Ante el Milenario de Castilla (943-1943): meditaciones histórico-políticas
LUGARES SANTOS DEL MILENARIO DE CASTILLA
VIVIMOS orgullosamente los días del Milenario de Castilla. No ya por castellanos; como simples españoles, la fecha es fecha de todos. Castilla abarca en sí, capitalizados, los más entrañables resortes de la hispanidad, del ser español. Por otra parte, la radiante belleza de su epopeya fascina y vivifica. Sorprende, en efecto, esa maravillosa sincronización política y literaria de Castilla, que, al darnos con pródiga generosidad sus primeros héroes, nos entrega tras ellos los primeros monumentos poéticos del habla que se echó a andar por la meseta con los héroes. Castilla «la gentil» es para el juglar cidiano. Castilla «la preciada» es el requiebro filial del anónimo monje de San Pedro de Arlanza, cuando imagina y canta las hazañas del conde Fundador. Y ¡con qué tierna galanura, con qué resalte de ingenua ufanía exclama el poeta al contemplar el rotundo paisaje castellano!:
Pero de toda Espanna, Castilla es lo meior,
porque fué de los otros el comienzo maior.
Y aun Castilla la Vieia, al mi entendimiento,
meior es que lo al, porque fué el cimiento.
Castilla, efectivamente, cimiento de España, celebra sus bodas milenarias con la Historia y con la Poesía. Porque el conde Fernán González, suprema evocación del Milenario, adelanta su caballo y su azor como el más fragante emblema poético de sus victorias.
Quiso Ortega y Gasset, con fértil atisbo, simbolizar en el galgo y en el chopo la esencia del paisaje castellano, y con el paisaje el alma de Castilla. Yo contrapongo en la misma línea el caballo y el azor condales. El caballo, en marcha hacia infinitas rutas; el azor, pugnando por hundirse en el azul del cielo: horizontal y vertical que marcan el paso egregio de Castilla bajo su arco de mil años.
Muy largo es este tiempo para que una tierra de germen castrense y batallador como la primitiva marca burgalesa haya podido comenzar las sagradas reliquias de su origen. Siempre que desde el tren desfila ante nuestros ojos Burgos, con sus torres góticas, con sus centenares de miles de chopos y álamos a lo largo del Arlanzón, sentimos que la vieja Cabeza de Castilla, toda vértice y unidad, no ostente sobre el cerro que la protege el más esbelto de los castillos españoles. Aquella fortaleza, donde morara el conde Fundador, cumplió, según creo, su último acto de servicio frente a las huestes de Napoleón. ¿Qué mejor fecha que la celebración del Milenario para levantar esas heroicas ruinas?
Unas leguas al Sur de la capital, otras ruinas ilustres pregonan el poderío del conde: la fortaleza de Lara, cabeza de su alfoz, donde el Héroe, joven todavía, viviera al lado de su madre, la mujer prudente y fuerte Muniadona. Lara, en la cuenca del Arlanza, sabedor de romances, había sido fundada sobre las piedras de un castro romano por el padre de Fernán González. Sobre aquella prominencia, desde donde divisa buena parte de su señorío—Lerma, Salas de los Infantes, Barbadillo, Carazo, Silos. Almenar—, ¡cuántas veces reuniría a sus infanzones! Y, juntos, ante la animadversión de la Corte leonesa, lamentarían sus cuitas según expone la crónica con emoción balbuciente: «¡Ay, Dios! ¡Cómo somos omes de fuerte ventura! Ca por nuestros pecados non quieres tú que salgamos de premia e de cueita, mas quieres que seamos nos e toda nuestra natura siempre siervos. De más todos los de Espanna nos desaman mucho, sin guisa, et non sabemos a quién decir nuestra cueita sinon a ti, Sennor.»
Cuenta igualmente la crónica que reposando el conde una noche en el Monasterio de San Pedro de Arlanza, por él fundado y dotado, oyó en sueños una voz que le decía: «¿Duermes, Castiella? Levántate et vete para tu companna, ca Dios te a otorgado quantol demandaste.»
Así, entre perfiles de honda y ruda inspiración religiosa, la gesta del Héroe mece la cuna de Castilla.
Tras de una vida andariega y batallona, trascendida en mito legendario, la muerte del conde soberano de Castilla fué llorada por sus vasallos con grandes señales de duelo. Por orden expresa suya, su cuerpo fué sepultado, junto al de su esposa doña Sancha, en el Monasterio de Arlanza. Ambos sarcófagos—que hoy todavía se conservan—quedaron por entonces depositados fuera del templo. Más adelante se les trasladó al interior, bajo el crucero de la iglesia. A lo largo de los siglos, y conforme las obras de reparación del templo lo requerían, los sepulcros ocuparon diversos lugares dentro de su recinto. La incuria y las vicisitudes de nuestro siglo XIX, que tantos monumentos artístico-religiosos convirtió en cuarteles cuando no en ruinas, dejaron en el más completo abandono aquellos muros triplemente sagrados para la Iglesia, para el Arte y para la Historia. El Monasterio de Arlanza desapareció.
A ocho kilómetros de la venerable abadía se alza Covarrubias, antigua corte del Condado. Y el 14 de febrero de 1841, hace poco más de un siglo, los dos insignes sarcófagos, de románicas piedras desgastadas, cargados en una carreta de bueyes, fueron llevados a la villa. La Colegiata de Covarrubias acogió desde esa fecha las preciadísimas reliquias. Fueron entonces depositadas, tras las ceremonias litúrgicas, en el presbiterio del templo colegial, al lado del Evangelio, junto al arco-solio sepulcral donde yacen los restos de don García Alonso de Cuevas, capellán del rey don Juan II.
En el mes de marzo de 1941, una orden del ministro de Educación Nacional, señor Ibáñez Martín, dispuso el traslado—ya definitivo—de los restos del Fundador, primer conde soberano de Castilla, y de su mujer, a una de las capillas de la Colegiata.
Covarrubias y su Concejo se honran en ser los leales custodios de tan sagrado tesoro. Y el Torreón de Fernán González—parte integrante del propio palacio heredado de su madre—monta todavía en guardia en la villa burgalesa, con sus cuatro muros abiertos a todos los horizontes de Castilla.
El Milenario entraña una justicia histórica, reparadora de siglos, hoy que España, tomando por suyo el emblema del caballo y el azor, clava su vista en el futuro, sin olvidar las grandes lecciones y gestas del pasado.
El espíritu anima estos lugares santos del nacimiento de Castilla, a quien todos los españoles debemos la fuerza unificadora y conquistadora que culminó en el Imperio. Porque eso es la Castilla milenaria: vértice de unidad, irradiando a los treinta y dos rumbos de la rosa de los vientos. En el medio de España, para llorar mejor sus penas, para nutrir mejor sus ímpetus, para aguzar mejor su sed de porvenir.
LOPE MATEO
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