lunes, junio 07, 2010

El descaecimiento del carácter (Luis Carretero Nieva 1917)

El descaecimiento del carácter

Es un hecho que salta a la vista, no siendo necesaria mucha atención para darse cuenta de él, aun cuando no sea posible fijar el punto en que el carácter castellano llegó a todo su auge, y por tanto no podarnos tampoco decir en qué momento empezó a declinar, pues para todo ello ecesitaríamos un conocimiento de la historia íntima de la so­ciedad castellana vieja del pasado que no tenemos y que en provecho de nuestra tierra deben de buscar aquellos que sean aficionados a esta clase de investigaciones.

Es indiscutible que nuestra tierra de Castilla la Vieja ha aceptado sin la menor protesta, con la docilidad de la cera, cuanto los gobiernos españoles han querido imponerla leyes completamente exóticas; copia literal de los códigos france­ses, sin la menor adaptación a nuestras necesidades; insti­tuciones .políticas, que ni tienen misiones concretas que cumplir, ni facultades para ello; servicios del Estado orga­nizados sin más elementos que un personal asalariado sin que nadie fiscalice su trabajo, ni se le proporcionen los me­dios indispensables para ejecutarle; una ganadería grandiosa . desaparecida y una agricultura en mantillas, colocada en el lugar de aquélla, sin arrestos para cuajar en una segu­ra fuente de riqueza; ganadería que desapareció por obra de nuevas leyes que destruyeron una riqueza asentada sobre privilegios, pero no se ocuparon de hacerla arraigar sobre la base de una intensa utilización de la naturaleza con auxi­lió de la ciencia y el trabajo; una agricultura impuesta por la desaparición de la ganadería en un país sin aptitudes de ningún género para los cultivos. En resumen, un país que desaparece del lugar que ocupa dejándole yermo y un poco de la intensa vida moderna, tratando de penetrar en él por las costas del Cantábrico y por las fertilisimas riberas del Ebro.

Porque es indudable que en el lugar que antes ocupaba Castilla la Vieja, hay hoy día un país completamente dis­tinto, porque su suelo es otro muy diferente de aquél que sustentaba los desaparecidos grandes bosques, donde pacían los grandes rebaños; porque la riqueza tiene unas fuentes que no son las caudalosas de antaño; porque la industria peculiar castellana, la de las grandes pañerías, ha desaparecido; porque aquella red circulatoria de la riqueza que ligaba todo el país se ha paralizado; porque aquellas instituciones municipales sucumbieron; porque la transfor­mación política ha sido muy grande, pero mayor, infinita­mente mayor, ha sido todavía la mutación de los sistemas económicos y sociales; porque en lugar de aquellas insti­tuciones públicas y de aquellos semilleros de riqueza, se han creado otros completamente diferentes en forma, en sustancia y en intensidad. Porque es indudable que esos cambios tienen que haber producido igualmente una radical transformación en los usos, costumbres, sentimientos e in­clinaciones del pueblo, dando como resultado que el aspec­to del paisaje sea otro, distintos los productos que la natu­raleza ofrece al uso del hombre, diferente la colectividad de castellanos y diferentes también los individuos que la com­ponen. En Castilla la Vieja, suelo, producciones, pueblo e individuos, han sido totalmente desfigurados por la acción de causas exteriores que en gracia de su fuerza y por labor de su persistencia, cambiaron la naturaleza íntima de nues­tra región.

Nuestro país ha sido a lo largo de la Historia un con­junto diverso de partes diferentes ligadas entre si por cier­tas leyes armónicas. Castilla la Vieja no ha tenido nunca la homogeneidad interna de Galicia, el País Vasco, la región de León o Cataluña; pero la circunstancia de que en nues­tro país las diferencias eran comarcales sin que existiesen dentro de nuestra región núcleos de territorio con la suficiente superficie y población, ni con las necesarias energías para constituir países que por sí solas pudiesen vivir con personalidad propia en el concurso de los demás de Espa­ña, determinaban la razón de nuestra existencia regional en unión de otra causa; la subsistencia tradicional de una serie de intereses que se completaban recíprocamente entre unas y otras de nuestras múltiples comarcas, imponiendo aquella constitución regional fundada en las organizaciones comar­cales autónomas que produjeron las Merindades en los territorios que hoy son de las provincias de Santander, Bur­gos y Logroño (las tierras predominantemente cántabras) y las Cornunidades de Tierra en el resto del país (predomi­nantemente ibero) (1), ligándose unas y otras comarcas por la necesidad del mutuo auxilio para su conservación y aten­ciones de la vida, y siendo además imposible de limitar y separar .tanto el. territorio corno las gentes que constituían ,los sendos grupos comarcas.

El organismo de la región de Castilla la Vieja era un entramado construido con sólidas piezas independientes, pero fuertemente enlazadas. El sistema de ligazón se funda­ba en la necesidad general de observar fielmente lo pactado tácitamente en auxilio mutuo y por evitar la común debili­dad. Es decir, que todo este entramado de Castilla la Vieja se sostenía firme por dos condiciones del carácter regional, cuyas raíces existían ya en los cántabros y más aún en los iberos; el espíritu de independencia y la fidelidad . en los pactos. La decadencia del carácter genuino castellano viejo se muestra sobre todo en la anonadación de esas dos pre­ciosísimas cualidades.

En todos los gobiernos que han regido a Castilla en conjunto con otros reinos ha habido siempre la misma ten­dencia a perseguir el espíritu de independencia comarcal, sometiendo a las comunidades y sus hermandades a la absoluta autoridad de los reyes. Y no se diga que este afán de anular las instituciones genuinas castellanas comenzó con el desastre de Villalar bajo Carlos I; pues ya el rey Fernando, el conquistador de Sevilla, el que agregó defini­tivamente las coronas de León y Castilla, inició la absor­ción de las corporaciones comarcales, disolviendo las ligas o hermandades que para su defensa formaban entre sí, completando la obra su hijo Alfonso el Sabia; los dos primeros reyes de la época de agregación definitiva de Casti­lla y León. Aquella preponderancia que los concejos y co­munidades tuvieron en Castilla cuando este reino se regia independientemente como en las épocas de Alfonso el de las Navas, va perdiéndose paulatinamente con alzas y bajas durante la agregación a León, recibiendo las instituciones municipales certeras golpes con Isabel I, la que reunió por el matrimonio los estados aragoneses. y catalanes con los leoneses y castellanos, porque el ideal de todos estos reyes no era el de atender a las aspiraciones privativas de Castilla, sino que, por el contrario, sacrificaban todo, in­cluso el pueblo castellano, sus leyes, su prosperidad, su porvenir y su carácter a la aspiración de crear un imperio en España. La agregación de naciones españolas ha veni­do acompañada fatalmente para Castilla, de la destrucción de sus libertades propias.
El pueblo castellano, como los restantes de España en más o menos grado, venia ya sometido a la tiranía central­ista cuando las extralimitaciones de Carlos I provocaron aquel alzamiento de Castilla juntamente con León y el reino le Toledo .(o Castilla la Nueva), que terminó con el esfuerzo Inútil de la viuda de Padilla dentro de los muros toledanos; después de rodar en. el cadalso las cabezas de los mal­ogrados defensores de la supremacía española frente al imperialismo extranjero. La derrota de Villalar marca el fin de la actuación de las ciudades de los reinos de León, Cas­Ifla y Toledo, como elemento poderoso de la organización política, en la que todavía se podía llamar reciente nación española, pero por lo que se refiere a la institución de las Comunidades de Tierra en Castilla, era tan íntima su compenetración con la sociedad castellana, tan importante su misión en nuestro patrimonio regional que, todavía, en el siglo XIX, reciben las Comunidades dos tremendas puñala­das: la desamortización que las desvalija, y la Real Orden de 1837 que manda suprimirlas sin conseguirlo; pues aun cuando con la inmovilidad de las momias, todavía subsis­-én estas corporaciones en varios puntos de la región.

Si esas instituciones han tenido por su adaptación al territorio, su compenetración con el pueblo y el acuerdo con el género de vida de nuestra gente tan indestructible vitalidad, hay que reconocer en cambio que el carácter castellano que en otra época las dio a luz, a fuerza de tanto aguan­tar las mordazas esclavizadoras, llegó al último grado de abatimiento.

(1 )Dentro de los polígonos de las actuales provincias de Burgos y Logroño, subsistían las Merindades al lado do las Tierras. En la provincia de Logroño, por ejemplo, estaba la Tierra de Ocón, en el valle del mismo nombre, cuya cabeza residía en la vilIa también llamada de Ocón y en la misma provincia se encontraba la Merindad de laa Rioja en el palle del río Oja, de donde procede el título que comúnmente se da a las comarcas logroñesas y cuya capitali­dad residía en Santo Domingo de la Calzada. Ignoramos si en la provincia do Santander hay ejemplos da, ambas organizaciones y remitimos al lector al consejo da más cultas personas, tanto para éste como para otros muchos do los asuntos que trata el presente hu­milde libro, que por la complejidad de su materia tiene que ser forzosamente defectuoso, tanto más cuanto que el autor dista mucho de poseer aquellos enciclopédicos conocimientos que son necesa­rios para tratar competentemente tan variadas cuestiones en. toda su extensión. Los aficionados a estudios históricos, tienen aquí un terna más entre los muchos que es conveniente o necesario conocer para comprender la naturaleza íntima de nuestra región, sus moda­lidades locales y su trabazón. Apuntemos, sin embargo, quo algunas corporaciones montañesas como la Asociación Campoó-Cabuérniga para el disfrute en común de los; pastos de los puertos, pudiera ser muy bien una institución análoga a la Comunidad de la Ciudad y Tierra de Segovia o a la de Villa y Tierra de Sepúlveda, que desem­peñase en otro tiempo más extensos fines,

LUIS CARRETERO NIEVA
El regionalismo castellano
Segovia 1917
Pp 233-238

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