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Fábula para comprender el misterio del dinero
por Louis
Even
1. Salvados del naufragio
Una explosión ha
destruido su barco. Cada uno se agarra a las primeras piezas flotantes que
logra alcanzar. Cinco consiguen reunirse sobre unos restos del naufragio que
quedan a merced de las olas. De los otros compañeros de viaje, ninguna noticia.
Hace horas, largas
horas, que miran al horizonte: ¿algún barco podría socorrerlos? ¿Encallara su
balsa en alguna playa hospitalaria?
De repente se oye
un grito: ¡Tierra! ¡Tierra allá, vean! ¡Justo en la dirección en la cual nos
empujan las olas!
Y a medida que se
dibuja, en efecto, la línea de una orilla, las caras se despejan. Ellos son
cinco:
Francisco,
carpintero grande y vigoroso, es quien primero gritó ¡Tierra!
Pablo, cultivador;
es el que ustedes ven arrodillado a la izquierda, una mano al suelo y la otra
agarrada a la estaca de la balsa.
Jaime,
especializado en la cría de animales: es el hombre con pantalones rayados
quien, arrodillado al suelo, mira en la dirección indicada.
Enrique, agrónomo y
horticultor, algo corpulento, está sentado sobre una maleta salvada del
naufragio.
Tomás, geólogo, es
el tipo que está de pie detrás, con una mano sobre la espalda del carpintero.
2. Una isla providencial
Volver a poner los pies
sobre una tierra firme, esto es para nuestros hombres un retorno a la vida.
Una vez secados,
recalentados, su primer objetivo es el de conocer esta isla en la cual han sido
arrojados, lejos de la civilización. A la cual ellos bautizan “
Una rápida visita
de la isla colma sus esperanzas. La isla no es un árido desierto. Ellos son,
por cierto, los únicos hombres que la habitan actualmente. Pero otros han
debido vivir aquí antes que ellos, a juzgar por los residuos de rebaños medio
salvajes que han encontrado aquí y allá. Jaime, el ganadero, afirma que podrá
mejorarlos y sacar un buen rendimiento de ellos.
En cuanto al
suelo de la isla, Pablo lo encuentra en gran parte adecuado para el cultivo.
Enrique ha
descubierto árboles frutales, de los cuales espera poder sacar gran provecho.
Francisco ha notado
sobretodo bellas extensiones forestales, ricas en maderas de toda especie: será
un juego cortar árboles y construir casas para la pequeña colonia.
En cuanto a Tomás,
el geólogo, lo que le ha interesado, es la parte más rocosa de la isla. Ha
notado allí varios signos indicando un subsuelo rico en minerales. A pesar de
la ausencia de herramientas perfeccionadas, Tomás se cree con bastante
iniciativa y astucia para transformar el mineral en metales útiles.
Así pues cada uno
podrá entregarse a sus ocupaciones favoritas, para el bien de todos. Todos son
unánimes para alabar a
3. Las verdaderas riquezas
Ahí tenemos
nuestros hombres manos a la obra. Las casas y los muebles proceden del trabajo
del carpintero. Al inicio, cada uno se contentaba con comida primitiva. Pero
luego los campos producen y el cultivador tiene cosechas.
A medida que las
estaciones se suceden, el patrimonio de
La vida no es
siempre tan dulce como ellos lo desearían. A ellos les faltan muchas cosas a
las cuales estaban acostumbrados en la civilización. Pero su suerte podría ser
mucho más triste.
De todas maneras ya
han conocido tiempos de crisis en su país. Se acuerdan de las privaciones
padecidas, mientras las tiendas estaban repletas a diez pasos de su puerta. Al
menos, en
Si el trabajo es a
veces duro, por lo menos se tiene el derecho de gozar de los frutos de su
trabajo.
En definitiva, se
explota la isla bendiciendo a Dios, esperando que un día se podrá encontrar de
nuevo parientes y amigos, con dos grandes bienes conservados, la vida y la
salud.
4. Un gran inconveniente
Nuestros hombres se
reúnen frecuentemente para hablar de sus quehaceres.
En el sistema
económico muy simplificado que ellos practican, una cosa les molesta cada vez
más: no tienen ningún tipo de moneda.
El trueque, el
intercambio directo de productos con productos, tiene sus inconvenientes. Los
productos a intercambiar no están siempre frente a frente al mismo tiempo. Por
ejemplo, madera entregada al cultivador en invierno no podrá ser reembolsada en
legumbres antes de seis meses.
A veces se trata
además de un artículo grande entregado en una vez por uno de los hombres, el
cual quisiera en intercambio diferentes cosas pequeñas producidas por los
demás, en épocas diferentes.
Todo esto complica
los negocios. Si hubiera dinero en circulación, cada uno vendería sus productos
a los demás por dinero. Y con el dinero recibido, él compraría a los demás las
cosas que quisiera, cuando quisiera y a condición que estuvieran allí.
Todos reconocen la
gran comodidad que constituiría para ellos un sistema monetario. Pero ninguno
de ellos sabe cómo establecer tal sistema. Han aprendido a producir la
verdadera riqueza, las cosas. Pero no saben hacer los signos, el dinero.
Ignoran cómo
comienza el dinero, y cómo hacerlo comenzar cuando no existe, cuando de común
acuerdo se decide obtenerlo. También muchos hombres instruidos se verían en un
aprieto; todos nuestros gobiernos se han visto así durante diez años antes de
la guerra. Sólo que faltara el dinero al país, y el gobierno quedaría
paralizado ante este problema.
5. Llegada de un refugiado
Una tarde, mientras
nuestros hombres, sentados en la orilla del mar, machacan este problema por
centésima vez, ven de pronto acercarse una barca remada por un solo hombre.
Se apresuran a
ayudar al nuevo náufrago. Se le ofrecen los primeros cuidados y se cambian
impresiones. El habla español. Su nombre es Martín.
Felices de tener un
compañero de más, nuestros cinco hombres le acogen con calor y le hacen visitar
la colonia.
— “Aunque perdidos
lejos del resto del mundo, le dicen, no tenemos por qué quejarnos. La tierra
produce bien; el bosque también. Una sola cosa nos hace falta: no tenemos
moneda para facilitar los intercambios de nuestros productos.”
— “Bendigan la
suerte que me trae aquí, contesta Martín. El dinero no tiene misterios para mí.
Yo soy banquero, y puedo instalarles en poco tiempo un sistema monetario que
les dará satisfacción.”
¡Un banquero!...
¡Un banquero!... Un ángel venido derecho del cielo no habría despertado más
reverencia. ¿No se tiene por costumbre, en país civilizado, el inclinarse
delante de los banqueros, quienes controlan las pulsaciones de las finanzas?
6. El dios de la civilización
— “Señor Martín, ya
que usted es banquero, usted no trabajará en la isla. Usted sólo se ocupará de
nuestro dinero.”
— “Me encargaré,
como todo banquero, de forjar la prosperidad común.”
— “Señor Martín, se
le construirá una casa digna de usted Mientras tanto, se puede instalar en el
edificio que sirve para nuestras reuniones públicas.”
— “Muy bien, mis
amigos. Pero empecemos por descargar de la barca las cosas que he podido salvar
en el naufragio: una pequeña prensa, papel y accesorios, y sobretodo un pequeño
barril que procurarán tratar con sumo cuidado.”
Se descarga el
conjunto. El pequeño barril intriga la curiosidad de nuestros buenos hombres.
— “Este barril,
declara Martín, es un tesoro sin igual. ¡Esta lleno de oro!”
¡Lleno de oro!
Cinco almas casi se escaparon de cinco cuerpos. ¡Figúrese: el dios de la
civilización entrado en
— “¡Oro! ¡Señor
Martín, verdadero gran banquero! Le saludamos respetuosamente y le prestamos
nuestros juramentos de fidelidad.”
— “Oro para todo un
continente, amigos míos. Pero no es el oro que va a circular. Hace falta
esconder el oro: el oro es el alma de todo dinero sano. El alma debe quedar
invisible. Les explicaré todo esto cuando les dé dinero.
7. Un entierro sin testigo
Antes de separarse
por la noche, Martín les pone una última pregunta:
— “¿Cuánto dinero
les haría falta en la isla para empezar, para que los intercambios marchen
bien?”
Se miran unos a
otros. Se consulta humildemente al propio Martín. Con las sugestiones del
benévolo banquero, se conviene que 200 dólares cada uno parecen suficientes
para empezar. Cita fijada par el día siguiente a la noche.
Los hombres se
retiran, intercambian reflexiones conmovidas, se acuestan tarde, no pueden
dormir hasta la mañana, después de haber soñado oro largo tiempo con los ojos
abiertos.
Martín, él, no
pierde tiempo. Olvida su cansancio para no pensar más que en su porvenir de
banquero. Aprovechando la mañanita, cava un hoyo, hace rodar su barril, lo
cubre de tierra, lo disimula bajo matas de hierba cuidadosamente colocadas,
transplanta inclusive un pequeño arbusto para ocultar toda huella.
Después, pone en
marcha su pequeña prensa, para imprimir 1000 billetes de 1 dólar. Viendo salir
los billetes, nuevecitos, de su prensa, sueña por dentro:
— “¡Cómo son
fáciles de hacer, estos billetes! Sacan su valor de los productos que servirán
para comprar. Sin productos, los billetes no valdrían nada. Mis cinco clientes
tontos no piensan en esto. Creen que es el oro que garantiza el dinero. ¡Los
tengo amarrados por su ignorancia!”
Por la noche, los
cinco llegan corriendo cerca de Martín.
8. ¿Para quien será el dinero?
Cinco fajos de
billetes están ahí, sobre la mesa.
— “Antes de
distribuirles este dinero, dice el banquero, hace falta entenderse.”
“El dinero está
basado en el oro. El oro, colocado en la bóveda de mi banco, me pertenece. En
consecuencia, el dinero es mío... ¡Oh, no estén tristes! Voy a prestarles este
dinero, y ustedes lo emplearán a su antojo. Mientras tanto, les cargo solamente
el interés. Dada la rareza del dinero en
— “En efecto, Señor
Martín, usted. es muy generoso.”
— “Un último punto,
amigos míos. Los negocios son los negocios, inclusive entre los mejores amigos.
Antes de cobrar su dinero, cada uno de ustedes va a firmar este documento: es
el compromiso por parte de cada uno de ustedes de reembolsar capital e
intereses, bajo pena de confiscación por mí de sus propiedades. ¡Oh, simple
garantía! No tengo ningún interés de quedarme jamás con sus propiedades, me
contento con el dinero. Estoy seguro que conservarán sus bienes y que me
devolverán el dinero.”
— “Esto está lleno
de buen sentido, Señor Martín. Vamos a redoblar los esfuerzos en el trabajo y
se lo devolveremos todo.”
— “Eso es. Vuelvan
a verme cada vez que tengan problemas. El banquero es el mejor amigo de todo el
mundo... Muy bien, aquí tienen para cada uno sus 200 dólares.”
Y nuestros cinco
hombres se van encantados, las manos y la cabeza llenas de dinero.
9. Un problema de aritmética
El dinero de Martín
ha circulado en
No obstante, el
geólogo está inquieto. Sus productos están todavía bajo tierra. No tiene más
que algunos dólares en su bolsillo. ¿Cómo reembolsar al banquero en el plazo
que se acerca?
Después de haberse
roto la cabeza mucho tiempo ante su problema individual, Tomás lo trata
socialmente:
“Considerando la
población entera de la isla, piensa él, ¿somos capaces de cumplir con nuestros
compromisos? Martín ha hecho una suma total de 1000 dólares. Y nos reclama un
total de 1080 dólares.
Inclusive si
reuniéramos todo el dinero de la isla para llevárselo, esto haría 1000 y no
1080. Nadie ha hecho los 80 dólares de más.
Hacemos cosas, no
dinero. Martín podrá entonces quedarse con toda la isla, porque todos juntos no
podemos reembolsar capital e intereses.
“Si los que
tienen posibilidad devuelven su parte de dinero sin preocuparse de los demás,
algunos van a caer enseguida, y otros van a sobrevivir. Pero les tocará su
turno y el banquero se quedará con todo. Más vale unirse enseguida y tratar
este asunto socialmente.”
Tomás no tiene
dificultad para convencer a los demás de que Martín les ha engañado. Se ponen
de acuerdo para una cita general en casa del banquero.
10. Benevolencia del banquero
Martín adivina su
estado de ánimo, pero hace buena cara. El impulsivo Francisco presenta el caso:
— “¿Cómo podemos
devolverle 1080 dólares cuando no hay más de 1000 dólares en toda la isla?”
— “Es el interés,
mis buenos amigos. ¿Su producción no ha aumentado?”
— “Sí, pero el
dinero, él, no ha aumentado. Y es precisamente dinero que usted reclama, y no
productos. Sólo usted puede hacer dinero. Ahora bien, usted no hace más que
1000 dólares y pide 1080 dólares. ¡Es imposible!”
— “Esperen, amigos
míos. Los banqueros se adoptan siempre a las condiciones, para el mayor bien
del público... No voy a pedir más que el interés. Nada más que 80 dólares.
Seguirán guardando el capital.”
— “¿Usted perdona
nuestra deuda?”
— “Eso sí que no.
Lo siento, pero un banquero nunca perdona una deuda. Ustedes me deberán todavía
todo el dinero prestado. Pero ustedes me van a devolver cada año solamente el
interés, y no voy darles prisa para que devuelvan el capital. Algunos de entre
ustedes pueden llegar a ser incapaces de pagar inclusive su interés, porque el
dinero va del uno al otro. Pero organícense ustedes en una nación, y pónganse
de acuerdo en un sistema de impuestos. Pagarán más los que tendrán más dinero,
y los otros menos. Con tal de que me traigan todos el total del interés, estaré
satisfecho y su nación se llevará bien.”
Nuestros hombres se
retiran, medio calmados, medio pensativos.
11. El éxtasis de Martín
Martín está solo.
Se concentra y llega a esta conclusión:
“Mi negocio es
bueno. Buenos trabajadores, esto hombres, pero ignorantes. Su ignorancia y su
credulidad hacen mi fuerza. Querían dinero, les puse las cadenas. Me han
cubierto de flores mientras les engañaba.
“¡Oh gran
banquero!, siento tu genio apoderarse de mi ser. Tú lo has dicho bien, oh
ilustre maestro: «Que se me conceda el control de la moneda de una nación y me
río de quien hace sus leyes. » Soy el maestro de
“Yo podría
controlar el universo. Lo que estoy haciendo aquí, yo, Martín, puedo hacerlo en
el mundo entero. Si un día salgo de este islote, sabré cómo gobernar el mundo
entero sin tener ningún cetro.”
Y toda la
estructura del sistema bancario se eleva en el espíritu encantado de Martín.
12. Crisis de vida
No obstante, la
situación empeora en
Los que pagan más
impuestos gritan contra los otros y aumentan sus precios para lograr
compensación. Los más pobres, los que no pagan impuestos, gritan contra el
costo elevado de la vida y compran menos.
La moral baja, la
alegría de vivir se pierde. No se tiene más corazón para obrar. ¿Para qué? Los
productos se venden mal; y cuando se venden, hay que pagar impuestos a Martín.
Cada uno se priva. Es la crisis. Y cada uno acusa a su vecino de faltar a la
virtud y de ser la causa de la carestía de la vida.
Un día, Enrique,
pensando en medio de sus huertos, concluye que el “progreso” traído por el
sistema monetario del banquero lo ha echado todo a perder en
Enrique decide
convencer y ganarse a sus compañeros. Comienza por Jaime. Esto se hace rápido:
“¡Eh!, dice Jaime, yo no soy un erudito; pero hace tiempo que lo siento: ¡el
sistema de ese banquero está más podrido que el estiércol de mi establo en la
última primavera!”
Todos están
convencidos, uno tras otro, y se decide una nueva entrevista con Martín.
13. En casa del forjador de cadenas
Hubo tempestad en
casa del banquero:
— “El dinero está
escaso en la isla, Señor, porque usted, nos lo retira. Se le paga, se le paga,
y se le debe todavía tanto como al inicio. Se trabaja, se hacen las tierras más
bellas, y nos encontramos peor que antes de su llegada. ¡Deuda! ¡Deuda! ¡Deuda
por encima de la cabeza!”
— “Vamos, amigos
míos, razonemos un poco. Si sus tierras son más bellas, es gracias a mí. Un
buen sistema bancario es el activo más bello de un país. Pero para
aprovecharlo, hace falta antes que nada guardar toda confianza en el banquero.
Vengan hacia mí como hacia un padre... ¿Ustedes quieren dinero? Muy bien. Mi
barril vale muchas veces mil dólares... Tomen, voy a hipotecar sus nuevas
propiedades y prestarles otra vez 1000 dólares de inmediato.”
— “¿Dos veces más
deudas? ¿Dos veces más de interés a pagar cada año, sin nunca terminar?”
— “Sí, pero les iré
prestando, a medida que ustedes aumentarán su riqueza territorial; y ustedes no
me devolverán nunca nada más que el interés. Ustedes amontonarán los préstamos;
llamarán esto deuda consolidada. Deuda que podrá aumentar de año en año. Pero
su ganancia también. Gracias a mis préstamos, desarrollarán a su país.”
— “Entonces, ¿cuanto
más produzcamos, mas será nuestra deuda total?”
— “Como en todos
los países civilizados. La deuda pública es un barómetro de la prosperidad.”
14. El lobo se come a los corderos
— “¿Es esto que
usted llama moneda sana, Señor Martín? una deuda nacional que se vuelve
necesaria y que no se puede pagar, esto no es sano, es malsano.”
— “Señores, toda
moneda sana debe ser basada en el oro y salir del banco en estado de deuda. La
deuda nacional es una buena cosa: ella coloca los gobiernos bajo la sabiduría
encarnada de los banqueros. Como banquero, yo soy una antorcha de civilización
en su isla.”
— “Señor Martín,
nosotros somos ignorantes, pero no queremos aquí esa civilización. No pediremos
ningún préstamo más de usted. Moneda sana o no, no queremos más tratos con
usted.”
— “Lo siento por
esta decisión malhábil, Señores. Pero si ustedes rompen conmigo, tengo sus
firmas. Reembólsenme inmediatamente todo, capital e intereses.”
— “Pero es
imposible, Señor. Incluso si le diéramos todo el dinero de la isla, no
quedaríamos sin deuda.”
— “¿Que puedo hacer
en eso? ¿Han firmado? ¿Sí o no? Pues bien, en virtud del reglamento de los
contratos, me apodero de todas sus propiedades empeñadas, tal como quedó
convenido entre nosotros, cuando ustedes estaban tan contentos de tenerme.
Ustedes no quieren servir de buena fe al poder supremo del dinero, pues lo
servirán a la fuerza. Continuarán explotando la isla, pero para mí y bajo mis
condiciones. Vamos. Les comunicaré mis órdenes mañana.”
15. El control de los periódicos
Martín sabe que
aquel que controla el sistema monetario de una nación controla también esta
nación. Pero él sabe también que, para mantener este control, hace falta
mantener el pueblo en la ignorancia y distraerlo en otra cosa.
Martín ha notado
que, entre los cinco insulares, dos son conservadores y tres son liberales.
Esto se nota en las conversaciones de los cinco, por la noche, sobretodo desde
que se han vueltos sus esclavos. Hay peleas entre azules y rojos.
De vez en cuando,
Enrique, el menos partidista, sugiere una fuerza en el pueblo para hacer
presión sobre los gobernantes... Fuerza peligrosa para toda dictadura.
Martín hará todo lo
posible por envenenar sus discordias políticas. Valiéndose de su pequeña
prensa, publica dos folletos semanales: “El Sol”, para los rojos; “
“El Sol” dice: Si
ustedes no son ya los dueños de su país, es a causa de estos azules atrasados,
siempre pegados a los grandes intereses.
“
Y nuestros dos
grupos políticos se pelean cada vez más, olvidando que el verdadero forjador de
cadenas, el controlador del dinero, es Martín.
16. Un resto precioso
Un día, Tomás, el
geólogo, descubre, encallada al fondo de una ensenada, a la extremidad de la
isla, y cubierta por altas hierbas, unos restos de una canoa de salvamento, sin
remos, sin otra huella de servicio que una caja bastante bien conservada.
Abre la caja:
además de ropa y algunos efectos diversos, su atención se fija sobre un
libro-álbum en bastante buen estado, titulado: Las ediciones de Primer año de
San Miguel (en francés, “Vers Demain").
"! Pero,
exclama él, aquí está lo que hubiéramos debido saber desde hace tiempo:
“El dinero no saca
de ninguna manera su valor del oro, sino de los productos que el dinero compra.
“El dinero puede
consistir en una sencilla contabilidad, los créditos pasados de una cuenta a
otra según las compras y las ventas. Además, el total del dinero debe estar en
relación con el total de la producción.
“A todo aumento de
producción debe corresponder un aumento equivalente del dinero... Nunca pagar
interés alguno sobre el dinero que nace... El progreso queda representado, no
por una deuda pública, sino por un dividendo igual para cada uno... Los precios
quedan ajustados al poder de compra por un coeficiente de los precios. El
Crédito Social...”
Tomás no aguanta
más. Se levanta y corre, con su libro, a comunicar su descubrimiento a sus
cuatro compañeros.
17. El dinero, simple contabilidad
Y Tomás, actúa como
profesor delante de una pizarra:
“He aquí, dice él,
lo que habríamos podido hacer, sin el banquero, sin oro, sin firmar ninguna
deuda.
“Abro una cuenta a
nombre de cada uno de ustedes. A la derecha, el haber, lo que aumenta la
cuenta; a la izquierda, el debe, lo que disminuye la cuenta.
“Cada uno quería
200 dólares. para empezar. De común acuerdo, decidimos escribir 200 dólares al
crédito de cada uno. Cada uno posee pues enseguida 200 dólares.
“Francisco compra
productos de Pablo, por 10 dólares. Resto 10 dólares de Francisco; le quedan
entonces 190 dólares. Añado 10 dólares a Pablo, que tiene entonces 210 dólares.
“Jaime compra a
Pablo por valor de 8 dólares. Resto 8 dólares de Jaime, a quien le quedan 192
dólares. Pablo, tiene ahora 218 dólares.
“Pablo compra
madera de Francisco, por 15 dólares. Resto 15 dólares de Pablo, al cuál le
quedan 203 dólares; añado 15 dólares a Francisco, que tiene ahora 205 dólares.
“Y así
sucesivamente; de una cuenta a la otra, exactamente como los billetes de papel
van de un bolsillo al otro.
“Si uno de nosotros
tiene necesidad de dinero para aumentar su producción, se le abre el crédito
necesario, sin interés. Él reembolsa el crédito una vez que la producción sea
vendida. Lo mismo para los trabajos públicos.
“Se aumentan
también, periódicamente, las cuentas de cada uno con una suma adicional, sin
restar a nadie, en correspondencia con el progreso social. Es el dividendo
nacional. El dinero es así un instrumento de servicio.”
18. Desesperación del banquero
Todos han
entendido. La pequeña nación se ha vuelto creditista. Al día siguiente, el
banquero Martín recibe una carta firmada por los cinco:
“Señor, usted nos
ha llenado de deudas y explotado sin ninguna necesidad. No tenemos más
necesidad de usted para regir nuestro sistema de dinero. Tendremos desde ahora
todo el dinero que nos hace falta, sin oro, sin deuda, sin ladrón. Establecemos
de inmediato en
“Si usted tiene
interés en ser reembolsado, podemos remitirle todo el dinero que usted ha hecho
por nosotros, nada más. Usted no puede reclamar lo que usted no ha hecho.”
Martín queda
desesperado. Su imperio se derrumba. Los cinco, ahora vueltos creditistas, no
hay más misterio de dinero o de crédito para ellos.
“¿Qué hacer?
¿Pedirles perdón, hacerse como uno de ellos? ¿Yo, banquero, hacer esto?... No.
Voy más bien a tratar de pasar sin ellos, viviendo apartado.”
19. Engaño descubierto
Para protegerse
contra toda reclamación futura posible, nuestros hombres han decidido hacer
firmar al banquero un documento atestando que él posee todavía todo lo que
tenía cuando vino a la isla.
He ahí inventario
general: la canoa, la pequeña prensa y... el famoso barril de oro.
Fue necesario que
Martín indique el lugar, y que se proceda a desenterrar el barril. Nuestros
hombres lo sacan del hoyo con mucho menos respeto esta vez. El Crédito Social
les ha enseñado a despreciar el fetiche oro.
El geólogo,
cargando el barril, encuentra que para ser oro esto no pesa mucho: “Dudo mucho
que este barril esté lleno de oro”, dice él.
El impulsivo
Francisco no vacila más tiempo. Un golpe de hacha y el barril echa por tierra
su contenido: de oro, ¡ni un gramo! ¡Rocas, nada más que vulgares rocas sin
valor!...
Nuestros hombres se
quedan aterrados:
— “¡Y pensar que
nos ha mistificado hasta tal punto, el miserable! ¡Que bobos hemos sido,
también, para caer en éxtasis delante de la sola palabra ORO!”
— “¡Pensar que
hemos empeñado todas nuestras propiedades por pedazos de papel basados sobre
cuatro paladas de rocas! ¡Además de ladrón mentiroso!”
— “¡Pensar que nos
hemos puesto mala cara y odiado los unos a los otros durante meses y meses por
tal engaño! ¡Qué demonio!”
Apenas Francisco
había levantado su hacha que el banquero salía corriendo hacia el bosque.
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