EL MOVIMIENTO REGIONALISTA EN CASTILLA Y LEON.
(Resumen cronológico de la preautonomía)
Jesús Díez Lobo
RESUMEN CRONOLOGICO
1896.— El farmacéutico soriano Elías Romera, publica la primera obra conocida de matiz regionalista.
1918.— Se constituye en Segovia el Centro de Estudios castellanos y segovianos.
1919.— Se crea la Universidad Popular Segoviana.
1931.— Se constituye en Burgos el Instituto de Estudios Castellanos.
1975.— El Rey Juan Carlos I reconoce en noviembre, en su primer discurso al país, las peculiaridades de las regiones.
1976.— Enero. Se constituyen la Alianza Regional de Castilla y León y el Instituto Regional Castellano-Leonés.
—Reuniónó en Tordesillas de los procuradores en Cortes para estudiar la problemática regional.
1976.— Abril. El Instituto celebra en Villalar de los Comuneros su Asamblea Constituyente con la prohibición del Gobierno Civil.
1976.—Junio. Los presidentes de las diputaciones solicitan la declaración de zona catastrófica de algunas provincias, afectadas por la sequía.
1976.— Julio. Suárez es nombrado Presidente del Gobierno. 1976.
— Septiembre. El Rey inagura la Feria Nacional de Muestras de Castilla y León.
1976.— Noviembre. El Ayuntamiento de Valladolid se opone a la renovación de los conciertos económicos con Alava y Vizcaya.
1977.— Febrero. Nace en Covarrubias la Comunidad Castellana.
1977.— Marzo. Primera huelga de campesinps en Castilla y León. Aparece ,e1 disco sobre los Comuneros de "Nuevo Mester de Juglaría".
1977.— Abril. Se celebra el "Día de Castilla y León" en Villalar de los Comuneros, en medio de un fervor popular tolerado por el Gobierno Civil.
— Es legalizado el Partido Comunista.
1977.— Junio. Elecciones Generales a Cortes.
— Nace en León el Grupo Autonómico Leonés (GAL).
— Es nombrado un Ministro para las Regiones.
1977.— Julio. El día 3 se forma la Asamblea de parlamentarios del PSOE en Castilla y León. El día 10 se crea la de UCD.
1977.— Septiembre. Las fuerzas políticas deciden formar el plenario regionalista de partidos poli cos y entidades regionalistas.
— Manifestación en Burgos por la autonomía de Castilla y León.
1977.— Octubre. Queda constituido el Plenario en Tordesillas.
— El Gobierno acuerda el restablecimiento de la Generalidad de Cataluña.
— El día 31 queda constituída en Valladolid la Asamblea de Parlamentarios de Castilla y León.
1977.— Diciembre. UCD y PSOE elaboran los borradores del proyecto preautonómico.
—Se filtra el borrador de la Constitución.
— Sánchez Terán es elegido Presidente de la Asamblea de Parlamentarios en León.
1978.— Enero. El Plenario hace público un importante manifiesto sobre la situación de la región.
— La Asamblea de Parlamentarios aprueba en Avila el borrador del proyecto preautonómico.
1978.— Marzo. Manifestaciones multitudinarias en Burgos y Valladolid en la "Jornada Preautonómica".
— El día 13 comienzan las negociaciones con el Gobierno para la concesión del Estatuto de Preautonomía.
— Nace un nuevo partido político: el PANCAL.
— Francisco de Vicente es elegido en Burgos, nuevo presidente de la Asamblea de Parlamentarios.
1978.— Abril. Doscientas mil personas se concentran en Villalar en el "Día de la región".
El 22 terminan las negociaciones con el Gobierno.
1978._ Junio. El "BOE" publica el día 30 el Decreto de Preautonomía para Castilla y León.
1978.— Julio. El 22 se constituye el Consejo General de Castilla y León y la Junta de Consejeros. Juan Manuel Real es elegido Presidente.
— 29. Es nombrado el primer "Gobierno Preautonómico".
Castilla como necesidad
Colección Biblioteca de promoción del pueblo nº 100
Varios autores
Edita zero zyx S.A. Madrid 1980
Páginas 272--274
martes, junio 21, 2011
Cantabria origen de Castilla (Miguel Ángel García Guinea 1980)
CAPITULO I
CANTABRIA, ORIGEN DE CASTILLA
MIGUEL ANGEL GARCIA GUINEA
Los recientes movimientos regionalistas que, a mi modo de ver, han exagerado en muchos casos sus propias motivaciones, están ,adquiriendo en la actual provincia de Santander unos planteamientos que rozan ya los límites de lo ridículo. La pretensión le trasformar a la Montaña en una miniregión, —buscando para ello entronques prehistóricos que nada tienen que ver con una conciencia" regionalista y, lo que es peor, pretendiendo desconocer acallar los reales fundamentos históricos del hombre actual de Cantabria—, nos está llevando a una serie de absurdos que, ayudados por el calzador de la demagogia, no dudamos que pueden, la larga, provocar una errónea disposición capaz de producir un caos mental en los desorientados ciudadanos de La Montaña.
Por ello, me interesa, recogiendo las notas que para una ambientación histórica de mi libro sobre El románico en Santander, en prensa, tengo esbozadas, exponer aquí una serie de datos clarificadores de la importancia que las montañas y valles de nuestra provincia tuvieron para la génesis y cristalización del "pequeño ricón" que originariamente fue Castilla, luego reino y corazón de ruchas de las esencias fundamentales de España.
Partamos, en principio, de una verdad indiscutible y que estimo cuy difícil, desde el punto de vista histórico, poder contradecir por muchos juegos dialécticos o de planteamiento que se hagan: los « Cuales santanderinos son un sumando más, y muy destacado, de un modo de ser, pensar y sentir que ha creado a lo largo de siglos esa aventura humana que promovió Castilla. Santander no puede renegar de Castilla porque ello equivaldría a renegar de su propia esencia y a quedarse, por tanto, sin asidero firme donde poder apoyar la razón de un pasado para la edificación de un futuro. Pretender borrar la historia de un pueblo, —historia clara y consciente que estructuró un carácter y una cultura , para acomodarse a un snobismo, por otra parte ya en otros sitios trasnochado, que llamamos "regionalismo", es si no ridículo, si al menos rechazable desde una perspectiva de seriedad y de sinceridad. Lo que seremos está en nuestras manos, pero lo que fuimos escapa a cualquier criterio acomodaticio, está ahí, permanentemente testificado por unas realidades que no pueden tergiversarse y que indeleblemente, como las marcas hechas a hierro, han quedado grabadas constituyendo lo que llamamos "cultura". Y si la cultura santanderina actual no es la castellana, ¿me pueden decir en qué anaquel hemos de clasificarla? Se puede hablar, sin sonrojarse, y esto no olvidando interferencias y relaciones inexcusables, de una cultura catalana, gallega o vasca, pero nadie se atreverá ante un público culto a considerar como independiente y propia a la cultura cántabra, desligándola de la castellana, porque salvando el paisaje, en donde tan inocentemente se apoyan ,Santander es y será —pese a toda pretendida disgregación, y aunque ésta llegara a conseguirse— una parte de un solo empeño milenario: Castilla.
No vamos nosotros —y ahora— a discutir los antecedentes de la actual provincia de Santander porque ellos, como en cualquier distrito o circunscripción europea no es difícil entroncarles, arqueológicamente, con el pasado paleolítico. Ni tampoco pretendemos hacer una valoración en orden a la persistencia o no, en algún caso, de tradiciones o reminiscencias que pudieran adscribirse a los viejos pueblos cántabros que las fuentes nos muestran como fervientes opositores al poder romano. Lo que sí podemos asegura es que los santanderinos actuales mantienen tanto de los cántabros, y en la misma medida, que lo que puedan conservar los palentinos actuales de los vacceos, los andaluces de los tartesios o los catalanes de los layetanos. Lo que romántica y poéticamente puede ser admisible no lo es, como en este caso, en el campo de las realidades.
Para toda España, Roma fue un importante catalizador, un gran rasero cultural que se impuso —feliz o desgraciadamente, tampoco esto lo vamos a discutir a la organización y esquema de los puebllos pre-romanos. Por otra parte, lo que sí está claro, es que las tribus o clanes cántabros nunca formaron una unidad política ni fueron conscientes de su personalidad distintiva que sólo es, en cierta manera, una creación de los historiadores romanos. Y hasta propios límites de estas agrupaciones que para aquellos era Cantabria no tienen correspondencia ni mucho menos, con nuestra actual provincia, desbordándola en mucho por el oeste y sur, y reduciendola por el este, de modo que para las fuentes romanas tan cántabros eran los pueblos costeros de nuestra actual provincia como los que vivían en gran parte de las cuencas del Esla, Pisuerga, y alto Ebro, hasta el que la arqueología sólo ha podido localizar asentamientos de ellos (Bernorio, Cildá, Miraveche, Celada Marlantes...) en estos grupos cántabros que podríamos llamar impropiamente "castellanos", desconociéndose así (anotemos la paradoja) quiénes eran, cómo vivían y cual era la cultura de los cántabros santanderinos ultramontanos.
Prescindiendo, pues, de todos estos antecedentes que sólo son válidos, como digo, para un sentimental deseo de remontar en el tiempo, y románticamente, nuestros entronques, vayamos a buscar el cabo inicial de nuestra actual cultura allí precisamente donde se inicia, allí donde podemos percibir que se produce y en el tiempo real en que así se apercibe.
Y este momento es aquél en que, triunfante la invasión musulmana, nuestros montes y valles santanderinos, junto a los asturianos, se van a establecer como foco de resistencia bajo un solo y unificado poder: la monarquía asturiana, de donde van a partir las iniciativas que harán extender este reino hacia el sur y más allá de los limites obligados a los que las presiones árabes le tenían reducido.
Es pues a partir del siglo VIII cuando las tierras y valles cantábricos van a tomar la iniciativa de organizar primero intramontes un reino con visión política y administrativa unificadora consciente que va a dar cohesión a estas gentes de muy diversos orígenes: indígenas, tardorromanos y visigodos, estos dos últimos 'cogidos a las montañas ante la presión musulmana.
Establecida la repoblación interior de este limitado reino, como veremos, a base de una creación progresiva de monasterios, centros de explotación agraria, vendría después la iniciativa más inprendedora de abrirse paso hacia el sur, hacia Castilla, para buscar en la meseta las tierras naturales de expansión.
Alfonso I representa en el desenvolvimiento de esta empresa titánica de la Reconquista la aportación que Cantabria, de cuya tierra desciende, ofrece en los primeros momentos. La relación miliar que se produce entre el hijo del duque de Cantabria y la hija le Pelayo, Hermesinda, significaría algo más que un matrimonio. No nos cabe duda que el duque Pedro y Pelayo tuvieron que tener una misma finalidad de defensa y, posiblemente, no es difícil que concordasen sus esfuerzos ante el ataque del enemigo común. Pero a esto las fuentes guardan un profundo silencio. Pérez de Urbel dice
textualmente del duque. Pedro de Cantabria:
"Fue indudablemente, en los últimos años del siglo VII uno de los personajes del aula regia, que abandonó en tiempos del rey Rodrigo para ocupar el puesto difícil de duque de los cántabros... Amaya era una de las plazas más importantes de su territorio... y fue en ella donde los invasores encontraron una resistencia repetida y tenaz, dirigida indudablemente por el eje militar de la región, rechazado una y otra vez en aquella peña famosa. Pedro optó por abandonar la parte más llana de su territorio, es decir, lo que tenía es lo que hoy son las provincias de Burgos y Logroño, retirándose a la montaña propiamente dicha, donde, favorecido por lo accidentado del terreno, pudo permanecer a cubierto de los golpes del invasor. Si no tuvo su Covadonga, como Pelayo, logró conservar libre aquella porción de su ducado, llamada a ser el segundo núcleo del naciente reino asturiano".
Supone después P. de Urbel, con bastante lógica, la posible relación entre Pelayo y el duque Pedro, tal como hemos apuntado quizás con demasiada concreción para las escuetas noticias de las fuentes; pero no deja de ser aceptable su montaje hipotético asentad más bien sobre el sentido común. Dice de ello textualmente:
"Nada nos dice la historia de las relaciones que hubo entre e caudillo de la independencia cantábrica y el primer rey de Asturias. Hay motivos, sin embargo, para sospechar que se ayudaban mutuamente en la empresa de la restauración comprendida acaso con más claridad por el jefe cántabro que por el asturiano. Es probable que el duque cántabro interviniese en lo últimos momentos del desastre de Covadonga, dificultando la retirada de los soldados musulmanes a través de los valles de de Liébana, que pertenecían a la provincia de su mando".
Dice a continuación que tal vez el duque Pedro:
"Influyendo en la elección de Pelayo, consiguiendo, en cambio, de él la promesa de casar su hija Enmerinda con Alfonso su primogénito..."
Nada de esto naturalmente puede documentarse; sí en cambia que el matrimonio de Alfonso con la hija de Pelayo se hizo por disposición de éste, tal como apunta el Albeldense.
Alfonso I, el rey asturiano de origen cántabro, uniría en él herencia de Pelayo y la de su padre el duque Pedro de Cantabria; espacio geográfico de su reino sería al principio solamente los valles y montañas con vertientes de aguas al mar, es decir: Asturias ( primitivas y las orientales, llamadas después de Santillana), Liéba y Trasmiera en el antiguo solar de Cantabria. La Cantabri cismontana —norte de Burgos, norte de Palencia y sur d Santander—, aunque le pertenecía por derecho no pudo en comienzo atenderla por estar bajo el control musulmán como consecuencia los intereses de Tarik y Muza sobre Amaya.
Tan pronto, sin embargo, la unidad árabe comienza resquebrajarse con motivo de las insurrecciones bereberes y las luchas internas, a partir de 741, Alfonso I aprovecha la ocasión par intentar incorporar al incipiente reino asturiano las tierras mejore de la vieja Cantabria, es decir las foramontanas, así como las semejantes al sur de los montes de Asturias. La crónica de Alfonso III especifica claramente las actividades conquistadoras y develadoras del rey asturiano por los campos de la meseta y de Galicia, llegando más allá del río Duero. Que el territorio foramontano más próximo a los límites del pequeño reino de Asturias estaba ocupado por los musulmanes lo prueba el que entre las ciudades que somete aparezcan Saldaña, Amaya, Astorga, León y sobre todo Mave, la más septentrional, indicio de que el núcleo del reino asturiano estaba en los montes cuyas aguas vierten al Cantábrico.
La llamativa movilidad de los ejércitos de Alfonso I y su hermano Fruela por las comarcas de Castilla, León y Galicia, no podían concordar con las reducidas limitaciones de los cuerpos armados de los asturianos que, como sabemos, se ven obligados a abandonar las ciudades conquistadas llevándose intrarnontes a los cristianos y matando a los pobladores árabes. Según el Albeldense "la tierra hasta el Duero la convirtió en un yermo". Basándose en este texto, Herculano sugirió la hipótesis del desierto estratégico desde el Duero a los montes Catábricos que ha venido manteniéndose por los estudiosos y defendido muy conscientemente por Sánchez Albornoz a pesar de la opinión contraria de Menéndez Pidal y de otros investigadores como Mayer, Sampaio, Davy, Viñas, Vigil y Barbero, etcetera.
I.as rápidas campañas exterminadoras de Alfonso I y su hermano Fruela, los cántabros al servicio de la naciente monarquía asturiana, incorporan ciertamente gran cantidad de meseteños dentro de la más segura zona ultromontana. Asturias y Cantabria de montes al mar recibrían con ello una inyección no sólo de numerario humano sino Ir cultura y organización.
"Los inmigrantes godos —dice S. Albornoz— llevaron al Norte sus tradiciones jurídicas de origen germánico... tradiciones que a partir del siglo IX aparecen en zonas septentrionales nunca antes gotizadas... Las llevaron consigo a sus nuevas sedes y las conservaron en ellas liberadas del peso de la romanizante acción del Estado... No podría explicarse de otro modo la aparición de instituciones de derecho privado, penal y procesal de estirpe germánica en Asturias, Cantabria, Vardulia e incluso en Vasconia."
Estas gentes que la política de Alfonso I establece al otro lado de montañas van a ser colocadas, conforme enumera la crónica de Alfonso III y de Oeste a Este, en Asturias, (que sería tanto el núcleo propio asturiano como su prolongación en las Asturias de
Santillana), Primorias (territorio que se viene asimilando a la zona focal de los comienzos de la Reconquista, es decir las proximidades de Cangas de Onís), Liébana, Trasmiera, Sopuerta, Carranza y Vardulia (la primitiva Castilla), así como en la zona marítima de Galicia . Repuebla así el rey, su reino, "ad patriam", con todos los emigrantes procedentes de la Meseta, y van entonces a adquirir las actuales tierras santanderinas una importancia generatriz que nunca tuvieron, pues de ellas, en años sucesivos, surgirá un movimiento contrario, hacia los campos llanos de Castilla, en esa reversión que conocemos como empresa foramontana.
De hecho, esta enumeración de circunstancias repobladas, es una determinación de las regiones que comprendía el reino de Alfonso I. No aparece Cantabria porque ésta (Amaya, Mave) estaba perdida política y administrativamente para Alfonso I. Aquí se va oscureciendo su nombre de región amplia; por el contrario, como el reino asturiano puede minimizar más las parcelas, van apareciendo regiones naturales más concretas que perdurarán posteriormente. La extensión de este reino parece bastante conocida: Galicia en su parte marítima; Asturias; lo que era la vieja Cantabria intramontana; y Álava, Vizcaya, Ayala y Orduña. Martínez Díez supone que estas cuatro últimas comarcas, donde no hubo o no consta repoblación, pertenecían también al reino de Asturias y fueron, según dice Lacarra "como una avanzada del reino asturiano", siendo en los pasos del Ebro "donde se realiza la defensa del reino asturiano en el siglo IX".
Nuestra actual provincia de Santander densificaría enormemente su población con la inclusión por toda ella de grupos de emigrantes La creación de una fuerza numérica de hombres cristianos, visigodos o hispano-romanos, venía a ser una necesidad imperiosa para el reino recién creado. El "populantur" de la crónica significaría, además, no sólo el hecho de "repoblar", sino el de repoblar organizando. Las montañas santanderinas de Liébana, Asturias de Santillana Trasmiera, acogerían gran número de meseteños y, sin duda, por esto mozárabes venidos de la tierra llana, —foramontanos—, transmisores de una cultura a un nivel de grado elevado, tal como fue alcanzada por los visigodos del siglo VII, los valles y montañas de la vieja Cantabria despertarían a un nuevo sentir que explica su vitalidad y su empuje. En estos momentos, y en años posteriores, se protegería la creación de monasterios con monjes traídos de las ciudades desvastadas, creando así focos, intramontes, de cultura y repoblación. Muchos de ellos traerían consigo las reliquias de lo santos más venerados con lo que la cristianización de los indígenas iría rápidamente consiguiéndose. Si nos atenemos a la antigüedad reconocida de alguno de estos monasterios parece que los más primitivos se crearon en las montañas de Liébana, ya a partir de esta actividad de Alfonso I, y durante el siglo VIII, como veremos, mientras que en el resto de la provincia las citas más antiguas no parecen asegurar agrupaciones religiosas hasta los siglos IX y X, si bien la carencia de datos no es tampoco razón suficiente para negar su inicial instalación como consecuencia de las campañas del rey cántabro y astur y de su hermano. Cosa natural, por otra parte, que Liébana, territorio magníficamente defendido, oculto y próximo además al núcleo aúlico del reino, fuese la más beneficiada en esta repoblación, y a donde pudieron llegar, como es lógico, los grupos más cristianizados de la comarca de Astorga, cosa que parece manifestarse en el monasterio de San Martín de Turieno, a donde, aunque posteriormente, fueron llevados las reliquias del obispo asturicense Santo Toribio.
La arqueología, en otro sentido, viene colaborando, año tras año,en la comprobación de la existencia de una bastante densa población durante la alta Edad Media en las montañas cantábricas. Numerosas necrópolis de lajas aparecen continuamente en las proximidades de la mayor parte de las iglesias o ermitas de Cantabria, y aunque no conocemos a ciencia cierta el siglo o los siglos a que pertenecen, es indudable que aseguran del VIII al X una demografía elevada.
Quizás durante el propio reinado de Alfonso I, y sobre todo en la zona oriental de su reino, se intentó repoblar hacia la meseta, al otro lado del Ebro, ensayando los primeros tanteos hacia las explotaciones de los campos de trigo. Así vemos que en 759, dos años solamente después de la muerte del rey, y en el reinado de su hijo Fruela, se funda el monasterio de San Miguel de Pedroso, en la provincia de Burgos, cerca de Belorado. No sabemos si este deseo de avance hacia el sur se produce en toda la línea de frontera y, por tanto, si en tiempos de Fruela intentan asomarse hacia los campos transitivos de las tierras antiguamente cántabras del alto Ebro y Pisuerga. Más bien creemos que no, pues las excavaciones de Cildá, que es la acrópolis de Mave, parecen testimoniar que, al menos la muralla, está en ruinas ya en el siglo VIII. ¿La arruinó y destrozó Alfonso I según hacen referencia las fuentes?. Es lo más probable .Luego volvió la vida, pero esta ya no se sirve de la muralla.
Cildá se vuelve a ocupar en tiempos de Ordoño I, como veremos, quizás en el momento en que, en 860, repuebla Amaya, o tal vez algún año antes. La existencia de pobladores en los siglos IX y X en Cildá está claramente comprobada por las excavaciones, pero no es la zona e la muralla, ya entonces inservible.
No creemos, pues, que la salida "a la otra parte" de los montes de nuestra provincia fuese un hecho organizado en tiempos de Fruela ni en el de sus sucesores, Aurelio, Silo y Mauregato, y Bermudo I,(757-791).
Fruela tuvo que "vivir a la defensiva a lo largo de unas fronteras extraordinariamente dilatadas", y en un momento de fuerza árabe bajo Abderramán I por lo que bastante hizo con conservar sus tierras, asomarse al Ebro, resistir las sublevaciones de gallegos y vascones, e intentar repoblar parte de Galicia. Aurelio vivió pacíficamente mediante una paz con los musulmanes, sin que ,pretendiese mover sus ejércitos en busca de nuevas tierras acuciado como estuvo internamente, además, por una rebelión de siervos. Si1o, su sucesor en el trono, prosiguió en la política de paz con los árabes y hubo de vencer serios levantamientos de los gallegos a los que derrotó en la batalla del Monte Cupeiro. Mauregato, igualmente, no tuvo problemas especiales con los islamitas, pero Bermudo, el rey diácono que le sucede, sufrió el interés combativo del nuevo emir Hixem I, a quien la fortaleza conseguida por el reino asturiano con la paz de estos años comenzaba a inquietar, por lo que dirigió unas campañas contra la avanzada de Álava y Castilla, ocasionando que el pacífico Bermudo abdicase del trono en favor de Alfonso II el Casto. De todas formas es posible, lo mismo que sucedió con San Miguel de Pedroso, que gentes aventuradas se atreviesen a intentar la repoblación fuera de montes, pero la verdadera organización repobladora cismontana no parece que comenzó hasta el reinado de Alfonso II.
Podemos un poco suponer, a pesar del esquematismo de las fuentes, lo que sucedía en Cantabria en estos años que van desde la muerte de Alfonso I hasta la llegada al solio regio de Asturias de su homónimo Alfonso II. La masa de repobladores traídos por el rey cántabro se repartirían por los numerosos valles del interior en donde hubieron de establecerse un cierto número de monasterios que irían adquiriendo, conforme el asentamiento de los nuevos pobladores se afianzaba, importancia especial y destacado valor como focos de influencia. Sin duda que desde el mismo momento de la huída de los visigodos estos monasterios habían ido jalonando centros organizativos, pero la nueva aportación de gentes reunidas como consecuencia de la política de Alfonso I hace pensar en un afianzamiento de los existentes y en la creación de otros que pronto iban a evidenciar la nueva sangre culta de aquellos grupos procedentes de la meseta.
El caso conocido del Monje Beato de Liébana, que vive en uno de estos monasterios durante el reinado de Mauregato y Alfonso II, prueba hasta qué punto estos centros religiosos de Cantabria podían competir en sabiduría y decisión con el propio y central obispado de Toledo. Beato trabajaba en una biblioteca donde —como dice Sánchez Albornoz— "dispuso de una serie de textos" que "es muy dudoso que en el lejano y cerrado valle de la Liébana existieran antes de la invasión islámica", lo que exige que fuesen trasladados de otros monasterios más cultos —quizá los leoneses— al producirse la invasión islámica o la repoblación de Alfonso I.
La vitalidad, pues de los monasterios montañeses queda bien probada con la presencia y el trabajo de Beato, que en el escondido rincón de Liébana no estaba ajeno a los problemas religioso suscitados en la época y que sabe acometerlos con indudable erudición y no menos impulsos. La tranquilidad que proporcionó la paz con los árabes influiría sin duda en el desenvolvimiento de nuestros cenobios durante la segunda mitad del siglo VIII y re percutiría también, y en general, sobre la vida de los núcleos humanos a su amparo acogidos. Los numerosos monasterios que aparecen documentados en los comienzos del siglo siguientes son clara demostración de que gran número de ellos hubieron de surgir con bastante anterioridad. El de San Salvador de Villeña o Bellenna y el de Santa María de Cosgaya, que se citan, como apuntamos en en 796, pero cuya vida debió de comenzar bastantes años antes, parece que dan la nota de cómo serían estas incipientes agrupaciones de monjes, muchas veces dúplices, en pequeño número y bajo la dirección de un abad. El de Cosgaya era regido en esa fecha por Pruellus que gobernaba una sociedad de 4 ó 5 "fratres" y otras tantas a 'sorores"; el de Villeña, sólo masculino, contaba al parecer, con sólo cinco religiosos. Las posesiones y la organización de estos monasterios se presenta ya bastante desarrollada: límite de terrenos,precios en especies con valor reducido a dinero, constancia de que los monasterios contaban con libros litúrgicos: antifonarios, de oraciones y "commicum" (lecciones litúrgicas), utilización de especies monetales en oro (libras) o en plata (sueldos), etc.
El de Aguas Cálidas, que se constituye en el año 790, en las proximidades del manantial de La Hermida, en el pueblo de Las Caldas, y mediante un pacto del abad Álvaro con religiosos varones y mujeres, manifiesta una composición numérica un poco más amplia que el de Cosgaya: seis varones y doce hembras. Esta comunidad dúplice, instaurada con un pacto, indica que estos monasterios lebaniegos, no dejaban de seguir la tradición visigoda. Sánchez Albornoz describe muy bien el hecho de la fundación de estos cenobios en los primeros momentos de la Reconquista, descripción que puede aplicarse en todo a lo que debió de ser tal acontecimiento en nuestras montañas de Liébana:
"Un presbítero, un abad, un hombre temeroso de Dios o una mujer piadosa levantaban en su heredad una iglesia en honor de su santo, constituían junto a ella un claustro, atraían a sí algunos 'gasalianes' o compañeros, dotaban al cenobio con sus bienes y la nueva comunidad religiosa iniciaba una nueva vida de oración y trabajo."
Es interesante señalar que Liébana ofrece, desde el siglo VIII, la creación pactual de los monasterios dúplices. Lo hemos visto en Santa María de Cosgaya, cuyo pacto se supone; en Aguas Cálidas, en 790, y lo veremos en el siglo IX en el monasterio de San Pedro y San Pablo de Nauroba (en Naroba, junto al río Quiviesa, en Vega de Liébana), y en el X en el de Piasca.
Fuera de Liébana, ni el Cartulario de Santillana del Mar, ni el de Santa María del Puerto, permiten constatar la existencia de monasterios durante el siglo VIII. Con seguridad que existieron pero su documentación conservada no ofrece ningún testimonio donde apoyarnos.
Al iniciarse el reinado de Alfonso II (791) la paz existente en las montañas cantábricas se va a ver conmovida por la continua inquietud que representa el saber que los ejércitos y fuerzas musulmanas atacaban de nuevo en las fronteras. “El momento para sus súbditos (de Alfonso II) —dice S. Albornoz- era gravísimo; las tropas de Al-Andalus penetraron dos veces hasta lo más sagrado de la tierra asturiana, el joven rey tuvo que huir en más de una ocasión para no caer en cautiverio". Las gentes de los montes santanderinos, los monasterios y la vida, en general, de nuestras comarcas se conmovería el año 795 cuando las tropas de Hixem, al mando de Abd-el-Karim, entraban en Oviedo, la capital de heroico reino asturiano. La conquista fue sólo momentánea, pues el vencedor abandonó las tierras asturianas y un nuevo respiro de salvación corrió por nuestras montañas ante el peligro felizmente conjurado. Con la muerte de Hixem y la subida al Gobierno de los islamitas españoles del nuevo emir Alhaquen, el ejército musulmán, en el 796, ataca esta vez por los límites de la región de Castilla. La inquietud de nuestros montañeses se va a convertir ahora en verdadera preocupación, pues los ejércitos de Ab-el-karim llegaron hasta la misma costa montañesa. Así lo presume S. Albornoz al interpretar los textos árabes, ya que, según éstos, los muslines "tuvieron que franquear una serie de canales donde la marea se dejaba sentir, que los enemigos habían preparado para que les sirviese de defensa, detrás de los cuales habían situado a sus familias, animales y bienes". Sánchez Albornoz supone que tal vez se trate de la ría de Limpias, que ciertamente es la más larga y la más capaz de aprovecharse como defensa momentánea. Pudieron así los árabes —es simple sospecha alcanzar la costa a través de la calzada de Castro Urdiales, llegar costeando hasta la bahía de Santoña, en cuyas orilla occidentales los montañeses se habían guarnecido; pero esta defensa vino a resultar inútil pues la caballería musulmana aprovechando la baja marea consiguió atravesar la ría y hacer prisioneros a hombres y mujeres llevándose consigo enorme botín.
Y si bien estas "razzias" eran pasajeras, el desequilibrio que habrían de provocar en la vida normal de nuestros montañeses forzosamente tuvo que ser grande. Quizás solamente Liébana, la región escondida, difícil, alta y llena de bosques, fue la única que, hasta cierto punto, pudo sentirse más tranquila. Y en este mismo año los ejércitos árabes asolaban nuestras costas orientales, en Liébana, —la perentoria necesidad de vivir acucia a una normalidad aparente—, los monasterios de San Salvador de Villena y Santa María de Cosgaya realizaban sus actos corrientes de vida: contratos, ventas, etc.. como si nada estuviese ocurriendo en el reino.
Alfonso II, sin duda por acercamiento al foco más poderoso de la Cristiandad, en busca de apoyo, y porque se le hacía difícil asomarse con tranquilidad y fuerza a las llanuras de Castilla —dada la situación de Córdoba , amplió las relaciones con Carlomagno al que envió embajadas en 795 y 797. Pero la situación en Córdoba iba a variar al siguiente año. Luchas civiles ensombrecen la tranquilidad de la capital andaluza y Alfonso II, atento a aprovechar las ocasiones organiza la acometida cristiana más audaz desde que el reino de Asturias tuvo origen: la toma y saqueo de Lisboa. Es de suponer la alegría y el alivio de nuestros núcleos montañeses al conocerse el éxito de su rey. Sin duda esa campaña significaba la demostración de un poderío del que habían dudado en los amargos años anteriores. El mismo Carlomagno —son siempre estas las consecuencias de las victorias reconocería, sin duda, la nueva fuerza que surgía patente en el norte de España al recibir, en otoño de 798, los presentes elegidos del botín de Lisboa que le enviaba el rey de Asturias. Desde entonces las embajadas fueron recíprocas. "Con frecuencia -dice S. Albornorz- marcharon legados y misivas desde Asturias a Francia, también con frecuencia llegaron viajeros enviados de Francia hasta Asturias". Por los caminos de la costa, abiertos al tránsito, cruzaría Jonás, enviado de Carlomagno. En alguno de nuestros monasterios descansarían, después de largas jornadas de camino, éste y otros personajes que, enlazando los dos reinos, traerían a Asturias los aires de Europa, y llevarían a Europa noticias de la situación de la lucha un el poder del Islam. Estas gentes viajeras del otro lado de los Pirineos, que no sólo serían clérigos, sino canteros, comerciantes, peregrinos, irían transmitiendo y dejando— por nuestros núcleos humanos de Cantabria "sueldos de plata carolingios, el sistema de instrucción usado en las iglesias francas por entonces y además mercaderías, instituciones y costumbres". El propio Beato de Liébana, por intermedio de un monje, posiblemente lebaniego, se ,puso en contacto epistolar con el gran Alcuino. Cantabria en estos males años del siglo VIII había abierto también las puertas a Europa.
El siglo IX se abre con una reacción organizada del emir Alhaquen, atacando en 801, por la zona fronteriza de Álava, el limes" astur. El triunfo correspondió una vez más a las tropas de Alfonso II. En años sucesivos —803, 805— volvieron los cordobeses atacar al reino cristiano, sin éxito. El 805 llegaban los ejércitos de Alhaquen hasta el Pisuerga. Sánchez Albornoz habla, recogiendo sin duda las fuentes, del fracaso musulmán "en las hoces del Pisuerga". No conocemos nosotros más hoces del Pisuerga que el paso hoy llamado de La Horadada, en las proximidades de Mave, donde el río se abre entre verticales acantilados de caliza, pues después ya va a correr por terreno llano atravesando los campos de Palencia. ¿Fué en este lugar donde, aprovechando el terreno escarpado pudo el ejército cristiano detener el paso de los cordobeses hacia Cantabria?. La sugerencia es sólo esto, sugerencia, sin posibilidad cierta de comprobación. ¿Intentaría el ejército de Alhaquen seguir la calzada pie de Pisoraca (Herrera de Pisuerga) llevaba por Cildá (Mave) y Aguilar de Campóo, hasta Juliobriga y Portus Blendius?
A partir de este año volvieron a silenciarse los impulsos árabes. Alfonso II, y su reino en general, disfrutan de una larga paz de años que contribuiría a la fortaleza interior del territorio. Dentro de las montañas cantábricas numerosos monasterios son de nuevo fundados o van ampliando su prepotencia, pues los cartularios comienzan en el primer cuarto del siglo IX a hacer mención de diferentes cenobios repartidos ya no sólo por la zona de Liébana sino por las Asturias de Santillana y Trasmiera. Posiblemente 1. organización del reino provoca una mayor libertad de movimientos de los grupos humanos montañeses que van diversificando, con otros, los primeros núcleos establecidos en lugares menos ricos peri más defendidos y ocultos. Al mismo tiempo que esta extensión por los valles va produciéndose se apercibe el intento de salir fuera de lo montes, es decir, de repoblar en las tierras limítrofes de la meseta. La desaparición de las brumas del miedo provoca también el deseo de evadirse de las auténticas brumas naturales de la costa. Hacia el sur está el sol, los campos de trigo (esos que siempre los cántabros envidiaron a los vacceos), y las tierras queridas que hubieron de abandonar en aquellos momentos críticos de la rápida acometividad de los árabes. Todavía los coletazos de Córdoba se dejan sentir, sobra todo en Álava y Bardulia; así el ataque del 816 o de 823 que tan sólo fueron auténticas aceifas sin éxito alguno de conquista. Pero a partí del 825 Abderramán no deja tranquila las fronteras del reino asturiano que ha de estar siempre alerta, en todos sus frentes, ante la posible acometida que, casi siempre durante el verano, llegaba más menos sorpresivamente. La aceifa que parece más se acercó a nuestro solar montañés fue la que, dirigida por Faray ibn Masarra, tocaba posiblemente, y en diciembre de 825, la zona cántabra del Val de Olea, al menos según el parecer de S. Albornoz, y recogiendo citas d Ibn-al-Atir e Ibn'Idari. Es posible, según el ilustre historiador, que la fortaleza tomada por los árabes, citada Al-Kulai'a por Ib Hayyan y Al-K'al'a según Ibn al-Atir fuese el Monte Cildá que lo documentos medievales citan como ciudad de Oliva (civitas Olivas) pero Cildá cae bastante lejos del Valle Olea montañés y, por otra par te, me parece muy problemática la asimilación de nombres como para permitir tal suposición. Desgraciadamente la reducida locura de las fuentes nos tiene acostumbrados— y con razón, pues la Historia pide la intervención complementaria de los esfuerzos del historiado a fabricar continuamente teorías y supuestos. Pero así como mucho de ellos pueden firmemente sostenerse, no como hechos reales sin como juicios científicamente basados, éste del asalto al monte Cildá en 825 creo que no tiene una suficiente armadura que pueda mantener el intento. Quizás, si la fortaleza conquistad fuese en el valle de Olea, se refiera al castro de Castillo del Haya donde nuestras excavaciones han atestiguado cerámicas y cruces del siglo IX.
Durante el resto del reinado de Alfonso II hubo primero un período de paz derivado de "la precisión en que se halló Abdrramán de combatir cerca de diez años dentro de sus estados" período que va más o menos del 825 al 838, y en el cual el rey asturiano, y el mismo reino todo, vivió un momento de tranquilidad y desenvolvimiento y que ya veremos, en líneas posteriores, de qué manera afectó a las tierras cantábricas. Acabadas las condiciones internas que habían paralizado al emir cordobés, éste volvió a atacar las fronteras del siempre expectante reino alfonsí. En 838, una razia trabe, que llega hasta el lugar de Sotoscueva, en la vertiente sur de nuestras montañas, tuvo que alarmar, sin duda, a los poblados y monasterios ultramontanos de la actual provincia santanderina. No estaba lejos ni olvidada, aquella acción del 825 que llenó de espanto a los habitantes de los valles de la Montaña, cuando los pies de los toldados musulmanes llegaron a marcarse en la arena de nuestras layas. Sin duda llegarían voces de emisarios con la nueva de que las ropas del infiel se acercaban al verde solar cantábrico, y conmoverían el ánimo nunca decaído de quienes fueron testigos o recordaban aquellos trágicos momentos de antaño. Pero, felizmente, los ejércitos mandados por Said, hermano del emir, no traspasaron nuestros puertos y todo volvió a la calma. ¡Terrible hubiera sido que nuestros valles hubiesen sufrido lo que un año después hubo de soportar la tierra alaves!. Las fuentes árabes dicen que "las cabezas de los enemigos muertos formaban montones tan altos como colinas, al punto de que los jinetes no podían verse de un lado a otro de los mismos". ¡Malos tiempos estos para la tranquilidad del rey Alfonso y para sus súbditos!. La muerte del rey acaecería ya poco después, posiblemente en el 842 se extinguía el monarca asturiano después de dejar bien asegurada la pervivencia de un núcleo de gentes que, endurecidas en las luchas casi continuas contra los empeños árabes, habían adquirido suficiente resistencia y espíritu para aspirar a algo más que a verse comprimidos entre el mar y la montaña. Alfonso II, rey de asturianos y cántabros, preparó el camino que apuntaba al sur, la meseta, y ésta comenzó en adelante a ser aspiración de conquista sueño de "tierra prometida".
Tan pronto se había iniciado el siglo IX, y debido a los empeños organizativos y expansivos del rey asturiano, ya hemos indicado que la repoblación ultramontana adquiere en Cantabria un auge estacado. La existencia de monasterios, quizás fundados en el siglo anterior, comienza a tener constancia documental, indicio de la
consolidación de una estructuras cada vez más firmes. Otros
cenobios inician ahora su vida en un intento decidido por fortalecer zonas desiertas. Las noticias van siendo cada vez más concretas.
En los primeros años del siglo IX, posiblemente, nos consta que ya en el valle del Pisueña, en la baja montaña santanderina, se construía otro monasterio dúplice, el de San Vicente de Fístoles. El abad Sisnando y la abadesa Gudrigia, con otros monjes y monjas, ganaban con su propio trabajo —"scalidamus de nostris manus"— ,los terrenos yermos de sus alrededores. En 811, cedían ellos mismos todo lo que habían construido trabajado al propio monasterio de San Vicente, lo que indica que su actividad en este valle del Pisueña hubo de comenzar antes. La localización de este monasterio de Fístoles se viene suponiendo en el actual pueblo de Esles, en el valle de Cayón y, ciertamente, parece el lugar más seguro de ubicarse Cuando en 816 el conde Gundesindo enriquece a este monasterio con una valiosa donación, las propiedades de San Vicente de Fístoles llegan hasta el mar. La serie de villas y monasterios que se le ofrece prueban que la población ultramontana de nuestra provincia no e escasa. La proximidad de muchos monasterios y poblados como Arce, Velo, Oruña, indica que sobre todo los valles y la costa debía de estar suficientemente habitados. Sabemos que la villa de Arce tenía los monasterios de Santa María y de San Pedro y San Pablo; la de Velo (junto a Arce) el de San Julián: en Oruña, el monasterio de Santa Eulalia; en Liencres, el también de Santa Eulalia; en Mortera el de San Julián; en Val de Bayón o Cayón, la iglesia de Santa María de Pangorres; en Sobarzo, el monasterio de San Martín; en Cabárceno, el de San Vicente; en Penagos, el de Santa Eulalia y la iglesia de San Jorge; el Liérganes, el de San Martín; en Rucandio, la iglesia de Santa María. Todos estos monasterios e iglesias, a más d algunas villas —como Bóo, Tuler (?), Letezana (Bezana) (?) la Encin (?) Auterus (Tolero), Saucum (?), Paites (?)— fueron concedidas San Vicente de Fístoles por el citado conde Gundesindo, de quien nos ocuparemos algo más adelante cuando tratemos de conocer afán expansivo de la repoblación en estos años iniciales del siglo IX en terrenos foramontanos.
De los documentos de Fístoles se deduce, como apunta P. de Urbel, la existencia de una familia notable en la parte central de la "Montaña", emparentada entre sí, con figuras como un obispo Quintila , un conde Gundesindo y los fundadores de monasterio. Parece indudable que la labor repobladora se lleva cabo merced a la colaboración político-religiosa; estas dos fuerzas la vemos muchas veces íntimamente ligadas a esta empresa. Primero es la constitución de un monasterio en lugar yermo como una necesidad de ir ganando terrenos incultos ante una población en crecimiento Luego suele añadirse la ayuda material de un gran propietario —e este caso el conde, más tarde fue el rey— que seguramente, había sido el promotor de la creación del nuevo monasterio. San Vicente y San Cristóbal de Fístoles debió de iniciar con fuerza su andadura. En 82 el obispo Quintila, que parece tenía posesiones comunes con conde, contribuye con la parte que le correspondía en aquellas. El propio conde Gundesindo debió de considerar muy suya la fundación del nuevo cenobio dúplice cuando expresa en el propio documento de cesión que deseaba ser sepultado en San Vicente ("ubi corpus meum tomulare desidero"). Parece que S. Vicente de Fístoles nace, pues, por la participación y deseo de una familia, siguiendo aquella costumbre visigoda de los monasterios familiares.
Es muy probable, aunque no nos haya llegado su constancia, que este monasterio de San Vicente de Fístoles se estableciese según norma corriente entonces del pacto monástico. Liébana seguía fundando conforme a esta tradicional estipulación. Así, en 818 (28 de febrero) se creaba el monasterio de San Pedro y San Pablo de Nauroba mediante un pacto entre cinco mujeres y siete hombres con abad Argilego. El lugar elegido estaba a pocos quilómetros de la Villa actual de Potes, al sur, junto al río Quiviesa, hoy Venta de Naroba, y sería uno más de estos monasterios de carácter particular que iban puntuando desde el siglo anterior la geografía de la marca. El pacto establece la sumisión de los firmantes a la autoridad del abad y también la fidelidad de todos los componentes a las reglas del monasterio, así como las garantías de aquellos frente a actuación inconsiderada del abad. El abad Argilego aporta al monasterio todo su patrimonio —"omnia quicquid ganabi vel ganare potuero"—, tanto de bienes muebles como inmuebles que tenía en Colunga, en Vernejo y el monasterio de San Julián de Periedo. El abad de San Pedro de Naroba tenía posesiones en los alrededores Cabezón de la Sal, y sus entregas al monasterio prueban esta proopiedad dispersa que desde su creación van teniendo los cenobios montañeses. Se ve que dentro del reino astur-cántabro existía una libertad de movimiento, que no se reduce a regiones delimitadas. Los propios documentos (ya veremos el de San Pedro y San Román de Toporías) ya señalan esta amplitud de acción en cualquier lugar del reino que testimonia una gran visión política de unidad.
Lo mismo que el documento de Fístoles, éste de Naroba nos atestigua que ya en los comienzos del S. IX la repoblación había saltado la línea divisoria del macizo Cantábrico, fuera de montes. En inclusión que se hace en el documento de una "traditio" de Arias, al monasterio se incorporan ya posesiones en Cervera de Río Pisuerga, Arbejal y Resoba que concretamente señala “foris monte". Pero de esta expansión y de otras tendentes a la meseta y partiendo de nuestros valles montañeses ya hablaremos después en el apartado respondiente.
Siguiendo con nuestra repoblación "intramontes" nos sale al paso en 836 la fundación, en 18 de enero, de un monasterio familiar el valle de Soba, en un lugar, Asía, que dio nombre a los puertos Montañosos de La Asía o Sía. Su carácter familiar está claramente determinado pues son sus fundadores el presbítero Kardellus y su padre Valerio, y su advocación consta como San Pedro, San Pablo y San Andrés. Del testamento de Kardellus se deduce que los fundadores lo levantaron en tierras de su propiedad y crearon iglesias, casas, huertos, pinares; las tierras incultas las transformaron en cultivables y los montes los hicieron prados. Toda esta enumeración de actividades parece estar describiendo lo que era una auténtica repoblación y una puesta en vida de terrenos antes abandonados a la propia naturaleza. Este monasterio debió de permanecer independiente hasta que en 1011, el conde Sancho y su mujer Urraca, al fundar el de Oña le incorporan a éste. También sabemos por este documento de 836 que ya en la costa había sido fundado un cenobio que iba a tener posteriormente gran influencia en la zona oriental de nuestra provincia, el de Santa María del Puerto, en Santoña. Entre los confirmantes de la escritura del presbítero Kardellus figura el primer abad conocido de Puerto, un tal Zezius, que al firmar en primer término puede quizás indicarnos que ya este monasterio portuense comienza a ser conocido y que has pudo tener algo que ver en la fundación del de San Andrés de Asía
En esta primera mitad del siglo IX, pues, estamos viendo cómo actividad repobladora no se detiene en todo el territorio de la actual provincia santanderina. Nuevos monasterios están surgiendo constantemente y aunque la documentación en este aspecto es muy limitada creemos que la mayor parte de los que por primera vez serán citados en el siglo siguiente habían surgido casi con seguridad en los primeros cincuenta años del siglo noveno. Desde Liébana hasta Asón, la vida se apercibe movida y organizada. Parece obvio pensar que al reino cristiano de Alfonso II continuarían llegando emigrantes mozárabes que huyen de las tierras ocupadas por los árabes. Ello tendría que obligar a la roturación de terrenos y a la explotación máximo de las tierras y prados. No podemos saber la densidad población existente en estos momentos, pero dada la proximidad los núcleos urbanos que muchas veces transparentan las citas documentales, hay que pensar que la mayor parte de los centros habitados en la actualidad tienen su origen en estos primeros siglos repobladores. Liébana ofrece continuamente nuevas advocaciones monasteriales: en 826 nos consta que, además de Santa María de Cosgaya y San Salvador de Villeña, ya existentes a finales del VIII, de San Pedro y San Pablo de Naroba, ya tenía vida el monasterio San Esteban de Mieses o Mesaina, en las proximidades de Potes y era regido por un abad de nombre conocido: Lavi. Dos años después - 828— consta que existía organizado el de San Martín de Turieno origen del futuro Santo Toribio de Liébana—, en donde igualmente aparece gobernándolo un abad Eterio. En 829 un nuevo monasterio va a ser constatado en las fuentes, el de Osina, cuya localización sido discutida. Argaiz lo situaba en Cosgaya, pero Jusué, quizás más acertado, lo coloca en la Hermida.
Una efervescencia de vida de los valles ultramontanos Cantabria, tal como la atestiguan los documentos, no podría comprimirse sólo a las vertientes que lanzan aguas al mar. Como antes apuntábamos, existía al sur una "tierra prometida", que podía contemplarse desde las cumbres, soleada y rica, a la que siempre los acogidos de la meseta o sus hijos veían como algo que les pertenecía que era preciso y urgente reconquistar. El pan acuciaba y aunque muchas tierras, hasta de la propia costa, sembrarían cereales, el clima no podría en muchas ocasiones darles la sazón suficiente y necesaria Razones, pues, de variado tipo impulsan a los cristianos de primera mitad del siglo IX, y quizás algunos años antes, a lanzarse a una política y a una acción repobladora ya directa y continua, hacia las tierras luminosas de los viejos campos góticos. Si tal vez con Alfonso I ésta ya pudo iniciarse pasando ampliamente la línea del Ebro, con la fundación de San Miguel de Pedroso, en la zona de Oca, junto al río Tirón, en 759, la salida fuera de montes representa ya una acción que parece concertada. Algunas escrituras de los comienzos del siglo IX que se nos han conservado en sus textos, señalan normalmente posesiones y bienes al otro lado de las montañas que, ,posiblemente, ya estaban habitadas años antes de su constancia documental. Las gentes de la Montaña es claro que se ponen en movimiento para poblar las cuencas altas de los ríos Pisuerga y Ebro sus primeros afluentes. La situación, además, permite un respiro más amplio y una mayor seguridad en el establecimiento de nuevos monasterios y pueblos. A partir del año 805 las acometidas árabes se debilitan, en tanto que los cristianos astur-cántabros se ven fortalecidos con la política de su rey Alfonso II, y aún cuando conocemos, como hemos visto, aceifas musulmanas que llegan hasta las mismas fronteras y las atraviesan hasta el mar, la fortaleza del reino asturiano parece que no puede temer acciones definitivas de sus enemigos que se ven minados por sublevaciones internas. La densidad de población en el interior de las montañas sería también la razón para provocar la salida fuera de montes que lograría así la ampliación del reino.
Pérez del Urbel ha recogido en el capítulo "Los primeros repobladores", el V de su conocido y ya clásico libro "Historia del condado de Castilla", los testimonios documentales más significativos de estos asentimientos organizados al otro lado de los montes, hacia lo que son los campos de la Castilla Norteña. Nosotros no nos vamos a detener detalladamente en estas empresas por realizarse en terrenos ya fuera de nuestra provincia, pero sí .mencionaremos al menos aquéllos que documentalmente consta se originan por gentes que parten de los montes de Santander.
Sabemos que el primer escape de repoblación, saliendo sin duda de nuestro límites de la actual provincia, se origina en las cuencas de los primeros afluentes del Ebro, en la zona oriental del reino asturiano, territorios de Mena, Losa, etc., la antigua Bardulia que más tarde será el núcleo originario de Castilla. Por aquí atacaban frecuentemente los musulmanes y fue siempre una de las vías la del Ebro- de penetración hacia el Norte. La geografía es agitada, montañosa, con abundantes masas de bosque y, por tanto, apta para la defensa. Altas y escarpadas colinas - auténticos castillos naturales— permiten otear el panorama. La cuenca del Ebro es, al mismo tiempo, una aspiración. Es una lástima que la documentación sea tan raquítica y sólo nos pueda hacer suponer —con algunos ,reducidos ejemplos— lo que debió significar el anhelo de escape fuera de montes. La fundación de San Miguel de Pedroso, en 759, quo acabamos de indicar, es un testimonio de que ya desde Alfonso I la política de expansión cismontana es un hecho por esta región oriental del reino. No nos cabe duda que estos primeros repoblador bajan de nuestras cumbres cántabras orientales (montañas de Pas, Soba y Ramales), pero desconocemos la permanencia de estas incipientes repoblaciones y también qué ocurría en ellas cuando los cuerpos de ejército árabes atravesaban circunstancialmente su territorio. Es de suponer que estos iniciales focos de presura y habitación tuvieran muchas veces que rehacer sus aventuradas avanzadas y comenzar otra vez de nuevo; otros, quizás más escondidos o apartados de las rutas normales de penetración abandonarían momentáneamente sus expuestos reductos retornarían otra vez a su vida normal cuando la tormenta pagana hubiese concluido.
En lo que sabemos, y tampoco parece presumible aventurar mucho más de lo que los documentos nos pueden hacer sospechar, el movimiento repoblador originado a partir de las cumbres de occidente de nuestra provincia (montañas de Liébana y Reinosa) tuvo en principio menor importancia y quizás es algo más tardía. Una razón que pueda explicar esta diferencia pudiera esta precisamente en la diversidad del paisaje a repoblar en uno y otro punto. Mientras el Este es una zona muy accidentada, con pequeños valles, montañas más verdes, etc., el Oeste tiene, muy próximas a la misma ladera de los montes limítrofes, las planicies meseteñas y aún el reducido ámbito de transición nunca alcanza el aspecto cerrado de los valles orientales. La repoblación, pues, en las tierras del Este parece menos aventurada que aquella que pudiera hacerse en territorio llano y abierto meseteño donde la defensa, la huída y la ocultación se hacían casi imposibles.Pero en general, aunque haya existido repoblación anterior reinado de Alfonso II, ya hemos dicho que cuando ésta se patentiza abierta y documentalmente, con actuaciones ya no aisladas sin sucesivas, es precisamente durante el gobierno del rey Casto. El primer año del comienzo del siglo, el año 800, consta que al sur de los montes de Ordunte, en territorio de Mena, se fundaban el monasterios de San Esteban de Burceña y de San Emeterio Celedonio de Taranco, por el Abad Vitulo y su hermano el presbítero Ervigio, hijos de un matrimonio Lobato y Muniadona— que año antes habían iniciado la vitalización y cristianización de estos valle foramontanos. Ellos siguen la empresa, extendiéndose hacia el oeste hacia tierras de Espinosa, donde aprovechando las ruinas de un vieja villa romana —Area Patriniani— levantan otra iglesia dedicada a San Martín. No parece aventurado suponer que en la repoblación sobre todo de este último monasterio participasen montañeses de la sierras de Pas y de Soba. Tal vez el presbítero Eugenio y otra personas más que en 807 incorporan a Taranco otras iglesias muy próximas a Area Patriniani, procediesen de tierras intramontes de la Cantabria montañesa. Sin embargo es muy difícil señalar el origen procedencia de los repobladores si los documentos, cosa que no es normal, no lo dicen. El mismo Cortázar apunta que gran parte de los que pueblan en Mena y Oca parecen más de procedencia leonesa que vascona y el documento de 871 del monasterio de Acosta lo atestigua uy concretamente ("que de Legione venerunt ibi"). Pero esta ya es a fecha relativamente avanzada, sin embargo, para que pueda servirnos de orientación sobre la procedencia de los primeros pobladores de finales del VIII y comienzos del IX. Como los meros documentos referentes a repoblación —exceptuando S. Miguel de Pedroso— aparecen haciendo referencia a puntos muy próximos a la línea de montes, lo más normal parece suponer que son movimientos producidos como consecuencia de salidas de grupos del interior de las montañas, por lo que, aunque estos primeros pobladores no fueran originariamente cántabros, sino visigodos o mozárabes acogidos al asubio de nuestras defensas naturales, de hecho, y realmente, la primera política repobladora tendría como origen geográfico los valles de nuestra provincia.
Se trata, al parecer, lo hemos visto con Lobato y Muniadona, de familias pudientes que, sin duda acompañados de sus siervos, inician los pasos convenientes para volver a la tierra de donde procedían ellos o sus abuelos o padres. Pero con ellos —de origen romano, visigodo o mozárabe— llevarían gentes cántabras, vasconas o asturianas unidos en la aspiración de conocer mejores tierras de cultivo y espacios más amplios. Que en los comienzos del IX corrientes repobladoras ya habían cruzado las cumbres santanderinas llegando en parte la repoblación hasta casi los bordes mismos de la meseta, y qué estos repobladores son gentes que todavía viven intramontes demostrando así, sin ningún género de duda o suposición, que son montañeses, es algo que está documentalmente comprobado. Tanto en Liébana, como en Reiosa y Pas nos constan personajes que favorecen las fundaciones ultra montanas pero que, al propio tiempo, son propietarios ya de tierras y poblados hacia los campos llanos.
Veíamos así, en líneas anteriores, cuando nos referíamos a la fundación de San Pedro de Naroba, el año 818, que entre los que hacen "traditio" al monasterio figura un tal Arias que se entrega con sus bienes tanto los que tiene en Liébana como los que posee "foris
monte", citando entre estos el lugar de Zerbaria (Cervera del Río Pisuerga), Erbeliare (Arbejal) y Resouba (Resoba), todos puntos próximos a esta primera villa palentina ya fuera del límite de ubres. Hay nombres también de monjes que llevan como apellido
locativo de Cervera, y un Adefonso que ofrece toda su heredad "dentro de Liébana como "foris monte". 'Hay que suponer, pues, que ya a finales del siglo VIII, al menos, estas comarcas del norte de Palencia recibirían las primeras corrientes de repoblación y estos núcleos poblados están en directa relación con Liébana, de la que con seguridad proceden.
Por los mismos años, 816, ya vimos igualmente que entre las donaciones que el conde Gundesindo, —tal vez el gobernador de zona en esa época concede el reciente creado monasterio de S Vicente de Fístoles, figuran, además de una serie de villas monasterios ultramontanos, otras 'foras monte, in Castella", que nomina Sotoscueva, Cornejo, Botares, etc., es decir al otro lado los montes de Soba. Todo ello nueva prueba de que en los inicios d siglo IX se estaba repoblando la alta cuenca de los primeros afluentes del Ebro por gentes originarias o residentes intramontes. El interés del conde Gundesindo por enterrarse en San Vicente de Fístoles prueba su enraizamiento en los valles de Pas y Miera.
Dos años antes, en 814, se había producido un movimiento emigratorio que las fuentes señalan escueta pero claramente "Exierunt foras montani de Malacoria et venerunt ad Castella “. Quizás pueda referirse ello un poco al hecho general de repoblación de fuera de montes que, sin duda, hacia estos comienzos de siglo tiene su mayor actividad. Pero la señalización tan tajante de año nos inclina a pensar que se trata de la constancia concreta de grupo de repobladores que salen de Malacoria y pueblan en Castilla. Sus localizaciones han sido diversas, pero lo más probable es suponer la identificación de Malacoria con Mazcuerras (próxima Cabezón de la Sal) y hacer salir de aquí el movimiento repoblador que tuvo que atravesar el valle de Campóo, por la calzada que entraba en Cabuérniga, y extenderse por Valdeolea y Valderredible.
Tal vez la cabeza directora de esta empresa fuese el conde Núñez que Pérez de U rbel cree que gobernaba Liébana y Campóo tiempos de Alfonso II y a quien, con su esposa Argilo, vemos repoblar documentalmente en 824 el lugar de Brañosera, al otro las de los montes de Campóo, junto a la misma calzada que por el collado de Somanoz atravesaba Campóo y por Sejos se adentraba Cabuérniga. La carta puebla de Brañosera, "la más antigua carta esta índole que encontramos en España" tiene un interés especial. conde lleva consigo a repoblar a una serie de personajes que cita con todas sus familias (“atque universa sua genealogía"). Corroborándose así el carácter de agrupaciones familiares que ordenada y preconcebidamente se trasladan materialmente a la nueva tierra elegida. El coto ofrecido para la repoblación y asentamiento aún hoy podemos delimitarle claramente en sus términos. Lo mismo que los monjes de Arca Patriniani, la repoblación se hace cerca de una ciudad antigua ("civitatem antiguam") y vecina a una calzada que en este caso concreta el documento la frecuentan asturianos y cornecanos", prueba que en esta época ya se nominaban asturianos a los ultramontanos de nuestros valles montañeses, y es perfectamente determinada la comarca o "territorio" de Cabuérniga (Kaornuega, cornecanos). El hecho de que por esta vía o calzada (cuyos restos aun se conservan) especifique la carta "qua discurrunt asturianos et cornecanos" es prueba fehaciente de que había un tránsito de gentes del interior de nuestros valles santanderinos hacia lo que es hoy el norte de la provincia de Palencia y que la población pues, al menos hasta Cervera de Pisuerga, era ya un hecho posiblemente desde los años finales del siglo VIII. El análisis detenido de las fuentes parece que cada vez va determinando con más seguridad, qué focos repobladores se habían establecido desde antiguo en los pliegues montañosos que des de las altas cumbres de la cordillera cantábrica van perfilando la transición de paisaje hacia la meseta, e incluso nos atreveríamos a puntar que cuando Alfonso I se lleva consigo a las gentes de la meseta, las cabeceras de las cuencas de los ríos Esla, Pisuerga y Ebro, al norte de León, de Mave y de Amaya—, no son abandonadas talmente por los cristianos. La misma repoblación de Brañosera, en lugar tan inhóspito tal como señala la carta, "inter ossibus et renationes", no es explicable sin antes haber poblado lugares más fáciles de vivir y no por ello peor defendidos, lugares sin duda con los que, por parte de asturianos y cornecanos, existiría una demostrada relación e intercambio a través de la calzada que salvaba las líneas divisorias de aguas, y que con casi seguridad no se despoblaron nunca totalmente.
Lo que ahora, en tiempos de Alfonso II, se produce en estas tierras foramontanas del norte de Palencia, sur de Santander y norte Burgos, no es, a mi entender, una repoblación "ab initio", es decir sobre un territorio desierto, sino una corriente emigratoria que sale los valles de aguas al mar en un momento de mayor seguridad del
reino y cuando, posiblemente, al aumento demográfico de esta zona hacía difícil la vida de muchos grupos humanos en una geografía no muy apropiada para cultivos de primera necesidad.
Decíamos en líneas precedentes que el movimiento organizado de población "fuera de montes", que habíamos visto iniciarse desde el interior de nuestros valles montañeses y que tiene constancia documental en la carta de Brañosera continuó, sin duda, profundizando hacia el sur. Estos grupos humanos que ahora se desarramaban por vertientes y cuencas de hacia la Meseta, necesitaban una línea avanzada de defensa que pudiese controlar y cerrar las vías de penetración más usuales del Ebro y Pisuerga por donde, aprovechando las calzadas romanas, las aceifas musulmanas podían más fácilmente inquietar a los aventurados repobladores. De aquí que, a mediados del siglo IX, el rey Ordoño I comprenda que ha llegado el momento y la necesidad de adelantar las líneas defensivas la los campos llanos al sur de toda la línea montañosa de su reino dominar la calzada principal que iba de este a oeste por Iruña, Segisamo, León y Astorga. La conquista de las viejas ciudades, cuyo recuerdo aún pervivía como nostalgia del "pasado perdido", es posiblemente otro de los fines políticos de Ordoño. Tuy, Astorgá, León y Amaya a ser repoblados en su reinado. La crónica de Sebastián lo dice así textualmente: "Civitates desertas, ex quipus Adefónsus maior caldeos eiecerat, iste repopulavit, id est, Tude Astoricam, Legionem et Amagiam Patriciam". La repoblación de Amaya, que es la que más afecta al movimiento repoblador salido d nuestras montañas, parece tuvo lugar el año 860 por acción directa del conde Rodrigo, de Castilla, y por orden del rey Ordoño ("per mandatum domini Ordoni regis"). Si atendemos a la redacción Rotense de la Crónica de Alfonso III, Amaya fue fortificada con Murallas y de nuevo la fortaleza cántabra, abandonada desde acción emigratoria de Alfonso I, vuelve a ser efectiva para la defensa de los repoblamientos que en estos momentos se extienden por nuestros valles de Valdeprado, Olea y Valderredible.
En este momento habrá que suponer se realiza la construcción las iglesias rupestres que se extienden por estos valles, en las cuenca altas del Ebro y Pisuerga. El tipo de construcción de ellas: arcos medio punto, pilastras cuadrangulares o rectangulares, altura veces considerable (Presillas de Bricia), etc., nos llevan, más que a tendencias visigodas, a recuerdos asturianos. Por otra parte excavación en el exterior de una de ellas (Presillas), realizada por nosotros, ofreció cerámicas de la alta Edad Media. Sin duda estos iniciales grupos repobladores, asentados en las proximidades de las vías de penetración de las razias árabes, construyen sus iglesias pequeños monasterios perforando la arenisca que aflora en estratos naturales. Así estas reducidas capillas o cenobios gozaban de un mimetismo con el paisaje que las hacía difícilmente localizables por enemigo, que tal vez pasase cerca de ellas sin apercibirlas. Por otra parte su destrucción por incendio o derribo era prácticamente imposible por lo que, pasado el peligro musulmán, volvían a ponerlas inmediatamente al servicio del culto.
El siglo X, comienza como una continuidad de los anteriores, en los documentos apenas se aprecia ninguna variación significativa todo parece seguir un ritmo de vida muy semejante. Algo, si embargo, podemos apercibir, y en bloque, que nos permite señalar un cierto nuevo sentido en el ámbito político de nuestras tierra montañesas. En primer lugar, la absoluta tranquilidad que los valle ultramontanos van a disfrutar en relación con las posibles intromisiones árabes. La línea defensiva, como sabemos, ha avanzado hacia el sur y es ya imposible que se repitan aceifas, come aquellas del 867, que llegaban hasta las propias fuentes del Ebro. El miedo ha desaparecido y nuestros pueblos y monasterios son ya rincones de paz continuada. Pero con ésta, el nerviosismo y vitalidad se aplacan, sobre todo la vitalidad política. El núcleo neurálgico, activo y decisorio, pasa al otro lado de los montes, a Castilla joven y despierta. Es aquí, ahora, donde se cuecen novedades y donde existe una contínua aspiración de grandeza y libertad. La Montaña vive bajo una cierta apatía directiva y ha dejado de ser la inspiradora de la época repobladora. De nuevo vuelve a repetirse la situación, en cierto sentido, que veíamos en los momentos en que Cantabria iba a ser atacada por los romanos: la prepotencia de las tierras foramontanas sobre las ultramontanas. El viejo solar de los cántabros meridionales, los más densos y los más cultos, los extendidos por las cuencas altas del Ebro y Pisuerga (Cildá, Amaya, Monte Bernorio), va a revivir otra vez, mientras los del interior, ya más pacíficos, parecen perder gran parte de sus impulsos. A pesar de ello no deja de repoblarse intramontes, pues, en tiempos de Alfonso II, posiblemente, dos presbíteros, Recemiro y Betelu, hacían presuras (' fecimus presuras") y fundaban la iglesia de San Pedro y San Román de Toporías, "in patria Cabezone". Por la escritura que esto testifica podemos comprobar que estas "presuras"
Se hacen por orden expresa el rey —"pro iussione Adefonsi regis" y le quienes recibían esta concesión podían, a su vez, conceder licencia, a otros, para poblar en sus cotos, pues el presbítero Osonio, que había llegado a Toporías desde Liébana constituye a esta población con licencia —"dedisti mihi licentia"— de Recemiro.
Los diplomas y escrituras de nuestros cartularios guardan un casi absoluto silencio sobre quienes eran los condes que gobernaban nuestros valles interiores (Liébana, Asturias de Santillana, Trasmiera) por delegación de los reyes asturianos y leoneses Alfonso I I muere en 910, García (910-914), Ordoño II(914-924) y Fruela II
(924-925).
Ya en los comienzos del X, y debido a los progresos de Castilla, hemos de creer en una línea de tendencias derivadas, quizás, de las relaciones directas de los condes de Castilla con las Asturias de Santillana, Trasmiera y Campóo, de donde sin duda proceden las cabezas directoras de la repoblación castellana, y de aquellas otras concomitancias entre Liébana y la repoblación leonesa. Creo que debe existir una razón que explique por qué el ámbito de Castilla se tiende enseguida a todas las comarcas montañesas, excepto a Liébana, y pienso que ella ha de ser el de que siempre los condes castellanos sentían como solar de sus antepasados los valles y las montañas de nuestra provincia. No creemos pueda soslayarse el que conde Gonzalo Fernández, de Castilla, llamase "abuelo", en 912 a Nuño Núñez, otorgante de los fueros de Brañosera en el 824; ni
podemos pensar una invención sin base alguna la leyenda de hacer la infancia del gran conde Fernán González muy cerca del mar santanderino, en las proximidades de Laredo; ni desconocer que los condes de Castilla tienen propiedades en nuestros valles, indicio de un arraigo secular así comprobado.
Pero los tiempos ya no estaban para el predominio de Cantabria, obligada por una especie de destino inevitable a caer en el área de influencia de aquel centro neurálgico donde se estaba ya creando una poderosa levadura de independencia, Castilla, que ella misma había construido y organizado.
Cantabria, que se había vaciado por dar nacimiento a una empresa histórica de mayores logros, se hace parte, en adelante, esta misma unidad de cultura y de pensamiento que, iniciada en ella, estaba abocada a superiores proyecciones.
Si Cantabria creó a Castilla se unió después a ella, como primer generador sumando, para crear una historia única que las hizo para siempre inseparables.
Castilla como necesidad
Colección Biblioteca de promoción del pueblo nº 100
Varios autores
Edita zero zyx S.A. Madrid 1980
Páginas 25-48
CANTABRIA, ORIGEN DE CASTILLA
MIGUEL ANGEL GARCIA GUINEA
Los recientes movimientos regionalistas que, a mi modo de ver, han exagerado en muchos casos sus propias motivaciones, están ,adquiriendo en la actual provincia de Santander unos planteamientos que rozan ya los límites de lo ridículo. La pretensión le trasformar a la Montaña en una miniregión, —buscando para ello entronques prehistóricos que nada tienen que ver con una conciencia" regionalista y, lo que es peor, pretendiendo desconocer acallar los reales fundamentos históricos del hombre actual de Cantabria—, nos está llevando a una serie de absurdos que, ayudados por el calzador de la demagogia, no dudamos que pueden, la larga, provocar una errónea disposición capaz de producir un caos mental en los desorientados ciudadanos de La Montaña.
Por ello, me interesa, recogiendo las notas que para una ambientación histórica de mi libro sobre El románico en Santander, en prensa, tengo esbozadas, exponer aquí una serie de datos clarificadores de la importancia que las montañas y valles de nuestra provincia tuvieron para la génesis y cristalización del "pequeño ricón" que originariamente fue Castilla, luego reino y corazón de ruchas de las esencias fundamentales de España.
Partamos, en principio, de una verdad indiscutible y que estimo cuy difícil, desde el punto de vista histórico, poder contradecir por muchos juegos dialécticos o de planteamiento que se hagan: los « Cuales santanderinos son un sumando más, y muy destacado, de un modo de ser, pensar y sentir que ha creado a lo largo de siglos esa aventura humana que promovió Castilla. Santander no puede renegar de Castilla porque ello equivaldría a renegar de su propia esencia y a quedarse, por tanto, sin asidero firme donde poder apoyar la razón de un pasado para la edificación de un futuro. Pretender borrar la historia de un pueblo, —historia clara y consciente que estructuró un carácter y una cultura , para acomodarse a un snobismo, por otra parte ya en otros sitios trasnochado, que llamamos "regionalismo", es si no ridículo, si al menos rechazable desde una perspectiva de seriedad y de sinceridad. Lo que seremos está en nuestras manos, pero lo que fuimos escapa a cualquier criterio acomodaticio, está ahí, permanentemente testificado por unas realidades que no pueden tergiversarse y que indeleblemente, como las marcas hechas a hierro, han quedado grabadas constituyendo lo que llamamos "cultura". Y si la cultura santanderina actual no es la castellana, ¿me pueden decir en qué anaquel hemos de clasificarla? Se puede hablar, sin sonrojarse, y esto no olvidando interferencias y relaciones inexcusables, de una cultura catalana, gallega o vasca, pero nadie se atreverá ante un público culto a considerar como independiente y propia a la cultura cántabra, desligándola de la castellana, porque salvando el paisaje, en donde tan inocentemente se apoyan ,Santander es y será —pese a toda pretendida disgregación, y aunque ésta llegara a conseguirse— una parte de un solo empeño milenario: Castilla.
No vamos nosotros —y ahora— a discutir los antecedentes de la actual provincia de Santander porque ellos, como en cualquier distrito o circunscripción europea no es difícil entroncarles, arqueológicamente, con el pasado paleolítico. Ni tampoco pretendemos hacer una valoración en orden a la persistencia o no, en algún caso, de tradiciones o reminiscencias que pudieran adscribirse a los viejos pueblos cántabros que las fuentes nos muestran como fervientes opositores al poder romano. Lo que sí podemos asegura es que los santanderinos actuales mantienen tanto de los cántabros, y en la misma medida, que lo que puedan conservar los palentinos actuales de los vacceos, los andaluces de los tartesios o los catalanes de los layetanos. Lo que romántica y poéticamente puede ser admisible no lo es, como en este caso, en el campo de las realidades.
Para toda España, Roma fue un importante catalizador, un gran rasero cultural que se impuso —feliz o desgraciadamente, tampoco esto lo vamos a discutir a la organización y esquema de los puebllos pre-romanos. Por otra parte, lo que sí está claro, es que las tribus o clanes cántabros nunca formaron una unidad política ni fueron conscientes de su personalidad distintiva que sólo es, en cierta manera, una creación de los historiadores romanos. Y hasta propios límites de estas agrupaciones que para aquellos era Cantabria no tienen correspondencia ni mucho menos, con nuestra actual provincia, desbordándola en mucho por el oeste y sur, y reduciendola por el este, de modo que para las fuentes romanas tan cántabros eran los pueblos costeros de nuestra actual provincia como los que vivían en gran parte de las cuencas del Esla, Pisuerga, y alto Ebro, hasta el que la arqueología sólo ha podido localizar asentamientos de ellos (Bernorio, Cildá, Miraveche, Celada Marlantes...) en estos grupos cántabros que podríamos llamar impropiamente "castellanos", desconociéndose así (anotemos la paradoja) quiénes eran, cómo vivían y cual era la cultura de los cántabros santanderinos ultramontanos.
Prescindiendo, pues, de todos estos antecedentes que sólo son válidos, como digo, para un sentimental deseo de remontar en el tiempo, y románticamente, nuestros entronques, vayamos a buscar el cabo inicial de nuestra actual cultura allí precisamente donde se inicia, allí donde podemos percibir que se produce y en el tiempo real en que así se apercibe.
Y este momento es aquél en que, triunfante la invasión musulmana, nuestros montes y valles santanderinos, junto a los asturianos, se van a establecer como foco de resistencia bajo un solo y unificado poder: la monarquía asturiana, de donde van a partir las iniciativas que harán extender este reino hacia el sur y más allá de los limites obligados a los que las presiones árabes le tenían reducido.
Es pues a partir del siglo VIII cuando las tierras y valles cantábricos van a tomar la iniciativa de organizar primero intramontes un reino con visión política y administrativa unificadora consciente que va a dar cohesión a estas gentes de muy diversos orígenes: indígenas, tardorromanos y visigodos, estos dos últimos 'cogidos a las montañas ante la presión musulmana.
Establecida la repoblación interior de este limitado reino, como veremos, a base de una creación progresiva de monasterios, centros de explotación agraria, vendría después la iniciativa más inprendedora de abrirse paso hacia el sur, hacia Castilla, para buscar en la meseta las tierras naturales de expansión.
Alfonso I representa en el desenvolvimiento de esta empresa titánica de la Reconquista la aportación que Cantabria, de cuya tierra desciende, ofrece en los primeros momentos. La relación miliar que se produce entre el hijo del duque de Cantabria y la hija le Pelayo, Hermesinda, significaría algo más que un matrimonio. No nos cabe duda que el duque Pedro y Pelayo tuvieron que tener una misma finalidad de defensa y, posiblemente, no es difícil que concordasen sus esfuerzos ante el ataque del enemigo común. Pero a esto las fuentes guardan un profundo silencio. Pérez de Urbel dice
textualmente del duque. Pedro de Cantabria:
"Fue indudablemente, en los últimos años del siglo VII uno de los personajes del aula regia, que abandonó en tiempos del rey Rodrigo para ocupar el puesto difícil de duque de los cántabros... Amaya era una de las plazas más importantes de su territorio... y fue en ella donde los invasores encontraron una resistencia repetida y tenaz, dirigida indudablemente por el eje militar de la región, rechazado una y otra vez en aquella peña famosa. Pedro optó por abandonar la parte más llana de su territorio, es decir, lo que tenía es lo que hoy son las provincias de Burgos y Logroño, retirándose a la montaña propiamente dicha, donde, favorecido por lo accidentado del terreno, pudo permanecer a cubierto de los golpes del invasor. Si no tuvo su Covadonga, como Pelayo, logró conservar libre aquella porción de su ducado, llamada a ser el segundo núcleo del naciente reino asturiano".
Supone después P. de Urbel, con bastante lógica, la posible relación entre Pelayo y el duque Pedro, tal como hemos apuntado quizás con demasiada concreción para las escuetas noticias de las fuentes; pero no deja de ser aceptable su montaje hipotético asentad más bien sobre el sentido común. Dice de ello textualmente:
"Nada nos dice la historia de las relaciones que hubo entre e caudillo de la independencia cantábrica y el primer rey de Asturias. Hay motivos, sin embargo, para sospechar que se ayudaban mutuamente en la empresa de la restauración comprendida acaso con más claridad por el jefe cántabro que por el asturiano. Es probable que el duque cántabro interviniese en lo últimos momentos del desastre de Covadonga, dificultando la retirada de los soldados musulmanes a través de los valles de de Liébana, que pertenecían a la provincia de su mando".
Dice a continuación que tal vez el duque Pedro:
"Influyendo en la elección de Pelayo, consiguiendo, en cambio, de él la promesa de casar su hija Enmerinda con Alfonso su primogénito..."
Nada de esto naturalmente puede documentarse; sí en cambia que el matrimonio de Alfonso con la hija de Pelayo se hizo por disposición de éste, tal como apunta el Albeldense.
Alfonso I, el rey asturiano de origen cántabro, uniría en él herencia de Pelayo y la de su padre el duque Pedro de Cantabria; espacio geográfico de su reino sería al principio solamente los valles y montañas con vertientes de aguas al mar, es decir: Asturias ( primitivas y las orientales, llamadas después de Santillana), Liéba y Trasmiera en el antiguo solar de Cantabria. La Cantabri cismontana —norte de Burgos, norte de Palencia y sur d Santander—, aunque le pertenecía por derecho no pudo en comienzo atenderla por estar bajo el control musulmán como consecuencia los intereses de Tarik y Muza sobre Amaya.
Tan pronto, sin embargo, la unidad árabe comienza resquebrajarse con motivo de las insurrecciones bereberes y las luchas internas, a partir de 741, Alfonso I aprovecha la ocasión par intentar incorporar al incipiente reino asturiano las tierras mejore de la vieja Cantabria, es decir las foramontanas, así como las semejantes al sur de los montes de Asturias. La crónica de Alfonso III especifica claramente las actividades conquistadoras y develadoras del rey asturiano por los campos de la meseta y de Galicia, llegando más allá del río Duero. Que el territorio foramontano más próximo a los límites del pequeño reino de Asturias estaba ocupado por los musulmanes lo prueba el que entre las ciudades que somete aparezcan Saldaña, Amaya, Astorga, León y sobre todo Mave, la más septentrional, indicio de que el núcleo del reino asturiano estaba en los montes cuyas aguas vierten al Cantábrico.
La llamativa movilidad de los ejércitos de Alfonso I y su hermano Fruela por las comarcas de Castilla, León y Galicia, no podían concordar con las reducidas limitaciones de los cuerpos armados de los asturianos que, como sabemos, se ven obligados a abandonar las ciudades conquistadas llevándose intrarnontes a los cristianos y matando a los pobladores árabes. Según el Albeldense "la tierra hasta el Duero la convirtió en un yermo". Basándose en este texto, Herculano sugirió la hipótesis del desierto estratégico desde el Duero a los montes Catábricos que ha venido manteniéndose por los estudiosos y defendido muy conscientemente por Sánchez Albornoz a pesar de la opinión contraria de Menéndez Pidal y de otros investigadores como Mayer, Sampaio, Davy, Viñas, Vigil y Barbero, etcetera.
I.as rápidas campañas exterminadoras de Alfonso I y su hermano Fruela, los cántabros al servicio de la naciente monarquía asturiana, incorporan ciertamente gran cantidad de meseteños dentro de la más segura zona ultromontana. Asturias y Cantabria de montes al mar recibrían con ello una inyección no sólo de numerario humano sino Ir cultura y organización.
"Los inmigrantes godos —dice S. Albornoz— llevaron al Norte sus tradiciones jurídicas de origen germánico... tradiciones que a partir del siglo IX aparecen en zonas septentrionales nunca antes gotizadas... Las llevaron consigo a sus nuevas sedes y las conservaron en ellas liberadas del peso de la romanizante acción del Estado... No podría explicarse de otro modo la aparición de instituciones de derecho privado, penal y procesal de estirpe germánica en Asturias, Cantabria, Vardulia e incluso en Vasconia."
Estas gentes que la política de Alfonso I establece al otro lado de montañas van a ser colocadas, conforme enumera la crónica de Alfonso III y de Oeste a Este, en Asturias, (que sería tanto el núcleo propio asturiano como su prolongación en las Asturias de
Santillana), Primorias (territorio que se viene asimilando a la zona focal de los comienzos de la Reconquista, es decir las proximidades de Cangas de Onís), Liébana, Trasmiera, Sopuerta, Carranza y Vardulia (la primitiva Castilla), así como en la zona marítima de Galicia . Repuebla así el rey, su reino, "ad patriam", con todos los emigrantes procedentes de la Meseta, y van entonces a adquirir las actuales tierras santanderinas una importancia generatriz que nunca tuvieron, pues de ellas, en años sucesivos, surgirá un movimiento contrario, hacia los campos llanos de Castilla, en esa reversión que conocemos como empresa foramontana.
De hecho, esta enumeración de circunstancias repobladas, es una determinación de las regiones que comprendía el reino de Alfonso I. No aparece Cantabria porque ésta (Amaya, Mave) estaba perdida política y administrativamente para Alfonso I. Aquí se va oscureciendo su nombre de región amplia; por el contrario, como el reino asturiano puede minimizar más las parcelas, van apareciendo regiones naturales más concretas que perdurarán posteriormente. La extensión de este reino parece bastante conocida: Galicia en su parte marítima; Asturias; lo que era la vieja Cantabria intramontana; y Álava, Vizcaya, Ayala y Orduña. Martínez Díez supone que estas cuatro últimas comarcas, donde no hubo o no consta repoblación, pertenecían también al reino de Asturias y fueron, según dice Lacarra "como una avanzada del reino asturiano", siendo en los pasos del Ebro "donde se realiza la defensa del reino asturiano en el siglo IX".
Nuestra actual provincia de Santander densificaría enormemente su población con la inclusión por toda ella de grupos de emigrantes La creación de una fuerza numérica de hombres cristianos, visigodos o hispano-romanos, venía a ser una necesidad imperiosa para el reino recién creado. El "populantur" de la crónica significaría, además, no sólo el hecho de "repoblar", sino el de repoblar organizando. Las montañas santanderinas de Liébana, Asturias de Santillana Trasmiera, acogerían gran número de meseteños y, sin duda, por esto mozárabes venidos de la tierra llana, —foramontanos—, transmisores de una cultura a un nivel de grado elevado, tal como fue alcanzada por los visigodos del siglo VII, los valles y montañas de la vieja Cantabria despertarían a un nuevo sentir que explica su vitalidad y su empuje. En estos momentos, y en años posteriores, se protegería la creación de monasterios con monjes traídos de las ciudades desvastadas, creando así focos, intramontes, de cultura y repoblación. Muchos de ellos traerían consigo las reliquias de lo santos más venerados con lo que la cristianización de los indígenas iría rápidamente consiguiéndose. Si nos atenemos a la antigüedad reconocida de alguno de estos monasterios parece que los más primitivos se crearon en las montañas de Liébana, ya a partir de esta actividad de Alfonso I, y durante el siglo VIII, como veremos, mientras que en el resto de la provincia las citas más antiguas no parecen asegurar agrupaciones religiosas hasta los siglos IX y X, si bien la carencia de datos no es tampoco razón suficiente para negar su inicial instalación como consecuencia de las campañas del rey cántabro y astur y de su hermano. Cosa natural, por otra parte, que Liébana, territorio magníficamente defendido, oculto y próximo además al núcleo aúlico del reino, fuese la más beneficiada en esta repoblación, y a donde pudieron llegar, como es lógico, los grupos más cristianizados de la comarca de Astorga, cosa que parece manifestarse en el monasterio de San Martín de Turieno, a donde, aunque posteriormente, fueron llevados las reliquias del obispo asturicense Santo Toribio.
La arqueología, en otro sentido, viene colaborando, año tras año,en la comprobación de la existencia de una bastante densa población durante la alta Edad Media en las montañas cantábricas. Numerosas necrópolis de lajas aparecen continuamente en las proximidades de la mayor parte de las iglesias o ermitas de Cantabria, y aunque no conocemos a ciencia cierta el siglo o los siglos a que pertenecen, es indudable que aseguran del VIII al X una demografía elevada.
Quizás durante el propio reinado de Alfonso I, y sobre todo en la zona oriental de su reino, se intentó repoblar hacia la meseta, al otro lado del Ebro, ensayando los primeros tanteos hacia las explotaciones de los campos de trigo. Así vemos que en 759, dos años solamente después de la muerte del rey, y en el reinado de su hijo Fruela, se funda el monasterio de San Miguel de Pedroso, en la provincia de Burgos, cerca de Belorado. No sabemos si este deseo de avance hacia el sur se produce en toda la línea de frontera y, por tanto, si en tiempos de Fruela intentan asomarse hacia los campos transitivos de las tierras antiguamente cántabras del alto Ebro y Pisuerga. Más bien creemos que no, pues las excavaciones de Cildá, que es la acrópolis de Mave, parecen testimoniar que, al menos la muralla, está en ruinas ya en el siglo VIII. ¿La arruinó y destrozó Alfonso I según hacen referencia las fuentes?. Es lo más probable .Luego volvió la vida, pero esta ya no se sirve de la muralla.
Cildá se vuelve a ocupar en tiempos de Ordoño I, como veremos, quizás en el momento en que, en 860, repuebla Amaya, o tal vez algún año antes. La existencia de pobladores en los siglos IX y X en Cildá está claramente comprobada por las excavaciones, pero no es la zona e la muralla, ya entonces inservible.
No creemos, pues, que la salida "a la otra parte" de los montes de nuestra provincia fuese un hecho organizado en tiempos de Fruela ni en el de sus sucesores, Aurelio, Silo y Mauregato, y Bermudo I,(757-791).
Fruela tuvo que "vivir a la defensiva a lo largo de unas fronteras extraordinariamente dilatadas", y en un momento de fuerza árabe bajo Abderramán I por lo que bastante hizo con conservar sus tierras, asomarse al Ebro, resistir las sublevaciones de gallegos y vascones, e intentar repoblar parte de Galicia. Aurelio vivió pacíficamente mediante una paz con los musulmanes, sin que ,pretendiese mover sus ejércitos en busca de nuevas tierras acuciado como estuvo internamente, además, por una rebelión de siervos. Si1o, su sucesor en el trono, prosiguió en la política de paz con los árabes y hubo de vencer serios levantamientos de los gallegos a los que derrotó en la batalla del Monte Cupeiro. Mauregato, igualmente, no tuvo problemas especiales con los islamitas, pero Bermudo, el rey diácono que le sucede, sufrió el interés combativo del nuevo emir Hixem I, a quien la fortaleza conseguida por el reino asturiano con la paz de estos años comenzaba a inquietar, por lo que dirigió unas campañas contra la avanzada de Álava y Castilla, ocasionando que el pacífico Bermudo abdicase del trono en favor de Alfonso II el Casto. De todas formas es posible, lo mismo que sucedió con San Miguel de Pedroso, que gentes aventuradas se atreviesen a intentar la repoblación fuera de montes, pero la verdadera organización repobladora cismontana no parece que comenzó hasta el reinado de Alfonso II.
Podemos un poco suponer, a pesar del esquematismo de las fuentes, lo que sucedía en Cantabria en estos años que van desde la muerte de Alfonso I hasta la llegada al solio regio de Asturias de su homónimo Alfonso II. La masa de repobladores traídos por el rey cántabro se repartirían por los numerosos valles del interior en donde hubieron de establecerse un cierto número de monasterios que irían adquiriendo, conforme el asentamiento de los nuevos pobladores se afianzaba, importancia especial y destacado valor como focos de influencia. Sin duda que desde el mismo momento de la huída de los visigodos estos monasterios habían ido jalonando centros organizativos, pero la nueva aportación de gentes reunidas como consecuencia de la política de Alfonso I hace pensar en un afianzamiento de los existentes y en la creación de otros que pronto iban a evidenciar la nueva sangre culta de aquellos grupos procedentes de la meseta.
El caso conocido del Monje Beato de Liébana, que vive en uno de estos monasterios durante el reinado de Mauregato y Alfonso II, prueba hasta qué punto estos centros religiosos de Cantabria podían competir en sabiduría y decisión con el propio y central obispado de Toledo. Beato trabajaba en una biblioteca donde —como dice Sánchez Albornoz— "dispuso de una serie de textos" que "es muy dudoso que en el lejano y cerrado valle de la Liébana existieran antes de la invasión islámica", lo que exige que fuesen trasladados de otros monasterios más cultos —quizá los leoneses— al producirse la invasión islámica o la repoblación de Alfonso I.
La vitalidad, pues de los monasterios montañeses queda bien probada con la presencia y el trabajo de Beato, que en el escondido rincón de Liébana no estaba ajeno a los problemas religioso suscitados en la época y que sabe acometerlos con indudable erudición y no menos impulsos. La tranquilidad que proporcionó la paz con los árabes influiría sin duda en el desenvolvimiento de nuestros cenobios durante la segunda mitad del siglo VIII y re percutiría también, y en general, sobre la vida de los núcleos humanos a su amparo acogidos. Los numerosos monasterios que aparecen documentados en los comienzos del siglo siguientes son clara demostración de que gran número de ellos hubieron de surgir con bastante anterioridad. El de San Salvador de Villeña o Bellenna y el de Santa María de Cosgaya, que se citan, como apuntamos en en 796, pero cuya vida debió de comenzar bastantes años antes, parece que dan la nota de cómo serían estas incipientes agrupaciones de monjes, muchas veces dúplices, en pequeño número y bajo la dirección de un abad. El de Cosgaya era regido en esa fecha por Pruellus que gobernaba una sociedad de 4 ó 5 "fratres" y otras tantas a 'sorores"; el de Villeña, sólo masculino, contaba al parecer, con sólo cinco religiosos. Las posesiones y la organización de estos monasterios se presenta ya bastante desarrollada: límite de terrenos,precios en especies con valor reducido a dinero, constancia de que los monasterios contaban con libros litúrgicos: antifonarios, de oraciones y "commicum" (lecciones litúrgicas), utilización de especies monetales en oro (libras) o en plata (sueldos), etc.
El de Aguas Cálidas, que se constituye en el año 790, en las proximidades del manantial de La Hermida, en el pueblo de Las Caldas, y mediante un pacto del abad Álvaro con religiosos varones y mujeres, manifiesta una composición numérica un poco más amplia que el de Cosgaya: seis varones y doce hembras. Esta comunidad dúplice, instaurada con un pacto, indica que estos monasterios lebaniegos, no dejaban de seguir la tradición visigoda. Sánchez Albornoz describe muy bien el hecho de la fundación de estos cenobios en los primeros momentos de la Reconquista, descripción que puede aplicarse en todo a lo que debió de ser tal acontecimiento en nuestras montañas de Liébana:
"Un presbítero, un abad, un hombre temeroso de Dios o una mujer piadosa levantaban en su heredad una iglesia en honor de su santo, constituían junto a ella un claustro, atraían a sí algunos 'gasalianes' o compañeros, dotaban al cenobio con sus bienes y la nueva comunidad religiosa iniciaba una nueva vida de oración y trabajo."
Es interesante señalar que Liébana ofrece, desde el siglo VIII, la creación pactual de los monasterios dúplices. Lo hemos visto en Santa María de Cosgaya, cuyo pacto se supone; en Aguas Cálidas, en 790, y lo veremos en el siglo IX en el monasterio de San Pedro y San Pablo de Nauroba (en Naroba, junto al río Quiviesa, en Vega de Liébana), y en el X en el de Piasca.
Fuera de Liébana, ni el Cartulario de Santillana del Mar, ni el de Santa María del Puerto, permiten constatar la existencia de monasterios durante el siglo VIII. Con seguridad que existieron pero su documentación conservada no ofrece ningún testimonio donde apoyarnos.
Al iniciarse el reinado de Alfonso II (791) la paz existente en las montañas cantábricas se va a ver conmovida por la continua inquietud que representa el saber que los ejércitos y fuerzas musulmanas atacaban de nuevo en las fronteras. “El momento para sus súbditos (de Alfonso II) —dice S. Albornoz- era gravísimo; las tropas de Al-Andalus penetraron dos veces hasta lo más sagrado de la tierra asturiana, el joven rey tuvo que huir en más de una ocasión para no caer en cautiverio". Las gentes de los montes santanderinos, los monasterios y la vida, en general, de nuestras comarcas se conmovería el año 795 cuando las tropas de Hixem, al mando de Abd-el-Karim, entraban en Oviedo, la capital de heroico reino asturiano. La conquista fue sólo momentánea, pues el vencedor abandonó las tierras asturianas y un nuevo respiro de salvación corrió por nuestras montañas ante el peligro felizmente conjurado. Con la muerte de Hixem y la subida al Gobierno de los islamitas españoles del nuevo emir Alhaquen, el ejército musulmán, en el 796, ataca esta vez por los límites de la región de Castilla. La inquietud de nuestros montañeses se va a convertir ahora en verdadera preocupación, pues los ejércitos de Ab-el-karim llegaron hasta la misma costa montañesa. Así lo presume S. Albornoz al interpretar los textos árabes, ya que, según éstos, los muslines "tuvieron que franquear una serie de canales donde la marea se dejaba sentir, que los enemigos habían preparado para que les sirviese de defensa, detrás de los cuales habían situado a sus familias, animales y bienes". Sánchez Albornoz supone que tal vez se trate de la ría de Limpias, que ciertamente es la más larga y la más capaz de aprovecharse como defensa momentánea. Pudieron así los árabes —es simple sospecha alcanzar la costa a través de la calzada de Castro Urdiales, llegar costeando hasta la bahía de Santoña, en cuyas orilla occidentales los montañeses se habían guarnecido; pero esta defensa vino a resultar inútil pues la caballería musulmana aprovechando la baja marea consiguió atravesar la ría y hacer prisioneros a hombres y mujeres llevándose consigo enorme botín.
Y si bien estas "razzias" eran pasajeras, el desequilibrio que habrían de provocar en la vida normal de nuestros montañeses forzosamente tuvo que ser grande. Quizás solamente Liébana, la región escondida, difícil, alta y llena de bosques, fue la única que, hasta cierto punto, pudo sentirse más tranquila. Y en este mismo año los ejércitos árabes asolaban nuestras costas orientales, en Liébana, —la perentoria necesidad de vivir acucia a una normalidad aparente—, los monasterios de San Salvador de Villena y Santa María de Cosgaya realizaban sus actos corrientes de vida: contratos, ventas, etc.. como si nada estuviese ocurriendo en el reino.
Alfonso II, sin duda por acercamiento al foco más poderoso de la Cristiandad, en busca de apoyo, y porque se le hacía difícil asomarse con tranquilidad y fuerza a las llanuras de Castilla —dada la situación de Córdoba , amplió las relaciones con Carlomagno al que envió embajadas en 795 y 797. Pero la situación en Córdoba iba a variar al siguiente año. Luchas civiles ensombrecen la tranquilidad de la capital andaluza y Alfonso II, atento a aprovechar las ocasiones organiza la acometida cristiana más audaz desde que el reino de Asturias tuvo origen: la toma y saqueo de Lisboa. Es de suponer la alegría y el alivio de nuestros núcleos montañeses al conocerse el éxito de su rey. Sin duda esa campaña significaba la demostración de un poderío del que habían dudado en los amargos años anteriores. El mismo Carlomagno —son siempre estas las consecuencias de las victorias reconocería, sin duda, la nueva fuerza que surgía patente en el norte de España al recibir, en otoño de 798, los presentes elegidos del botín de Lisboa que le enviaba el rey de Asturias. Desde entonces las embajadas fueron recíprocas. "Con frecuencia -dice S. Albornorz- marcharon legados y misivas desde Asturias a Francia, también con frecuencia llegaron viajeros enviados de Francia hasta Asturias". Por los caminos de la costa, abiertos al tránsito, cruzaría Jonás, enviado de Carlomagno. En alguno de nuestros monasterios descansarían, después de largas jornadas de camino, éste y otros personajes que, enlazando los dos reinos, traerían a Asturias los aires de Europa, y llevarían a Europa noticias de la situación de la lucha un el poder del Islam. Estas gentes viajeras del otro lado de los Pirineos, que no sólo serían clérigos, sino canteros, comerciantes, peregrinos, irían transmitiendo y dejando— por nuestros núcleos humanos de Cantabria "sueldos de plata carolingios, el sistema de instrucción usado en las iglesias francas por entonces y además mercaderías, instituciones y costumbres". El propio Beato de Liébana, por intermedio de un monje, posiblemente lebaniego, se ,puso en contacto epistolar con el gran Alcuino. Cantabria en estos males años del siglo VIII había abierto también las puertas a Europa.
El siglo IX se abre con una reacción organizada del emir Alhaquen, atacando en 801, por la zona fronteriza de Álava, el limes" astur. El triunfo correspondió una vez más a las tropas de Alfonso II. En años sucesivos —803, 805— volvieron los cordobeses atacar al reino cristiano, sin éxito. El 805 llegaban los ejércitos de Alhaquen hasta el Pisuerga. Sánchez Albornoz habla, recogiendo sin duda las fuentes, del fracaso musulmán "en las hoces del Pisuerga". No conocemos nosotros más hoces del Pisuerga que el paso hoy llamado de La Horadada, en las proximidades de Mave, donde el río se abre entre verticales acantilados de caliza, pues después ya va a correr por terreno llano atravesando los campos de Palencia. ¿Fué en este lugar donde, aprovechando el terreno escarpado pudo el ejército cristiano detener el paso de los cordobeses hacia Cantabria?. La sugerencia es sólo esto, sugerencia, sin posibilidad cierta de comprobación. ¿Intentaría el ejército de Alhaquen seguir la calzada pie de Pisoraca (Herrera de Pisuerga) llevaba por Cildá (Mave) y Aguilar de Campóo, hasta Juliobriga y Portus Blendius?
A partir de este año volvieron a silenciarse los impulsos árabes. Alfonso II, y su reino en general, disfrutan de una larga paz de años que contribuiría a la fortaleza interior del territorio. Dentro de las montañas cantábricas numerosos monasterios son de nuevo fundados o van ampliando su prepotencia, pues los cartularios comienzan en el primer cuarto del siglo IX a hacer mención de diferentes cenobios repartidos ya no sólo por la zona de Liébana sino por las Asturias de Santillana y Trasmiera. Posiblemente 1. organización del reino provoca una mayor libertad de movimientos de los grupos humanos montañeses que van diversificando, con otros, los primeros núcleos establecidos en lugares menos ricos peri más defendidos y ocultos. Al mismo tiempo que esta extensión por los valles va produciéndose se apercibe el intento de salir fuera de lo montes, es decir, de repoblar en las tierras limítrofes de la meseta. La desaparición de las brumas del miedo provoca también el deseo de evadirse de las auténticas brumas naturales de la costa. Hacia el sur está el sol, los campos de trigo (esos que siempre los cántabros envidiaron a los vacceos), y las tierras queridas que hubieron de abandonar en aquellos momentos críticos de la rápida acometividad de los árabes. Todavía los coletazos de Córdoba se dejan sentir, sobra todo en Álava y Bardulia; así el ataque del 816 o de 823 que tan sólo fueron auténticas aceifas sin éxito alguno de conquista. Pero a partí del 825 Abderramán no deja tranquila las fronteras del reino asturiano que ha de estar siempre alerta, en todos sus frentes, ante la posible acometida que, casi siempre durante el verano, llegaba más menos sorpresivamente. La aceifa que parece más se acercó a nuestro solar montañés fue la que, dirigida por Faray ibn Masarra, tocaba posiblemente, y en diciembre de 825, la zona cántabra del Val de Olea, al menos según el parecer de S. Albornoz, y recogiendo citas d Ibn-al-Atir e Ibn'Idari. Es posible, según el ilustre historiador, que la fortaleza tomada por los árabes, citada Al-Kulai'a por Ib Hayyan y Al-K'al'a según Ibn al-Atir fuese el Monte Cildá que lo documentos medievales citan como ciudad de Oliva (civitas Olivas) pero Cildá cae bastante lejos del Valle Olea montañés y, por otra par te, me parece muy problemática la asimilación de nombres como para permitir tal suposición. Desgraciadamente la reducida locura de las fuentes nos tiene acostumbrados— y con razón, pues la Historia pide la intervención complementaria de los esfuerzos del historiado a fabricar continuamente teorías y supuestos. Pero así como mucho de ellos pueden firmemente sostenerse, no como hechos reales sin como juicios científicamente basados, éste del asalto al monte Cildá en 825 creo que no tiene una suficiente armadura que pueda mantener el intento. Quizás, si la fortaleza conquistad fuese en el valle de Olea, se refiera al castro de Castillo del Haya donde nuestras excavaciones han atestiguado cerámicas y cruces del siglo IX.
Durante el resto del reinado de Alfonso II hubo primero un período de paz derivado de "la precisión en que se halló Abdrramán de combatir cerca de diez años dentro de sus estados" período que va más o menos del 825 al 838, y en el cual el rey asturiano, y el mismo reino todo, vivió un momento de tranquilidad y desenvolvimiento y que ya veremos, en líneas posteriores, de qué manera afectó a las tierras cantábricas. Acabadas las condiciones internas que habían paralizado al emir cordobés, éste volvió a atacar las fronteras del siempre expectante reino alfonsí. En 838, una razia trabe, que llega hasta el lugar de Sotoscueva, en la vertiente sur de nuestras montañas, tuvo que alarmar, sin duda, a los poblados y monasterios ultramontanos de la actual provincia santanderina. No estaba lejos ni olvidada, aquella acción del 825 que llenó de espanto a los habitantes de los valles de la Montaña, cuando los pies de los toldados musulmanes llegaron a marcarse en la arena de nuestras layas. Sin duda llegarían voces de emisarios con la nueva de que las ropas del infiel se acercaban al verde solar cantábrico, y conmoverían el ánimo nunca decaído de quienes fueron testigos o recordaban aquellos trágicos momentos de antaño. Pero, felizmente, los ejércitos mandados por Said, hermano del emir, no traspasaron nuestros puertos y todo volvió a la calma. ¡Terrible hubiera sido que nuestros valles hubiesen sufrido lo que un año después hubo de soportar la tierra alaves!. Las fuentes árabes dicen que "las cabezas de los enemigos muertos formaban montones tan altos como colinas, al punto de que los jinetes no podían verse de un lado a otro de los mismos". ¡Malos tiempos estos para la tranquilidad del rey Alfonso y para sus súbditos!. La muerte del rey acaecería ya poco después, posiblemente en el 842 se extinguía el monarca asturiano después de dejar bien asegurada la pervivencia de un núcleo de gentes que, endurecidas en las luchas casi continuas contra los empeños árabes, habían adquirido suficiente resistencia y espíritu para aspirar a algo más que a verse comprimidos entre el mar y la montaña. Alfonso II, rey de asturianos y cántabros, preparó el camino que apuntaba al sur, la meseta, y ésta comenzó en adelante a ser aspiración de conquista sueño de "tierra prometida".
Tan pronto se había iniciado el siglo IX, y debido a los empeños organizativos y expansivos del rey asturiano, ya hemos indicado que la repoblación ultramontana adquiere en Cantabria un auge estacado. La existencia de monasterios, quizás fundados en el siglo anterior, comienza a tener constancia documental, indicio de la
consolidación de una estructuras cada vez más firmes. Otros
cenobios inician ahora su vida en un intento decidido por fortalecer zonas desiertas. Las noticias van siendo cada vez más concretas.
En los primeros años del siglo IX, posiblemente, nos consta que ya en el valle del Pisueña, en la baja montaña santanderina, se construía otro monasterio dúplice, el de San Vicente de Fístoles. El abad Sisnando y la abadesa Gudrigia, con otros monjes y monjas, ganaban con su propio trabajo —"scalidamus de nostris manus"— ,los terrenos yermos de sus alrededores. En 811, cedían ellos mismos todo lo que habían construido trabajado al propio monasterio de San Vicente, lo que indica que su actividad en este valle del Pisueña hubo de comenzar antes. La localización de este monasterio de Fístoles se viene suponiendo en el actual pueblo de Esles, en el valle de Cayón y, ciertamente, parece el lugar más seguro de ubicarse Cuando en 816 el conde Gundesindo enriquece a este monasterio con una valiosa donación, las propiedades de San Vicente de Fístoles llegan hasta el mar. La serie de villas y monasterios que se le ofrece prueban que la población ultramontana de nuestra provincia no e escasa. La proximidad de muchos monasterios y poblados como Arce, Velo, Oruña, indica que sobre todo los valles y la costa debía de estar suficientemente habitados. Sabemos que la villa de Arce tenía los monasterios de Santa María y de San Pedro y San Pablo; la de Velo (junto a Arce) el de San Julián: en Oruña, el monasterio de Santa Eulalia; en Liencres, el también de Santa Eulalia; en Mortera el de San Julián; en Val de Bayón o Cayón, la iglesia de Santa María de Pangorres; en Sobarzo, el monasterio de San Martín; en Cabárceno, el de San Vicente; en Penagos, el de Santa Eulalia y la iglesia de San Jorge; el Liérganes, el de San Martín; en Rucandio, la iglesia de Santa María. Todos estos monasterios e iglesias, a más d algunas villas —como Bóo, Tuler (?), Letezana (Bezana) (?) la Encin (?) Auterus (Tolero), Saucum (?), Paites (?)— fueron concedidas San Vicente de Fístoles por el citado conde Gundesindo, de quien nos ocuparemos algo más adelante cuando tratemos de conocer afán expansivo de la repoblación en estos años iniciales del siglo IX en terrenos foramontanos.
De los documentos de Fístoles se deduce, como apunta P. de Urbel, la existencia de una familia notable en la parte central de la "Montaña", emparentada entre sí, con figuras como un obispo Quintila , un conde Gundesindo y los fundadores de monasterio. Parece indudable que la labor repobladora se lleva cabo merced a la colaboración político-religiosa; estas dos fuerzas la vemos muchas veces íntimamente ligadas a esta empresa. Primero es la constitución de un monasterio en lugar yermo como una necesidad de ir ganando terrenos incultos ante una población en crecimiento Luego suele añadirse la ayuda material de un gran propietario —e este caso el conde, más tarde fue el rey— que seguramente, había sido el promotor de la creación del nuevo monasterio. San Vicente y San Cristóbal de Fístoles debió de iniciar con fuerza su andadura. En 82 el obispo Quintila, que parece tenía posesiones comunes con conde, contribuye con la parte que le correspondía en aquellas. El propio conde Gundesindo debió de considerar muy suya la fundación del nuevo cenobio dúplice cuando expresa en el propio documento de cesión que deseaba ser sepultado en San Vicente ("ubi corpus meum tomulare desidero"). Parece que S. Vicente de Fístoles nace, pues, por la participación y deseo de una familia, siguiendo aquella costumbre visigoda de los monasterios familiares.
Es muy probable, aunque no nos haya llegado su constancia, que este monasterio de San Vicente de Fístoles se estableciese según norma corriente entonces del pacto monástico. Liébana seguía fundando conforme a esta tradicional estipulación. Así, en 818 (28 de febrero) se creaba el monasterio de San Pedro y San Pablo de Nauroba mediante un pacto entre cinco mujeres y siete hombres con abad Argilego. El lugar elegido estaba a pocos quilómetros de la Villa actual de Potes, al sur, junto al río Quiviesa, hoy Venta de Naroba, y sería uno más de estos monasterios de carácter particular que iban puntuando desde el siglo anterior la geografía de la marca. El pacto establece la sumisión de los firmantes a la autoridad del abad y también la fidelidad de todos los componentes a las reglas del monasterio, así como las garantías de aquellos frente a actuación inconsiderada del abad. El abad Argilego aporta al monasterio todo su patrimonio —"omnia quicquid ganabi vel ganare potuero"—, tanto de bienes muebles como inmuebles que tenía en Colunga, en Vernejo y el monasterio de San Julián de Periedo. El abad de San Pedro de Naroba tenía posesiones en los alrededores Cabezón de la Sal, y sus entregas al monasterio prueban esta proopiedad dispersa que desde su creación van teniendo los cenobios montañeses. Se ve que dentro del reino astur-cántabro existía una libertad de movimiento, que no se reduce a regiones delimitadas. Los propios documentos (ya veremos el de San Pedro y San Román de Toporías) ya señalan esta amplitud de acción en cualquier lugar del reino que testimonia una gran visión política de unidad.
Lo mismo que el documento de Fístoles, éste de Naroba nos atestigua que ya en los comienzos del S. IX la repoblación había saltado la línea divisoria del macizo Cantábrico, fuera de montes. En inclusión que se hace en el documento de una "traditio" de Arias, al monasterio se incorporan ya posesiones en Cervera de Río Pisuerga, Arbejal y Resoba que concretamente señala “foris monte". Pero de esta expansión y de otras tendentes a la meseta y partiendo de nuestros valles montañeses ya hablaremos después en el apartado respondiente.
Siguiendo con nuestra repoblación "intramontes" nos sale al paso en 836 la fundación, en 18 de enero, de un monasterio familiar el valle de Soba, en un lugar, Asía, que dio nombre a los puertos Montañosos de La Asía o Sía. Su carácter familiar está claramente determinado pues son sus fundadores el presbítero Kardellus y su padre Valerio, y su advocación consta como San Pedro, San Pablo y San Andrés. Del testamento de Kardellus se deduce que los fundadores lo levantaron en tierras de su propiedad y crearon iglesias, casas, huertos, pinares; las tierras incultas las transformaron en cultivables y los montes los hicieron prados. Toda esta enumeración de actividades parece estar describiendo lo que era una auténtica repoblación y una puesta en vida de terrenos antes abandonados a la propia naturaleza. Este monasterio debió de permanecer independiente hasta que en 1011, el conde Sancho y su mujer Urraca, al fundar el de Oña le incorporan a éste. También sabemos por este documento de 836 que ya en la costa había sido fundado un cenobio que iba a tener posteriormente gran influencia en la zona oriental de nuestra provincia, el de Santa María del Puerto, en Santoña. Entre los confirmantes de la escritura del presbítero Kardellus figura el primer abad conocido de Puerto, un tal Zezius, que al firmar en primer término puede quizás indicarnos que ya este monasterio portuense comienza a ser conocido y que has pudo tener algo que ver en la fundación del de San Andrés de Asía
En esta primera mitad del siglo IX, pues, estamos viendo cómo actividad repobladora no se detiene en todo el territorio de la actual provincia santanderina. Nuevos monasterios están surgiendo constantemente y aunque la documentación en este aspecto es muy limitada creemos que la mayor parte de los que por primera vez serán citados en el siglo siguiente habían surgido casi con seguridad en los primeros cincuenta años del siglo noveno. Desde Liébana hasta Asón, la vida se apercibe movida y organizada. Parece obvio pensar que al reino cristiano de Alfonso II continuarían llegando emigrantes mozárabes que huyen de las tierras ocupadas por los árabes. Ello tendría que obligar a la roturación de terrenos y a la explotación máximo de las tierras y prados. No podemos saber la densidad población existente en estos momentos, pero dada la proximidad los núcleos urbanos que muchas veces transparentan las citas documentales, hay que pensar que la mayor parte de los centros habitados en la actualidad tienen su origen en estos primeros siglos repobladores. Liébana ofrece continuamente nuevas advocaciones monasteriales: en 826 nos consta que, además de Santa María de Cosgaya y San Salvador de Villeña, ya existentes a finales del VIII, de San Pedro y San Pablo de Naroba, ya tenía vida el monasterio San Esteban de Mieses o Mesaina, en las proximidades de Potes y era regido por un abad de nombre conocido: Lavi. Dos años después - 828— consta que existía organizado el de San Martín de Turieno origen del futuro Santo Toribio de Liébana—, en donde igualmente aparece gobernándolo un abad Eterio. En 829 un nuevo monasterio va a ser constatado en las fuentes, el de Osina, cuya localización sido discutida. Argaiz lo situaba en Cosgaya, pero Jusué, quizás más acertado, lo coloca en la Hermida.
Una efervescencia de vida de los valles ultramontanos Cantabria, tal como la atestiguan los documentos, no podría comprimirse sólo a las vertientes que lanzan aguas al mar. Como antes apuntábamos, existía al sur una "tierra prometida", que podía contemplarse desde las cumbres, soleada y rica, a la que siempre los acogidos de la meseta o sus hijos veían como algo que les pertenecía que era preciso y urgente reconquistar. El pan acuciaba y aunque muchas tierras, hasta de la propia costa, sembrarían cereales, el clima no podría en muchas ocasiones darles la sazón suficiente y necesaria Razones, pues, de variado tipo impulsan a los cristianos de primera mitad del siglo IX, y quizás algunos años antes, a lanzarse a una política y a una acción repobladora ya directa y continua, hacia las tierras luminosas de los viejos campos góticos. Si tal vez con Alfonso I ésta ya pudo iniciarse pasando ampliamente la línea del Ebro, con la fundación de San Miguel de Pedroso, en la zona de Oca, junto al río Tirón, en 759, la salida fuera de montes representa ya una acción que parece concertada. Algunas escrituras de los comienzos del siglo IX que se nos han conservado en sus textos, señalan normalmente posesiones y bienes al otro lado de las montañas que, ,posiblemente, ya estaban habitadas años antes de su constancia documental. Las gentes de la Montaña es claro que se ponen en movimiento para poblar las cuencas altas de los ríos Pisuerga y Ebro sus primeros afluentes. La situación, además, permite un respiro más amplio y una mayor seguridad en el establecimiento de nuevos monasterios y pueblos. A partir del año 805 las acometidas árabes se debilitan, en tanto que los cristianos astur-cántabros se ven fortalecidos con la política de su rey Alfonso II, y aún cuando conocemos, como hemos visto, aceifas musulmanas que llegan hasta las mismas fronteras y las atraviesan hasta el mar, la fortaleza del reino asturiano parece que no puede temer acciones definitivas de sus enemigos que se ven minados por sublevaciones internas. La densidad de población en el interior de las montañas sería también la razón para provocar la salida fuera de montes que lograría así la ampliación del reino.
Pérez del Urbel ha recogido en el capítulo "Los primeros repobladores", el V de su conocido y ya clásico libro "Historia del condado de Castilla", los testimonios documentales más significativos de estos asentimientos organizados al otro lado de los montes, hacia lo que son los campos de la Castilla Norteña. Nosotros no nos vamos a detener detalladamente en estas empresas por realizarse en terrenos ya fuera de nuestra provincia, pero sí .mencionaremos al menos aquéllos que documentalmente consta se originan por gentes que parten de los montes de Santander.
Sabemos que el primer escape de repoblación, saliendo sin duda de nuestro límites de la actual provincia, se origina en las cuencas de los primeros afluentes del Ebro, en la zona oriental del reino asturiano, territorios de Mena, Losa, etc., la antigua Bardulia que más tarde será el núcleo originario de Castilla. Por aquí atacaban frecuentemente los musulmanes y fue siempre una de las vías la del Ebro- de penetración hacia el Norte. La geografía es agitada, montañosa, con abundantes masas de bosque y, por tanto, apta para la defensa. Altas y escarpadas colinas - auténticos castillos naturales— permiten otear el panorama. La cuenca del Ebro es, al mismo tiempo, una aspiración. Es una lástima que la documentación sea tan raquítica y sólo nos pueda hacer suponer —con algunos ,reducidos ejemplos— lo que debió significar el anhelo de escape fuera de montes. La fundación de San Miguel de Pedroso, en 759, quo acabamos de indicar, es un testimonio de que ya desde Alfonso I la política de expansión cismontana es un hecho por esta región oriental del reino. No nos cabe duda que estos primeros repoblador bajan de nuestras cumbres cántabras orientales (montañas de Pas, Soba y Ramales), pero desconocemos la permanencia de estas incipientes repoblaciones y también qué ocurría en ellas cuando los cuerpos de ejército árabes atravesaban circunstancialmente su territorio. Es de suponer que estos iniciales focos de presura y habitación tuvieran muchas veces que rehacer sus aventuradas avanzadas y comenzar otra vez de nuevo; otros, quizás más escondidos o apartados de las rutas normales de penetración abandonarían momentáneamente sus expuestos reductos retornarían otra vez a su vida normal cuando la tormenta pagana hubiese concluido.
En lo que sabemos, y tampoco parece presumible aventurar mucho más de lo que los documentos nos pueden hacer sospechar, el movimiento repoblador originado a partir de las cumbres de occidente de nuestra provincia (montañas de Liébana y Reinosa) tuvo en principio menor importancia y quizás es algo más tardía. Una razón que pueda explicar esta diferencia pudiera esta precisamente en la diversidad del paisaje a repoblar en uno y otro punto. Mientras el Este es una zona muy accidentada, con pequeños valles, montañas más verdes, etc., el Oeste tiene, muy próximas a la misma ladera de los montes limítrofes, las planicies meseteñas y aún el reducido ámbito de transición nunca alcanza el aspecto cerrado de los valles orientales. La repoblación, pues, en las tierras del Este parece menos aventurada que aquella que pudiera hacerse en territorio llano y abierto meseteño donde la defensa, la huída y la ocultación se hacían casi imposibles.Pero en general, aunque haya existido repoblación anterior reinado de Alfonso II, ya hemos dicho que cuando ésta se patentiza abierta y documentalmente, con actuaciones ya no aisladas sin sucesivas, es precisamente durante el gobierno del rey Casto. El primer año del comienzo del siglo, el año 800, consta que al sur de los montes de Ordunte, en territorio de Mena, se fundaban el monasterios de San Esteban de Burceña y de San Emeterio Celedonio de Taranco, por el Abad Vitulo y su hermano el presbítero Ervigio, hijos de un matrimonio Lobato y Muniadona— que año antes habían iniciado la vitalización y cristianización de estos valle foramontanos. Ellos siguen la empresa, extendiéndose hacia el oeste hacia tierras de Espinosa, donde aprovechando las ruinas de un vieja villa romana —Area Patriniani— levantan otra iglesia dedicada a San Martín. No parece aventurado suponer que en la repoblación sobre todo de este último monasterio participasen montañeses de la sierras de Pas y de Soba. Tal vez el presbítero Eugenio y otra personas más que en 807 incorporan a Taranco otras iglesias muy próximas a Area Patriniani, procediesen de tierras intramontes de la Cantabria montañesa. Sin embargo es muy difícil señalar el origen procedencia de los repobladores si los documentos, cosa que no es normal, no lo dicen. El mismo Cortázar apunta que gran parte de los que pueblan en Mena y Oca parecen más de procedencia leonesa que vascona y el documento de 871 del monasterio de Acosta lo atestigua uy concretamente ("que de Legione venerunt ibi"). Pero esta ya es a fecha relativamente avanzada, sin embargo, para que pueda servirnos de orientación sobre la procedencia de los primeros pobladores de finales del VIII y comienzos del IX. Como los meros documentos referentes a repoblación —exceptuando S. Miguel de Pedroso— aparecen haciendo referencia a puntos muy próximos a la línea de montes, lo más normal parece suponer que son movimientos producidos como consecuencia de salidas de grupos del interior de las montañas, por lo que, aunque estos primeros pobladores no fueran originariamente cántabros, sino visigodos o mozárabes acogidos al asubio de nuestras defensas naturales, de hecho, y realmente, la primera política repobladora tendría como origen geográfico los valles de nuestra provincia.
Se trata, al parecer, lo hemos visto con Lobato y Muniadona, de familias pudientes que, sin duda acompañados de sus siervos, inician los pasos convenientes para volver a la tierra de donde procedían ellos o sus abuelos o padres. Pero con ellos —de origen romano, visigodo o mozárabe— llevarían gentes cántabras, vasconas o asturianas unidos en la aspiración de conocer mejores tierras de cultivo y espacios más amplios. Que en los comienzos del IX corrientes repobladoras ya habían cruzado las cumbres santanderinas llegando en parte la repoblación hasta casi los bordes mismos de la meseta, y qué estos repobladores son gentes que todavía viven intramontes demostrando así, sin ningún género de duda o suposición, que son montañeses, es algo que está documentalmente comprobado. Tanto en Liébana, como en Reiosa y Pas nos constan personajes que favorecen las fundaciones ultra montanas pero que, al propio tiempo, son propietarios ya de tierras y poblados hacia los campos llanos.
Veíamos así, en líneas anteriores, cuando nos referíamos a la fundación de San Pedro de Naroba, el año 818, que entre los que hacen "traditio" al monasterio figura un tal Arias que se entrega con sus bienes tanto los que tiene en Liébana como los que posee "foris
monte", citando entre estos el lugar de Zerbaria (Cervera del Río Pisuerga), Erbeliare (Arbejal) y Resouba (Resoba), todos puntos próximos a esta primera villa palentina ya fuera del límite de ubres. Hay nombres también de monjes que llevan como apellido
locativo de Cervera, y un Adefonso que ofrece toda su heredad "dentro de Liébana como "foris monte". 'Hay que suponer, pues, que ya a finales del siglo VIII, al menos, estas comarcas del norte de Palencia recibirían las primeras corrientes de repoblación y estos núcleos poblados están en directa relación con Liébana, de la que con seguridad proceden.
Por los mismos años, 816, ya vimos igualmente que entre las donaciones que el conde Gundesindo, —tal vez el gobernador de zona en esa época concede el reciente creado monasterio de S Vicente de Fístoles, figuran, además de una serie de villas monasterios ultramontanos, otras 'foras monte, in Castella", que nomina Sotoscueva, Cornejo, Botares, etc., es decir al otro lado los montes de Soba. Todo ello nueva prueba de que en los inicios d siglo IX se estaba repoblando la alta cuenca de los primeros afluentes del Ebro por gentes originarias o residentes intramontes. El interés del conde Gundesindo por enterrarse en San Vicente de Fístoles prueba su enraizamiento en los valles de Pas y Miera.
Dos años antes, en 814, se había producido un movimiento emigratorio que las fuentes señalan escueta pero claramente "Exierunt foras montani de Malacoria et venerunt ad Castella “. Quizás pueda referirse ello un poco al hecho general de repoblación de fuera de montes que, sin duda, hacia estos comienzos de siglo tiene su mayor actividad. Pero la señalización tan tajante de año nos inclina a pensar que se trata de la constancia concreta de grupo de repobladores que salen de Malacoria y pueblan en Castilla. Sus localizaciones han sido diversas, pero lo más probable es suponer la identificación de Malacoria con Mazcuerras (próxima Cabezón de la Sal) y hacer salir de aquí el movimiento repoblador que tuvo que atravesar el valle de Campóo, por la calzada que entraba en Cabuérniga, y extenderse por Valdeolea y Valderredible.
Tal vez la cabeza directora de esta empresa fuese el conde Núñez que Pérez de U rbel cree que gobernaba Liébana y Campóo tiempos de Alfonso II y a quien, con su esposa Argilo, vemos repoblar documentalmente en 824 el lugar de Brañosera, al otro las de los montes de Campóo, junto a la misma calzada que por el collado de Somanoz atravesaba Campóo y por Sejos se adentraba Cabuérniga. La carta puebla de Brañosera, "la más antigua carta esta índole que encontramos en España" tiene un interés especial. conde lleva consigo a repoblar a una serie de personajes que cita con todas sus familias (“atque universa sua genealogía"). Corroborándose así el carácter de agrupaciones familiares que ordenada y preconcebidamente se trasladan materialmente a la nueva tierra elegida. El coto ofrecido para la repoblación y asentamiento aún hoy podemos delimitarle claramente en sus términos. Lo mismo que los monjes de Arca Patriniani, la repoblación se hace cerca de una ciudad antigua ("civitatem antiguam") y vecina a una calzada que en este caso concreta el documento la frecuentan asturianos y cornecanos", prueba que en esta época ya se nominaban asturianos a los ultramontanos de nuestros valles montañeses, y es perfectamente determinada la comarca o "territorio" de Cabuérniga (Kaornuega, cornecanos). El hecho de que por esta vía o calzada (cuyos restos aun se conservan) especifique la carta "qua discurrunt asturianos et cornecanos" es prueba fehaciente de que había un tránsito de gentes del interior de nuestros valles santanderinos hacia lo que es hoy el norte de la provincia de Palencia y que la población pues, al menos hasta Cervera de Pisuerga, era ya un hecho posiblemente desde los años finales del siglo VIII. El análisis detenido de las fuentes parece que cada vez va determinando con más seguridad, qué focos repobladores se habían establecido desde antiguo en los pliegues montañosos que des de las altas cumbres de la cordillera cantábrica van perfilando la transición de paisaje hacia la meseta, e incluso nos atreveríamos a puntar que cuando Alfonso I se lleva consigo a las gentes de la meseta, las cabeceras de las cuencas de los ríos Esla, Pisuerga y Ebro, al norte de León, de Mave y de Amaya—, no son abandonadas talmente por los cristianos. La misma repoblación de Brañosera, en lugar tan inhóspito tal como señala la carta, "inter ossibus et renationes", no es explicable sin antes haber poblado lugares más fáciles de vivir y no por ello peor defendidos, lugares sin duda con los que, por parte de asturianos y cornecanos, existiría una demostrada relación e intercambio a través de la calzada que salvaba las líneas divisorias de aguas, y que con casi seguridad no se despoblaron nunca totalmente.
Lo que ahora, en tiempos de Alfonso II, se produce en estas tierras foramontanas del norte de Palencia, sur de Santander y norte Burgos, no es, a mi entender, una repoblación "ab initio", es decir sobre un territorio desierto, sino una corriente emigratoria que sale los valles de aguas al mar en un momento de mayor seguridad del
reino y cuando, posiblemente, al aumento demográfico de esta zona hacía difícil la vida de muchos grupos humanos en una geografía no muy apropiada para cultivos de primera necesidad.
Decíamos en líneas precedentes que el movimiento organizado de población "fuera de montes", que habíamos visto iniciarse desde el interior de nuestros valles montañeses y que tiene constancia documental en la carta de Brañosera continuó, sin duda, profundizando hacia el sur. Estos grupos humanos que ahora se desarramaban por vertientes y cuencas de hacia la Meseta, necesitaban una línea avanzada de defensa que pudiese controlar y cerrar las vías de penetración más usuales del Ebro y Pisuerga por donde, aprovechando las calzadas romanas, las aceifas musulmanas podían más fácilmente inquietar a los aventurados repobladores. De aquí que, a mediados del siglo IX, el rey Ordoño I comprenda que ha llegado el momento y la necesidad de adelantar las líneas defensivas la los campos llanos al sur de toda la línea montañosa de su reino dominar la calzada principal que iba de este a oeste por Iruña, Segisamo, León y Astorga. La conquista de las viejas ciudades, cuyo recuerdo aún pervivía como nostalgia del "pasado perdido", es posiblemente otro de los fines políticos de Ordoño. Tuy, Astorgá, León y Amaya a ser repoblados en su reinado. La crónica de Sebastián lo dice así textualmente: "Civitates desertas, ex quipus Adefónsus maior caldeos eiecerat, iste repopulavit, id est, Tude Astoricam, Legionem et Amagiam Patriciam". La repoblación de Amaya, que es la que más afecta al movimiento repoblador salido d nuestras montañas, parece tuvo lugar el año 860 por acción directa del conde Rodrigo, de Castilla, y por orden del rey Ordoño ("per mandatum domini Ordoni regis"). Si atendemos a la redacción Rotense de la Crónica de Alfonso III, Amaya fue fortificada con Murallas y de nuevo la fortaleza cántabra, abandonada desde acción emigratoria de Alfonso I, vuelve a ser efectiva para la defensa de los repoblamientos que en estos momentos se extienden por nuestros valles de Valdeprado, Olea y Valderredible.
En este momento habrá que suponer se realiza la construcción las iglesias rupestres que se extienden por estos valles, en las cuenca altas del Ebro y Pisuerga. El tipo de construcción de ellas: arcos medio punto, pilastras cuadrangulares o rectangulares, altura veces considerable (Presillas de Bricia), etc., nos llevan, más que a tendencias visigodas, a recuerdos asturianos. Por otra parte excavación en el exterior de una de ellas (Presillas), realizada por nosotros, ofreció cerámicas de la alta Edad Media. Sin duda estos iniciales grupos repobladores, asentados en las proximidades de las vías de penetración de las razias árabes, construyen sus iglesias pequeños monasterios perforando la arenisca que aflora en estratos naturales. Así estas reducidas capillas o cenobios gozaban de un mimetismo con el paisaje que las hacía difícilmente localizables por enemigo, que tal vez pasase cerca de ellas sin apercibirlas. Por otra parte su destrucción por incendio o derribo era prácticamente imposible por lo que, pasado el peligro musulmán, volvían a ponerlas inmediatamente al servicio del culto.
El siglo X, comienza como una continuidad de los anteriores, en los documentos apenas se aprecia ninguna variación significativa todo parece seguir un ritmo de vida muy semejante. Algo, si embargo, podemos apercibir, y en bloque, que nos permite señalar un cierto nuevo sentido en el ámbito político de nuestras tierra montañesas. En primer lugar, la absoluta tranquilidad que los valle ultramontanos van a disfrutar en relación con las posibles intromisiones árabes. La línea defensiva, como sabemos, ha avanzado hacia el sur y es ya imposible que se repitan aceifas, come aquellas del 867, que llegaban hasta las propias fuentes del Ebro. El miedo ha desaparecido y nuestros pueblos y monasterios son ya rincones de paz continuada. Pero con ésta, el nerviosismo y vitalidad se aplacan, sobre todo la vitalidad política. El núcleo neurálgico, activo y decisorio, pasa al otro lado de los montes, a Castilla joven y despierta. Es aquí, ahora, donde se cuecen novedades y donde existe una contínua aspiración de grandeza y libertad. La Montaña vive bajo una cierta apatía directiva y ha dejado de ser la inspiradora de la época repobladora. De nuevo vuelve a repetirse la situación, en cierto sentido, que veíamos en los momentos en que Cantabria iba a ser atacada por los romanos: la prepotencia de las tierras foramontanas sobre las ultramontanas. El viejo solar de los cántabros meridionales, los más densos y los más cultos, los extendidos por las cuencas altas del Ebro y Pisuerga (Cildá, Amaya, Monte Bernorio), va a revivir otra vez, mientras los del interior, ya más pacíficos, parecen perder gran parte de sus impulsos. A pesar de ello no deja de repoblarse intramontes, pues, en tiempos de Alfonso II, posiblemente, dos presbíteros, Recemiro y Betelu, hacían presuras (' fecimus presuras") y fundaban la iglesia de San Pedro y San Román de Toporías, "in patria Cabezone". Por la escritura que esto testifica podemos comprobar que estas "presuras"
Se hacen por orden expresa el rey —"pro iussione Adefonsi regis" y le quienes recibían esta concesión podían, a su vez, conceder licencia, a otros, para poblar en sus cotos, pues el presbítero Osonio, que había llegado a Toporías desde Liébana constituye a esta población con licencia —"dedisti mihi licentia"— de Recemiro.
Los diplomas y escrituras de nuestros cartularios guardan un casi absoluto silencio sobre quienes eran los condes que gobernaban nuestros valles interiores (Liébana, Asturias de Santillana, Trasmiera) por delegación de los reyes asturianos y leoneses Alfonso I I muere en 910, García (910-914), Ordoño II(914-924) y Fruela II
(924-925).
Ya en los comienzos del X, y debido a los progresos de Castilla, hemos de creer en una línea de tendencias derivadas, quizás, de las relaciones directas de los condes de Castilla con las Asturias de Santillana, Trasmiera y Campóo, de donde sin duda proceden las cabezas directoras de la repoblación castellana, y de aquellas otras concomitancias entre Liébana y la repoblación leonesa. Creo que debe existir una razón que explique por qué el ámbito de Castilla se tiende enseguida a todas las comarcas montañesas, excepto a Liébana, y pienso que ella ha de ser el de que siempre los condes castellanos sentían como solar de sus antepasados los valles y las montañas de nuestra provincia. No creemos pueda soslayarse el que conde Gonzalo Fernández, de Castilla, llamase "abuelo", en 912 a Nuño Núñez, otorgante de los fueros de Brañosera en el 824; ni
podemos pensar una invención sin base alguna la leyenda de hacer la infancia del gran conde Fernán González muy cerca del mar santanderino, en las proximidades de Laredo; ni desconocer que los condes de Castilla tienen propiedades en nuestros valles, indicio de un arraigo secular así comprobado.
Pero los tiempos ya no estaban para el predominio de Cantabria, obligada por una especie de destino inevitable a caer en el área de influencia de aquel centro neurálgico donde se estaba ya creando una poderosa levadura de independencia, Castilla, que ella misma había construido y organizado.
Cantabria, que se había vaciado por dar nacimiento a una empresa histórica de mayores logros, se hace parte, en adelante, esta misma unidad de cultura y de pensamiento que, iniciada en ella, estaba abocada a superiores proyecciones.
Si Cantabria creó a Castilla se unió después a ella, como primer generador sumando, para crear una historia única que las hizo para siempre inseparables.
Castilla como necesidad
Colección Biblioteca de promoción del pueblo nº 100
Varios autores
Edita zero zyx S.A. Madrid 1980
Páginas 25-48
lunes, junio 20, 2011
Origen y destino de la lengua castellana (Galo Yagüe 1980) Manifiesto de la lengua castellana en su milenario (Comunidad Castellana 1977)
CAPITULO V
ORIGEN Y DESTINO DE LA
LENGUA CASTELLANA
GALO YAGÜE
Quisiera comenzar este breve capítulo sobre la lengua castellana una anécdota personal o, si se quiere mejor, con una vivencia. Cuando en mis años universitarios visité por primera vez Inglaterra, me encontré allí con numerosos españoles procedentes de las tintas regiones españolas. Ante la inevitable pregunta del encuentro, "¿eres español?", las respuestas fueron indefectiblemente estos términos: sí, soy gallego; sí, soy andaluz; sí, soy catalán; soy Burgos, de Soria, de Salamanca. Ante esas respuestas, me di cuennta de que muchos españoles valoraban su españolidad en igualdad con su sentido de región. Yo, en cambio, era de Segovia; Juan Pedro de Salamanca y Luis, de Burgos.
He de confesar que sentí entonces una especie de vacío. Era una sensación extraña, de orfandad, de carencia de unos lazos que me unieran a una tierra y a un sentir más allá de la geografía provinciana. Fue entonces, en una calle de Londres, cuando descubrí que era castellano. Vascos, gallegos, catalanes y andaluces me ayudaron a descubrirlo. Quise entonces, sin pérdida de tiempo, saldar la deuda de olvido contraída con esta tierra, y cada noche, desde la cercanía de un inmenso parque londinense, dedicaba unos versos o unas cuartillas a los hombres, a las tierras, a los caminos o a las mieses de
Los campos.
La anécdota, en apariencia, no guarda relación con el terna del apítulo, espero, no obstante, que al concluir la lectura se encuentre justificada.
No he encontrado una frase más expresiva para comenzar hablar de nuestra lengua que aquella con que comienza uno de lo relatos evangélicos: "Al principio era la palabra". Porque quizá nunca una historia y una lengua se hicieran tal al unísono como ene caso de Castilla. Castilla comienza con la palabra y se hace historio en su lengua.
Bucear en los orígenes de una lengua no es sumergirse en las aguas limpias y transparentes donde los objetos y las cosas se nos presentan con nitidez. El nacimiento de una lengua es como el de la vida misma que un día, sin saber cómo, produce un extraño y emocionado temblor en la corteza de la tierra o en el seno de la mujer para luego u creciendo, transformándose, hasta llegar a ser flor, espiga o pensamiento.
Cuando los árabes penetran en la península, existe en ella una cierta unidad lingüística, que se extiende desde Andalucía al norte y desde Cataluña a Galicia. Con el desmoronamiento de la monarquía visigoda y el diferente dominio árabe en las distintas regiones, va a surgir un nuevo estado de cosas. Desde el primer momento, toda la zona norte se organiza en pequeños núcleos independientes, que dan origen a otros tantos reinos cristianos: asturleonés, Navarra, Aragón, Cataluña, que inmediatamente comienzan a configurar sus dialectos respectivos sobre la base de una cierta igualdad y conservadurismo. Los extremos oriental y occidental se encontraban lingüísticamente unidos en el norte; en el sur, ,e1 mozárabe era un habla análoga ala de los extremos, entre los que servía de puente. En este esbozo inicial no hemos mencionado aún a Castilla.
Sin embargo, al norte, en la zona menos romanizada, en un rincón de Cantabria, en contacto con los vascos, el habla comienza diferenciarse, a adoptar soluciones distintas, como la supresión del "F" inicial o su sustitución por la "H", primero aspirada posteriormente muda. Es evidente que la menor romanización de la zona hizo que su transformación lingüística no se sintiera tan ligada las soluciones que se iban dando en la Bética o en la Tarraconense. El grado de libertad y de iniciativa era mayor, sin las servidumbres que toda tradición fuerte lleva consigo.
Es en el siglo IX cuando comienza a sonar en la historia e nombre de Castilla, para indicar el extremo oriental del reino dé Oviedo, sometido a constantes incursiones musulmanas contra la que apenas podían defenderse los condes que lo gobernaban. Pero esta zona del alto Ebro y del Alto Pisuerga, en Cantabria, que el poema de Fernán González recuerda como mimo y con orgullo:
"Entonces era Castiella un pequeño rincón,
era de castellanos monte d'Oca mojón."
comienza a singularizarse. Alfonso III encomienda a Diego Rodríguez la ocupación y repoblación de algunas zonas de Burgos, a las que seguirían inmediatamente otras, para encontrarse, ya en los primeros años del siglo X, en la línea del Duero. Estas repoblaciones sólo se hacen con castellanos procedentes de Cantabria, sino también con vascos, como consta por una abundante toponimia en la le figuran los nombres como Báscones, Bastoncillos, Villabáscones, Vascuñana, etc. Estos hechos hacen que los castellanos cobren conciencia de su propia entidad y sientan incómoda su dependencia de León, adonde tenían que ir para el ejercicio de la justicia.
Es de justicia dejar muy claro cuál fue el papel que desempeñaron vascos en el nacimiento del castellano. Con frecuencia su influjo parece reducido en las historias de la lengua a simples cuestiones fonéticas. La realidad es que jugaron un papel decisivo, ya que desde el primer momento aparecen unidos —no sometidos— a los castellanos. Es una unión libre, voluntariamente querida, que no buscaba sino la defensa mutua frente al reino de León, en el que veían una constante amenaza contra su independencia y sus libertades. Los vascos aceptan desde el primer momento la lengua de los castellanos, y en Alava y en el Señorío de Vizcaya, junto al materno euskera, comienza a propagarse la naciente lengua de Castilla, de la que son en buena medida coartífices y propagadores. El enfrentamiento sordo castellano/ euskera es muy, posterior y por razones totalmente ajenas a los castellanos, con quienes los vascos se sintieron siempre unidos en defensa de unas libertades tanto individuales como colectivas.
Lo mismo en León que en el resto de la Península estaba en vigor el código visigótico, pero los castellanos rompen con la legislación del Fuero Juzgo leonés para regirse por el derecho consuetudinario. Es la primera gran rebeldía de Castilla frente a León. Esta ruptura marca lo que va a ser el talante de Castilla frente a las demás regiones, Incluido el terreno lingüístico: un, pueblo innovador que, paradójicamente, como observa Menéndez Pidal, "a pesar de rechazar el derecho escrito dominante en el resto de España y guiarse por la costumbre, es la región que da la lengua literaria principal de la Península."
En estos primeros momentos de tentativas políticas, de afirmaciones culturales, se escriben las Glosas Emilianenses que marcan y consagran el comienzo del idioma castellano con las notas de la claridad y la innovación. En estas glosas encontramos igualmente el primer testimonio escrito en lengua vasca. El castellano y el euskera nacen a la lengua escrita al amparo de un mismo monasterio. Por la misma época que las Glosas, hace su aparición el primer texto escrito en italiano. Y con anterioridad, año 842, aparece el primer texto francés, conocido como los Juramentos de Estrasburgo.
A propósito de la aparición de estos tres textos, escribe Dámaso Alonso: "Tres primeros murmullos de tres grandes lenguas, cuya literatura llenará el mundo. Y miro, y pienso si habrá sido casualidad, si no es, más bien, que tenía que ser así, porque de lo que está lleno el corazón habla la boca? España, Francia Italia...¡ Oh, no ha sido casualidad que las primeras frases francesas conservamos sean militantes y políticas (genio de Richelieu, gloria de Austerlitz). Ni que las primeras italianas miren a los bienes materiales (recuérdense las burlas contra banqueros genoveses, nuestras letras clásicas, pero no se olvide tampoco cuánto oro de Venecia hay en los cuadros de Tiziano). Y no puede ser azar, no. O si acaso lo es, dejadme esta emoción que me llena al pensar que primeras palabras enhebradas en sentido, que puedo leer en mi legua española, sean una oración temblorosa y humilde. El César (Carlos V) bien dijo que el español era la lengua para hablar con Dios. El primer vagido del español es extraordinario entre los de sus herrmanas. No se dirige a la tierra: con Dios habla, y con los hombres."
Con Fernán González se amplía el gran condado de Castilla y la autonomía respecto de León llega a ser grande. Logra, además, que sea hereditario, lo que constituye una paso decisivo hacia la autonomía total. Después de una serie de vicisitudes políticas, el rey Sancho el Mayor de Navarra erige a Castilla en reino para su hijo Fernando (1032). Es a partir de este momento cuando comienza la gran expansión castellana. Castilla surge como un acto de rebeldía, como una insubordinación frente a León y en lucha igualmente contra Navarra. Castilla surge como un grito de autoafirmación y en defensa de sus libertades.
Las lenguas nacen ligadas estrechamente con la historia, por eso es necesario delimitar con precisión las diferencias existentes entre los planteamientos políticos, culturales y sociales de León y Castilla, aunque sea muy someramente. Ello nos descubrirá algunas de las ,constantes de nuestra lengua frente a las demás lenguas de la
península:
a) el reino de León hereda la idea visigótica de imperio,apoyada por una oligarquía poderosa y por el clero, a los que la corona otorga tierras que convierten en verdaderos feudos.
b) En León el rey o el señor- dominan a los súbditos. No es el súbdito el que elige libremente; no se da el tipo de hombre libre.
c) la repoblación que practica León se hace con mozárabes.
En Castilla por el contrario:
a) no se da nunca la idea de imperio.
b) es una federación de hombres y ciudades libres e independientes.
c) surge comunera desde el primer momentQ.
d) el rey lo es de todos y se compromete a respetar a todos.
e) la repoblación se hace fundamentalmente con elemento vasco y cántabro.
Estos distintos planteamientos condicionan en parte el hecho del lenguaje:
a) el leonés es más conservador
estetizante
latinizante
ligado al pasado y a la tradición.
b)el Castellano, en cambio, sin las trabas de un pasado, se nos presenta:
innovador libre
espontáneo.
La zona de la primitiva Castilla era la confluencia de tres grandes provincias romanas: la Gallaecia, la Tarraconense y la Bética. Esta especial circunstancia geográfica hacía de ella vértice en el que confluían las diversas tendencias lingüísticas peninsulares: el astur- leonés, el aragonés y el mozárabe, muy parecidos todos ellos inicialmente por su carácter conservador y por las soluciones fonéticas similares. En esta coyuntura, el pequeño condado castellano se muestra abierto desde el principio a toda clase innovaciones y de transformaciones, no sólo aceptando las soluciones que llegan desde los distintos frentes lingüísticos, si dando soluciones arriesgadas e innovadoras, porque se sentía libre servidumbre hacia el pasado y de conservadurismos estetizantes ligados al mundo clerical y a las oligarquías que a sí mismas consideraban herederas de los visigodos.
Castilla acomete su empresa lingüística con tal decisión y seguridad, con tal claridad y tal sentido de la evolución, que pronta acaba no sólo desplazando, sino absorbiendo al leonés y al aragonés que ven así poco a poco truncadas sus posibilidades de convertirse lenguas de cultura, como el portugués, el catalán o el gallego.
El castellano surge con un dinamismo tal que le hace superar c rapidez las formas en las que se detenía la evolución de los dem dialectos. Así, mientras el leonés y el aragonés se estancan en formas como castiello„siella, ariesta, Castilla reduce dicho diptongo a –i-;castillo, silla, arista.
El castellano evoluciona hasta el sonido j en palabras como viejo,oreja, mujer, abeja, mientras que el resto de los dialectos peninsular se estancan en un estadio anterior, en el sonido //: viello-vell, muller orella.
Y el-sonido ch castellano en palabras como leche hecho, mucho, queda en su forma anterior en los otros romances hispánicos: leite o llet, en vez de leche; feito o fet en lugar de hecho; muito en vez mucho; noite o nit en lugar de noche.
En cuanto al sistema vocálico, el castellano ofrece mayor decisión y claridad que el resto de los dialectos: reduce con rapidez los diptongos provenientes de latín: ai=e; ua=0, crea, en cambio los diptongos ie y ue, dando soluciones como suelo, puerta, piedr atierra, frente a las menos avanzada de solo, porta, terra o pedra
El castellano, con su sentido pragmático y p la decisión con que elige sus soluciones lingüísticas, acaba dando un sistema vocálico más reducido, más claro y menos complejo que las demás lenguas peninsulares. El castellano no sufre las prolongadas vacilaciones del leonés, el aragonés, o el catalán en cuanto a las soluciones de las distintas opciones lingüísticas que se ofrecían. Con la misma clarividencia y decisión con que acomete su opción política, realiza igualmente su cometido lingüístico.
"Castilla muestra un gusto acústico más certero, escogiendo desde muy temprano, y con más decidida iniciativa, las formas más eufónicas de los sonidos vocálicos." (R. Lapesa)
De acuerdo con estas características que acabamos de señalar, Castilla se presenta como región disconforme a las soluciones lingüísticas, más o menos comunes, de las otras regiones; se nos presenta más revolucionaria, más "inventiva, original y dada al neologismo".
Pero no pensemos que el castellano queda ya formado en el siglo X. Desde los temblorosos balbuceos de las glosas Emilianense y Silense o desde la sublime sencillez e ingenuidad de Berceo hasta el lenguaje vivo, desgarrado a veces, de la Celestina, hay un largo camino hasta que la lengua se fija definitivamente. Lo más importanté es que el habla de la vieja Castilla ha adoptado soluciones rápidas, seguras, innovadoras, que dan al castellano un aire joven dinámico y arrollador, frente al mayor conservadurismo de los demás dialectos.
La historia del castellano es, en gran parte, una historia paralela a la de la conquista. Nace en contacto con la tierra y con las armas y este hecho comunica a la lengua un cierto carácter áspero y marcial, aunque vibrante y lleno de sonoridad. El castellano no nace envuelto en la melancolía del amor o del sentimiento lírico; no son la suavidad, la ternura o la languidez las primeras notas de esta lengua que nace en pie de guerra, al amparo de castillos y se desarrolla en la dureza de un paisaje a menudo hostil.
Aquella pequeña cuña territorial de Cantabria, como la denominó Menéndez Pidal,
comienza a abrirse paso hacia el sur: primero son las tierras del Duero posteriormente las del Tajo. De esta manera, el castellano va invadiendo poco a poco las zonas de influencia del leonés y del aragonés, que se ven así reducidos a pequeños núcleos o que mantienen formas que no pasan de simples dialectalismos. Por el sur, el castellano barre por completo el mozárabe, cada vez más empobrecido. Y la pequeña cuña que era Cantabria acaba separando zonas lingüísticamente bastante afines. Esta es la explicación de por qué hoy aparecen separados, a pesar de sus enormes semejanzas, el portugués y el leonés del catalán y aragonés, dialectos extremos que antes se comunicaban por una, serie de dialectos afines que se hablaban en Toledo y Andalucía. Esta etapa de expansión corresponde fundamentalmente a los siglos X1 y XII.
Pero Castilla no sólo se preocupó de extender su territorio y repoblarlo con gentes del norte, hecho este que favoreció la extensión y estabilización de la lengua en amplias zonas, sino que al mismo tiempo creó lo que constituyó, sin duda, la causa principal y más decisiva del arrollador empuje de la lengua castellana: una literatura.
Si hoy no se puede negar la existencia del elemento lírico en Castilla desde sus albores, no es menos cierto que su gran creación literaria en estos primeros siglos es la épica.
Esto es, un tipo de literatura acorde con su vibración política; una literatura que tiende ensalzar a los héroes y a la región, a afianzar, en definitiva, la conciencia de región. Castilla encontró en sus héroes, en Fernán González y en el Cid principalmente, el impulso y el aliento que hace vibrar a las gentes y sentir como propias sus ideas y hazañas. En aquellos momentos Castilla necesitaba afianzar su personalidad ofrecer un tipo de héroe que fuera encarnación de sus mejores valor y al mismo tiempo salvaguarda de sus libertades. Por ello se mitifica al héroe y a su tierra. En las gentes crece el sentido de identificación con el personaje y con la tierra, hasta que un día, no muy alejado de los acontecimientos, un poeta da forma a aquellas vivencias del
pueblo en la que es la primicia más espléndida de nuestra lengua; Poema del Mío Cid.
Si el poema existía de alguna manera en la conciencia del pueblo su fijación por la escritura representó un hito inconmensurable sólo en el plano lingüístico sino en la historia misma de Castilla. Porque esta fijación supone en primer lugar la consagración definitiva del ser de Castilla como entidad geográfica y cultural, diferente la de los otros reinos peninsulares. La conciencia de este hecho afirmada repetidas veces en el poema, para quien la tierra es ya Castilla la gentil. El Cid afirma igualmente en repetidas ocasiones castellanidad:
"Albricia, Alvar Fa ñez, ca echados somos de tierra,
mas a gran honra tornaremos a Castiella.,."
En segundo lugar, el poema fija el tipo del hombre castellano, mezcla de ternura y recidumbre, de austeridad y vitalismo, de guerrero indomable, pero capaz de emocionarse ante su casa o sus campos abandonados:
"de los sos ojos tan fuertemientre llorando,
tornaba la cabeza y estavalos catando."
En tercer lugar, el poema fija los que serán grandes constantes de literatura y de la vida castellana:
- el realismo, frente a lo puramente maravilloso o fantástico. E poema del Cid es un poema en contacto con las gentes y la tierra.
—el moralismo, que trata de sacar de la vida lecciones para la vida misma.
—la sobriedad, que hace que el escritor castellano vaya derechamente a las cosas y nos las ofrezca en su primera intuición, descarnada a veces.
--el vitalismo, que nos pone en contacto con la vida palpitante y la realidad de cada día, lejos de la literatura de cámara o de salón. En definitiva, el popularismo entendido como el afán de reflejar en las obras los intereses, afanes, preocupaciones y deseos de la colectividad.
En cuarto lugar, y esto es lo más importante de cara al idioma, el poema fija por vez primera la lengua castellana. No se trata ya de temblorosos balbuceos; tampoco representa, es cierto, la madurez consumada, pero el castellano afianza sus singularidades frente a las demás lenguas de la Península. Queda así marcado el rumbo que seguirá en etapas sucesivas. Sin una Academia que vigile la pureza del idioma, el poema de Mío Cid cumple de alguna manera este papel estabilizador de las formas y los sonidos. Por todas estas razones, el Poema de Mío Cid es algo más que una obra literaria: representa la consagración de una región, la encarnación de un pueblo, el nacimiento de una forma nueva de ver la vida y una interpretación, en definitiva, del hombre y del mundo. Y todo ello realizado y expresado en unos moldes lingüísticos, los de la lengua castellana. El Poema del Cid es la primera gran declaración de principios de Castilla. Castilla tenía ya sus héroes, su vocación y su lengua.
Pero en el proceso de formación de la lengua no hay que perder de vista que el gran protagonista es el pueblo que la habla. Son los hablantes quienes marcan las pautas evolutivas; ellos los que acaban configurando la realidad y la estructura de su propio idioma. La lengua es una creación colectiva en la que la comunidad de hablantes manifiesta su peculiar condición e incluso su concepción de la realidad. El artista de la palabra, el escritor lo que hace fundamentalmente es dar forma y fijar ese lenguaje.
En su constante expansión hacia el sur, el castellano tiene que ir venciendo las resistencias fonéticas y fonológicas que encuentra a su paso. Si Castilla la Vieja es decidida en sus soluciones lingüísticas, la orla del sur del Guadarrama va asimilando con mayor lentitud dichas soluciones. Así, fenómenos como la aspiración de la h que desaparece muy pronto al norte, se encuentra en Toledo en el siglo XVI y se prolonga hasta nuestros días en Andalucía y Extremadura. En la época de Alfonso el Sabio, cuando en la vieja Castilla ya nadie duda en decir castillo o arista, en Toledo se encuentran aún las formas castiello y ariesta.
Pero el paso tal vez más decisivo en la fijación del castellano se da en la época de Alfonso X. Durante su reinado reúne en Toledo a sabios judíos, árabes y cristianos que, bajo su dirección, realizan el milagro de convertir una lengua de guerreros en lengua apta para la expresión histórica, jurídica, artística o recreativa. Alfonso el Sabio dicta normas que fijan el sentido de numerosos términos jurídicos. Las gráficas quedan definitivamente establecidas por las normas de la Cancillería. Esta fijación durará ya hasta el siglo XVI.
Alfonso el Sabio es acaso el primer rey que comprende la importancia que la cultura, y consiguientemente el idioma, tiene en el desarrollo y mantenimiento de la unidad de un pueblo. Por eso no se contenta, como los primitivos traductores de Toledo, con verter las obras del árabe o del griego al latín, inaccesible ya al pueblo, sino que manda traducirlas al castellano para que todos puedan beneficiarse de ellas. Y no contento con esto, él mismo corrige las obras traducidas, enmendando errores o seleccionando la palabra precisa más comprensible.
Pero la tarea del rey Sabio no fue fácil. A sus espaldas no tenía una lengua que avalara una tradición cultural escrita. Multitud de términos, inusuales hasta entonces, se hacían ahora precisos para expresar conceptos nuevos en geometría, en derecho, en ciencias naturales o en astronomía. Pero sí disponía de una lengua cuyo genio innovador hacía posibles soluciones impensables en otras zonas: su lengua que siempre estuvo abierta al neologismo, aunque con la rara habilidad de castellanizarlo inmediatamente. Y así, aunque el rey Alfonso no encuentra en el pasado cultural castellano palabras par conceptos nuevos a los que es preciso dar forma, el genio de la lengua sin embargo, no sólo no le cierra el camino hacia ellos, sino que un veces le ofrece recursos para la formación de nuevos vocablos, y otras no vacilan en aceptar los que vienen de fuera cuando la propia lengua carece de ellos.
En cualquier caso, y a pesar de haber introducido numerosos neologismos, Alfonso X es un ejemplo perenne de cómo se de tratar un idioma: primero utiliza todos los recursos de que dispone cuando algo es necesario y no lo tiene, no vacila en adoptar neologismos o en recurrir a la fuente primera de nuestro idioma: latín. En todo caso, le guió siempre el más noble de los afanes: la posibilidad de comprensión por parte de los lectores. Por eso sus innovaciones no tienen el sello de lo pedantesco o del esnobismo, sino de la claridad y de la comprensión. Ese es el secreto de s supervivencia.
La prosa castellana había dado un paso fundamental. Una ve más, la lengua había respondido al carácter decidido e innovador d los primeros momentos. Pero ahora la lengua se había convertido e algo más que un vehículo a nivel de lengua hablada: era ya u vehículo de cultura. El rey. Alfonso vio cumplido así uno de su grandes sueños: tener una lengua que fuera capaz de llegar a lo hombres, tal como se expresa en el prólogo de su Lapidario: mandó trasladar de arábigo en lengua castellana porque los homnes lo entendiesen mejor et se sopiesen dél más aprovechar.
La gigantesca producción en prosa contribuyó no solamente a aumentar el prestigio del castellano, sino a propagar su influencia efectiva, sobre todo en León, donde rápidamente se adopta el lenguaje creado por Alfonso el Sabio.
La abundante y rica literatura que desde Alfonso X produce Castilla va eclipsando lentamente a las demás lenguas de la Península. Con Don Juan Manuel y el Arcipreste de Hita, ya en el siglo XIV, la lengua se perfecciona y se agiliza. El gran Arcipreste incorpora a la lengua escrita los elementos más populares y vitalistas: la ironía, la frase jugosa y espontánea o el diminutivo cariñoso adquiere carta de ciudadanía en una lengua que valora cuanto encuentra en torno suyo.
(En este punto es preciso aclarar definitivamente que el castellano no se impone por la fuerza a los demás pueblos peninsulares; y, en cualquier caso, no es Castilla quien ,lo realiza: el pueblo vasco, Navarra y Aragón lo aceptan libremente, sin coacción alguna. Es más, el pueblo vasco participa activamente de su formación. A la Mancha, Andalucía y Murcia llega con la reconquista. Su portentosa literatura desplaza al leonés y hace que se asiente igualmente en Cataluña. Si Boscán escribe en castellano no es por ninguna Imposición oficial, sino por la admiración a la lengua misma, la lengua de su entrañable amigo Garcilaso. Cuando el castellano se impone de manera oficial en toda España es ya en el siglo XVIII, por fibra de Felipe V, cuya concepción unitarista francesa quiere aplicar a nuestra nación. En cualquier caso no fue Castilla quien impuso su lengua a las demás regiones, sino el decreto de un rey centralista que ni siquiera era español.)
Desde aquel rincón en el alto Ebro y alto Pisuerga que en los siglos IX y X comenzaba sus balbuceos lingüísticos y sus escaramuzas militares hasta el siglo XV, Castilla se fue haciendo con la doble arma de la espada y de la lengua. El leonés y el aragonés quedaron abortados como lenguas por el arrollador empuje del castellano. El mozárabe desapareció por completo. De norte a sur, toda la gran franja central de la península se comunicaba con la misma lengua. Al noroeste y al accidente el catalán el gallego y el portugués seguían suertes distintas.
Pero cuando Castilla parecía disponerse al disfrute y al goce sereno de su lengua plasmada en el Cantar de Mío Cid, en Berceo, en Santillana, en Manrique y en el incipiente mundo renacentista, el destino abre rumbos impensados a la que ha sido la más grande y genial creación de Castilla: su lengua.
Con el descubrimiento de América y el dominio de España sobre parte de Europa, se abre un nuevo capítulo en la historia del castellano. Con la unidad peninsular, Castilla pierde de alguna manera su identidad, su conciencia de gran región. Y si esto es verdad a nivel de conciencia política, lo es también a nivel lingüístico. El castellano deja de sentirse como la lengua de una región para convertirse en la lengua representativa de una nación; España. Desde este momento, la historia de Castilla y la de su lengua siguen rumbos distintos. La historia de Castilla es una lenta agonía que no concluye hasta el siglo XIX, cuando se destruyen definitivamente tanto su ámbito geográfico como sus patrimonios comunales. El desánimo y la postración se apoderan de las gentes castellanas, y hombres como los de la Generación del 98 y Ortega y Gasset vinieron a desdibujar aún más la verdadera realidad de Castilla, a la que presentan como dominadora, despótica e imponiendo su lengua y su cultura por la fuerza a las demás regiones.
La preponderancia hegemónica que adquiere España hace que su lengua más representativa, el castellano, traspase las fronteras y se convierta en lengua de cultura. Al igual que Castilla hiciera en sus comienzos, los nuevos conquistadores van a llevar junto con espada la lengua común, que irán dejando en las zonas conquistadas mediante el mismo sistema empleado en la reconquista peninsular, esto es, la fundación o repoblación de ciudades con gentes llegadas España. De esta manera se perpetuaba la lengua de Castilla y posibilitaba la creación de focos de cultura que iban absorbiendo los nativos o mezclándose con ellos. Pero no se olvide que la empresa americana no fue exclusivamente obra de Castilla; ni siquiera fue es región la que participó en mayor medida. Si repasamos la lista del capitanes y conquistadores, así como la de quienes se asentaron aquellas tierras, veremos que la empresa de América fue una obra todos, en la que Castilla participó en menor grado que Andalucía o Extremadura. En Castilla se asentaba, eso sí, una monarquía extranjera con afanes imperialistas y a la que la verdadera Castilla miraba con recelo, hasta el punto de oponerse a ella por extranjera por ver en sus planteamientos una amenaza a sus tradiciones libertades. Desde entonces, la historia de Castilla se ha identificad falsamente, con la actuación de dos monarquías extranjeras cuyo reyes lo eran por igual de Castilla, Cataluña o Galicia. Lo verdaderamente cierto, eso sí, es que la lengua que traspasó sus propias fronteras fue la de Castilla.
Pero América no era Castilla. Una nueva geografía, una distinta vegetación, un mundo de seres diferentes necesitaban de la palabra para ser nombrados. Y una vez más, esa lengua que no dudó en incluir neologismos con Alfonso X y a lo largo de todo el siglo XV, tampoco duda ahora en recibir palabras procedentes de los más extraños lenguajes. Y a nuestra lengua llegaron palabras hoy tan familiares como canoa, tabaco, patata, petaca, cacao, tiza, etc. De Norte a sur, desde San Francisco o los Ángeles a la Tierra del Fuego, la lengua de Castilla se fue asentando en aquellas tierras vírgenes' enriqueciéndose con nuevo léxico, con nuevos ritmos y cadencias.
De esta manera, el castellano dejaba de ser la lengua de una región peninsular para convertirse en patrimonio de una veintena de países. Ahora era un continente entero el que recibía la savia de esta lengua. Por ello, los castellanos no podemos hacer hoy bandera de nuestra lengua, como lo hacen los vascos o catalanes; no podemos reivindicar en exclusiva para nosotros una lengua que es patrimonio de muchos pueblos. Sí nos queda, en cambio, el justo orgullo d reivindicar a estas tierras como la cuna donde se fraguó este inmenso vehículo de cultura que es hoy el castellano.
Esta es, sin duda, la creación más formidable y original que ha creado Castilla. Y no es, precisamente, la creación de un genio aislado, sino de todo un pueblo que, indudablemente, fue genial por la valentía, clarividencia y seguridad con que supo adelantarse en el campo lingüístico. A Castilla le cabe el orgullo de haber creado toda una forma de expresión y de pensamiento, porque es indudable que una lengua lleva consigo una concepción del mundo, de la vida, ,del hombre, de las cosas e incluso del sentimiento.
Pero no es momento de triunfalismos por el hecho de sabernos creadores de uno de los primeros vehículos de cultura que existen en mundo. La lengua es algo vivo, que está ahí, retándonos a cada momento. La contemplación nostálgica de la obra realizada, si no es para cobrar nuevo impulso, resulta, cuando menos, paralizante.
En cierta ocasión escribía Neruda, que si los españoles habían esquilmado las minas de plata y oro habían dejado, en cambio, un tesoro aún mucho mayor: la palabra. Tal vez en la recta comprensión esta frase esté el secreto del destino futuro de nuestra lengua: tener conciencia de que poseemos un inmenso tesoro que hay que cuidar y mimar; un tesoro que es algo vivo. La lengua es cambiante como las personas: se enriquece y transforma a diario sin que por ello se altere su identidad.
Hoy por hoy, la literatura y los medios de comunicación garantizan la unidad lingüística que no hace más de un siglo se veía aun problemática. La expresión de Nebrija de que la caída del imperio lleva consigo la caída de la lengua no ha sido verdadera, afortunadamente, en el caso de nuestra lengua. Pero no es extraño encontrarse con hablantes que se avergüenzan de su propio idioma se entregan con alegre inconsciencia a cuantos esnobismos y modas aparecen a diario en el mercado de la palabra. El carácter abierto e innovador de nuestra lengua, no quiere decir que debamos someterla diario a toda clase de torturas léxicas y gramaticales. El castellano admitió y admite cuantos términos precise para expresar las distintas calidades, pero no puede admitirse la pereza mental de quienes no se esfuerzan en buscar dentro del propio idioma las expresiones adecuadas a los centenares de términos con los que la prensa, la televisión y las modas juveniles, con no poca frecuencia, empañan la pureza del idioma y desconciertan al hablante medio.
Es un hecho que nuestra lengua está sometida a diario - y este es uno de los grandes retos que tiene planteados- a la presión de las demás lenguas que se disputan la hegemonía política y cultural en el inundo, sobre todo el inglés. Pero es reconfortante ver como palabras que en su día estuvieron de moda, como speaker, y tantas otras relativas al mundo del deporte, de la música o del comercio, van encontrando su expresión exacta y castellana.
La lengua que fue y nació en Castilla está ahí, posesión y dominio de muy, diversas naciones. Ha configurado un tipo de cultura y de pensamiento y su misión fundamental es la de consolidar y afianzar esa realidad. No hemos de pensar ya, afortunadamente, que nuestra lengua necesite de la espada para imponerse. El mundo hispanohablante es una inmensa promesa en la que la lengua ha de desempeñar la misión fundamental de aunar espíritu e ideales para una gran tarea de cultura. En cada momento de la historia, los pueblos y las culturas tienen un reto que afrontar. Castilla dio una respuesta creando su lengua y con ella una forma de cultura. Hoy el destino de nuestra común lengua consiste en aceptar el reto que tiene planteado por una sociedad deshumanizada a muchos niveles culturalmente empobrecida en inmensas áreas, y ofrecer una humana de cultura, tal como soñara Rubén Darío. Nuestra palabra será ese vehículo portador. En definitiva, nuestra lengua está llamada más que nunca a ser lazo de unión y de acercamiento entre pueblos, a la vez que, con frase hoy en boga, una alternativa del espíritu y de la cultura. Por ello, y además de sentir el orgullo sabernos creadores de un idioma universal, hemos de sentir igualmente responsables del destino de nuestra lengua. Una lengua universal y que hoy nadie puede reivindicar en exclusiva como suya pero a la que estamos obligados a mimar y a cuidar cuanta hablemos. El futuro de nuestra lengua dependerá fundamentalmente de las respuestas que desde la cultura, el arte, la política, sepamos dar a las necesidades reales del hombre desde ambos la del Atlántico. Es cierto que el estudio y conocimiento de nuestra lengua aumenta día a día en el mundo, en lucha sorda con el inglés pero no dejamos de ver con pena cómo se bate en retirad. Filipinas y cómo esa espléndida reliquia que es el sefardí—habla nuestros antepasados-- se encuentra cada día con mayo dificultades para subsistir, tal vez porque en su momento, en ambos casos, los hispanohablantes no tuvimos la respuesta que necesitaban.
Acaso la grandeza y la tragedia íntima a la vez de Castilla y castellano sea su universalidad. La grandeza y la miseria de nuestra historia han ido casi siempre más allá de nuestros límites geográficos también en el caso de nuestra lengua. Nadie se atreverá monopolizar hoy a Santa Teresa o a Cervantes, porque son patrimonio de la humanidad. Pero sí nos sirven para darnos medida de lo que es capaz de gestarse en estas tierras.
Si el reencuentro con nuestro pasado histórico y lingüístico ha de servirnos para algo, es precisamente para tomar conciencia de que esta tierra se gestó la mayor empresa cultural con que España ha contribuido al patrimonio espiritual de la humanidad: su idioma.Para darnos cuenta de que Castilla es algo más que un nombre;que debajo de los harapos, de que hablaba Machado, puede aun surgir un mundo de creaciones originales. Pero no olvidemos que Castilla forjó su historia y su lengua mientras tuvo conciencia de si misma. Cuando esta desapareció, Castilla dejó de ser.
Creo que ahora se entenderá el sentido de la anécdota con que inició estas reflexiones sobre el idioma: me sentí castellano por primera vez no en Segovia o en Burgos, sino en una calle de Londres en conversación con estudiantes de otras regiones españolas. Había perdido, como tantas generaciones de castellanos, la conciencia de la primera identidad. Y es preciso que esa identidad la recobremos, que la recobre Castilla entera, no para crear otra lengua —es demasiado bella la que poseemos para pretender otra—; no para ambicionar algo frente a —sentimos un inmenso respeto y cariño por las demás lengas y culturas de España—, sino para volver a encontrarnos a nosotros mismos, para volver a ser, para cobrar de nuevo la confiananza en nuestras capacidades y poder ofrecer así al mundo, nuestro destino libremente asumido, algo de ese genio indudable que late en las gentes de estas tierras y cuya creación suprema es ella lengua que nació un día como primicia de oración y es hoy es patrimonio de cultura de pueblos bien distintos.
MANIFIESTO DE LA LENGUA CASTELLANA
EN SU MILENARIO
Con motivo del Milenario de la lengua, Comunidad Castellana publicó este manifiesto en el que se vierten conceptos e ideas expuestos anteriormente. Fue publicado en castellano, gallego, euskara y catalán.
Castilla, al conmemorar el milenario de su lengua, quiere alzar su para decir la palabra que en justicia le corresponde, y rendir así tributo de reconocimiento y de fidelidad a la más grande de sus acciones y a su historia misma.
El Castellano, lengua original e innovadora
Quizá nunca una historia y una lengua se hicieron tan al unísono tilo en el caso de Castilla. Castilla comienza con la palabra y se hace historia en su lengua. Nacido en un rincón de la tierra cántabra y en contacto con el pueblo vasco, el castellano surge con una carácter decididamente original e innovador.
Desde el primer momento adopta en su fonética soluciones completamente revolucionarias que demuestran su capacidad inventiva, creadora y original y le apartan con rapidez del resto de las nacientes lenguas peninsulares, cuyas soluciones son más arcaizantes, conservadoras y a la vez uniformes.
Si Castilla surge como una afirmación de libertades, su lengua es el reflejo de esta actitud inicial. La menor romanización que había sufrido hizo que su naciente lengua no se sintiera tan ligada a las soluciones lingüísticas de los otros pueblos y que, por ello, su grado le libertad y de iniciativa fuera mayor. Cuando las demás lenguas se detienen en la evolución fonética, el dinamismo interno del castellano Ila lleva a superar con rapidez las formas adoptadas por aquéllas.
El castellano con su sentido pragmático y la decisión con que elige sus soluciones lingüísticas, acaba dando un sistema más reducido, más claro y menos complejo que las demás lenguas de la Península. El castellano no sufre las prolongadas vacilaciones de las otras lenguas en cuanto a la solución de las distintas opciones lingüísticas que se ofrecían. Con la misma clarividencia y decisión con que Castilla acomete su opción política, realiza igualmente su cometido lingüístico.
Desde el primer momento el castellano se nuestra abierto a neologismo. No es su actitud la del rechazo de cuanto le sea ajeno sino el sentido pragmático, pero siempre con una rara habilidad que le permite castellanizar inmediatamente cuantas formas le llegan desde fuera.
El Castellano, obra de un Pueblo
Castilla cuenta en su haber con indiscutibles realizad históricas, pero acaso ninguna tan formidable como la creación del propio idioma. Esta lengua, hoy vehículo de cultura de más trescientos millones de hablantes, es la obra colectiva de un pueblo joven e innovador. El castellano no lo crean el poeta del Mío ni Berceo: ellos contribuyen a fijar y a dignificar la lengua de un pueblo campesino, luchador y serio. El verdadero creador del castellano es el pueblo entero, que siente la lengua con rara unanimidad. El monje, el pastor, el labrador y el guerrero —el pueblo, en definitiva— son los verdaderos creadores y artífices del castellano, cuya capacidad asimiladora hace que lleguen hasta su seno y arraiguen en él voces procedentes de los más diversos puntos de la Península
manifestación inequívoca de su capacidad integradora y no excluyente.
Hoy, este pueblo creador vuelve a sentir como suya aquella obra que hace mil años iniciaba sus primeros balbuceos, plasmados para. siempre en la espontaneidad ingenua de unas glosas. Si durante siglos Castilla perdió el rumbo y la conciencia de sí misma, hoy vuelve a recobrarla en el recuerdo del nacimiento de su lengua, compañera inseparable de su historia.
La realidad olvidada
Si el castellano se impuso al resto de las lenguas peninsulares, fue por una voluntad de domicilio, sino por su dinamismo interno su portentosa literatura. No fue precisamente a golpe de decretos centralistas, acusación tan frecuente como injusta, como el castellano llegó a convertirse en patrimonio de la mayoría de los españoles, sino por su fuerza interior y por el prestigio de un abundante y rica literatura que deslumbró a las demás de España.
La realidad de los hechos históricos y literarios llevó a convertí el castellano en la principal lengua peninsular, aceptada libremente por hablantes y escritores de los demás pueblos hispánicos. Con llegada de los Borbones, ya en el siglo XVIII, y la implantación de su sistema unitario calcado del modelo francés, el castellano se convierte por decreto en lengua oficial de todos los españoles. Pero entonces el castellano y su literatura viven ya días de postración y cadencia, y la imposición forzosa acaba provocando efectos contrarios. La hermosa lengua de Castilla fue utilizada desde los poderes centrales con afanes uniformistas, creando así una falsa imagen de Castilla como pueblo dominante e imperialista que ha oprimido a los demás, imponiéndoles por la fuerza su lengua y su
cultura.
Castilla y su lengua nacieron como una afirmación de libertades. Castilla ha sido la primera víctima de un centralismo absurdo que ha desvirtuado su auténtica imagen de pueblo profundamente libre, democrático y comunero. Castilla no quiso sojuzgar culturalmente ni lo hizo— a otros pueblos. Hay que buscar en el dinamismo tierno de la lengua castellana, en su flexibilidad y adaptabilidad, en carácter creador e innovador y en su literatura, las causas fundamentales de su éxito y expansión.
El Castellano, lengua universal
La historia quiso que fuese el castellano la lengua que traspasara las fronteras para acabar convirtiéndose en un vehículo de cultura entre pueblos distintos. Renunciar al pasado histórico sería absurdo, porque supondría la negación del presente y la obstrucción del futuro.Castilla siente con orgullo que sea compartida por más de trescientos millones de hablantes, pero no quiere hacer de ello un título de privilegio. Castilla sabe que su lengua ya no le pertenece en exclusiva; no es sólo la lengua de Castilla, es también la lengua de Méjico, de Venezuela, de Cuba, de Argentina... Por eso, al conmemorar el milenario de la lengua, los castellanos no reclamamos para nosotros mi exclusiva lo que es patrimonio de más de trescientos millones de personas; pero sí nos queda el justo orgullo de reivindicar a Castilla como la cuna donde se fraguó este inmenso vehículo de cultura que es hoy el castellano, obra no de un genio aislado, sino de todo un pueblo que, indudablemente, fue genial por la valentía, clarividencia y seguridad con que supo adelantarse en el campo lingüístico. La lengua creada por el pueblo castellano es un perenne testimonio de la personalidad colectiva de Castilla.
El mundo castellano-parlante es hoy una inmensa promesa en la que la lengua ha de desempeñar la misión fundamental de aunar espíritus para una gran tarea de cultura y libertad. Si el reencuentro con el pasado histórico y lingüístico ha de servir para algo, es precisamente para tomar conciencia de que fue en Castilla donde se gestó una de las mayores aportaciones culturales con que España ha contribuido al patrimonio espiritual y cultural de la humanidad: su lengua. Pero no puede olvidarse que Castilla forjó su historia y lengua mientras tuvo conciencia de sí misma.
En el milenario de la lengua de Castilla, desde la cuna de nacimiento y con el sentido de libertad con que iniciaron su historia nuestro pueblo y nuestra lengua, nos dirigimos a los demás pueblos de España para afirmar los legítimos derechos culturales lingüísticos de todas las comunidades, cualquiera que sea el lugar donde se encuentren, a fin de evitar así los errores del pasado que tanto han impedido el entendimiento y la mutua comprensión.
Las lenguas han de ser, ante todo, vehículo de cultura y acercamiento entre los pueblos y nunca obstáculo que conduzca a frustración y la marginación humana, social, laboral o cultural. Solo en el respeto florecerán la libertad y la cultura. Castilla y su lengua nacieron como una primicia de libertad, y esa libertad la pedimos para todas las lenguas y todos los pueblos de las Españas. Por lo mismo rechazamos y renunciamos a cualquier forma que desde el poder central o desde cualquier estructura pretenda imponer el castellano por la fuerza, y proclamamos el derecho inalienable de cada pueblo a expresarse en su propia lengua y a mantener y desarrollar tradición lingüística y su propia cultura.
En San Millón de la Cogolli Noviembre de 1977. Año de milenario de la lengua de Castilla.
Castilla como necesidad.
Varios autores
Colección Biblioteca Promoción del Pueblo nº 100
Edita Zero S.A. Madrid 1980
pp.169-186
ORIGEN Y DESTINO DE LA
LENGUA CASTELLANA
GALO YAGÜE
Quisiera comenzar este breve capítulo sobre la lengua castellana una anécdota personal o, si se quiere mejor, con una vivencia. Cuando en mis años universitarios visité por primera vez Inglaterra, me encontré allí con numerosos españoles procedentes de las tintas regiones españolas. Ante la inevitable pregunta del encuentro, "¿eres español?", las respuestas fueron indefectiblemente estos términos: sí, soy gallego; sí, soy andaluz; sí, soy catalán; soy Burgos, de Soria, de Salamanca. Ante esas respuestas, me di cuennta de que muchos españoles valoraban su españolidad en igualdad con su sentido de región. Yo, en cambio, era de Segovia; Juan Pedro de Salamanca y Luis, de Burgos.
He de confesar que sentí entonces una especie de vacío. Era una sensación extraña, de orfandad, de carencia de unos lazos que me unieran a una tierra y a un sentir más allá de la geografía provinciana. Fue entonces, en una calle de Londres, cuando descubrí que era castellano. Vascos, gallegos, catalanes y andaluces me ayudaron a descubrirlo. Quise entonces, sin pérdida de tiempo, saldar la deuda de olvido contraída con esta tierra, y cada noche, desde la cercanía de un inmenso parque londinense, dedicaba unos versos o unas cuartillas a los hombres, a las tierras, a los caminos o a las mieses de
Los campos.
La anécdota, en apariencia, no guarda relación con el terna del apítulo, espero, no obstante, que al concluir la lectura se encuentre justificada.
No he encontrado una frase más expresiva para comenzar hablar de nuestra lengua que aquella con que comienza uno de lo relatos evangélicos: "Al principio era la palabra". Porque quizá nunca una historia y una lengua se hicieran tal al unísono como ene caso de Castilla. Castilla comienza con la palabra y se hace historio en su lengua.
Bucear en los orígenes de una lengua no es sumergirse en las aguas limpias y transparentes donde los objetos y las cosas se nos presentan con nitidez. El nacimiento de una lengua es como el de la vida misma que un día, sin saber cómo, produce un extraño y emocionado temblor en la corteza de la tierra o en el seno de la mujer para luego u creciendo, transformándose, hasta llegar a ser flor, espiga o pensamiento.
Cuando los árabes penetran en la península, existe en ella una cierta unidad lingüística, que se extiende desde Andalucía al norte y desde Cataluña a Galicia. Con el desmoronamiento de la monarquía visigoda y el diferente dominio árabe en las distintas regiones, va a surgir un nuevo estado de cosas. Desde el primer momento, toda la zona norte se organiza en pequeños núcleos independientes, que dan origen a otros tantos reinos cristianos: asturleonés, Navarra, Aragón, Cataluña, que inmediatamente comienzan a configurar sus dialectos respectivos sobre la base de una cierta igualdad y conservadurismo. Los extremos oriental y occidental se encontraban lingüísticamente unidos en el norte; en el sur, ,e1 mozárabe era un habla análoga ala de los extremos, entre los que servía de puente. En este esbozo inicial no hemos mencionado aún a Castilla.
Sin embargo, al norte, en la zona menos romanizada, en un rincón de Cantabria, en contacto con los vascos, el habla comienza diferenciarse, a adoptar soluciones distintas, como la supresión del "F" inicial o su sustitución por la "H", primero aspirada posteriormente muda. Es evidente que la menor romanización de la zona hizo que su transformación lingüística no se sintiera tan ligada las soluciones que se iban dando en la Bética o en la Tarraconense. El grado de libertad y de iniciativa era mayor, sin las servidumbres que toda tradición fuerte lleva consigo.
Es en el siglo IX cuando comienza a sonar en la historia e nombre de Castilla, para indicar el extremo oriental del reino dé Oviedo, sometido a constantes incursiones musulmanas contra la que apenas podían defenderse los condes que lo gobernaban. Pero esta zona del alto Ebro y del Alto Pisuerga, en Cantabria, que el poema de Fernán González recuerda como mimo y con orgullo:
"Entonces era Castiella un pequeño rincón,
era de castellanos monte d'Oca mojón."
comienza a singularizarse. Alfonso III encomienda a Diego Rodríguez la ocupación y repoblación de algunas zonas de Burgos, a las que seguirían inmediatamente otras, para encontrarse, ya en los primeros años del siglo X, en la línea del Duero. Estas repoblaciones sólo se hacen con castellanos procedentes de Cantabria, sino también con vascos, como consta por una abundante toponimia en la le figuran los nombres como Báscones, Bastoncillos, Villabáscones, Vascuñana, etc. Estos hechos hacen que los castellanos cobren conciencia de su propia entidad y sientan incómoda su dependencia de León, adonde tenían que ir para el ejercicio de la justicia.
Es de justicia dejar muy claro cuál fue el papel que desempeñaron vascos en el nacimiento del castellano. Con frecuencia su influjo parece reducido en las historias de la lengua a simples cuestiones fonéticas. La realidad es que jugaron un papel decisivo, ya que desde el primer momento aparecen unidos —no sometidos— a los castellanos. Es una unión libre, voluntariamente querida, que no buscaba sino la defensa mutua frente al reino de León, en el que veían una constante amenaza contra su independencia y sus libertades. Los vascos aceptan desde el primer momento la lengua de los castellanos, y en Alava y en el Señorío de Vizcaya, junto al materno euskera, comienza a propagarse la naciente lengua de Castilla, de la que son en buena medida coartífices y propagadores. El enfrentamiento sordo castellano/ euskera es muy, posterior y por razones totalmente ajenas a los castellanos, con quienes los vascos se sintieron siempre unidos en defensa de unas libertades tanto individuales como colectivas.
Lo mismo en León que en el resto de la Península estaba en vigor el código visigótico, pero los castellanos rompen con la legislación del Fuero Juzgo leonés para regirse por el derecho consuetudinario. Es la primera gran rebeldía de Castilla frente a León. Esta ruptura marca lo que va a ser el talante de Castilla frente a las demás regiones, Incluido el terreno lingüístico: un, pueblo innovador que, paradójicamente, como observa Menéndez Pidal, "a pesar de rechazar el derecho escrito dominante en el resto de España y guiarse por la costumbre, es la región que da la lengua literaria principal de la Península."
En estos primeros momentos de tentativas políticas, de afirmaciones culturales, se escriben las Glosas Emilianenses que marcan y consagran el comienzo del idioma castellano con las notas de la claridad y la innovación. En estas glosas encontramos igualmente el primer testimonio escrito en lengua vasca. El castellano y el euskera nacen a la lengua escrita al amparo de un mismo monasterio. Por la misma época que las Glosas, hace su aparición el primer texto escrito en italiano. Y con anterioridad, año 842, aparece el primer texto francés, conocido como los Juramentos de Estrasburgo.
A propósito de la aparición de estos tres textos, escribe Dámaso Alonso: "Tres primeros murmullos de tres grandes lenguas, cuya literatura llenará el mundo. Y miro, y pienso si habrá sido casualidad, si no es, más bien, que tenía que ser así, porque de lo que está lleno el corazón habla la boca? España, Francia Italia...¡ Oh, no ha sido casualidad que las primeras frases francesas conservamos sean militantes y políticas (genio de Richelieu, gloria de Austerlitz). Ni que las primeras italianas miren a los bienes materiales (recuérdense las burlas contra banqueros genoveses, nuestras letras clásicas, pero no se olvide tampoco cuánto oro de Venecia hay en los cuadros de Tiziano). Y no puede ser azar, no. O si acaso lo es, dejadme esta emoción que me llena al pensar que primeras palabras enhebradas en sentido, que puedo leer en mi legua española, sean una oración temblorosa y humilde. El César (Carlos V) bien dijo que el español era la lengua para hablar con Dios. El primer vagido del español es extraordinario entre los de sus herrmanas. No se dirige a la tierra: con Dios habla, y con los hombres."
Con Fernán González se amplía el gran condado de Castilla y la autonomía respecto de León llega a ser grande. Logra, además, que sea hereditario, lo que constituye una paso decisivo hacia la autonomía total. Después de una serie de vicisitudes políticas, el rey Sancho el Mayor de Navarra erige a Castilla en reino para su hijo Fernando (1032). Es a partir de este momento cuando comienza la gran expansión castellana. Castilla surge como un acto de rebeldía, como una insubordinación frente a León y en lucha igualmente contra Navarra. Castilla surge como un grito de autoafirmación y en defensa de sus libertades.
Las lenguas nacen ligadas estrechamente con la historia, por eso es necesario delimitar con precisión las diferencias existentes entre los planteamientos políticos, culturales y sociales de León y Castilla, aunque sea muy someramente. Ello nos descubrirá algunas de las ,constantes de nuestra lengua frente a las demás lenguas de la
península:
a) el reino de León hereda la idea visigótica de imperio,apoyada por una oligarquía poderosa y por el clero, a los que la corona otorga tierras que convierten en verdaderos feudos.
b) En León el rey o el señor- dominan a los súbditos. No es el súbdito el que elige libremente; no se da el tipo de hombre libre.
c) la repoblación que practica León se hace con mozárabes.
En Castilla por el contrario:
a) no se da nunca la idea de imperio.
b) es una federación de hombres y ciudades libres e independientes.
c) surge comunera desde el primer momentQ.
d) el rey lo es de todos y se compromete a respetar a todos.
e) la repoblación se hace fundamentalmente con elemento vasco y cántabro.
Estos distintos planteamientos condicionan en parte el hecho del lenguaje:
a) el leonés es más conservador
estetizante
latinizante
ligado al pasado y a la tradición.
b)el Castellano, en cambio, sin las trabas de un pasado, se nos presenta:
innovador libre
espontáneo.
La zona de la primitiva Castilla era la confluencia de tres grandes provincias romanas: la Gallaecia, la Tarraconense y la Bética. Esta especial circunstancia geográfica hacía de ella vértice en el que confluían las diversas tendencias lingüísticas peninsulares: el astur- leonés, el aragonés y el mozárabe, muy parecidos todos ellos inicialmente por su carácter conservador y por las soluciones fonéticas similares. En esta coyuntura, el pequeño condado castellano se muestra abierto desde el principio a toda clase innovaciones y de transformaciones, no sólo aceptando las soluciones que llegan desde los distintos frentes lingüísticos, si dando soluciones arriesgadas e innovadoras, porque se sentía libre servidumbre hacia el pasado y de conservadurismos estetizantes ligados al mundo clerical y a las oligarquías que a sí mismas consideraban herederas de los visigodos.
Castilla acomete su empresa lingüística con tal decisión y seguridad, con tal claridad y tal sentido de la evolución, que pronta acaba no sólo desplazando, sino absorbiendo al leonés y al aragonés que ven así poco a poco truncadas sus posibilidades de convertirse lenguas de cultura, como el portugués, el catalán o el gallego.
El castellano surge con un dinamismo tal que le hace superar c rapidez las formas en las que se detenía la evolución de los dem dialectos. Así, mientras el leonés y el aragonés se estancan en formas como castiello„siella, ariesta, Castilla reduce dicho diptongo a –i-;castillo, silla, arista.
El castellano evoluciona hasta el sonido j en palabras como viejo,oreja, mujer, abeja, mientras que el resto de los dialectos peninsular se estancan en un estadio anterior, en el sonido //: viello-vell, muller orella.
Y el-sonido ch castellano en palabras como leche hecho, mucho, queda en su forma anterior en los otros romances hispánicos: leite o llet, en vez de leche; feito o fet en lugar de hecho; muito en vez mucho; noite o nit en lugar de noche.
En cuanto al sistema vocálico, el castellano ofrece mayor decisión y claridad que el resto de los dialectos: reduce con rapidez los diptongos provenientes de latín: ai=e; ua=0, crea, en cambio los diptongos ie y ue, dando soluciones como suelo, puerta, piedr atierra, frente a las menos avanzada de solo, porta, terra o pedra
El castellano, con su sentido pragmático y p la decisión con que elige sus soluciones lingüísticas, acaba dando un sistema vocálico más reducido, más claro y menos complejo que las demás lenguas peninsulares. El castellano no sufre las prolongadas vacilaciones del leonés, el aragonés, o el catalán en cuanto a las soluciones de las distintas opciones lingüísticas que se ofrecían. Con la misma clarividencia y decisión con que acomete su opción política, realiza igualmente su cometido lingüístico.
"Castilla muestra un gusto acústico más certero, escogiendo desde muy temprano, y con más decidida iniciativa, las formas más eufónicas de los sonidos vocálicos." (R. Lapesa)
De acuerdo con estas características que acabamos de señalar, Castilla se presenta como región disconforme a las soluciones lingüísticas, más o menos comunes, de las otras regiones; se nos presenta más revolucionaria, más "inventiva, original y dada al neologismo".
Pero no pensemos que el castellano queda ya formado en el siglo X. Desde los temblorosos balbuceos de las glosas Emilianense y Silense o desde la sublime sencillez e ingenuidad de Berceo hasta el lenguaje vivo, desgarrado a veces, de la Celestina, hay un largo camino hasta que la lengua se fija definitivamente. Lo más importanté es que el habla de la vieja Castilla ha adoptado soluciones rápidas, seguras, innovadoras, que dan al castellano un aire joven dinámico y arrollador, frente al mayor conservadurismo de los demás dialectos.
La historia del castellano es, en gran parte, una historia paralela a la de la conquista. Nace en contacto con la tierra y con las armas y este hecho comunica a la lengua un cierto carácter áspero y marcial, aunque vibrante y lleno de sonoridad. El castellano no nace envuelto en la melancolía del amor o del sentimiento lírico; no son la suavidad, la ternura o la languidez las primeras notas de esta lengua que nace en pie de guerra, al amparo de castillos y se desarrolla en la dureza de un paisaje a menudo hostil.
Aquella pequeña cuña territorial de Cantabria, como la denominó Menéndez Pidal,
comienza a abrirse paso hacia el sur: primero son las tierras del Duero posteriormente las del Tajo. De esta manera, el castellano va invadiendo poco a poco las zonas de influencia del leonés y del aragonés, que se ven así reducidos a pequeños núcleos o que mantienen formas que no pasan de simples dialectalismos. Por el sur, el castellano barre por completo el mozárabe, cada vez más empobrecido. Y la pequeña cuña que era Cantabria acaba separando zonas lingüísticamente bastante afines. Esta es la explicación de por qué hoy aparecen separados, a pesar de sus enormes semejanzas, el portugués y el leonés del catalán y aragonés, dialectos extremos que antes se comunicaban por una, serie de dialectos afines que se hablaban en Toledo y Andalucía. Esta etapa de expansión corresponde fundamentalmente a los siglos X1 y XII.
Pero Castilla no sólo se preocupó de extender su territorio y repoblarlo con gentes del norte, hecho este que favoreció la extensión y estabilización de la lengua en amplias zonas, sino que al mismo tiempo creó lo que constituyó, sin duda, la causa principal y más decisiva del arrollador empuje de la lengua castellana: una literatura.
Si hoy no se puede negar la existencia del elemento lírico en Castilla desde sus albores, no es menos cierto que su gran creación literaria en estos primeros siglos es la épica.
Esto es, un tipo de literatura acorde con su vibración política; una literatura que tiende ensalzar a los héroes y a la región, a afianzar, en definitiva, la conciencia de región. Castilla encontró en sus héroes, en Fernán González y en el Cid principalmente, el impulso y el aliento que hace vibrar a las gentes y sentir como propias sus ideas y hazañas. En aquellos momentos Castilla necesitaba afianzar su personalidad ofrecer un tipo de héroe que fuera encarnación de sus mejores valor y al mismo tiempo salvaguarda de sus libertades. Por ello se mitifica al héroe y a su tierra. En las gentes crece el sentido de identificación con el personaje y con la tierra, hasta que un día, no muy alejado de los acontecimientos, un poeta da forma a aquellas vivencias del
pueblo en la que es la primicia más espléndida de nuestra lengua; Poema del Mío Cid.
Si el poema existía de alguna manera en la conciencia del pueblo su fijación por la escritura representó un hito inconmensurable sólo en el plano lingüístico sino en la historia misma de Castilla. Porque esta fijación supone en primer lugar la consagración definitiva del ser de Castilla como entidad geográfica y cultural, diferente la de los otros reinos peninsulares. La conciencia de este hecho afirmada repetidas veces en el poema, para quien la tierra es ya Castilla la gentil. El Cid afirma igualmente en repetidas ocasiones castellanidad:
"Albricia, Alvar Fa ñez, ca echados somos de tierra,
mas a gran honra tornaremos a Castiella.,."
En segundo lugar, el poema fija el tipo del hombre castellano, mezcla de ternura y recidumbre, de austeridad y vitalismo, de guerrero indomable, pero capaz de emocionarse ante su casa o sus campos abandonados:
"de los sos ojos tan fuertemientre llorando,
tornaba la cabeza y estavalos catando."
En tercer lugar, el poema fija los que serán grandes constantes de literatura y de la vida castellana:
- el realismo, frente a lo puramente maravilloso o fantástico. E poema del Cid es un poema en contacto con las gentes y la tierra.
—el moralismo, que trata de sacar de la vida lecciones para la vida misma.
—la sobriedad, que hace que el escritor castellano vaya derechamente a las cosas y nos las ofrezca en su primera intuición, descarnada a veces.
--el vitalismo, que nos pone en contacto con la vida palpitante y la realidad de cada día, lejos de la literatura de cámara o de salón. En definitiva, el popularismo entendido como el afán de reflejar en las obras los intereses, afanes, preocupaciones y deseos de la colectividad.
En cuarto lugar, y esto es lo más importante de cara al idioma, el poema fija por vez primera la lengua castellana. No se trata ya de temblorosos balbuceos; tampoco representa, es cierto, la madurez consumada, pero el castellano afianza sus singularidades frente a las demás lenguas de la Península. Queda así marcado el rumbo que seguirá en etapas sucesivas. Sin una Academia que vigile la pureza del idioma, el poema de Mío Cid cumple de alguna manera este papel estabilizador de las formas y los sonidos. Por todas estas razones, el Poema de Mío Cid es algo más que una obra literaria: representa la consagración de una región, la encarnación de un pueblo, el nacimiento de una forma nueva de ver la vida y una interpretación, en definitiva, del hombre y del mundo. Y todo ello realizado y expresado en unos moldes lingüísticos, los de la lengua castellana. El Poema del Cid es la primera gran declaración de principios de Castilla. Castilla tenía ya sus héroes, su vocación y su lengua.
Pero en el proceso de formación de la lengua no hay que perder de vista que el gran protagonista es el pueblo que la habla. Son los hablantes quienes marcan las pautas evolutivas; ellos los que acaban configurando la realidad y la estructura de su propio idioma. La lengua es una creación colectiva en la que la comunidad de hablantes manifiesta su peculiar condición e incluso su concepción de la realidad. El artista de la palabra, el escritor lo que hace fundamentalmente es dar forma y fijar ese lenguaje.
En su constante expansión hacia el sur, el castellano tiene que ir venciendo las resistencias fonéticas y fonológicas que encuentra a su paso. Si Castilla la Vieja es decidida en sus soluciones lingüísticas, la orla del sur del Guadarrama va asimilando con mayor lentitud dichas soluciones. Así, fenómenos como la aspiración de la h que desaparece muy pronto al norte, se encuentra en Toledo en el siglo XVI y se prolonga hasta nuestros días en Andalucía y Extremadura. En la época de Alfonso el Sabio, cuando en la vieja Castilla ya nadie duda en decir castillo o arista, en Toledo se encuentran aún las formas castiello y ariesta.
Pero el paso tal vez más decisivo en la fijación del castellano se da en la época de Alfonso X. Durante su reinado reúne en Toledo a sabios judíos, árabes y cristianos que, bajo su dirección, realizan el milagro de convertir una lengua de guerreros en lengua apta para la expresión histórica, jurídica, artística o recreativa. Alfonso el Sabio dicta normas que fijan el sentido de numerosos términos jurídicos. Las gráficas quedan definitivamente establecidas por las normas de la Cancillería. Esta fijación durará ya hasta el siglo XVI.
Alfonso el Sabio es acaso el primer rey que comprende la importancia que la cultura, y consiguientemente el idioma, tiene en el desarrollo y mantenimiento de la unidad de un pueblo. Por eso no se contenta, como los primitivos traductores de Toledo, con verter las obras del árabe o del griego al latín, inaccesible ya al pueblo, sino que manda traducirlas al castellano para que todos puedan beneficiarse de ellas. Y no contento con esto, él mismo corrige las obras traducidas, enmendando errores o seleccionando la palabra precisa más comprensible.
Pero la tarea del rey Sabio no fue fácil. A sus espaldas no tenía una lengua que avalara una tradición cultural escrita. Multitud de términos, inusuales hasta entonces, se hacían ahora precisos para expresar conceptos nuevos en geometría, en derecho, en ciencias naturales o en astronomía. Pero sí disponía de una lengua cuyo genio innovador hacía posibles soluciones impensables en otras zonas: su lengua que siempre estuvo abierta al neologismo, aunque con la rara habilidad de castellanizarlo inmediatamente. Y así, aunque el rey Alfonso no encuentra en el pasado cultural castellano palabras par conceptos nuevos a los que es preciso dar forma, el genio de la lengua sin embargo, no sólo no le cierra el camino hacia ellos, sino que un veces le ofrece recursos para la formación de nuevos vocablos, y otras no vacilan en aceptar los que vienen de fuera cuando la propia lengua carece de ellos.
En cualquier caso, y a pesar de haber introducido numerosos neologismos, Alfonso X es un ejemplo perenne de cómo se de tratar un idioma: primero utiliza todos los recursos de que dispone cuando algo es necesario y no lo tiene, no vacila en adoptar neologismos o en recurrir a la fuente primera de nuestro idioma: latín. En todo caso, le guió siempre el más noble de los afanes: la posibilidad de comprensión por parte de los lectores. Por eso sus innovaciones no tienen el sello de lo pedantesco o del esnobismo, sino de la claridad y de la comprensión. Ese es el secreto de s supervivencia.
La prosa castellana había dado un paso fundamental. Una ve más, la lengua había respondido al carácter decidido e innovador d los primeros momentos. Pero ahora la lengua se había convertido e algo más que un vehículo a nivel de lengua hablada: era ya u vehículo de cultura. El rey. Alfonso vio cumplido así uno de su grandes sueños: tener una lengua que fuera capaz de llegar a lo hombres, tal como se expresa en el prólogo de su Lapidario: mandó trasladar de arábigo en lengua castellana porque los homnes lo entendiesen mejor et se sopiesen dél más aprovechar.
La gigantesca producción en prosa contribuyó no solamente a aumentar el prestigio del castellano, sino a propagar su influencia efectiva, sobre todo en León, donde rápidamente se adopta el lenguaje creado por Alfonso el Sabio.
La abundante y rica literatura que desde Alfonso X produce Castilla va eclipsando lentamente a las demás lenguas de la Península. Con Don Juan Manuel y el Arcipreste de Hita, ya en el siglo XIV, la lengua se perfecciona y se agiliza. El gran Arcipreste incorpora a la lengua escrita los elementos más populares y vitalistas: la ironía, la frase jugosa y espontánea o el diminutivo cariñoso adquiere carta de ciudadanía en una lengua que valora cuanto encuentra en torno suyo.
(En este punto es preciso aclarar definitivamente que el castellano no se impone por la fuerza a los demás pueblos peninsulares; y, en cualquier caso, no es Castilla quien ,lo realiza: el pueblo vasco, Navarra y Aragón lo aceptan libremente, sin coacción alguna. Es más, el pueblo vasco participa activamente de su formación. A la Mancha, Andalucía y Murcia llega con la reconquista. Su portentosa literatura desplaza al leonés y hace que se asiente igualmente en Cataluña. Si Boscán escribe en castellano no es por ninguna Imposición oficial, sino por la admiración a la lengua misma, la lengua de su entrañable amigo Garcilaso. Cuando el castellano se impone de manera oficial en toda España es ya en el siglo XVIII, por fibra de Felipe V, cuya concepción unitarista francesa quiere aplicar a nuestra nación. En cualquier caso no fue Castilla quien impuso su lengua a las demás regiones, sino el decreto de un rey centralista que ni siquiera era español.)
Desde aquel rincón en el alto Ebro y alto Pisuerga que en los siglos IX y X comenzaba sus balbuceos lingüísticos y sus escaramuzas militares hasta el siglo XV, Castilla se fue haciendo con la doble arma de la espada y de la lengua. El leonés y el aragonés quedaron abortados como lenguas por el arrollador empuje del castellano. El mozárabe desapareció por completo. De norte a sur, toda la gran franja central de la península se comunicaba con la misma lengua. Al noroeste y al accidente el catalán el gallego y el portugués seguían suertes distintas.
Pero cuando Castilla parecía disponerse al disfrute y al goce sereno de su lengua plasmada en el Cantar de Mío Cid, en Berceo, en Santillana, en Manrique y en el incipiente mundo renacentista, el destino abre rumbos impensados a la que ha sido la más grande y genial creación de Castilla: su lengua.
Con el descubrimiento de América y el dominio de España sobre parte de Europa, se abre un nuevo capítulo en la historia del castellano. Con la unidad peninsular, Castilla pierde de alguna manera su identidad, su conciencia de gran región. Y si esto es verdad a nivel de conciencia política, lo es también a nivel lingüístico. El castellano deja de sentirse como la lengua de una región para convertirse en la lengua representativa de una nación; España. Desde este momento, la historia de Castilla y la de su lengua siguen rumbos distintos. La historia de Castilla es una lenta agonía que no concluye hasta el siglo XIX, cuando se destruyen definitivamente tanto su ámbito geográfico como sus patrimonios comunales. El desánimo y la postración se apoderan de las gentes castellanas, y hombres como los de la Generación del 98 y Ortega y Gasset vinieron a desdibujar aún más la verdadera realidad de Castilla, a la que presentan como dominadora, despótica e imponiendo su lengua y su cultura por la fuerza a las demás regiones.
La preponderancia hegemónica que adquiere España hace que su lengua más representativa, el castellano, traspase las fronteras y se convierta en lengua de cultura. Al igual que Castilla hiciera en sus comienzos, los nuevos conquistadores van a llevar junto con espada la lengua común, que irán dejando en las zonas conquistadas mediante el mismo sistema empleado en la reconquista peninsular, esto es, la fundación o repoblación de ciudades con gentes llegadas España. De esta manera se perpetuaba la lengua de Castilla y posibilitaba la creación de focos de cultura que iban absorbiendo los nativos o mezclándose con ellos. Pero no se olvide que la empresa americana no fue exclusivamente obra de Castilla; ni siquiera fue es región la que participó en mayor medida. Si repasamos la lista del capitanes y conquistadores, así como la de quienes se asentaron aquellas tierras, veremos que la empresa de América fue una obra todos, en la que Castilla participó en menor grado que Andalucía o Extremadura. En Castilla se asentaba, eso sí, una monarquía extranjera con afanes imperialistas y a la que la verdadera Castilla miraba con recelo, hasta el punto de oponerse a ella por extranjera por ver en sus planteamientos una amenaza a sus tradiciones libertades. Desde entonces, la historia de Castilla se ha identificad falsamente, con la actuación de dos monarquías extranjeras cuyo reyes lo eran por igual de Castilla, Cataluña o Galicia. Lo verdaderamente cierto, eso sí, es que la lengua que traspasó sus propias fronteras fue la de Castilla.
Pero América no era Castilla. Una nueva geografía, una distinta vegetación, un mundo de seres diferentes necesitaban de la palabra para ser nombrados. Y una vez más, esa lengua que no dudó en incluir neologismos con Alfonso X y a lo largo de todo el siglo XV, tampoco duda ahora en recibir palabras procedentes de los más extraños lenguajes. Y a nuestra lengua llegaron palabras hoy tan familiares como canoa, tabaco, patata, petaca, cacao, tiza, etc. De Norte a sur, desde San Francisco o los Ángeles a la Tierra del Fuego, la lengua de Castilla se fue asentando en aquellas tierras vírgenes' enriqueciéndose con nuevo léxico, con nuevos ritmos y cadencias.
De esta manera, el castellano dejaba de ser la lengua de una región peninsular para convertirse en patrimonio de una veintena de países. Ahora era un continente entero el que recibía la savia de esta lengua. Por ello, los castellanos no podemos hacer hoy bandera de nuestra lengua, como lo hacen los vascos o catalanes; no podemos reivindicar en exclusiva para nosotros una lengua que es patrimonio de muchos pueblos. Sí nos queda, en cambio, el justo orgullo d reivindicar a estas tierras como la cuna donde se fraguó este inmenso vehículo de cultura que es hoy el castellano.
Esta es, sin duda, la creación más formidable y original que ha creado Castilla. Y no es, precisamente, la creación de un genio aislado, sino de todo un pueblo que, indudablemente, fue genial por la valentía, clarividencia y seguridad con que supo adelantarse en el campo lingüístico. A Castilla le cabe el orgullo de haber creado toda una forma de expresión y de pensamiento, porque es indudable que una lengua lleva consigo una concepción del mundo, de la vida, ,del hombre, de las cosas e incluso del sentimiento.
Pero no es momento de triunfalismos por el hecho de sabernos creadores de uno de los primeros vehículos de cultura que existen en mundo. La lengua es algo vivo, que está ahí, retándonos a cada momento. La contemplación nostálgica de la obra realizada, si no es para cobrar nuevo impulso, resulta, cuando menos, paralizante.
En cierta ocasión escribía Neruda, que si los españoles habían esquilmado las minas de plata y oro habían dejado, en cambio, un tesoro aún mucho mayor: la palabra. Tal vez en la recta comprensión esta frase esté el secreto del destino futuro de nuestra lengua: tener conciencia de que poseemos un inmenso tesoro que hay que cuidar y mimar; un tesoro que es algo vivo. La lengua es cambiante como las personas: se enriquece y transforma a diario sin que por ello se altere su identidad.
Hoy por hoy, la literatura y los medios de comunicación garantizan la unidad lingüística que no hace más de un siglo se veía aun problemática. La expresión de Nebrija de que la caída del imperio lleva consigo la caída de la lengua no ha sido verdadera, afortunadamente, en el caso de nuestra lengua. Pero no es extraño encontrarse con hablantes que se avergüenzan de su propio idioma se entregan con alegre inconsciencia a cuantos esnobismos y modas aparecen a diario en el mercado de la palabra. El carácter abierto e innovador de nuestra lengua, no quiere decir que debamos someterla diario a toda clase de torturas léxicas y gramaticales. El castellano admitió y admite cuantos términos precise para expresar las distintas calidades, pero no puede admitirse la pereza mental de quienes no se esfuerzan en buscar dentro del propio idioma las expresiones adecuadas a los centenares de términos con los que la prensa, la televisión y las modas juveniles, con no poca frecuencia, empañan la pureza del idioma y desconciertan al hablante medio.
Es un hecho que nuestra lengua está sometida a diario - y este es uno de los grandes retos que tiene planteados- a la presión de las demás lenguas que se disputan la hegemonía política y cultural en el inundo, sobre todo el inglés. Pero es reconfortante ver como palabras que en su día estuvieron de moda, como speaker, y tantas otras relativas al mundo del deporte, de la música o del comercio, van encontrando su expresión exacta y castellana.
La lengua que fue y nació en Castilla está ahí, posesión y dominio de muy, diversas naciones. Ha configurado un tipo de cultura y de pensamiento y su misión fundamental es la de consolidar y afianzar esa realidad. No hemos de pensar ya, afortunadamente, que nuestra lengua necesite de la espada para imponerse. El mundo hispanohablante es una inmensa promesa en la que la lengua ha de desempeñar la misión fundamental de aunar espíritu e ideales para una gran tarea de cultura. En cada momento de la historia, los pueblos y las culturas tienen un reto que afrontar. Castilla dio una respuesta creando su lengua y con ella una forma de cultura. Hoy el destino de nuestra común lengua consiste en aceptar el reto que tiene planteado por una sociedad deshumanizada a muchos niveles culturalmente empobrecida en inmensas áreas, y ofrecer una humana de cultura, tal como soñara Rubén Darío. Nuestra palabra será ese vehículo portador. En definitiva, nuestra lengua está llamada más que nunca a ser lazo de unión y de acercamiento entre pueblos, a la vez que, con frase hoy en boga, una alternativa del espíritu y de la cultura. Por ello, y además de sentir el orgullo sabernos creadores de un idioma universal, hemos de sentir igualmente responsables del destino de nuestra lengua. Una lengua universal y que hoy nadie puede reivindicar en exclusiva como suya pero a la que estamos obligados a mimar y a cuidar cuanta hablemos. El futuro de nuestra lengua dependerá fundamentalmente de las respuestas que desde la cultura, el arte, la política, sepamos dar a las necesidades reales del hombre desde ambos la del Atlántico. Es cierto que el estudio y conocimiento de nuestra lengua aumenta día a día en el mundo, en lucha sorda con el inglés pero no dejamos de ver con pena cómo se bate en retirad. Filipinas y cómo esa espléndida reliquia que es el sefardí—habla nuestros antepasados-- se encuentra cada día con mayo dificultades para subsistir, tal vez porque en su momento, en ambos casos, los hispanohablantes no tuvimos la respuesta que necesitaban.
Acaso la grandeza y la tragedia íntima a la vez de Castilla y castellano sea su universalidad. La grandeza y la miseria de nuestra historia han ido casi siempre más allá de nuestros límites geográficos también en el caso de nuestra lengua. Nadie se atreverá monopolizar hoy a Santa Teresa o a Cervantes, porque son patrimonio de la humanidad. Pero sí nos sirven para darnos medida de lo que es capaz de gestarse en estas tierras.
Si el reencuentro con nuestro pasado histórico y lingüístico ha de servirnos para algo, es precisamente para tomar conciencia de que esta tierra se gestó la mayor empresa cultural con que España ha contribuido al patrimonio espiritual de la humanidad: su idioma.Para darnos cuenta de que Castilla es algo más que un nombre;que debajo de los harapos, de que hablaba Machado, puede aun surgir un mundo de creaciones originales. Pero no olvidemos que Castilla forjó su historia y su lengua mientras tuvo conciencia de si misma. Cuando esta desapareció, Castilla dejó de ser.
Creo que ahora se entenderá el sentido de la anécdota con que inició estas reflexiones sobre el idioma: me sentí castellano por primera vez no en Segovia o en Burgos, sino en una calle de Londres en conversación con estudiantes de otras regiones españolas. Había perdido, como tantas generaciones de castellanos, la conciencia de la primera identidad. Y es preciso que esa identidad la recobremos, que la recobre Castilla entera, no para crear otra lengua —es demasiado bella la que poseemos para pretender otra—; no para ambicionar algo frente a —sentimos un inmenso respeto y cariño por las demás lengas y culturas de España—, sino para volver a encontrarnos a nosotros mismos, para volver a ser, para cobrar de nuevo la confiananza en nuestras capacidades y poder ofrecer así al mundo, nuestro destino libremente asumido, algo de ese genio indudable que late en las gentes de estas tierras y cuya creación suprema es ella lengua que nació un día como primicia de oración y es hoy es patrimonio de cultura de pueblos bien distintos.
MANIFIESTO DE LA LENGUA CASTELLANA
EN SU MILENARIO
Con motivo del Milenario de la lengua, Comunidad Castellana publicó este manifiesto en el que se vierten conceptos e ideas expuestos anteriormente. Fue publicado en castellano, gallego, euskara y catalán.
Castilla, al conmemorar el milenario de su lengua, quiere alzar su para decir la palabra que en justicia le corresponde, y rendir así tributo de reconocimiento y de fidelidad a la más grande de sus acciones y a su historia misma.
El Castellano, lengua original e innovadora
Quizá nunca una historia y una lengua se hicieron tan al unísono tilo en el caso de Castilla. Castilla comienza con la palabra y se hace historia en su lengua. Nacido en un rincón de la tierra cántabra y en contacto con el pueblo vasco, el castellano surge con una carácter decididamente original e innovador.
Desde el primer momento adopta en su fonética soluciones completamente revolucionarias que demuestran su capacidad inventiva, creadora y original y le apartan con rapidez del resto de las nacientes lenguas peninsulares, cuyas soluciones son más arcaizantes, conservadoras y a la vez uniformes.
Si Castilla surge como una afirmación de libertades, su lengua es el reflejo de esta actitud inicial. La menor romanización que había sufrido hizo que su naciente lengua no se sintiera tan ligada a las soluciones lingüísticas de los otros pueblos y que, por ello, su grado le libertad y de iniciativa fuera mayor. Cuando las demás lenguas se detienen en la evolución fonética, el dinamismo interno del castellano Ila lleva a superar con rapidez las formas adoptadas por aquéllas.
El castellano con su sentido pragmático y la decisión con que elige sus soluciones lingüísticas, acaba dando un sistema más reducido, más claro y menos complejo que las demás lenguas de la Península. El castellano no sufre las prolongadas vacilaciones de las otras lenguas en cuanto a la solución de las distintas opciones lingüísticas que se ofrecían. Con la misma clarividencia y decisión con que Castilla acomete su opción política, realiza igualmente su cometido lingüístico.
Desde el primer momento el castellano se nuestra abierto a neologismo. No es su actitud la del rechazo de cuanto le sea ajeno sino el sentido pragmático, pero siempre con una rara habilidad que le permite castellanizar inmediatamente cuantas formas le llegan desde fuera.
El Castellano, obra de un Pueblo
Castilla cuenta en su haber con indiscutibles realizad históricas, pero acaso ninguna tan formidable como la creación del propio idioma. Esta lengua, hoy vehículo de cultura de más trescientos millones de hablantes, es la obra colectiva de un pueblo joven e innovador. El castellano no lo crean el poeta del Mío ni Berceo: ellos contribuyen a fijar y a dignificar la lengua de un pueblo campesino, luchador y serio. El verdadero creador del castellano es el pueblo entero, que siente la lengua con rara unanimidad. El monje, el pastor, el labrador y el guerrero —el pueblo, en definitiva— son los verdaderos creadores y artífices del castellano, cuya capacidad asimiladora hace que lleguen hasta su seno y arraiguen en él voces procedentes de los más diversos puntos de la Península
manifestación inequívoca de su capacidad integradora y no excluyente.
Hoy, este pueblo creador vuelve a sentir como suya aquella obra que hace mil años iniciaba sus primeros balbuceos, plasmados para. siempre en la espontaneidad ingenua de unas glosas. Si durante siglos Castilla perdió el rumbo y la conciencia de sí misma, hoy vuelve a recobrarla en el recuerdo del nacimiento de su lengua, compañera inseparable de su historia.
La realidad olvidada
Si el castellano se impuso al resto de las lenguas peninsulares, fue por una voluntad de domicilio, sino por su dinamismo interno su portentosa literatura. No fue precisamente a golpe de decretos centralistas, acusación tan frecuente como injusta, como el castellano llegó a convertirse en patrimonio de la mayoría de los españoles, sino por su fuerza interior y por el prestigio de un abundante y rica literatura que deslumbró a las demás de España.
La realidad de los hechos históricos y literarios llevó a convertí el castellano en la principal lengua peninsular, aceptada libremente por hablantes y escritores de los demás pueblos hispánicos. Con llegada de los Borbones, ya en el siglo XVIII, y la implantación de su sistema unitario calcado del modelo francés, el castellano se convierte por decreto en lengua oficial de todos los españoles. Pero entonces el castellano y su literatura viven ya días de postración y cadencia, y la imposición forzosa acaba provocando efectos contrarios. La hermosa lengua de Castilla fue utilizada desde los poderes centrales con afanes uniformistas, creando así una falsa imagen de Castilla como pueblo dominante e imperialista que ha oprimido a los demás, imponiéndoles por la fuerza su lengua y su
cultura.
Castilla y su lengua nacieron como una afirmación de libertades. Castilla ha sido la primera víctima de un centralismo absurdo que ha desvirtuado su auténtica imagen de pueblo profundamente libre, democrático y comunero. Castilla no quiso sojuzgar culturalmente ni lo hizo— a otros pueblos. Hay que buscar en el dinamismo tierno de la lengua castellana, en su flexibilidad y adaptabilidad, en carácter creador e innovador y en su literatura, las causas fundamentales de su éxito y expansión.
El Castellano, lengua universal
La historia quiso que fuese el castellano la lengua que traspasara las fronteras para acabar convirtiéndose en un vehículo de cultura entre pueblos distintos. Renunciar al pasado histórico sería absurdo, porque supondría la negación del presente y la obstrucción del futuro.Castilla siente con orgullo que sea compartida por más de trescientos millones de hablantes, pero no quiere hacer de ello un título de privilegio. Castilla sabe que su lengua ya no le pertenece en exclusiva; no es sólo la lengua de Castilla, es también la lengua de Méjico, de Venezuela, de Cuba, de Argentina... Por eso, al conmemorar el milenario de la lengua, los castellanos no reclamamos para nosotros mi exclusiva lo que es patrimonio de más de trescientos millones de personas; pero sí nos queda el justo orgullo de reivindicar a Castilla como la cuna donde se fraguó este inmenso vehículo de cultura que es hoy el castellano, obra no de un genio aislado, sino de todo un pueblo que, indudablemente, fue genial por la valentía, clarividencia y seguridad con que supo adelantarse en el campo lingüístico. La lengua creada por el pueblo castellano es un perenne testimonio de la personalidad colectiva de Castilla.
El mundo castellano-parlante es hoy una inmensa promesa en la que la lengua ha de desempeñar la misión fundamental de aunar espíritus para una gran tarea de cultura y libertad. Si el reencuentro con el pasado histórico y lingüístico ha de servir para algo, es precisamente para tomar conciencia de que fue en Castilla donde se gestó una de las mayores aportaciones culturales con que España ha contribuido al patrimonio espiritual y cultural de la humanidad: su lengua. Pero no puede olvidarse que Castilla forjó su historia y lengua mientras tuvo conciencia de sí misma.
En el milenario de la lengua de Castilla, desde la cuna de nacimiento y con el sentido de libertad con que iniciaron su historia nuestro pueblo y nuestra lengua, nos dirigimos a los demás pueblos de España para afirmar los legítimos derechos culturales lingüísticos de todas las comunidades, cualquiera que sea el lugar donde se encuentren, a fin de evitar así los errores del pasado que tanto han impedido el entendimiento y la mutua comprensión.
Las lenguas han de ser, ante todo, vehículo de cultura y acercamiento entre los pueblos y nunca obstáculo que conduzca a frustración y la marginación humana, social, laboral o cultural. Solo en el respeto florecerán la libertad y la cultura. Castilla y su lengua nacieron como una primicia de libertad, y esa libertad la pedimos para todas las lenguas y todos los pueblos de las Españas. Por lo mismo rechazamos y renunciamos a cualquier forma que desde el poder central o desde cualquier estructura pretenda imponer el castellano por la fuerza, y proclamamos el derecho inalienable de cada pueblo a expresarse en su propia lengua y a mantener y desarrollar tradición lingüística y su propia cultura.
En San Millón de la Cogolli Noviembre de 1977. Año de milenario de la lengua de Castilla.
Castilla como necesidad.
Varios autores
Colección Biblioteca Promoción del Pueblo nº 100
Edita Zero S.A. Madrid 1980
pp.169-186