Teresa de Jesús tampoco les votaría

Teresa de Jesús tampoco les votaría


Leo en avilared.net un artículo de Luis Represa titulado “Por qué hay que echarlos” en el que aboga por sacar del gobierno de las instituciones abulenses a las personas que han utilizado el poder para medrar en la política en beneficio propio en lugar de ocuparse del bien común.
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Rafael Jiménez Claudín
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miércoles, mayo 20, 2015

Viejas reflexiones sobre elecciones y política (Ávila 1995)

OTEANDO OTROS HORIZONTES 
El largo periodo de campaña preelectoral en que vive el país desde hace varios meses suscita la inquietud de que es lo que se debe hacer ante un nuevo encuentro con las urnas.  Ante los previsibles carteles de la feria política surge la fuerte tentación de abstenerse de todo, pero también apetece plantearse, antes de adoptar una decisión definitiva en ese sentido, una pregunta acuciante ¿Realmente se puede intentar hacer algo para que cambien las cosas?. 


Las masas de electores a semejanza de las cofradías de admiradores de los artistas del celuloide, hablan a veces acerca de la listeza, del estilo, del carisma o de la guapura de los candidatos a los que piensan someterse o acatar obediencia durante el próximo periodo legislativo.


Alguien a llamado a este sistema una democracia de behetría, en recuerdo de las prerrogativas que tenían en la Edad Media los pueblos castellanos de elegir a su señor, si bien la sustitución de tal señor era más fácil entonces que ahora, no existía un periodo fijo por el que tuvieran que estar sometidos.  Además la jerarquía tenía una aureola de origen religioso que en el mundo secularizado actual sería vano buscar.  Era natural entonces que los vasallos juraran fidelidad y pusieran en prenda de tal juramento su honor, pues la autoridad se consideraba en último extremo de origen divino, pero ¿cómo es posible atribuir algún tipo de sacralidad a las pretensiones, intenciones o promesas de los modernos políticos?.  Pues en vista de eso los políticos actuales cuando llegan al mando pueden llegar a tener un poder que era difícil de concebir en tiempos pasados, y sin mediaciones morales o religiosas que hagan lícito su poder.  El buen ciudadano calla y otorga y cuando lo exigen las leyes acude a votar a sus mandatarios. 


Un historiador muy ligado a Ávila contaba que eran dos casi-fatalidades las inherentes al carácter hispano: por un lado el individualismo atroz que desdeña todo tipo de sociabilidad política y del que es buena muestra el anarquismo de principios de siglo, aunque no faltan tampoco actualmente muestras de procederes políticos similares en muchos ciudadanas, desde fontaneros hasta toreros ; el otro extremo lo representa el caudillismo, sin que sea necesario acudir al invicto para ver excelentes muestras de ello. Este extremo parece ligado además de una manera turbadora a los caracteres sexuales varoniles primarios hasta tal punto que los comentaristas políticos aparentemente más equilibrados y neutros no tienen empacho alguno en desdeñar a un político diciendo que no tiene carisma , como si dijeran: no es torero, no tiene majeza y en definitiva es poco macho.  Cuanto voto se deberá en este país a estremecimientos inconfesables de las vísceras más secretas. 


Con todo no habría nada que objetar si sus obras desmintieran la vulgaridad de su extracción, pero no es este el caso precisamente, a medida que el siglo llega a su terminación los disparates aumentan de forma alarmante; el país se ve definitivamente condicionado a los intereses de la política mundialista lacayunamente seguidos por los dirigentes políticos sin diferencia de ubicación diestra o siniestra. Los resultados están a la vista desmantelamiento no ya de fábricas sino de sectores industriales, agrarios y pesquemos nteros aumento del paro hasta límites hasta ahora no conocidos, aunque evidentemente esto aún se puede considerar Jauja comparado con las tasa de para de muchos países subdesarrollados a las que si Dios no lo remedia estamos abocados.  Claro que de momento se va tirando sin problemas de vida o muerte debido al fabuloso sistema de financiación de prestaciones sociales que consiste en generar déficits presupuestarios y una gigantesca deuda pública, sistema que en principio traslada los gastos actuales al futuro, y que los políticos de derechas y sobre todo los de izquierdas están dispuestos a proseguir sin desmayo, pues va en ello los votos de pensionistas, parados y demás subvencionados.  Lo que no está tan claro es lo que pasará en el futuro si las futuras generaciones no se hacen responsables de los gastos de ahora. 


De la madre tierra más vale no hablar, se destruye la atmósfera que respiramos, se contamina el agua que bebemos, cuando la hay; se envenenan los alimentos que sembramos y comemos, los que pueden; se despilfarran sin remedio las materias primas más importantes (quedan 50 años de petróleo para el mundo según la British Petroleum) amen de propiciar la desertificación de la tierra, el cambio de Clima y otras fruslerías que la buena educación aconseja callar discretamente Todo ello debido a un avanzado sistema de producción industrial y consumo masivo, que por otra parte ha producido más millones de muertes por hambre que ningún otro siglo en gentes cuyo consumo no es precisamente tan masivo Aunque si alguna ventaja ha aportado los modernos avances de la ciencia a la industria no se puede dejar de señalar que nunca en las historia del género humano se disfrutaron guerras más sangrientas que en el presente siglo, gracias precisamente a la industria militar, aunque tampoco faltan guerras de carácter más ancestral con aromas de fanatismo religiosos en la Europa de ahora.  Y no se diga que esos son efectos perversos del capitalismo, pues en los países que hasta hace poco formaban el mosaico de lo que se podría llamar el paraíso soviético las cosas eran sencillamente espeluznantes. 


Naturalmente que estas cosas no son patrimonio del conocimiento de unos grupos exiguos y pesimistas como ecologistas y demás rarezas humanas; hoy día todo esto es prácticamente del dominio público.  Otra cosa es si realmente se puede poner remedio a esto estado de cosas o si alguna fatalidad nos arrastra a lo peor.  Por el momento se puede constatar que los intereses por mantener las cosas más o menos como están son de tal calibre, que los políticos se apuntan con mucho más frecuencia al carro frenético del caos en que se alimentan tales intereses que a intentar frenarlo.  Es incluso bastante improbable que se puedan rectificar las cosas desde un punto vista exclusivamente humano.  Como botón de muestra de tales dificultades se puede señalar la extraña coyunda entre grupos políticos de izquierda habituales defensores del mantenimiento y ampliación del sistema industrial, cuyos correligionarios de otras latitudes cuando han estado en el poder han causado auténticos destrozos en la naturaleza, y los llamados verdes, e los que se esperaba un comportamiento menos ambicioso de escaños y cargos.  Al fin y al cabo, como dice la popular jota segoviana: 'a vivir que son dos días y de aquí a cien años todos calvos' , aunque al paso que vamos es dudoso lo que va a quedar dentro de cien años.  Hablando de futurología dicen algunos que los partidos de las actuales democracias occidentales desaparecerán en el futuro o al menos su papel se reducirá mucho. Es de esperar que no produzcan cosas peores, aunque siempre hay que temerse lo peor.  Lo que parece cierto es que son ya los humanos en su sentido más original y no solamente en su aspecto de ciudadanos los que tienen que hacer algo antes de que sea demasiado tarde.  No es muy agradable imaginar una situación en la que los habitantes de los países occidentales se dejen llevar pasivamente por las circunstancias , a veces favoreciéndolas a veces consintiéndolas, hasta el extremo de morir de inanición, como se ve con alguna frecuencia por televisión en los países más subdesarrollados.  Un anticipo de lo que puede ser se puede ver ya en las grandes ciudades de nuestro país en donde un número cada vez más grande habitantes, cada vez más jóvenes, se dedican a una mendicidad digna de los pobres de solemnidad de tiempos más viejos pero sin ningún tipo de solemnidad.  Aunque bien pensado con una tasa de paro más elevada se podría conseguir una sociedad aún más moderna con niños abandonados por las calles y otros tipismos que hoy día existen en muchos países iberoamericanos o en la India.  Hasta es posible adivinar situaciones de violencia. y terror comparada con las cuales las más brutales tribus  urbanas actuales serían chiquilladas sin importancia. 


Por de pronto asombra ver la cantidad de gente que aún se cree las diatribas electorales donde los partidos se acusan mutuamente de fechorías sin cuento, proponen todo clase de maravillosas recetas curalotodo y lo que es más asombroso manadas de millones van y los votan.  Dentro de este conjunto tan singular se encuentran los que favorecen el actual estado de cosas, aunque no hay que olvidar otros elementos que son los que pasan, que también se cuentan por millones y que parecen ir constantemente en aumento. Estos últimos elementos son los que consienten , y entre los que favorecen y los que consienten se está creando una siniestra armonía contrapuntística que llevará a una mala resolución. 


Así puestas las cosas no está mal volver a los orígenes para repasar una andadura equivocada.  Retrocediendo en este sentido a la Edad Media asombra ver el funcionamiento popular de los concejos castellanos y la actuación  de sus jueces de acuerdo con el derecho consuetudinario, progresivamente aplastados por las ambiciones aristocráticas y reales, los caudillos carismáticos de entonces.  No fue tan feroz el aplastamiento de las instituciones populares medievales en otras zonas de Europa por lo que aún es posible examinar lo que pudieron dar de sí. Vaya aquí un reconocimiento al suizo Dénis de Rougemont que fue capaz de transmitir que Suiza , que irónicamente no pertenece a la Comunidad Europea, tiene algo más que relojes, quesos, secretos bancarios o colegios de señoritas cursis y pijas, refiriéndose a su secular sistema político de consejos tanto a nivel de comuna ,como de cantón , como de confederación, muy anterior al moderno sistema de partidos políticos.  Desde luego que se ha considerado que Suiza es un país sin grandeza política, sin un gran imperio ni sin las atrocidades anexas a tal empresa, pero en vista de los resultados que se están obteniendo de la mundialización de la política y de la economía se empieza a fascinar uno por aquello de 'lo pequeño es bello'.  Otra objeción clásica es que a las instituciones suizas son poco caudillistas y taurinas para los hispanos, aunque a este respecto cabe argüir que en la Castilla medieval el funcionamiento de los concejos era más popular y el toreo más recio que hoy día.  Si es cierto aquello de que lo que no es tradición es plagio, probablemente el sistema político suizo está más cerca de nuestros orígenes políticos que el sistema anglosajón de partidos turnantes que ya ha traído unos cuantos quebraderos de cabeza al país. 


El consejo federal suizo, máxima autoridad ejecutiva , funciona de una forma colegiada donde se integran de forma equilibrada las diversas opciones políticas, las confesiones religiosas y las lenguas, de manera que a todos alcanza la responsabilidad de gobierno y las tensiones que día a día hay que resolver, difíciles pero claras . De estos consejeros federales se ha probado sobradamente que su dedicación a la cosa pública les ha hecho perder dinero y ventajas, y pasado su mandato desaparecen de la vida política sin formar esa nube de pretendientes a cargos y sinecuras tan típica de los ex-mandatarios de nuestro país.  La presidencia de la Confederación Helvética se realiza durante un año y por orden de antigüedad entre los consejeros federales, lo que sin duda hará pensar a la mayoría de los españoles que con ese sistema no da tiempo para enriquecerse.  No es raro ver viajar el los tranvías y autobuses urbanos de Berna al presidente del país.  Por si fuera poco para resistir popularmente a tal poder ejecutivo que representa ampliamente a la sociedad suiza, existen dos mecanismos de utilización frecuentísima que son el referéndum y la iniciativa legislativa, muy distintos de los que figuran en la constitución española que son más bien de uso hipotético.  Naturalmente que estos sistemas de consejos colegiados, con preponderancia del consejo sobre el individuo, y de iniciativas populares existen también a nivel de cantones y comunas, que equivalen más o menos a provincias y ayuntamientos.  Todas estas instituciones son el resultado de la aversión secular de los suizos por las imposiciones de la autoridad civil y de su preferencia por las decisiones en asambleas populares.  Algo bien distinto del nutrido muestrario de gobernantes autoritarios , cerriles o simplemente chulos que constan en el haber de nuestra historia, y que han hecho la delicia de este país durante siglos. 


Algo han recogido los suizos actuales de su historia medieval y es que todo sociedad empieza en los escalones más pequeños y humildes, los que están más próximos al hombre.  Una sociedad sin socios de verdad elimina lo más auténtico de la sociedad y del hombre y acaba manteniéndose solo por la ideología y por la policía.  Algo de esa situación puede contemplarse cuando el funcionamiento de una sociedad se delega en unos cuantos partidos de escasa implantación, y estos a su vez delegan en sus dirigentes políticos que reducen la justificación de su política al número de millones de votos que han votado su programa teórico en una consulta electoral, programa, que dicho sea de paso, no compromete a nada legalmente vinculante.  El magro contenido de las ideologías de los partidos políticos , único ingrediente con el que se pretende que subsista el país, da para poco.  De seguir las cosas como van es dudoso que la próxima generación no conozca una balcanización en el extremo suroccidental europeo.  Cierto que se arguye que algo pesará la historia para que tal no suceda.  Otros insisten en la variante sentimental, si los españoles amamos la patria, o bien a los ciudadanos de otras regiones, o tal vez su fuéramos justos y benéficos como decía la famosa Pepa o Constitución Doceañista, tal vez, dicen, algo quedaría. 


En realidad no se trata de amarse, ni siquiera de conocerse, es algo bastante más directo: son necesarias unas instituciones que permitan que cada persona con su cultura , su religión , su lengua y su opinión política y social propia se encuentre a gusto.  Esto lo podría expresar bien un suizo diciendo: 'soy suizo no porque hable la misma lengua, ni tenga la misma religión , ni la misma opinión política y social que los demás suizos, ni tampoco porque los ame, ni tan siquiera porque los conozca o les entienda, sino porque pertenezco a un país llamado Suiza que me permite a la vez ser suizo y como yo quiero ser' que también podría resumiese en el lema 'cada uno para sí y la Confederación para todos'.  Pues bien, solo en la medida que las cosas cambien de tal manera que todos los españoles, con las naturales diferencias de tiempo, lugar y gente, pudieran definirse aproximadamente así, podrá subsistir el país, de lo contrario tendremos en fechas no muy lejanas nuevos reinos taifo-balcánicos, a saber si seguidos por nuevos caudillos carismático-salvadores de diverso pelaje. 


Ya puestos a hablar a niveles cantonales y de taifas alguna consideración hay que hacer de la ancha Castilla, tan ancha que no se sabe dónde empieza y acaba, ni casi donde está , ni siquiera si existe.  Aún se pueden recordar los tiempos de la llamada transición en los que tal vez por mimetismo de las periferias se trató de inventar una especie de nacionalismo castellano cuyo bastión eran unos pequeños grupos políticos y un escasísimo número de escritores, historiadores artistas y perceptores del vago título de intelectual. Dado el carácter de lengua mundial del castellano era difícil hacer simplismos lingüístico-nacionalistas fáciles en otras regiones.  De los textos que sobre este asunto se sacaron era muy difícil saber que se pretendía, unas veces se reivindicaba una mayor justicia económico-distributiva para Castilla, en otros casos se trataba de meras lamentaciones sobre la postración demográfica y económica o sobre la marginación de sus emigrantes en otras zonas más prósperas. Las jeremiadas eran muy abundantes, aunque no faltaban en ocasiones rememoraciones afirmativas de un pasado popular más pleno que el actual, pero salvo las referencias a un pasado comunero, que las más de las veces denotaban crasa ignorancia del mismo, todo se diluía en vagos emocionalismos por símbolos y hazañas del pasado, cosa bastante común por otra parte en todos los nacionalismos.  No faltaron opiniones que consideraban la extensión territorial como base de no se sabe bien que política regional.  En uno de los libros de aquel entonces se trató de hacer una encuesta entre diversos personajes de las artes y de las ciencias acerca del significado de lo castellano, término vago donde los haya, las respuestas eran curiosas en el sentido de que lo que podía significar lo castellano se subsumía sin más en lo español, término mucho más vago todavía que lo castellano, aunque vivimos ciertamente en un mundo que ama la abstracción, por tanto cuanto más abstractos los términos mucho mejor.  De hecho algunos respondían que lo castellano no era nada y a su vez era fundamento de lo español.  Había también personajes que se negaron a responder a la encuesta por considerar que la mera referencia a lo castellano era reaccionaria, cavernícola y poco progre.  Curiosamente fueron algunos partidos estatales de izquierda los que más fuertemente arremetieron contra el simpático intento se secesión segoviana , de la artificial región de Castilla y León diseñada en Madrid.  Aquello fue en realidad una manera de intentar revivir el viejo sentido comunero y foral de Castilla que nunca tuvo capitales administrativas ni Valladolides . 


De aquellos entonces subsisten unos cuantos exiguos partidos regionalistas, partidos en el sentido más convencional de la palabra, que varían entre la envidia a otros partidos nacionalistas periféricos de sólida implantación, pero basados en supuestos sociales de imposible analogía con lo castellano, y la exhibición de ideologías revolucionarias perentorias acompañadas con viejos símbolos del comunismo soviético, fáciles de encontrar en los mercados de baratillo de muchas ciudades.  Algunos de ellos con claro mimetismo del lenguaje político de otras regiones han legado incluso a hablar de la necesidad de que haya castellanistas, estrafalario adjetivo del que no se sabe en absoluto su significado. 


A lo mejor la negación de las características de modernidad y progreso pueden ser la base de partida para intentar una manera de hacer las cosas que se aleje un poco de la modernidad y sus siniestras perspectivas, a menos que se concluya que el mesetario castellano está destinado fatalmente a ser vulgar masa de maniobra de los intereses emanados desde el centralismo madrileño, en sus diversas variantes partidistas.  No faltan razones tampoco para pensar que así sea , no es difícil toparse entre los propios castellanos personas que no quieren saber nada de su propia condición de tales, puesto que sencillamente no quieren ser nada ni quieren hacer nada.  Y esto no tanto como loable camino de interna espiritualidad y perfección sino más bien como berroqueña dureza de mollera a la que tanto el paisaje como la sucesión de seculares sometimientos han contribuido.  No faltan voces últimamente que señalan que el progresivo deterioro y discriminación económica y social de la región haga saltar algún resorte hasta ahora dormido, aunque desde luego el comportamiento gregario en las consultas electorales no prueba que las cosas hayan cambiado mucho. 


No está claro cual sería el elemento humano base de una posible transformación del pensamiento y de la sociedad, la población agraria envejece más y más, y los pocos activos que quedan ven reducidos el número de hectáreas que pueden sembrar, el número de vacas que pueden tener y el número de vides que pueden podar, en nombre de unas directivas comunitarias emanadas no de Madrid sino de Bruselas.  No todo es malo sin embargo, puesto que alguna subvención se recibe para reforestar la región, que además del papel que puede representar para conservación ecológica del medio, puede tener la importante misión de suministrar sombra en verano para que sesteen los sufridos parados que no tienen otra cosa que hacer.  La industria si bien no ha experimentado el desmantelamiento de sectores industriales enteros como en otras regiones, no deja de haber fundadas esperanzas de que así suceda, basta pensar en la industria de extracción del carbón o en el sector del automóvil que depende de empresas multinacionales.  En lo que se refiere a captación de inversiones industriales extranjeras la cosa no va mejor, por muchos intentos que se hacen hoy día se prefiere invertir en Marruecos, en Tailandia o en Taiwan.  De los servicios, en especial el turismo, última esperanza que vocean los políticos que amañaron acuerdos con la Unión Europea, su importancia no puede compararse ni de lejos con las regiones costeras.  El más sólido bastión de subsistencia son las pensiones y subsidios públicos cuyo sistema de financiación digan lo que digan los políticos en sus discursos electorales está destinado al colapso por razones económicas y demográficas, no solo en nuestro país sino en la mayor parte de Europa, aunque las cosas no sean allí tan graves como aquí.  Queda por fin considerar la gran masa de parados, cuya excelente cosecha augura un gran porvenir.  Aunque conviene aquí distinguir los adultos, que en algunos casos pueden llegar a percibir algún subsidio e incluso con suerte jubilarse con la pensión mínima , de los jóvenes en los cuales, independientemente de algunos parches de contratos de aprendizaje, las tasas de paro son tan altas que incluso con los contratos basuras que el futuro les promete, y aún dispuestos a trabajar con la dignidad de los parias de la India o de los coolíes de la antigua China, es probable que cuatro o cinco de cada diez jóvenes no tenga trabajo a lo largo de su vida, cifra tal vez un poco menor si se consideran los posibles destinos en la economía sumergida y la delincuencia en sus múltiples variantes.  No sería cuestión entrar en la desprestigiada formación profesional impartida, mucho más preocupada en formar trabajadores por cuenta ajena que trabajadores autónomos o de cooperativas. 


El panorama descrito no es precisamente un inmejorable punto de partida para confiar en un esfuerzo de mejoramiento de las cosas, pero ahondando en el tipo humano que ha condicionado el mundo actual, hay que tener en cuenta además unas características mentales muy poco favorables, así por ejemplo la postura victimista de trabajadores y sindicatos que consideran que los que disponen de capital deben invertir para crear trabajo, olvidando el derecho de uso y abuso que pese a todo la ley consagra a la propiedad. 0 también la reivindicación de que en caso de no tener trabajo se tiene derecho a un subsidio, derecho afeado por tanto desaprensivo que conjuga dicha subvención con un trabajo clandestino, o bien evitando cuidadosamente trabajar para cobrar.  Por no hablar de la actitud ciudadana del que pasa ampliamente de política y considera que lo mejor es no hacer nada, caso en el que se encuentra buena parte de la juventud actual.  Siempre son responsables los demás, bien de crear empleo, bien de dar subsidios o bien de ejercer una buena política ciudadana, en definitiva 'que hagan los demás porque a mí no me da la gana de hacer nada'.  Y una vez que se ha hecho dejación de la responsabilidad individual, y habida cuenta de que la moral religiosa tradicional se ha debilitado mucho, los corolarios que se siguen no son nada extraños, tales las escasísimas iniciativas de cooperativas, de sociedades anónimas laborales o de cajas laborales que en otras regiones han dado espléndidos frutos, también la dificultad de encontrar trabajadores especializados que atiendan a precios no abusivos los servicios domésticos de reparación, o de encontrar los buenos albañiles, artesanos y mecánicos que antiguamente creaba la enseñanza directa de maestro y oficial a aprendiz.  Sin olvidar el notorio el aumento de alcoholización y drogodependencia de la juventud que cantan odas las estadísticas, o la perpetuación del viejo caciquismo provinciano a través de los partidos políticos de derecha, de centro y de izquierda.


Así las cosas es ciertamente difícil iniciar los caminos de la rectificación que pasarían por empezar a reanimar iniciativas dispersas que se han realizado en diversos terrenos, tales como bancos o cajas que funcionen sin o casi sin intereses, que a su vez fueran una fuente de financiación de cooperativas y sociedades anónimas laborales, fomento del consumo local y regional antes incluso que el nacional con el fin de mantener el trabajo en la región, sin duda ligado a la recuperación de industrias y oficios artesanos tradicionales. ¿ No sería posible que el castellano llevara en determinadas ocasiones las tradicionales capa y sombrero de labrador que aún se veían en las fotos de principio de siglo, como lleva pantalones de cuero el bávaro, faldas el escocés, sombrero cordobés el andaluz o boina el vasco?.  Si aprendiera a ser el mismo tal vez pudiera superar la inmensa vergüenza que le produce la  sola proposición de llevar tales prendas.  No se debe pasar por alto la necesidad de replantear la necesidad de algunos aspectos del mutualismo gremial como se practicaba desde los tiempos medievales en Castilla, a la vista del problemático sostenimiento de la seguridad social gubernamental que amenaza el futuro de los actuales pensionistas y asegura a muchos jóvenes unas arcas vacías y unas prestaciones nulas. 


Más allá de cualquier consideración política o económica, a nivel sencillamente humano, no sería malo recordar que conformándose a vivir con menos las cosas costarían menos, tal vez seria más fácil crear trabajo para más personas y por tanto menos paro, a lo mejor también habría menos diferencias de riqueza entre los pueblos, la importación de tanto artículo innecesario sería menos y el expolio de la naturaleza sería menos.  Inútil decir que toda la política del gobierno, de los empresarios o los sindicatos conspiran por el más: más renta nacional o per capital, más deuda pública, más beneficios, más salarios, más agotamiento de materias primas, más agresión a la naturaleza y por supuesto más parados. 


A nivel social tal vez se podría intentar helvetizar un pelín a los castellanos, ya demasiado americanizados, aunque solo fuera para intentar recuperar un poco sus orígenes.  Por poner un ejemplo y remontándose a la popular institución del concejo se la podría proponer como modelo para un nuevo tipo de asociación de ciudadanos que bien se podría adornar, a manera de sugerencia, con las notas de: predominio del consejo frente al individuo, por carismático que sea; actuación en el espacio local más inmediato de la existencia ciudadana ; no solo elección sino turnos rigurosamente rotatorios para cargos y cargitos; participación abierta a todos los ciudadanos no restringida por afinidad a credos políticos, sociales o religiosos; proporcionalidad de acuerdo con las tendencias y las procedencias; articulación de las diversas organizaciones locales en base a consejos confederales y lo más lejos posible de las organizaciones piramidales de los partidos estatales. Todo ello con el sano intento de que en los consejos estén los mejores pero evitando cuidadosamente los divos, los vivales y los cucos. 


Hablando del más próximo ámbito local y siendo en la pequeña ciudad de Ávila donde han surgido muchas de estas reflexiones, es justo que se trate de poner en práctica aquí , ciudad con más contrastes de los que se quisiera reconocer, desde Santa Teresa mística doctora y gloria de la Iglesia ,hasta Prisciliano obispo de Ávila y quemado vivo para vergüenza de la Iglesia , pasando por el cosmopolita y escéptico Jorge Santayana.  Mención aparte merece Torquemada aquí enterrado y que aún merece para algunos el apelativo de justo y piadoso.  Al no tener ninguna ideología que propagar, ninguna consigna con la que seducir, ni ningún caudillo a quien admirar solo es posible que del fondo del pueblo surjan las iniciativas que hagan suyas las sugerencias aquí contenidas.  Ya se sabe que la voz del pueblo la voz de Dios, y aunque suene extraño por estas latitudes tan papistas es tradición en la Iglesia Ortodoxa que ninguna verdad puede tener carácter de dogma si el pueblo fiel no la admite. 


Cuentan que los comuneros reunidos en la Santa Junta de Ávila estaban sorprendidos al ver como las reuniones donde había tantos burgueses  y miembros de la pequeña nobleza eran dirigidas por una persona que vestía el sombrero y la capa de labrador.  Esta misma sorpresa puede surgir hoy si los partidos políticos estatales vieran como surge en su pequeña sucursal abulense algo que, sin pedirles permiso, busca un espacio nuevo en las relaciones de los ciudadanos, en la cultura, en el trabajo, en la juventud, en el urbanismo, en la naturaleza, en la prensa y si se tercia también en las urnas.  Tales iniciativas están en manos de todas las asociaciones culturales, ecológicas, juveniles, ciudadanas, de trabajadores o de parados, y de todos los ciudadanos que nada encuentran de fascinante en las actuales instituciones políticas que tan fácilmente se convierten en nido de engaños y ambiciones, cuando no de crímenes.  Todos pueden aportar algo, pues aunque un grano no haga el granero, ayuda al compañero.  Muy diferente de la imposición de mayorías mecánicas de partidos compactos, solo en las tensiones que surgen entre los distintos intereses, compromisos e intenciones se puede aprender lo que es federalismo.  Es conveniente recordar que el más largo y arduo de los viajes comienza por el primer paso, sin él no se llegará nunca a ningún sitio.


 RES


Ávila 18 de noviembre de 1995

Los concejos comuneros en Castilla y Aragón (Anselmo Carretero, 1956)

LOS CONCEJOS COMUNEROS DE CASTILLA Y ARAGÓN

Anselmo Carretero y Jiménez

Instituto Diego de Colmenares
Estudios Segovianos Tomo VIII, 1956