¿Por qué se identifica erróneamente a León como Castilla?
El año 1230
Después de los distintos avatares de la historia, llegamos al tan aclamado año 1230. En esta fecha, ambos reinos, León y Castilla, tras la muerte del rey leonés Alfonso IX se unen dinásticamente bajo la figura de Fernando III, conocido como el Santo. Este hecho no supuso la desaparición inmediata del reino de León. En realidad, el reino de León consiguió mantener sus símbolos y buena parte de las estructuras administrativas, sociales y económicas de los tiempos medievales como: el Adelantamiento del Reino de León, la Hermandad del Reino de León, la Merindad Mayor del Reino de León, el sistema concejil, etcétera. Un ejemplo de ello fue la celebración de Cortes por separado, incluso aunque se convocaran en la misma ciudad, como así sucedió en las Cortes de Valladolid en 1293, donde leoneses y castellanos parlamentaron sus asuntos de manera independiente. En consecuencia, la famosa unión de 1230 no supuso el fin del reino de León como entidad.
¿Es la fecha de 1230 el origen de esta confusión? Para responder a esta pregunta, hay que tener en cuenta que este hecho histórico afecta por igual a extremeños, asturianos y gallegos, por lo que un leonés es tan castellano como pueda serlo cualquiera de ellos. Parece ser que las identidades de estos pueblos no se ven afectadas por esta circunstancia, pues hoy en día resulta muy difícil encontrar un ejemplo donde a alguien de Orense o de Oviedo se les llame castellanos. De este modo, podríamos concluir que, en principio, no está en Fernando III, rey de Castilla y de León, el origen de esta confusión.
El Reino de León en la Edad Moderna
Durante la Edad Moderna, el Reino de León, como parte de la Corona de Castilla (y de León), mantuvo una identidad histórica y territorial reconocible, aunque su administración estuviera integrada en una estructura más amplia como era la de la Monarquía Hispánica. Muestra de ello son los ejemplos cartográficos de aquella época, donde el Reino de León suele aparecer claramente delimitado dentro de la Corona de Castilla y de León.
Entre los ejemplos más destacados encontramos el Atlas Nacional de España de Tomás López (siglo XVIII), con las provincias de León, Zamora y Salamanca, con unas fronteras claramente delineadas, incluidas dentro del Reino de León. ¿Hubo confusión durante la Edad Moderna? Tenemos ejemplos para comprobar que la reminiscencia del Viejo Reino seguía vigente y, aunque inmerso en una estructura superior, diferentes cartógrafos reflejaron esta identidad territorial en sus mapas.
Edad Contemporánea
Avanzando en el tiempo, llegamos a la Edad Contemporánea y encontramos una división territorial de España que supuso una transformación significativa para el antiguo Reino de León, el decreto de Javier de Burgos de 1833. Esta división territorial fragmentó el Estado en provincias bajo una estructura centralizada. Esta reforma fue parte de un esfuerzo más amplio para modernizar y racionalizar la administración en España, promoviendo una mayor uniformidad y centralización del poder estatal. A pesar de ello, la identidad territorial leonesa no se diluyó en la nueva configuración territorial pues, aunque las regiones aparecerían de manera prácticamente testimonial, las actuales provincias de León, Salamanca y Zamora se incluyeron dentro de la región histórica de León.
Por lo tanto, la transcendental división territorial de Javier de Burgos —con una división provincial todavía vigente— tampoco parece indicar que supusiera el origen de la confusión actual entre lo leonés y lo castellano. Al menos, no parece recoger este fenómeno en la cartografía o el desarrollo legislativo del Estado. Y algo que tampoco parece cambiara ya en pleno siglo XX, con el Tribunal de Garantías Constitucionales de la Segunda República, donde la elección de los vocales es por regiones, siendo León una de ellas, incluyendo las provincias de Salamanca, Zamora y León.
La Generación del 98
Tratando la época de finales del siglo XIX y principios XX, cabe hacer un inciso. Hubo una generación de escritores e intelectuales que, ante el Desastre del 98, tuvo una respuesta a la crisis moral, política y social que se abrió en España tras la pérdida de las últimas colonias en 1898. A estas personalidades se las conoció como la Generación del 98 y, a través de su literatura y filosofía, redefinieron y exaltaron a Castilla como el núcleo de la identidad española, usando su paisaje y cultura para simbolizar la esencia de la nación. Autores como Miguel de Unamuno, Azorín y Antonio Machado exaltaron los paisajes castellanos en sus obras, describiendo la Meseta con sus amplias llanuras y horizontes abiertos como el reflejo del alma española.
Para ellos, el paisaje castellano simbolizaba la sobriedad, la resistencia y la reflexión, cualidades que consideraban inherentes al carácter español. De esta forma, las descripciones del paisaje castellano en la literatura de la Generación del 98 ayudaron a consolidar la asimilación entre Castilla y la Meseta. Una concepción errónea, a mi modo de entender, pues Castilla es mucho más que la Meseta, y la Meseta es mucho más que Castilla, pues también es León. Algo que se puede ver reflejado en la toponimia, sistema de poblamiento, lengua y costumbres.
La Transición de 1978
Una vez llegada la etapa de la Transición, después de casi 40 años de dictadura, se abrió en España un nuevo proceso democrático que implicó profundos cambios territoriales, la creación de las autonomías. Para el caso leonés, después de verse truncado su propio proceso autonómico, supuso la creación de la comunidad autónoma de Castilla y León en 1983, uniendo administrativamente estas dos regiones, León y parte de Castilla la Vieja. ¿Puede estar aquí el origen de la actual confusión entre León y Castilla? Es más... ¿Puede significar este hecho la invisibilización de León en muchos casos?
Esta fusión se realizó en un contexto donde se buscaba una reorganización territorial que favoreciera la descentralización y la autonomía regional. Sin embargo, este proceso no siempre reflejó las identidades, voluntades y sensibilidades de los territorios, como es el caso de León. En la creación de Castilla y León no primó una voluntad democrática, sino que se adujeron unas supuestas “razones de Estado”, creando una gran administración territorial en el centro para contrarrestar a los nacionalismos periféricos. Esta fue la principal justificación que se vertió en su día y podía haberse quedado ahí; pero no, una vez constituida la autonomía, esto no pareció suficiente.
Así, fue preciso inventar una historia que lo hiciese –había que convencer a la población de que en la razón de ser de la autonomía de Castilla y León tenía una justificación histórica– ello permitiría utilizar términos como 'castellano', 'castellanoleonés', 'castellano-leonés', 'Castilla-León', 'Las dos Castillas', u otros similares, pretendidamente “sin incurrir en ninguna aberración”.
En lo que respecta al trato de la identidad leonesa, aquí está el error gravísimo que se cometió, porque en este proceso primó el imaginario de Castilla, invisibilizando a León y su historia, cultura e idiosincrasia, porque ello podía suponer una fisura irreparable en el futuro del ente territorial. ¿Por qué León es la única región histórica que se quedó sin su comunidad autónoma propia?
El presentismo de las autonomías
Llegados a este punto, cabe señalar que las comunidades autónomas, medios de comunicación y el nivel de conocimiento histórico en general de la población, están movidos por el presentismo: entendiendo por esto la costumbre de trasladar al pasado los marcos administrativos del presente. De esta manera, cada autonomía fue creando una historia a su conveniencia, interpretando el pasado, distorsionando la realidad histórica y creando una narrativa que sirviera a los intereses contemporáneos. Cada una de ellas buscaba justificarse.
Por ello, la forzosa unión de Castilla y León –a partir de dos realidades distintas, la leonesa y la castellana– ha tenido entre sus cometidos crear una nueva identidad que, en la mayoría de los casos, ha ido encaminada a invisibilizar lo leonés y, cuando no, a negarlo directamente. Muestra de ello es que, en la enseñanza de la Historia, a pesar de la importancia que tuvo el Reino de León, apenas se enseña en las escuelas. O lo poco que se explica su herencia en costumbres, toponimia, cultura o lengua.
La situación actual de confusión entre León y Castilla, a pesar de tener matices históricos, parece ser el resultado de decisiones administrativas y reinterpretaciones políticas actuales derivadas de la creación de la autonomía de Castilla y León en 1983. Esto, junto al presentismo que reina en la actualidad –trasladando al pasado los marcos actuales– supone un lastre para que el País Leonés sea una identidad regional reconocida, respetada y conocida por el conjunto de la ciudadanía española. Prueba de ello, es que las identidades gallegas, asturianas o extremeñas no sufren de esta confusión a pesar de compartir una historia en común con León.
Y podemos ir más allá en la actualidad. ¿Cómo se les conoce a los habitantes de Cantabria o a La Rioja? ¿Se les llama castellanos en los medios de comunicación?
Preguntas que se contestan solas.
Conclusión
En conclusión, la diversidad cultural en España es uno de sus tesoros más valiosos, reflejo de su rica historia y de la confluencia de múltiples tradiciones y lenguas. Lejos de ser un obstáculo, estas diferencias regionales enriquecen el tejido social y cultural del país. Cada territorio aporta su propio legado de festividades, gastronomía, lenguas, dialectos y costumbres, siendo una herencia para promocionar y conservar.
Por ello, reconocer y valorar las identidades regionales, como la leonesa, es fundamental para fomentar un sentido de pertenencia y cohesión. Una circunstancia que no se ha respetado dentro de la autonomía de Castilla y León. Un motivo más para que el País Leonés reclame su propio encaje dentro de España, siendo la comunidad autónoma número 18.