domingo, febrero 26, 2006

Manuel González Herrero, la sombra del enebro (I)

TRIBUNA

JOAQUÍIN GONZÁLEZ (*)

El crepúsculo se abate sobre los campos de Castilla. La vieja sabina, en la colina, junto al camino que conduce al cementerio, se enfrenta a las últimas llamaradas del día. Las asimila en su interior de madera centenaria y las transforma en sombra que proyecta sobre la campiña. La sombra del enebro se extiende, cubre bosques y pinares, sotos, valles, alcores y linares, montes, campos yermos, huertos y piornales. Ya lo cubre todo, toda la tierra de Castilla. Manuel González Herrero ha muerto.

A las tres de la madrugada del día l4 de febrero de 2006, en Segovia, exhaló su último aliento. Había nacido 82 años atrás, un 12 de noviembre de l923, en el seno de una familia humilde; hijo de obrero, del gremio de hojalateros y calefactores, nieto de campesinos y curtidores.

Pasó su niñez en corralillos, compartiendo estrecheces con otras familias de escasos recursos. Allí germinaba el espíritu de la rebeldía, la pasión por la justicia, el ideal de la igualdad. Junto a su padre, también Manuel, y a su madre, Isabel, con sus hermanos Tomás y Jesús asumió el compromiso con los más pobres y necesitados. "Hemos venido a este mundo para servir", solía decir. Y cumplió este imperativo moral hasta el último momento.

El mes de agosto de l936 llevó la tragedia a la familia González Herrero. El viento fraticida segó la vida de su padre, fusilado por su militancia política y su quehacer como líder obrero de la Segovia republicana. Ningún odio albergó, sin embargo, González Herrero. Su corazón había nacido para dar, para entregar cuanto tenía. No cabía en él rencor ni menos aún venganza alguna. Y así educaría luego a sus hijos, en el espíritu de la reconciliación y el perdón que es la victoria definitiva sobre el ofensor.

En la Segovia de la posguerra, entre no pocas necesidades, y gracias al apoyo de su madre , continuó con sus estudios, como el más brillante alumno de bachillerato: obtuvo matrícula de honor en todas las asignaturas.

En su adolescencia descubrió los dos amores de su vida, Julia, hermana con él en la tragedia de la guerra, y Segovia, que le penetró por los poros del alma, hasta hacerla suya.

Cursó, mientras trabajaba, estudios de Derecho, carrera en la que se licenció, también con gran brillantez. Sufrió luego persecución, y escribió desde un oscuro penal bellos poemas. Es este González Herrero Luis Jimeno de Berria, su alter ego y seudónimo, con quien solía hablar y meditar como el hombre que llevaba consigo. Fue allí, en tan inhóspita morada, donde encontraría al maestro Marazuela, con quien compartió el amor por Segovia y de quien no se separaría nunca. Junto a él y a otros notables protagonizó más tarde una de las más apasionantes aventuras de la historia segoviana, quizás la más importante desde las guerras de las Comunidades: la lucha por la autonomía uniprovincial de Segovia.

Fue entonces el despertar del alma castellana, el resurgir de una cultura durante siglos adormecida y silenciada.

Vivió González Herrero volcado en su familia, siempre muy unida, federada por la admiración y el cariño -casi veneración- hacia el esposo y padre. Cuatro hijos y diez nietos llevan su sangre, su herencia carnal y espiritual.

Fue su profesión la Justicia, a la que se entregó como abogado. De pluma sobria y certera, destacó en los foros como orador insuperable. Dominó las técnicas de la oratoria y la locución y con su voz timbrada y profunda construyó bellísimos castillos hechos de palabras. Las Salas de Justicia de las Audiencias de Segovia y Burgos y el Tribunal Supremo guardan en su secreta memoria los ecos de sus informes.

Nunca fueron sus discursos hueros. Habló con la fuerza de la convicción del que cree en lo que dice y defiende. Y así sirvió a miles de segovianos, a quienes ayudó a deshacer entuertos y remediar injurias. Su silueta quijotesca se encorbada ante la Sala, preguntando si había de encontrar allí Justicia.

Nunca entendió la abogacía como derecho, sino como un sagrado deber, el de ayudar a los demás. Fue abogado y maestro y decano de abogados. Este quijote letrado, embrazando sus leyes, armado de su palabra, vestido de su toga negra de organza y terciopelo, libró cuantas batallas pudo y peleó por cuantas causas justas se encontró en su camino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario