y por España, como don Manuel González Herrero.
Como citó don Manuel del conocido poema de Jorge Manrique, cuando dedicó una de sus últimas obras a su esposa, “aunque la vida perdió, nos dejó harto consuelo su memoria”.
El camino de don Manuel
TRIBUNA
APULEYO SOTO
Hombre más verdadero que ninguno, el Don se le ajustaba como un sombrero a la cabeza por su sabiduría andante,
No llegué a conocerle personalmente ¡y cuánto lo lamento! Siempre nos decíamos "a ver si nos vemos, a ver si nos vemos una tarde". Esa tarde del examen del amor ha caído sobre sus ojos tan abiertos.
Yo le "he vivido" en sus consejos y en sus libros, volumen a volumen de ríos, reyes y campos segovianos, y me considero un alma gemela suya, un discípulo -permitídmelo-aprovechado.
Me llamaba conmocionado cada vez que deslizaba su nombre en un artículo o le enviaba un poema de felicitación, el último, quizás, por el viaje del Marijabe. La otra madrugada se hicieron ciertos los versos: "Con botas de siete leguas, por ríos y por montañas, Manuel González Herrero se fue al cielo una mañana. Dejó en este mundo el libro que contaba sus andanzas y se alejó murmurando palabras de amor, palabras".
Para mi está vivo todavía. En mi despacho hablan sin cesar todos sus escritos, que, un día una hija suya, enviada por él, me acercó a la SEK.
Don Manuel, descanse usted Allá Arriba, que ya hizo camino al andar. Y seguiremos conversando.
APULEYO SOTO
Hombre más verdadero que ninguno, el Don se le ajustaba como un sombrero a la cabeza por su sabiduría andante,
No llegué a conocerle personalmente ¡y cuánto lo lamento! Siempre nos decíamos "a ver si nos vemos, a ver si nos vemos una tarde". Esa tarde del examen del amor ha caído sobre sus ojos tan abiertos.
Yo le "he vivido" en sus consejos y en sus libros, volumen a volumen de ríos, reyes y campos segovianos, y me considero un alma gemela suya, un discípulo -permitídmelo-aprovechado.
Me llamaba conmocionado cada vez que deslizaba su nombre en un artículo o le enviaba un poema de felicitación, el último, quizás, por el viaje del Marijabe. La otra madrugada se hicieron ciertos los versos: "Con botas de siete leguas, por ríos y por montañas, Manuel González Herrero se fue al cielo una mañana. Dejó en este mundo el libro que contaba sus andanzas y se alejó murmurando palabras de amor, palabras".
Para mi está vivo todavía. En mi despacho hablan sin cesar todos sus escritos, que, un día una hija suya, enviada por él, me acercó a la SEK.
Don Manuel, descanse usted Allá Arriba, que ya hizo camino al andar. Y seguiremos conversando.
viernes, marzo 10, 2006
El decano de la Transición
El decano de la Transición
TRIBUNA
Ricardo de Cáceres (*)
Dispuesto a iniciar estas líneas en memoria de Manuel González Herrero, me encuentro en EL ADELANTADO de hoy con la necrología que escribe su hijo Joaquín González Herrero. La leo con atención y pienso que, realmente, poco más se puede decir sobre Manolo que no esté recogido en esas líneas escritas por su hijo . Joaquín logra en esas líneas dibujar los rasgos fundamentales de la personalidad de su padre y ha sabido reflejar también una serie de principios que fueron determinantes para configurar su personalidad tanto como jurista como la de historiador. En cuanto al ámbito personal, quién mejor para hablar que un hijo suyo.
Manuel González Herrero fue el decano de la Transición. Aquí probablemente es donde se encuentra la razón de ser de Manolo en su faceta más conocida para nosotros, la de decano comprometido con el desarrollo de todo lo que significa la función del abogado en la sociedad. Más aún en la sociedad segoviana. No hay que olvidar que pocos años antes de que Manolo llegara a ser decano, estos eran nombrados por el Gobierno.
El Colegio de Abogados de Segovia vive, bajo el mandato de Manolo González Herrero el desarrollo que todas las instituciones han sufrido con la Democracia. Pero, primero que nada, empieza a sentir lo que es vivir en una democracia, alejado de perniciosas tutelas que habrían intentado desde el Gobierno de la Dictadura mediatizar la función de los juristas.
Manuel González Herrero tuvo la a veces no comprendida labor de conjugar el ansia de libertad de los colegios con la firmeza de los logros democráticos. A veces, su fino instinto de jurista, le hizo frenar ímpetus y encauzar esfuerzos logrando así que no se perdiera estérilmente las voluntades de tantos compañeros.
Manuel González Herrero ha marcado un antes y un después en la abogacía segoviana él aun perteneció a la época de los grandes oradores forenses. Créanme que era un precioso espectáculo oír un informe de los de entonces. Ahora el lenguaje que se utiliza en los tribunales es el de la calle. Me atrevo a decir que con Manolo se va casi el ultimo reducto de aquella generación . Pero independientemente de la oratoria o detrás de ella lo que había era un profundo conocimiento de la LEY. De la LEY con mayúsculas tanto del proceso como de la Ley positiva por eso Manuel González Herrero en el mundo de lo jurídico marca un hito que todos los abogados y los que han tenido relación con la justicia reconocen. El profundo conocimiento del derecho con una amplia visión humanitaria y la conciencia del momento histórico dieron como resultado la figura irrepetible de Manuel González Herrero, el decano de la Transición.
---
(*) Ricardo de Cáceres es abogado y fue compañero de Manuel González Herrero en la junta rectora del Colegio de Abogados.
TRIBUNA
Ricardo de Cáceres (*)
Dispuesto a iniciar estas líneas en memoria de Manuel González Herrero, me encuentro en EL ADELANTADO de hoy con la necrología que escribe su hijo Joaquín González Herrero. La leo con atención y pienso que, realmente, poco más se puede decir sobre Manolo que no esté recogido en esas líneas escritas por su hijo . Joaquín logra en esas líneas dibujar los rasgos fundamentales de la personalidad de su padre y ha sabido reflejar también una serie de principios que fueron determinantes para configurar su personalidad tanto como jurista como la de historiador. En cuanto al ámbito personal, quién mejor para hablar que un hijo suyo.
Manuel González Herrero fue el decano de la Transición. Aquí probablemente es donde se encuentra la razón de ser de Manolo en su faceta más conocida para nosotros, la de decano comprometido con el desarrollo de todo lo que significa la función del abogado en la sociedad. Más aún en la sociedad segoviana. No hay que olvidar que pocos años antes de que Manolo llegara a ser decano, estos eran nombrados por el Gobierno.
El Colegio de Abogados de Segovia vive, bajo el mandato de Manolo González Herrero el desarrollo que todas las instituciones han sufrido con la Democracia. Pero, primero que nada, empieza a sentir lo que es vivir en una democracia, alejado de perniciosas tutelas que habrían intentado desde el Gobierno de la Dictadura mediatizar la función de los juristas.
Manuel González Herrero tuvo la a veces no comprendida labor de conjugar el ansia de libertad de los colegios con la firmeza de los logros democráticos. A veces, su fino instinto de jurista, le hizo frenar ímpetus y encauzar esfuerzos logrando así que no se perdiera estérilmente las voluntades de tantos compañeros.
Manuel González Herrero ha marcado un antes y un después en la abogacía segoviana él aun perteneció a la época de los grandes oradores forenses. Créanme que era un precioso espectáculo oír un informe de los de entonces. Ahora el lenguaje que se utiliza en los tribunales es el de la calle. Me atrevo a decir que con Manolo se va casi el ultimo reducto de aquella generación . Pero independientemente de la oratoria o detrás de ella lo que había era un profundo conocimiento de la LEY. De la LEY con mayúsculas tanto del proceso como de la Ley positiva por eso Manuel González Herrero en el mundo de lo jurídico marca un hito que todos los abogados y los que han tenido relación con la justicia reconocen. El profundo conocimiento del derecho con una amplia visión humanitaria y la conciencia del momento histórico dieron como resultado la figura irrepetible de Manuel González Herrero, el decano de la Transición.
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(*) Ricardo de Cáceres es abogado y fue compañero de Manuel González Herrero en la junta rectora del Colegio de Abogados.
UN HIBRIDO LLAMADO CASTILLA-LEON (Anselmo Carretero, Diario 16, abril 1979)
UN HIBRIDO LLAMADO CASTILLA-LEON
La falta de libertad y de información objetiva en que España ha vivido durante los cuarenta años del franquismo, determinó que las jóvenes generaciones de entonces, que hoy constituyen la mayoría adulta del pueblo español, sólo pudieran obtener en los centros de enseñanza noticias escasas y gravemente deformadas por la historiografía oficial sobre importantes acontecimientos de nuestro pasado nacional, entre ellos uno de los más tristes, honrosos y dignos de recordación: la derrota en Villalar, por los ejércitos reales, de la insurrección que contra Carlos 1 de España y V de Alemania estalló en muchos lugares de la Península Ibérica y ha pasado a la historia con el impropio y confundidor nombre de "Guerra de las Comunidades de Castilla".
"Comunidades” de "Castilla". Así, entrecomillando ambos nombres, empezamos este estudio en torno a los complejos sucesos que señalan el comienzo del reinado de Carlos de Habsburgo y la entronización en España de la dinastía austriaca.
Ningún nombre, salvo el mismo de España, es tan usado como el de Castilla en los estudios relacionados con la historia de la nación española; y la mayoría de las veces de manera impropia e incoherente con los vocablos que suelen complementarlo. Así ocurre en este caso, y tal es la razón de las comillas con que aquí lo destacamos. Porque aquel famoso alzamiento no tuvo por escenario único el solar castellano ni por singulares actores sus auténticas comunidades, pues se desarrolló ampliamente por tierras no castellanas y por lugares ajenos a las instituciones comuneras propias de la verdadera Castilla y de buena parte de Aragón.
Las cuatro coronas
Cuando Carlos 1 desembarcó en España para hacerse cargo de los reinos de su madre dolía Juana, hija de los Reyes Católicos, la Península Ibérica, con las islas de ella dependientes, era asiento de cuatro coronas: la de los reinos de León y de Castilla, la catalano-aragonesa, la navarra y la de Portugal. El joven monarca venía a ocupar el trono de las tres primeras, pues el reino portugués, independizado del trono de León en el siglo XII, quedaba fuera de sus derechos,
La principal de ellas, por su mayor extensión territorial, su población y su riqueza, era la de los reinos de León v Castilla, doblemente plural: porque tanto el trono leonés como el castellano abarcaban a su vez varios estados y países muy diversos en sus respectivas historias, geografías y estructuras sociopolíticas. La corona de León, la más antigua de España (como continuadora directa del reino godo de Asturias), la que más ha influido en la historia conjunta de los pueblos hispanos y la que, por ello, citamos en primer lugar, comprendía entonces Asturias, Galicia, León y Extremadura. La de Castilla incluía, además del reino de Castilla propiamente dicho y los estados vascongados de Guipúzcoa, Vizcaya y Alava -englobados frecuentemente con el solo nombre de Vizcaya-, el reino de Toledo -tierras de Toledo y la Mancha- que, para distinguirlo del verdaderamente castellano, recibió el nombre de Castilla la Nueva. Andalucía -Castilla Novísima- y Murcia, así como después las islas Canarias, fueron conquistadas por las coronas unidas de León y de Castilla e incorporadas a su conjunto. La corona de Aragón agrupaba, con un soberano común, los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca y el condado de Barcelona, que a pesar de su mayor importancia, tal era el título tradicional del viejo estado catalán llamado después Principado de Cataluña. La corona de Navarra se había incorporado hacía poco al amplio conjunto castellano-leonés, conservando su propia personalidad política.
Razón casual
En el siglo XIII las coronas de León y de Castilla se habín unido definitivamente en la cabeza de un monarca leonés -Fernando IIIde Castilla y de León- que, por un azar de familia, había heredado el trono de Castilla antes que el de León, al que por nacimiento y educación estaba destinado. Por esta causa fortuita, el nombre de Castilla encabezaba siempre, protocolariamente, la larga lista de nombres de los países y estados de la corona castellano-leonesa, no obstante ser el reino de León anterior al de Castilla, y sus leyes, concepciones y estructuras sociopolíticas las predominantes en el conjunto de todos estos reinos. Tal es la razón casual de que "Castilla" fuera la denominación abreviada del gran conjunto de países de la corona castellano-leonesa: Asturias, Galicia, León, Extremadura, Castilla propiamente dicha, el País Vasco -Guipúzcoa, Vizcaya y Alava-, la región toledanomanchega -reino de Toledo o Castilla la Nueva-, Andalucía -dividida administrativamente en los reinos de Córdoba, Jaén y Granada-, Murcia y las islas Canarias; que, con los de la catalano-aragonesa (Aragón, Cataluña, Valencia y las islas Baleares) y Navarra, heredó por aquellos días el primer monarca de la Casa de Austria reinante en España.
"Castilla y Aragón" simplemente y por razones de brevedad, era el nombre con que se designaban los grupos de países y estados de las coronas de León y Castilla y de Cataluña y Aragón. Abreviación que si en los estudios históricos de la corona catalano-aragonesa no ha ocasionado daño alguno, en los de la castellano-leonesa ha sido causa de un sinfín de errores, equívocos y mistificaciones que, lejos de aclararse, hoy son mayores que nunca.
Lo que generalmente suele llamarse "corona de Castílla", o con abusiva y confundidora abreviatura "Castilla", era en aquella época el conjunto de todos los estados y países de los reinos de León y de Castilla, corona dual y múltiple en cada una de sus dos partes.
Rey y reina de Castilla, de León, de Aragón, de Toledo, de Galicia, de Valencia, De Mallorca, de Córdoba, de Sevilla, de Jaén, de Granada, de Murcia y de las islas de Canaria; condes de Barcelona y señores de Vizcaya. . . eran los principales títulos españoles que usaron los Reyes Católicos y de ellos heredó la reina madre doña Juana. Dejando aparte el archipiélago canario, donde el alzamiento "comunero" no tuvo eco, Castilla, aunque primera en la larga enumeración, sólo era una entre las,nueve regiones de la Península que abarcaban los reinos de León y de Castilla; cuatro de las cuales (Galicia, Asturias, León y Extremadura), procedían del tronco neogodo astur-leonés de la Reconquista, dos (Castilla y el País Vasco) del vasco-castellano, y tres (Toledo, Andalucía y Murcia) de conquistas o repoblaciones llevadas a cabo en tierras que se organizaron y gobernaron a la manera leonesa (con el Fuero Juzgo como legislación fundamental) y en las que no rigieron las leyes ni los usos castellanos. sólo los estados vascongados, generalmente unidos o aliados a Castilla desde sus orígenes, tenían estrecho parentesco histórico y profundas semejanzas con ésta.
Tales eran el complejo panorama y la geografía política de España cuando Carlos 1 de Habsburgo, con su corte de flamencos, desembarcó en la costa asturiana en septiembre de 1517.
La "llanura" que jamás existió
Es hecho conocido de quienes con objetividad y cuidado han estudiado nuestra historia medieval que los nombre de León y Castilla vienen confundiéndose desde hace largo tiempo, de tal manera que para muchas personas estos dos vocablos, de tan diferentes delimitaciones geográficas y significaciones históricas, representan una sola y misma cosa., Mucho ha contribuido a ello la obra de la "generación del 98" -tan brillante como errónea en su visión literaria de Castilla-, cuyos más insignes representantes, con algunas notables excepciones (1 ), desplazaron el nombre castellano desde su auténtico solar en las montañas de la costa cántabra y las altas cuencas del Ebro, el Duero, el Tajo y el Júcar a la vasta planicie leonesa del Duero medio, inventando así una "llanura de Castilla la Vieja" que jamás existió, ni pudo haber existido: porque la independencia de la vieja Castilla -con la ayuda de sus vecinos y aliados los vascos-, en lucha simultánea contra los moros y los reyes de León, fue posible gracias a la condición de fuerte reducto montañoso de su cuna santanderina, aquel "pequeño rincón" del Poema de Fernán González.
Muy diferente, pues, en la realidad histórica y geográfica de España son la auténtica Castilla y los reino,- de León y de Castilla de ese híbrido engendro "castellano-leonés" o "Castilla-León" que, exaltado por la Falange vallisoletana como "Gran Castilla, corazón de la España imperial" e imbuido durante cuarenta años en la mente de los españoles con la enseñanza de un dogma histórico oficial -la España Una forjada por la monarquía neogoda-, es hoy idea generalmente aceptada, incluso por los sectores de izquierda que no han tenido mejor información.
(1) Entre las que señalamos las de Baroja y Machado..
Anselmo Carretero y Jimenez
Diario 16 Abril 1979
La falta de libertad y de información objetiva en que España ha vivido durante los cuarenta años del franquismo, determinó que las jóvenes generaciones de entonces, que hoy constituyen la mayoría adulta del pueblo español, sólo pudieran obtener en los centros de enseñanza noticias escasas y gravemente deformadas por la historiografía oficial sobre importantes acontecimientos de nuestro pasado nacional, entre ellos uno de los más tristes, honrosos y dignos de recordación: la derrota en Villalar, por los ejércitos reales, de la insurrección que contra Carlos 1 de España y V de Alemania estalló en muchos lugares de la Península Ibérica y ha pasado a la historia con el impropio y confundidor nombre de "Guerra de las Comunidades de Castilla".
"Comunidades” de "Castilla". Así, entrecomillando ambos nombres, empezamos este estudio en torno a los complejos sucesos que señalan el comienzo del reinado de Carlos de Habsburgo y la entronización en España de la dinastía austriaca.
Ningún nombre, salvo el mismo de España, es tan usado como el de Castilla en los estudios relacionados con la historia de la nación española; y la mayoría de las veces de manera impropia e incoherente con los vocablos que suelen complementarlo. Así ocurre en este caso, y tal es la razón de las comillas con que aquí lo destacamos. Porque aquel famoso alzamiento no tuvo por escenario único el solar castellano ni por singulares actores sus auténticas comunidades, pues se desarrolló ampliamente por tierras no castellanas y por lugares ajenos a las instituciones comuneras propias de la verdadera Castilla y de buena parte de Aragón.
Las cuatro coronas
Cuando Carlos 1 desembarcó en España para hacerse cargo de los reinos de su madre dolía Juana, hija de los Reyes Católicos, la Península Ibérica, con las islas de ella dependientes, era asiento de cuatro coronas: la de los reinos de León y de Castilla, la catalano-aragonesa, la navarra y la de Portugal. El joven monarca venía a ocupar el trono de las tres primeras, pues el reino portugués, independizado del trono de León en el siglo XII, quedaba fuera de sus derechos,
La principal de ellas, por su mayor extensión territorial, su población y su riqueza, era la de los reinos de León v Castilla, doblemente plural: porque tanto el trono leonés como el castellano abarcaban a su vez varios estados y países muy diversos en sus respectivas historias, geografías y estructuras sociopolíticas. La corona de León, la más antigua de España (como continuadora directa del reino godo de Asturias), la que más ha influido en la historia conjunta de los pueblos hispanos y la que, por ello, citamos en primer lugar, comprendía entonces Asturias, Galicia, León y Extremadura. La de Castilla incluía, además del reino de Castilla propiamente dicho y los estados vascongados de Guipúzcoa, Vizcaya y Alava -englobados frecuentemente con el solo nombre de Vizcaya-, el reino de Toledo -tierras de Toledo y la Mancha- que, para distinguirlo del verdaderamente castellano, recibió el nombre de Castilla la Nueva. Andalucía -Castilla Novísima- y Murcia, así como después las islas Canarias, fueron conquistadas por las coronas unidas de León y de Castilla e incorporadas a su conjunto. La corona de Aragón agrupaba, con un soberano común, los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca y el condado de Barcelona, que a pesar de su mayor importancia, tal era el título tradicional del viejo estado catalán llamado después Principado de Cataluña. La corona de Navarra se había incorporado hacía poco al amplio conjunto castellano-leonés, conservando su propia personalidad política.
Razón casual
En el siglo XIII las coronas de León y de Castilla se habín unido definitivamente en la cabeza de un monarca leonés -Fernando IIIde Castilla y de León- que, por un azar de familia, había heredado el trono de Castilla antes que el de León, al que por nacimiento y educación estaba destinado. Por esta causa fortuita, el nombre de Castilla encabezaba siempre, protocolariamente, la larga lista de nombres de los países y estados de la corona castellano-leonesa, no obstante ser el reino de León anterior al de Castilla, y sus leyes, concepciones y estructuras sociopolíticas las predominantes en el conjunto de todos estos reinos. Tal es la razón casual de que "Castilla" fuera la denominación abreviada del gran conjunto de países de la corona castellano-leonesa: Asturias, Galicia, León, Extremadura, Castilla propiamente dicha, el País Vasco -Guipúzcoa, Vizcaya y Alava-, la región toledanomanchega -reino de Toledo o Castilla la Nueva-, Andalucía -dividida administrativamente en los reinos de Córdoba, Jaén y Granada-, Murcia y las islas Canarias; que, con los de la catalano-aragonesa (Aragón, Cataluña, Valencia y las islas Baleares) y Navarra, heredó por aquellos días el primer monarca de la Casa de Austria reinante en España.
"Castilla y Aragón" simplemente y por razones de brevedad, era el nombre con que se designaban los grupos de países y estados de las coronas de León y Castilla y de Cataluña y Aragón. Abreviación que si en los estudios históricos de la corona catalano-aragonesa no ha ocasionado daño alguno, en los de la castellano-leonesa ha sido causa de un sinfín de errores, equívocos y mistificaciones que, lejos de aclararse, hoy son mayores que nunca.
Lo que generalmente suele llamarse "corona de Castílla", o con abusiva y confundidora abreviatura "Castilla", era en aquella época el conjunto de todos los estados y países de los reinos de León y de Castilla, corona dual y múltiple en cada una de sus dos partes.
Rey y reina de Castilla, de León, de Aragón, de Toledo, de Galicia, de Valencia, De Mallorca, de Córdoba, de Sevilla, de Jaén, de Granada, de Murcia y de las islas de Canaria; condes de Barcelona y señores de Vizcaya. . . eran los principales títulos españoles que usaron los Reyes Católicos y de ellos heredó la reina madre doña Juana. Dejando aparte el archipiélago canario, donde el alzamiento "comunero" no tuvo eco, Castilla, aunque primera en la larga enumeración, sólo era una entre las,nueve regiones de la Península que abarcaban los reinos de León y de Castilla; cuatro de las cuales (Galicia, Asturias, León y Extremadura), procedían del tronco neogodo astur-leonés de la Reconquista, dos (Castilla y el País Vasco) del vasco-castellano, y tres (Toledo, Andalucía y Murcia) de conquistas o repoblaciones llevadas a cabo en tierras que se organizaron y gobernaron a la manera leonesa (con el Fuero Juzgo como legislación fundamental) y en las que no rigieron las leyes ni los usos castellanos. sólo los estados vascongados, generalmente unidos o aliados a Castilla desde sus orígenes, tenían estrecho parentesco histórico y profundas semejanzas con ésta.
Tales eran el complejo panorama y la geografía política de España cuando Carlos 1 de Habsburgo, con su corte de flamencos, desembarcó en la costa asturiana en septiembre de 1517.
La "llanura" que jamás existió
Es hecho conocido de quienes con objetividad y cuidado han estudiado nuestra historia medieval que los nombre de León y Castilla vienen confundiéndose desde hace largo tiempo, de tal manera que para muchas personas estos dos vocablos, de tan diferentes delimitaciones geográficas y significaciones históricas, representan una sola y misma cosa., Mucho ha contribuido a ello la obra de la "generación del 98" -tan brillante como errónea en su visión literaria de Castilla-, cuyos más insignes representantes, con algunas notables excepciones (1 ), desplazaron el nombre castellano desde su auténtico solar en las montañas de la costa cántabra y las altas cuencas del Ebro, el Duero, el Tajo y el Júcar a la vasta planicie leonesa del Duero medio, inventando así una "llanura de Castilla la Vieja" que jamás existió, ni pudo haber existido: porque la independencia de la vieja Castilla -con la ayuda de sus vecinos y aliados los vascos-, en lucha simultánea contra los moros y los reyes de León, fue posible gracias a la condición de fuerte reducto montañoso de su cuna santanderina, aquel "pequeño rincón" del Poema de Fernán González.
Muy diferente, pues, en la realidad histórica y geográfica de España son la auténtica Castilla y los reino,- de León y de Castilla de ese híbrido engendro "castellano-leonés" o "Castilla-León" que, exaltado por la Falange vallisoletana como "Gran Castilla, corazón de la España imperial" e imbuido durante cuarenta años en la mente de los españoles con la enseñanza de un dogma histórico oficial -la España Una forjada por la monarquía neogoda-, es hoy idea generalmente aceptada, incluso por los sectores de izquierda que no han tenido mejor información.
(1) Entre las que señalamos las de Baroja y Machado..
Anselmo Carretero y Jimenez
Diario 16 Abril 1979
domingo, marzo 05, 2006
Te voy a echar de menos, maestro
TRIBUNA
Juan A. Sáiz Garrido (*)
Me pide el sentimiento escribir unas líneas de despedida al amigo muerto. No es un panegírico al uso, bien seguro estoy de que otros se encargarán de ensalzar con autoridad sus valores, mientras que yo necesitaría toda una sábana para volcar en ella los muchos matices de su personalidad. Diré que ya han pasado casi cuarenta años desde que entré por primera vez en el despacho de Manolo, en la calle Buitrago, ahora plaza de Somorrostro, y que mi primera impresión fue de admiración por la cantidad de libros que había en las estanterías. Creo que, a mi manera, me dejé empapar por el amor a la idea, a la sierra y a la tierra. También, de su mano, conocí y viví en la distancia corta al mito que fue para nuestra cultura Agapito Marazuela.
Luego el curso de la vida nos llevó por distintos valles, de aquí para allá, hasta que al final confluimos de nuevo, si bien el afecto siempre fue sincero y a flor de piel. En los últimos años le disfruté a mis anchas y hasta conseguí traspasar la frontera de los grandes recuerdos escondidos en el desván de la memoria, esos pasajes hermosos y profundos que tanto le invité a que escribiera, y que ahora dejarán hueco a la leyenda.
Cuando reflexionábamos en voz alta sobre la posibilidad de que la parca podía estar escondida a la vuelta de la primera esquina, se encogía de hombros y me sonreía con un guiño pícaro. Te recordaré siempre con esa sonrisa serena y llena de paz.
Por inercia del afecto, seguiré frecuentando a sus hijos y viendo crecer sanos a sus nietos. Uno de ellos se llama Pablo, como su padre y como uno de sus tíos, y tiene los ojos llenos de vida. Si alguna vez me pregunta cómo era su abuelo, no le apabullaré con grandes discursos, copiaré una frase de uno de sus libros: “fue lo que era, y nada más, que ya es bastante”.
Te voy a echar de menos, maestro. Ya noto tu ausencia. Te despido en tu nombre del Caloco y de la madre Garganta.
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(*) Juan A. Sáiz Garrido es escritor.
Juan A. Sáiz Garrido (*)
Me pide el sentimiento escribir unas líneas de despedida al amigo muerto. No es un panegírico al uso, bien seguro estoy de que otros se encargarán de ensalzar con autoridad sus valores, mientras que yo necesitaría toda una sábana para volcar en ella los muchos matices de su personalidad. Diré que ya han pasado casi cuarenta años desde que entré por primera vez en el despacho de Manolo, en la calle Buitrago, ahora plaza de Somorrostro, y que mi primera impresión fue de admiración por la cantidad de libros que había en las estanterías. Creo que, a mi manera, me dejé empapar por el amor a la idea, a la sierra y a la tierra. También, de su mano, conocí y viví en la distancia corta al mito que fue para nuestra cultura Agapito Marazuela.
Luego el curso de la vida nos llevó por distintos valles, de aquí para allá, hasta que al final confluimos de nuevo, si bien el afecto siempre fue sincero y a flor de piel. En los últimos años le disfruté a mis anchas y hasta conseguí traspasar la frontera de los grandes recuerdos escondidos en el desván de la memoria, esos pasajes hermosos y profundos que tanto le invité a que escribiera, y que ahora dejarán hueco a la leyenda.
Cuando reflexionábamos en voz alta sobre la posibilidad de que la parca podía estar escondida a la vuelta de la primera esquina, se encogía de hombros y me sonreía con un guiño pícaro. Te recordaré siempre con esa sonrisa serena y llena de paz.
Por inercia del afecto, seguiré frecuentando a sus hijos y viendo crecer sanos a sus nietos. Uno de ellos se llama Pablo, como su padre y como uno de sus tíos, y tiene los ojos llenos de vida. Si alguna vez me pregunta cómo era su abuelo, no le apabullaré con grandes discursos, copiaré una frase de uno de sus libros: “fue lo que era, y nada más, que ya es bastante”.
Te voy a echar de menos, maestro. Ya noto tu ausencia. Te despido en tu nombre del Caloco y de la madre Garganta.
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(*) Juan A. Sáiz Garrido es escritor.
Cientos de personas dieron ayer el último adiós a González Herrero
Cientos de personas dieron ayer el último adiós a González Herrero
/FERNANDO PEÑALOSA
El presidente del TSJ de Castilla y León y la consejera de Cultura asistieron al funeral • La Real Academia de San Quirce prepara una sesión necrológica en homenaje a su ex director
A.S.R. - Segovia
Cientos de personas se dieron cita en la mañana de ayer en la iglesia de San Millán, hasta dejar pequeño el templo, para dar el último adiós al abogado e historiador segoviano Manuel González Herrero, fallecido en la madrugada del martes cuando contaba 82 años, y cuyos restos reposan ya en el cementerio del Santo Ángel de la Guarda de Segovia.
En la misa de funeral, que fue oficiada por el obispo de Segovia, Luis Gutiérrez, acompañaron a la familia del fallecido las primeras autoridades segovianas, como el alcalde de la ciudad, Pedro Arahuetes; el presidente de la Diputación Provincial, Javier Santamaría; o el subdelegado del Gobierno, Juan Luis Gordo.
El mundo del derecho, que despedía ayer a quien fuera durante 25 años decano del Colegio de Abogados de Segovia, estuvo ampliamente representado, con la asistencia del presidente del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, José Luis Concepción; el vicepresidente del Consejo General de la Abogacía, Jesús López Arenas; el presidente de la Audiencia, Andrés Palomo; el fiscal jefe de Segovia, Antonio Silva; y los que fueran fiscales jefes de Segovia Miguel Colmenero y Mariano Fernández, así como el decano del Colegio de Segovia, José Antonio Sanz Castillo y numerosos letrados segovianos.
El ámbito de la cultura, que ha perdido a uno de los máximos expertos en la Historia de Segovia, académico de número y ex director de la Real Academia de San Quirce, estuvo representado por la consejera de Cultura, Silvia Clemente; el actual director de San Quirce, Antonio Ruiz, y representantes del mundo de la cultura popular y el folklore, a los que González Herrero estuvo también muy vinculado.
Mientras algunas de las entidades e instituciones a las que estuvo ligado Manuel González Herrero, como la Academia de San Quirce, preparan actos de homenaje en su memoria, los asistentes al funeral, desde la consejera de Cultura, Silvia Clemente, al presidente de la Diputación, Javier Santamaría, coincidían ayer en señalar que Segovia ha sufrido una pérdida irreparable.
jueves, marzo 02, 2006
Manuel González Herrero, la sombra del enebro (y II)
TRIBUNA
JOAQUÍN GONZÁLEZ (*)
Su madurez intelectual corrió pareja el estudio de la Tierra, a la profunda intelección del ser y el quien de Segovia, a la comprensión más allá de la perfección sentimental de este ente singular que es Segovia.
Y se entregó a un proyecto que, aunque hundía sus raíces en lo profundo, se elevaba a lo más alto, en una síntesis vital entre espíritu y materia, tierra y alma, unidas en el curso de la historia. ¡El segoviano había de saber quien era para poder ser él mismo!
Este largo viaje al interior del alma de Castilla lo recorrió a través de los campos. Arqueólogo de pensamientos y sentimientos, se convirtió en el más profundo de los meditadores de la tierra de Segovia. La traspasó en sus emociones y la fijó con el molde de las palabras. Grabadas éstas en el mármol de la conciencia colectiva, Segovia es ya lo que él ha escrito.
Se le vio recorrer vegadas, atravesar ríos, subir a riscos y pasos de la sierra, pasear entre piornales, fresnos, encinas, robles y enebros. Bebió de todas las fuentes de Segovia y se acercó a todos los lugares que fueron alguna vez habitados. Fueron los despoblados, como testigos dramáticos del acontecer histórico de Segovia, quienes fijaron con frecuencia su atención.
Buscando a Segovia en Segovia misma este quijote de la palabra y de la historia recorrió los lugares acompañado de sus fieles escuderos.
Vivió sus convicciones regionalistas como una síntesis perfecta y acabada entre el hombre y el estado. Nada en su pensamiento sugería contradicción, antes bien natural complemento, puente de unión entre lo universal y lo particular.
Por ello sufrió con los desgarros de una España convulsa, en vertiginosa centrifugación que, huérfana de meditación y prisionera de pasiones, le hizo albergar negros presagios. Frente a ello clamó por la reconciliación y el respeto, el diálogo y la verdad, el conocimiento de nuestra historia, la generosidad vertebradora, el espíritu de integración. ¿Dónde mejor que dentro de España puede ser España?.
Decenas de libros y artículos nos ha legado. La muerte le sorprendió escribiendo el que habría de ser su obra postrera: El Libro de la Serrezuela de Sepúlveda.
Su obra es ya un patrimonio cultural colectivo. Ajeno a la falsa erudición y academicismos yermos es obra del pueblo al que él prestó su ingenio.
Con la muerte de González Herrero pierde Segovia al egregio representante de su generación. Quizás desaparezca con él una forma de entender el mundo y la vida, que ya no está al uso. Se ha ido el hombre bueno, de puro sabio, la noble cabeza de Segovia. Queda, en efecto, junto a su obra escrita, el testimonio de su vida, una visión austera, sobria y generosa del mundo y una vida vivida en el espíritu más auténtico de nuestras raíces cristianas.
No se dejó nunca seducir por esperanzas cortesanas, halagos de la vanidad , tan fuera de su recia castellanía. Y preservó siempre su independencia, fuerza original y fundadora de la patria castellana. Huyó, pues, de banderías y facciones y sólo sirvió a su conciencia y sus ideas. Fue incorruptible a la tentación del dinero.
Y así se fue, en silencio, sin estorbar a nadie, como pidiendo perdón por las molestias. Su corazón, cansado de ofrecer cuanto tenía, apenas daba vida a un cuerpo exhausto. Se extinguió por agotamiento, de tanto dar, de tanto amar.
Nos queda el consuelo de su memoria, como a él le quedara la de su esposa, que le precedió en el viaje a lo eterno. Cae la última gota que temblaba en la clepsidra. Resuenan golpes de azada en tierra, anunciando el ingreso en ella del gran meditador. Y la sombra del enebro cubre los campos de Castilla.
Ya está en su viaje postrero, ya vuela al encuentro de la esposa. Y es tierra su sangre y más libre aun su amor. Y así, fundidos en la forja de los siglos será en Segovia y con su esposa amor y tierra. Polvo serás tú también, padre; polvo serás, sí, más polvo enamorado.
——
(*) Jefe de la Unidad de Magistrados de la Oficina Antifraude de la Unión Europea.
JOAQUÍN GONZÁLEZ (*)
Su madurez intelectual corrió pareja el estudio de la Tierra, a la profunda intelección del ser y el quien de Segovia, a la comprensión más allá de la perfección sentimental de este ente singular que es Segovia.
Y se entregó a un proyecto que, aunque hundía sus raíces en lo profundo, se elevaba a lo más alto, en una síntesis vital entre espíritu y materia, tierra y alma, unidas en el curso de la historia. ¡El segoviano había de saber quien era para poder ser él mismo!
Este largo viaje al interior del alma de Castilla lo recorrió a través de los campos. Arqueólogo de pensamientos y sentimientos, se convirtió en el más profundo de los meditadores de la tierra de Segovia. La traspasó en sus emociones y la fijó con el molde de las palabras. Grabadas éstas en el mármol de la conciencia colectiva, Segovia es ya lo que él ha escrito.
Se le vio recorrer vegadas, atravesar ríos, subir a riscos y pasos de la sierra, pasear entre piornales, fresnos, encinas, robles y enebros. Bebió de todas las fuentes de Segovia y se acercó a todos los lugares que fueron alguna vez habitados. Fueron los despoblados, como testigos dramáticos del acontecer histórico de Segovia, quienes fijaron con frecuencia su atención.
Buscando a Segovia en Segovia misma este quijote de la palabra y de la historia recorrió los lugares acompañado de sus fieles escuderos.
Vivió sus convicciones regionalistas como una síntesis perfecta y acabada entre el hombre y el estado. Nada en su pensamiento sugería contradicción, antes bien natural complemento, puente de unión entre lo universal y lo particular.
Por ello sufrió con los desgarros de una España convulsa, en vertiginosa centrifugación que, huérfana de meditación y prisionera de pasiones, le hizo albergar negros presagios. Frente a ello clamó por la reconciliación y el respeto, el diálogo y la verdad, el conocimiento de nuestra historia, la generosidad vertebradora, el espíritu de integración. ¿Dónde mejor que dentro de España puede ser España?.
Decenas de libros y artículos nos ha legado. La muerte le sorprendió escribiendo el que habría de ser su obra postrera: El Libro de la Serrezuela de Sepúlveda.
Su obra es ya un patrimonio cultural colectivo. Ajeno a la falsa erudición y academicismos yermos es obra del pueblo al que él prestó su ingenio.
Con la muerte de González Herrero pierde Segovia al egregio representante de su generación. Quizás desaparezca con él una forma de entender el mundo y la vida, que ya no está al uso. Se ha ido el hombre bueno, de puro sabio, la noble cabeza de Segovia. Queda, en efecto, junto a su obra escrita, el testimonio de su vida, una visión austera, sobria y generosa del mundo y una vida vivida en el espíritu más auténtico de nuestras raíces cristianas.
No se dejó nunca seducir por esperanzas cortesanas, halagos de la vanidad , tan fuera de su recia castellanía. Y preservó siempre su independencia, fuerza original y fundadora de la patria castellana. Huyó, pues, de banderías y facciones y sólo sirvió a su conciencia y sus ideas. Fue incorruptible a la tentación del dinero.
Y así se fue, en silencio, sin estorbar a nadie, como pidiendo perdón por las molestias. Su corazón, cansado de ofrecer cuanto tenía, apenas daba vida a un cuerpo exhausto. Se extinguió por agotamiento, de tanto dar, de tanto amar.
Nos queda el consuelo de su memoria, como a él le quedara la de su esposa, que le precedió en el viaje a lo eterno. Cae la última gota que temblaba en la clepsidra. Resuenan golpes de azada en tierra, anunciando el ingreso en ella del gran meditador. Y la sombra del enebro cubre los campos de Castilla.
Ya está en su viaje postrero, ya vuela al encuentro de la esposa. Y es tierra su sangre y más libre aun su amor. Y así, fundidos en la forja de los siglos será en Segovia y con su esposa amor y tierra. Polvo serás tú también, padre; polvo serás, sí, más polvo enamorado.
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(*) Jefe de la Unidad de Magistrados de la Oficina Antifraude de la Unión Europea.