RESPUESTA, sin ira, a un independentista catalán
Un diario de Barcelona, en su suplemento dominical, acaba de publicar una interesante entrevista con Jordi Carbonell, el conocido profesor e intelectual catalán.
Carbonell se declara independentista radical, dice que los catalanes "están completamente oprimidos" y que "a la larga el independentismo se irá demostrando como la única posibilidad real de gobierno del país".
No nos ocuparíamos de los, a nuestro juicio, erróneos esquemas de Carbonell, sí no fuera porque una vez más reduce a Castilla al papel de chivo expiatorio de los agravios, reales o supuestos, de Cataluña. Asegura que las fuerzas que dominan el Estado español son la continuidad de "la antigua oligarquía agraria castellana que después ocupó sus lugares en la Banca, y que dentro de la península Ibérica se ha producido un imperialismo y el imperialismo siempre es un fenómeno de clase que, en este caso, "llevó a término la oligarquía agraria castellana, que era la clase dominante".
Nuevamente el nacionalismo periférico, o alguna de sus manifestaciones, revela su desconocimiento de la auténtica Castilla y de la verdadera historia de España. Confunden a Castilla, al pueblo castellano, con el reino llamado de León y Castilla y, en definitiva, con el Estado español, y nos hacen responsables a los castellanos del unitarismo y de todos sus errores y excesos.
Otra vez vuelve a ignorarse que Castilla no es el poder central, ni las estructuras de Madrid, ni el reino de Castilla y León. Castilla es un pueblo, que como todos los demás de España, quedó sujeto a unas estructuras de poder, y carece de sentido atribuirle en exclusiva tanto las glorias como los abusos del poder español El pueblo castellano no es el autor del centralismo, sino su primera y quizá más sacrificada víctima. La pretendida hegemonía castellana es un mito literario y político, utilizado al servicio de determinados intereses.
En Castilla, no en el territorio del antiguo reino así denominado y que comprendía diferentes pueblos -vascos, castellanos, leoneses, asturianos, gallegos, extremeños, manchegos, andaluces y canarios-, sino que en el auténtico país castellano, no cabe hablar de oligarquías, ni agrarias ni de otro tipo. Aunque es sabido que las oligarquías carecen de patria, el inventario de los oligarcas españoles no puede hacerle buscándolos en Castilla, sino en otras regiones o países de España, que, por cierto, de alguna manera se han visto más favorecidos: con el crecimiento económico, con la abundancia de puestos de trabajo, con la absorción de cientos de miles de trabajadores sustraídos a las regiones deliberadamente empobrecidas y despobladas, entre ellas Castilla.
Desde una perspectiva internacionalista y de izquierda, como la que se plantea Carbonell, parece mayormente aún un deber ético considerar y respetar el drama colectivo de los pueblos de España vaciados materialmente por el desarrollismo; forzados sus hombres y mujeres a emigrar, a arrancarse de sus raíces y asumir en el destierro una cultura y una lengua que, aunque dignas de todo aprecio, no son las suyas. No es justo, ni tiene la menor lógica, colgar a estos pueblos el sambenito de "dominantes y opresores" Por el contrarío, parece que es llegada para todos la hora de la comprensión y de la solidaridad. Si, como decimos, queremos amor, convivencia y ayuda entre todos los pueblos de la Tierra, habrá que empezar la tarea de la solidaridad por los pueblos de España, que tantas cosas tenemos en común.
Como castellanos recordamos a esa querida y admirada Cataluña las palabras clarividentes que un catalán y catalanista preclaro, Rovira y Virgili, pronunciara en el Ateneo de Barcelona el 11 de septiembre de 1938. "Yo no he acusado nunca a Castilla de la caída de Cataluña. No es Castilla la que oprimió a Cataluña, sino la Casa de Austria. Yo siempre he creído que Castilla es un gran pueblo, propicio a las más nobles gestas. Cataluña y Castilla son dos pueblos de un gran espíritu, excelentemente dotados para acometer y llevar a termino grandes empresas".
En definitiva, estas empresas, y en primer lugar la de una articulación fraterna y fecunda de la comunidad española, son las que se ofrecen, y de las que sin duda son capaces, a todos los pueblos que la integran, para qué puedan llevarlas a cabo en pie de igualdad.
Castilla nº 2 Enero-febrero 1979
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