La entrevista (a Juan Pablo Mañueco Martínez) que saldrá en enero en Nueva
Alcarria adelantada a ahora
Conversaciones con Juan Pablo Mañueco sobre el realismo simbólico
Por Antonio
Herrera Casado
¿Tu vinculación con Castilla
ya era entonces de tipo cultural, por tanto?
Sí y empezó a ser
una vinculación cada vez más estrecha. Hasta el punto de que en un viaje que
hice con doce o trece años a Guadalajara, aproveché un momento, en que ya casi
regresábamos a Valencia, para recoger unos simples terrones de tierra seca por
el calor de agosto, meterlos en una bolsa de plástico y llevármela conmigo a mi
casa, donde la guardé con mucho afecto en el fondo del armario de mi
habitación.
De vez en cuando
la miraba y hasta les decía a mis amigos. “Chavales, muy bonito esto de
Valencia, el arroz, las tracas, las fallas y la Virgen de los Desamparados,
pero ésta es mi tierra”. Y les enseñaba el contenido de la bolsa de plástico.
Es una escena
preciosa, verdaderamente representativa de un amor muy grande a una tierra
Y a una cultura.
La pena es que estoy seguro de que a ninguno a los escolares que se quedaron
aquí les explicaron que todo lo que estaban aprendiendo en el Bachillerato era
eso precisamente… el castellanismo cultural, la obra que Castilla se había dado
a sí misma y, también, por la importancia de los logros obtenidos, la
aportación de Castilla al mundo.
Aquí todas esas
cumbres se presentaban como cumbres españolas, genéricamente, como caídas
directamente desde el cielo, sin pasar por ninguna tierra concreta: la nuestra,
precisamente. Así que ser castellano o no, para quienes habían quedado aquí,
era o una cosa desconocida o una cosa aparentemente irrelevante.
Sí, aquí la
educación que recibíamos es la que tú estás diciendo.
De manera que
ningún coetáneo mío, de los que se quedaron en Guadalajara, se enteró jamás,
por vía de la escuela, de lo que es Castilla y lo mucho que lo castellano ha
aportado a la cultura universal. Y si hubo algún caso aislado fue a título
personal, no por mérito del sistema educativo.
En este sentido,
la educación bajo los tiempos de Franco –que es la época a la que me estoy
refiriendo- nos ocultó más a los castellanos que a los pueblos periféricos. Y,
por añadidura, los planes de estudio bajo la democracia no han subsanado ese
error entre los castellanos… Castilla sigue siendo la gran desconocida,
mentalmente, para los castellanos de entonces y de ahora.
Ya te digo que
estoy muy contento de haberle podido devolver a Castilla lo que ella me ha dado
desde niño, en el libro “Castilla,
este canto es tu canto”. Este libro es el que a mí me hubiera entusiasmado leer cuando
estudiaba el Bachillerato o cuando buscaba mi identidad cultural, a los veinte
años, y también en la Universidad. Yo no tuve esa suerte que ahora puede tener
quien lo lea.
¿Y qué futuro
vaticinas a Castilla?
El que decida la élite que nos gobierna, desde el comienzo de los tiempos. La
pirámide del poder es verticalista y no ha variado desde la época de los
egipcios, como poco.
Todos los
presuntos cambios políticos desde entonces son nominales, movimientos superficiales
que afectan al oleaje de superficie, que es lo que vemos, pero que no han
modificado el mar de fondo del poder político.
Es muy fuerte
lo que estás diciendo…
Sé que sonará
extraño lo que voy a decir, pero considero falsas las edades históricas y las
presuntas revoluciones, incluida la francesa.
Todas las
revoluciones involucionan casi inmediatamente hacia un sistema esencialmente
idéntico al anterior: cambian las propagandas que se lanzan sobre las
poblaciones (o quizá ni esto, porque siempre se habla de libertad y de justicia
y de igualdad, que ya muy pronto, esta vez sí, van a venir: pero resulta que
nunca llegan esas señoras o virtudes).
Es un
“Esperando a Godot”, de Samuel Beckett, continuo lo que estás describiendo…
Así es, Antonio, y
Godot no llega nunca… Esa es la historia de las promesas políticas y quizá
también de las religiosas, pero no quiero entrar ahora en esos berenjenales.
Lo que sí digo es
que, aunque cada régimen político promete en su frontispicio inicial que
promoverá la llegada de la Justicia, de la Igualdad y de la Libertad… luego, en
la realidad, cambian las constituciones y las leyes que se fingen y que se
aplican sobre la gente, pero que el poder se salta en su provecho siempre que
quiere: manda la élite, eternamente, desde arriba, y hace su santa voluntad,
con más o menos formalidades legales que sortear.
Así ha sido, desde
que el mundo es mundo. Igual.
Y eso de que
no crees en la edades históricas…
Desde luego, no
creo que exista nada que merezca ser llamado “Edad Contemporánea”, quizá algún
día la haya, pero no ha empezado. En el Despotismo Ilustrado terminó la
evolución política, si queremos decirlo así. “Todo para el pueblo, pero sin el
pueblo”, y hasta la primera parte del aforismo es falsa: para el pueblo sólo lo
que la oligarquía política decide dejarle generosamente, por mera deferencia,
después de haberse saciado a sí misma en cuanto le place.
Pero, ¿mandar? La
élite. El ciudadano no pinta nada, aunque ya no nos llamen súbditos, lo somos.
Y ellos no se avergüenzan siquiera de seguirse llamando “señorías”, como en la
Edad Media. Basta con escuchar que se siguen llamando “señorías”, con todo
desparpajo, para no querer participar en su comedia política.
¿Llamas
comedia política a la política?
Lo que digo es
que, en un sistema con señorías, o se es “señoría política” o se va uno a su
casa. No me parece inteligente quedarse en medio, haciendo bulto.
Lo que no se puede
es participar en un sistema así, donde lo único que te dejan ser es votante
deponente, que dimite de todo su poder el día de la “fiesta de la democracia”,
y ya no vuelven a contar con él hasta que dentro de cuatro años, le vuelvan a
decir: véngase usted a dimitir de nuevo ante la urna, porque después los
elegidos ya haremos lo que nos dé la gana.
Y además, mire
usted: ante sus propias narices nos ciscamos en el programa electoral y lo
rompemos aquí mismo, para que no le quepa duda de que los aristócratas de la
política haremos lo que queramos, si queremos, empezando por subirnos el
sueldo, las dietas, las pensiones máximas y las prebendas más altas que
podamos, que en esto sí vamos a estar de acuerdo todos los cargos electos,
seamos del partido que sea.
¿Te refieres a
lo que ahora se ha puesto de moda llamar la “casta”?
La casta, la
élite, la oligarquía, los aristos griegos y actuales, la aristocracia medieval,
moderna y contemporánea de la política, los barones dueños de sus feudos
políticos, los caciques del XIX y del XX, como nuestro querido Romanones, los
magistrados romanos tan por encima del pueblo como los actuales, los
emperadores de todo tiempo tan aforados como los reyes o los presidentes de
Repúblicas actuales, la nomenclatura socialista o comunista de cualquier
tiempo, desde la URSS a la China o a la Corea de hoy en día, a los Papas o
Popes teocráticos vigentes, a los cardenales políticos o religiosos… que sólo
acatan al Altísimo o a los altísimos tribunales que desinan ellos mismos…
Me refiero a los
que detentan el poder, e involucran a los pobres ciudadanos para que riñan
entre sí por motivos políticos, cuando lo que intentan los líderes es situarse
sobre los ciudadanos, todo ellos.
Siempre mandan los
mismos: los de arriba e imponen su dominio, su voluntad y sus impuestos
económicos, religiosos e ideológicos a la plebe, que los soporta
económicamente. Aunque ahora nos llamen falsamente “pueblo soberano”, somos la
plebe eterna, en realidad. Cada uno de los ciudadanos somos “Soberano don Nadie”, que es el título de mi primera novela
publicada, en el año 2006, y que ya sustentaba esta tesis.
Desde luego, a lo
que no me refiero es a ningún partido reciente, ni a ningún líder con coleta,
que lo único que quiere es ser más “casta” de lo que ya es, convertirse en un
arribista (en los dos sentidos de la palabra) que ascienda cuanto pueda en la
casta a la que aspira y a la que ya pertenece.
¿No crees en
la división de poderes, que es la base de nuestro mundo contemporáneo?
En España, desde
luego, no. El poder no tiene verdaderos controles, y ni siquiera se esfuerza
apenas en ocultarlo. Basta con ver lo que está pasando en nuestro país. Lo que
ya todos sabíamos y veíamos, pero que ahora está llevando a algún dirigente
menor a la cárcel, porque el hedor ya era irrespirable y la situación
desesperada de millones de conciudadanos no permitía tanta desvergüenza en los
órganos que, presuntamente, debían atajar este saqueo de los bienes públicos.
Pero la élite
manda siempre, en todos los países, porque el sistema político, desde el
Imperio Romano hasta aquí, es verticalista.
Tú escribiste
un libro titulado “La democracia real” donde ya tocabas estos asuntos, ¿no es
así?
Sí, en el año
2004. Es decir, no son tesis seguidistas u oportunistas de los actuales
movimientos que hablan de estas materias en los últimos años. El libro está
escrito diez años antes, y circuló mucho por las librerías y bibliotecas
universitarias de las Facultades de Madrid, por lo que a lo mejor se da el
fenómeno contrario, que estos líderes se han empapado de alguna de mis tesis.
Pero estos
movimientos, al menos los que más están sonando mediáticamente, no van a lo
esencial del tema. Son también verticalistas, quieren constituirse en casta
cuanto antes. Se quedan muy cortos en las soluciones que aportan para romper el
sistema de élites. Pienso que no quieren romperlo, quieren integrarse más aún
en la élite, y si para eso tienen que generar caos, violencia u ocasionar
muertes –en algún caso-, pues no les importa.
La solución
verdadera está apuntada en el subtítulo del libro al que aludes: “Hacia el
final del Estado totalizador de lo público”, y de esto no les he oído
hablar, porque efectivamente, sí sería la ruptura del sistema de castas o
élites.
¿A qué te
refieres?
El Estado, ya
tenga dos, tres o treintaiséis poderes nominales, tiende a compactarse en uno
solo frente a los ciudadanos o súbditos, desposeídos de todo poder real… Por
ello, es necesario que el verdadero contrapoder o contrapeso de los poderes del
Estado venga y actúe desde
fuera de él. Desde la Sociedad, con mayúscula, para equipararla y ponerla
al mismo nivel ortográfico que el Estado.
Es necesario lo
que yo llamo el Poder Social, estructurado orgánicamente –no asambleariamente,
ojo- y dotado de las facultades bastantes para supervisar a cualquiera de los
otros tres, y desde luego al Ejecutivo y al Legislativo.
Lo que se nos
presenta como el no va más del pensamiento político mundial: Montesquieu y la
Revolución francesa, sólo consiguieron separar en tres élites la élite
dominante (que además sólo se separan aparencialmente), no dar ningún poder
real al pueblo, tan despojado hoy de potestades efectivas como bajo Octavio
Augusto, por citar un nombre.
¿Te das cuenta
de que estás yendo más allá de Montesquieu?
Yo sólo digo que
el Poder, para ser democrático, debe separarse no sólo y de verdad entre sí,
sino tambiéndentro de sí, impidiendo que se compacten las tres élites en su interior y luego también entre ellas, volviendo a la
situación de un poder absoluto sobre la población de la que habíamos partido.
Y que eso sólo
puede conseguirse mediante un Cuarto Poder, el Poder Social, estructurado,
distinto y superior, llegado el caso a los otros tres, y desde luego al
Ejecutivo y al Legislativo. Y además no sería caro, que sería la única objeción
que se me ocurre; al contrario, sería la única forma de luchar eficazmente
contra la corrupción, y por lo tanto muy rentable para la ciudadanía. De otra
forma, la corrupción es casi consustancial a todo verticalismo.
¿Cómo se
alcanzaría ese Cuarto Poder que propugnas?
No es cuestión de
entrar aquí en más detalles, porque “La democracia real” es un enorme tocho de
500 páginas. Sí convendría citar que las ideas principales las he puesto en
verso en 2014, en un poema que se titula “Señora Castillesquieu”, que aparece
también en
“Castilla, este canto es tu canto. Parte I”.
Está al alcance de
quien abra ese libro, en un poema que me dicen es muy sonoro y bello, aunque a
mí no me lo parece, en comparación con los poemas que tiene a su alrededor en
tal libro.
¿Explícame, al
menos, cómo llegaste a configurar ese Cuarto Poder del que hablas?
Mirando a
Castilla, mirándonos hacia dentro. Porque resulta que la solución (de futuro)
ya está apuntada en el acervo cultural de este sorprendente y desconocido
pueblo que es el castellano.
Para la Castilla
histórica: el mandado imperativo mediante el voto vinculante al representante
no es una novedad, sino lo lógico. Como sabes mejor que yo, era lo que venía
forzado a obedecer el procurador de las ciudades que acudía a las Cortes de
Castilla. Y eso, traducido a nuestros días, significa que el programa
electoral se cumpla o el Poder Social destituya al representante desleal.
Bien, pues en
nuestros “contemporáneos” tiempos aún no hemos llegado al punto básico de la
democracia en nuestras Comunidades de Villa y Tierra y que, además, es lo
primero que aprende todo hombre de bien: que las promesas están para cumplirse,
que el representante tiene que cumplir lo que le encargó el representado.
Que los programas electorales deberían ser vinculantes o estamos ante una
farsa.
No voy a decir si
pienso que el sistema actual es una farsa o no. Porque la respuesta ya la sabe
toda aquella persona que haya seguido el razonamiento.
Por otra parte,
sería necesario un mecanismo para revocar al mandatario que no cumpliera con
sus obligaciones. Así, más otra serie de cosas semejantes, ya empezaría a
romperse la aristocracia, élite o casta que nos gobierna.
En cambio, sin
esto, seguirá existiendo casta. Y quizá más dura que la actual, la casta de
extrema izquierda, que es la que representa el señor de la coleta, y que
siempre ha sido la nomenclatura verticalista más fuerte de las que se han
conocido hasta la fecha.
Y entonces, en
concreto, ¿qué futuro le ves a Castilla?
Ya digo. El que
decida la élite o minoría que nos gobierna. La élite decidió en los años 80
partir a Castilla en cinco comunidades, y cinco Castillas ha habido.
Recuerdo una
anécdota de aquellos días. Se cuenta que Enrique Tierno Galván dormitaba en los
escaños del Congreso y vinieron a despertarle diciendo: “Enrique, despiértate,
que tenemos que votar el Estatuto de Autonomía de La Rioja”, a lo que Enrique
Tierno Galván, abriendo un poco los ojos, replicó: “¿De verdad?”.
Pero votó a favor.
Y eso que Tierno Galván era un madrileño con raíces en Soria, y con verdadero
afecto sentimental por Castilla. Pero la élite había decidido pasar por encima
de Tierno Galván y de Castilla y vaya si pasó.
La élite,
siempre la élite, o la casta o el sistema…
Sí, quien se
oculte bajo el nombre de la “élite” -que no sé quién es o qué es- decidió que
Castilla saltara hecha añicos y Tierno Galván obedeció, y todos nosotros
detrás. Por eso, si mañana la élite decide que vuelva a unirse toda Castilla,
pues Castilla volverá a brillar entre los pueblos de España.
Y entonces hasta
alguna editorial, o el Departamento responsable de cultura de esa Castilla,
estará encantado en publicar la segunda edición de “El nacionalismo: una
última oportunidad para Castilla”, con prólogo inédito de Miguel Delibes
-bueno, esto sólo si estoy vivo y me lo piden- y repartirlo por cada
centro educativo de la Nacionalidad castellana o como quieran llamarla.
Allí se podrá leer
de nuevo el grotesco modo en que la aristocracia política de los años de la
Transición decidió destruir la unidad de Castilla, sin que eso fuese
conveniente para los castellanos, ni nadie, ni siquiera quienes lo votaron,
comprendiera por qué lo hacía. Y la vibrante prosa con que, creo, escribí aquel
libro juvenil.
¿No hay forma
de conseguir nada provechoso para la unidad de Castilla en estos momentos?
¡Ya lo creo que
sí! Repito: lo que la élite quiera hacer, se hace. Mañana mismo, si lo desea. Y
sin necesidad de cambiar ninguna norma constitucional ni artículo de Estatuto
de Autonomía.
Sólo con que el
poder fáctico, en conjunto, lo impulse. O la élite de un solo partido, allí
donde gobierne. ¿Qué problema habría en convocar mañana mismo un Festival de la
Canción Castellana, que invitase a representantes de las cinco comunidades
autónomas castellanas, con un sentido plenamente reivindicativo, sin tapujos ni
rodeos, y con el apoyo institucional que hiciera falta?
Ninguno. Además
sería un éxito para la ciudad que lo convocase. Por participación, por
repercusión mediática, por turismo y por publicidad para ese pueblo o ciudad.
Que lo convoque mañana mismo Guadalajara, si quiere. A lo mejor, la casta que
manda en Madrid y en España –sea quien sea- tiene un día tonto y lo permite. Y por
ahí nos vuelve a todos Castilla de golpe, que tiene mucho que ofrecer.
Pues no
estaría mal, ciertamente.
Además, se
subsanaría una injusticia histórica, cada vez más evidente. O que Guadalajara
convoque una competición deportiva, o un certamen de pintura o literario, por
decir cosas muy sencillas, de carácter abiertamente castellanista.
O que se organice
una lectura pública del Poema de Mío Cid, por parte de representantes de
Castilla Norte y de Castilla Sur. O tantas otras cosas, que algún día, cuando Castilla vuelva, se harán.
En Guadalajara, ya
hubo iniciativas muy interesantes desde el punto de vista castellano. Por
ejemplo, el concejal Jesús Orea hizo un parque del rollo jurisdiccional
castellano y levantó un muy bello ejemplar del mismo. Si en lugar de tener una
altura de 3 ó 4 metros, erige uno de 30, hoy sería uno de los símbolos más
significativos de la ciudad. Y el día que pongan uno de 30 metros en el Pico
del Águila, en la Peña Hueva, o en cualquier monte cercano a la N-II, donde no
se causen problemas ecológicos, se enterarán de la existencia de Guadalajara
todos los que pasen por la autovía, y se detendrán a verlo –y de paso la
ciudad- quinientos turistas cada día.
Ser fiel a la
cultura castellana, es rentable, incluso.
¿Qué partido
político ves tú más interesado en recuperar las señas de identidad de Castilla?
Ninguno. Las
élites de todos los partidos son refractarias a Castilla. Si algún concejal en
algún sitio ha hecho algo en este sentido, ha sido a título personal y, a lo
mejor, enfrentándose con las suspicacias de sus líderes nacionales.
La derecha ve a
Castilla como un obstáculo en su visión celestial y etérea de España. No quiere
pisar el suelo de la Castilla real, así que la da por muy bien extinta. Y la
izquierda recela de una Castilla cuyo valor verdadero desconoce. Y a
veces no es que recele, sino que odia directamente lo que ella cree que
representa Castilla, aunque el valor real de esta tierra sea exactamente lo
contrario de lo que la izquierda adjudica a la palabra “Castilla”.
Si por la
izquierda hubiera sido, durante la Transición, hasta hubiese desaparecido el
nombre de Castilla de la faz del “Estado” español. Estuvieron a punto de
conseguirlo… Y en cuanto a los partidos periféricos, encantados de que se haya
difuminado el contrapeso centrípeto que podría suponer una Castilla fuerte, lo
cual amén de otras ventajas para Castilla, también sería provechoso para
reequilibrar España en términos de mayor justicia territorial.
Desde luego, en el
centro de poder vertical que dirige España, estoy seguro de que hay más cuota
de poder periférico que de poder que corresponda a Castilla y a Guadalajara, lo
cual es otro inconveniente para que Castilla se una. No le interesa de ningún
modo a la periferia, que prefiere tener una Castilla despoblada y troceada.
¿Y no ha
variado esta situación en los últimos años?
Bueno, quiero ser
optimista respeto a lo que acabo de decir. Quizá este análisis sea válido para
la derecha y la izquierda que hizo la Transición y desde entonces, hasta aquí.
Pero ahora está
surgiendo una nueva clase dirigente que, a lo mejor, ¿por qué no?, se fija en
la terrible injusticia que se sigue cometiendo con Castilla y se decide a
subsanarla. Aunque sólo sea para ahorrar costes en alguna de esas cinco autonomías
que, amén de ahistóricas, son de opereta.
Ahora bien, que no
nos hablen de federalismos asimétricos, porque entonces sí que digo que es la
sucursal catalana de la élite la que está pulsando esa tecla. El partido que
defienda tal cosa, tal aberración, lo del “federalismo asimétrico”: que sepan
todos los votantes castellanos que es un criado fiel de la tecla periférica.
Sea el que sea. Que cobra dinero periférico por decir semejante atrocidad, así
que, simplemente, no les voten, porque van a ignorar o a perjudicar los
intereses castellanos.
¿Algo que
decir sobre los nuevos partidos que están emergiendo ahora?
En cuanto a los
nuevos partidos que están emergiendo, yo no les he escuchado ni una sola
palabra al respecto de Castilla, lo que da idea del grado de interés que tienen
y tendrán por la tierra que nos ocupa.
Por último,
algunos partidos castellanistas que concurren a las elecciones tampoco se han
enterado del formidable valor ideológico y electoral que tendría el pensamiento
político propiamente castellano que acabamos de señalar. Así que hacen mero
seguidismo de las ideas de los partidos mayores, pero con mucho menos dinero.
Por lo tanto, o encuentran el mensaje “castellano” o les toca la lotería, si
no, seguirán siendo meramente testimoniales...
Inclusive si les
tocara la lotería también seguirían siendo testimoniales, porque lo que de
verdad necesitan es un mensaje diferencial útil para captar sus propios
electores. Para decir lo mismo que los grandes, ya están los grandes, que
además tienen más medios y dineros. Y son meras sucursales ideológicas de los
partidos grandes, ya digo, sin mensaje propio que atraiga apreciablemente.
Te veo
pesimista respecto al devenir de Castilla.
No. La cultura que
Castilla ha creado es tan impresionante -una de las dos o tres verdaderamente
importantes del planeta- que Castilla no puede morir. Ni asesinada y
troceada como está, ha muerto. Y además no pueden ni podrán enterrarla.
Castilla sobrevivirá a todos los partidos actuales y a todas las élites
actuales. Hasta que llegue una élite que se dé cuenta de ello, y la oficialice
otra vez.
Incluso, desde mi
punto de vista –ajeno a la política- tampoco soy pesimista. El libro “El nacionalismo: una
última oportunidad para Castilla” sigue siendo citado por una veintena de
tesis doctorales cada año, como mínimo.
Los doctorandos en
Historia de las Universidades castellanas que eligen el siglo XX,
mayoritariamente, o escogen la Guerra Civil o la Transición autonómica, y ahí
han de referirse a este libro mío, inevitablemente.
De manera que se
habla mucho en la Universidad española de este humilde servidor que te habla.
Hasta me he encontrado algún texto de examen de ingreso a la Universidad en
donde había que analizar un texto literario mío. No está mal.
Bien está lo que
hice, aunque hoy haya abandonado el tema, porque la élite no está por la labor
y los pequeños grupos políticos de resistencia castellana no se enteran de que
tienen dentro de su tierra y de su tradición cultural la llave del futuro
político hacia la “profundización” de la democracia, volvamos a llamarla así.
¿Y la aventura
política nunca te ha tentado?
Jamás. A los 26
años, después de haber escrito “El
nacionalismo: una última oportunidad para Castilla”, en
el 82, sí me propusieron ser “procurador en las
Cortes de determinada región”, directamente, sin currarme el puesto,
simplemente con decir “sí” a determinado a partido, ya iba en las listas en un
puesto de los que salen elegidos. Y dije que no, mi vocación no es la política.
Luego, lo que sí he hecho, es dar mi nombre para rellenar alguna lista
castellana, pero pidiendo que me pusieran en el último lugar. Y ahora ni eso,
porque esos partidos no llevan la dirección correcta, por las razones que he
expuesto. Y como dinero tampoco tienen, pues su futuro está escrito. Así que me
he cansado de dar el nombre para nada. Tampoco nadie me verá ya el último de
ninguna lista.