Revista FUERZA NUEVA, nº 574, 7-Ene-1978
El Escorial: termitas físicas y termitas espirituales
Rafael Gambra
Bajo el título “Las tres construcciones del Escorial”, el agustino padre Gabriel del Estal escribe un documentado artículo en el “ABC” dominical del 18 de diciembre último (1977).
Sus dos primeras partes son bellas e inteligentes; están seguramente escritas antes de la demencia colectiva que nos invade.
“El año 1563 -nos dice- es clave en la historia de Europa. Hasta entonces ha formado un universo político religioso. (…) Europa, Occidente y Cristiandad se funden en ese universo político-religioso en la noche de Navidad del año 800, con la coronación imperial de Carlomagno en Roma. El Sacro Romano Imperio se conforma aquí (…) En aquella universalidad coherente, presidida por Carlomagno y Otón, hay antagonismos, no hostilidades, como ocurrió ya entre las 158 polis de la universalidad helénica, rivales -pero no hostiles- por ejercer la hegemonía.
El universo compacto de Occidente se fraccionará al cabo con el brote político de las nacionalidades, a fines del siglo XV, y con la escisión luterana a principios del XVI. Ese universo político-religioso anterior se transforma ahora en pluriverso. Sobre las ruinas del universo roto amanece la Edad Moderna. Trento y el Escorial son un glorioso empeño por impedir que la escisión se consolide. Pero tanto el credo religioso como la conciencia política se rompen. Europa será ahora un pluriverso de comuniones y rivalidades. No hay antagonismo entre ellas; hay hostilidad: guerras de religiones excluyentes, guerras de poderíos excluyentes (…). El Escorial -al concluir en 1563 las sesiones de Trento- se eleva con arquitectura de futuro, como respuesta de universalidad frente al pluriverso consumado. El Escorial nace como respuesta, como símbolo viviente de unidad (…).
El Escorial es nuestro proyecto sugestivo de vida en común (…). Felipe II recogió el guante del desafío desintegrador de Europa, lanzado a este unamuniano “pueblo de teólogos” que entonces era España (…). Felipe II es el gran arquitecto que pudo tener y no mereció Europa. Construye en el Escorial el credo unitario de su universalidad perdida. La Paz de Westfalia en 1648 dará fe del pluriverso consagrado…”
En 1671, y durante dos semanas, el monasterio es presa de un terrible incendio en el que se pierden tesoros y documentos incalculables. Sin embargo, la fe de Mariana de Austria, reina regente, y del joven rey Carlos II restauran con grandes esfuerzos lo que era a la vez símbolo sagrado y monumento artístico. El Escorial seguirá elevándose como esperanza de reconstrucción moral de Europa en el centro de España.
En 1940, acabada nuestra Guerra de Liberación, un nuevo enemigo agazapado amenaza con derruir la masa ingente del Escorial. Son las termitas que hacen presa en el entramado de madera de sus techumbres. Es entonces necesaria una pacientísima labor, que ahora (1978) concluye, para salvar la integridad estable del edificio. Es la segunda reconstrucción del Escorial.
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A partir de este momento comienzan las extrañas y “aggiornadas” afirmaciones de nuestro articulista, testimonio de la “profundidad” de fe y de inspiración de sus anteriores asertos.
“Ahora (1978) el Escorial -nos dice-vuelve a presentarse ante Europa con su mensaje alboral de fe compacta. Europa, Occidente, la Cristiandad piensan en la unificación para pervivir. Parece que su universalidad no ha muerto (…). Tres hitos institucionales marcan su nueva conformación: el Consejo de Europa creado en 1949 (España hace el número 20 de sus miembros desde 1977), el Mercado Común firmado en Roma en 1957 (España aspira a ser el miembro número 10 al 13), y el Concilio Ecuménico Vaticano II, clausurado en 1965. (España ha hecho efectivas ya todas sus disposiciones)”.
(Sin duda -comentamos nosotros-, España hace efectiva esa obediencia al Concilio en el proyecto actual de Constitución (1978), en el que -sin protesta eclesiástica visible- no sólo se consuma la pérdida de su unidad católica y de la confesionalidad de su Estado, sino que ni siquiera se menciona la Iglesia católica ni aun como recuerdo histórico ni se nombra en ningún momento el Santo Nombre de Dios).
El Escorial hubiera resistido el ser destruido por las llamas o por las termitas. Como a la Invencible, Felipe II no lo elevó para combatir a los elementos. Sus ruinas seguirían siendo testimonio de fe y de esperanza.
Lo que no puede soportar el alma de Felipe II ni la lealtad española -ni quizá la furia de Dios- es a estas termitas espirituales que pretenden confundir y enlodar la memoria de nuestro pasado y el nombre de nuestros mayores. La Armada Invencible pudo perecer por la acción de los elementos o por una derrota militar; pero sólo sería un baldón en la historia si sus miembros se hubieran pasado al enemigo y se hubieran hecho protestantes.
¿El Escorial, símbolo hoy (1978) de los organismos laicistas y masónicos que presiden a la Europa actual? ¿El Escorial, símbolo de la protestantización ecumenista de la Iglesia que padecemos? Sin duda, la lucha contra estas nuevas termitas será mucho más costosa que la reparación del incendio o del ataque termítico de los últimos decenios. Pero no dudemos de que el espíritu del Escorial triunfará porque la victoria final será siempre de Dios.
Rafael GAMBRA