Variedad Geográfica
La población castellana ha vivido siempre en un medio que impone una gran variedad de estilos vitales. Sus contrastes fisonómicos son extremos, como en toda la península y más que en la mayoría de sus países.
Castilla es accidentada en toda su extensión. El llano absoluto, la Castilla sin límites, salvo en la parte medio leonesa, es la simplificación poética de una idea recibida y que muy raramente verifican los ojos. Cuando en Castilla se sale de La Montaña (supremo accidente dulcificado por el mar) se está en la Serranía discontinua del Sistema Ibérico, y cuando éste se nos ha terminado estamos ante las grandes moles del Sistema Central. El resto queda repartido entre las elevaciones secundarias que se desprenden de esos grandes sistemas, con páramos terribles trabajados por la erosión y valles especialmente encantadores, ya que la sorpresa acrecienta y enternece su dulce frescura arbórea como en ningún otro país. Hay también claro es, altiplanicies, navazos y vegas llanas ribereñas. Los horizontes son, con frecuencia despejados, y los cielos grandes, pero los cambios de paisaje son continuos como en casi toda la península. Se podría decir que hay un paisaje general dominante (el que se ve en las tierras altas) y una numerosa sucesión de paisajes particulares que las montañas y los páramos aplazan para la sorpresa del viajero.
Variedad antropológica
Con los hombres pasa algo parecido. Hemos hablado de la relativa homogeneidad social de Castilla partiendo de su mestizaje originario. Pero no cabe duda que, aun tras un proceso poblador como el que hemos descrito, algo hubo de quedar del sedimento de los grupos originarios y preservados en los repliegues de la tierra. También aquí queda por arriba un paisaje que disimula y no niega las diferencias. Estas crecen al acercarse. En Soria, los habitantes del valle de Tera son desconfiados e indirectos, mientras los pinariegos son abiertos y fanfarrones y, aunque estén a dos pasos son escuetos y silenciosos los pastores de Oncala. Los del llano de Cuéllar no se parecen a los de la hondonada tibetana del Espinar, ni los de Gredos a los del valle de Amblés, ni los de la Lora a los del suave valle del Arlanza, por la vueltas que llevan a Covarrubias. Cualquiera de ellos difiere notablemente de los ciudadanos viejos de Segovia o de los viñadores de La Rioja, y todos juntos de los vaqueros y cazadores, cabuérnigos o pasiegos, de Cantabria. Aquí en la Castilla que se quedó todo es diverso, aunque la Castilla histórica, haya difundido por sus antiguas tierras una indudable unidad de estilo, cuyo testimonio está en la lengua, en la literatura y en el arte.
Dionisio Ridruejo. Guía de Castilla La Vieja.
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