lunes, junio 14, 2010

La campaña vallisoletana (Luis Carretero Nieva 1917)

La campaña vallisoletana

Aun sin tener en cuenta relaciones históricas, Valladolid es hoy día, de una manera innegable, por razones de tem­peramento del pueblo, de ideales, de aspiraciones, de inte­reses económicos, de comunicación constante, de homoge­neidad de territorio, una provincia leonesa. Por el prestigio
que tiene entre todas las ciudades del antiguo reino de León, por su grandísima --capacidad intelectual, económica y política, por su heroicidad ejemplar en la defensa del país leonés, por el dominio y autoridad que respetan todas las comarcas de la región y por el acierto con que presenta cuantos asuntos interesan al pueblo que vive en el territorio del extinguido reino de León, Valladolid posee efectiva e indiscutlbiemente la capitalidad, la jefatura de la región de León presente. Además, la región de León tiene su fisonomía,sus intereses, sus aspiraciones e ideales propios, que nosotros no nos incumbe estudiar, defender, ni atacar y de los que tan sólo protestamos en cuanto que se trate de hacer ver que por el hecho de ser adecuados al reino de León corresponda que Castilla la Vieja los acepte como adecuados, también a ella.

Valladolid procede siempre como excelente capital del reino de León, pero siente deseos de ensanchar el campo .de su poder. Arregostado por los honores que disfrutó siendo capital de Espafia, no se resigna a ser una de tantas ciudades españolas y halagado por el titulo que le da el vulgo de Antesala de la Corte, quiere disfrutar, en el grado mayor que pueda, de las preeminencias de que gozan las ciudades cabezas de los países y quisiera seguir a Madrid como su lugarteniente en una zona española, siendo la ca­pital de, una buena parte de España, concentrado en las orillas del Pisuerga el gobierno de esa zona que Valladolid hubiera querido formar agrupando el mayor número de co­marcas; pero se ha encontrado con que Galicia y Asturias tienen demasiado definida su personalidad y sus aspiraciones para someterse a una tutela extraña y ha tropezado can que Madrid era un obstáculo para Castilla la Nueva y Ex­tremadura y aun para Segovia y Ávila; se ha persuadida da que Zaragoza tiene mucho influjo sobre Logroño, sobre Soria y basta sobre una gran zona de Burgos; de modo que Valladolid sólo podría aspirar a dominar sobre el reino de León, que no bastaba a su ambición y previa una labor de anexión sobre -parte de la cuenca alta del Duero y la provincia de Santander.

Valladolid comprendió que con un poco de audacia y sagacidad podría llevar a cabo esa labor de anexión, pero como a todo el que tiene algo muy interesante que ocultar, le llegó un momento en que le faltó la paciencia necesaria para persistir en el disimulo y descubrió el juego, con lo que dio lugar a una protesta ruidosa, provocada por la in­dignación que los propósitos de Valladolid produjeron en las provincias de la histórica región de Castilla la Vieja; sin embargo, en el largo plazo que Valladolid pudo apro­vechar ante el descuido de Castilla la Vieja, adelantó bas­tante terreno en la tarea de destrucción del carácter genui­namente castellano, preparatorio de la empresa propuesta de anexión a León, pudiendo trabajar apoyado por un con­junto de circunstancias favorables a sus ambiciones. El plan que se propuso Valladolid para aniquilar el espíritu castellano viejo, fue sencillamente el de desalojarle, intro­duciendo en su lugar el espíritu leonés en Castilla la Vieja, arrancando ramas que al separarse del tronco se marchitaron e injertando otras para que viviesen en el lugar de las primeras.

Las circunstancias que han facilitado a Valladolid el desarrollo de su plan anexionista, han sido: la concentración en Valladolid de las comunicaciones ferroviarias hasta convertirle en clave de las mismas; la anulación del espíri­tu regional castellano viejo; la suposición de igualdad de pueblo en Castilla la Vieja y León; la apariencia de homo­geneidad de territorio entre ambas regiones; el equívoco a que se presta la palabra «Castilla» en sus significados geográfico e histórico; la pretendida coincidencia de intereses entre Castilla la Vieja y León y, finalmente, el silencio de Castilla la Vieja durante varios años, que se ha tomado. :como aprobación tácita de la campaña vallisoletana.

La red ferroviaria castellana vieja parece hecha con el deliberado propósito de destruir su vida interna y someter al país a la dependencia de poblaciones limítrofes. Cuatro capitales castellanas tienen comunicación directa con Va­lladolid, pero todas esas cuatro necesitan dar un gran rodeo para comunicarse entre sí. Otra ciudad de la región está, enlazada con Bilbao y Zaragoza con gran ventaja para ella, pero no tiene vía férrea para ninguna otra de Castilla la Vieja y deja en el mayor aislamiento a la mayor zona de su provincia, a pesar de ser país que ha contado con los servicios de poderosos políticos nacidos en su suelo. Los ferrocarriles que hoy sirven a Segovia, Ávila, Burgos y Logroño, pasan por esas ciudades porque son camino para otras a cuyo beneficio fueron construidos, pero no fue el Interés de esas provincias castellanas el que promovió la creación de esos ferrocarriles; así es que tales líneas pasan por aquellas zonas de esas provincias que encuentran en su derrota, pero no penetran en ellas más que lo que determi­nan las exigencias de su trayectoria. El ferrocarril de Cas­tejón a Bilbao, siguiendo a la orilla dei Ebro, pasa a lo largo de la provincia de Logroño por su misma linde, pero deja apartada de las comunicaciones a casi toda la provin­cia; otro tanto ocurre en Ávila con el ferrocarril de Madrid a Irún, que pasando la provincia de Ávila por su frontera oriental, deja abandonada la mayor porción de su territo­rio; el ferrocarril que desde Collado-Villalba va a Medina del Campo atraviesa la provincia de Segovia, acercándose a las zonas servidas por la línea de Ávila, pero dejando en el olvido a la mayor extensión de la provincia de Sego­via y, por añadidura, apartándose de su camino que debie­ra dirigirse a Burgas, con lo que sería útil para la provincia segoviana. El ferrocarril del Norte cruza la provincia de Burgos porque no tiene más remedio, pero se le desvió Innecesariamente para que pasase por Valladolid, sirviendo a esta ciudad con perjuicio de muchas comarcas. El ferrocarril del Duero, que atraviesa la provincia de Burgós por su parte sur se ha hecho para servir los intereses de loa productores de trigo que acuden al mercado de Valladolid. Resulta que Castilla la Vieja posee aquellos ferrocarriles, que han tenido necesidad de atravesar por su territorio para servir a otras regiones y muy principalmente para comodi­dad y provecho de Valladolid.

Claro es que esta situación de las comunicaciones, este aislamiento que se estableció entre las provincias de Casti­lla la Vieja y esta perturbación constante que Valladolid pudo ejercer, valiéndose de las excelentes vías de que dis­ponía para llegar a todas partes de Castilla la Vieja, para infiltrar en todo momento en el territorio castellano aquellas ideas que convenían a su plan de dominación, acabaron por destruir el concepto que los castellanos viejos tenían de su tierra y de su raza, desapareciendo aquellas pocas o muchas ideas que, en unión de otras sucesivamente des­arrolladas, pudieron dar origen a un idearlo regional de Castilla la Vieja, de haber tenido nuestra región la indepen­dencia de criterio necesaria para conocer por sí misma su situación y trazarse, también por si misma, la norma de conducta necesaria para una eficaz labor de renacimiento, lo que supone además la existencia de un principio de ca­pacitación por el solo hecho de intentar reconstituirse. Pero por desgracia, Castilla la Vieja era terreno propicio para desarrollarse toda ciase de extrañas hierbas que en semilla llegasen a su suelo, por carecer de una vegetación propia suficiente a absorber todos sus jugos. Castilla la Vieja aceptaba toda cultura, todo sistema de ideales que viniese desde fuera por carecer de otros propios y genuinos de ­ella formados en su mismo suelo, por sus mismos hombres y sancionados por sus mismas experiencias. El espíritu de un pueblo se forma por una serie de sentimientos y de ideas, sentimientos desarrollados en la masa de ciudadanos y sancionados y aquilatados por obra del. arte, principalmente por ese arte, obra de autor anónimo que se llama popular, y en cuanto a las ideas, forzosamente tienen que salir de un conjunto de personas pensadoras, dotadas de una preparación estudiosa.

En todo ser humano y en todas las colectividades que forme, se necesita un conocimiento de sí y del medio en que vive para dirigir sus actos. Necesita, pues, un conjunto de ideales que le Inciten a vivir y una serie de conocimientos que le sirvan de instrumento para realizarlos. Estos co­nocimientos han cíe referirse al ideal, al individuo o colectividad y al medio en que han de desarrollarse, constituyendo una cultura propia, la que, unida a otro conjunto de sentimientos y costumbres también propias, ha de originar un principio de civilización.

Castilla la Vieja poseía ese arte propio, que es reflejo de los sentimientos del pueblo y posee también un conjunto .de costumbres genuinas que son igualmente expresión de su carácter; pero tanto el arte popular como sus costum­bres típicas han - sido poco atendidos, perdiéndose una parte de aquél y olvidándose muchas de éstas. El arte po­pular se manifiesta principalmente en las canciones, por ser la música la forma artística más accesible al pueblo y la ri­queza musical de Castilla la Vieja ha estado mucho tiempo olvidada y casi lo está hoy, habiendo ocurrido igualmente con las costumbres. Es decir, que el carácter castellano ha estado amortiguado, aletargado durante muchos años y en ese tiempo le ha sido fácil a Valladolid sustituirle por el leonés.

Claro es que esta sustitución, este reemplazo intentado del espíritu castellano por el leonés, no hubiera sido posi­ble pretenderle si existiese una cultura castellana, ni será posible tampoco que la sustitución se haga como haya in­tención y lugar de crear esa necesaria cultura castellana que estudie el país y sus problemas en todos sus aspectos, evitando que en nuestra región se trasplante una cultura leonesa que no puede dar frutos sazonados pava nuestras paladares.

A todo esto hubo alguien que, exagerando la teoría de que los pueblos se dividen según las fronteras natural, a pesar de las innumerables pruebas que hay en contrario, proclamó la identidad de los pueblos leonés y castellano viejo, sustentando el mismo criterio que expone Macías Picavea en su libro El Problema Nacional, páginas 111 a 118, dando por sentado que los hombres de la meseta leonesa tienen el mismo temperamento, la misma proce­dencia étnica y los mismos caracteres físicos que los cas­tellanos y pretendiendo que la consideración de las varia­ciones dialectales vengan en apoyo de su teoría, sostenien­do en contra de lo que cualquiera puede comprobar por si mismo, que el castellano viejo, castiza tronco de la filología ibérica, se habla can igual pureza y con idéntica gravedad se pronuncia en toda la cuenca del Duero, hecho a todas luces falso, así como falsas son las semejanzas que los vallisoletanos atribuyen a los pueblos leonés y caste­llano viejo. Estas semejanzas que los vallisoletanos sos­tienen existir, proceden de que se ha prescindido del verdadero carácter físico y moral de los castellanos, porque no se ha estudiado su tipo, ni su temperamento, ni sus cos­tumbres, ni sus aficiones y se ha admitido a priori y sin razón ninguna, coma lo hacia Picavea, que su manera de hablar no coincide con la de los leoneses. Valladolid ha tenido gran empeño en propagar esas ideas; pues si pudie­se convencer a los castellanos de que el pueblo leonés y el castellano son uno sólo, ciertamente que seria Valladolid la ciudad más indicada para dirigir a ambos.

La homogeneidad de territorio acompañada de la igual­dad de clima creando un mismo medio que obre sobre la raza y engendrando unos mismos productos gire influyan de la misma manera sobre los nombres, es otro de los argumentos que colocan a una comarca en la clasificación natural de un país. De aquí el afán de los vallisoletanos de presentar como uno sólo por su semejanza el territorio leo­nés y el castellano, porque siendo un país el conjunto de territorio y de pueblo, si se demuestra al mismo tiempo la igualdad de dos pueblos y de los dos territorios que ocu­pa, queda probado que esos territorios y esos pueblos constituyen un solo país. Con el territorio castellano han hecho tos vallisoletanos lo misma que con el pueblo; no se han ocupado de estudiarle, no les ha importado conocerle, pues les bastaba saber que nadie se cuidaba de investigar cual era la verdadera naturaleza del territorio de Castilla la Vieja; les bastaba saber que esa naturaleza era cosa igno­rada para propagar por todas partes, hasta por la propia Castilla la Vieja, que su territorio era el mismo de la región leonesa, teniendo suficiente con tomar los caracteres del territorio leonés y afirmar que también lo eran de Castilla -la Vieja, pues nadie se cuidaba de comprobarlo ni de rectificarlo.

Y hay otra circunstancia que ha sido habilísimamente utilizada por los vallisoletanos: es el equívoco a que se presta la palabra «Castilla» por los varios significados que puedan atribuírsele según el desarrollo de la organización territorial de España. No hay que olvidarse nunca de que Castilla es la palabra que nació para ser nombre de una nación engendrada en el seno del reino de León y emancipada después de su poder tiránico. No hay que olvidar que Castilla se agregó nuevamente al reino leonés y que volvió a separarse de él varias veces. No hay que olvidar que Cas­tilla es palabra que sirvió para designar a un conjunto- de naciones agregadas, una de las que era Castilla, pero cometiendo la impropiedad de aplicar al todo el nombre de una parte. No hay que olvidar que con el nombre Castilla y el adjetivo Nueva, se designó al que fue reino de Toledo creado por las conquistas castellanas y leonesas para so­meterle al mismo cetro que regía los varios estados integrantes de aquélla agregación. No hay que olvidar que al país primitivo de Castilla, hubo que agregarle el adjetivo Vieja para distinguirle del reino de Toledo. No hay que olvidar que la agregación castellano-leonesa se agregó a su vez con la confederación catalano-aragonesa y que se vol­vió a cometer el error de llamar con el nombre de una parte al todo; así es que los catalanes llaman Castilla al conjunto de todos los demás estados que se agregaron con el cata­lán. Claro es que todo este maremagnum procede de haber dado o la palabra Castilla significados inconvenientes. En virtud de ese error se dice, por ejemplo, que Valladolid fue Capital de Castilla, cuando no hubo tal cosa; pues Valladolid no fue capital de Castilla, sino de la agregación de estados formada por Castilla, León, Galicia, etc., como lo fueron - igualmente Toledo, Sevilla, Madrid y otras ciudades.

Claro es que de todos los argumentos, de todas las consideraciones expuestas, ninguna convidaba a una acción común que sumase en uno sólo los dos pueblos castellano y leonés como una coincidencia de intereses, coincidencia que podía proceder de dos orígenes: de que los pueblos de Castilla la Vieja y León por ser iguales y asentados sobre el mismo territorio, tuviesen idénticos intereses o de que tanto pueblo como territorio de una y otra región, aun sien­do distintos, tuviesen condiciones que se completasen esti­mulando la asociación. Este fundamento del complemento de cualidades y condiciones no cuadraba al pensamiento vallisoletano y no se acogió a este argumento, pues para ellos es cuestión trascendental la identidad absoluta de su región y la nuestra.

Este tema de la coincidencia de intereses, ha sido preci­samente el que ha despertado la atención de Castilla la Vieja , el que le ha inducido a estudiar por si misma sus problemas, el que ha traído la ocasión de que Castilla vea por sus propios ojos y se convenza firmemente de que sus intere­ses ni coinciden con los de León, ni se completan, sino que recíprocamente se oponen muchas veces. Este terna, después de vistas las diferencias, es precisamente el que ha sembrado el recelo en Castilla la Vieja y el que ha hecho que se convenza de que debe de alarmarse ante toda tenta­tiva vallisoletana y de que está obligada a permanecer siem­pre en guardia contra nuevas estratagemas.

La campaña de Valladolid transcurrió en medio del silen­cio de Castilla la Vieja, sin que ninguna protesta se levan­tase contra ella, pero también sin que en ningún caso hiciesen las provincias castellanas viejas acto ninguno que sancionase lo hecho por Valladolid. Todo se hacía dentro del reino de León. A las provincias leonesas se consultaba por los organismos vallisoletanos cuando a éstos les con­venía; en tierra leonesa se desarrollaban las propagandas, y las provincias leonesas apoyaban de diferentes maneras lo ejecutado por Valladolid. El silencio de Castilla la Vieja se tomó como aprobación a esta conducta y se creyó que las provincias leonesas eran el centro de la vida castellana y que si las provincias castellanas no intervenían en estas campañas, se debía a que habían delegado de una manera tácita en las leonesas todo lo referente a cuestiones regio­nales, pero que Castilla la Vieja se hacía solidaria de las provincias leonesas, cuando en realidad, lo que ocurría, es que de parte de Castilla la Vieja había para toda diligencia de Valladolid y demás provincias leonesas, una indiferen­cia extrema, que toda su gestión era recibida con la insen­sibilidad de una cosa que nada tenía que ver con Castilla y si no se protestó antes de todas esas campañas, fue porque nadie en Castilla se creyó obligado ni autorizado para llenar la representación de la región, porque la noción de la misma se había perdido; nadie se acordaba dentro de nues­tro territorio, de que las seis provincias de Castilla la Vieja pudieran tener entre sí lazos de relación que les ligasen, siendo preciso que se continuase la campaña emprendida por Valladolid, que siguiese esta ciudad usando la representación usurpada de Castilla la Vieja en provecho de los intereses leoneses, para que Castilla la Vieja se estimulase y decidiese restaurar el concepto de su personalidad y re­cobrar el dominio de la misma.

LUIS CARRETERO NIEVA
El regionalismo castellano
Segovia 1917
Pp. 183-193

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