jueves, noviembre 23, 2006

LA FALSA CASTELLANIZACIÓN DE LEÓN Y OTRAS FABULACIONES (A. Carretero.El antiguo Reino de León.Madrid 1994)

LA FALSA CASTELLANIZACIÓN DE LEÓN
Y OTRAS FABULACIONES

Los leoneses necesitan reavivar el recuerdo, de muchas cosas interesantes que, generación tras generación, se están olvidando. Y, sobre todo, es necesario acabar con mitos y falsos tópicos que dificultan el estudio de la historia leonesa y la falsean. El porvenir nacional del País Leonés lo exige.

El primero de estos mitos con que el estudioso tropieza es el de la castellanización del reino de León, por imposición de Castilla, a partir de la última unión de las coronas en 1230. Salamanca -decía Unamuno- «perteneció al reino de León, y leonesas son las particularidades de su habla popular»; pero «tan íntima fue la unión de ambos reinos que los leoneses no tienen empacho alguno en llamarse castellanos» (42). La confusión de lo leonés con lo castellano que esta cita pone de manifiesto no es consecuencia de una fusión, sino de que los leoneses suelen aplicar el nombre de Castilla a su propia tierra desplazándolo de la realmente castellana, porque, a pesar de todos los esfuerzos mistificadores, el nombre de León no se puede borrar de la historia ni olvidarse por completo en general confusión.

A partir de 1230, León no se castellaniza, salvo en la lengua, ímpuesta en esta región, como en muchas partes de España y América, por una monarquía inipropiamente llamada castellana. Bien mirado el fenómeno, es Castilla la que se leonesiza -según expresión de Menéndez Pidal- al tener que adaptarse a las leyes y las instituciones dominantes en la monarquía de las coronas unidas.

Después de tal fecha, el nombre del viejo reino de León comienza a declinar en un conjunto que abreviadamente suele llamarse castellano. Ciudades tan leonesas como la propia capital del antiguo reino, Astorga, Benavente, Zamora, Toro, Salamanca, con el correr del tiempo son calificadas de castellanas; y lugares como Palencia, Villalón o Medina pasan por más castellanos que Cuenca, Alcalá de Henares o Guadalajara. La Tierra de Campos pretende desplazar el gentilicio castellano de las tierras comuneras de la Castilla del Alto Tajo y el Alto Júcar. Valladolid, «Capital de Castilla la Vieja» (43), proclaman los caciques de la ciudad del Pisuerga siete siglos y medio después de la fundación de esta ciudad por el conde leonés Pedro Ansúrez (44).

Los textos escolares de Historia de España suelen decir que en el año 1230, reinando Fernando III, las coronas de Castilla y León se juntan en una sola y que a partir de entonces ya sólo existe una gran monarquía hegemónico castellana; afirmación que implica muchas y muy graves confusiones y errores.

En primer lugar, por circunstancias casuales y secundarias, el nombre de Castilla se coloca en cabeza a pesar de que León fue antes y más importante en el proceso formativo de la nación española. El nombre de León representaba entonces toda la corona de León, es decir, Asturías, Galicia, León y Extremadura. Castílla encabezaba originalmente el grupo vasco-castellano de tierras que hasta entonces se había distinguido por el rechazo de la monarquía astur-leonesa y la defensa de sus tradíciones autóctonas, al cual se había agregado el territorio del nuevo reino de Toledo, caracterizado por su apego al Fuero Juzgo leonés. Es, pues, un hecho -detalladamente estudiado en capítulos anteriores- que a partir de 1230 las normas predominantes en el conjunto de las coronas unidas serán las tradicionales de la corona leonesa, que Alfonso X el Sabio ampliará y perfeccionará con sus famosos códigos continuadores de la legislación del Fuero Juzgo, que no de la tradición foral castellana.

El empeño confundidor se manifiesta claramente a mediados del siglo XIX, pero a partir de 1978 (cuando la nueva Constitución plantea la necesidad de definir geográficamente el mapa de las entidades autónomas) se acelera la labor de confeccionar una historia castellano-leonesa a la medida de la proyectada región de la:, cuenca del Duero. Se utiliza para ello todo el material, viejo y nuevo, que se considera propicio. Así, se castellaniza rotundamente la figura del sexto Alfonso de León (45) (después también I de Castilla), monarca profundamente leonés cuyo reinado constituye una de las etapas de la historia de la España medieval de más clara hegemonía leonesa. Su figura ha sido muy estudiada y de ella ya nos hemos ocupado ampliamente. El reinado de Alfonso VI de León y I de Castilla se caracteriza por una enconada rivalidad entre leoneses y castellanos. Personaje sobresaliente de la corte leonesa fue en esta época el famoso magnate leonés Pedro Ansúrez (46). Uno de los hechos más memorables del reinado de Alfonso VI de León y Castilla fue la conquista de Toledo por las armas cristianas, obra llevada a cabo principalmente por los guerreros leoneses. El lenguaje de la corte de Alfonso VI hablado entonces en el reino de León- era el leonés, de la estirpe lingüística del romance visigodo de la corte de Toledo.

Todo esto era sabido en 1931. Hoy no sólo es generalmente ignorado, sino que suele calificarse a Valladolid de vieja ciudad de Castilla, y aun de castizo solar de la lengua castellana. «Arrebatos de castellanismo histórico», ha dicho un erudito historiador leonés comentando con dolor esta clase de extravíos (47).

La repetición machacona de falsos lugares comunes llega a hacer mella en la pluma de serios investigadores. En el prólogo a un interesante estudio sobre Alfonso VII el Emperador de León se dice que el imperialismo castellano lo inicia Alfonso VI desde su entrada en Toledo (48). Y según un conocido diccionario enciclopédico (edición de 1979), Pedro Ansúrez fue un caudillo castellano valido de Alfonso VI (49). Presentar al conde Pedro Ansúrez como caudillo castellano del sigloXI no es disparate menor que lo sería decir a finales del xxx que el general Erwin Roemmel fue un mariscal inglés.

Los pueblos tratan, en general, de conocer y preservar su historia. Valladolid es una ciudad cuyos orígenes leoneses son conocidos con mucho detalle, así como el papel que desde el primer momento representó en la historia leonesa; a pesar de lo cual la mayoría de los vallisoletanos manifiestan persistente interés en presentarla como castellana, oponiéndose a toda versión que demuestre el error que ello implica. Ante la insistencia de estos ciudadanos en afirmar una falsa castellanía, puede decirse que -salvo raras excepciones- Valladolid es una ciudad negadora de sus orígenes.

Las incongruencias en tomo a la supuesta castellanización de León se repiten en los estudios sobre el reinado de Alfonso VII, el Emperador de León por antonomasia y el más gallego de todos los reyes leoneses. Los gallegos, encabezados por el poderoso conde de Traba y el célebre obispo Gelmírez, lo proclamaron rey de Galicia y como tal lo consagraron el año 1111 en la catedral de Santiago de Compostela, cuando apenas tenía seis años de edad. A la muerte de su madre, en 1126, fue entronizado rey de León y de Castilla en la catedral leonesa, ceremonia a la que acudieron los magnates gallegos, encabezados por Gelmírez (50).

En 1135, en una de las ceremonias más solemnes que registra la historia de la España medioeval, Alfonso VII fue coronado emperador de León en la iglesia catedral de la capital de su imperio. Con Alfonso VII el Emperador alcanzó su más alta significación política la idea imperial leonesa.

Alfonso VII murió a la edad de cincuenta y dos años. Sus restos se conservan en la catedral de Toledo, en un sepulcro con una estatuta yacente cuyos pies se apoyan en dos leones. Adornan este sepulcro escudos con las armas heráldicas de León y de Castilla, en los que el cuartel diestro es el león leonés (51), particularidad que también puede observarse en algunos otros monumentos de significación leonesa (52).

No obstante todos estos hechos, sigue siendo creencia ampliamente extendida que las tres uniones de las coronas de León y Castilla fueron otros tantos avances hacia una hegemonía castellana en el conjunto español. Algún autor llega a calificar al gallego Alfonso VII, el Emperador de León, como un rey «de formación castellanizante» (53). Y muy eminente historiador afirma que en tiempo de Alfonso VII el reino de León había recibido las instituciones de Castilla y se había incorporado al proceso constitucional de ésta (54).


Lo único verdaderamente castellano que en los siglos medioevales se extiende por España es la lengua, nacida en los confines de Cantabria con el País Vasco y tan propia de los castellanos como de los vascos, aunque éstos hayan conservado hasta nuestros días su idioma prerromano, mientras los cántabros perdieron el suyo, corno perdieron sus primitivas lenguas todos los demás pueblos de España.

El castellano se extendió mediante coercíón política como lengua oficial de la monarquía por Galicia, Asturias, León y Extremadura, desplazando lentamente al gallego y al leonés; y por Andalucía y Murcia, desplazando al árabe, desde que Fernando III lo impuso en todos sus reinos a la vez que mandó traducir el Fuero Juzgo al castellano. Resulta así, paradójicamente, que el romance castellano fue un instrumento de expansión de las leyes y las instituciones propias del reino de León por tierras no leonesas.

Después de la unión de las coronas, el reino de León siguió apareciendo institucionalmente como parte específica de la nueva monarquía. Así, las Cortes de Valladolid de 1312, reunidas por Femando IV, restauraron el llamado Tribunal de la Corte, de cuyos omes buenos cuatro estaban por Castilla, cuatro por León y otros por otras regiones (55).

Las Cortes de Burgos del año 1315, durante la minoridad de Alfonso XI, establecieron la Hermandad de los reinos de Castilla, León, Toledo y Extremadura (56). En estas Cortes figuran al lado de los procuradores castellanos los del País Vasco. En el ordenamiento a que llegaron se dispone que los alcaldes de los reinos de León, Galicia y Asturias se juntaran dos veces al año, una en León y otra en Benavente.

Sabido es que las Cortes mal llamadas de tipo castellano son instituciones de origen leonés, pues Castilla propiamente dicha no tuvo Cortes hasta mucho después de la unión de las coronas; que al principio las Cortes de Castilla se reunieron por separado de las de León; y que posteriormente, cuando se reunían juntas, a veces legislaban separadamente para los diferentes países (57).

En las leyes que se hicieron en las Cortes reunidas en Alcalá de Henares en 1348, el monarca se titula -aparte de títulos de señoríos menores- Rey de Castilla, de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Jaén y de Murcia, sin que el título leonés deje de figurar al lado del de Castilla y el de Toledo.

En estas famosas leyes, conocidas generalmente con el nombre de Ordenamiento de Alcalá, se señala al reino de León un importante lugar en las cuatro grandes circunscripciones en que quedaron divididos los reinos de las coronas unidas de León y de Castilla (58) (59).

En el ordenamiento de las Cortes de Toro de 1371 se dispuso que en la Corte regia hubiera ocho «alcaldes ordinarios»: de ellos, dos para Castilla y dos para León. León seguía, pues, figurando oficialmente a la par de Castilla (60).

Los orígenes leoneses de la Universidad de Salamanca, como todo lo referente a la cultura del antiguo reino de León, se han echado al olvido y enterrado bajo una gruesa capa de falso «castellanismo histórico» (47) (61). Triste es pensar que mientras en la segunda mitad del siglo XIX filólogos e historiadores alemanes, franceses y suecos estudiaban el antiguo idioma leonés y publicaban trabajos sobre el tema (62), la burocracia intelectual y los políticos de las Universidades de Salamanca y Valladolid vivieran al margen de tales investigaciones y aun les parecieran extravagantes. Harto ocupados estaban ellos entonces en atacar a los regionalistas catalanes y defender «como viejos castellanos» la inquebrantable unidad de España para interesarse por dialectos de aldeanos incultos con los cuales había que acabar lo antes posible.

Claro está, pues, que la idea de la castellanización del reino de León a partir de la unión de las coronas de León y de Castilla, en el año 1230, y su absorción por ésta en el conjunto de los pueblos y estados de la nueva y mayor monarquía es un error muy extendido que no corresponde a la realidad de los hechos.

Recuerda Madariaga que los españoles esparcidos por las inmensas tierras del Nuevo Mundo y por las islas del Océano Pacífico, a las que llegaban como exploradores, conquistadores y evangelizadores en nombre de los reyes del mayor imperio hasta entonces conocido, se acordaban siempre de sus respectivos pueblos y regiones de origen, con cuyos nombres bautizaban los para ellos nuevos lugares. Ya recordamos que los leoneses, extremeños y andaluces superaban, con mucho, en número a los propiamente castellanos. En una enciclopedia encontramos una población llamada León en Méjico, y otra en Nicaragua, y un estado de este nombre también en Méjico; una ciudad llamada Zamora en Méjico, y tres distritos de este nombre en Venezuela; una ciudad Salamanca en Méjico y otra en Perú; dos Valladolides en México (uno se llama hoy Morelia), uno en Honduras y otro en Filipinas. Oliveira Martíns recoge el siguiente comienzo de una alocución dirigida por Alonso Ojeda a los indios de las Antillas: «Yo, Alonso Ojeda, servidor de los altísimos y poderosos reyes de León» (63).

El mito de la castellanización de León va ligado a otros no menos perniciosos sin cuya eliminación la historia de España seguirá siendo un maremágnum de errores y falsedades.

El primero y anterior a todos es el de «Covadonga cuna de la nación española», que excluye desde el comienzo del proceso formativo de la España medioeval todas las reconquistas no asturianas, la catalana y las tres de mayores raíces prerromanas: la castellana (vasco-cántabra), la navarra y la aragonesa (ambas de estirpe vascona).

Esta tesis, providencialista en sus aspectos nacionalista y religioso, contraría la idea de una patria que, por su naturaleza, sólo puede ser concebida como obra conjunta de todos los pueblos de España.

Otro de los mitos más extendidos, a cuya divulgación mucho contribuyó la «generación del 98», es el de «España obra de Castilla», muy difundido por plumas tan prestigiosas como las de Unamuno y Ortega, y uno de los que mayores estragos ha causado durante todo un siglo en los sectores liberales del país. A esta idea errónea agrega Ortega la de que en el conjunto de los pueblos hispanos solamente Castilla es capaz de concebir a España en su plena dimensión. A este orden de invenciones literarias pertenece la del «espíritu universal del castellano», que, con gran dominio verbal de la lengua de Cervantes, expuso su paisano Manuel Azaña en memorables discursos (64) (65). Lamentablemente, la calidad literaria de todas estas creaciones intelectuales no corresponde a la realidad histórica que se proponen reflejar.

De la manifiesta incongruencia entre el mito de la «inmensa llanura castellana» y el territorio de la auténtica Castilla, así como de la disparatada identificación de este territorio con la cuenca del río Duero, ya nos hemos ocupado reiteradamente en capítulos anteriores.

Otra fabulación surgida también en el siglo xix, de menor entidad pero que contribuyó a extender el embrollo castellano-leonés y a difuminar la personalidad regional leonesa, fue el del pendón morado de Castilla, que Unamuno recoge (66). Entre 1976 y 1983, durante los años del proceso político que terminó por instaurar las entidades autónomas, circularon profusamente por tierra de Castilla y León banderas «castellano-leonesas» con el morado como color regional. El morado no puede de ninguna manera ser (como insistentemente se pretendió imponer en las incoherentes conmemoraciones de Villalar) el color de Castilla y León porque Castilla y León tuvieron colores diferentes y ninguno de ellos era el morado. Con este color los promotores de la autonomía castellano-leonesa pretendían matar tres pájaros de un tiro: acabar con el color heráldico leonés, acabar con el color heráldico castellano y poner triunfante, en lugar de ambos colores tradicionales, uno nuevo y sólo castellano-leonés. Pero no pudieron llevarlo a cabo; y finalmente, de acuerdo con los informes académicos, se han mantenido los colores históricos.

La institución del aniversario de la derrota de Villalar como día simbólico de Castilla y de León es otro error que contribuye a enmarañar aún más el confuso conglomerado castellano-leonés. Nada grato o animador hay que festejar de aquella aciaga batalla, que en realidad fue una matanza a mansalva de las mal organizadas tropas comuneras por las huestes del emperador, salvo la dignidad ejemplar de los jefes populares, a la hora de morir, ante el verdugo del césar.

Hemos afirmado en varias ocasiones que la mal llamada Guerra de las Comunidades de Castilla no fue sólo asunto de ésta ni de sus históricas comunidades de ciudad - o villa- y tierra porque, a favor de uno u otro bando, se extendió por casi todos los países de las coronas de León y de Castilla. La mayoría de los cuales ni siquiera conoció las instituciones comuneras propiamente dichas. Una vez más se confunden diferentes pueblos, países e instituciones como si se tratara de un todo homogéneo denominado Castilla.

Escoger la infausta jornada de Villalar de 1521 (siglos después de que León y Castilla habían adquirido personalidad propia) como fecha simbólica de estas dos nacionalidades es desafortunada ocurrencia. A la vista tenemos un artículo de un destacado político defensor de la autonornía castellano-leonesa en el que se califica a Villalar del «más fuerte signo» de Castilla y León (67).

Galicia y Portugal tienen con el País Leonés una gran deuda histórica que hasta hoy ha pasado inadvertida: le deben la existencia del gallego y del portugués como lenguas vivas y no como recuerdo histórico de un pasado medioeval. Ya hemos visto cómo el castellano avanzó lentamente desde la orilla del Pisuerga medio hasta Galícía y Portugal, desplazando paso a paso al leonés. Sí éste hubiese desaparecido del valle del Duero a raíz de la unión de las coronas, como generalmente se cree, y el castellano hubiera ocupado su lugar en los siglos XII y XIII, difícilmente se hubiera podido evitar la completa castellanización lingüística de Galicia y Portugal. León perdió su bable, pero tras una resistencia milenario que permitió la supervivencia del gallego y su hijo el portugués.

Desde el punto de vista histórico, la actual Extremadura, o Extremadura por antonomasia, es la Extremadura leonesa, territorio que perteneció al reino de León desde la conquista definitiva de Cáceres por Alfonso IX de León -que nunca reinó en Castilla-. Las estructuras sociales, la organización política, las tradiciones y el habla de esta región son de estirpe totalmente leonesa. El lenguaje hablado en la Alta Extremadura revela hoy todavía dice Ramón Carnicer en 1984- el sedimento leonés determinante de la conquista y repoblación de estas tierras por gentes del reino de León (68).

La heráldica tradicional de Extremadura también denota su herencia leonesa y, a pesar de las modificaciones en ella habidas, todavía ostenta el león leonés como viejo emblema.

A los efectos confundidores del embrollo castellano-leonés se han unido los del castellano-manchego. Castilla queda así doblemente adulterada: a occidente, por su confusión con León; y al sur, por su mezcla con Toledo. Al antiguo reino toledano, con sus vastos dominios en La Mancha, se le comenzó a llamar Castilla la Nueva en la época de los Reyes Católicos, que arbitrariamente movieron la raya entre «ambas Castillas» al parteaguas entre las cuencas geográficas del Duero y el Tajo, lo cual dejaba dentro de Castílla la Nueva las tierras castellanas de las actuales provincias de Madrid, Guadalajara y Cuenca.

Suele decirse que Toledo fue el primer reino de taifas que cayó en poder de Castilla (69), expresión no adecuada a la realidad pues, como ya hemos visto, la conquista y repoblación de Toledo fue obra mucho más leonesa que castellana. Su conquistador fue Alfonso VI de León, que llevó a cabo la empresa principalmente con tropas leonesas de su mayor confianza. La organización del nuevo reino cristiano fue predominantemente leonesa, con base en el Fuero Juzgo y la tradición neogótica aportada tanto por los conquistadores leoneses como por los mozárabes arraigados en el territorio. A los repobladores castellanos se les respetaron sus leyes durante algunos años, pero finalmente se impuso el Fuero Juzgo como ley general del país. Lo que sí aportó Castilla al reino de Toledo fue su lengua, que con el tiempo adquirió en él gran refinamiento y prestigio.

Tan improvisada y artificioso es la nueva región castellano-manchega, inventada oficialmente en 1983, que lo primero que sus gobernantes tuvieron que hacer al tiempo de su creación fue una campaña de «concienciación regional» (70) para explicar a los pueblos afectados qué era la nueva región a la que en lo sucesivo iban a pertenecer, y no precisamente por su voluntad expresa.

Al mito de la castellanizacíón de León va inseparablemente unido el de su «integración en Castilla». Ya hemos dicho, y conveniente es repetirlo cuantas veces venga al caso, que con las uniones de las coronas realizadas en la Edad Media, León no se castellanizó; antes al contrario, fue Castilla la que en gran medida tuvo que someterse a las leyes y las estructuras sociales y políticas de la monarquía leonesa, salvo en el idioma, desde que Femando III ordenó que en la cancillería real se usara el castellano.

Por último, la creación de la nueva entidad autónoma de Castilla y León ha implicado la incorporación de una parte minoritaria de Castílla a la totalidad del País Leonés, aunque -una vez más- la precedencia del nombre castellano resulte engañadora. El resto de Castilla ha quedado, en parte, incorporado a la región toledana (también con el nombre de Castilla por delante: «Castilla-La Mancha») y, en parte, desperdigado en tres nuevas «regiones» autónomas.


(42) Miguel de Unamuno, León, en el volumen titulado Andanzas y visiones españolas.
(43) Celso Almuiha, Castilla sale de su letargo. Historia 16, Madrid, agosto de 1978.
(44) Justiniano Rodríguez Femández, Pedro Ansúrez, León, 1966.
(45) C. Sánchez-Albomoz, Los reinos cristianos españoles hasta el descubrimiento deAmérica, Buenos Aires, 1949, p. 33. La imagen representa, obviamente, un monarca leonés.
(46) Justiniano Rodriguez, Pedro Ansúrez, p. 68.
(47) ídem, ibíd., p. 63.
(48) Manuel Recuero Astray, Alfonso VII, Emperador, Madrid, 1979; Prólogo de Luis Suárez Fernández.
(49) Diccionario Enciclopédico Espasa, edición de 1979, T. 11, artículo Ansúrez (Pedro).
(50) VictoriaArmesto,Galiciafeudal,2.'ed.,Vigo,1971,p.229.
(51) AntonioViñayo,La coronación imperial de AlfonsoVII, León,1979,p.30.
(52) Marqués de Lozoya, Historia de España, T. 2.9, Barcelona, 1967, p. 35.
(53) Victoria Annesto, Galíciafeudal, p. 228.
(54) C. Sanchez-Albomoz, Ensayos sobre hístoria de España, Madrid, 1973, p. 72.
(55) Luis G. de Valdeavellano, Curso de historia de las instituciones españolas, Madrid, 1967,p.563.
(56) Julio Puyol Alonso, Las Hermandades de Castilla y León, Madrid, 1913, pp. 37-40.
(57) L. G. de Valdeavellano, Curso de historia.... pp. 470-477.
(58) Pedro Aguado Bleye, Manual de Historia de España, T. I, Madrid, 1947, p. 60.
(59) Cortes de los Reinos de León y de Castilla (Real Academia de la Historia), T. 1,
(60) L. G. de Valdeavellano, Curso de historia..., p. 564.
(61) Rafael Gibert, Historia General del Derecho Español, Granada, 1968, p. 56.
(62) R. Menéndez Pidal, El dialecto leonés, Oviedo, 1962, pp. 21-24.
(63) J. P. Oliveira Martins, Historia de la Civilización Ibérica, Libro IV-V.
(64) Manuel Azaña, Discurso en las Cortes (27-V-1932). Obras Completas, México, D.F., 1966, T. 11, p. 284.
(65) ídem, Discurso en Valladolid (14-XI-1932). Obras Completas, T. 11, pp. 466-469.
(66)Miguel deUnamuno,Paisajes del alma,RevistadeOccidente,Madrid,1965,p.110.
(67) JuanAntonioArévalo,Castilla y León por fin(ElPaís,Madrid,4-11-1983).
(68) Ramón Camicer,Sobre esto y aquello,Barcelona,1988,p.91.
(69) Historia Social y Económica de Espafia y América, dirigida por J. Vicens Vives,Barcelona, 1957, T. 1, p. 196.
(70) El País, Madrid, 29-111-1983.

(Anselmo Carretero y Jiménez. .El Antiguo Reino de León (País Leonés).Sus raíces históricas, su presente, su porvenir nacional. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid 1994, páginas 888-897)

2 comentarios:

  1. Anónimo11:19 p. m.

    Interesante, apuntar que erróneamente muchos piensan que la cultura canaria es castellana y resulta que la cultura canaria es genuinamente canaria, porque es una mezcla de diversas culturas, entre ellas la guanche sumada a la portuguesa, genovesa, andaluza, normanda, neerlandesa, británica y la parte "castellana" siendo más minoritaria que la portuguesa o andaluza, en su mayoría realmente no es castellana sino leonesa, porque la mayoría de los pobladores de lo que se dice que aportó Castilla, realmente eran de Extremadura, León, Asturias y Galicia, es decir, leoneses y no castellanos que representaban un porcentaje mínimo, a la par que los genoveses o normandos.

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  2. León sin Castilla y Castilla sin León.2:14 p. m.

    Llión e sin Castiella!!!

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