HACIA UN FUTURO CASTELLANO
Vistos el territorio, los orígenes y el desarrollo histórico del antiguo reino de Castilla y el estado actual del país, es llegado el momento de reflexionar sobre su futuro como miembro del conjunto nacional español.
Comenzaremos por examinar algunas condiciones y actitudes que consideramos necesarias para que Castilla no desaparezca del mapa de España desvanecida su personalidad en una artificioso entidad político-administratíva castellano-leonesa.
Ante todo es preciso devolver al nombre de Castilla y al gentilicio castellano la carta de naturaleza que en el conjunto de los pueblos y países de España les corresponde, tanto por el solar que en el territorio de la Península el país ocupa como por el relevante papel que en la historia de la nación española ha desempeñado.
Condición propia de un trabajo intelectual riguroso es el uso de una terminología clara y precisa. Un texto de matemáticas o de ciencias físicas cuyas definiciones, símbolos o fórmulas carecieran de precisión constituiría un galimatías ininteligible. Con excesiva frecuencia hemos encontrado libros y artículos sobre temas históricos -autocalificados de científicos- en los que el atento lector tropieza con una nomenclatura anfibológico que permite deducir diversas y aun contradictorias conclusiones. En varios lugares de la presente obra hemos visto como autores del mayor prestigio usan el nombre de Castilla con muy diferentes significaciones históricas y geográficas. Tanto se ha abusado de él que ha llegado a perder toda significación concreta; y en su desvanecimiento ha arrastrado al de León a desaparecer en el vacío.
Lo primero que el renacimiento regional de Castilla requiere es una nomenclatura inequívoca y una precisa delimitación territorial. Los castellanos deben conocer claramente, sin confusiones ni dudas, cuales son el asiento territorial, el contorno y los límites geográficos de su región. Es preciso devolver al nombre de Castilla la significación geográfica que le es propia. Debe quedar claro que este nombre asume una precisa delimitación territorial que comprende las diversas tierras que constituyeron el antiguo reino de Castilla surgido de la Reconquista como entidad histórica con propia personalidad.
Se conoce bien lo que en la historia de España fue el territorio propiamente castellano y cuales fueron sus límites con el reino de León y de esto hemos tratado con detalle en capítulos anteriores. Lo repetimos brevemente aquí porque es base fundamental de todo verdadero regionalismo castellano. En líneas generales, los límites entre la vieja Castilla y el antiguo reino de León corresponden a los occidentales de las actuales provincias de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Avila. La Liébana fue siempre leonesa, mientras las montañas del Alto Pisuerga fueron castellanas. También fueron castellanos algunos pueblos de los confines orientales de la provincia de Valladolid.
La confusión de Castilla con León comenzó después de la unión definitiva de ambas coronas, ha crecido continuamente y se ha convertido en un completo embrollo desde que las tierras leonesas de la planicie del Duero comenzaron a ser presentadas como de Castilla la Vieja por la burguesía agraria de esta gran comarca a mediados del siglo xix (96). Después se forjaron los mitos literarios de la inmensa llanura castellana y la Castilla universal y sin límites que vinieron a parar en la artificioso región castellano-leonesa de tan absurdo contorno geográfico que queda fuera de él la mayor parte del país castellano, incluida toda la Castilla originaria.
Desde que en 1976 se planteó la cuestión de la descentralización del Estado español y de las autonomías, comenzó a hablarse de la necesidad de que Castilla recuperara la 'identidad perdida' de una manera que ya en sí implicaba mayor confusión en tomo a lo castellano y grave desconocimiento de lo leonés, pues se consideraba a León como parte de Castilla y se reducía el país castellano a la sola porción minoritaria situada en la cuenca del río Duero; es decir, se iniciaba la cuestión partiendo de las dos grandes falsedades en que se asienta el embrollo castellano-leonés: a) la identificación de León con Castilla, y b) la eliminación en ésta de la mayor parte del territorio castellano.
La reiterada mención de la índole fundamentalmente leonesa de la Tierra de Campos no es una obsesión personal de quien esto escribe (97). Está basada en una realidad geográfica que no se puede pasar por alto sin dificultar el entendimiento de los orígenes y la historia del reino de León.
En la rápida ocupación de la vasta y poco poblada planicie existente entre Galicia y Asturias y los ríos Duero y Pisuerga y su repoblación con asturíanos, gallegos y gentes de las montañas de León, de norte a sur, y con mozárabes procedentes del Ándalus, de sur a norte, están la cuna y el nacimiento de lo que a la muerte de Alfonso III de Oviedo se llamó reino de León. Bien lo dijeron hace más de un siglo primero el gallego Colmeiro: la Tierra de Campos, "de donde salió el reino de León"; y después el portugués Oliveira Martins: la Tierra de Campos, "base geográfica del reino de León". Asiento geográfico que, ampliado con tierras vallisoletanas, zamoranas y salmantinas, formó con Galicia, Asturias y Extremadura el gran conjunto geopolítico de la corona leonesa.
Con indignación se enfrenta J. P. Aparício a los autores que no consideran a León sino como apéndice de la cuenca del Duero o de una Castilla-León acorde con los criterios utilizados durante los años del franquismo por las publicaciones de los bancos y las empresas hidroeléctricas (98). Es de lamentar que en su labor reivindicadora de la personalidad de León Aparicío comience por abandonar de antemano parte fundamental del país. Eliminar del antiguo reino de León su solar originario en la meseta del Duero medio es meterse de lleno, a oscuras y con los pies atados, en el embrollo histórico-geográfico castellano-leonés. No es posible comprender el fenómeno histórico de la independencia de Castilla ni el cultural del romance castellano si se ocultan sus orígenes cántabros. Ni se puede explicar el nacimiento del reino de León si del mapa peninsular se suprime la meseta leonesa del valle del Duero (99) (100).
"La ocultación que padece León -dice rotundamente Juan P. Aparicio- es tan ínmensurable que ya forma parte de su misma esencia. León y su ocultación pueden considerarse términos sinónimos. Desde la historia a la política y a la meteorología, todo contribuye a la ocultación de León" (101).
La ocultación de las respectivas personalidades históricas de León y de Castilla para suplantarlas por una confusa mezcla castellano-leonesa es un falseamiento (102) del pasado nacional de España que requiere inequívoca corrección.
El enredo castellano-leonés ha causado mucho daño entre quienes defienden las respectivas autonomías en ambas regiones. Así entre los intelectuales que activamente reivindican la personalidad leonesa es perceptible a veces la tendencia a derivar en sus nobles propósitos hacia un vago e infundado anticastellanismo; y no faltan tampoco castellanos que, recíprocamente, tiñen su defensa de la causa castellana con injustíficados matices antileoneses.
La lucha contra el confusionismo castellano-leonés es tan propia de los leoneses como de los castellanos. La autonomía del País Leonés no puede desligarse de la autonomía de Castilla: una y otra son parte de una misma causa nacional: el derecho de todos los pueblos de España a mantener sus propias tradiciones, culturas e instituciones dentro del conjunto español, según proclama en su preámbulo la Constitución de 1978.
La historia de España hemos de verla, sobre todo, con ánimo vital, como la epopeya de todos los españoles en un multisecular, duro y difícil empeño de creación nacional (aún no concluido decía Bosch-Gimpera en 1937) (103).
En la evaluación que el presidente de la Junta de Castilla y León hacía de los cien primeros días de gobierno de la nueva entidad autónoma destacaba la necesidad de aumentar la 'conciencia regional' (104). Claro está que no podía existir una conciencia regional donde no había una memoria regional; y mal podía haber memoria regional alguna de una región hasta entonces inexistentes. Por lecturas cultas o por transmisión de padres a hijos pueden quedar recuerdos hisióricos del antiguo reino de León: de Ordoño II restaurador de la capital; de las grandes batallas contra los moros en tierras leonesas (Zamora, Simancas y otros lugares del país); del famoso sitio de Zamora y del muy mentado caballero Vellido Dolfos, injustamente tildado de traidor; de las estrechas vinculaciones históricas de los leoneses con los gallegos y los asturianos; de la conquista de Extremadura por los ejércitos leoneses; de las famosas Leyes Leonesas o Fueros de León de 1020; de las Cortes leonesas que no castellanas- de 1188, primeras de toda Europa; y de otras muchas memorables efemérides leonesas... pero no de una región carente de historia e instaurada oficialmente en 1983. Lo que el declarante realmente sentía era la necesidad de crear una conciencia regional para una región recién creada.
Lo que los leoneses (al igual que los castellanos) necesitan no es improvisar una conciencia regional adecuada a la inventada nueva región castellano-leonesa, sino recupera su conciencia colectiva de leoneses.
En el pensamiento de cuantos de la cuestión nacional se ocupan está la idea de que la conciencia colectiva es el motor humano de todo desarrollo nacional o regional y de que esta conciencia comunitaria se nutre principalmente de la memoria histórica. Así venimos manifestándolo desde hace muchos años, cuando esto había que transmitirlo clandestinamente a España*. Reconstruir las historias regionales de toda España -la historia conjunta de todas las Españas- es una necesidad generalmente reconocida. Reconstruir las historias de León y de Castilla -hoy intrincadamente confundidas- es condición ineludible para que los respectivos pueblos puedan recobrar la conciencia comunitaria y continuar, con los demás españoles, la magna empresa por todos juntos protagonizada.
Para recupera la memoria histórica de Castilla es preciso recordar la realidad de un pasado colectivo sepultado bajo un montón de ocultaciones y mistificaciones acumuladas durante largos años de oscurantismo y confusión.
¿Qué fue Castilla en el pasado histórico español? ¿Qué es actualmente? ¿Qué puede ser en la España del mañana? se preguntan los castellanos que anhelan un desarrollo de su país en el reconocimiento de su personalidad regional al amparo de la Constitución vigente. Preguntas estas que requieren respuestas claras, porque nada firme se puede levantar si se asienta en la ignorancia y la confusión.
La conciencia colectiva de los pueblos con historia -la de Castilla es mucho más interesante que conocida- no se apaga fácilmente. Rescoldos vivos de ella suelen permanecer latentes mucho tiempo en las peores circunstancias, principalmente en el seno de grupos minoritarios que la conservan con fervor, y el fuego revive una y otra vez cuando la ocasión le es propicia.
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Es idea ampliamente aceptada que en los siglos medioevales están la razón y los principales cimientos históricos de la nación española. El atento examen de aquellos lejanos siglos puede aclaramos mucho el confuso panorama histórico español, uno y singular en su conjunto y plural y vario en su constitución interior.
Muchos son los falsos tópicos que en un confuso conjunto castellano-leonés embrollan hoy las respectivas historias de León y de Castilla; porque unos fueron los orígenes y el desarrollo histórico del reino de León y otros -muy diferentes- los de] condado independiente que, juntamente con los vascos, fundaron "los pueblos castellanos". Los orígenes del reino de León llegan hasta Covadonga a través de la monarquía neogótica asturiana. Los de Castilla remontan a las luchas de los pueblos vasco-cántabros contra los reyes ovetenses y los ejércitos musulmanes.
En las historias de "Castilla y León" que con motivo de la creación de la entidad autónoma así denominada se han publicado, se suele afirmar que en los siglos medioevales se gestaron las señas de identidad castellano-leonesas y se pusieron los cimientos de esta nueva región (105). Pero con relación a los siglos ix al xiii no es posible hablar de una historia conjunta castellano-leonesa, sino -al contrario- de un persistente antagonismo entre la monarquía astur-galaico-leonesa, por un lado, y los pueblos vascocastellanos, por el otro. Claro está que los pueblos de la corona de León (Asturias, Galicia y León) tuvieron orígenes y raíces medioevales muy diferentes a los del condado de Castilla y Álava. En capítulos anteriores hemos visto con mayor detalle que las luchas de los castellanos y los vascos contra los reyes de Oviedo aparecen en el panorama histórico español como continuación de las que los montañeses cántabro-pirenaícos mantuvieron tenazmente contra los visigodos de Toledo (106)(107). No hubo, pues, en los lejanos siglos ix al xiii historias ni raíces históricas conjuntas castellano-leonesas. Sí tuvieron entonces un desarrollo histórico común, dentro de una misma monarquía de estirpe goda, los tres países de la corona leonesa, frente a la cual actuaron unidos los condados vasco-castellanos. Recordemos que todavía en la época de Alfonso VI y el Cid tanto los cronistas árabes como los castellanos llamaban genéricamente gallegos a todos los súbditos de la corona de León (108)(109)(110).
Las historias de León y de Castílla no se limitan a la Edad Media, pero si puede afirmarse que durante la Edad Media -y más acentuadamente hasta el siglo xiv ambas historias tienen en estos siglos significación especial y muy diferente en cada uno de los conjuntos de países a que León y Caltilla respectivamente están ligados: Asturias, León, Galicia, Portugal -hasta su separación- y Extremadura en tomo al trono leonés; Castilla y las comunidades vascongadas en tomo al condado -después reino- castellano,
Estudiar aspectos monográficos de la historia de Castilla a partir del siglo XVI, cuando el nombre de Castilla se confunda con el amplio conjunto de los países de las coronas unidas de León y Castilla -y aun con España entera-, llamar a esto singularidades castellanas y extrapolar los resultados a los siglos X al XIII es producir una mezcolanza histórica buena para derivar de ella el conglomerado castellano-leonés y la descuartizado Castilla que el actual mapa de las entidades autónomas nos muestra.
"Desde la Baja Edad Media escribe Carlos Estepa- el antiguo reino de León formó pareja indisoluble con Castilla, y esta realidad se trasmitió a la Edad Moderna". Tan breves, sencillas y en apariencia inocuas palabras -leídas en solemne ocasión (111) lejos de expresar una sabida verdad envuelven un cúmulo de confusiones que mucho dificultan el entendimiento de la historia conjunta de la nación española. El antiguo reino de León no formó en la Edad Media con Castilla una pareja indisoluble. Muy al contrario: durante mucho tiempo hubo entre ambos estados medioevales enconadas diferencías y antagonismos de los que tanto en la historia como en la tradición y la literatura quedan abundantes trazas. Tales antagonismos se manifiestan con especial intensidad en el reinado de Alfonso VI de León y I de Castílla.
Por inesperados azares de la historia el joven leonés Fernando III (hijo de Alfonso IX de León y nieto por parte materna- de Alfonso VIII en la nomenclatura general y III de este nombre en Castilla) reunió en su cabeza, en 1230, las coronas de León y de Castilla, la primera anterior y de mucho mayor legado que la segunda. La corona leonesa abarcaba -no sobra repetirlo- Asturias, Galicia, León y Extremadura. La castellana, Castilla propiamente dicha y las comunidades vascongadas, con el agregado del reino de Toledo de estructuras sociopolíticas de estirpe godo-leonesas- que, aunque conquistado por Alfonso VI de León, en el reparto herencial de Alfonso VII había pasado a la corona de Castilla. A esta corona leonés-castellana se sumaron después de las respectivas conquistas los reinos moros de Murcia y Andalucía (Córdoba, Jaén, Sevilla y Granada).
No, pues, una pareja indisoluble de León y Castilla, sino dos múltiples coronas unidas o una gran corona abarcadora de muchos y muy diferentes países. Por herencia histórica, estructuras sociales, leyes y cultura había muchas más afinidades entre León, Asturias, Extremadura y Toledo que entre León y la auténtica Castilla. Basta recordar que hasta tiempos relativamente recientes Oviedo perteneció a la provincia de León mientras la Montaña santanderina y la Rioja eran parte de la provincia de Burgos; que en el País Vasco y el Bajo Aragón ya se hablaba el castellano cuando en la Tierra de Campos aún no se había extinguido el bable; que a comienzos del presente siglo xx los filólogos todavía podían estudiar el leonés como lengua popular de las zonas occidentales de las provincias de Oviedo, León, Zamora y Salamanca. A partir de la unión definitiva de las coronas de León y de Castilla la legislación y las estructuras sociales leonesas - con el Fuero Juzgo traducido al castellano- se extendieron por toda la España meridional, mientras los castellanos y los vascos continuaron rechazando tal Fuero.
Siglos de la historia de España y países enteros del mapa peninsular habría que suprimir -y mucho que inventar- para poder presentar en nuestro complejo panorama nacional español una singular e indisoluble entidad histórica específicamente castellano-leonesa encajada en la cuenca del Duero.
En la exposición de un supuesto proceso absorbente de León por Castilla se silencia por completo la condición puramente nominal, titular y protocolaria de la precedencia del nombre castellano. Lo demás salvo la lengua (originaria y propia de los núcleos reconquistadores norteños de substrato lingüístico eusquérico): la tradición unitaria, las estructuras sociales, las leyes, las instituciones eclesiásticas, civiles y militares y la monarquía imperial, todo es fundamentalmente de origen godo-romano y pasa al Estado español a través de la corona asturleonesa y las dinastías de los Trastámaras, Austrias y Borbones.
Uno de los más destacados casos de ocultación del papel histórico desempeñado por el antiguo reino de León para presentar una obra como castellana es el de las primeras Cortes, "En el siglo XII dice Julio Valdeón- el núcleo político meseteño protagonizó un acontecimiento excepcional al anticiparse a las restantes naciones europeas en la creación de instituciones representativas. Tal fue el caso de las Cortes de León del año 1188" (112). A partir de aquella fecha se dice que funcionó en León y en Castilla una monarquía de perfiles democráticos. Pasada la Edad Media, "desde el siglo XVI Castilla se confundía con demasiada frecuencia con España. Así la singularidad castellanoleonesa se disolvía en el crisol de lo español" (112). La reunión de las primeras Cortes de España fue un hecho singular de la corona leonesa, se llevó a cabo en la ciudad de León, convocada por un rey leonés que no lo era de Castilla. Acudieron a ellas prelados y nobles gallegos, asturianos y leoneses y representantes de los principales concejos municipales leoneses. Destacada fue la presencia del arzobispo de Compostela cabeza oficial de la Iglesia de la corona de León. Los decretos reales que de estas cortes salieron no rigieron en Castilla sino en tierras de Galicia, Asturias, León y Extremadura. No puede, en modo alguno, hablarse en este caso de una singularidad castellano-leonesa, sino de una conjunción o unión astur-galaico-leonesa con total ausencia o apartamiento de Castilla. (Recuérdese que el reinado de Alfonso IX de León fue una época de enconadas luchas entre Castilla y León).
Ya hemos visto que Castílla no tuvo Cortes hasta años después de la unión de las coronas, y que en realidad a los viejos castellanos -como a los vascos- más que acudir a Cortes que decretaran nuevas leyes lo que entonces les interesaba era la defensa de sus viejos fueros, usos y costumbre, Cuando después, ya en tiempos del ernperador Carlos V y de Felipe lI, las Cortes lo eran de los reinos unidos de León, Castilla, Toledo, Andalucía y Murcia, el número de los procuradores castellanos no llegaba ni a la mitad del total. Las impropias expresiones de Cortes de Castilla, Cortes castellanas, Cortes de tipo castellano, frecuentemente utilizadas en el lenguaje de los historiadores con olvido de las raíces y los orígenes leoneses de tan importante institución, han contribuido mucho a mantener el confusionismo y distorsionar la realidad en aspectos fundamentales de la muy compleja historia de la nación española.
Los historiadores gallegos acusan a veces a Castilla de haber aplastado las viejas libertades de Galicia con su centralismo político y su espíritu imperialista. El pueblo gallego dice Sánchez-Albornoz comentando el caso- "no tenla libertades que perder, porque desde siempre había vivido sometido al señorío de obispos, abades y nobles". El pueblo de Galicia no estuvo representado en las Cortes de León y Castilla porque sólo acudían a ellas los concejos urbanos libres, y ninguno lo era en Galicia). Y ha continuado hasta ayer dominado por sus nuevos señores los caciques; caciques de su tierra, no caciques castellanos, importa recordarlo (1 13).
Como ejemplo concreto de subyugación del pueblo gallego por el 'centralismo castellano' suele citarse el caso de la usurpación que la 'ciudad castellana' de Zamora realizó durante mucho tiempo del derecho de representación en las Cortes de las ciudades gallegas. La verdad dice Colmeiro- es que los antiguos reinos de Asturias y Galicia llegaron a forma un solo cuerpo con el de León (... ). La perfecta asimilación de los tres reinos unidos ofrece la seguridad de que las entidades y villas de Asturias y Galicía, aunque no enviasen procuradores, estaban representadas en las Cortes por la ciudad de León. Por razones no conocidas la ciudad leonesa de Zamora se apropió el privilegio de hablar en las Cortes por el reino de Galicia. Contra esta usurpación reclamaron en las Cortes de Santiago de 1520 el arzobispo de Santiago y los condes de Víllalba y Benavente alegando que en tiempos pasados el reino de Galicia había tenido voto en Cortes por su antigüedad y nobleza, y pidieron ser reconocidos como procuradores del reino de Galicia. El emperador no se cuidó de dirimir la contienda y las cosas siguieron igual hasta que en 1623 Felipe IV dio voto en Cortes a Galicia(114)(115).
En este caso es manifiesta la existencia de tres errores: a) Confundir a Castilla con León y presentar como castellana una ciudad -Zamora- totalmente leonesa; b) No tener en cuenta la estrecha vinculación de León con Galicia, países ambos pertenecientes durante la Edad Media a la misma corona y a igual ámbito político, social y cultural como bien señala Colmeiro. c) Considerar disparatadamente que Galicia se hallaba bajo el dominio de Castilla, país del que incluso geográficamente se hallaba muy alejada.
Rescatar las historias de León y de Castilla, libres de las confusiones que las adulteran, es urgente necesidad para devolver a estos pueblos la conciencia comunitaria cuando las restantes nacionalidades de España se fortalecen y desarrollan al amparo de la nueva Constitución. Tarea que requiere paciencia, tenacidad y vigor y debe comenzar por definir sin equívocos los que en la geografía y la historia conjunta de la nación española significan los nombres de Castilla y de León que generalmente aparecen confundidos y revueltos con múltiples contradicciones.
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Rescatar las historias de León y de Castilla, libres de las confusiones que las adulteran, es urgente necesidad para devolver a estos pueblos la conciencia comunitaria cuando las restantes nacionalidades de España se fortalecen y desarrollan al amparo de la nueva Constitución. Tarea que requiere paciencia, tenacidad y vigor y debe comenzar por definir sin equívocos los que en la geografía y la historia conjunta de la nación española significan los nombres de Castilla y de León que generalmente aparecen confundidos y revueltos con múltiples contradicciones.
Cuando de acuerdo con la Constitución se procedió a estructurar España conforme a las nacionalidades o regiones históricas que la componen con el fin de proteger a todos sus pueblos en el ejercicio de sus culturas, tradiciones e instituciones, después de reconocer la personalidad de doce de ellas (Andalucía, Aragón, Asturias, Cataluña, Extremadura, Galicia, Islas Baleares, Islas Canarias, Murcia, Navarra, País Vasco y Valencia) se decidió sin mayores consideraciones- suprimir del mapa nacional las tres restantes: el antiguo reino de León, Castílla y el antiguo reino de Toledo (o Castilla la Nueva); y establecer en su lugar cinco regiones político-administrativas de nueva creación; cosa increíble que asombra a quien, con algún respeto, mira al pasado y contempla el panorama histórico de la nación española.
Suprimir, sin más ni más, como se aparta un estorboso tropiezo, el antiguo reino de León, la entidad geopolítica más importante de la España medioeval, el núcleo que de los siglos x al xiii realizó los esfuerzos guerreros más duros de la Reconquista y soportó las cargas más pesadas, el continuador de la civilización hispano-godo-romana, el milenario estado que el año 1188 convocó las primeras Cortes de Europa; eliminar a Castilla como tal del conjunto de los pueblos o nacionalidades de España y destazar el país castellano en cinco porciones pasando del mito de una Castilla dominadora que era todo (lo real y lo imaginable: madre paridora, alma, cabeza, brazo armado y capitana de España) a la negación de la existencia de una nacionalidad castellana con derecho a propio solar en el conjunto de las Españas; borrar del mapa de las regiones históricas de la Península Ibérica el antiguo reino de Toledo centro de la Hispania vísígoda y núcleo cultural, después, de la España de las tres religiones; todo ello constituye una acumulación de gravísimos errores nacionales, políticos y culturales. Y todo ello llevado a cabo por acuerdos tomados precipitadamente sin previo conocimiento ni ulterior aprobación expresa de los pueblos afectados y aún (casos de las provincias de León y Segovia) contra su manifiesta voluntad mayoritaria.
Se dice que a partir de 1230 Castilla y León formaron una sola monarquía -generalmente llamada castellana- y una sola entidad nacional en el conjunto peninsular. Los leoneses, más que ninguna otra nacionalidad histórica porque son los más inmediatamente afectados, deben rechazar rotundamente tal concepción porque en esta 'Castilla' quedan incluidas León, Asturias y Galicia -tres reinos y regiones históricas anteriores a Castilla-, Extremadura, el País Vasco, Toledo, Andalucía Y Murcia. Dede entonces, entre 1230 y 1474, esta gran corona impropiamente denominada castellana estuvo dividida en cinco grandes circunscripciones: 1. León; 2. Galicia; 3. Castilla; 4.Murcia; y 5. Andalucía o Frontera (116).
Uno de los falsos tópicos más extendidos en los ensayos históricos en tomo a España es que a partir de la unión de las coronas de León y Castilla, y más aún a partir de Alfonso X el Sabio la idea imperial leonesa es sustituida por la concepción castellana del imperio que finalmente cuajará en el reinado de¡ emperador Carlos I de España y V de Alemania. Reiteradamente hemos visto que la idea imperial y unitaria del Estado es ajena a la tradición castellana y que el origen de esta grave confusión está en que el nombre de Castilla -por razones fortuitas- ha venido encabezando la larga titulación real de un gran conjunto de estados y países en que lo propiamente castellano salvo la lengua- siempre ha sido minoritario.
La clara definición histórica y geográfica de León y de Castilla es, pues, ineludible si estas dos entidades, relevantes en la formación de la nación española, han de ocupar en el mapa el lugar que les corresponde entre los pueblos de España. Entre las características generales del antiguo reino de León que requieren ser ampliamente conocidas destacan tres fundamentales: a) un país que tiene por principal base geográfica la cuenca media del río Duero, incluida toda la Tierra de Campos, hasta la raya tradicional con Castilla; b) unas estructuras sociales y políticas de estirpe godo-asturiana que tienen su expresión jurídica en el Fuero Juzgo romanovisigótico; c) un grupo lingüístico oriundo del romance visigodo de Toledo heredado a través de la monarquía asturiana y de los repobladores mozárabes. Estas son las características principales que, con otras muchas, distinguen al País Leonés, su historia y su herencia cultural de su vecina Castilla.
Si desde la fundación del reino de León en el siglo x y durante la Edad Media las ciudades de León y Zamora -después también la de Salamanca- fueron las más importantes del País Leonés, después de la última unión con Castilla, y más aún a partir de los Trastámara, Valladolid fue adquiriendo rápidamente una importancia mayor. Valladolid no es una ciudad leonesa solamente por el mero hecho de que su fundador fuera el famoso conde Ansúrez, principal personaje de la corte del rey de León. El lugar fue repoblado por gentes de los señoríos de los Ansúrez, que hablaban leonés y se regían por las leyes leonesas. La fundó de hecho el conde para trasladar a este bien situado lugar la capital de sus vastos dominios leoneses (en la Liébana, Monzón, Carrión, Toro ... ) que hasta entonces había estado en Santa María de Carrión, en plena Tierra de Campos; y se celebró su fundación con la asistencia del propio monarca y los grandes magnates y prelados del reino (obispos de Santiago de Compostela, Oviedo, Lugo, León, abad de Sahagún...). Tuvo un municipio al modo leonés, no un concejo comunero como los de Cuéllar, Coca, Sepúlveda y Arévalo de la vecina Castilla. Fue, pues, una población completamente leonesa en todos sus aspectos. Cuando el señorío feudal de Valladolid pasó, por matrimonio de la hija de Pedro Ansúrez, a un magnate catalán (conde de Urgel y de Valladolid) las tierras del Pisuerga fueron repobladas en parte por catalanes.
En un reciente estudio (muy interesante en cuanto el autor ha sabido eludir el embrollo castellano-leonés) observa Diez Llamas que Valladolid situado en ángulo sureste del reino de León, debe su gran desarrollo después de la unión de las coronas de León y Castilla, precisamente a esta unión y esta situación geográfica y a su condición de centro político. Desde Valladolid -añade este autor- se ha venido propugnando la fusión de las tierras castellanas y leonesas del Duero en una región castellano-leonesa con capital en la ciudad del Pisuerga que ha ejercido así una función despersonalizadora tanto de lo castellano como de lo leonés (117).
Claro estaba desde mediados del siglo xix el proyector de la oligarquía llamada agraria de la planicie del Duero de crear una nueva entidad político administrativa "castellano-leonesa" regida desde Valladolid, y así lo advirtieron los más despiertos regionalistas propiamente castellanos desde finales de dicha centuria, lo que por fin se llevó a cabo en 1983 con resultados desastrosos para la personalidad de Castilla porque la nueva confusa y confundidora región ha surgido tras la división del territorio castellano en cinco trozos y la incorporación de uno de ellos al nuevo ente castellano-leonés. En este atropellado proceso la región leonesa ha salvado su integridad territorial, pero ha perdido su identidad histórica y su tradición cultural en un revuelto conglomerado de provincias leonesas y castellanas. Desde el punto de vista del desarrollo material la ciudad de Valladolid ha crecido desde entonces desorbitadamente a costa de frenar el progreso de Burgos como tradicional cabeza de Castilla y de restar atribuciones y succionar energías a las provincias castellanas de Soria, Segovia y Ávila. Los datos estadísticos comparativos al respecto son harto elocuentes.
Aunque en algunos casos excepcionales sucede lo contrario, los hombres no escriben la historia para inventar o justificar naciones, sino que encuentran en ella las raíces y la explicación de las comunidades nacionales a las cuales tienen la conciencia de pertenecer.
Se dice que la historia es evolución y cambio con arreglo a las necesidades del presente (118), no intento de mantener el pasado. Pero hay pueblos y naciones que evolucionan, cambian y avanzan desarrollando su herencia histórica y enriqueciendo su cultura a la vez que participan activamente en el progreso universal; mientras otros, olvidados de su pasado y perdida su conciencia comunitaria, se dejan llevar pasivamente por el acontecer de la época, adaptándose sumisos a las circunstancias predominantes, Cataluña, por ejemplo, mantiene hoy su personalidad y su cultura más vivas que nunca contribuyendo con ellas al desarrollo del conjunto español, mientras gran parte de los castellanos pierden su conciencia comunitaria a la vez que olvidan su pasado nacional.
Las naciones, como todas las sociedades humanas, cambian constantemente. Conflictos nacionales siempre los ha habido; y los hay actualmente en diferentes partes del mundo; algunos de ellos muy graves y horrendos en sus manifestaciones. Suelen gestarse lentamente y con el tiempo pueden enconarse y aun llegar a estallar cuando parecían extinguidos. A comienzos del presente siglo, en Bélgica parecía que al flamenco le quedaban pocos años de vida ante la superioridad idiomática del francés; y nadie podía imaginarse que a finales de la centuria el flamenco iba a tener en el país más vigor que su poderoso rival. También parecía entonces inevitable la lenta extinción de los múltiples idiomas minoritarios que pervivían en el centro de Europa y en los Balcanes. ¿Quiénes consideraban en 1930 que la explosión de los nacionalismos reprimidos pudiera poner en peligro la existencia de la entonces poderosa U.R.S.S.? ¿Quiénes temían en 1945 el furor de los nacionalismos en una Yugoslavia donde miles de ciudadanos de sus diversos pueblos habían luchado heroicamente unidos contra el invasor alemán?
Hace noventa años ningún político o sociólogo consideraba en España como grave amenaza el estallido de conflictos nacionalistas. En 1932 quien esto escribe oyó a Unamuno palabras sobre los nacionalismos catalán y vasco que distaban mucho de manifestar honda preocupación por el asunto. Don Miguel, al parecer, no tomaba entonces muy en serio las actividades de los nacionalistas a los que calificaba de pequeños grupos de orates. ¿Quién en aquellos días podía predecir la locura criminal de una ETA?.
Hoy apenas es advertida la existencia en tierras de León y de Castilla de miles de ciudadanos descontentos y moralmente doloridos por la eliminación de sus respectivas regiones del mapa nacional de España sin consideración alguna hacía estas dos viejas y otrora eminentes nacionalidades históricas. ¿Puede alguien estar seguro de que este descontento no será origen de futuros conflictos? Confiamos en que, llegado el caso, serán resueltos pacífica y democráticamente sin mayores males.
Desde la constitución del gobierno de la nueva entidad castellano-leonesa el embrollo y las tergiversaciones históricas en tomo a ambos países han aumentado aceleradamente. Se han recordado y celebrado como efemérides castellanas hechos notables mucho más leoneses, andaluces o toledanos que propios de Castilla, mientras que sucesos sobresalientes de la historia de ésta, dignos de amplia celebración, han sido reducidos a hechos de mera significación comarcal ajena a Castilla.
En 1994, con ocasión del quinto centenario del Tratado de Tordesillas que dividía el Nuevo Mundo en dos hemisferios, el gobierno regional de Castilla y León conmemoró la fecha como si se tratara de un convenío internacional entre Castilla y Portugal cuando en realidad lo fue entre el rey Juan II de Portugal y los Reyes Católicos como gobernantes de las coronas unidas de Castílla y de León (reyes, pues, de Castilla, de León, de Toledo, de Asturias, de Galicia, de Extremadura, de Córdoba, de Sevilla, de Jaén, de Granada, de Murcia y señores de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa). Fue, pues, un acontecimiento en realidad muy minoritariamente castellano. Es de recordar además que política y económicamente los países meridionales predominaban entonces en el conjunto peninsular, y que Castilla propiamente dicha siempre ha estado separada de Portugal por el amplio espacio leonés.
En contraste con casos como este de mal uso del nombre de Castilla, acontecimientos como el nacer de la lengua castellana en la Montaña cantábrica, la escritura de las Glosas Emilianenses, o de la Vida de San Millán de la Cogolla por Gonzalo de Berceo, o el noveno centenario del Fuero de Logroño en 1995, que debieron haber tenido amplia repercusión en toda Castilla, apenas fueron objeto de conmemoraciones locales. Lo inequívocamente castellano se está relegando a un plano secundario o es reemplazado por lo confusamente castellano-leonés.
El olvido es un elemento de significación negativa que también -ya lo sabía Renán (119)- interviene activamente en la formación de las nacionalidades. En España la creación de una nueva embrollada entidad castellano-leonesa tras la eliminación de ambas viejas nacionalidades está basada en el simultáneo olvido de muchas cosas cuyo conocimiento es esencial para la viva permanencia de cada una de ellas.
El olvido voluntario es grave atentado contra la historia. El recuerdo histórico, se ha dicho, además de un atributo de la libertad es una ineludible obligación cívica.
Por otra parte dice Caro Baroja- en la historia de todo ciclo social hay que contar de modo constante con múltiples factores individuales y con el azar que hace que los hechos sucedan de una u otra manera (120). Y, en otro lugar, el mismo autor manifiesta el deber que todo historiador tiene de mirar con ojos críticos cómo fueron las cosas en su tiempo y no con ojos apasionados de épocas posteriores (12 1).
Reconstruir en la memoria colectiva sin confusionismos cada una de las tres regiones que son los antiguos reinos de León, Castilla y Toledo; utilizar en ello las mejores técnicas, no olvidar un venerable pasado histórico, ni destruir el legado de la tradición, sino revitalizarlo y mejorarlo en lo que tenga de valioso e imperecedero, tal es la solución del confuso embrollo que la ignorancia, la politiquería e intereses oligárquicos han creado en torno a estas tres regiones. El primer paso efectivo hacia ella es por lo tanto acabar con la ignorancia y la confusión imperantes mediante una labor de esclarecimiento e información. Tarea que requiere perseverancia y tiempo, por lo que sólo puede dar frutos a largo y mediano plazo.
*
La autonomía de Castilla no puede ser un asunto de elites, sino que debe asentarse sobre amplia base mayoritaria para evitar que la conciencia nacional sea mal utilizada y sirva de instrumento para enfrentar a los pueblos de unas nacionalidades o regiones con los de otras. En todo caso hay que respetar la conciencia colectiva que sólo puede ganarse democráticamente conquistando convencimientos y voluntades, lo que también requiere tiempo y constancia.
A continuación recordamos algunos de los aspectos del gran embrollo con que topa el renacer castellano.
A) La creación del conglomerado castellano-leonés se ha llevado a cabo sin la previa consulta a los pueblos afectados que ni siquiera fueron debidamente informados.
B) La integración de las entidades autónomas llamadas Castilla y León y CastillaLa Mancha comenzó por desintegrar a la propia Castilla que ha sido dividida en cinco pedazos: 1) la Montaña cantábrica, cuna de Castilla y de la lengua castellana; 2) la Rioja, principal foco cultural de la primitiva Castilla; 3) la provincia de Madrid; 4) las provincias de Burgos, Soria, Segovia y Ávila; 5) las provincias de Guadalajara y Cuenca.
C) Desde el punto de vista de una historia nacional, una Castilla sin la Montaña cantábrica y la Rioja es tan inconcebible como lo sería una Cataluña sin Lérida y Gerona o una Andalucía sin Córdoba y Granada.
D) La unión de cuatro de las nueve provincias castellanas al reino de León y dos al de Toledo (o Castilla la Nueva) para formar nuevas entidades autónomas carentes de raíces y de tradición histórica no es arbitrariedad menor que lo sería añadir a Cataluña medio Aragón o agregar a Extremadura gran parte de Andalucía.
E) La creación de una gran región con las provincias leonesas y parte de las castellanas lejos de acabar con el viejo centralismo ejercido desde Madrid- lo ha sustituido por otro nuevo, más agobiante, de menor radio, dependiente de Valladolid.
F) La inclusión forzosa de la provincia de Segovia en una región que no es ni siente suya contra la manifiesta voluntad de la gran mayoría de sus ayuntamientos constituye un malísimo comienzo de una entidad constitucionalmente democrática.
Entre las muchas maneras de definir erróneamente a Castilla recordamos ahora dos de las principales.
La primera es identificarla con la llanura leonesa de la Tierra de Campos. Entre dos fotografías, en dos páginas enfrentadas de un bello libro sobre el Camino de Santiago, se halla el siguiente texto explicativo: "Un paisaje leonés. Las tierras de Castilla, nobles y serenas, nos hacen recordar las palabras de Miguel de Unamuno...... Una vez más la llanura leonesa tierra sin curvas- se presenta como paisaje típicamente castellano (122).
Otra manera de definir a Castilla -la Castilla sin límites-, de hecho muy empleada después de las entelequias castellanistas de la generación del 98, es por eliminación: Castilla es lo que queda de España (ya mutilada de Portugal) después de sustraerle Galicia, Asturias, el País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña, Valencia y todas las Islas y a veces Andalucía (puesto que los gallegos, vascos, catalanes, etc. no son castellanos). Queda así una Castilla que al decir de Madariaga- tiene tanto que ver con Castilla como las coplas de Calaínos (123). Estamos hoy en España decía hace unos años Julio Caro- ante el intrincado problema político de aplicar unas leyes autonómicas en "regiones históricas" que a la par resulten favorables a la marcha general del país. Se ha llegado a implantar unos importantes estatutos de autonomía y se proyectan otros: unos tienen fuertes razones históricas de existir; otros no parece que se deban más que a elucubraciones oportunistas (124). Se confunde el castellanismo con el centralismo y no se distingue entre Castilla la Nueva, Castilla la Vieja y el reino de Castilla. La realidad es que a menudo se confunden tierras y coronas con una falta" absoluta de criterio (1 2 5).
Si España es una comunidad de pueblos, nacionalidades o regiones históricas entre los que Castilla cuenta con su propia entidad, ésta, a su vez, fue un conjunto de comarcas o provincias -los pueblos castellanos del Poema de Fernán González- unidos o federados en un conjunto con una autoridad común conde independiente primero, rey después- en el curso de su vieja historia. De aquí el comentario del historiador gallego Manuel Colmeiro. "Parecía Castilla una confederación de repúblicas trabadas por un superior común, pero regidas con suma libertad, donde el señorío feudal no mantenía los pueblos en penosa servidumbre" (126). El número de estas comunidades históricas fue reduciéndose con el tiempo y los avances del centralismo político en torno a las que en 1833 formaban las nueve provincias de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia, Ávila, Madrid, Guadalajara y Cuenca (estas tres últimas incluidas en la llamada Castilla la Nueva). Este conjunto territorial tuvo en los siglos medioevales una cabeza o capital política (más simbólica que otra cosa, pues la corte castellana era en realidad itinerante) que durante mucho tiempo fue la ciudad de Burgos, Caput Castellae.
A pesar de su escasa extensión territorial y su falta de tradición de autogobiemo (carecían incluso de enseñas medioevales propias) las en 1982 provincias de Santander y Logroño obtuvieron fácilmente los respectivos estatutos de autonomía como entidades regionales con los nombres de Cantabria y la Rioja. En manifiesto contraste con esto las provincias de León y de Segovia herederas directas de relevantes historias (la capital leonesa fue asiento del trono más eminente de la España medioeval; y Segovia cabeza de la más famosa de las comunidades de Castilla) no pudieron obtener las correspondientes autonomías que sus habitantes deseaban. Fracasaron así dos proyectos de autonomías uniprovinciales que hubieran podido ser respectivamente focos de irradiación de las aspiraciones regionalistas leonesas y castellanas y núcleos del renacimiento de dos de las más viejas nacionalidades de Europa.
Cantabria y la Rioja son dos comarcas castellanas que sin mencionar siquiera el nombre de Castilla han salvado su personalidad comarcal, es decir, su particular castellanía. Ahí están -en el nuevo mapa de España- en condiciones de contribuir algún día a la reintegración de Castilla, si sus restantes comarcas despiertan del actual letargo. Esto es lo que, con elevada conciencia, se proponía Segovia cuando, forzosamente y contra toda consideración democrática, fue incorporada al conglomerado castellano-leonés.
Hoy, la Montaña cantábrica y la Rioja aunque muchos de sus ciudadanos no sean conscientes de ello- constituyen dos baluartes de un posible renacer castellano; mientras Burgos, Soria, Segovia y Ávila pierden su vieja personalidad y adulteran su historia en el conjunto castellano-leonés; a Guadalajara y Cuenca les ocurre lo mismo en el castellano-manchego; y los pueblos de la provincia de Madrid se reducen más y más a impersonales satélites de la gran capital. Por otra parte es de recordar que la actual entidad autónoma de Cantabria incluye la pequeña comarca de la Liébana, radicalmente leonesa, que tanta importancia tuvo desde los tiempos del famoso Beato en la conformación cultural y política de la corona asturleonesa y siempre tierra de romance bable. La incorporación de esta comarca a la provincia de Santander fue uno de los errores políticos de la división provincial de 1833. Ya el Manifiesto de Covarrubias declaraba que la Montaña cantábrica y la Rioja son dos trozos de Castilla que mantienen su propia personalidad y cuyas respectivas autonomías uniprovinciales deben ser decisivos baluartes en la lucha por la reconstrucción de la nacionalidad castellana. Ambos fueron partes fundamentales de la Castilla histórica y están llamadas a serio en la del porvenir. Una Castilla sin las tierras de la Montaña santanderina y sin la Ríoja, es tan inconcebible como una Cataluña sin Gerona un Aragón sin Huesca o una Andalucía sin Córdoba o Granada. Cuando los santanderinos y los riojanos se dieron cuenta de que no se trataba de crear una comunidad autónoma castellana sino de incorporar la Montaña y la Rioja a un inventado complejo castellano-leonés con centro en Valladolid, decidieron acogerse al derecho a las respectivas autonomías uniprovinciales que la Constitución les otorgaba. Decisión que, a nuestro parecer, fue muy acertada y provechosa tanto para estas dos comarcas castellanas como para el porvenir regional de Castilla entera: las comunidades de Cantabria y la Rioja pueden ser algún día sólidos cimientos de una nueva castellanidad. Cantabria es el solar originario de Castilla. En él nació también el romance castellano; y de sus verdes montañas salieron los conquistadores que, juntamente con sus vecinos los vascos, avanzaron de norte a sur extendiendo su lengua y sus costumbres por las sierras de la Celtiberia castellana. Cántabros fueron los abuelos del conde Fernán González. La llamada Merindad de Castilla Vieja se extendía desde las sierras nororientales de la actual provincia de Burgos hasta la costa de Laredo y Castro Urdiales, La Rioja es zona de conjunción de las tres estirpes prerromanas que componen el substrato étnico de Castilla: cántabros, vascos y celtíberos. Es además una comarca muy rica en símbolos tradicionales de la nacionalidad castellana: cuna de San Millán de la Cogolla, evangelizador de los cántabros y patrón de Castilla; de las Glosas Emilianenses, primeras líneas escritas en romance castellano; de Gonzalo de Berceo, primer poeta de nombre conocido de la literatura castellana; y de Santo Domingo de Silos, figura relevante de la cultura castellana altomedioeval.
Se oye a veces: "Yo no tengo patria: me siento ciudadano del mundo", palabras que expresan un sentimiento respetable. Quienes así hablan se presentan como individuos cosmopolitas entre millones de seres que los rodean, personas sin raíces en tierra alguna, ni concreta inserción en el conjunto de la humanidad. El ser humano se vincula normalmente a la madre tierra a través del país o de los países donde vive o ha vivido, y a la humanidad mediante su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo y sus compatriotas. En este aspecto quien esto escribe considera muy rica su experiencia personal. Nacido en Segovía y con muchos años de residencia en León, se siente castellano en Castilla y leonés en León (y en ningún sitio eso que llaman castellano-leonés). En días aciagos para España tuvo que huir de ella -¡tremenda paradoja!- por haberle sido leal. Encontró en Méjico una segunda patria, hoy para él entrañable como la de nacimiento, y nuevos amigos y nuevos compatriotas, sin olvidar los de la primera.
A propósito de la identidad nacional, y después de advertir que es preciso no confundir lo que es con lo que se desea que sea y no tergiversar todo, empezando por la historia, dice Caro Baroja que si hay una "identidad" hay que buscarla en el amor. Amor al país en que hemos nacido o vivido. amor a su paisaje, a su idioma v a sus costumbres, sin exclusivismos; amor a sus grandes hombres, amor también a los vecinos y a los que "no son como nosotros". Lo demás, es decir. la coacción, el ordenancisino, la agresividad, cierto mesianismo amenazador... ni es signo de "identidad" ni es vía para construir o reconstruir un país que está muy desintegrado desde todos los puntos de vista (127). En el interés por lo nacional hay mucho de interés por la historia colectiva. Todo pasado es en cierto modo presente pero cuando el pasado es una falsificación la historia y el presente se convierten en leyenda irreal.
El sentimiento de amor al país y a su historia es el que hoy leoneses como Luis Herrero Rubinat llaman "sentimiento de región" (128); el mismo que ha llevado a los segovianos a oponerse a la incorporación forzosa de Segovia a la nueva entidad castellano-leonesa.
A través de luchas convulsiones históricas no acabadas todavía -decía Bosch Gimpera en 1944- asistirnos al revivir de los pueblos españoles; cuya evolución interrumpieron el imperio romano y el visigodo, como luego el de los Austrias, impotente, lo mismo que el absolutismo moderno o la uniformidad administrativa y centralista, para unificar violenta o artificialmente lo que fue y sigue siendo abigarrado y diverso (129).
Castilla atraviesa una etapa de su milenaria,,historia que puede ser decisiva para su supervivencia como entidad con personalidad propia en el conjunto de los pueblos de España. 0 se produce en el país un renacimiento regional que lo levanta con vigor o la nacionalidad castellana o se extingue como tal en el seno de ese confuso ente político-administrativo oficialmente denominado Castilla y León. Tal es el dilema que aprisiona su futuro.
Mantener la castellanía no es aferrarse al pasado ni defender el presente es mantener viva una conciencia colectiva y sus raíces, crecer y crear el futuro. Como tantas otras cosas en la vida de los pueblos, la autonomía de Castilla es una cuestión de conciencia y de voluntad colectivas: depende de que los castellanos crean en sí mismos y en su colectividad regional, y de que quieran el autogobierno de su país como los gallegos, los asturianos. los vascos, los navarros, los aragoneses, los catalanes, los extremeños, los valencianos, los murcianos, tos andaluces, los baleares y los canarios han querido y obtenido el suyo. Eso es todo.
Nadie hará por Castilla lo que no hagan sus hijos. Esta es una realidad evidente sobre la cual debe asentarse todo proyecto de renacimiento regional. La región habrá de atenerse a su propio esfuerzo; lo demás le vendrá por añadidura en función de lo que éste valga. Castilla será lo que los castellanos logren hacer de ella.
El nuevo florecer de España, al que con personalidad y cultura propia han de contribuir sus diversos pueblos, necesita que los castellanos todos desde la Montaña cantábrica hasta las serranías de Cuenca- recuperen la memoria histórica y la conciencia comunitarias perdidas. Castilla debe ocupar, junto a los pueblos hermanos, el lugar que por su historia y sus posibilidades le corresponde.
Ciudad de Méjico, agosto de 1996.
96 Julio Valdeón: Castillo y León: la identidad perdida. Hlistoria 16. Madrid. Abril. 1978.
97 Juan Pedro Aparicio: Ensayo sobre las pugnas, heridas, capturas, expolios y desolaciones del viejo reino de León. En el que se apunta la reivindicación leonesa de León. León, 198 1. p. 24.
98 íd., ibídem. p. 22.
99 Manuel Colmeiro: De la Constitución y del Gobierno de los Reinos de León y Castillo. Madrid.1855. T.1, p. 16 1.
100 J. P. Oliveira Martins: Historia de la Civilización Ibérica. Libro 111 - 1.
101 Juan Pedro Aparicio: Ensayo sobre las purgas... p. 23
102 íd., ibídem. p. 12.
103 P. Bosch-Gimpera: España. Universidad de Valencia. 1937. p. 46
104 .Declaraciones de Demetrio Madrid López: El Socialista. Madrid. 1420. IX. 1982.
105 Julio Valdeón: Aproximación a la Historia de Castillo y León. Valladolid. 1982, p. 7.
106 R. Menéndez Pidal: La España del Cid. Vol. 1. p. 102. Vol. 1 1. p. 64 1.
107 A. Barbero y M. Vigil: Sobre los orígenes sociales de la Reconquista. Barcelona. 1974. p. 97.
108 R. Menéndez Pida¡: La España del Cid. Vol. 1. pp. 174-175.
109 ídem. El Cid Campeador. Buenos Aires. 1950. p. 38.
110 C. Sánchez-Albornoz: Estudios sobre Galicia en la temprana Edad Media. La Coruña. 1981. p, 414.
111 Carlos Estepa Díaz: Castillo y León. Consideraciones sobre su historia. Universidad de León.
1987, pp, 32-33.
112 Julio Valdeón:Aproximación a la Historia de Caslílla y León.pp.21-22.
113 C. Sánchez-Alt>ornoz: España. Un enigma histórico. Buenos Aires. 1956. T. ti. p. 417.
114 Manuel Colmeiro Cortes de los antiguos- Reinos de León y de Castilla. Real Academia de la Historia. Madrid. 1883. Introducción. Primera parte. pp, 24-25.
115 íd, ibídern. pp. 105-106.
116 R. Pérez Bustamanto: Elgobiernoy taadministración ¿erritoríalde Castillo. (1230-1474). Univelsidad Autónoma de Madrid. 1976.
117 Davida Diez Llamas: La identidad leonesa. León. 1992. pp. 91-9, 96, 120-121.
118 Carlos Estepa Díaz: Castillay León... p. 41.
119 Ernesto Renán: ¿Qiíé es una nación? Madrid. 1957. p. 84.
120 J. Caro Baroja: El laberinto vasco. madríd, 1986. p. 44.
121 ídem, Introducción a la historia social y económica de¡ pueblo vasco. San Sebastián. 1974. pp. 2 1, 36-3 7.
122 El Camino de Santiago. Confederación española de Cajas de Ahorro. Barcelona. 1971. pp. 166- 167.
123 Salvador de Madariaga: De la angustia a la libertad. p. 238.
124 J. Caro Baroja: El laberinto vasco. p. 70,
125 ídem, El mito del carácter nacional, p. 98
126 Manuel Colmeiro: De la Constitución y del Gobierno de los Reinos de León y Castillo. T. sí. p. 153.
127 J. Caro Baroja: El laberinto vasco, pp. ¡OS- 1 07.
128 Luis tierrero Rubinat: Sentimiento de región. León. 1994.
129 P. Bosch-Gimpera: El poblamiento antiguo... pp. 171-178.
* A exponer la necesidad de un renacimiento de la España plural, patria común de todos sus pueblos y todas sus culturas, dedicó gran parte de sus esfuerzos el grupo de refugiados políticos españoles que entre 1948 y 1963 editó en Méjico la revista Las Españas.
(Anselmo Carretero Jimenez. Castilla. Orígenes, auge y ocaso de una nacionalidad. Editorial Porrúa. México 1996, pp 875 –890)
Vistos el territorio, los orígenes y el desarrollo histórico del antiguo reino de Castilla y el estado actual del país, es llegado el momento de reflexionar sobre su futuro como miembro del conjunto nacional español.
Comenzaremos por examinar algunas condiciones y actitudes que consideramos necesarias para que Castilla no desaparezca del mapa de España desvanecida su personalidad en una artificioso entidad político-administratíva castellano-leonesa.
Ante todo es preciso devolver al nombre de Castilla y al gentilicio castellano la carta de naturaleza que en el conjunto de los pueblos y países de España les corresponde, tanto por el solar que en el territorio de la Península el país ocupa como por el relevante papel que en la historia de la nación española ha desempeñado.
Condición propia de un trabajo intelectual riguroso es el uso de una terminología clara y precisa. Un texto de matemáticas o de ciencias físicas cuyas definiciones, símbolos o fórmulas carecieran de precisión constituiría un galimatías ininteligible. Con excesiva frecuencia hemos encontrado libros y artículos sobre temas históricos -autocalificados de científicos- en los que el atento lector tropieza con una nomenclatura anfibológico que permite deducir diversas y aun contradictorias conclusiones. En varios lugares de la presente obra hemos visto como autores del mayor prestigio usan el nombre de Castilla con muy diferentes significaciones históricas y geográficas. Tanto se ha abusado de él que ha llegado a perder toda significación concreta; y en su desvanecimiento ha arrastrado al de León a desaparecer en el vacío.
Lo primero que el renacimiento regional de Castilla requiere es una nomenclatura inequívoca y una precisa delimitación territorial. Los castellanos deben conocer claramente, sin confusiones ni dudas, cuales son el asiento territorial, el contorno y los límites geográficos de su región. Es preciso devolver al nombre de Castilla la significación geográfica que le es propia. Debe quedar claro que este nombre asume una precisa delimitación territorial que comprende las diversas tierras que constituyeron el antiguo reino de Castilla surgido de la Reconquista como entidad histórica con propia personalidad.
Se conoce bien lo que en la historia de España fue el territorio propiamente castellano y cuales fueron sus límites con el reino de León y de esto hemos tratado con detalle en capítulos anteriores. Lo repetimos brevemente aquí porque es base fundamental de todo verdadero regionalismo castellano. En líneas generales, los límites entre la vieja Castilla y el antiguo reino de León corresponden a los occidentales de las actuales provincias de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Avila. La Liébana fue siempre leonesa, mientras las montañas del Alto Pisuerga fueron castellanas. También fueron castellanos algunos pueblos de los confines orientales de la provincia de Valladolid.
La confusión de Castilla con León comenzó después de la unión definitiva de ambas coronas, ha crecido continuamente y se ha convertido en un completo embrollo desde que las tierras leonesas de la planicie del Duero comenzaron a ser presentadas como de Castilla la Vieja por la burguesía agraria de esta gran comarca a mediados del siglo xix (96). Después se forjaron los mitos literarios de la inmensa llanura castellana y la Castilla universal y sin límites que vinieron a parar en la artificioso región castellano-leonesa de tan absurdo contorno geográfico que queda fuera de él la mayor parte del país castellano, incluida toda la Castilla originaria.
Desde que en 1976 se planteó la cuestión de la descentralización del Estado español y de las autonomías, comenzó a hablarse de la necesidad de que Castilla recuperara la 'identidad perdida' de una manera que ya en sí implicaba mayor confusión en tomo a lo castellano y grave desconocimiento de lo leonés, pues se consideraba a León como parte de Castilla y se reducía el país castellano a la sola porción minoritaria situada en la cuenca del río Duero; es decir, se iniciaba la cuestión partiendo de las dos grandes falsedades en que se asienta el embrollo castellano-leonés: a) la identificación de León con Castilla, y b) la eliminación en ésta de la mayor parte del territorio castellano.
La reiterada mención de la índole fundamentalmente leonesa de la Tierra de Campos no es una obsesión personal de quien esto escribe (97). Está basada en una realidad geográfica que no se puede pasar por alto sin dificultar el entendimiento de los orígenes y la historia del reino de León.
En la rápida ocupación de la vasta y poco poblada planicie existente entre Galicia y Asturias y los ríos Duero y Pisuerga y su repoblación con asturíanos, gallegos y gentes de las montañas de León, de norte a sur, y con mozárabes procedentes del Ándalus, de sur a norte, están la cuna y el nacimiento de lo que a la muerte de Alfonso III de Oviedo se llamó reino de León. Bien lo dijeron hace más de un siglo primero el gallego Colmeiro: la Tierra de Campos, "de donde salió el reino de León"; y después el portugués Oliveira Martins: la Tierra de Campos, "base geográfica del reino de León". Asiento geográfico que, ampliado con tierras vallisoletanas, zamoranas y salmantinas, formó con Galicia, Asturias y Extremadura el gran conjunto geopolítico de la corona leonesa.
Con indignación se enfrenta J. P. Aparício a los autores que no consideran a León sino como apéndice de la cuenca del Duero o de una Castilla-León acorde con los criterios utilizados durante los años del franquismo por las publicaciones de los bancos y las empresas hidroeléctricas (98). Es de lamentar que en su labor reivindicadora de la personalidad de León Aparicío comience por abandonar de antemano parte fundamental del país. Eliminar del antiguo reino de León su solar originario en la meseta del Duero medio es meterse de lleno, a oscuras y con los pies atados, en el embrollo histórico-geográfico castellano-leonés. No es posible comprender el fenómeno histórico de la independencia de Castilla ni el cultural del romance castellano si se ocultan sus orígenes cántabros. Ni se puede explicar el nacimiento del reino de León si del mapa peninsular se suprime la meseta leonesa del valle del Duero (99) (100).
"La ocultación que padece León -dice rotundamente Juan P. Aparicio- es tan ínmensurable que ya forma parte de su misma esencia. León y su ocultación pueden considerarse términos sinónimos. Desde la historia a la política y a la meteorología, todo contribuye a la ocultación de León" (101).
La ocultación de las respectivas personalidades históricas de León y de Castilla para suplantarlas por una confusa mezcla castellano-leonesa es un falseamiento (102) del pasado nacional de España que requiere inequívoca corrección.
El enredo castellano-leonés ha causado mucho daño entre quienes defienden las respectivas autonomías en ambas regiones. Así entre los intelectuales que activamente reivindican la personalidad leonesa es perceptible a veces la tendencia a derivar en sus nobles propósitos hacia un vago e infundado anticastellanismo; y no faltan tampoco castellanos que, recíprocamente, tiñen su defensa de la causa castellana con injustíficados matices antileoneses.
La lucha contra el confusionismo castellano-leonés es tan propia de los leoneses como de los castellanos. La autonomía del País Leonés no puede desligarse de la autonomía de Castilla: una y otra son parte de una misma causa nacional: el derecho de todos los pueblos de España a mantener sus propias tradiciones, culturas e instituciones dentro del conjunto español, según proclama en su preámbulo la Constitución de 1978.
La historia de España hemos de verla, sobre todo, con ánimo vital, como la epopeya de todos los españoles en un multisecular, duro y difícil empeño de creación nacional (aún no concluido decía Bosch-Gimpera en 1937) (103).
En la evaluación que el presidente de la Junta de Castilla y León hacía de los cien primeros días de gobierno de la nueva entidad autónoma destacaba la necesidad de aumentar la 'conciencia regional' (104). Claro está que no podía existir una conciencia regional donde no había una memoria regional; y mal podía haber memoria regional alguna de una región hasta entonces inexistentes. Por lecturas cultas o por transmisión de padres a hijos pueden quedar recuerdos hisióricos del antiguo reino de León: de Ordoño II restaurador de la capital; de las grandes batallas contra los moros en tierras leonesas (Zamora, Simancas y otros lugares del país); del famoso sitio de Zamora y del muy mentado caballero Vellido Dolfos, injustamente tildado de traidor; de las estrechas vinculaciones históricas de los leoneses con los gallegos y los asturianos; de la conquista de Extremadura por los ejércitos leoneses; de las famosas Leyes Leonesas o Fueros de León de 1020; de las Cortes leonesas que no castellanas- de 1188, primeras de toda Europa; y de otras muchas memorables efemérides leonesas... pero no de una región carente de historia e instaurada oficialmente en 1983. Lo que el declarante realmente sentía era la necesidad de crear una conciencia regional para una región recién creada.
Lo que los leoneses (al igual que los castellanos) necesitan no es improvisar una conciencia regional adecuada a la inventada nueva región castellano-leonesa, sino recupera su conciencia colectiva de leoneses.
En el pensamiento de cuantos de la cuestión nacional se ocupan está la idea de que la conciencia colectiva es el motor humano de todo desarrollo nacional o regional y de que esta conciencia comunitaria se nutre principalmente de la memoria histórica. Así venimos manifestándolo desde hace muchos años, cuando esto había que transmitirlo clandestinamente a España*. Reconstruir las historias regionales de toda España -la historia conjunta de todas las Españas- es una necesidad generalmente reconocida. Reconstruir las historias de León y de Castilla -hoy intrincadamente confundidas- es condición ineludible para que los respectivos pueblos puedan recobrar la conciencia comunitaria y continuar, con los demás españoles, la magna empresa por todos juntos protagonizada.
Para recupera la memoria histórica de Castilla es preciso recordar la realidad de un pasado colectivo sepultado bajo un montón de ocultaciones y mistificaciones acumuladas durante largos años de oscurantismo y confusión.
¿Qué fue Castilla en el pasado histórico español? ¿Qué es actualmente? ¿Qué puede ser en la España del mañana? se preguntan los castellanos que anhelan un desarrollo de su país en el reconocimiento de su personalidad regional al amparo de la Constitución vigente. Preguntas estas que requieren respuestas claras, porque nada firme se puede levantar si se asienta en la ignorancia y la confusión.
La conciencia colectiva de los pueblos con historia -la de Castilla es mucho más interesante que conocida- no se apaga fácilmente. Rescoldos vivos de ella suelen permanecer latentes mucho tiempo en las peores circunstancias, principalmente en el seno de grupos minoritarios que la conservan con fervor, y el fuego revive una y otra vez cuando la ocasión le es propicia.
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Es idea ampliamente aceptada que en los siglos medioevales están la razón y los principales cimientos históricos de la nación española. El atento examen de aquellos lejanos siglos puede aclaramos mucho el confuso panorama histórico español, uno y singular en su conjunto y plural y vario en su constitución interior.
Muchos son los falsos tópicos que en un confuso conjunto castellano-leonés embrollan hoy las respectivas historias de León y de Castilla; porque unos fueron los orígenes y el desarrollo histórico del reino de León y otros -muy diferentes- los de] condado independiente que, juntamente con los vascos, fundaron "los pueblos castellanos". Los orígenes del reino de León llegan hasta Covadonga a través de la monarquía neogótica asturiana. Los de Castilla remontan a las luchas de los pueblos vasco-cántabros contra los reyes ovetenses y los ejércitos musulmanes.
En las historias de "Castilla y León" que con motivo de la creación de la entidad autónoma así denominada se han publicado, se suele afirmar que en los siglos medioevales se gestaron las señas de identidad castellano-leonesas y se pusieron los cimientos de esta nueva región (105). Pero con relación a los siglos ix al xiii no es posible hablar de una historia conjunta castellano-leonesa, sino -al contrario- de un persistente antagonismo entre la monarquía astur-galaico-leonesa, por un lado, y los pueblos vascocastellanos, por el otro. Claro está que los pueblos de la corona de León (Asturias, Galicia y León) tuvieron orígenes y raíces medioevales muy diferentes a los del condado de Castilla y Álava. En capítulos anteriores hemos visto con mayor detalle que las luchas de los castellanos y los vascos contra los reyes de Oviedo aparecen en el panorama histórico español como continuación de las que los montañeses cántabro-pirenaícos mantuvieron tenazmente contra los visigodos de Toledo (106)(107). No hubo, pues, en los lejanos siglos ix al xiii historias ni raíces históricas conjuntas castellano-leonesas. Sí tuvieron entonces un desarrollo histórico común, dentro de una misma monarquía de estirpe goda, los tres países de la corona leonesa, frente a la cual actuaron unidos los condados vasco-castellanos. Recordemos que todavía en la época de Alfonso VI y el Cid tanto los cronistas árabes como los castellanos llamaban genéricamente gallegos a todos los súbditos de la corona de León (108)(109)(110).
Las historias de León y de Castílla no se limitan a la Edad Media, pero si puede afirmarse que durante la Edad Media -y más acentuadamente hasta el siglo xiv ambas historias tienen en estos siglos significación especial y muy diferente en cada uno de los conjuntos de países a que León y Caltilla respectivamente están ligados: Asturias, León, Galicia, Portugal -hasta su separación- y Extremadura en tomo al trono leonés; Castilla y las comunidades vascongadas en tomo al condado -después reino- castellano,
Estudiar aspectos monográficos de la historia de Castilla a partir del siglo XVI, cuando el nombre de Castilla se confunda con el amplio conjunto de los países de las coronas unidas de León y Castilla -y aun con España entera-, llamar a esto singularidades castellanas y extrapolar los resultados a los siglos X al XIII es producir una mezcolanza histórica buena para derivar de ella el conglomerado castellano-leonés y la descuartizado Castilla que el actual mapa de las entidades autónomas nos muestra.
"Desde la Baja Edad Media escribe Carlos Estepa- el antiguo reino de León formó pareja indisoluble con Castilla, y esta realidad se trasmitió a la Edad Moderna". Tan breves, sencillas y en apariencia inocuas palabras -leídas en solemne ocasión (111) lejos de expresar una sabida verdad envuelven un cúmulo de confusiones que mucho dificultan el entendimiento de la historia conjunta de la nación española. El antiguo reino de León no formó en la Edad Media con Castilla una pareja indisoluble. Muy al contrario: durante mucho tiempo hubo entre ambos estados medioevales enconadas diferencías y antagonismos de los que tanto en la historia como en la tradición y la literatura quedan abundantes trazas. Tales antagonismos se manifiestan con especial intensidad en el reinado de Alfonso VI de León y I de Castílla.
Por inesperados azares de la historia el joven leonés Fernando III (hijo de Alfonso IX de León y nieto por parte materna- de Alfonso VIII en la nomenclatura general y III de este nombre en Castilla) reunió en su cabeza, en 1230, las coronas de León y de Castilla, la primera anterior y de mucho mayor legado que la segunda. La corona leonesa abarcaba -no sobra repetirlo- Asturias, Galicia, León y Extremadura. La castellana, Castilla propiamente dicha y las comunidades vascongadas, con el agregado del reino de Toledo de estructuras sociopolíticas de estirpe godo-leonesas- que, aunque conquistado por Alfonso VI de León, en el reparto herencial de Alfonso VII había pasado a la corona de Castilla. A esta corona leonés-castellana se sumaron después de las respectivas conquistas los reinos moros de Murcia y Andalucía (Córdoba, Jaén, Sevilla y Granada).
No, pues, una pareja indisoluble de León y Castilla, sino dos múltiples coronas unidas o una gran corona abarcadora de muchos y muy diferentes países. Por herencia histórica, estructuras sociales, leyes y cultura había muchas más afinidades entre León, Asturias, Extremadura y Toledo que entre León y la auténtica Castilla. Basta recordar que hasta tiempos relativamente recientes Oviedo perteneció a la provincia de León mientras la Montaña santanderina y la Rioja eran parte de la provincia de Burgos; que en el País Vasco y el Bajo Aragón ya se hablaba el castellano cuando en la Tierra de Campos aún no se había extinguido el bable; que a comienzos del presente siglo xx los filólogos todavía podían estudiar el leonés como lengua popular de las zonas occidentales de las provincias de Oviedo, León, Zamora y Salamanca. A partir de la unión definitiva de las coronas de León y de Castilla la legislación y las estructuras sociales leonesas - con el Fuero Juzgo traducido al castellano- se extendieron por toda la España meridional, mientras los castellanos y los vascos continuaron rechazando tal Fuero.
Siglos de la historia de España y países enteros del mapa peninsular habría que suprimir -y mucho que inventar- para poder presentar en nuestro complejo panorama nacional español una singular e indisoluble entidad histórica específicamente castellano-leonesa encajada en la cuenca del Duero.
En la exposición de un supuesto proceso absorbente de León por Castilla se silencia por completo la condición puramente nominal, titular y protocolaria de la precedencia del nombre castellano. Lo demás salvo la lengua (originaria y propia de los núcleos reconquistadores norteños de substrato lingüístico eusquérico): la tradición unitaria, las estructuras sociales, las leyes, las instituciones eclesiásticas, civiles y militares y la monarquía imperial, todo es fundamentalmente de origen godo-romano y pasa al Estado español a través de la corona asturleonesa y las dinastías de los Trastámaras, Austrias y Borbones.
Uno de los más destacados casos de ocultación del papel histórico desempeñado por el antiguo reino de León para presentar una obra como castellana es el de las primeras Cortes, "En el siglo XII dice Julio Valdeón- el núcleo político meseteño protagonizó un acontecimiento excepcional al anticiparse a las restantes naciones europeas en la creación de instituciones representativas. Tal fue el caso de las Cortes de León del año 1188" (112). A partir de aquella fecha se dice que funcionó en León y en Castilla una monarquía de perfiles democráticos. Pasada la Edad Media, "desde el siglo XVI Castilla se confundía con demasiada frecuencia con España. Así la singularidad castellanoleonesa se disolvía en el crisol de lo español" (112). La reunión de las primeras Cortes de España fue un hecho singular de la corona leonesa, se llevó a cabo en la ciudad de León, convocada por un rey leonés que no lo era de Castilla. Acudieron a ellas prelados y nobles gallegos, asturianos y leoneses y representantes de los principales concejos municipales leoneses. Destacada fue la presencia del arzobispo de Compostela cabeza oficial de la Iglesia de la corona de León. Los decretos reales que de estas cortes salieron no rigieron en Castilla sino en tierras de Galicia, Asturias, León y Extremadura. No puede, en modo alguno, hablarse en este caso de una singularidad castellano-leonesa, sino de una conjunción o unión astur-galaico-leonesa con total ausencia o apartamiento de Castilla. (Recuérdese que el reinado de Alfonso IX de León fue una época de enconadas luchas entre Castilla y León).
Ya hemos visto que Castílla no tuvo Cortes hasta años después de la unión de las coronas, y que en realidad a los viejos castellanos -como a los vascos- más que acudir a Cortes que decretaran nuevas leyes lo que entonces les interesaba era la defensa de sus viejos fueros, usos y costumbre, Cuando después, ya en tiempos del ernperador Carlos V y de Felipe lI, las Cortes lo eran de los reinos unidos de León, Castilla, Toledo, Andalucía y Murcia, el número de los procuradores castellanos no llegaba ni a la mitad del total. Las impropias expresiones de Cortes de Castilla, Cortes castellanas, Cortes de tipo castellano, frecuentemente utilizadas en el lenguaje de los historiadores con olvido de las raíces y los orígenes leoneses de tan importante institución, han contribuido mucho a mantener el confusionismo y distorsionar la realidad en aspectos fundamentales de la muy compleja historia de la nación española.
Los historiadores gallegos acusan a veces a Castilla de haber aplastado las viejas libertades de Galicia con su centralismo político y su espíritu imperialista. El pueblo gallego dice Sánchez-Albornoz comentando el caso- "no tenla libertades que perder, porque desde siempre había vivido sometido al señorío de obispos, abades y nobles". El pueblo de Galicia no estuvo representado en las Cortes de León y Castilla porque sólo acudían a ellas los concejos urbanos libres, y ninguno lo era en Galicia). Y ha continuado hasta ayer dominado por sus nuevos señores los caciques; caciques de su tierra, no caciques castellanos, importa recordarlo (1 13).
Como ejemplo concreto de subyugación del pueblo gallego por el 'centralismo castellano' suele citarse el caso de la usurpación que la 'ciudad castellana' de Zamora realizó durante mucho tiempo del derecho de representación en las Cortes de las ciudades gallegas. La verdad dice Colmeiro- es que los antiguos reinos de Asturias y Galicia llegaron a forma un solo cuerpo con el de León (... ). La perfecta asimilación de los tres reinos unidos ofrece la seguridad de que las entidades y villas de Asturias y Galicía, aunque no enviasen procuradores, estaban representadas en las Cortes por la ciudad de León. Por razones no conocidas la ciudad leonesa de Zamora se apropió el privilegio de hablar en las Cortes por el reino de Galicia. Contra esta usurpación reclamaron en las Cortes de Santiago de 1520 el arzobispo de Santiago y los condes de Víllalba y Benavente alegando que en tiempos pasados el reino de Galicia había tenido voto en Cortes por su antigüedad y nobleza, y pidieron ser reconocidos como procuradores del reino de Galicia. El emperador no se cuidó de dirimir la contienda y las cosas siguieron igual hasta que en 1623 Felipe IV dio voto en Cortes a Galicia(114)(115).
En este caso es manifiesta la existencia de tres errores: a) Confundir a Castilla con León y presentar como castellana una ciudad -Zamora- totalmente leonesa; b) No tener en cuenta la estrecha vinculación de León con Galicia, países ambos pertenecientes durante la Edad Media a la misma corona y a igual ámbito político, social y cultural como bien señala Colmeiro. c) Considerar disparatadamente que Galicia se hallaba bajo el dominio de Castilla, país del que incluso geográficamente se hallaba muy alejada.
Rescatar las historias de León y de Castilla, libres de las confusiones que las adulteran, es urgente necesidad para devolver a estos pueblos la conciencia comunitaria cuando las restantes nacionalidades de España se fortalecen y desarrollan al amparo de la nueva Constitución. Tarea que requiere paciencia, tenacidad y vigor y debe comenzar por definir sin equívocos los que en la geografía y la historia conjunta de la nación española significan los nombres de Castilla y de León que generalmente aparecen confundidos y revueltos con múltiples contradicciones.
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Rescatar las historias de León y de Castilla, libres de las confusiones que las adulteran, es urgente necesidad para devolver a estos pueblos la conciencia comunitaria cuando las restantes nacionalidades de España se fortalecen y desarrollan al amparo de la nueva Constitución. Tarea que requiere paciencia, tenacidad y vigor y debe comenzar por definir sin equívocos los que en la geografía y la historia conjunta de la nación española significan los nombres de Castilla y de León que generalmente aparecen confundidos y revueltos con múltiples contradicciones.
Cuando de acuerdo con la Constitución se procedió a estructurar España conforme a las nacionalidades o regiones históricas que la componen con el fin de proteger a todos sus pueblos en el ejercicio de sus culturas, tradiciones e instituciones, después de reconocer la personalidad de doce de ellas (Andalucía, Aragón, Asturias, Cataluña, Extremadura, Galicia, Islas Baleares, Islas Canarias, Murcia, Navarra, País Vasco y Valencia) se decidió sin mayores consideraciones- suprimir del mapa nacional las tres restantes: el antiguo reino de León, Castílla y el antiguo reino de Toledo (o Castilla la Nueva); y establecer en su lugar cinco regiones político-administrativas de nueva creación; cosa increíble que asombra a quien, con algún respeto, mira al pasado y contempla el panorama histórico de la nación española.
Suprimir, sin más ni más, como se aparta un estorboso tropiezo, el antiguo reino de León, la entidad geopolítica más importante de la España medioeval, el núcleo que de los siglos x al xiii realizó los esfuerzos guerreros más duros de la Reconquista y soportó las cargas más pesadas, el continuador de la civilización hispano-godo-romana, el milenario estado que el año 1188 convocó las primeras Cortes de Europa; eliminar a Castilla como tal del conjunto de los pueblos o nacionalidades de España y destazar el país castellano en cinco porciones pasando del mito de una Castilla dominadora que era todo (lo real y lo imaginable: madre paridora, alma, cabeza, brazo armado y capitana de España) a la negación de la existencia de una nacionalidad castellana con derecho a propio solar en el conjunto de las Españas; borrar del mapa de las regiones históricas de la Península Ibérica el antiguo reino de Toledo centro de la Hispania vísígoda y núcleo cultural, después, de la España de las tres religiones; todo ello constituye una acumulación de gravísimos errores nacionales, políticos y culturales. Y todo ello llevado a cabo por acuerdos tomados precipitadamente sin previo conocimiento ni ulterior aprobación expresa de los pueblos afectados y aún (casos de las provincias de León y Segovia) contra su manifiesta voluntad mayoritaria.
Se dice que a partir de 1230 Castilla y León formaron una sola monarquía -generalmente llamada castellana- y una sola entidad nacional en el conjunto peninsular. Los leoneses, más que ninguna otra nacionalidad histórica porque son los más inmediatamente afectados, deben rechazar rotundamente tal concepción porque en esta 'Castilla' quedan incluidas León, Asturias y Galicia -tres reinos y regiones históricas anteriores a Castilla-, Extremadura, el País Vasco, Toledo, Andalucía Y Murcia. Dede entonces, entre 1230 y 1474, esta gran corona impropiamente denominada castellana estuvo dividida en cinco grandes circunscripciones: 1. León; 2. Galicia; 3. Castilla; 4.Murcia; y 5. Andalucía o Frontera (116).
Uno de los falsos tópicos más extendidos en los ensayos históricos en tomo a España es que a partir de la unión de las coronas de León y Castilla, y más aún a partir de Alfonso X el Sabio la idea imperial leonesa es sustituida por la concepción castellana del imperio que finalmente cuajará en el reinado de¡ emperador Carlos I de España y V de Alemania. Reiteradamente hemos visto que la idea imperial y unitaria del Estado es ajena a la tradición castellana y que el origen de esta grave confusión está en que el nombre de Castilla -por razones fortuitas- ha venido encabezando la larga titulación real de un gran conjunto de estados y países en que lo propiamente castellano salvo la lengua- siempre ha sido minoritario.
La clara definición histórica y geográfica de León y de Castilla es, pues, ineludible si estas dos entidades, relevantes en la formación de la nación española, han de ocupar en el mapa el lugar que les corresponde entre los pueblos de España. Entre las características generales del antiguo reino de León que requieren ser ampliamente conocidas destacan tres fundamentales: a) un país que tiene por principal base geográfica la cuenca media del río Duero, incluida toda la Tierra de Campos, hasta la raya tradicional con Castilla; b) unas estructuras sociales y políticas de estirpe godo-asturiana que tienen su expresión jurídica en el Fuero Juzgo romanovisigótico; c) un grupo lingüístico oriundo del romance visigodo de Toledo heredado a través de la monarquía asturiana y de los repobladores mozárabes. Estas son las características principales que, con otras muchas, distinguen al País Leonés, su historia y su herencia cultural de su vecina Castilla.
Si desde la fundación del reino de León en el siglo x y durante la Edad Media las ciudades de León y Zamora -después también la de Salamanca- fueron las más importantes del País Leonés, después de la última unión con Castilla, y más aún a partir de los Trastámara, Valladolid fue adquiriendo rápidamente una importancia mayor. Valladolid no es una ciudad leonesa solamente por el mero hecho de que su fundador fuera el famoso conde Ansúrez, principal personaje de la corte del rey de León. El lugar fue repoblado por gentes de los señoríos de los Ansúrez, que hablaban leonés y se regían por las leyes leonesas. La fundó de hecho el conde para trasladar a este bien situado lugar la capital de sus vastos dominios leoneses (en la Liébana, Monzón, Carrión, Toro ... ) que hasta entonces había estado en Santa María de Carrión, en plena Tierra de Campos; y se celebró su fundación con la asistencia del propio monarca y los grandes magnates y prelados del reino (obispos de Santiago de Compostela, Oviedo, Lugo, León, abad de Sahagún...). Tuvo un municipio al modo leonés, no un concejo comunero como los de Cuéllar, Coca, Sepúlveda y Arévalo de la vecina Castilla. Fue, pues, una población completamente leonesa en todos sus aspectos. Cuando el señorío feudal de Valladolid pasó, por matrimonio de la hija de Pedro Ansúrez, a un magnate catalán (conde de Urgel y de Valladolid) las tierras del Pisuerga fueron repobladas en parte por catalanes.
En un reciente estudio (muy interesante en cuanto el autor ha sabido eludir el embrollo castellano-leonés) observa Diez Llamas que Valladolid situado en ángulo sureste del reino de León, debe su gran desarrollo después de la unión de las coronas de León y Castilla, precisamente a esta unión y esta situación geográfica y a su condición de centro político. Desde Valladolid -añade este autor- se ha venido propugnando la fusión de las tierras castellanas y leonesas del Duero en una región castellano-leonesa con capital en la ciudad del Pisuerga que ha ejercido así una función despersonalizadora tanto de lo castellano como de lo leonés (117).
Claro estaba desde mediados del siglo xix el proyector de la oligarquía llamada agraria de la planicie del Duero de crear una nueva entidad político administrativa "castellano-leonesa" regida desde Valladolid, y así lo advirtieron los más despiertos regionalistas propiamente castellanos desde finales de dicha centuria, lo que por fin se llevó a cabo en 1983 con resultados desastrosos para la personalidad de Castilla porque la nueva confusa y confundidora región ha surgido tras la división del territorio castellano en cinco trozos y la incorporación de uno de ellos al nuevo ente castellano-leonés. En este atropellado proceso la región leonesa ha salvado su integridad territorial, pero ha perdido su identidad histórica y su tradición cultural en un revuelto conglomerado de provincias leonesas y castellanas. Desde el punto de vista del desarrollo material la ciudad de Valladolid ha crecido desde entonces desorbitadamente a costa de frenar el progreso de Burgos como tradicional cabeza de Castilla y de restar atribuciones y succionar energías a las provincias castellanas de Soria, Segovia y Ávila. Los datos estadísticos comparativos al respecto son harto elocuentes.
Aunque en algunos casos excepcionales sucede lo contrario, los hombres no escriben la historia para inventar o justificar naciones, sino que encuentran en ella las raíces y la explicación de las comunidades nacionales a las cuales tienen la conciencia de pertenecer.
Se dice que la historia es evolución y cambio con arreglo a las necesidades del presente (118), no intento de mantener el pasado. Pero hay pueblos y naciones que evolucionan, cambian y avanzan desarrollando su herencia histórica y enriqueciendo su cultura a la vez que participan activamente en el progreso universal; mientras otros, olvidados de su pasado y perdida su conciencia comunitaria, se dejan llevar pasivamente por el acontecer de la época, adaptándose sumisos a las circunstancias predominantes, Cataluña, por ejemplo, mantiene hoy su personalidad y su cultura más vivas que nunca contribuyendo con ellas al desarrollo del conjunto español, mientras gran parte de los castellanos pierden su conciencia comunitaria a la vez que olvidan su pasado nacional.
Las naciones, como todas las sociedades humanas, cambian constantemente. Conflictos nacionales siempre los ha habido; y los hay actualmente en diferentes partes del mundo; algunos de ellos muy graves y horrendos en sus manifestaciones. Suelen gestarse lentamente y con el tiempo pueden enconarse y aun llegar a estallar cuando parecían extinguidos. A comienzos del presente siglo, en Bélgica parecía que al flamenco le quedaban pocos años de vida ante la superioridad idiomática del francés; y nadie podía imaginarse que a finales de la centuria el flamenco iba a tener en el país más vigor que su poderoso rival. También parecía entonces inevitable la lenta extinción de los múltiples idiomas minoritarios que pervivían en el centro de Europa y en los Balcanes. ¿Quiénes consideraban en 1930 que la explosión de los nacionalismos reprimidos pudiera poner en peligro la existencia de la entonces poderosa U.R.S.S.? ¿Quiénes temían en 1945 el furor de los nacionalismos en una Yugoslavia donde miles de ciudadanos de sus diversos pueblos habían luchado heroicamente unidos contra el invasor alemán?
Hace noventa años ningún político o sociólogo consideraba en España como grave amenaza el estallido de conflictos nacionalistas. En 1932 quien esto escribe oyó a Unamuno palabras sobre los nacionalismos catalán y vasco que distaban mucho de manifestar honda preocupación por el asunto. Don Miguel, al parecer, no tomaba entonces muy en serio las actividades de los nacionalistas a los que calificaba de pequeños grupos de orates. ¿Quién en aquellos días podía predecir la locura criminal de una ETA?.
Hoy apenas es advertida la existencia en tierras de León y de Castilla de miles de ciudadanos descontentos y moralmente doloridos por la eliminación de sus respectivas regiones del mapa nacional de España sin consideración alguna hacía estas dos viejas y otrora eminentes nacionalidades históricas. ¿Puede alguien estar seguro de que este descontento no será origen de futuros conflictos? Confiamos en que, llegado el caso, serán resueltos pacífica y democráticamente sin mayores males.
Desde la constitución del gobierno de la nueva entidad castellano-leonesa el embrollo y las tergiversaciones históricas en tomo a ambos países han aumentado aceleradamente. Se han recordado y celebrado como efemérides castellanas hechos notables mucho más leoneses, andaluces o toledanos que propios de Castilla, mientras que sucesos sobresalientes de la historia de ésta, dignos de amplia celebración, han sido reducidos a hechos de mera significación comarcal ajena a Castilla.
En 1994, con ocasión del quinto centenario del Tratado de Tordesillas que dividía el Nuevo Mundo en dos hemisferios, el gobierno regional de Castilla y León conmemoró la fecha como si se tratara de un convenío internacional entre Castilla y Portugal cuando en realidad lo fue entre el rey Juan II de Portugal y los Reyes Católicos como gobernantes de las coronas unidas de Castílla y de León (reyes, pues, de Castilla, de León, de Toledo, de Asturias, de Galicia, de Extremadura, de Córdoba, de Sevilla, de Jaén, de Granada, de Murcia y señores de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa). Fue, pues, un acontecimiento en realidad muy minoritariamente castellano. Es de recordar además que política y económicamente los países meridionales predominaban entonces en el conjunto peninsular, y que Castilla propiamente dicha siempre ha estado separada de Portugal por el amplio espacio leonés.
En contraste con casos como este de mal uso del nombre de Castilla, acontecimientos como el nacer de la lengua castellana en la Montaña cantábrica, la escritura de las Glosas Emilianenses, o de la Vida de San Millán de la Cogolla por Gonzalo de Berceo, o el noveno centenario del Fuero de Logroño en 1995, que debieron haber tenido amplia repercusión en toda Castilla, apenas fueron objeto de conmemoraciones locales. Lo inequívocamente castellano se está relegando a un plano secundario o es reemplazado por lo confusamente castellano-leonés.
El olvido es un elemento de significación negativa que también -ya lo sabía Renán (119)- interviene activamente en la formación de las nacionalidades. En España la creación de una nueva embrollada entidad castellano-leonesa tras la eliminación de ambas viejas nacionalidades está basada en el simultáneo olvido de muchas cosas cuyo conocimiento es esencial para la viva permanencia de cada una de ellas.
El olvido voluntario es grave atentado contra la historia. El recuerdo histórico, se ha dicho, además de un atributo de la libertad es una ineludible obligación cívica.
Por otra parte dice Caro Baroja- en la historia de todo ciclo social hay que contar de modo constante con múltiples factores individuales y con el azar que hace que los hechos sucedan de una u otra manera (120). Y, en otro lugar, el mismo autor manifiesta el deber que todo historiador tiene de mirar con ojos críticos cómo fueron las cosas en su tiempo y no con ojos apasionados de épocas posteriores (12 1).
Reconstruir en la memoria colectiva sin confusionismos cada una de las tres regiones que son los antiguos reinos de León, Castilla y Toledo; utilizar en ello las mejores técnicas, no olvidar un venerable pasado histórico, ni destruir el legado de la tradición, sino revitalizarlo y mejorarlo en lo que tenga de valioso e imperecedero, tal es la solución del confuso embrollo que la ignorancia, la politiquería e intereses oligárquicos han creado en torno a estas tres regiones. El primer paso efectivo hacia ella es por lo tanto acabar con la ignorancia y la confusión imperantes mediante una labor de esclarecimiento e información. Tarea que requiere perseverancia y tiempo, por lo que sólo puede dar frutos a largo y mediano plazo.
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La autonomía de Castilla no puede ser un asunto de elites, sino que debe asentarse sobre amplia base mayoritaria para evitar que la conciencia nacional sea mal utilizada y sirva de instrumento para enfrentar a los pueblos de unas nacionalidades o regiones con los de otras. En todo caso hay que respetar la conciencia colectiva que sólo puede ganarse democráticamente conquistando convencimientos y voluntades, lo que también requiere tiempo y constancia.
A continuación recordamos algunos de los aspectos del gran embrollo con que topa el renacer castellano.
A) La creación del conglomerado castellano-leonés se ha llevado a cabo sin la previa consulta a los pueblos afectados que ni siquiera fueron debidamente informados.
B) La integración de las entidades autónomas llamadas Castilla y León y CastillaLa Mancha comenzó por desintegrar a la propia Castilla que ha sido dividida en cinco pedazos: 1) la Montaña cantábrica, cuna de Castilla y de la lengua castellana; 2) la Rioja, principal foco cultural de la primitiva Castilla; 3) la provincia de Madrid; 4) las provincias de Burgos, Soria, Segovia y Ávila; 5) las provincias de Guadalajara y Cuenca.
C) Desde el punto de vista de una historia nacional, una Castilla sin la Montaña cantábrica y la Rioja es tan inconcebible como lo sería una Cataluña sin Lérida y Gerona o una Andalucía sin Córdoba y Granada.
D) La unión de cuatro de las nueve provincias castellanas al reino de León y dos al de Toledo (o Castilla la Nueva) para formar nuevas entidades autónomas carentes de raíces y de tradición histórica no es arbitrariedad menor que lo sería añadir a Cataluña medio Aragón o agregar a Extremadura gran parte de Andalucía.
E) La creación de una gran región con las provincias leonesas y parte de las castellanas lejos de acabar con el viejo centralismo ejercido desde Madrid- lo ha sustituido por otro nuevo, más agobiante, de menor radio, dependiente de Valladolid.
F) La inclusión forzosa de la provincia de Segovia en una región que no es ni siente suya contra la manifiesta voluntad de la gran mayoría de sus ayuntamientos constituye un malísimo comienzo de una entidad constitucionalmente democrática.
Entre las muchas maneras de definir erróneamente a Castilla recordamos ahora dos de las principales.
La primera es identificarla con la llanura leonesa de la Tierra de Campos. Entre dos fotografías, en dos páginas enfrentadas de un bello libro sobre el Camino de Santiago, se halla el siguiente texto explicativo: "Un paisaje leonés. Las tierras de Castilla, nobles y serenas, nos hacen recordar las palabras de Miguel de Unamuno...... Una vez más la llanura leonesa tierra sin curvas- se presenta como paisaje típicamente castellano (122).
Otra manera de definir a Castilla -la Castilla sin límites-, de hecho muy empleada después de las entelequias castellanistas de la generación del 98, es por eliminación: Castilla es lo que queda de España (ya mutilada de Portugal) después de sustraerle Galicia, Asturias, el País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña, Valencia y todas las Islas y a veces Andalucía (puesto que los gallegos, vascos, catalanes, etc. no son castellanos). Queda así una Castilla que al decir de Madariaga- tiene tanto que ver con Castilla como las coplas de Calaínos (123). Estamos hoy en España decía hace unos años Julio Caro- ante el intrincado problema político de aplicar unas leyes autonómicas en "regiones históricas" que a la par resulten favorables a la marcha general del país. Se ha llegado a implantar unos importantes estatutos de autonomía y se proyectan otros: unos tienen fuertes razones históricas de existir; otros no parece que se deban más que a elucubraciones oportunistas (124). Se confunde el castellanismo con el centralismo y no se distingue entre Castilla la Nueva, Castilla la Vieja y el reino de Castilla. La realidad es que a menudo se confunden tierras y coronas con una falta" absoluta de criterio (1 2 5).
Si España es una comunidad de pueblos, nacionalidades o regiones históricas entre los que Castilla cuenta con su propia entidad, ésta, a su vez, fue un conjunto de comarcas o provincias -los pueblos castellanos del Poema de Fernán González- unidos o federados en un conjunto con una autoridad común conde independiente primero, rey después- en el curso de su vieja historia. De aquí el comentario del historiador gallego Manuel Colmeiro. "Parecía Castilla una confederación de repúblicas trabadas por un superior común, pero regidas con suma libertad, donde el señorío feudal no mantenía los pueblos en penosa servidumbre" (126). El número de estas comunidades históricas fue reduciéndose con el tiempo y los avances del centralismo político en torno a las que en 1833 formaban las nueve provincias de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia, Ávila, Madrid, Guadalajara y Cuenca (estas tres últimas incluidas en la llamada Castilla la Nueva). Este conjunto territorial tuvo en los siglos medioevales una cabeza o capital política (más simbólica que otra cosa, pues la corte castellana era en realidad itinerante) que durante mucho tiempo fue la ciudad de Burgos, Caput Castellae.
A pesar de su escasa extensión territorial y su falta de tradición de autogobiemo (carecían incluso de enseñas medioevales propias) las en 1982 provincias de Santander y Logroño obtuvieron fácilmente los respectivos estatutos de autonomía como entidades regionales con los nombres de Cantabria y la Rioja. En manifiesto contraste con esto las provincias de León y de Segovia herederas directas de relevantes historias (la capital leonesa fue asiento del trono más eminente de la España medioeval; y Segovia cabeza de la más famosa de las comunidades de Castilla) no pudieron obtener las correspondientes autonomías que sus habitantes deseaban. Fracasaron así dos proyectos de autonomías uniprovinciales que hubieran podido ser respectivamente focos de irradiación de las aspiraciones regionalistas leonesas y castellanas y núcleos del renacimiento de dos de las más viejas nacionalidades de Europa.
Cantabria y la Rioja son dos comarcas castellanas que sin mencionar siquiera el nombre de Castilla han salvado su personalidad comarcal, es decir, su particular castellanía. Ahí están -en el nuevo mapa de España- en condiciones de contribuir algún día a la reintegración de Castilla, si sus restantes comarcas despiertan del actual letargo. Esto es lo que, con elevada conciencia, se proponía Segovia cuando, forzosamente y contra toda consideración democrática, fue incorporada al conglomerado castellano-leonés.
Hoy, la Montaña cantábrica y la Rioja aunque muchos de sus ciudadanos no sean conscientes de ello- constituyen dos baluartes de un posible renacer castellano; mientras Burgos, Soria, Segovia y Ávila pierden su vieja personalidad y adulteran su historia en el conjunto castellano-leonés; a Guadalajara y Cuenca les ocurre lo mismo en el castellano-manchego; y los pueblos de la provincia de Madrid se reducen más y más a impersonales satélites de la gran capital. Por otra parte es de recordar que la actual entidad autónoma de Cantabria incluye la pequeña comarca de la Liébana, radicalmente leonesa, que tanta importancia tuvo desde los tiempos del famoso Beato en la conformación cultural y política de la corona asturleonesa y siempre tierra de romance bable. La incorporación de esta comarca a la provincia de Santander fue uno de los errores políticos de la división provincial de 1833. Ya el Manifiesto de Covarrubias declaraba que la Montaña cantábrica y la Rioja son dos trozos de Castilla que mantienen su propia personalidad y cuyas respectivas autonomías uniprovinciales deben ser decisivos baluartes en la lucha por la reconstrucción de la nacionalidad castellana. Ambos fueron partes fundamentales de la Castilla histórica y están llamadas a serio en la del porvenir. Una Castilla sin las tierras de la Montaña santanderina y sin la Ríoja, es tan inconcebible como una Cataluña sin Gerona un Aragón sin Huesca o una Andalucía sin Córdoba o Granada. Cuando los santanderinos y los riojanos se dieron cuenta de que no se trataba de crear una comunidad autónoma castellana sino de incorporar la Montaña y la Rioja a un inventado complejo castellano-leonés con centro en Valladolid, decidieron acogerse al derecho a las respectivas autonomías uniprovinciales que la Constitución les otorgaba. Decisión que, a nuestro parecer, fue muy acertada y provechosa tanto para estas dos comarcas castellanas como para el porvenir regional de Castilla entera: las comunidades de Cantabria y la Rioja pueden ser algún día sólidos cimientos de una nueva castellanidad. Cantabria es el solar originario de Castilla. En él nació también el romance castellano; y de sus verdes montañas salieron los conquistadores que, juntamente con sus vecinos los vascos, avanzaron de norte a sur extendiendo su lengua y sus costumbres por las sierras de la Celtiberia castellana. Cántabros fueron los abuelos del conde Fernán González. La llamada Merindad de Castilla Vieja se extendía desde las sierras nororientales de la actual provincia de Burgos hasta la costa de Laredo y Castro Urdiales, La Rioja es zona de conjunción de las tres estirpes prerromanas que componen el substrato étnico de Castilla: cántabros, vascos y celtíberos. Es además una comarca muy rica en símbolos tradicionales de la nacionalidad castellana: cuna de San Millán de la Cogolla, evangelizador de los cántabros y patrón de Castilla; de las Glosas Emilianenses, primeras líneas escritas en romance castellano; de Gonzalo de Berceo, primer poeta de nombre conocido de la literatura castellana; y de Santo Domingo de Silos, figura relevante de la cultura castellana altomedioeval.
Se oye a veces: "Yo no tengo patria: me siento ciudadano del mundo", palabras que expresan un sentimiento respetable. Quienes así hablan se presentan como individuos cosmopolitas entre millones de seres que los rodean, personas sin raíces en tierra alguna, ni concreta inserción en el conjunto de la humanidad. El ser humano se vincula normalmente a la madre tierra a través del país o de los países donde vive o ha vivido, y a la humanidad mediante su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo y sus compatriotas. En este aspecto quien esto escribe considera muy rica su experiencia personal. Nacido en Segovía y con muchos años de residencia en León, se siente castellano en Castilla y leonés en León (y en ningún sitio eso que llaman castellano-leonés). En días aciagos para España tuvo que huir de ella -¡tremenda paradoja!- por haberle sido leal. Encontró en Méjico una segunda patria, hoy para él entrañable como la de nacimiento, y nuevos amigos y nuevos compatriotas, sin olvidar los de la primera.
A propósito de la identidad nacional, y después de advertir que es preciso no confundir lo que es con lo que se desea que sea y no tergiversar todo, empezando por la historia, dice Caro Baroja que si hay una "identidad" hay que buscarla en el amor. Amor al país en que hemos nacido o vivido. amor a su paisaje, a su idioma v a sus costumbres, sin exclusivismos; amor a sus grandes hombres, amor también a los vecinos y a los que "no son como nosotros". Lo demás, es decir. la coacción, el ordenancisino, la agresividad, cierto mesianismo amenazador... ni es signo de "identidad" ni es vía para construir o reconstruir un país que está muy desintegrado desde todos los puntos de vista (127). En el interés por lo nacional hay mucho de interés por la historia colectiva. Todo pasado es en cierto modo presente pero cuando el pasado es una falsificación la historia y el presente se convierten en leyenda irreal.
El sentimiento de amor al país y a su historia es el que hoy leoneses como Luis Herrero Rubinat llaman "sentimiento de región" (128); el mismo que ha llevado a los segovianos a oponerse a la incorporación forzosa de Segovia a la nueva entidad castellano-leonesa.
A través de luchas convulsiones históricas no acabadas todavía -decía Bosch Gimpera en 1944- asistirnos al revivir de los pueblos españoles; cuya evolución interrumpieron el imperio romano y el visigodo, como luego el de los Austrias, impotente, lo mismo que el absolutismo moderno o la uniformidad administrativa y centralista, para unificar violenta o artificialmente lo que fue y sigue siendo abigarrado y diverso (129).
Castilla atraviesa una etapa de su milenaria,,historia que puede ser decisiva para su supervivencia como entidad con personalidad propia en el conjunto de los pueblos de España. 0 se produce en el país un renacimiento regional que lo levanta con vigor o la nacionalidad castellana o se extingue como tal en el seno de ese confuso ente político-administrativo oficialmente denominado Castilla y León. Tal es el dilema que aprisiona su futuro.
Mantener la castellanía no es aferrarse al pasado ni defender el presente es mantener viva una conciencia colectiva y sus raíces, crecer y crear el futuro. Como tantas otras cosas en la vida de los pueblos, la autonomía de Castilla es una cuestión de conciencia y de voluntad colectivas: depende de que los castellanos crean en sí mismos y en su colectividad regional, y de que quieran el autogobierno de su país como los gallegos, los asturianos. los vascos, los navarros, los aragoneses, los catalanes, los extremeños, los valencianos, los murcianos, tos andaluces, los baleares y los canarios han querido y obtenido el suyo. Eso es todo.
Nadie hará por Castilla lo que no hagan sus hijos. Esta es una realidad evidente sobre la cual debe asentarse todo proyecto de renacimiento regional. La región habrá de atenerse a su propio esfuerzo; lo demás le vendrá por añadidura en función de lo que éste valga. Castilla será lo que los castellanos logren hacer de ella.
El nuevo florecer de España, al que con personalidad y cultura propia han de contribuir sus diversos pueblos, necesita que los castellanos todos desde la Montaña cantábrica hasta las serranías de Cuenca- recuperen la memoria histórica y la conciencia comunitarias perdidas. Castilla debe ocupar, junto a los pueblos hermanos, el lugar que por su historia y sus posibilidades le corresponde.
Ciudad de Méjico, agosto de 1996.
96 Julio Valdeón: Castillo y León: la identidad perdida. Hlistoria 16. Madrid. Abril. 1978.
97 Juan Pedro Aparicio: Ensayo sobre las pugnas, heridas, capturas, expolios y desolaciones del viejo reino de León. En el que se apunta la reivindicación leonesa de León. León, 198 1. p. 24.
98 íd., ibídem. p. 22.
99 Manuel Colmeiro: De la Constitución y del Gobierno de los Reinos de León y Castillo. Madrid.1855. T.1, p. 16 1.
100 J. P. Oliveira Martins: Historia de la Civilización Ibérica. Libro 111 - 1.
101 Juan Pedro Aparicio: Ensayo sobre las purgas... p. 23
102 íd., ibídem. p. 12.
103 P. Bosch-Gimpera: España. Universidad de Valencia. 1937. p. 46
104 .Declaraciones de Demetrio Madrid López: El Socialista. Madrid. 1420. IX. 1982.
105 Julio Valdeón: Aproximación a la Historia de Castillo y León. Valladolid. 1982, p. 7.
106 R. Menéndez Pidal: La España del Cid. Vol. 1. p. 102. Vol. 1 1. p. 64 1.
107 A. Barbero y M. Vigil: Sobre los orígenes sociales de la Reconquista. Barcelona. 1974. p. 97.
108 R. Menéndez Pida¡: La España del Cid. Vol. 1. pp. 174-175.
109 ídem. El Cid Campeador. Buenos Aires. 1950. p. 38.
110 C. Sánchez-Albornoz: Estudios sobre Galicia en la temprana Edad Media. La Coruña. 1981. p, 414.
111 Carlos Estepa Díaz: Castillo y León. Consideraciones sobre su historia. Universidad de León.
1987, pp, 32-33.
112 Julio Valdeón:Aproximación a la Historia de Caslílla y León.pp.21-22.
113 C. Sánchez-Alt>ornoz: España. Un enigma histórico. Buenos Aires. 1956. T. ti. p. 417.
114 Manuel Colmeiro Cortes de los antiguos- Reinos de León y de Castilla. Real Academia de la Historia. Madrid. 1883. Introducción. Primera parte. pp, 24-25.
115 íd, ibídern. pp. 105-106.
116 R. Pérez Bustamanto: Elgobiernoy taadministración ¿erritoríalde Castillo. (1230-1474). Univelsidad Autónoma de Madrid. 1976.
117 Davida Diez Llamas: La identidad leonesa. León. 1992. pp. 91-9, 96, 120-121.
118 Carlos Estepa Díaz: Castillay León... p. 41.
119 Ernesto Renán: ¿Qiíé es una nación? Madrid. 1957. p. 84.
120 J. Caro Baroja: El laberinto vasco. madríd, 1986. p. 44.
121 ídem, Introducción a la historia social y económica de¡ pueblo vasco. San Sebastián. 1974. pp. 2 1, 36-3 7.
122 El Camino de Santiago. Confederación española de Cajas de Ahorro. Barcelona. 1971. pp. 166- 167.
123 Salvador de Madariaga: De la angustia a la libertad. p. 238.
124 J. Caro Baroja: El laberinto vasco. p. 70,
125 ídem, El mito del carácter nacional, p. 98
126 Manuel Colmeiro: De la Constitución y del Gobierno de los Reinos de León y Castillo. T. sí. p. 153.
127 J. Caro Baroja: El laberinto vasco, pp. ¡OS- 1 07.
128 Luis tierrero Rubinat: Sentimiento de región. León. 1994.
129 P. Bosch-Gimpera: El poblamiento antiguo... pp. 171-178.
* A exponer la necesidad de un renacimiento de la España plural, patria común de todos sus pueblos y todas sus culturas, dedicó gran parte de sus esfuerzos el grupo de refugiados políticos españoles que entre 1948 y 1963 editó en Méjico la revista Las Españas.
(Anselmo Carretero Jimenez. Castilla. Orígenes, auge y ocaso de una nacionalidad. Editorial Porrúa. México 1996, pp 875 –890)