Parece esta sin duda una noticia que a más de uno le parecerá un episodio más de aquellos que describía hace algunas décadas el añorado Luis Carandell en el apartado Celtiberia Show de la revista Triunfo, que seguramente solo los de mi quinta recordarán.
Claro que en realidad las cosas tienen sus antecedentes: la que en su día fue provincia de Santander, provincia de Logroño y la provincia de Segovia; las dos primeras consiguieron su autonomía. ¿ No será acaso esto una confirmación de los que ya hace muchas décadas nos contaba Luis Carretero Nieva, acerca de Castilla no fue nunca una unidad como entienden hoy día los modernos nacionalistas, sino más bien una federación de comunidades?. Probablemente el antiguo estilo de pacto federal y foral, podría reconducir a Castilla a ser la pequeña confederación helvética que apuntaba en sus orígenes. Desde luego que santaderes y logroños jamás querrán saber nada de esa Castilla al viejo estilo imperial leonés de cuño entre nacionalsindicalista y marcado centralismo pucelano.
Todo ello para horror de modernos unitarios al estilo de Alfredo Hernández ese periodista políticamente correcto , partidario de la moderna concentración vallisoletana, alabador de abstracciones unitarias que liquiden para siempre las viejas particularidades de tierras y habitantes, en suma ese “genuino” castellano de “Zamora” (al igual que su coterráneo Amando de Miguel) que propone un nuevo ideal de uniformidad abstracta, etérea y sumisa al poder establecido ( en este caso en Valladolid).
Siempre pensé si ciudadanos por Segovia, plataforma por Cuenca, ahora estos ciudadanos de Burgos, y alguna otra que yo no conozco, no podrían ser la verdadera alternativa de futuro en pro de una federación foral que acabe de una vez con las concentraciones de poder y dinero en capitales metropolitanas, la multiplicación de la estructura estatal en pequeño, la imposición de uniformidades no pedidas, la delegación absoluta de la política en manos de los partidos, la nación como alineación bélica contra el otro.
No corren ahora tiempos propicios para ello, de ahí precisamente su encanto romántico como causa perdida o casi. Se nos insta urgentemente a la alineación para defender la nación, contra otras naciones emergentes más peligrosas en su agresividad que la ya existente. Se ignora que los motivos profundos de comunidad –de unión común entre los hombres- han desparecido casi por completo en occidente, y que las alegaciones en pro de ventajas económicas y comerciales no podrán en el fondo solventar esa carencia.
Para despecho de nacionalistas, la última de las cualidades que poseen los castellanos es su sentido local de provincia, heredera en muchos casos de las antiguas comunidades de villa y tierra. Depurada de sus componentes caciquiles, puede ser un factor a aprovechar. Aplastar ese sentimiento en pro de un nacionalismo abstracto es un error sin salida, tanto menos cuanto el sentido nacional del castellano se confunde mucho más que en cualquier otra región con lo español.
En estos momentos de inevitable disgregación de España, intentar concurrir en Castilla con otro nacionalismo más en liza y en guerra para acelerar ese proceso es el mayor de los disparates. El verdadero federalismo – cuyo ejemplo paradigmático es sin duda el suizo – comienza desde abajo, desde las comunas y cantones (ayuntamientos y provincias); las naciones soberanas e independientes no se federan nunca, a lo sumo pueden intentar componendas asimétricas con nombres más menos pomposos como confederación o zarandajas de otro tipo que nada tienen que ver con la federación auténtica.
Una Castilla que tenga algo de auténtica será federal o no será.
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