domingo, abril 12, 2009
La opresión del campo
Hacia 1950 estalla en nuestro país la contradicción dialéctica campo-ciudad, es decir trabajo agrario-capital financiero... El equilibrio tradicional entre mundo rural y mundo urbano se quiebra y asistimos a una prepotencia, progresiva y arrolladora, de la cultura urbano-industrial. Las comunidades campesinas se hunden cada vez más en el subdesarrollo, cultural, económico y vital, en un proceso cuyo componente más terrible es la despoblación, la ruina y extinción de los pueblos que acarrea sufrimientos humanos de dimensión dramática.
La crisis de la sociedad rural, en la medida que ha alcanzado entre nosotros en los últimos treinta años, no es un fenómeno natural, sino deliberadamente provocado por el sistema. Las estructuras dominantes lo han desencadenado y agravado para atender las exigencias de un desarrollo ferozmente capitalista, enfocado a la producción de altas e inmediatas rentabilidades, en las regiones ricas, a expensas de la explotación de las áreas pobres, es decir, concretamente, de las comunidades agrarias; como es el caso de Castilla.
Esta crisis se ha forzado a través de una doble acción, mutuamente complementaria: a) la colonización cultural del campo; b) su marginación económica y la puesta en dependencia de los campesinos.
En el plano cultural, se han potenciado todas las manifestaciones de la cultura urbana. A través de los medios de comunicación de masas, y particularmente de la televisión, se ha prestigiado sistemáticamente el modelo de vida, costumbres, diversiones, propio de las ciudades; y se ha denigrado y escarnecido al hombre del campo, presentado como un ser inferior, inculto y atrasado. Se han silenciado, también por sistema, las extraordinarias posibilidades de calidad y desarrollo humano que ofrecen la vida y el trabajo del campo.
Las comunidades agrarias han sido apartadas del progreso económico. El desarrollismo las ha condenado a la función subalterna y empobrecedora de alimentar el crecimiento de las regiones industriales, a costa de su propia decadencia y desaparición. Han tenido que suministrar sus hombres -una mano de obra barata para la industria-; sus materias primas, los recursos agropecuarios, entregados a precios envilecidos y totalmente desfasados del de las mercancías y servicios industriales; y su dinero, el ahorro del campo, que los Bancos y las Cajas de Ahorros se han ocupado celosamente de trasvasar a las ciudades y a la industria, donde pululaban los grandes negocios inmediatos, en el corrompido imperio de la especulación.
El campesino, además, ha sido colocado en situación de dependencia respecto al mundo
industrial. Convertido en cliente forzado de una serie de industrias -maquinaria agrícola, fertilizantes, semillas seleccionadas, plaguicidas, piensos compuestos-, en un marco de tecnología masiva y desordenada, antisocial de hecho, que le mantiene constantemente hipotecado. Cautivo de fuerzas exteriores a él mismo y a su propio mundo y de las que no se puede defender.
La política agraria que tenemos a la vista -precios desfasados, aumento de la presión fiscal, inferioridad de equipamientos y servicios- , representa una mayor agravación aun de la injusticia que vienen padeciendo los hombres y mujeres de nuestro campo, víctimas de una escandalosa discriminación, que les hunde cada vez más.
Los labradores y ganaderos autónomos hoy por hoy son el componente básico de la sociedad castellana. Castilla es fundamentalmente agrícola y ganadera. Por eso nos interesa y preocupa especialmente su marginación. Aunque secularmente cargados de estoicismo y paciencia, los campesinos castellanos empiezan a protestar. Hace falta, es necesario protestar más. Porque tienen razón y porque necesitamos levantar a Castilla y a sus pueblos. Comunidad Castellana expresa su total solidaridad con los hombres y mujeres del campo.
Informativo Castilla nº22. Enero-Febrero 1984
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