martes, septiembre 27, 2005
Manifestaciones evidentes e inconvenientes (RES)
Manifestaciones evidentes e inconvenientes
Un hombre debe permanecer fiel a sí mismo
y a su tradición o se convertirá moralmente en eunuco
y aborrecedor encubierto de toda la humanidad
(George Santayana. Mi anfitrión el mundo.)
Con motivo del 25 aniversario de la asociación cultural Comunidad Castellana (1977) y unos pocos menos, casi veinte años (1983) de aprobación de los estatutos de las diversas autonomías en que quedaron divididas con criterios tecnocráticos las tierras castellanas (Burgos, Soria, Segovia y Ávila en Castilla y León, Guadalajara y Cuenca en Castilla –La Mancha y las comunidades uniprovinciales de Madrid, Cantabria y La Rioja) son numerosas las constataciones acerca del nulo sentimiento de colectividad y pertenencia estimulados por tales engendros, sobre todo en las dos primeras y más grandes de las inventadas autonomías.
Colmados los presupuestos mentales de los políticos de entonces y también de ahora con un pensamiento moderno rígidamente funcional y esclerotizado, se echó mano de una miserable reducción de lo político a la pericia técnica y a la eficacia de la gestión económica, acaso eco de la vieja salmodia: reducir el gobierno de los hombres a la administración de las cosas; el crecimiento económico, cada día más problemático y peligroso convertido en la finalidad última de la acción colectiva. Reducción en suma del animal político del zoon politikon de Platón al homo economicus. Las antedichas autonomías engendradas resultaron mucho más que una restitución, para usar el lenguaje de la tercera vía (de A. Gidens), una nueva versión de la República sin ciudadanos donde ya no hay instancias intermedias entre una sociedad civil atomizada y el estado gestor.
El leit motiv de la nueva construcción política autonómica era la creencia optimista y angelical que transfiriendo a las autonomías las competencias del poder central o soberanía política, disminuiría automáticamente el centralismo. Naturalmente que como correlato de tal transferencia de soberanía política y desaparecidas en Castilla tras una secular eliminación de costumbres, fueros, hábitos de autogobierno y de libertades municipales y laborales, no existía el correlato de una verdadera soberanía social que templara la soberanía política. Tal función se redujo a esas máquinas de poder que son los modernos partidos políticos, cuyo interés real al margen del obligado marketing publicitario es mucho más ampliar su poder e influencia que no coinciden precisamente con la ampliación de la soberanía social de las autonomías de base (municipios, asociaciones,, mutualidades, corporaciones, familias). De esta forma surgió un nuevo centralismo en principio más molesto al ser bastante más cercano que el anterior. Las autonomías, como alevines de estado que son, en absoluto han restaurado viejas pertenencias familiares, locales, concejiles, corporativas o religiosas, ningún atisbo de fomentar la mutua confianza al margen de las regulaciones, sencillamente han sometido al ciudadano a las mismas coacciones impersonales, exigentes, abstractas y homogéneas que las del estado central, más molestas si cabe por la cercanía. Algo sabemos hoy día del espectacular incremento de la burocracia, de las acumulaciones de poder y dinero en las capitales autonómicas. Mucho más que en otras autonomías esos puzzles denominados Castilla y León y Castilla-La Mancha extraños maridajes de churras con merinas, han procurado estimular los viejos objetivos del liberalismo, coincidentes en muchos aspectos con los del marxismo: individualismo igualitario, desencantamiento del mundo, universalización, glorificación del sistema productivo, y erradicación de identidades colectivas (no existen al parecer leoneses, ni bercianos, ni manchegos, ni murcianos en la grillera de las modernas autonomías del centro, a todos se les subsume con el impreciso y vago apelativo de castellanos) ni culturas tradicionales diferenciadas, ni historias de particulares singularidades. La disolución de los lazos sociales tradicionales, convenientemente machacados entre castellanos, leoneses y manchegos ha dejado un vacío tal que tiene que ser paliada con el nuevo poder autonómico, que de momento hereda la abstracta y frágil identidad española; justamente el Informe Mundial sobre la Cultura editado por la Unesco en el 2000 viene a corroborar que nacionalismo español es el penúltimo de los países encuestados, probablemente menos porque el español sea cosmopolita y abierto que por ser más bien ácrata e indiferente al bien común y los esfuerzos que ello conlleva, lo que de alguna manera no deja de ser una decepción para tanto micronacionalista enfervorizado cuyo enemigo, o mejor su fantasma, es un españolismo terriblemente nacionalista. Así vemos como a falta de lazos sociales tradicionales Bono proclama abiertamente que pretende de Castilla- La Mancha una autonomía de servicios, es decir de ciudadanos asistidos muy en la línea del actual socialismo descafeinado. En Castilla y León las fuerzas vivas de las finanzas huyen con espanto de cualquier diferenciación regional y proclaman orgullosas su uniformidad y homogeneidad abstracta y lejana denominando a una de las principales entidades financieras de la región Caja España.
En realidad tal homogeneidad es un proceso a escala mundial que consiste en reducir los últimos recovecos de singularidad y autonomía de los seres humanos, hacer saltar los últimos cerrojos de creencia, tradición, patria, lengua, probidad moral, sabiduría, sexo, casta, etnia y no permitir más que la mera pertenencia a especie humana; quedando reducida esta última a una fina y abstracta polvareda de átomos intercambiables, colocados en el tablero social en función de su competencia, que no de su sabiduría, y recompensado en consecuencia, es decir proporcionalmente a su valor de mercado, con bienes de consumo producidos con profusión en una sociedad tranquilizada y dedicada exclusivamente a la explotación supuestamente racional del planeta, naturalmente que ni siquiera está prevista este secuencia para todos los átomos sociales, probablemente el avance de la técnica cada vez precise menos átomos, ni para toda la duración su existencia terrenal. He ahí el programa que se nos presenta como panacea universal. Sería cándido intentar encontrar discrepancias de fondo a esta partitura en conservadores, socialistas, nacionalistas o tercera vía, la melodía es unánime, a lo sumo ocasionales estribillos diferentes, este es el programa de organización del mundo por otro nombre conocido como mundialismo o globalización. Acorde con tal programa se va perfilando en el ámbito occidental la liquidación de las viejas naciones europeas para diluirlas poco a poco en una primera providencia en un extraño bloque continental político y económico del que no se sabe muy bien ni el origen ni la legitimidad de sus autoridades, sin contar para nada con los pueblos que sufren estas novedades; muy al contrario sus dirigentes, sobre todo en nuestro país, al socaire del progreso y la modernidad europeas se han entregado con entusiasmo y sin reservas a destrozar, entre otros, lo que antaño constituía uno de los símbolos irrenunciables del poder estatal, como era la moneda, que hasta hace no mucho tiempo recordaban en su cuño el origen divino de monarquía. Todo ello aderezado con alegaciones de que tal proceder es una muestra de cultura y progreso. Arrumbadas cuales Romas escépticas y decadentes ya poca o ninguna adhesión pueden suscitar, a lo sumo coartadas temporales de poder y ventajas, de dudosa estabilidad para el futuro, como cualquier espectador medianamente imparcial puede apreciar.
Pese a los cuantiosos recursos vertidos en educación, reduciendo y sesgando convenientemente la supuesta historia de las autonomías, cada encuesta acerca de la asunción de una identidad autonómica refrenda un fracaso, al parecer el rompecabezas autonómico no acaba de convencer a los vecinos de Miranda de Ebro que son leoneses, ni a los de Atienza que son manchegos. Insistiendo a favor de una ausencia de pasado, de historia y de diferencias en provecho de una razón meramente instrumental se va consiguiendo la civilización más vacía de lo que hasta el presente se había conseguido. Una atmósfera de pobre hedonismo, un estrecho individualismo narcisista de lo “para si”, mientras las antiguas mediaciones sociales, políticas, culturales y religiosas se hacen cada vez más inciertas, tibias y borrosas. La gente de a pie, en una situación cada vez más incierta, manifiesta cada vez más indiferencia o indignación, según las ocasiones, hacia clase política y gestora de la que ya no comparte ni siquiera el lenguaje, tanto más notoria en las autonomías que nos ocupan cuanto que hasta los partidos políticos preponderantes sin traza autóctona alguna son meros sucursalismos de intereses más poderosos.
Ninguna de las organizaciones que propiciaron la creación y posterior dirección política y administrativa de los entes autonómicos en que quedó dispersa Castilla han ido más allá de comportarse como máquinas de ganar votos y elecciones, con programas gemelos, con análogas ínfulas reformistas e impotencia real ante problemas tales como el envejecimiento, la desertización rural, la superpoblación urbana, el reparto de trabajo, el terrorismo, las sacudidas de la especulación financiera, el deterioro ecológico, la restauración del foralismo y la democratización popular, la inmigración o las rentas de subsistencia; idénticos callejones sin salida entre la economía y la moral, entre rentas apetecibles y cháchara moralizante, similares preponderancias de grupos de presión, nepotismo, clientelismo e intereses creados. Derechas e izquierdas, centralistas o nacionalistas todo converge en el pensamiento único. Todos apuestan por un una reducción del castellano a un tipo humano que sea mero cliente-consumidor, espectador-receptor pasivo del espectáculo de los media, detentador homogéneo y estándar de unos derechos humanos universales proclamados por la burguesía occidental, abstracto ciudadano sin singularidades resaltables, vulgarmente utilitario, alejado de la historia y de sus orígenes, convenientemente inculto, frío, si fuera posible competitivo con a lo sumo un toque de humanitarismo superficial y propenso al sacrificio de lo real por lo virtual, aislado, circunstancial votante partidos turnantes, desafiliado y desinstitucionalizado, amén de tolerante con la corrupción y el caciquismo. En suma el elemento ideal de la república atomizada y sin ciudadanos, el dócil sujeto de la omnipresente burocracia del estado gestor y sus supuestas bondades - cualquiera que sea el radio de sus competencias centrales o autonómicas -, el perfecto súbdito del mercantilismo capitalista mundial.
Cuesta creer en el imperfecto producto en que la evolución en que se ha convertido al castellano medio actual, limitado al disfrute de pequeñas satisfacciones, al deseo de tranquilidad doméstica, a sus cuatro horas diarias de televisión basura, en buena parte ocupado por el deporte de competición como espectáculo de masas; tanto más chocante cuanto que sus antepasados fueron hombres de servicio, de sacrificio y de riesgo mortal. Así de la fama de bravura y arrojo las milicias concejiles de Ávila, de su firma valerosa en batallas de recuerdo glorioso, como las Navas de Tolosa, ¿queda en sus descendientes algo más que un domeñado espíritu de rebaño, anhelante del calor del establo, que respeta con temor y temblor la tiranía dulce de sus actuales amos y pastores a los que refrenda reverente en las consultas reglamentarias?.
La moderna organización social y política prefiere sin lugar a dudas castellanos sin raíces, sin sentido y sin valores compartidos, adeptos a mundos virtuales irreales, a representaciones y publicidades mediáticas mágicas y machaconas, a espectáculos de masas, a drogas químicas o mentales, ciudadanos asistidos, si es posible, pero no responsables, erradicados de cualquier arraigo tradicional, en suma quiere el “finis Castellae”.
La prédica del sermón del respeto al otro es constante, pero más firme aún es la soterrada pero omnipresente creencia de que la tranquilidad social solo es posible al precio de erradicar diferencias, mucho más notorio aún en pequeñas colectividades, cosa por otra parte lógica por la falta, imposible por otra parte en una sociedad laica, de un verdadero polo espiritual que pueda unificar las diferencias, a no confundir con las meras adscripciones religiosas individuales modernas.
Desde el punto de vista social e histórico no existe esa entelequia abstracta que es el hombre en si; cualquiera de las tradiciones sagradas de la humanidad ha enseñado que solo quien ha alcanzado la liberación final, la iluminación absoluta, la deificación o teosis, que los términos son muchos para la meta última, están libres de condicionamientos de cualquier tipo y clase que sea; todos los demás hombres necesitan referencias y pertenencias varias: a una ciudad, a un pueblo, a una familia, a una tradición, a una civilización, a un gremio, a un estamento, a una etnia que le suministren en definitiva un modelo para la realización y cultivo de su personalidad; parafraseando un sutra budista se puede decir: la forma es la libertad. Pero ironías del destino cuando la libertad a este respecto es mayor que nunca, se pretende liberar al hombre de toda pertenencia. Pese a tal la pertenencia humana está condicionada a una historia y a una pertenencia cultural determinada, la humanidad se quiera o no ha comportado hasta el presente pertenencias plurales y diversas; Castilla es una variedad más de la historia y naturaleza con vínculos singulares y específicos que la modernidad ha tratado de anular, desde el estado central al vice-estado autonómico y más recientemente algunos grupos e intereses que tratan de uniformizarla con León y con La Mancha cuando no con Asturias, Granada y Badajoz. Lejos de la actual organización autonómica paraestatal la sociedad castellana fue históricamente un entramado complejo de cuerpos intermedios –merindades, behetrías, comunidades de villa y tierra, concejos, hermandades, cofradías, comarcas, mancomunidades-, que ha sido progresivamente liquidado desde la Edad media hasta nuestros días en el transcurso sucesivo de diversas dinastías: en primer lugar la monarquía leonesa hispanogoda, puesto que uno de los factores que jugó en contra de la pervivencia de las instituciones originales de Castilla fue la unión dinástica de coronas de Castilla y León, que lejos de castellanizar León como se piensa habitualmente, leonesizaron Castilla, siendo el historiador Don Ramón Menéndez Pidal el primero que utilizó este verbo al hablar de la leonesización de Fernando III, aunque en realidad en casi todas las uniones de coronas se trató de reyes leoneses que por azares de la historia juntaron la corona de León y de Castilla en una misma cabeza; seguidos de Habsburgos, Borbones, régimen liberal decimonónico y régimen autonómico vigésimo, cada una puso su granito para liquidar un poco más Castilla, con el fin de construir según nos dicen una España más grande y uniforme aunque más pobre en cuanto destructora de diversidades de vida social y vínculos de pertenencia, finalidad por otra parte que a la vista de las zozobras actuales no está tan claro que se haya sido una meta tan perenne como se pretende hacer creer. De esta manera Austrias y Borbones, Carlos, Felipes y Fernandos, los Carolus Philipus y Ferdinandus de las inscripciones latinas, que no son castellanos, ni siquiera de linaje español, traen y llevan para bueno y para malo, el nombre de Castilla por todo el Orbe, mientras la verdadera Castilla es menos y menos en la monarquía que utiliza su nombre. Como dijo muy bien el catalán Bosch Gimpera, nada proclive a partidismos castellanistas, “Castilla queda ofuscada y, en adelante, aunque siga hablándose de Castilla y esta con el tiempo se convierta de nombre en el país hegemónico, se trata de una Castilla que continúa la herencia leonesa. Así como se ha dicho que la cabeza, corazón y nervio de la unidad de nación alemana fue Prusia, se podría afirmar que la idea de la unificación de España a pesar de los pesares y aunque desbarate viejas imaginerías patrióticas es una idea herededa de León no de la vieja Castilla, los leoneses jugaron el papel de iniciales prusianos en la península.
Unas pertenencias múltiples tradicionales y un modelo singular de lazos eran el verdadero contenido de la vida castellana, diferentes de los vínculos e historia de los vecinos leoneses para no ir más lejos; anuladas por sucesivos eventos históricos que algunos califican precipitadamente de progreso no queda sino un empobrecimiento o desaparición de lo castellano como individuo y como colectividad, pues la identidad individual, al margen de las modernas elucubraciones abstractas, solo se puede caracterizar por una pertenencia colectiva. Es el retorno a esas comunidades, a esos lazos de cooperación y federación, a las agrupaciones de dimensiones humanas en lo que verdaderamente debe consistir la restauración de Castilla, o mejor dicho de las Castillas puesto que cada comarca castellana tiene su personalidad singular, cada una en su castellanía es diferente de las demás; lo que tiene bastante poco que ver con la división administrativa en paraestados autonómicos, gobernados por potentes maquinarias de partidos, burocracias clónicas de las centrales, con capitales y concentración de poder. Reconocer en suma sin vergüenzas autoculpabilizadores pequeñas patrias; desechar el viejo lema de no tener patria como pretende un cierto internacionalismo herrumbroso y añejo que aún pondera el mito de no tener patria y ser un mero componente de la “Societas Universalis” como sumun del progreso, y que es una de las metas del moderno mundialismo, visto con simpatía no confesada por los detentadores de los diversos emporios del poder.
El propósito de restauración de esa federación de comunidades que fue Castilla da por supuesto que la libertad de la colectividad castellana es compatible con la soberanía compartida y que lo político no se reduce al Estado, muy por el contrario presupone que lo público es un tejido de grupos intermedios: familias, asociaciones, colectividades locales, regionales, nacionales y supranacionales y lo político debe precisamente apoyarse en ellas y no anularlas en nombre de abstractos universalismos económicos y morales. Así es primordial resistirse a una reducción de la riqueza de la vida social mediante esa uniformización e indiferenciación - unas veces patrocinada por el poder central, otras por el poder autonómico y otras incluso por los que se autotitulan nacionalistas castellanos, que pretende hacer lo mismo de castellanos, leoneses, bercianos, manchegos y murcianos con el pretexto de una lengua común, de la homogeneidad empobrecedora y trivial de las costumbres modernas y de la ignorancia de la historia y diferentes tradiciones de dichos pueblos. Se considera esencial recordar que es en las comunidades locales y próximas, en donde es posible una auténtica democracia participativa y responsable y no meramente electiva, siempre preferible al gigantismo de organizaciones estatales o incluso cuasi-estatales, que al final pueden reproducir las mismas o mayores acumulaciones de poder que el propio Estado, como nos muestra el ejemplo de esas recientes capitales autonómicas y cúspides de poder que son la leonesa Valladolid o la imperial Toledo.
La pérdida acelerada del sentido de Tradición en el mundo occidental - con T mayúscula y a no confundir con tradiciones - ha desembocado en una unidimensionalidad, por emplear un lenguaje de los años sesenta, sencillamente pavorosa; el sentido del estado humano perdidas las viejas referencias religiosas y metafísicas, encuentra un mal sucedáneo en el estado nacional, demasiadas encuestas confirman que la pertenencia nacional es todavía un factor no desdeñable de identificación; la modernidad degrada de esta manera la filiación divina a camaradería, el lenguaje sagrado a altoalemán, francés o batúa,, la liberación a código civil, el paraíso a colección más o menos extensa de departamentos o provincias, la sabiduría crística o búdica a la espantable dialéctica del estado como realización del espíritu absoluto, la luz tabórica o la iluminación a la química, la excelencia espiritual a genes. No es difícil encontrar hoy día sujetos que anteponen a todo su nacionalidad, por encima incluso de la vida y la muerte, tal es el grado de nulidad y bajeza espiritual alcanzada en la modernidad, culpable de ese crimen mayor del siglo XX: “la deificación del Estado”; tan demente y descerebrado que alguna de las variantes locales del nacionalismo exclusivista enfebrecido por la estatitis ha sido recientemente bautizada con el adjetivo de aberzotismo. Recuperar diferentes espacios públicos de base para el ciudadano es esencial para que tenga sentido una democracia participativa que no esté totalmente a merced de las poderosas maquinarias de los partidos estatales. Se precisa por tanto una desestatalización de la política que en modo alguno han realizado las autonomías, mucho más alevines de estado que no cuerpo de base intermedio y en algunos casos francamente deseosas de heredar y suplir al estado preexistente con ardor nacionalista de neófito. Además que carente de soporte tradicional metafísico de síntesis el estado moderno es incapaz de unificar lo disperso, a lo sumo un pacto momentáneo basado en un recuento formal de mayorías aritméticas, que pueden hacer perfectamente falso mañana lo que hoy se considera soberanía absoluta del pueblo; ilusorios patriotismos constitucionales basados en un compromiso formal que pronto será de nuestros abuelos o bisabuelos, en una época en que a punto de desaparecer la familia, poca idea se tiene ya de la paternidad y menos de abuelidad.
Castilla lejos de fusiones indiferenciadas con León o con el Reino de Toledo debe mantener y legar al menos tantas diferencias como heredó de la historia. No es deseable ni históricamente se realizó nunca una Castilla-estado unificada al estilo moderno, cuya pertenencia implicara anulación de diferencias o inscripciones colectivas heredadas de la historia; si alguna cúspide tiene que tener Castilla debería ser resultado del pacto, una federación – de phoedus, pacto- de cuerpos intermedios con la pluralidad de decisiones e incertidumbres que conlleva, no de un decreto legal de fronteras ni de un uniformismo reductor por un lado y abusivamente extensivo por otro de lo castellano; aun recordamos cierto libro escrito allá por 1978 ( “El nacionalismo: última oportunidad histórica de Castilla” de Juan Pablo Mañueco.Guadalajara, Prialsa 1980) recopilación de artículos en que la miopía intelectual y la ignorancia histórica del autor no llegaba a atisbar otro fundamento para un nacionalismo castellano – última oportunidad según él para salvar Castilla- que la extensión cuantitativa de lo que erróneamente denominaba Castilla, en la que incluía al País Leonés a al Reino de Toledo, lo mismo que hubiera podido incluir la Patagonia, El Chaco o las islas Galápagos; nacionalismo, sin duda como todo nacionalismo, más propenso a la confrontación e incluso a la agresión que no a la cooperación, con la consiguiente reducción de las posibilidades de comprensión y colaboración, y siempre en guardia contra desigualdades, injusticias y asimetrías, desgraciadamente ciertas, favorecedoras de unas nacionalidades y regiones a costa de otras. En esta óptica de nacionalismo chato cántabros y riojanos, históricamente castellanos, nunca querrán pactar con los actuales conglomerados duero-vallisoletano, o tajo-toledanos- pacto que en realidad las leyes actuales no contemplan, tan solo la sujeción a la ley- . Castilla debe tener dignidad propia y no derivada ni del estado central ni de los conglomerados autonómicos en que quedó dispersa Castilla; la recuperación de la Castilla foral no se hará por la mera descentralización sino por la restitución de los cuerpos intermedios, con aplicación íntegra del principio de subsidiaridad en todos los escalones intermedios y la delegación exclusiva de los poderes que escapan a su competencia a las instancias superiores, entre ellas el Estado; una desestatalización de la política que se traduce en suma en una cuidadosa distinción entre poder social y poder político; una sociedad para los socios y no una anulación de los socios a favor de un poder en la cúspide, por otro nombre la societas sin socii. La primera premisa para la desestatalización es disminuir el dinero administrado por el Estado y sucedáneos autonómicos en la lejanía del ciudadano, actualmente en España el reparto para los recursos de la gestión pública son un 40% para el Estado, un 40% para las comunidades autónomas y entre un magro 12 a 15% para los ayuntamientos, que no se corresponde con los problemas de gestión de transporte, urbanismo, servicios públicos de asistencia, seguridad y otros. Solo como indicativo en la Confederación Helvética el 80% de los impuestos son para los cantones y las comunas y el 20% restante para la Confederación. En cualquier caso ya se empieza a reconocer sin ambages que el principal obstáculo para la descentralización municipal en España es hoy día no es el centralismo estatal sino el centralismo autonómico (El Mundo 29 de enero 2002).
Castilla, nos recordaba Luis Carretero Nieva, no fue nunca una unidad al estilo moderno, fue una federación de diversas Castillas cada una peculiar en sus diversos niveles en que se desarrollaba la vida pública: behetría, tierra, villa, cofradía, hermandad, reino, difícil de concebir con las abstractas categorías políticas modernas. De ninguna manera sería concebible para entender Castilla la reducción a estado unitario como categoría política primordial, que hoy pretenden algunos pequeños grupos políticos con pretensiones nacionalistas, izquierdistas e incluso independentistas, según variantes, repletos del uniformismo escrofuloso, empobrecedor y miserable de tales postulados, que acentúan entre otros valores exclusivamente cuantitativos el valor de la pura extensión territorial, incluyendo con arbitrariedad zonas que nunca fueron históricamente Castilla, y que copiando la cháchara nacionalista de otros pagos pretenden hacer pasar por tal en virtud de la lengua que hablan. Reducción y engaño debido en la mayor parte de los casos a ignorancia pura simple, aunque no falta en otros tampoco el escondido delirio de una masa de maniobra potencial que acaso votara algún día con frenesí nacionalista al partidillo que encabezan. Aunque la tenacidad obtusa con que propagan tales cuentos, en medios no precisamente gratuitos, hace pensar si no habrá por detrás ayudas y finanzas institucionales que traten de apuntalar la baja autoestima del castellano medio. Tampoco hay que pensar que las anteriores situaciones sean mutuamente excluyentes y exhaustivas, bien pudiera darse el caso de que se combinase a la vez la ignorancia, la búsqueda de masas de maniobra y la mano extendida a subvenciones oficiales, en que se pueden dar las más sorprendentes situaciones de partidos centralistas con talante más bien conservador financiando en obscena complicidad a partidos autodenominados nacionalistas e incluso izquierdistas: ¡ todo sea por apuntalar lo inverosímil!.
La recuperación castellana debe desechar lejos de sí las ideas delirantes de afirmación de lo propio, el encierro en sí mismo y el espíritu de campanario, por no hablar del terrorismo y del crimen. Frente a la idea de exclusivista e idolátrica de nación con su estado correspondiente, su desagradable y poco simpática jerarquía y su correspondiente ciudadanía transparente, elemental y obediente, se pretende una Castilla como federación de cuerpos intermedios y a su vez cuerpo intermedio de una España, que sea a su vez cuerpo intermedio de una Europa, no de naciones, sino de federaciones de cuerpos intermedios y vínculos múltiples. Claro está que jamás habrá una federación europea, es decir una federación hacia fuera, mientras no halla una federación hacia dentro, dentro de cada estado europeo, y hoy por hoy no parece que esa sea precisamente la tendencia, vemos surgir con fuerza de sarpullido malsano los más agresivos y excluyentes nacionalismos que aspiran a constituirse en ruritanias fieramente independientes, a veces torpemente arropados con votos y juramentos europeístas, con actitudes increíblemente aldeanas que afirman ser más capaces de fraternidad y coyunda con pueblos lejanos a muchas millas, que no con el vecino de al lado. Sin un pacto claro acerca de las competencias específicas de los diversos niveles de la vida pública, y empezando de abajo arriba y no derivados de graciosas concesiones de arriba, será imposible ningún tipo de federación; la inveterada tendencia a ampliar el poder del estado y sus sucedáneos –autonomías paraestatales- llevará fatalmente a confrontaciones y disensos. Parece difícil de entender en muchos medios políticos nacionalistas que hay algunos asuntos tales como diplomacia, ejército, normas jurídicas, medio ambiente, grandes decisiones de inversión, investigación y nuevas tecnologías son necesariamente de un nivel estatal federado amplio o posiblemente continental. Mientras centralismos y nacionalismos agresivos estén a la greña, la federación será una música celestial ampliamente detestada por tirios y troyanos, porque desgraciadamente la causa más profunda de la unión entre los pueblos no es fácil que impregne el ámbito del discurso racional; el interés y comercio no son en el fondo sino confrontaciones que jamás llevarán a la paz. En tanto se obvien estas elementales verdades lo más que se conseguirá es una Europa burocrática y tecnocrática que en absoluto va a prevenir de un retorno de conflictos e incluso de guerras.
El rebrote de nacionalismos y micronacionalismos virulentos en diversas fases de incubación en muchos pueblos europeos y su difícil convivencia y encaje dentro de los moldes del estado nación de moderna factura democrática, hace pensar que acaso haya pasado ya la oportunidad histórica y el tiempo de estos; claro que menos juego dará aún una federación continental europea diseñada por altos ejecutivos, poderosos financieros y diplomáticos con caché, el phoedus o pacto puramente pragmático, comercial, genéricamente humano, horizontal y convencional: autopistas muchas y destinos pocos, euros devaluados, banco central de desconocida legitimidad democrática, política monetaria a cargo de no se sabe quien, bolsas de valores - ficticios en su mayor parte-, supresiones aduaneras a favor de aduana única para un conjunto sin rostro, amagos de eurodemocracia y europartitocracia, boletines oficiales de directivas tiranas, proyectos Leader de caprichoso favor, subvenciones a la desaparición de aparatos productivos, asalariados que no artistas de trabajo y vida, educaciones tecnocráticas con su Erasmus incluido, lenguas varias y ninguna verdad esencial y superior que enunciar, y mercachiflerías diversas; esto sería en definitiva llevar el mismo juego del estado nacional a un nivel puramente cuantitativo más amplio y extenso pero a la postre un intento fútil y destinado en no mucho tiempo a idénticas dificultades y fracasos, o probablemente mayores.
. Quien dice Europa burocrática y tecnocrática dice a otro nivel Castilla burocrática y tecnocrática. Cualquier visón actual de Castilla que se limite a una redefinición de límites geográficos, a una mera redistribución de funciones administrativas y de poder, con su capital de poder político, con reorganizaciones de partidos y estados mayores correspondientes, olvidándose cuidadosamente de legado originario tradicional de lo castellano: restitución del poder social al entorno popular, desde abajo, desde las comunidades, no desde artificiales entelequias autonómicas, sobre la base del esfuerzo de una responsabilidad individual exigente e irreductible al depósito de una papeleta en una urna cada cuatro o cinco años, será un juego de salón más o menos original pero sin ninguna relación con lo fue la manera específica de entender la convivencia social castellana. Una democracia que conserve un poco de autenticidad, en cuanto práctica de una expresión popular , probablemente el menos malo de los sistemas políticos como decía Winston Churchill, está necesariamente plena de dudas, incertidumbres y tensiones, no puede reducirse al régimen de partidos o a las formalidades representativas del estado de derecho liberal, a menos de sumergir todo en esa atmósfera de crisis progresivamente más irrespirable que se constata a diario: corrupción, prevaricación y cohecho cotidiano, intercambiabilidad de programas, preponderancia y prepotencia de lobbies, despolitización e irresponsabilidad generalizada del ciudadano, propaganda mendaz, hurto de la consulta al pueblo para grandes y pequeñas decisiones, descalificación de unos partidos convertidos definitivamente en máquinas para hacerse elegir, crímenes de estado y otros ect.. La democracia práctica y participativa solo será posible en la medida que surjan consejos a los niveles más básicos, en la medida en que prospere la colegiación de los órganos directivos, la rotación en los cargos y abandono del caudillismo populachero, del carisma de revista de peluquería, del divismo entre taurino y futbolero tan dentro de las vísceras y emociones populares por estos pagos latinos; y en la medida también en que se facilite esas prácticas de democracia semidirecta que son el referéndum y las iniciativas legislativas de una manera realmente accesible a todos los niveles, como todavía hoy puede contemplarse con admiración y una cierta envidia en comunas, cantones y Confederación Helvética (50.000 peticiones para un referéndum, 100.000 peticiones para una iniciativa legislativa en la Confederación). Compromisarios de elección popular que den fe del comportamiento político cínico o hipócrita - según el momento- de los elegidos, hasta el presente protegidos por un derecho político y constitucional que los hace soberanos e irresponsables de sus promesas. Sin olvidar el viejo y tradicional mandato imperativo, que restituya la soberanía del pueblo frente a la soberanía del representante; y tampoco que Castilla fue la patria de Fernando de Roa y de Alonso de Madrigal, obispo de Ávila, seguidores de la vieja doctrina escolástica del derecho de resistencia y del tiranicidio incluso, cuado el ejercicio del poder se aparta de los mandatos de la ética cristiana. Una reducción de la política a escala humana y no una subordinación a partidos, a estados o a poderes supranacionales; que sea el ciudadano, y no las organizaciones políticas intermedias, el que tenga la primera y la última palabra de las decisiones políticas y administrativas. En esto es lo que verdaderamente volvería a los castellanos coherentes y consecuentes con su pasado medieval concejil, no creando amagos de microestado con capitales y acumulaciones de poder político y económico o con partidos que propugnan una baratija nacionalista estándar y uniforme. Y además es este el único camino posible para embridar la omnipotencia del dinero, y para separar y delimitar la riqueza del poder político, la partitocracia estatal, independientemente de si el estado es grande o pequeño, acaba irremediable y fatalmente sometida al dinero, de manera que se ha podido decir a este respecto, con más razón de lo que a primera vista pudiera parecer, que el parlamento actual no es más que un espacio de simulación de debates entre las diversas facciones del partido único del capital.
Una restauración de consejos e instituciones en la línea de antigua tradición medieval castellana, obviamente con las particularidades de tiempo y de gentes que hoy día viven, así como una revitalización de la responsabilidad ciudadana por el bien público, que en principio es algo más arduo que la simple buena intención, podría ser una nueva manera de hacer frente a los diferentes problemas que en un futuro no muy lejano se van a plantear casi con fatalidad en campos tales como el trabajo, las finanzas, el urbanismo, la técnica, la ecología, la alimentación, etc. Reclamar un orden municipal, comunero y foral parece un atentado a la Real Politik de altos vuelos: liquidación de los recursos planetarios, alteración mundial del clima, mundialización de la especulación financiera y de la usura, descomunales monopolios y oligopolios como ejemplo de libre concurrencia capitalista que, eso si, solo buscan la libertad de elección del consumidor, circuitos grandiosos de economía negra, comercio de armas y droga, altos dividendos por encima de todo, contaminación, financiación de la desestabilización y el terrorismo internacional, crímenes de estado, robos, prevaricaciones y cohechos a gran escala, entronización de las internacionales de la opinión política y de los círculos transnacionales y opacos del poder mundial, sugestiones y mentiras mediáticas de ilimitada expansión y otros números circenses de alta calidad estética que convierten la reivindicación de la inmediatez local y comunera en sosa paletería de aburridos y retrógrados ciudadanos, adornados aún con el pelo de la dehesa, rémora intolerable a la mundialización total de la golfería, que poco o nada tiene que ver con la universalidad humana.
No conviene por tanto hacerse demasiadas ilusiones al respecto, la política moderna sea del partido que sea, nacionalista, centralista o regionalista, lo menos que desea es un orden en que le hombre tenga más reductos de libertad, de responsabilidad y de conciencia del que da un voto espaciado temporalmente por un quinquenio poco más o menos. A cambio, dirán, tiene más renta por cápita, más kilocalorías en la dieta, más estupideces en los medios de comunicación, más caballos de potencia en el automóvil y otras ventajas a las que los actuales nacionalistas neocastellanistas añadirían la no despreciable consideración de un territorio no libre pero si extenso; todo ello parece que al moderno ciudadano le mola más que la libertad, al fin y al cabo como decía Cicerón: “El esclavo satisfecho es el peor enemigo de la libertad”.
Es bien conocido que en virtud de las nuevas tecnologías disponibles, tales como la informática, la robótica, la telemática, la biotecnología o la ingeniería genética se producen cada vez más bienes y servicios con cada vez menos hombres. La consecuencia es un paro y precariedad cada vez mayor con una predominante componente estructural que no coyuntural de todas las economías nacionales que no hay motivos serios para pensar que vaya a disminuir sino más bien los contrario, ya no es posible el pleno empleo, ningún economista informado se ocupa seriamente de ello, tan solo se escucha en los discursos de los políticos al acercarse las fechas electorales. La disminución del tiempo de trabajo podría albergar la esperanza de que se negociara de una manera generalizada la reducción del tiempo de trabajo semanal, las estancias de formación, los años sabáticos, excedencias por maternidad suficientemente largas, el reparto de trabajo, es decir liberar tiempo para vivir; pero las cosas no han avanzado tanto en ese sentido como precisamente en el sentido contrario de reducir la capacidad de negociación de los trabajadores, la deslocalización de empresas y el aumento de pobres en un mundo que los indicadores dice ser globalmente más rico. En el caso castellano y debido a la falta de capacidad de organización, resistencia y al socaire de la creciente despoblación, bien conocida por los gobernantes, se ha desplegado un notable esfuerzo para atraer a las autonomías de páramo, granito y pensión mínima los caramelos envenenados de los cementerios de residuos nucleares, el reciclaje de basuras, los cotos de caza, cementeras, los subsidios europeos para desmantelar la agricultura, las repoblaciones forestales de árboles tea cuando no horribles molinos eólicos generadores de corriente eléctrica para mayor beneficio de los oligopolios eléctricos; todo ello con la promesa de unos cuantos puestos de trabajo poco o nada cualificados y unas pocas subvenciones a algunos municipios, en la mayor parte de los casos en manos de los partidos turnantes del poder, y eso si como panacea mágica que todo lo resuelve el turismo esa alternativa extensiva al moderno repliegue sobre si mismo del hombre actual: ¡los de mi grupo por favor, pasen y vean paisajes, monumentos en proceso de ruina, pueblos abandonados y aborígenes cada vez más viejos!. Como retroalimentación maldita de este sistema nueva inyección de votos, diputados y senadores de los partidos de siempre y ¡ sigue el juego señores!.
Otro fenómeno que ya se vislumbra es la tolerancia en la trasgresión de normas laborales -sobre todo en ciertos sectores como agricultura, construcción o minería- en la que los magros salarios hacen imposible que los indígenas acepten trabajo en esas condiciones y se aprovecha para crear una oferta de trabajo a precio de ganga para una cada vez más nutrida bolsa de inmigrantes de más que dudosa integración en el futuro, como muestran experiencias de muchos países europeos con más experiencia en estas lides.
El mundo actual se encuentra inmerso en una huida delante de la actual economía financiera, con su especulación sin límites, sus valores ficticios, endeudamientos colosales de naciones, empresas y particulares, fondos de inversión especulativos y otras muchas prácticas mucho más propias de lo que Aristóteles entendía como “crematística” cuyo fin es la producción, circulación y apropiación del dinero, o también - con un nombre de resonancia más antigua pero no menos cierta - la usura, que no de la “oeconomía” cuyo fin es satisfacer las necesidades del hombre. Del sólido futuro que cabe esperar de tales actividades nos dice J. K. Galbrait:
“Nadie sabe cuando ni como se va a producir la crisis monetaria internacional que desencadene el hundimiento de especulación y valores ficticios. Lo que es seguro que estos acontecimientos son inevitables” (Apocalypse Tomorrow,, Le Nouvel Observateur, 6 de febrero de 1986).
De no sucumbir definitivamente a tal frenesí financiero y considerar al menos la posibilidad de volver a una economía al servicio del hombre, será necesario pensar en dar prioridad a los mercados interiores y locales, romper con el sistema de división internacional de trabajo, adoptar en firme reglas sociales y ambientales que encuadren los intercambios internacionales, no siendo un esperanzador antecedente los acuerdos de la Conferencia Mundial de Medio Ambiente Río en 1992, la más grande de las conferencias mundiales jamás habida, con más de 30.000 representantes de organizaciones gubernamentales y no gubernamentales y más de 100 jefes de estado. Ineludiblemente habrá que reforzar el llamado tercer sector (asociaciones, mutualidades, cooperativas, voluntariado), las organizaciones autónomas de ayuda mutua ( cooperativas laborales, sociedades anónimas laborales, la caución mutua basada en sociedades de garantía recíproca, sistemas de intercambios locales, intercambios de bienes y servicios al margen del mercado), sectores artesanales, reciclaje no institucional, mercados de segunda mano, en base todo ello a la responsabilidad compartida, la libre adhesión y la ausencia de afán de lucro, lo que evidentemente cada día es más difícil con la mentalidad de subsidiado de los ciudadanos e imposible de llevar a cabo si no es en las colectividades de base locales, una prueba más de la urgencia de recuperar la herencia castellana de las comunidades de villa y tierra y desarrollar la justicia sobre la base de individuos responsables en comunidades responsables; bien entendido que la responsabilidad que se compromete en la gestión de la cosa pública es una ardua cuestión no resoluble con meras proclamas, declaraciones programáticas o buenas intenciones; muy por el contrario solo es posible desarrollarla en la medida que se ponga al servicio del interés general un tiempo, esfuerzo e ilusión que por desgracia la mayoría de la gente prefiere dedicar a sus propios intereses y satisfacciones individuales, más estimulados hoy día que nunca en la historia, lo que evidentemente repercute en los lazos de solidaridad social, en la comprensión de los deberes colectivos y no digamos en la lucha por una alternativa a un sistema de beneficio predominantemente individual. Sin contar con la cada vez más extensa pérdida de principios, que difícilmente puede evocar fines o metas que vayan más allá de indicadores cuantitativos de acumulación material o de satisfacción de necesidades y deseos más o menos artificiales, muchos de los cuales empiezan a ser ampliamente cuestionables en las sociedades occidentales desarrolladas ante un entorno mundial de escasez y deterioro creciente. El BOE, BOCYL y similares son probablemente lo menos apto para crear responsabilidades e iniciativas populares.
Por si acaso no estará de más recordar, por que a todo el globo afecta –incluida Castilla-, que adoptar que apostar por las modernas industrias y finanzas capitalistas, el ir cada vez a más que nada tiene que ver con cada vez mejor, contribuirá cada vez más al desastre final de esta civilización, en nombre, eso si, de no sabe muy bien que progreso y evolución infinitos; las secuelas se conocen mejor cada día: recalentamiento del planeta, desaparición de la capa de ozono, trastornos climáticos y atmosféricos de imprevisibles consecuencias, contaminaciones varias, envenenamiento de acuíferos y de alimentos, agotamiento de recursos naturales no renovables, residuos radiactivos con su cortejo de deliciosos tumorcillos y cánceres y un largo etcétera de disparates. Sólo como recordatorio siempre conveniente para desmemoriados que olvidan estas cosas con más velocidad y frecuencia de lo que sería conveniente un informe de la British Petroleum (Statistical Review of World Energy. Londres 1992) afirma que la duración de las reservas probadas de petróleo se cifran en 45 años, las de gas natural en 60 años y las de carbón en torno a 245 años; las fuentes energéticas se consumen a un ritmo 100.000 veces más rápido que su velocidad de formación. Las reservas de los siguientes metales podrían agotarse en el mejor de los casos antes de 100 años: Bismuto, uranio, plomo, antimonio, estaño, cobre, oro, mercurio, fósforo, molibdeno y zinc por este orden. En lo que se refiere a alimentación, 27 de las 30 pesquerías del Atlántico Norte están casi exhaustas. Situación debida entre otras causas a los vertidos marinos, pues los océanos pese a su extensión no podrán seguir digiriendo por mucho tiempo los 20 millones de toneladas métricas de desechos que las sociedades humanas vierten cada día en él, ni los vertidos de hidrocarburos. Por otra parte en lo que se refiere a diversidad biológica cada año desaparecen entre 4.000 y 6.000 especies. Todo ello debía hacer tomar consciencia y responsabilidad de la renovación cíclica de recursos, desde usar bien las bolsas azul y amarilla de la basura hasta invertir en la industria del reciclaje en un contexto de control comunitario de base. Estado y grandes partidos aún no siendo ajenos a la basura, no manifiestan mucho entusiasmo en regular estos asuntos. En cualquier caso la utilización a gran escala de energía renovable no es ni siquiera pensable sin un cambio radical en el modelo productivo existente.
Un aspecto muy ligado al ahorro de recursos es la diversificación de medios de transporte, no muy deseada en la época de las prisas, y de las inversiones multimillonarias en AVES, autopistas y aviones ultrasupersónicos, que prefiere no pensar que una buena y segura red urbana e interurbana peatonal y de bicicletas, además facilitar accesos en muchos casos, bien distinta de la propensión al movimiento característica de la cultura del vehículo privado, ahorraría muchos miles de euros en gasolina, disminuiría la sangría humana y económica de la siniestralidad viaria, abreviaría el tiempo de transporte, amen de disminuir la contaminación; acaso sería el momento de volver a recuperar ciertos medios aéreos no ultrarrápidos ni ultracontaminantes tal como los dirigibles aerostáticos de helio para desplazamientos medios, tal vez transportes y viajes no urgentes por Castilla.
Antes que desaparezca definitivamente la población del campo sería necesario parase a pensar que para detener la actual degradación de la alimentación es necesario una cierta desindustrialización del sector agroalimentario, se sabe suficientes cosas sobre la agricultura biológica para saber que su calidad jamás será alcanzada por la agroquímica, además de que esa desindustrialización y apoyo de la agricultura biológica, en buena parte depósito de los conocimientos de la agricultura tradicional, favorecería los mercados locales, la diversificación de especies y de fuentes de aprovisionamiento, el empleo de mano de obra y la conservación del medio ambiente. Salvo en determinados centros de poder no parece dársele ninguna importancia a lo que se denomina arma alimentaria, mientras alegremente se liquida la agricultura en base a subsidios bruselenses, con el fin de alcanzar lo que se denomina control de la oferta, o se substituyen terrenos de regadío y se destruye vegetación de ribera para plantar chopos, materia prima de la producción papelera, con ayudas y subvenciones de la Comunidad Europea, práctica demasiado corriente en Castilla y León. En realidad todo un sistema de educación está diseñado para hacer de los tiernos infantes ciudadanos, no tanto en el sentido de responsables de acción y el bien común cuanto urbanitas o habitantes de ciudades lo más pobladas posible, cada vez más lejanas de ese espacio de libertad que fue en su momento la polis, y más cercana cada día de esa colmena numerosa que más que una ciudad es ya la ciudad global en que se va convirtiendo esta civilización, con sus espacios metropolitanos aislados, cuadriculados y clasificados de acuerdo con las exigencias de la competitividad empresarial, de aislada y aislante funcionalidad y vivero cada día más eficaz de esos productos tan urbanos que son el vandalismo, la violencia y la criminalidad, y sede de nuevas formas de pobreza y marginación social (, mujeres a cargo de familias, parados de larga duración, sin techo etc. ). En la autonomía de Castilla y León, no precisamente de las más industrializadas de España, apenas el 10% de los alumnos de formación profesional estudian la especialidad agrícola ganadera. Decía el lema de Escuela de Ingenieros Agrónomos “sine agricultura nihil”, pues bien Europa entera se dispone a prescindir a gran escala de tan sabia norma para un futuro no muy lejano y dejar sus fuentes de alimentación en manos de países lejanos, cuya ansia secreta en el fondo, no lo olvidemos, es también abandonar la agricultura e industrializarse, o cuanto menos industrializar y encarecer la agricultura. En medio del abandono cada día mayor de los campos, patente fenómeno en Castilla, sería preciso preguntarse si no ha llegado el momento de todo ciudadano adquiera una pequeña parcela y dedique un poco de su tiempo al deporte de cultivar un huerto y obtener unos cuantos alimentos, deporte mucho más inspirado en Virgilio y Horacio que no en los records y marcas de las actuales proezas atléticas.
No es demasiado reconfortante recordar que el actual sistema de pensiones estatal de la Seguridad Social va a tener serias dificultades financieras, mucho más serias en Castilla cuanto que su envejecimiento es mayor que en el resto de España, lo que en principio no se aviene demasiado bien con ciertas corrientes minoritarias que propugnan la independencia de Castilla, ciertamente una Castilla más bien inventada que poco tiene que ver con la historia; seguro que no los agradecerían tan brillante iniciativa el millonario colectivo de pensionistas castellano. Ahora es el momento de plantearse si una cierta capitalización de pensiones ayudaría a la economía castellana, claro que no se trataría de una capitalización manejada por el gobierno central para cubrir y ampliar la deuda pública y menos aún una capitalización privada circulando en maniobras especulativas por la red mundial de bolsas; de alguna manera se trataría de inspirarse en cierta mediad en el mutualismo gremial, y gestionar los fondos locales en colectividades una vez más libres y responsables con miembros responsables única forma de utilizar los fondos en una forma alternativa al circuito capitalista; por todas partes se llega al mismo corolario, las nuevas soluciones exigen al parecer recuperar lo viejo, la vieja herencia castellana, sus comunidades y su federación o pacto. Se podría también recordar que antaño y sobre todo en el medio rural era la familia la que de laguna manera proveía lo que ahora llamamos seguridad social, aunque la individualización extrema y la descomposición familiar en aumento no parece que sea un firme asidero para el futuro, aunque un posible reparto sensato del trabajo cada vez más escaso, así como una utilización no degradada del tele-trabajo, podría devolver a la familia en un momento que parecía destinada a desaparecer definitivamente sustituida por la probeta, su antiguo papel y vocación de ser instancia de educación, socialización y ayuda mutua o seguridad social en sentido amplio, permitiendo una por así decir interiorización y personalización de las reglas sociales que hoy se imponen desde el exterior desde la más tierna edad: guarderías, colegios, institutos, universidades, seminarios, cuarteles etc. Acaso también permitiría que los años finales no estuvieran mayoritariamente destinados al almacén-residencia de ancianos. Merece la pena intentar una sociedad que vaya más allá de la guardería-parking y el almacén-residencia de ancianos. La anciana Castilla bien podría aprovechar la experiencia de los actuales jubilados para transmitir la sabiduría y las tradiciones que conocen todavía nuestros ancianos y que sin duda desaparecerá con ellos, y reservar un horario en escuelas e institutos para que puedan exponer su saber los veteranos, pues por razones de ocupación y trabajo entre otras, en la mayoría de los casos esa experiencia no la pueden transmitir los padres a los hijos en casa; esta ocupación es algo más noble que el actual destino de los hogares de la tercera de edad como sucedáneo de casino para jugar a las cartas, fumar, bailar pasodobles y ser objeto de propaganda política por el partido gobernante de turno para presumir de su ingente labor social (algo así como los pantanos en la época del último dictador).
La anomia social y el nihilismo contemporáneo, con sus secuelas de ausencia de responsabilidad, horror ante la mínima molestia o sufrimiento y una asombrosa dosis vanidad de hidalgüelo con ínfulas, que la moderna organización social, política y económica no hace más que exacerbar, necesita un cambio radical, un retornar a los orígenes, a lo premoderno, desde la perspectiva que da un análisis realizado desde un punto de vista posmoderno del fracaso e impasse de lo moderno. Para eso se precisa como punto de partida un verdadero trabajo de pensamiento de los castellanos con espíritu libre, una revitalización de las comunidades locales, un renacimiento de las tradiciones locales, borradas o - peor aún- mercantilizadas por la modernidad, un retorno de la convivencia popular, al sentido de la vida, de los ciclos del año y de la fiesta.
Las cosas que deseamos
tarde o nunca las habemos,
y las que menos queremos
más presto las alcanzamos.
Porque fortuna desvía.
aquello que nos aplace,
mas lo que pesar nos hace
ella mesma nos lo guía:
así por lo que penamos
alcanzar no lo podemos.
y lo que menos queremos
muy más presto lo alcanzamos.
Juan del Encina
(¿1469?-¿1529?)
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