sábado, marzo 15, 2008

Elegía Castellana, Carlos Arnanz Ruiz, Segovia, 2007.




La novela de Carlos Arnanz “Elegía de Castilla” llama la atención por la multitud de símbolos, analogías y alegorías sobre la decadencia castellana , que finalmente se nos antoja por su exceso de nostalgias y presencia externa una especie de sendas perdidas que se pierden en una nada infecunda y sin sentido bien reflejada en el suicidio del protagonista. El protagonista trabaja en un pequeño y vetusto comercio familiar, que si bien tuvo un glorioso pasadno es ahora mas

Que un superviviente entre los hiper y grandes superficies, aunque parece que aún renta lo suficiente para que el protagonista haga un viaje a Nueva York sin reparar en economías de pobretón sin posibles. Es curioso que el protagonista sea sin embargo un hombre de su tiempo, liberado de ancestrales ligaduras que aún conservan las mujeres de su familia – madre y hermana-, su querencia le lleva a Marilyn Monroe más que a nuestra Señora de la Fuencisla.

Segovia víctima de manejos políticos fue incluida a la fuerza en el engendro autonómico de Castilla y León, lo que en conversación distendida en la manzana de oro de Nueva York con unos ricos comerciantes judíos se compara con la suerte de los viejos indios de Nueva Inglaterra expulsados progresivamente de sus tierras –entre ellas Manhattan- y exterminados poco a poco entre matanzas, alcohol y reservas.

La nostalgia sube de tono cuando con la vista en el ayer nos dice que es en el campo donde se conservan las verdaderas esencias del pueblo. Aquí el lenguaje emocional alcanza ya unos tópicos francamente intolerables. No sería cuestión aquí de delimitar la noción de pueblo, pero desde una perspectiva tradicional las esencias de un pueblo, no están en el campo ni en la ciudad, el espíritu de donde emana no se circunscribe en absoluto al espacio ni al tiempo. Bien distinto es que el transcurso del tiempo agota unas posibilidades de comunión espiritual, más rápidamente en la polvareda humana y sin raíces de la ciudad que el campo; suponiendo que fuera de la superficial apreciación de turistas urbanitas despreocupados y torpemente ignorantes quede hoy algún vestigio de lo que en sentido coloquial y nostálgico se llamaba antes campo. Cualquiera que conozca los pueblos de Segovia sabe lo que esto quiere decir: despoblación y envejecimiento creciente, comunicaciones que hacen de la más remota aldea apéndice de la capital provincial, de un pueblo o pequeña ciudad importante o del mismo Madrid. Los escasos jóvenes de pueblo que quedan son perfectos ciudadanos consumistas,

motorizados, de discoteca, estupefacientes y otras modernidades que no es cuestión de especificar pormenorizadamente. La vieja profesión de campesino
cuando no totalmente desaparecida ha sido sustituida por la de agricultor, externamente parecida pero muy distintas ya en su tono vital. La aldea global es definitivamente ciudad sin límites.

Así nos dice al final de la novela que la nave de Segovia levaba anclas hacia el absurdo, probablemente la apreciación es muy relativa, no es tanto que navegue con relación a algo que permanece fijo, se trata más bien que la entera tierra con todas sus ciudades y pueblos –Segovia tanto como Nueva York- es un río que nos lleva a hacia un destino de impermanencia y disolución, lo que dicho a bote pronto tiene un cierto regusto budista, pero que si se quita una las modernas anteojeras progresistas puede ser una perspectiva auténticamente cristiana, aunque se hagan pocas o ninguna homilía sobre ella : El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (San Mateo 24,35).

No falta un toque de modernidad sorprendente que de alguna manera delata al autor, así cuando nos cuenta acerca del genuino espíritu de Segovia de marcado talante liberal. Ahora resulta sorprendentemente que el liberalismo que acabó con la Castilla foral tradicional es precisamente el tesoro de Segovia; he aquí una de las dificultades mayores de los que se reclaman de una Castilla auténtica; sus referencias fundamentales : Luís Carretero Nieva, y su hijo Anselmo Carretero Jiménez fueron hombres progresistas en su tiempo; republicanos, comprometidos en la guerra civil del 36 con el bando rojo – lo de republicano es un eufemismo inaplicable en un régimen auspiciado por Stalin y sus consejeros soviéticos, demócratas donde los haya-. Así pues aun bien analizado el antiguo régimen foral castellano por Luís Carretero, pocas veces se reclama de él, y en el caso de su hijo Anselmo su obsesión es más por una autonomía, estado o estadito o como demonios se llame la continua y disparatada fragmentación moderna del poder –que no de la autoridad, inexistente- en el rápido fluir de la modernidad.

La Castilla foral era una especie de federación de pequeñas repúblicas unidas por el carisma de una monarquía surgida en un entorno tradicional cristiano difícilmente reproducible en los tiempos que corren. Solo de una manera real se puede volver a lo que verdaderamente era el fundamento de la Castilla originaria: sus comunidades concretas y particulares; insistir como primera providencia en la abstracción genérica de nombre, extensión, concentración de dinero y poder en una capital – Burgos o Hiendelaencina- , idioma oficial, o modernidades por el estilo tiene muy poco que ver con la vieja singularidad a la par que diversidad castellana; y lo que es peor hace muy difícil diferenciar la Castilla originaria de modernos engendros del tipo Castilla y León , precisamente basados en modernidades del tipo de extensión, lengua y otras uniformidades más o menos plausibles.

La desaparición de Castilla como vieja entidad histórica y cultural no es tanto resultado del pesimismo y la ignorancia como de modernidad arrasadora de
diferencias, en cuya vanguardia podríamos situar el liberalismo, que por otra parte
nos dicen que es el tesoro de Segovia. ¿O al final lo que se pretende es nada menos
una Castilla liberal y moderna? Claro que las cosas o pueden ir a mucho peor de lo que ahora están. Probablemente si algo puede quedar de Castilla en el futuro, será más bien un apéndice de un nuevo Al Andalus musulmán, exclusivista y fundamentalista en un melting pot de razas donde será más bien problemático encontrar un islote liberal donde refugiarse.

RES.

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