viernes, mayo 15, 2009

REFLEXIONES SOBRE LAS AUTONOMIAS



Es evidente que los procesos autonómicos, tal y como se conducen en España, aparecen como un asunto de la clase política, en el que los respectivos pueblos no tienen arte ni parte. Un ministro y unos cuantos políticos hacen y deshacen, como si las autonomías no fueran una cosa demasiado importante y sería que trasciende notoriamente del ámbito de los intereses de la política de partido.

La articulación del Estado español en un conjunto de comunidades autónomos es una grave cuestión, que afecta diríamos, a la sustancia nacional, a la identidad comunitaria de cada región o pueblo.

Parece elemental, por eso, por la trascendencia del asunto, que el tema se llevara con seriedad y gravedad, con participación activa, informada y resolutoria, de cada pueblo interesado.

Lejos de hacerlo así contemplamos un tratamiento centralista y autoritario de la cuestión. Por vía de las preautonomías el territorio nacional ha sido distribuido, apriorísticamente, en espacios preconcebidos para ubicar a las comunidades autónomas. Espacios o territorios que han sido establecidos por el gobierno y los políticos, sin ninguna forma de consulta popular.

En esta operación al pueblo castellano le ha tocado la peor parte. Según la Constitución es la identidad histórica y cultural el factor primordial para la restitución de una comunidad autónoma. Como sin duda hay un pueblo castellano, una región histórica y cultural castellana, parecía que los castellanos deberíamos tener derecho, cuando lo deseáramos y reclamáramos por mayoría de nuestros conciudadanos, a constituirnos en nuestra propia comunidad autónoma.

Pero no ha sido así. Los castellanos hemos sido divididos en dos trozos: uno al norte de la cordillera central, que es agrupado con las provincias del histórico reino de León para formar ese híbrido de «Castilla-León»; y otro al sur de la cordillera, unido a la región manchega, como «Castilla-Mancha».

Comunidad Castellana rechaza terminantemente esta fragmentación de la colectividad
castellana. Guadalajara, por ejemplo, es tan castellana como Soria o Segovia; razón por la que reivindicamos la «Castilla entera», el respeto a la Integridad de los pueblos castellanos, su derecho a integrar una comunidad autónoma castellana.

«Castilla-León» es una región artificiosa, una invención centralista en la que varias
provincias castellanas han sido agregadas, sin pedirles parecer, a las de la región leonesa, bajo el espécimen tecnocrático de la,«Cuenca del Duero».

¿Quién ha preguntado, por ejemplo, a los burgaleses, sorianos, segovianos o abulenses sí estaban de acuerdo en constituir una región o en su caso, comunidad autónoma, agrupados con las provincias del viejo reino de León?

Ante la oposición de León, Santander y Logroño a la integración en el ente castellano-leonés, dicen los políticos que se dará a sus habitantes la oportunidad de pronunciarse libremente sobre el particular. Correcto, pero ¿no lo sería también que esa misma oportunidad se diera a las demás provincias de León y de Castilla, es decir que fueran consultados sus ciudadanos?

Independientemente del afecto y la solidaridad entre el pueblo leonés y el castellano, la amalgama «Castilla-León» perjudica gravemente a los dos pueblos, ya que lejos de fomentar la recuperación de su respectiva conciencia regional, contribuye directamente a disolver la personalidad de uno y otro.

«Castilla-León» se configura como la cuenca del Duero, con centro en Valladolid: Un
territorio y una entidad a la medida de los intereses de las oligarquías de Valladolid. No hablamos del pueblo vallisoletano, obligado a vivir en un marco carente de equipamiento social necesario y por ello cada vez más difícilmente habitable. Pensamos en las fuerzas oligárquicas, económicas y políticas, que se mueven en su torno espoleadas por la ambición y la erótica de la capitalidad.

Valladolid, capital. Es el objetivo propuesto, deseado y tenazmente perseguido. Sin embargo, parece claro que tanto por razones históricas como por su actual contexto socioeconómico, que la diferencia radicalmente del de la región castellana -con problemas harto distintos- Valladolid no puede ser la capital de los castellanos. Hay otras ciudades, como por ejemplo Burgos, notoriamente más calificadas.

Se nos quiere conducir a un nuevo centralismo; a una progresiva concentración de poderes, funciones, servicios públicos y, potencial económico en Valladolid. Es evidente, e impaciente, el afán hegemónico de las oligarquías de esta ciudad -no satisfechas con haber depauperado a su propia provincía- y, lamentablemente su extraño consorcio con ciertos intereses políticos de otro signo, que por una visión coyuntural, estrecha y a corto plazo, vienen a apoyar también la potenciacíón capitalina de Valladolid, en detrimento de las provincias agrarias y deprimidas de Castilla.

Nos oponemos a ese nuevo centralismo, no menos funesto que el de Madrid, largamente padecido. Todas las tierras, comarcas o provincias castellanas -en definitiva territorios históricos personalizados- han de tener el mismo derecho, la misma participación en el poder regional.

Y es llegada la hora no de concentrar en Valladolíd, ni en ninguna otra localidad, sino de descentralizar, de distribuir el poder, las funciones, los recursos de todo tipo entre las diferentes poblaciones y comarcas, con preferente atención a las menos favorecidas.


Informativo Castilla nº 5. Septiembre 1979

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