viernes, diciembre 30, 2005

Algunas apostillas al proyecto de Ibarreche (leáse hoy Estatut). Gaudencio Hernández (Diario de Ávila 20 -10-2002)

Los acontecimientos actuales, vuelven a traer a la actualidad unas reflexiones de hace no mucho tiempo; basta cambiar territorios y políticos pero la esencia de las cuestiones empleadas es la misma.

RES

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El DIARIO DEAVILA 20 de octubre de 2002 o DOMINGO

TRIBUNA LIBRE
GAUDENCIO HERNÁNDEZ

Algunas apostillas al proyecto de Ibarretxe

T ODO político tiene una gran difi­cultad para ver el mundo. su mun­do bajo otra , bajo otra perspectiva que no sea la suya. Es normal. ¿,Quién les votaría, si no muestran firmeza y convicción en sus pro­yectos? Para ellos, sólo su visión es la ver­dadera. Sin embargo, a la realidad humana de los pueblos, nos dice Ortega y Gasset, sola­mente nos acercamos a ella desde distintas perspectivas. La realidad vasca, vista por Ibarretxe, no es la misma que la contempla­da por Iturgaiz. Y naturalmente la visión que tiene del problema vasco una persona que lo ve desde Ginebra, no es la misma que la que tiene uno que mira desde Madrid. En­tonces, ¿qué hacer'.' ¿Quién posee la verdad'.'

La democracia ha encontrado la respues­ta: los pueblos libres y bien informados se acercan a ella. Y yo añadiría: con la cabeza fría v sin miedo; con una cierta perspectiva del pasado y porvenir de dicho pueblo. Sa­bernos lo que piensa el lehendakri y la res­puesta del presidente del Gobierno español. No sabemos lo que piensa y dirá el pueblo vasco y lo que le responderán los otros pue­blos de España. Desde lejos, desde otro pun­to de vista (Suiza), voy a dar una otra visión.

I °. No hay democracia ni posibilidad de recurrir al pueblo para que se “autodeterminen” mientras en Euzkadi exista la violencia política En toda democracia sana no se pue­de aceptar que unta parte de la población y sus dirigentes gocen de libertad para lanzar y aprobar la proposición que les venga en ga­na; y, por el contrario, otra gran parte de di­cho pueblo no pueda responder con una contraproposición por estar perseguidos y ame­nazados de muerte sus dirigentes. Dicha autodeterminación sería simplemente una imposición. Señor Ibarretxe, comience por suprimir la violencia, por convencer a ETA que deje de matar y entonces, sólo enton­ces, lance el referéndum que le venga en ga­na.

2°. Delimite, señor Ibarretxe, las propo­siciones que directamente conciernen a su pueblo, y sólo a él, para que las vote (re­feréndum cantonal se llama en Suiza). No las mezcle con asuntos comunes que con­ciernen también a los otros pueblos de Es­paña. Digo esto porque habla usted de...

3º De una asociación libre" con el Es­tado Español (con los otros pueblos de Es­paña me parece más correcto: en democracia directa se habla de pueblos, no de estados). Su proposición de asociación es un tanto ilu­sa. Usted tiene un mandato para hablar en nombre del pueblo vasco; pero tratándose
de una relación-asociación con pueblos, a estos les corresponde también decir si están de acuerdo con dicha asociación o no. Podemos imaginar tres escenarios: a) Los pueblos restantes de España dicen sí a su proposición; habría conseguido todas las ventajas y ningún inconveniente con dicha unión. ¡Un sueño dorado! b) Pero conoce la respuesta; los partidos mayoritarios en di­chas autonomías ya han dicho no a su pro­grama.¿Entonces?, como buen deportista, cierra los ojos y se lanza hacia la indepen­dencia total. Tendrá fronteras en España y Navarra, en Euskadi-Norte y Francia y, lo peor. con toda Europa. ¡Un callejón sin sa­lida: c) Hay el peligro de que a un general de esos que tienen la costumbre de los pronun­ciamientos en nuestra tierra, se lo hinchen la, narices. ""El ejército tiene la misión de salvaguardar la unidad de la patria; dice la Constitución. ¡Que Dios nos libre!

4". Si me permite, señor Ibarretxe, le pro­pongo, como solución posible, que vuelva su mirada hacia Suiza (país de minorías en paz). Aquí se habla siempre después de un referendum cantonal de la decisión que ha tomado el pueblo soberano. ¿No es eso lo que usted pide para su pueblo? Pero no se olvide que para las decisiones de problemas comunes está el referéndum federal Si los pueblos están unidos entre sí, por "'libre" que sea la unión, no escapan a una autoridad común. Quisiera o no, habría intereses, de­rechos y obligaciones comunes. Le enume­ro algunos al voleo en un estado confedera­do (el que más lejos va en la descentraliza­ciones existentes): fronteras, aduanas, y pa­saportes comunes; ejército y defensa (en Suiza no existe policía nacional); moneda y entidades financieras, ya que la unión hace la fuerza (¡y qué fuerza, la de los bancos sui­zos!); seguros sociales y pensiones de vejez (cuantos más miembros mejor, principio bá­sico de las cajas); carreteras, trenes.. correos y otros servicios comunes; tribunal confe­deral para últimas instancias (contrariamente a lo que usted pide): participación a los gas­tos confedérales (impuesto que correspon­de más o menos a su "cupo") ...Todos los demás (¿más poderes que los que usted tie­ne?) son de competencia y autoridad de los cantones.

Mire, sector Ibarretxe, aunque Arzallus hable de una solución a la '"irlandesa- (no muy brillante por lo que vemos), vuelva sus ojos a Suiza; las soluciones aquí no son pro­yectos sino realidades. —El que busca halla", dice el Evangelio.

martes, diciembre 20, 2005

Canción de la nieve que unifica al mundo (Luis Rosales 1910-1992)

CANCIÓN DE LA NIEVE QUE UNIFICA AL MUNDO

Somos hombres, Señor, y lo viviente
ya no puede servirnos de semilla;
entre un mar y otro mar no existe orilla;
la misma voz con que te canto miente.

La culpa es culpa y oscurece el bien;
sólo queda la nieve blanca y fría,
y andar, andar, andar hasta que un día
lleguemos, sin saberlo, hasta Belén.

La nieve borra los caminos; ella
nos llevará hacia Ti que nunca duermes;
su luz alumbrará los pies inermes,
su resplandor nos servirá de estrella.

Llegaremos de noche, y el helor
de nuestra propia sangre Te daremos.
Éste es nuestro regalo: no tenemos
más que dolor, dolor, dolor, dolor.

LUIS ROSALES (1910-1992)

lunes, diciembre 19, 2005

Federalismo desde una perspectiva tradicional (Rafael Gambra)

FEDERALISMO según Rafael Gambra

"Frente a ellos existe un federalismo lógico y viable, complemento natural de patriotismo, que definimos ya como un sentimiento radicalmente distinto del nacionalismo. Es el federalismo que se concibe, no. como un postizo sistema de agrupar nacionalidades ya hechas, sino como un modo natural de evolucionar y crecer la vida política de los pueblos. Este federalismo no se refiere sólo a las relaciones Internacionales, sino también al gobierno de los pueblos desde sus más pequeñas células comunitarias. El proceso que a lo largo de la Edad Media creó las actuales nacionalidades europeas fue un proceso profundamente federativo. Pero puede decirse también que la vida y constitución interna de los pueblos fue durante aquellos siglos, y desde sus orígenes, una coexistencia federal Cada pueblo de España, por ejemplo, se concebía como una comunidad de familias o vecinos, y tenía sus ordenanzas propias y una propiedad comunal que se consideraba como patrimonio de todas esas familias, inalienable porque no pertenecía sólo a la generación presente, sino también a las venideras. Cada municipio tenía su organización jurídica y sus leyes propias, adaptadas a sus costumbres y modos de vida. A lo largo de las luchas de la Reconquista todos los pueblos se consideraban, como por un derecho natural, independientes en lo que concernía al gobierno interior o municipal, pues los reyes y señores feudales se limitaban a exigir los pechos o tributos y la aportación personal para la guerra. El Estado, en el concepto moderno de una estructura nacional uniforme de la que todo organismo inferior recibe una vida delegada, no existió en la antigüedad ni en la Edad Media. De aquí que los primeros tratados sobre el Estado denomina-sen Del Príncipe, porque la persona del rey era el único elemento coordinador de aquella coexistencia de poderes autónomos, la fuente de una autoridad (la de los alcaldes), que debía hacer justicia de acuerdo con las ordenanzas de cada célula comunitaria. Puede deducirse de aquí que el federalismo ha sido principio informador de la sociedad en que hoy se asientan los Estados nacionales, sociedad que podía considerarse como una coexistencia federal de comunidades autónomas, auténticamente sociales. Hasta bien entrado el siglo XIX los valles navarros pirenaicos mantenían sus propias ordenanzas con un contenido jurídico autónomo, de las que sólo subsisten ya leves vestigios, y cada Junta de Valle hacía una declaración de guerra propia cuando el rey la declaraba.

Esta constitución interna de los pueblos se prolongaba en el exterior con unas ilimitadas posibilidades de federación, que llegaron parcialmente a realidad hasta que el proceso resultó truncado con el advertimiento del constitucionalismo nacionalista. Federal fue la génesis de lo que hoy' llamamos España -la unión voluntaria, histórica, de los pueblos españoles-, como federal es su escudo, constituido por la agrupación de cuatro diferentes bajo una misma corona. Esta federación se realizaba a veces a favor de la política matrimonial de las casas reinantes; otras, a causa del proceso de homogeneización y contacto que entre los pueblos se operaba y de sus consiguientes conveniencias históricas. La no realización de alguno de estos dos factores dificultaba a veces la federación; pero ésta, por uno y otro camino, se verificaba o podía, al menos, verificarse. La condición general para que la sociedad tuviera esta estructura y este dinamismo federalista fue la comunión de los espíritus en la unidad superior y última de la Cristiandad. El que esta unidad o aglutinante social tuviera trascendencia universal (para el mundo civilizado u occidental, al menos), y que fuese de naturaleza espiritual y religiosa, hacía de la unidad política un factor en cierto modo inesencial, algo moldeable por la Historia y ajustable a los hechos.

Las unidades políticas que hoy llamamos naciones podían ampliarse a medida que las distancias se acortaban o que las diferencias locales disminuían en un proceso de unión federativa que no privaba a los pueblos de seguir gobernados por sí y por sus leyes en aquello que sólo a ellos concernía.
Cuando la paz de Westfalia reconoció la escisión religiosa, la unidad social de Europa dejó de ser religiosa para convertirse en meramente jurídica y política ; la Cristiandad dejó de existir como patria de todos los hombres para transformarse en una coexistencia de poderes políticos propiamente nacionales. Entonces el carácter último e inapelable -sagrado- que había tenido la Cristiandad, se traslada a lo que hoy llamamos sinónimamente Nación o Estado. Estas realidades salen así del terreno de lo histórico y cambiante, para pasar al de lo esencial e intangible; pasan del campo de lo conversable al de lo dogmático.Las sociedades políticas dejan de ser la convivencia federal, bajo una autoridad de poderes locales e históricos anteriores en su origen a esa autoridad y autónomos en su gobierno, y se convierten en estructuras uniformes y centralizadas hacia el interior y cerradas hacia el exterior. Hablar de federación será desde este momento un imposible teórico y práctico, porque no existe ya un lenguaje superior al de las propias nacionalidades sobre el que entenderse.Cualquier proyecto de federación internacional sonará a blasfemia, como a un creyente sonaría el hablar de una fusión de cristianismo y mahometismo mediante una reducción a sus puntos coincidentes.Sin embargo, el federalismo o régimen político abierto sigue siendo, como radicado en la naturaleza de las cosas, algo necesario para la sociedad, y que ésta reclama de mil modos diversos. Aun al margen del pensamiento católico y tradicional, el federalismo ha resurgido continuamente, desde el antiguo doctrinarismo federal de Pi y Margall hasta la actual proliferación de movimientos federalistas. Pero todos estos modernos federalismos -verdades a medias, fragmentos de un más amplio sistema- han pretendido restaurar aquel viejo proceso federativo prescindiendo de la ya perdida unidad religiosa, es decir, sobre bases meramente practicistas. Nunca han llegado, sin embargo, a realizaciones, ni pueden llegar, porque hablan entre si lenguajes diferentes.Una sociedad puede mantenerse en su organización política sin unidad religiosa, es decir, sobre bases sólo practicistas, cuando las instituciones sociales y autónomas -federales- no se han destruido, sino que han mantenido -por inercia- su propia vida y dinamismo. Tal es el caso de los pueblos británicos.Pero cuando la estructura social ha desaparecido bajo la acción uniformista de los Estados unitarios no podrá reconstruirse una sociedad federal sin una previa unidad religiosa y sin el respeto estricto a la realidad histórica que conserve cada pueblo, a la propia espontaneidad de su vida social. Porque pretender crear desde el Estado organismos infrasoberanos y autónomos es, práctica y teóricamente, empresa contradictoria.

"De "Eso que llaman Estado" Ed. Montejurra. Madrid, 1958

Nostalgia helvética desde Castilla 7ª parte (Alain de Benoist)

Algunas referencias sobre el federalismo (Alain de Benoist)

Pregunta. Sus escritos demuestran que promueve una Europa federal, pero no se priva de criticar agudamente la actual construcción europea, sin embargo considerada como federalista. ¿Podría explicarlo?

Respuesta de Alain de Benoist. Pienso, en efecto, que el sistema federalista es el único que esta en condiciones de reconciliar los imperativos aparentemente contradictorios de la unidad, que es necesaria para la decisión, y de la libertad, que es necesaria para el mantenimiento de la diversidad y para el pleno ejercicio de la responsabilidad. Los que califican la Europa actual de Europa federal ponen de manifiesto por allí que no tienen ni la menor idea de lo que es el federalismo.

El federalismo se basa en el principio de subsidiariedad, competencia suficiente y soberanía compartida. Una sociedad federal se organiza, no a partir de arriba, sino a partir de la base, recurriendo a todos los recursos de la democracia participativa. La idea general es que los problemas estén regulados al nivel mas local posible, es decir los ciudadanos tengan la posibilidad de decidir concretamente de lo que les concierne, solo remontando a un nivel superior las decisiones que interesan a colectividades más extensas o que los niveles inferiores no tienen la posibilidad material de tomar. Un Estado federal es, pues, lo contrario de un Estado jacobino: lejos pretenderse omnicompetente y querer regular lo que pasa a todos los niveles, él se define solamente como el nivel de competencia más general, el nivel donde se trata exclusivamente lo que no puede tratarse en otra parte. Al querer inmiscuirse en todo (desde el diámetro de los quesos italianos, a la caza, a las aves migratorias en el Suroeste de Francia), al querer, no añadir, sino substituir a las autoridades públicas de las naciones y las regiones, las actuales instituciones europeas, esencialmente burocráticas, se conducen, no como un poder federal, sino como un poder jacobino.

Son, por añadidura, tan "ilegibles" para el ciudadano medio, que eligieron deliberadamente dar la prioridad a la ampliación de sus estructuras de competencia y no a la profundización de sus estructuras institucionales, que pretenden hoy dotarse con una Constitución sin haber creado un poder constituyente, y finalmente que los que las personifican no están obviamente de acuerdo ni sobre los límites geográficos de Europa ni sobre las finalidades de la construcción europea (extensa zona de libre comercio o potencia independiente, espacio transatlántico o proyecto de civilización), es desgraciadamente bien comprensible que muchos de nuestros conciudadanos observan como un problema suplementario lo que habría debido normalmente ser una solución.
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(Otros textos sobre federalismo, especial para prevenirso del jacobinismo pancastellanista y por una Castilla federal)

Contra el jacobinismo, por la Europa federal

La primera guerra de los Treinta Años, cerrada con los tratados de Westfalia, significó la consagración del Estado-nación como modelo dominante de la organización política. La segunda guerra de los Treinta Años (1914-45), por el contrario, ha señalado el comienzo de su disgregación. El Estado-nación, engendrado por la monarquía absoluta y el jacobinismo revolucionario, es hoy demasiado grande para administrar los problemas pequeños y demasiado pequeño para afrontar los problemas grandes. En un planeta mundializado, el futuro pertenece a los grandes conjuntos de civilización capaces de organizarse en espacios autocentrados y de dotarse de la suficiente fuerza para resistir la influencia de los otros. Así, frente a los Estados Unidos y a las nuevas civilizaciones emergentes, Europa está llamada a construirse sobre una base federal que reconozca la autonomía de todos sus componentes y organice la cooperación entre las regiones y las naciones que la constituyen. La civilización europea se construirá sobre la suma —que no sobre la negación— de sus culturas históricas, permitiendo así a todos sus habitantes tomar plena conciencia de sus orígenes comunes. La clave de bóveda de esta Europa debe ser el principio de subsidiariedad: en todos los niveles, la autoridad inferior no delega su poder hacia la autoridad superior más que en los terrenos que escapan a su competencia.
Contra la tradición centralizadora, que confisca todos los poderes en un sólo nivel; contra la Europa burocrática y tecnocrática, que consagra los abandonos de soberanía sin remitirlos hacia un nivel superior; contra una Europa reducida a espacio unificado de libre cambio; contra la "Europa de las naciones", simple suma de egoísmos nacionales que no nos previene contra un retorno de las guerras; contra una "nación europea", que no sería más que una proyección ampliada del Estado-nación jacobino, Europa (occidental, central y oriental) debe reorganizarse desde la base hasta la cima, y los Estados existentes han de ir federalizándose hacia adentro para así mejor federarse hacia afuera, en una pluralidad de estatutos particulares atemperada por un estatuto común. Cada nivel de asociación debe tener su función y su dignidad propias, no derivadas de la instancia superior, sino basadas en la voluntad y en el consentimiento de todos los que en él participan. Así, a la cúspide del edificio sólo han de llegar las decisiones relativas al conjunto de los pueblos y comunidades federados: diplomacia, ejército, grandes decisiones económicas, puesta a punto de las normas jurídicas fundamentales, protección del medio ambiente, etc. La integración europea es igualmente necesaria en determinados campos de la investigación, la industria y las nuevas tecnologías de la comunicación. Respecto a la moneda única, debe estar administrada por un Banco Central sometido al poder político europeo.
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(Textos especiales para ilustrar de su necedad a los partidarios de la Gran Castilla de 254 provincias)

Contra el gigantismo, por las comunidades locales

La tendencia al gigantismo y a la concentración produce individuos aislados, y por ello vulnerables y desprotegidos. La exclusión generalizada y la inseguridad social son la consecuencia lógica de este sistema, que ha arrasado todas las instancias de reciprocidad y de solidaridad. Frente a las antiguas pirámides verticales de dominación, que ya no inspiran confianza, y frente a las burocracias, que cada vez alcanzan más rápidamente su nivel de incompetencia, hoy entramos en un mundo fluido de redes cooperativas. La antigua oposición entre una sociedad civil homogénea y un Estado-Providencia monopolístico está siendo superada poco a poco por la aparición en escena de todo un tejido de organizaciones creadoras de derechos y de colectividades deliberativas y operativas. Estas comunidades están naciendo en todos los niveles de la vida social, desde la familia al barrio, desde la aldea hasta la ciudad, desde la profesión hasta el terreno del ocio, etc. Es sólamente en esta escala local donde puede recrearse una existencia a la altura de los hombres, no parcelaria, liberada de los opresivos dictados de la rapidez, la movilidad y el rendimiento, apoyada en valores compartidos y fundamentalmente orientada hacia el bien común. La solidaridad no puede seguir siendo la consecuencia de una igualdad anónima (mal) garantizada por el Estado-Providencia, sino que ha de ser el resultado de una reciprocidad llevada a cabo desde la base por colectividades orgánicas que tomen a su cargo las funciones de protección, reparto y equidad. Sólo personas responsables en comunidades responsables pueden establecer una justicia social que no sea sinónimo de una mentalidad de individuo asistido.

La vuelta a lo local, que eventualmente puede ser facilitada por el tele-trabajo en común, tiende por naturaleza a devolver a las familias su vocación (también natural) de ser instancias de educación, socialización y ayuda mutua, permitiendo así la interiorización de reglas sociales hoy impuestas exclusivamente desde el exterior. La revitalización de las comunidades locales debe también ir a la par con un renacimiento de las tradiciones populares, que la modernidad ha borrado o, aún peor, mercantilizado. Las tradiciones, que cultivan la convivencialidad y el sentido de la fiesta, imprimen ritmos a la vida y proporcionan puntos de referencia; las tradiciones celebran las edades y las estaciones, los grandes momentos de la existencia y los periodos del año, y con ello alimentan el imaginario simbólico y refuerzan el lazo social. Nunca congeladas, viven en constante renovación.

viernes, diciembre 16, 2005

Nostalgia helvética desde Castilla. 6º parte.(Denis de Rougemont. Cultura y Federalismo)ón )

La idea de que habría en Europa un cierto número de culturas nacionales, bien distintas y autónomas, cuya adición constituiría la cultura europea , es una simple ilusión de óptica escolar. Se disipa como broma al sol a la luz de la Historia. La cultura europea no es y no ha sido jamás una adición de culturas nacionales. Es la obra de todos los europeos que han pensado y creado desde tres mil años, independientemente de los estados naciones que dividen hoy día Europa, y que la mayor parte (no los menores) tiene a lo más cien años de existencia: es preciso admitir se había constituido antes que ellos.

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Es preciso pues comenzar por hacer violencia a las realidades lingüísticas si se las quiere llevar a coincidir aproximadamente con las fronteras de una de nuestras naciones modernas.. Pero hay más. La lengua no sabría por ella sola definir una cultura: ella no es casi más que uno de los elementos de la cultura en general, por muy esencial que sea. Todos los otros: religión, filosofía , moral, bellas artes, folklore, ciencias, técnica y arquitectura, son largamente o completamente independientes de las lenguas modernas , y no son , con toda evidencia, reducibles a cuadros nacionales.

¿ Que tienes tu que no hayas recibido? Puede pues decir la cultura europea a cada uno de los 25 Estados-naciones que han recortado y desgarrado mucho tiempo el cuerpo de nuestro continente.

Ahora se encuentra con que los suizos están preservados – o deberían estarlo mejor que los otros- de la ilusión de las culturas nacionales, por el solo hecho de la composición lingüística de su estado..Están en medida de saber mejor que otros que la vida cultural de sus ciudades no depende de entidades nacionales en tanto que tales, sino que se liga directamente al complejo cultural europeo, de la misma forma que las ciudades libres de la Edad Media y los tres cantones primitivos fueron declarados “inmediatos al Imperio”, y esto era la franquicia y garantía de libertad frente a los príncipes de la época- hoy diríamos: contra los Estados-naciones.

La verdadera unidad de base de la cultura estando de esta suerte identificada, la cuestión que se plantea es la de saber como ciertas ciudades o ciertas regiones llegan entonces a diferenciarse, a individualizarse sobre este fondo común.
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De donde la densidad cultural de este pequeño rincón del país –educación en tres grados, letras y artes, ciencias y técnicas-. Densidad superior sin ninguna duda a la de un tramo cualquiera de un millón y medio de habitantes, elegidos en una de las grandes naciones vecinas. Y esto no es un elogio de la pequeñez en si, ni de las pequeñas dimensiones materiales o morales, sino al contrario de la pluralidad de dimensiones y de la variedad de los vasallajes posibles, los unos locales o regionales y los otros universales, tales como el federalismo los implica y permite componerlos.

Nostalgia helvética desde Castilla. 5º parte.(Denis de Rougemont. El Cantón y la Federación )

¿Pero que son hoy día los cantones en derecho público?. Son estados soberanos “ en la medida en que su soberanía no está limitada por la Constitución federal, gozan como tales de todos los derechos que no son atribuidos al poder federal” (art. 3 de la constitución)

La exasperación de los nacionalismos modernos hace que muchos de nuestros contemporáneos juzguen extraña y casi contradictoria en los términos la noción de soberanía limitada. No obstante , un siglo de experiencia feliz ha vuelto esta noción familiar a los suizos..- Ellos no olvidan nunca que sus comunidades cantorales – sus verdaderas patrias- son anteriores a la Confederación, que ha resultado de sus alianzas progresivamente cerradas. Pero ven claramente por otra parte, que la garantía de las autonomías cantorales no sabría prácticamente residir más que en la puesta en común de sus fuerzas. La centralización que aceptan , en ciertos dominios estrictamente definidos, no es a sus ojos más que la salvaguardia de su modo de existencia propio y de su independencia en todos los otros dominios.

(Denis de Rougemont, La Suisse ou la histoire d’un peuple heureux, libraire Hachette, 1965 p 106)


Un natural de la comuna Annemasse pertenece al cantón de Ginebra, y por tanto a Suiza y en principio, a menos que esté con extranjeros, no dirá nunca que es un suizo de Annemasse, que sonaría bastante extravagante y cómico.

No hay grandes sociedades posibles, pues no hay más “societas” verdaderas cuando los “socii” cesan de sentirse tales. Solo les encuadran entonces la ideología y la policía del estado, sin unirlos ni organizarlo verdaderamente.

(O.C.p 285)

'soy suizo no porque hable la misma lengua, ni tenga la misma religión, ni la misma opinión política y social que los demás suizos, ni tampoco porque los ame, ni tan siquiera porque los conozca o les entienda, sino porque pertenezco a un país llamado Suiza que me permite a la vez ser suizo y como yo quiero ser' que también podría resumiese en el lema 'cada uno para sí y la Confederación para todos'

Son Suizos no a causa de alguna cualidad común sea natural, sea cultural (lengua, raza , confesión, carácter, etc.) que justamente les falta, sino porque están situados en el mismo conjunto que se ha bautizado con el nombre de Suiza, y porque lo aprueban. En cuando se ha comprendido bien esto, se ha comprendido el federalismo.


(O.C.P 112)

El federalismo no es solamente una fórmula jurídica –por tanto estática por definición- fijando las competencias respectivas de los miembros y del organismo común que ellas se dan. Su principio dinámico es asegurar un máximo de autonomía local, gracias a la puesta en funcionamiento de instrumentos colectivos para todas las tareas que superan las posibilidades de una comunidad aislada. En un sistema federalista, cada comunidad tiene el deber –tanto como el derecho- de administrase como ella lo entienda. Pero cuando empujada por la necesidad o por espíritus creadores, emprende ciertas actividades cuya amplitud supera sus medios (culturales, financieros o físicos) está llevada a asociarse para perseguirlos con otras comunidades.

(O. C. P 161)

Pero los grandes trabajos y las carreteras, la protección de los monumentos y de la naturaleza, y de una manera general, todas las empresas públicas cuyo financiamiento es demasiado pesado para un cantón, son objeto de negociación entre “el cantonal” y “el federal” como se dice en nuestra jerga.

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Pues la Federación no es el todo del que los cantones no serían más que las subdivisiones, ni el poder Augusto del que ellos serían los sujetos. Concebida para permitir a los cantones realizar en común las tareas que superan sus fuerzas aisladas, está a su servicio y no ellos al suyo. No habiendo sido nunca personificado por un monarca, un dictador, o el jefe de un partido federador; sin aura de prestigio o de majestad; casi anónimo en tanto más eficaz, es solo un instrumento de cooperación.

A decir verdad , los cantones no tienen nada de otro. Es sorprendente constatar que estos pequeños Estados, que ninguna frontera visible separa, se ocupan en definitiva muy poco de sus vecinos. “Cada uno para si, y la Confederación para todos” bien parece ser su divisa


(O.C. P 111-112)

Los suizos saben bien que no se hace marchar un reloj con argumentos sonoros, sino al precio de un aplicación sostenida y de finos retoques. Ahora las ruedas de su Estado, bizarramente ajustadas según las reglas de eficacia y no de la lógica abstracta, sugieren la imagen de un reloj de precisión, justamente con toda la tolerancia precisa para que el mecanismo marche. Esta tolerancia no es solamente moral, este “juego” está previsto por las leyes. Son los derechos de iniciativa y sobre todo de referendum quienes lo rigen. Gracias a ellos, el pueblo suizo tiene menos que otros la impresión de que los poderes delegados a sus elegidos se le escapan. “El se reserva siempre para decir la última palabra por el referéndum, y eventualmente el primero por la iniciativa”(André Siegfried La Suisse démocratie témoin). Nada de lo que pasa en Berna es irremediable. Es por el recurso frecuente a estos derechos populares que el régimen suizo debe ser calificado de democracia semidirecta.

( O.C. P124)


Referéndum legislativo federal 30.000 ciudadanos u ocho cantones (art 85)
Iniciativa legislativa federal (constitución) 50.000 ciudadanos

“La autoridad directorial y ejecutiva superior de la Confederación se ejerce por un Consejo Federal compuesto de siete miembros”, dice el artículo 95 de la constitución. Este colegio que cumple a la vez las funciones de un gabinete de ministros y un jefe de Estado, es sin duda la institución más original de Suiza. Sus miembros son elegidos por cuatro años por la Asamblea y son inmediatamente reelegibles. Cada uno de ellos dirige un ministerio o un departamento.. Uno de entre ellos es elegido cada año presidente de la Confederación. No puede ejercer este oficio dos años seguidos, y se ha establecido la costumbre de una rotación entre los siete consejeros: cada uno es presidente al menos una vez cada siete años, por orden de antigüedad en el colegio.

Nostalgia helvética desde Castilla. 4ª parte (William Rappard. El Cantón))

El cantón es para el suizo medio una realidad concreta , a veces la república para la defensa de la cual sus ancestros han luchado contra otras Suizas, lo más a menudo el lugar donde él ha nacido, el cuadro donde se ha desarrollado su infancia y su juventud, la ciudad en que él habla su idioma y su dialecto, y en que él conoce los magistrados, sus vecinos, y quizá sus amigos. Es por tanto el cantón mismo, es decir un conjunto de recuerdos históricos y de experiencias cotidianas , y no su constitución lo que es el objeto de su patriotismo. La Confederación por el contrario , más lejana, más joven, menos personal y más abstracta, vale por su estructura política más que por su realidad social. Este edificio elevado hace un siglo , le parece conformarse en todos los puntos a las exigencias de la vida nacional. Pero no será por consiguiente arrastrado a inmolar su pequeña patria en el altar del gran país más de lo que se está tentado ha vender un recuerdo de familia para poder comprar un refrigerador.

(Op cit p 110 tomado de William Rappard De la centralisation en Suisse, Revue FranÇaise de Science politique vol I 1951)

Nostalgia helvética desde Castilla. 3ª parte (Hermann Hesse)

Que la paz es mejor que la guerra y la reconstrucción que el rearme, y que un estado federal según el modelo suizo podría alumbrar una Europa pacífica....sobre todos estos puntos estoy de acuerdo no solo con usted, sino con la mayoría de los actuales estadistas. Pero ni los gobernantes , ni usted , ni yo tenemos la menor idea de cómo pueden realizarse estos deseos, es decir como convencer o forzar a los pueblos para llevar a cabo lo bueno y deseable.

Hermann Hesse . Cartas inéditas. Lecturas para minutos 2. Biblioteca Hesse. Alianza Editorial. Madris 2000. p.25

Nostalgia helvética desde Castilla. 2ª parte.(La nación suiza.José A. Jaúregui. El Mundo 13-sept- 1994003)

JOSE A. JAUREGUI

El Mundo 13 sept 1994


La nación suiza.

QUE modelo estatal le gusta más: el suizo, el estadounidense, el alemán, el francés, el italiano, el británico?», pregunté a José Antonio Ardanza. «El suizo», me respondió, «porque se aproxima más a un modelo auténticamente federal» (EL MUNDO 7 de agosto de 1994). En esta misma entrevista le pregunté: «¿Es Castilla, León o Aragón una nación o nacionalidad histórica, o menos nación o nacionalidad histórica que Cataluña o Euskadi?». J.A. Ardanza: «Cuando se habla de la pluralidad nacional española, yo creo que es claro en el caso catalán: además la mejor garantía generalmente suele ser el idioma. Es claro en el caso vasco, al que naturalmente incorporo también a Navarra y a las regiones del norte que están en el sur francés».

Si leemos la Constitución Federal de la Confederación Suiza, encontramos un primer acto de fe nacional en el que se fundamentan todas las reglas del juego: «En nombre de Dios Omnipotente, la Confederación Suiza queriendo afirmar el vínculo entre los confederados, mantener y acrecentar la unidad, la fuerza y el honor de la nación suiza, ha adoptado la Constitución Federal siguiente».

Si JA Ardanza quiere adoptar para España el modelo suizo, debe revisar sus tesis antropológico-sociales sobre el significado de nación y de nacionalida, Otro tanto puede decirse del programa político de Jordi Pujol y sus «Paísos Catalans». Las Paísos Catalans, o sea, Cataluña, Valencia, Castellón, Alicante e Islas Baleares, si entiendo bien las tesis tanto antropológico-sociales como políticas de Jordi Pujol, forman y conforman la Nación Catalana y, «por consiguiente», -que diría FG- debería ondear su bandera nacional, la Senyera, en el edificio de Naciones Unidas. Pero los austriacos y los suizos que hablan el idioma de Goethe y de Marx no se sienten miembros de la «nación alemana» ni quieren bajo ningún concepto ver ondear cromo suya una bandera alemana en el «seno» o «concierto» de las Naciones Unidas. Felipe González, en una entrevista concedida a un periódico sensato, serio, razonable y, «por consiguiente», exento de conjuras «deslegitimizadoras» afirmó (El País, 4 de septiembre de 1994): «Que haya alguien que afirme solemnemente que España no sólo es un Estado sino una nación me parece una obviedad. Pues sí. Está en la primera línea del Preámbulo de nuestra Constitución». Que a FG se le escape como fugitivo el director general de la Guardia Civil, pase; que el Fiscal General del Estado y guardián de la Lex y del Ius sea nombrado ilegalmente, sea; que sólo se entere de toda la trama/trampa de Filesa por la prensa, y, además, por la prensa de la gran conjura, vale, pero, ¿no sabe el presidente del Gobierno de «la» nación que los nacionalistas que le mantienen en este puesto nacional, niegan y rechazan de plano es lo que FG califica como «obviedad»?

Nostalgia helvética desde Castilla. 1ª parte.(El factor suizo.Antonio García Trevijano. La Razón 23-oct. 2003)

Desde hace tiempo di sobradas muestras de admiración por Suiza - que aprendí de la familia y del pensador Denis de Rougemont-, señalando las analogías y reminiscencias helvéticas de la vieja historia castellana, ya en su momento detectadas con agudeza por el portugués Oliveira Martins allá por el siglo XIX y más tardiamente por Anselmo Carretero. Obviamente las declaraciones furibundas de nacionalismo pancastellanista, demasiado análogas al estilo de los nacionalismos periféricso peninsulares se me atragantan cual espina molesta de pescadilla podre. Si algún espíritu nacional deseo a Castilla, al igual que en Suiza lo quisiera lo más alejado posible del nacionalismo moderno. Me temo que por estas latitudes de histeria vocinglera o apatías somnolientas, según los idus, la cosa no tiene visos de prosperar.

Me resulta grato leer algún pequeño reconocimiento y homenaje a Suiza, algo que vaya más allá de las habituales reprobaciones morales del secreto bancario o de la afición usuraria crematística, no obstante la reserva de no compartir muchas de las apreciaciones de los escritos que se aportan.

Espero que mi nostalgia helvética no se considere fuera de los temas de este foro, en el que he introducido de manera progresiva los antecedentes del federalismo tradicional castellano : Oliveira Martins, Luis Carretero Nieva y Anselmo Carretero Jiménez entre otros; federalismo que sucumbió finalmente ante el centralismo con pretensiones imperiales de León, que con el rótulo de corona de Castilla, quedó convenientemente camuflado y pasó a la posteridad como una característicade la política castellana.

Es difícil sino definitivamente imposible restaurar hoy día el sentido antiguo de pacto foral, basado en un sentido de lo sagrado que jamás proporcionará un recuento numérico de mayorías. Federalismo viene de "phoedus" pacto. Ni castellanos, ni vascos, ni catalanesn, ni nadie recuerda ya lo que constituyó un orden político secular que no necesitaba de territorios celosamente delimitados, odios varios al meteco, proclamaciones necias de ilusiorias superioridades y otra serie de majaderías que constituyen el núcleo duro del moderno nacionalismo.

Saludos

RES

El factor suizo
La Razón 23 de octubre 2003

Antonio García Trevijano

Este pequeño y culto país, espejo de civismo donde se miran los grandes, atrae hoy la atención de los medios. La conservadora Unión Democrática de Centro, dirigida por un empresario de Zürich (Blocher), ha roto en las urnas el consenso gobernante desde 1959. Y quiere participar en el reparto del poder ministerial en igualdad con los demás partidos. Pero éstos la vetan por atribuir su aumento de votos a una campaña xenófoba contra los riesgos de la inmigración.

No creo que esto pueda suceder en el país más cosmopolita y menos racista de Europa. Sobre todo porque el aumento electoral de la UDC sólo ha sido del 4,6%, y la crítica de la política de inmigración no va unida necesariamente al racismo. La causa de la inestabilidad gubernamental debe buscarse en otro lado.

Concretamente, en la naturaleza cínica y antidemocrática del consenso de 1959, que fraguó un bloque de tres partidos convencionales con el temor al Mercado Común. Ese prolongado consenso, sin causa patriótica que lo justifique, choca con la tradición liberal de los cantones helvéticos. Lo extraño es que un tradicionalista como Blocher quiera participar en él, en lugar de cambiarlo por la regla de mayorías y minorías propia de la democracia.

Si el espíritu nacional no ha sido nacionalista en algún país, es en Suiza. Si el espíritu europeo se ha encarnado en alguna nación, es en Suiza. Si la unión de Europa ha tenido un modelo histórico en el que inspirarse, ha sido la confederación helvética. Si algún pueblo merecía el respeto de su neutralidad, era el suizo. Si algún Estado ha ofrecido un marco ideal para encuentros, negociaciones y organismos internacionales, es el suizo.

Entre montes, valles y lagos, unos cantones confederados convirtieron un ejército de mercenarios en una defensa civil de ciudadanos; integraron en un solo espíritu nacional culturas diferentes (alemana-francesa-italiana); realizaron la síntesis de la oligarquía de las ciudades y la democracia de las montañas («comburguesía»); hicieron de Ginebra la Roma protestante (Calvino); transformaron la Reforma autoritaria de Lutero en un humanismo liberal de inspiración erasmista (Zuinglio); produjeron educadores universales (Rousseau, Pestalozzi), estadistas ilustrados (Necker), literatos excepcionales (Mme. Stael), pensadores de lo moderno (Constant), historiadores geniales (Burckhardt), juristas internacionales (Bluntschli), lingüistas creadores (Saussure), junto a escuelas de psicología profunda (Jung, Szondy) y de arte moderno (Hodler, dadaísmo, Paul Klee).

Cuestiones anecdóticas mermaron en el inconsciente europeo la grandeza cultural de la historia suiza, tan bella y tan rica como su geografía. Del mismo modo que hoy se buscan policías en excedencia como guardaespaldas privados, durante el siglo XVII se puso de moda contratar antiguos mercenarios suizos como guardia personal de papas, reyes y potentados. Racine pudo consagrar entonces la injusta ironía de que sin dinero nada de Suiza («Point d argent, point de Suisse»), como Orson Welles («El tercer hombre») pudo ridiculizar el pacifismo suizo, tras la guerra mundial, con la estupidez de que sólo había servido para inventar el reloj de cuco.

Cuando la prensa habla de un partido nacionalista en Zürich, no parece saber bien lo que dice. En la atmósfera dadaísta de esa europeísima ciudad, un diplomático suizo, que luego se haría tan sabio como su apellido, Karl J. Burckhardt, escribió a su amigo el poeta austriaco Hofmannsthal: «En nosotros existe un sentimiento persistente de afinidades con Alemania, excluyendo todo nacionalismo. Gotthelf, Keller, Meyer, Jacob Burckhardt han demostrado a los suizos alemánicos que si son alemanes por naturaleza no lo son por condición política». Y le preguntaba si tan poca gente era capaz de meditar, ante el arte y la música actuales, «sobre la muerte de la melodía profundamente europea» en el «concierto de las potencias».

EL REINO DE LEÓN TRAS EL AÑO 1230. Ricardo Chao Prieto . Lcdo Historia

EL REINO DE LEÓN TRAS EL AÑO 1230

Muchos historiadores de todas las épocas y lugares coinciden en un punto cuando tratan del Reino de León: éste desaparece sin dejar rastro en 1230, año en el que, por una serie de casualidades, las Coronas de León y Castilla recaen en Fernando III. Esta súbita desaparición resulta cuando menos sospechosa, ya que la Corona Leonesa englobaba diversos reinos y territorios a los que hoy nadie osa a negar su identidad (Reino de Galicia, Asturias y Extremadura). Sin embargo, y paradójicamente, no ocurre lo mismo con el Reino de León, núcleo de la Corona. ¿A qué se debe este contrasentido? Sin duda, la ignorancia y el desconocimiento son los principales culpables. Pero es indudable que hoy en día gran parte de la culpa recae en los historiadores al servicio de la Junta, cuya principal intención es hacernos creer que el Reino de León se fundió totalmente con Castilla, e inmediatamente perdió su identidad y personalidad en favor de un presunto e inexistente “Reino de Castilla y León” que se uniformó con bases castellanas. La intención del presente artículo es hacer un somero repaso por una serie de aspectos históricos que demuestran que la realidad fue muy diferente.

-Las Cortes: Tras la desaparición de sus monarcas, serán las Cortes de la Corona Leonesa las que ostentarán la representación de los territorios que ésta englobaba. Durante todo el siglo XIII, leoneses y castellanos celebran sus respectivas Cortes por separado. En ocasiones se convocan en la misma ciudad, pero los representantes de cada Corona se reúnen y deliberan en dependencias diferentes: por ejemplo, esto fue lo que ocurrió con las que se celebraron en Valladolid en 1293. Las relaciones entre unos y otros no debían de ser muy cordiales, ya que Fernando IV justifica la separación “por evitar peleas y reyertas que pudieran ocurrir”. Los temas a tratar a veces eran similares en ambas Cortes, pero también abundan las peculiaridades: así, los leoneses hicieron hincapié en que el Fuero Juzgo tenía que continuar siendo la principal guía en sus pleitos, y exigieron que los naturales de sus reinos sólo pudieran ser juzgados en los tribunales leoneses. Estos aspectos fueron magistralmente estudiados por el recientemente fallecido José Luis Martín, catedrático de Historia de la Edad Media en Salamanca.

La unidad de la Corona leonesa con la castellana corrió grave peligro en varias ocasiones en los convulsos años de finales del siglo XIII: el infante Juan llegó a pretender reinar sobre Galicia y León (que incluía a Asturias), y la situación prácticamente se volvió a repetir en 1319, lo que demuestra que las dos Coronas estaban prendidas con alfileres. En el siglo XIV comienzan a imponerse las Cortes conjuntas, pero se continuó dando ordenamientos a los concejos de León muy distintos de los de Castilla. De todas formas, se siguieron convocando Cortes por separado de forma esporádica, y así parece que ocurrió en las de los años 1302, 1305, 1318, 1322, etc., cuando ya hacía más de un siglo de la unión de los reinos. Como muestra de esta diversidad, hasta 1348 el rey contaba con el asesoramiento directo de cuatro consejeros de León y Galicia, cuatro de Castilla, cuatro de las Extremaduras, y cuatro de Toledo y Andalucía. Pero, por desgracia, la vía de la pluralidad fracasó, ya que a mediados del siglo XIV se impuso el rodillo castellano, y a partir de entonces las leyes serán las mismas para todos los reinos.

-La Hermandad del Reino de León: En un nivel más popular, durante el caos y las guerras civiles de finales del siglo XIII y comienzos del XIV, las ciudades comenzaron a organizarse en hermandades. Esta situación fue legalizada en 1295, y cada reino creó su propia hermandad. La de los reinos de Galicia y León (que, insistimos, incluía a Asturias) se reunía anualmente en la ciudad legionense, y estaba integrada por los concejos de 31 ciudades y villas (Salamanca, Zamora, León, Astorga, Oviedo, etc.). El sello de esta hermandad incluía la figura del león del reino, y una representación del apóstol Santiago a caballo. Sus principales atribuciones fueron la administración de justicia y el mantenimiento del orden, llegando en ocasiones a usurpar las funciones de los oficiales reales. En 1315 se intentó crear una Hermandad General que englobara a las de los distintos reinos, pero las desavenencias fueron constantes, y ésta tuvo que ser disuelta en 1318 ante la negativa de leoneses, toledanos y extremeños a reunirse con los castellanos, por lo que la división de las hermandades por reinos continuó durante muchos años. Herederos de estas agrupaciones fueron los irmandiños gallegos, que provocaron fortísimas revueltas sociales en la segunda mitad del siglo XV

.-La Cancillería y la Notaría del Reino de León: La Cancillería fue creada como tal por el emperador leonés Alfonso VII, y tal cargo recaía en el arzobispo de Santiago, sobre quien recaía así la responsabilidad de emitir los documentos regios. Cuando Castilla contó con un rey propio, creó una nueva cancillería en la persona del arzobispo de Toledo. Tras la unificación de las dos coronas llevada a cabo por Fernando III, durante siglos continuó habiendo un canciller de León, y otro de Castilla, aunque acabarían convirtiéndose en meros títulos honoríficos. Alfonso X y Sancho IV intentaron acabar con esta duplicidad, pero sus sucesores la conservaron. Con Alfonso X surgen las Notarías de León, Castilla y Andalucía, y, algo más tarde, la de Toledo. Cada una de estas Notarías se encargaba de elaborar y tratar los documentos que hacían referencia a sus respectivos territorios. En las Cortes de 1295 los procuradores exigieron que los notarios sólo fueran dos, el de León y el de Castilla, y así se hizo

.-El Tribunal del Libro: Este tribunal especial, netamente leonés, sentenciaba los pleitos utilizando el Liber Iudiciorium o Fuero Juzgo, del que se sabe que existieron copias romanceadas en leonés y en gallego. Era una reminiscencia del Derecho visigodo, pero continuó teniendo vigencia en León más allá de Alfonso X. Las reuniones de este tribunal tuvieron lugar casi con seguridad en el Locus Apellationis de la Catedral. Estaba presidido por un eclesiástico asistido por varios jueces ordinarios: atendía pleitos en primera instancia, y en apelación de la corte regia, lo que le dotaba de una extraordinaria importancia.

-La Merindad Mayor del Reino de León: los merinos mayores eran oficiales públicos de categoría superior en cuyas personas delegaba el rey gran parte de su autoridad. Tuvieron competencias muy amplias sobre todo el reino leonés. Ya aparecen documentados en el siglo XII, y Fernando III los estableció por separado en León y en Castilla, y, más tarde, en Galicia y en Murcia.

-El Adelantamiento Mayor del Reino de León: sustituyó a la anterior institución, aunque poco a poco vio cómo se iba reduciendo el territorio sometido a su jurisdicción, hasta que en el siglo XV quedó limitado a los límites de la actual provincia de León, y algo más de la mitad de la de Zamora. Asturias fue desgajada del Adelantamiento del Reino en el año 1402. Durante muchísimo tiempo no tuvo una sede fija, ya que constituía un tribunal itinerante, aunque a mediados del siglo XVII acabó estableciéndose en la ciudad de León. Su cárcel y su archivo se localizaban en La Bañeza. Esta institución tuvo amplísimas competencias de justicia y de gobierno, y con el nombre de Alcaldía Mayor del Reino de León perduró al menos hasta el año 1799. Entre sus atribuciones estaba el mantenimiento de bosques y de infraestructuras viarias. Al ser un tribunal de carácter regio, sirvió de freno a la justicia señorial, por lo que era visto con simpatía por las clases populares. En Castilla tenían sus propios adelantados, y no les estaba permitido entrar en el Reino de León.

-El Defensor del Reino de León, o Procurador General del Adelantamiento: prácticamente fueron la misma institución con distinto nombre según la época. Aparecen en la documentación a partir del siglo XVII, y su función consistía en prestar ayuda y defensa a los pobres y a los lugares que así se lo pidieran. Su ámbito de actuación era el Adelantamiento del Reino, y podían “apelar todas las cosas que hicieren contra las Leyes del Reino”.Esta institución existió al menos hasta finales del siglo XVIII.

-La Iglesia leonesa tras 1230: en general conservó su propia idiosincrasia y organización, pero, a pesar de la reunión de las dos Coronas en una sola, durante casi un siglo los obispos de cada reino se reunieron en sínodos separados. Por ejemplo, en 1302 tuvo lugar un sínodo en Peñafiel al que sólo acudieron los obispos castellanos, mientras que en 1310 hubo otro en Salamanca convocado únicamente por los obispos leoneses. Al desaparecer el Estudio General de Palencia, se llegó al acuerdo de que el rector de la Universidad de Salamanca fuera un año de origen leonés, y al siguiente, castellano, estableciéndose así una alternancia anual que duró siglos. En cuanto a las órdenes militares, la de Santiago continuó manteniendo la Encomienda del Reino de León.

-Los concejos abiertos: esta noble institución tiene sus orígenes en la Alta Edad Media, y ha sobrevivido hasta el día de hoy en algunos pueblos de la región. Son uno de los más claros ejemplos de democracia popular, ya que pueden participar todos los vecinos. Solían reunirse alrededor de un árbol, en los soportales de la iglesia, en una plaza o en una casa de concejo a la salida de la misa. Atendían los asuntos comunales, y todo lo que podía afectar al pueblo de forma más inmediata. Han sido muy bien estudiados por el catedrático de Historia Moderna Laureano Rubio.

-La moneda de la Corona Leonesa: Con Fernando II, a León le correspondió la gloria de acuñar las primeras monedas de oro cristianas de la Península y de toda Europa occidental. Como es lógico, las monedas leonesas eran totalmente diferentes de las castellanas tanto en su aspecto externo como en su sistema de valores. Cuando se unen ambas Coronas, cada una mantuvo su propia moneda hasta las reformas del año 1265 de Alfonso X. Aún así, el maravedí leonés (o “longo”) continuó teniendo un valor distinto al del maravedí castellano (o “curto”) hasta el siglo XIV. Por si fuera poco, en la Corona de León la moneda portuguesa circulaba con valor legal, y lo mismo ocurría en Portugal con la moneda leonesa, ya que ésta fue moneda oficial en varias regiones lusas. Estos y otros aspectos de la moneda leonesa fueron estudiados por la fallecida Mercedes Rueda Sabater, aunque en realidad todavía hoy está casi todo por hacer.

-Mapas: Como muy bien señaló el periodista Emilio Gancedo en la Revista del Diario de León del 31 de octubre de 2004, no hay ni un solo mapa general de España desde el siglo XV que no incluya al Reino de León de una u otra manera. La excepción la podrían constituir algunos de los llamados portulanos, pero ello se debe a que su principal interés estaba en trazar las costas, puertos y rutas marítimas de la manera más exacta posible, por lo que prestaban poca atención a las zonas del interior. Los mapas anteriores a la segunda mitad del siglo XVII constriñen el reino a la actual provincia de León, y la mitad norte de Zamora, mientras que a partir de esa fecha prácticamente todos lo extenderán a Salamanca, Zamora, León, y la mitad occidental de las provincias de Valladolid y Palencia. Aunque que la división provincial de 1833 dejaba al margen a estas últimas dos provincias, en muchos de los mapas del siglo XIX continúan apareciendo.-Los símbolos del Reino y la proclamación de los reyes: A pesar de la creación del escudo cuartelado de castillos y leones, no será raro encontrárnoslo en diversos lugares del Viejo Reino con el león situado en el primer cuartel, que es el predominante. El símbolo de nuestro reino aparece esporádicamente en solitario en algunas representaciones, como en la fachada Oeste de la Catedral, o en las plasmaciones artísticas del cortejo fúnebre de Carlos I de España y V de Alemania. Por otra parte, sabemos que se enarbolaba el pendón de la ciudad de León con ocasión de la proclamación de los reyes hasta la época de Isabel II (s.XIX): cabe destacar esta ceremonia, ya que dentro de la Corona de Castilla, tan sólo Galicia y León tenían el privilegio de tremolar su propio pendón en lugar del real de Castilla.León también dejó clara su personalidad en múltiples ocasiones tras la caída del Antiguo Régimen, como en la Guerra de Independencia, en la I República, en la división provincial llevada a cabo en 1833, en las guerras carlistas, etc., pero todo ello será materia de otro artículo.

Ricardo Chao Prieto.Ldo. en Historia.

sábado, diciembre 10, 2005