martes, junio 22, 2010

La necesidad del renacimiento (Luis Carretero Nieva 1917)

La necesidad del renacimiento.

Es la primordial entre todas ellas. La necesidad de reconstituir la región de Castilla la Vieja, de hacer que se relacionen entre sí sus provincias, de procurar que por los españoles en general dejen de considerarse como tipo de campos y ciudades castellanos, a campos y ciudades que no lo son, formando un juicio erróneo sobre nuestro país, confundiendo a Castilla la Vieja con la región leone­sa, no es mero capricho, sino necesidad imperiosa. La pre­tensión de que procuren agruparse para conocerse y ayu­darse mutuamente, comarcas que, por disponer de los mis­mos elementos de vida, tiene que resolver idénticos proble­mas; que sufren el mismo clima; que, por sus páramos y sus sierras, ofrecen el mismo aspecto geográfico tan dife­rente del de Campos y la Mancha; que, por sus pequeñas aldeas y sus modestísimas labranzas, tienen una economía rural común entre ellas y diferentes de las de aquellas in­mensas llanuras; pero, sobre todo, que, por haber pasado por iguales postergaciones entre sí, merecen de la nación el mismo concepto, no es en nuestro caso vano afán de restaurar retrospectivas divisiones, ni ciego empero de proclamar como mejores tiempos pasados. La adoración de la tradición por la tradición misma, el ansia de volver a trazar fronteras borradas por el tiempo y los sucesos po­líticos, que no tendrían otra finalidad que la muy pobre de decir, aquí terminan los unos y comienzan los otros, nos parece cosa baladí indigna de la menor atención. Del mismo modo, la afición de los leoneses a llamarse castellanos, nos parecería capricho inofensivo sin ulteriores consecuen­cias, si no fuese acompañada de otras circunstancias que le dan influjo sobre nuestra vida económica.

Castilla la Vieja ha de organizarse obedeciendo a la voz imperiosa de tres mandatos, que son: Primero; la defensa por los propios castellanos, utilizando cuantos medios estén a su alcance, de todos aquellos intereses que puedan en­contrarse en pleito con los de otras regiones españolas. segundo; la mutua ayuda para constituir un organismo ca­paz de combatir el atraso que, por diferentes causas, se ha apoderado de nuestro país y nos cure de esa pasividad mulsumana cuya consecuencia es no prestar la más mínima atención, ni aun apercibirnos, de la existencia de múltiples problemas de vital importancia para nuestra tierra, organis­mo que nos incita a adelantar en el camino del progreso la distancia que nos separa de aras provincias españolas. Y tercero; la necesidad de crear una institución que se ocupe de atender a la riqueza y comodidad pública, cumpliendo fines que hoy el Estado se ha apropiado, pero que no atiende; institución que cuide como cosa de su exclusiva com­petencia de todo cuanto concierne al fomento del territorio y al engrandecimiento y perfección del pueblo, recibiendo del Estado aquella parte de los recursos públicos que co­rrespondan a nuestra región, único medio de evitar des­iguales repartos en los servicios del poder central. Para esa, lo primero que tiene que hacer Castilla la Vieja, es co­nocerse a sí propia.

Necesitamos la región, porque nos hace falta defender­nos y engrandecernos, y separadamente, municipio a municipio, o provincia a provincia, carecemos de energías para lo uno y para lo otro. Si aisladamente medimos nues­tras fuerzas, el pesimismo se apodera de nuestro ánimo, pero si las sumamos, podemos concebir alguna esperanza.

Debernos explicar cuál es nuestro concepto de esa de­fensa y de ese engrandecimiento de que hablamos. Nadie negará, porque se trata de hechos consumados y varias veces repetidos, que en España hay en muchos casos opo­sición entre las necesidades de unas y otras regiones, sus­citándose continuamente litigios en los que el poder central tiene que actuar de tribunal sentenciador, influyendo mucho, muchísimo, en sus decisiones, la habilidad y entereza con que se hagan las defensas respectivas que requieren ser dirigidas por personas conocedoras del país a que se refie­ren y amantes del mismo, lo que ya es un indicio de la necesidad de esa unión regional que predicamos.

Pero hay más. Si el poder central se limitase a proceder con arreglo al mejor derecho, no haría falta más que expo­nerle, pero el poder central no puede o no suele proceder así; no acostumbra en cuestiones de índole económica a hacer otra cosa más que a favorecer el interés predominante y considera como tal al defendido por más y más fuertes elementos (poblaciones, gremios, ligas, etc.), de modo que un grupo de provincias puestas de acuerdo para apoyarse recíprocamente, disciplinadas organizadas para la acción mutua, lo mismo en sus organismos relacionados con la institución pública (Diputaciones,. Ayuntamientos, Comuni­dades de tierra, Juntas de puertos, etc.) que en los de vida absolutamente independiente como gremios, sociedades, sindicatos, etc., constituirían un sistema de fuerzas que in fluyese sobre el poder central y sus determinaciones grande y eficazmente.

Claro es, que para llegar a la formación de ese haz de fuerzas se requieren algunas condiciones, siendo la más importante de ellas que los problemas de primordial interés se presenten en términos comunes para todas las partes del conjunto, sin que haya incompatibilidad entre las aspiracio­nes respectivas en lo fundamental para la vida de cada una. Habiendo unidad o complemento reciproco entre los más importantes intereses, pueden sobrevenir transacciones mu­tuas para los secundarios en aras de los principales. Tanto más sólida será la unión entre dos países, cuando mayores y más necesarios sean las servicios que puedan recíproca­mente prestarse entre sí, con preferencia a ningún otro, o cuanto más semejantes sean estos países por sus condicio­nes naturales como clima, suelo, producciones, etc., y en las procedentes de sus vicisitudes como estado de cultura, de adelanto o de atraso, de protección o de olvido.

Si después de dicho esto volvemos la vista a Castilla la Vieja, nos encontrarnos desde luego con una porción de territorio, que apoyándose en los puertos de las sierras de Santander, se extiende por la provincia de Burgos; com­prende los Cameros y demás sierras de Logroño, Soria, siguiendo después por Segovia hasta abarcar una gran parte de la provincia de Ávila, conteniendo comarcas, cuya semejanza, que no puede ser más completa, indica sin el menor genero de duda, que son ellas las que constituyen el núcleo de territorio que debe de formar la región de Casti­lla la Vieja por ser las comarcas que más se parecen entre al de todas las que constituían el antiguo reino. Son las más susceptibles de una defensa en común, porque comunes hato de ser las causas que la motiven. En lo referente a las cos­tos santanderinas, diremos que si no hay esa homogeneidad que tienen entre si otras comarcas de la región, en cambio existen una serie de intereses que mutuamente se comple­tan. Un puerto y su zona terrestre correspondiente se nece­sitan mutuamente. Aparte su condición de puerto de Casti­lla, Santander ha tenido siempre grandes relaciones tanto, políticas como económicas con el resto del país; la forma­ción de núcleos regionales en comarcas marítimas vecinas.

A Santander obligan a ésta a estrechar sus relaciones con el resto de Castilla la Vieja; la importancia adquirida por Santander y su competencia en cuestiones ganaderas, es un estimulo más para que las provincias interiores, con única positiva riqueza en la mayor parte de su territorio ha de ser el ganado, se acerquen a Santander como guía; Santander está interesada en hacer que la zona interior de Castilla la Vieja se beneficie tanto por. dar aumento de vida a su puer­to, como por tener un lugar vecino en que emplear sus ca­pitales y desarrollar las energías de sus gentes.

La necesidad de engrandecerse la siente cualquier ser colectivo o individual, y es aspiración innata en todo hom­bre y en toda agrupación humana, aspiración que dure de ser fomentada en aquellas que por abatimiento, postración o mala suerte, quedaron a la zaga. El puesto que un pueblo ocupa en la escala del progreso, depende del grado de acierto y fortuna con que utilizó sus recursos y como el acierto de­pende del conocimiento y éste, del estudio o sea del trabajo, se deduce, que en cierto modo, cada pueblo ocupa el lugar que por sí mismo se ha conquistado; lo cual quiere decir que nada hay que esperarr de extraños redentores, que ese pueblo ha de procurar hacer los esfuerzos necesarios para salir del atolladero sin darlo a ajenos sacrificios. Castilla la Vieja tiene que labrarse a sí propia su presente y su porvenir.


Luis Carretero Nieva
El regionalismo castellano
Segovia 1917
Pp. 253-257

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