La necesidad del renacimiento.
Es la primordial entre todas ellas. La necesidad de reconstituir la región de Castilla la Vieja, de hacer que se relacionen entre sí sus provincias, de procurar que por los españoles en general dejen de considerarse como tipo de campos y ciudades castellanos, a campos y ciudades que no lo son, formando un juicio erróneo sobre nuestro país, confundiendo a Castilla la Vieja con la región leonesa, no es mero capricho, sino necesidad imperiosa. La pretensión de que procuren agruparse para conocerse y ayudarse mutuamente, comarcas que, por disponer de los mismos elementos de vida, tiene que resolver idénticos problemas; que sufren el mismo clima; que, por sus páramos y sus sierras, ofrecen el mismo aspecto geográfico tan diferente del de Campos y la Mancha; que, por sus pequeñas aldeas y sus modestísimas labranzas, tienen una economía rural común entre ellas y diferentes de las de aquellas inmensas llanuras; pero, sobre todo, que, por haber pasado por iguales postergaciones entre sí, merecen de la nación el mismo concepto, no es en nuestro caso vano afán de restaurar retrospectivas divisiones, ni ciego empero de proclamar como mejores tiempos pasados. La adoración de la tradición por la tradición misma, el ansia de volver a trazar fronteras borradas por el tiempo y los sucesos políticos, que no tendrían otra finalidad que la muy pobre de decir, aquí terminan los unos y comienzan los otros, nos parece cosa baladí indigna de la menor atención. Del mismo modo, la afición de los leoneses a llamarse castellanos, nos parecería capricho inofensivo sin ulteriores consecuencias, si no fuese acompañada de otras circunstancias que le dan influjo sobre nuestra vida económica.
Castilla la Vieja ha de organizarse obedeciendo a la voz imperiosa de tres mandatos, que son: Primero; la defensa por los propios castellanos, utilizando cuantos medios estén a su alcance, de todos aquellos intereses que puedan encontrarse en pleito con los de otras regiones españolas. segundo; la mutua ayuda para constituir un organismo capaz de combatir el atraso que, por diferentes causas, se ha apoderado de nuestro país y nos cure de esa pasividad mulsumana cuya consecuencia es no prestar la más mínima atención, ni aun apercibirnos, de la existencia de múltiples problemas de vital importancia para nuestra tierra, organismo que nos incita a adelantar en el camino del progreso la distancia que nos separa de aras provincias españolas. Y tercero; la necesidad de crear una institución que se ocupe de atender a la riqueza y comodidad pública, cumpliendo fines que hoy el Estado se ha apropiado, pero que no atiende; institución que cuide como cosa de su exclusiva competencia de todo cuanto concierne al fomento del territorio y al engrandecimiento y perfección del pueblo, recibiendo del Estado aquella parte de los recursos públicos que correspondan a nuestra región, único medio de evitar desiguales repartos en los servicios del poder central. Para esa, lo primero que tiene que hacer Castilla la Vieja, es conocerse a sí propia.
Necesitamos la región, porque nos hace falta defendernos y engrandecernos, y separadamente, municipio a municipio, o provincia a provincia, carecemos de energías para lo uno y para lo otro. Si aisladamente medimos nuestras fuerzas, el pesimismo se apodera de nuestro ánimo, pero si las sumamos, podemos concebir alguna esperanza.
Debernos explicar cuál es nuestro concepto de esa defensa y de ese engrandecimiento de que hablamos. Nadie negará, porque se trata de hechos consumados y varias veces repetidos, que en España hay en muchos casos oposición entre las necesidades de unas y otras regiones, suscitándose continuamente litigios en los que el poder central tiene que actuar de tribunal sentenciador, influyendo mucho, muchísimo, en sus decisiones, la habilidad y entereza con que se hagan las defensas respectivas que requieren ser dirigidas por personas conocedoras del país a que se refieren y amantes del mismo, lo que ya es un indicio de la necesidad de esa unión regional que predicamos.
Pero hay más. Si el poder central se limitase a proceder con arreglo al mejor derecho, no haría falta más que exponerle, pero el poder central no puede o no suele proceder así; no acostumbra en cuestiones de índole económica a hacer otra cosa más que a favorecer el interés predominante y considera como tal al defendido por más y más fuertes elementos (poblaciones, gremios, ligas, etc.), de modo que un grupo de provincias puestas de acuerdo para apoyarse recíprocamente, disciplinadas organizadas para la acción mutua, lo mismo en sus organismos relacionados con la institución pública (Diputaciones,. Ayuntamientos, Comunidades de tierra, Juntas de puertos, etc.) que en los de vida absolutamente independiente como gremios, sociedades, sindicatos, etc., constituirían un sistema de fuerzas que in fluyese sobre el poder central y sus determinaciones grande y eficazmente.
Claro es, que para llegar a la formación de ese haz de fuerzas se requieren algunas condiciones, siendo la más importante de ellas que los problemas de primordial interés se presenten en términos comunes para todas las partes del conjunto, sin que haya incompatibilidad entre las aspiraciones respectivas en lo fundamental para la vida de cada una. Habiendo unidad o complemento reciproco entre los más importantes intereses, pueden sobrevenir transacciones mutuas para los secundarios en aras de los principales. Tanto más sólida será la unión entre dos países, cuando mayores y más necesarios sean las servicios que puedan recíprocamente prestarse entre sí, con preferencia a ningún otro, o cuanto más semejantes sean estos países por sus condiciones naturales como clima, suelo, producciones, etc., y en las procedentes de sus vicisitudes como estado de cultura, de adelanto o de atraso, de protección o de olvido.
Si después de dicho esto volvemos la vista a Castilla la Vieja, nos encontrarnos desde luego con una porción de territorio, que apoyándose en los puertos de las sierras de Santander, se extiende por la provincia de Burgos; comprende los Cameros y demás sierras de Logroño, Soria, siguiendo después por Segovia hasta abarcar una gran parte de la provincia de Ávila, conteniendo comarcas, cuya semejanza, que no puede ser más completa, indica sin el menor genero de duda, que son ellas las que constituyen el núcleo de territorio que debe de formar la región de Castilla la Vieja por ser las comarcas que más se parecen entre al de todas las que constituían el antiguo reino. Son las más susceptibles de una defensa en común, porque comunes hato de ser las causas que la motiven. En lo referente a las costos santanderinas, diremos que si no hay esa homogeneidad que tienen entre si otras comarcas de la región, en cambio existen una serie de intereses que mutuamente se completan. Un puerto y su zona terrestre correspondiente se necesitan mutuamente. Aparte su condición de puerto de Castilla, Santander ha tenido siempre grandes relaciones tanto, políticas como económicas con el resto del país; la formación de núcleos regionales en comarcas marítimas vecinas.
A Santander obligan a ésta a estrechar sus relaciones con el resto de Castilla la Vieja; la importancia adquirida por Santander y su competencia en cuestiones ganaderas, es un estimulo más para que las provincias interiores, con única positiva riqueza en la mayor parte de su territorio ha de ser el ganado, se acerquen a Santander como guía; Santander está interesada en hacer que la zona interior de Castilla la Vieja se beneficie tanto por. dar aumento de vida a su puerto, como por tener un lugar vecino en que emplear sus capitales y desarrollar las energías de sus gentes.
La necesidad de engrandecerse la siente cualquier ser colectivo o individual, y es aspiración innata en todo hombre y en toda agrupación humana, aspiración que dure de ser fomentada en aquellas que por abatimiento, postración o mala suerte, quedaron a la zaga. El puesto que un pueblo ocupa en la escala del progreso, depende del grado de acierto y fortuna con que utilizó sus recursos y como el acierto depende del conocimiento y éste, del estudio o sea del trabajo, se deduce, que en cierto modo, cada pueblo ocupa el lugar que por sí mismo se ha conquistado; lo cual quiere decir que nada hay que esperarr de extraños redentores, que ese pueblo ha de procurar hacer los esfuerzos necesarios para salir del atolladero sin darlo a ajenos sacrificios. Castilla la Vieja tiene que labrarse a sí propia su presente y su porvenir.
Luis Carretero Nieva
El regionalismo castellano
Segovia 1917
Pp. 253-257
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