jueves, abril 22, 2010

Un castellano desde Holanda (Comunidad Castellana 1980)

UN CASTELLANO DESDE HOLANDA

Muy de tarde en tarde recibo el ejemplar de «Castilla», que leo ávidamente y me sabe a poco. El último número me ha llenado de pena al constatar en él cómo los actuales «padres de la patria», que en buena parte son los mismos de antaño, están segando con desgraciada eficacia los tiernos retoños de castellana que intentan brotar del viejo tronco del olmo castellano.

Los catalanes niegan a nuestros compatricios la posibilidad y el derecho de utilizar su propia lengua en el trozo de España de la cuatro barras y la barretina; Valladolid persiste en sus imperialistas deseos de aglutinar a su alrededor lo que no se puede fundir y en pronunciarse, cada vez más, como cabeza del monstruoso híbrido «Castilla-León»; los lideres, cabecillas y caciques de los partidos políticos más importantes de León traicionan los sentimientos del pueblo que deberían representar, se entregan vilmente al invento y, para colmo, el Gobierno «Civil» de Guadalajara prohibió el festival folklórico que nuestra «COMUNIDAD CASTELLANA» pretendía organizar en Atienza... ¿Hay quien dé más?

A la par con estas manifestaciones negativas por anticastellanas, el último ejemplar de nuestro periódico refleja la tesonera actitud de la provincia de Segovia, provincia castellana, de mantenerse en su sitio contra el viento y la marea de los nuevos imperiales y no dejarse asimilar por el ente abstracto, aborto político, fruto de mentes paranoicas propias de quienes se dedican a la política por afición cual si de un deporte se tratara. Segovia, mi provincia, ha dado un ejemplo que coincide con la actitud que hemos adoptado los comuneros de Comunidad Castellana. Esperemos que el ejemplo cunda. En todo caso vale un aplauso.

No estoy tan seguro de que haya que aplaudir al nacimiento de UNC, «Unión Nacionalista Castellana». Un partido político cuyo principal predicado sea el nacionalismo no es siempre un buen motor para impulsar la convivencia de Castilla con otros pueblos, ni el desarrollo económico, social y cultural. Todos los nacionalismos, a la larga, resultan estrechos.

A distancia, lejos de la tierra, un comunero como yo se siente impotente ante el mal que se está infligiendo a Castilla. Y se pregunta qué puede hacer para defender la justa causa de nuestro pueblo. Porque hoy, con otros trasfondos sociales y económicos, en el «aparato> político y administrativo del país y de sus formaciones políticas, como en la época de Carlos I de España y V de Alemania, hay demasiados Imperiales, demasiados extraños que van a lo suyo y no conocen, o no desean conocer, el sentir de los pueblos de España.

La revuelta de los comuneros de Castilla tuvo su origen en el descontento de los ciudadanos por la política que llevaban a cabo los peones extraños del imperial Carlos I. Los actuales peones del sistema, que se encuentran en 1980 en las formaciones políticas más importantes del país, están plagiando de manera muy singular la política de los peones imperiales de 1521. Con su actitud demuestran que no son del pueblo ni tienen en cuenta en su quehacer político sus sentimientos. En un porcentaje demasiado elevado los representantes de las provincias castellanas ni siquiera son oriundos de ellas. Nada de extraño tiene, pues, que algunos de «nuestros» diputados y senadores pasen su tiempo en Madrid, a la sombra del Imperio y hagan caso omiso del sentir castellano.

A los segovianos, por castellanos, no puede por menos que dolernos el que demasiados influyentes políticos del Imperio procedan o se hayan hecho en Segovia.

Toda la política de autonomías o de las regiones está basada en burdos plagios de lo que en otros países del mundo con el natural desarrollo y el paso del tiempo se ha ido formando como sistema administrativo territorial y político. Bien está que pretendamos una España federada en una unión solidaria de sus pueblos. Pero para conseguir esto hay que dar tiempo al tiempo, sin quemar etapas y permitiendo que, tras la larga y tenebrosa noche, cada pueblo recobre y manifieste su propia personalidad. Las llamadas regiones de «Castilla-León», «Castilla-La Mancha», «Castilla-Rioja», etc., son puros inventos, como caprichosos son los trazados fronterizos de otras regiones o nacionalidades.

La prueba de que esta política de regiones y nacionalidades está siendo edificada sobre bases falsas está en los resultados ya visibles: el País Vasco no acepta, Cataluña a regañadientes, Galicia no desea ser menos que los vascos y, como dicho, éstos no están conformes. Prueba de ello el incesante y condenable terrorismo.

Nuestra tarea hoy. La tarea de cada castellano consciente, especialmente si se siente comunero, es la de resistencia y oposición. La de levantar constantemente nuestra voz; la de decir a voz en grito y con machacona perseverancia que ese no es nuestro camino, desenmascarando la política imperial y centralista de quienes, hoy como antaño, tienen la sartén cogida por el mango.

Nosotros, los comuneros, tenemos el derecho y la obligación de preguntar públicamente qué intereses sirven hoy al Imperio y sus colaboradores. Y tenemos el derecho y la obligación de decir y afirmar que hoy en nuestra tierra y a la vista de los acontecimientos, los intereses a que sirven no son los nuestros.

Las «bases», los hombres y mujeres de a pie en los partidos políticos de ámbito nacional que operan en Castilla, especialmente en esos partidos que reclaman para sí el predicado de izquierdas, deberían exigir cuentas claras de la gestión regional a sus prohombres y obligarles democráticamente a conducirse identificados con los intereses de Castilla. Si no lo consiguen, la actitud más honesta es la de abandonarles para que no puedan actuar más en nombre de nuestro pueblo.

Lino Calle
Ámsterdam

Informativo Castilla nº 10 octubre 1980

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